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Bevan sobre Rodó

Es necesario ahora remitirse a los escritos del mismo Bevan para establecer su propio juicio sobre Rodó. Lamentablemente, la búsqueda resulta decepcionante, pues parece que sólo en una ocasión en todos sus escritos se refirió a «su pensador favorito»; y cuando leemos esa mención, la decepción se acrecienta. La referencia surge hacia el final de una charla sobre la democracia que dio en 1950 en la Fabian Society (un grupo socialista moderado que, junto con los sindicatos de trabajadores, fundó el partido Laborista a principios del siglo XX). Pero en ese discurso no sólo confunde la nacionalidad de Rodó y su ciudad de origen, sino que también se abstiene de citar la fuente original y se remite en cambio (como quizás ya adivine el lector) al artículo de Havelock Ellis (del que además da la fecha equivocada). Éstas son sus palabras:

Quisiera terminar con una cita de un hombre y un autor por quien he sentido la más profunda admiración: Havelock Ellis. Havelock Ellis escribió la introducción a un libro escrito por un español llamado José Rodó, un autor casi desconocido que era oriundo de Buenos Aires. Esto es lo que escribió Havelock Ellis en 1918 (sic) sobre Rodó.



(I want to finish by reading a quotation from a man and an author for whom I had the utmost admiration, Havelock Ellis. Havelock Ellis wrote an introduction to a book written by a Spaniard called José Rodó, an author who was hardly known; he was a native of Buenos Aires. This is what Havelock Ellis wrote in 1918 [sic] about Rodó)92.



Pasa entonces a leer el largo párrafo sobre la democracia en la introducción de Ellis que ya hemos visto, del que, significativamente, excluye las dos últimas oraciones sobre la importancia del amor y del legado del cristianismo. (Esta versión recortada es la misma que aparece en el libro de su mujer, Jennie Lee, lo que indicaría que ella lo sacó de este folleto.)

Es hora de hacer una pausa para evaluar la evidencia que hemos acumulado. Varios biógrafos de Bevan, incluida su mujer y escritores de opuestas posiciones políticas -la versión amistosa de Foot y la más crítica de Campbell- están convencidos del impacto de Rodó en el socialista galés. Proponen vínculos interesantes y persuasivos entre los dos hombres, sobre todo aplicando ideas de Ariel a la ideología política de Bevan. Pero el investigador debe confrontar dos fuentes de desazón. Por un lado, está la duda sobre si Bevan poseyó un ejemplar de Ariel, y hasta de si lo leyó; por otro lado, aunque sí sabemos que tenía uno de The Motives of Proteus, las únicas referencias a ese texto que hacen tanto Bevan como su esposa Jennie Lee y, con un par de excepciones menores, Michael Foot, no son al texto de Rodó sino al agudo y perdurable resumen de Ellis que introduce el libro -resumen, por otro lado, que no tiene en cuenta Motivos sino que fue inspirado por Cinco ensayos y se ocupa sobre todo de Ariel. Es tentador entonces concluir que lo único, o por lo menos lo principal que leyó Bevan sobre Rodó, y lo hizo muy detenida y regularmente y sobre él meditó con ahínco, es el texto de Ellis, que fue eficaz y elocuente filtro de las ideas del uruguayo para los lectores angloparlantes. Esta conclusión quedaría corroborada por la cita de Jennie Lee, que conoció a Bevan más íntimamente, y la del mismo político, en la única ocasión en que optó por declarar públicamente su respeto por Rodó.

Por otro lado, y aceptando la estricta sensatez de esta postura escéptica, resultaría sin duda demasiado drástica a la luz de lo que debemos considerar como evaluaciones honestas de parte de los dos biógrafos que conocieron más de cerca al hombre: su esposa y su colega y amigo Michael Foot (quien es además un respetado intelectual y estudioso, autor entre otros estudios de una excelente introducción a los Viajes de Gulliver). Si tomáramos esta línea menos documentada pero potencialmente más productiva, una tarea necesaria es la de buscar signos más sutiles del impacto del pensador en el político, y para ello hay que considerar el libro principal de Bevan, In Place of Fear, ya citado al pasar. En esta obra (de la que existe traducción al español)93 Bevan condensó varios escritos anteriores parciales, incluida la conferencia sobre los valores democráticos para la Fabian Society, aunque en este caso la referencia a Rodó no sobrevivió el trayecto de trabajo preliminar y exploratorio a versión definitiva en libro. En efecto, y aunque hay descripción detallada de la influencia del marxismo en su formación ideológica, y de la importancia de su autodidactismo, Rodó no aparece en absoluto94.

Al lector munido de una predisposición positiva no le resulta difícil encontrar en In Place of Fear resonancias de la filosofía de Rodó. Estas afectan a la concepción del individuo y a las estructuras sociales que lo rodean. En el primer ámbito hay una creencia compartida por ambas figuras en el esencial valor de cada persona y su tendencia natural al crecimiento moral; en el segundo ámbito domina la convicción de la necesidad de materializar las aspiraciones personales en la práctica, para beneficio propio y de la sociedad en general. Los vínculos que subyacen a los sistemas filosóficos de los dos hombres podrían expresarse mediante las dos generalizaciones siguientes:

1.- El cambio es una característica inevitable de nuestra vida; debemos enfrentarnos a él con optimismo y adaptar constantemente nuestra evolución personal y colectiva.

Buena parte de Motivos de Proteo está dedicada a examinar nuestra relación con las circunstancias cambiantes a nuestro alrededor. Los primeros capítulos en particular están dedicados a este tema, como ilustra la siguiente afirmación: «Rítmica y lenta evolución de ordinario; reacción esforzada si es preciso; cambio consciente y orientado, siempre. O es perpetua renovación o es una lánguida muerte, nuestra vida»95. Resulta claro que Bevan (como indica el título de su libro) comparte esa visión optimista del pensador uruguayo, que expresa en proposiciones como la siguiente: «No hay miedo más inhibidor que el miedo al futuro» («There is no fear more inhibiting than the fear of the future»)96, y que intentó concretar en el plano de la realidad política. Para Bevan, el político ideal es consciente de altos ideales y de su aplicación en la práctica y debe estar «preparado para reconocer que las intenciones políticas son siempre limitadas y seculares, pero de todos modos dinámicas» («prepared to recognise that political intentions are secular, always limited, but nevertheless frequently dynamic»); «El estudioso de la política debe por lo tanto buscar no universalidad ni inmortalidad para sus ideas y para las instituciones mediante las que espera expresarlas. Lo que debe perseguir es la integridad y la vitalidad. Su santo grial es la verdad viva, sabiendo que estando viva la verdad debe cambiar» («The student of politics must therefore seek neither universality nor immortality for his ideas and for the institutions through which he hopes to express them. What he must seek is integrity and vitality. His Holy Grail is the living truth, knowing that being alive the truth must change»)97.

2.- La relación entre el progreso material y la civilización depende de un delicado equilibrio.

Por un lado, para que surja la cultura debe haber un cierto grado de riqueza, como nota Rodó en Ariel al hablar del auge económico de las naciones italianas en el renacimiento. La postura de Bevan es también clara en este sentido:

La continuidad de la civilización es esencialmente el producto derivado de la cultura urbana, que permitió a algunas mentes elevadas especular sobre el destino del hombre y sobre la naturaleza de la vida y de las cosas. Pero aunque fueron iluminadoras estas especulaciones, su influencia fue relativamente limitada, ya que la gran mayoría de la humanidad no tenía la oportunidad de levantar sus cabezas de la azada o el arado primitivos para dejar que sus mentes se encendieran con esas ideas.



(The continuity of civilization is essentially the by-product of its urban culture [which] enabled a few elevated minds to speculate on man's destiny and on the nature of life and things. But luminous though these speculations were, their influence was comparatively limited, for the vast majority of mankind could not lift their heads long enough from the primitive hoe and plough for their minds to be ignited)98.



Por otro lado, las metas meramente utilitarias pierden de vista un aspecto fundamental del ser humano. Ello se percibe en la crítica que hace Bevan de lo que llama el modelo «competitivo», es decir, capitalista, de la sociedad: «Su credo fue demasiado groseramente materialista y su ambiente social demasiado febril. La eficacia fue el arbitro final -como si el amor, la risa, el culto religioso, el comer, la profunda serenidad de un hogar feliz, la calidez de los amigos, la revelación sutil de la belleza, y el vínculo atávico con las raíces pudieran ceder a esa prueba» («Its credo was too grossly materialistic and its social climate too feverish. Efficiency was its final arbiter -as though loving, laughing, worshipping, eating, the deep serenity of a happy home, the warmth of friends, the astringent revelation of new beauty, and the earth tug of local roots will ever yield to such a test»)99.

Estas metas se hicieron realidad política, agrega Bevan, cuando llegó al poder el primer gobierno Laborista de la posguerra, del que Bevan fue Ministro de Salud.

El país necesitaba nuevos políticos y nuevas medidas, y le tocaron las dos cosas. El resultado fue uno de las más impresionantes recuperaciones sociales de nuestra historia. Mirando ahora ese período, es posible apreciar la razón principal de nuestro triunfo. Éramos un equipo seguro de nuestra capacidad y con la fuerza que nos venía de ello. Esa confianza en nosotros mismos estaba basada en la convicción de que sabíamos lo que había que hacer. [...] Estábamos preparados, intelectual y espiritualmente, para la tarea.



(The country needed new men and new measures. It got both. The result was one of the most remarkable recoveries on record. Looking back over the period, it is now possible to see the chief reason for our successs. It was self-confidence and the strength that comes from it. That self-conficence was founded in the belief that we knew what had to be done. [...] We were intellectually and spiritually armed for out task)100.



La última aseveración citada proporciona cierta corroboración a la tesis de Campbell en cuanto a la idea que Bevan tenía de sí mismo como uno de los «héroes patricios» que deben guiar al resto de la sociedad, según el modelo de Rodó donde los moralmente superiores llegan a posiciones de poder. Por otro lado, también se debe mencionar que en otros momentos Bevan insiste en que el poder con que se inviste a los líderes políticos debe provenir del voto popular; los representantes elegidos «deben articular los deseos, las frustraciones y las aspiraciones de las masas. Sus corazones deben responder a las palabras del representante, y sus palabras deben estar en sintonía con las realidades de la gente» («must make articulate the wants, the frustrations and the aspirations of the masses. Their hearts must be moved by his words and so his words must be attuned to their realities»)101. Bevan rechaza con firmeza la autoridad de la House of Lords (la cámara alta del parlamento británico cuyos integrantes no son elegidos en las urnas)102, la de los principales financistas y los llamados «self-made men», que han alcanzado su riqueza aparentemente por sus propios medios («lo que importa es la utilidad social del esfuerzo, no el esfuerzo mismo» [«what matters is the social utility of the effort, not the effort itself»], dice)103, y la de los jerarcas de las empresas públicas104. Todos estos son ejemplos de una «desigualdad caprichosa, no autorizada por los usuarios y, lo más importante, sin sentido» («inequality [that] is capricious, unsanctioned by usage and, most important of all, senseless»)105. Esta visión también se aplica a otras zonas pobres del mundo, que necesitan de los países más desarrollados «los medios para mejorar sus niveles materiales» («the means to raise their material standards»)106.

Por otro lado, el explicar la antipatía de Bevan hacia los Estados Unidos principalmente como resultado de sus lecturas de Rodó, que como se ha visto han sugerido algunos biógrafos, deja de lado el cuidado argumento del galés sobre la filosofía política de ese país en el capítulo «El liderazgo mundial» («World Leadership»), dedicado principalmente a él, y donde analiza temas como el poder de las grandes empresas, la paranoia frente al comunismo, la sospecha o abierto rechazo del socialismo británico, la influencia de sus generales en la definición de su política externa, el hipertrofiado programa armamenticio, la explotación incontrolada de recursos naturales finitos, y el efecto desestabilizador de la economía del dólar en el resto del mundo.

Quizás la imagen que mejor capture la visión de Rodó dentro del manifiesto de Bevan es la del político cuya conducta tiene el apoyo de un sistema de valores morales:

Ningún político puede soportar las presiones de la vida política moderna si no tiene la serenidad interior que da la lealtad a ciertos principios rectores. [...] Hay por lo menos dos consideraciones a tener en cuenta al hacer política. Su aplicabilidad a la situación inmediata, por supuesto; pero también su fidelidad al cuerpo general de principios que hacen la filosofía de cada uno. Sin esto último, la política es un mero trabajo como cualquier otro.



(No statesman can stand the strain of modern political life without the inner serenity that comes from fidelity to a number of guiding convictions. [...] There are at least two considerations to be kept in mind when making policy. Its aplicability to the immediate situation certainly; but also its faithfulness to the general body of principies which make up your philosophy. Without the latter, politics is merely a job like any other)107.






Idealismo y política

Es hora de dar más sustancia a la afirmación hecha más arriba sobre el vínculo entre los tres protagonistas de este ensayo, a saber, Rodó, Ellis y Bevan. Se trata de sus respectivas reacciones a sendos intentos de limitar la libertad de expresión; en el caso de Ellis, se recordará que mostró su decepción frente a la actitud de los Estados Unidos, que había «intentado suprimir esa tolerancia por la libertad de pensamiento y expresión que [Rodó] consideraba tan preciosa» («sought to supress that toleration for freedom of thought and speech which [Rodó] counted so precious»)108. Pues bien, entre otros aspectos que vinculan a Rodó y a

Bevan, y que incluyen su anti-dogmatismo, su autodidactismo, su crítica a los políticos tradicionales109, su lealtad a sus partidos en tiempos de crisis110, el hecho de que sería aplicable a Rodó el dictamen sobre su marido por la mujer de Bevan: «Nye nació viejo y murió joven» («Nye was born old and died young»)111, pues publicó Ariel, donde habla a través de un viejo maestro, a los 29 años, y hasta la similar consternación pública que causaron sus muertes112, hay una curiosa similitud entre dos episodios de las vidas políticas de estos hombres que provee una imagen harto elocuente de una actitud compartida. Se trata de sus respectivas reacciones a un intento por parte del gobierno de introducir el poder de censura durante una guerra.

El caso que involucró a Bevan está relatado en la biografía de Foot. A principios de 1941, Herbert Morrison, el nuevo ministro del interior, cerró el periódico Daily Worker, que tomaba una postura en contra del gobierno. «Usó poderes otorgados a su predecesor por legislación dirigida a enfrentar la situación que resultase de una invasión» («He used powers given to his predecessor under regulations supposed to deal with circumstances arising from physical invasion»). Aunque Bevan «detestaba la postura que había elegido el Worker» («detested the policy which the Worker had followed»), propuso una moción que condenaba el abuso por parte de Morrison de los poderes otorgados por el parlamento. En el debate que siguió, Bevan se refirió a las elocuentes actuaciones del Primer Ministro en la radio y la televisión sobre la libertad y la democracia, e hizo la siguiente pregunta: «¿Qué otra cosa quiere decir la libertad, sino que los hombres no pueden ser echados en la cárcel por la policía sin la posibilidad de defenderse, y que un diario no puede ser suprimido sin tener la oportunidad de hacer su propia defensa?» («What does freedom mean if not that men may not be yanked off to prison by policemen without having a chance of defending themselves, and that a newspaper will not be suppressed without having a chance of being heard in its own defence?»)113.

Una de las primeras intervenciones de Rodó como diputado en el parlamento uruguayo, en 1904, exhibe una sorprendente coincidencia con esta actitud. Rodó argumentó en contra de la petición por parte del gobierno (que era de su partido, el Colorado) de censurar toda crítica en la prensa de su actuación durante un conflicto armado. El pensador propuso que la censura sólo se aplicase a declaraciones que incitaran «a la violación de las instituciones, a la abdicación o cercenamiento de las inalienables facultades de los poderes públicos»114. Durante el debate que siguió, Rodó hizo dos comentarios adicionales que son consistentes con posiciones expresadas en Ariel. El primero se relaciona con su ya notado individualismo, que lo lleva a desoír puntos de vista dominantes:

Propendo, por natural tendencia de mi espíritu, a un individualismo, quizás exagerado, en materia de opiniones: formo las mías procurando apartarme de las influencias del ambiente en cuanto ellas puedan traer consigo sugestiones de pasión; y las enuncio tal como sinceramente las concibo, sin preocuparme nunca de volver la mirada para ver si de parte de lo que yo pienso está la opinión que representa el poder, o la opinión que representa el mayor número, o está una parte de la opinión, o estoy yo solo.



Su intervención recibió votos de «¡Muy bien!» y «Aplausos en la Barra»115. Esta postura de Rodó quedó afianzada más adelante cuando el ministro del interior (Claudio Williman, que se convertiría en Presidente de la República en el próximo período) estaba presente en la sala para responder a preguntas de los diputados sobre un acto de censura por parte del gobierno, y lo hizo en la tradicional manera escurridiza de los políticos. Rodó le agradeció sus comentarios, y luego dijo: «Agregar que el señor Ministro no me ha convencido, me parecería una ingenuidad, porque se cae de su peso. Desde que formo parte del Parlamento [...] nunca he visto un Ministró que convenza a un diputado, ni un diputado que convenza a un Ministro»116. Estas dos actitudes de Rodó tienen un claro paralelismo en Bevan, cuyo individualismo no es jamás cuestionado por los biógrafos; en cuanto al ataque a la sofistería de los ministros, hay un eco obvio en la intervención parlamentaria de Bevan en 1929 sobre la cláusula «los que buscan trabajo genuinamente» («genuinely seeking work») de la Ley de Seguridad Social, analizada muy eficazmente por Foot117. Por fin, el individualismo de los dos hombres queda confirmado, irónicamente, por el hecho de que sus respectivas enmiendas a las leyes fueron rechazadas.

Si agregamos los paralelismos recién notados a las aseveraciones de Foot y de los otros biógrafos de Bevan, es necesario concluir que hubo una consistencia notable entre las ideas de Rodó y las del socialista galés, y que las del primero deben de haber tenido alguna influencia, y quizás no del todo ínfima, en uno de los más fundamentales acontecimientos de la historia reciente de Gran Bretaña, a saber, el éxito de un gobierno socialista y la creación del Servicio Nacional de Salud.

Esto no está nada mal para un escritor que ha sido frecuentemente atacado, sobre todo fuera de su país (y más allá de excepciones como las del citado Presidente Res trepo), como un idealista sin conciencia de la realidad social y económica de su medio, cuya filosofía era demasiado etérea para poder ser llevada a la práctica. Hay una buena dosis de injusticia en esta evaluación, porque Rodó siempre insistió en que la posibilidad de la realización práctica de las ideas era una característica esencial de su valor, como ilustran las siguientes aseveraciones sacadas de las dos obras estudiadas en este ensayo: «Sed, pues, conscientes poseedores de la fuerza bendita que lleváis dentro de vosotros mismos. No creáis, sin embargo, que ella esté exenta de malograrse y desvanecerse, como un impulso sin objeto, en la realidad»118; «Importantísimo cuidado es este de mantener la renovación vital, el progresivo movimiento, de nuestras ideas [...] pero no olvides [...] preciso es que su impulso se propague a los sentimientos y los actos, y concurra así a la orgánica evolución de nuestra vida moral»119. Y en efecto, Rodó tuvo presentes estos consejos en su propia actuación como intelectual, como se observa en su crítica a los excesos decadentes de los poetas Modernistas de su tiempo, en su convicción de que los intelectuales en países y épocas como las suyas no podían recluirse de la política, y en sus ensayos y artículos periodísticos sobre la política uruguaya o sobre figuras de la política latinoamericana. Tal preocupación hasta se permeó en la escritura de Ariel, como demuestro en otro lado120.

Pero más allá de estas actitudes de Rodó, es necesario aclarar que nunca se vio a sí mismo como hombre de la política, sino como intelectual. Bevan, por otra parte, aunque indudablemente un político, fue considerado tanto por sus amigos como por sus críticos como de alguna manera rebosando esa categoría: un raro ejemplo de la clase de líderes que, en palabras del autor de una nota necrológica, «se atreven a todo como individuos, y dejan como testamento, mucho después de olvidados sus errores, la marca de un gran ser humano» («dare all as individuals and leave, long after their failures are forgotten, the imprint of a great human being»)121, para citar la evaluación del presente líder del partido Laborista y Primer Ministro británico, quien justamente también tiene un interés especial en la continuación del Servicio Nacional de Salud: «su llamado a la 'pasión en la acción' [...] encarna su convicción de que el idealismo debe combinarse con la razón para llevar al poder. Los ideales de Bevan la solidaridad, la justicia social, la cooperación -siguen potentes hoy. Es un legado considerable para cualquier político» («his call to 'passion in action' [...] embodies his understanding that idealism must be combined with reason to bring power. The ideals of Bevan -solidarity, social justice, cooperation- remain potent today. That is a powerful legacy for any politician»)122. Parece que, además de figuras paralelas, Rodó y Bevan pueden verse como personajes complementarios.






Apéndices


Reseña de Ariel en The Times Literary Supplement

THE CHIRP OF ARIEL123.

ARIEL. By JOSÉ ENRIQUE RODÓ. Translated, with an Introductory Essay, by F. J. Stimson. (Boston and New York: Houghton, Mifflin Company. $1.25).

A Greek view of life is rare among Spanish writers. Unamuno indeed is a professor of Greek, though there never was a spirit less Hellenic than his; while Eugenio d'Ors, a Catalan and a man of the Mediterranean, has received something of Attic tradition by inheritance. Rodó was born and bred on the other side of the world; but his was one of the most Greek minds that has ever expressed itself in Spanish.

There is nothing contradictory or impossible about an Athenian spirit inhabiting a town in South America. That continent may become, one of these days, the only refuge for contemplative minds -a refuge where European wars only faintly echo, and where the too near East has become an unutterably far West. Montevideo, again, is not an impossible site for a modern Athens. It is the capital of a small State, and its inhabitants are said to possess more intellectual curiosity than any in South America. Rodó was a leader of thought in Montevideo; his large, rambling house faced the sea, and the sight of the moving expanse of water and the stream of shipping on the way to Europe fitted well with his view of life. It gave him at any rate something of the serenity, combined with an acceptance of change and a belief in its necessity, which distinguished his teaching. His most important book, or at all events his longest one, Motivos de Proteo, is founded on the principie that life consists in selfrenewal -«Reformarse es vivir»- a phrase suggested no doubt by D'Annunzio's famous cry: «O rinnovarsi o morire».

Ariel is an earlier and shorter book, but it is his masterpiece. «Ariel» (says Rodó) embodies the mastery of reason and of sentiment over the baser impulses of unreason. He is the generous zeal, the lofty and disinterested motive in action, the spirituality of civilization, and the vivacity and grace of the intelligence; through him will disappear, «under the persistent chisel of life», the last stubborn trace of Caliban, the symbol of sensuality and stupidity. It sounds better in Spanish; yet this translation is one of the best modern translations from the Spanish that we have seen. American publishers have an extraordinary acumen for seeing what is worth translating in modern Spanish literature; but they give the work, as a rule, to professional translators, who have only a superficial knowledge of Spanish and no sense of style in English. Mr. Stimson, who has been United States Ambassador to Argentina, comes to this task with the keenness and the sense of scholarship of an amateur. This is not to say that he is inexperienced as a writer, for he is the author of many books; but one feels that he has translated Rodó because Rodó's work has interested him, and because he seems to see that it will be useful to his countrymen and may prevent them from becoming like the inhabitants of the Middle West, as described in Ariel. For that reason Rodó may be read with profit in England too; his praise of us wants living up to these days, for we have an uncomfortable feeling that England is becoming more like the «improvised West» than Rodó imagined.

The ideal of beauty does not appeal to the descendants of the austere Puritan, nor even a passionate worship of the truth; they care little for any thinking that has no immediate practical object -it seems to them idle and fruitless; even to science they bring no selfless interest for discovery, nor do they seem capable of loving its truths only because they are true; investigation is merely the necessary antecedent of practical application. [...] And so the outcome is that of all their struggle with ignorance the only gain has been a sort of universal semi-culture and a profound indifference to the higher.

The improvised West -which grows so formidable to the older Atlantic States and already claims hegemony in the near future- is where the most faithful representation of American life is to be found at this moment of its evolution. [...] Every novel element of that civilization, all which binds it to the generous traditions and lofty origin of its historie dignity, [...] will remain only in the older States, where a Boston or a Philadelphia still maintains «the palladium of the Washingtonian tradition». Chicago will arise to reign. And its over-weening superiority over the original States of the Atlantic shore is based on its belief that they are reactionary, too European, too subject to tradition. [...] It were useless to seek to convince them that the fires lit upon European altars, the work done by peoples living these three thousand years gone by about the shores of the Mediterranean [...] in whose traditions and teachings we South Americans live, makes a sum which cannot be equalled by any equation of Washington plus Edison.



It is easy to see a book like the Ariel of Rodó in the wrong perspective, and fatally easy to turn over a few pages and say that we have heard it all before. For Rodó was, as it were, a writer twice removed from us in England -an American and a Spanish-American; and he may seem sometimes to labour points which are obvious and to drive home ideas which Europeans had taken for granted. If he seem less Greek in English dress that in Spanish, it is partly because of his geographical position. Yet he was always a man of the Mediterranean, and a Mediterranean thinker is always worthy [of] the attention of English readers.




Traducción de la reseña de Ariel en The Times Literary Supplement

EL GORJEO DE ARIEL124.

ARIEL. Por JOSÉ ENRIQUE RODÓ. Traducción y Ensayo Introductorio, por F. J. Stimson. (Boston y Nueva York: Houghton, Mifflin Company. $1.25).

Una concepción griega de la vida es rara entre los escritores hispánicos. Unamuno, sin duda, es catedrático de griego, aunque nunca ha habido un espíritu menos helénico que el suyo; por su parte, Eugenio d'Ors, catalán y hombre del Mediterráneo, ha recibido rasgos de la tradición del Ática por herencia. Rodó nació y se formó en el otro lado del mundo; pero la suya fue una de las mentes más griegas que se hayan expresado en español.

No hay nada contradictorio o imposible en la idea de que un espíritu ateniense habite una ciudad de Sudamérica. Ese continente puede bien convertirse, en cualquier momento, en el único refugio para las mentes contemplativas -un refugio donde las guerras europeas resuenen débilmente a la distancia, y donde el demasiado cercano oriente se ha convertido en un inenarrable oeste. Por otro lado, Montevideo no es un emplazamiento imposible para una moderna Atenas. Es la capital de un estado pequeño, y se dice que sus habitantes poseen una curiosidad intelectual mayor que la de sus vecinos en Sudamérica. Rodó era un líder del pensamiento en Montevideo; su grande y laberíntica casa miraba al mar, y el movimiento de la gran extensión de agua y el constante irse de barcos hacia Europa encajaba bien con su concepción de la vida. En todo caso, le dio algo de la serenidad, combinada con la aceptación del cambio y la convicción de su necesidad, que caracterizaban su enseñanza. Su libro más importante, o por lo menos el más largo, Motivos de Proteo, se funda en el principio de que la vida consiste en un autorenovarse «reformarse es vivir» -una frase sugerida seguramente por el famoso lema de D'Annunzio: «O rinnovarsi o morire».

Ariel es un libro anterior y más breve, pero es su obra maestra. «Ariel» (dice Rodó), encarna el dominio de la razón y el sentimiento sobre los más bajos estímulos de la irracionalidad. Es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la civilización y la vivacidad y gracia de la inteligencia; a través de él, «con el cincel perseverante de la vida», desaparecerá la última huella de Calibán, el símbolo de la sensualidad y la estupidez125. Suena mejor en español; con todo, esta traducción es una de las mejores traducciones modernas de ese idioma que hemos visto. Los editores norteamericanos tienen una extraordinaria sagacidad para ver lo que conviene traducir de la literatura moderna en español; pero suelen darle el trabajo a traductores profesionales, que tienen sólo un conocimiento superficial del español y poco sentido del estilo en inglés. El Sr. Stimson, que fue embajador de los Estados Unidos en Argentina, asume su tarea con el entusiasmo y sentido académico de un aficionado. Esto no quiere decir que le falte experiencia como escritor, pues es el autor de varios libros; pero el lector percibe que eligió traducir a Rodó porque la obra de Rodó le ha interesado, y porque piensa que le será de utilidad a sus paisanos, y hasta pueda impedir que se conviertan en los habitantes del medio oeste como se los describe en Ariel. Por esa razón se lo puede leer con provecho también en Inglaterra; los elogios que nos dedica nos imponen una meta dura de alcanzar hoy día, porque tenemos la incómoda sensación de que Inglaterra se está pareciendo más al 'oeste improvisado' de lo que se imaginaba Rodó.

La idealidad de lo hermoso no apasiona al descendiente de los austeros puritanos. Tampoco le apasiona la idealidad de lo verdadero. Menosprecia todo ejercicio del pensamiento que prescinda de una inmediata finalidad, por vano e infecundo. No le lleva a la ciencia un desinteresado anhelo de verdad, ni se ha manifestado ningún caso capaz de amarla por sí misma. La investigación no es para él sino el antecedente de la aplicación utilitaria [...]. Así, el resultado de su porfiada guerra a la ignorancia ha sido la semi-cultura universal y una profunda languidez de la alta cultura126.

Es en ese improvisado oeste, que crece formidable frente a los viejos estados del Atlántico, y reclama para un cercano porvenir la hegemonía, donde está la más fiel representación de la vida norteamericana en el actual instante de su evolución. [...] Todo elemento noble de aquella civilización, todo lo que la vincula a generosos recuerdos y fundamenta su dignidad histórica, [...] quedarán dentro de los viejos Estados donde Boston y Filadelfia mantienen aún, según expresivamente se ha dicho, «el palladium de la tradición washingtoniana». Chicago se alza a reinar. Y su confianza en la superioridad que lleva sobre el litoral iniciador del Atlántico, se funda en que le considera demasiado reaccionario, demasiado europeo, demasiado tradicionalista. [...] Inútil sería tender a convencerles de que la obra realizada por la perseverante genialidad del ario europeo, desde que, hace tres mil años, las orillas del Mediterráneo [...] de cuyas tradiciones y enseñanzas vivimos, es una suma con la cual no puede formar ecuación la fórmula Washington más Edison127.



Resulta fácil ver un libro como el Ariel de Rodó desde una óptica incorrecta, y fatalmente fácil hojearlo y afirmar que ya hemos oído estas cosas antes. Porque Rodó era un escritor que se encontraba, como quien dice, a una doble distancia de nosotros: era un americano, y un hispanoamericano; y a veces puede dar la impresión de estar recalcando aspectos que a nosotros nos parecen obvios, o insistiendo con ideas que los europeos dan por sentadas. Si parece menos griego en ropas inglesas que españolas, es en parte en razón de su situación geográfica. No obstante, él fue siempre un hombre del Mediterráneo, y un pensador del Mediterráneo es siempre digno de la atención de los lectores ingleses.




Facsímile de la reseña de Ariel en el Times Literary Supplement

Facsímile de la reseña de Ariel

Facsímile de la reseña de Ariel en el Times Literary Supplement




Facsímile de la reseña de The Motives of Proteus en el Times Literary Supplement

Facsímile de la reseña de The Motives of  Proteus

Facsímile de la reseña de The Motives of Proteus en el Times Literary Supplement




Reseña de The Motives of Proteus en el Times Literary Supplement128

THE MOTIVES OF PROTEUS. By JOSÉ ENRIQUE RODO. With an Introduction by HAVELOCK ELLIS. (Alien and Unwin. 16s. net).

The reputation of José Enrique Rodó, the Uruguayan essayist, was great in the Spanish-speaking lands when he died in 1917 at the age of fortyfive. Through the rather coarse texture of this translation (for which Mr. Havelock Ellis has no responsibility) his quality appears. A certain subtle sanity, a certain aloofness which is probably the indispensable condition of the former quality, suggest a spiritual kinship with Mr. Santayana. That Rodó was not, in the technical sense of the word, a philosopher does not impair the resemblance, for Mr. Santayana is a technical philosopher only as it were incidentally. He is essentially a moralist, a seeker after humane wisdom, a sage. Such was Rodó. When the reader finds on the fifth page of The Motives of Proteus the following passage, he knows at least the kind of mind with which he is to deal:

He who lives according to reason is, then, one who, acquainted with the incessant activity of change, tries each day to grasp a clearer notion of his inner state and of the changes which occur in his environment, and who rules his thought and acts in accordance with this ever-active knowledge129.


[p. 5]                


We may be sure that the writer of these words has passed through that «bath of Spinoza» which has been said to be necessary to every adult philosopher. It is, indeed, as the waters of Lethe; a thinker cannot emerge from it unchanged. It brings with it a forgetfulness of those former «perspectives» which confused and disquieted him. No doubt it is possible to be bathed in Spinoza without having read him; it would indeed be a strange dispensation of Nature if a «naturally Spinozistic soul» were never to be found. But most of these find their way to Spinoza at last.

There is evidence that Rodó had done so. Rodó refers to him by name only once in this book, but then with such a felicity of epithet «the spirit of that stainless man» -that we may be sure of an intimate contact. Proteus itself is a name which would have won the master's approval, if his mind had ever turned towards mythology, for that portion of infinite and infinitely various Nature which is comprised in a man. But Rodó might have seemed to him to lean a little towards an unregenerate view of the world; or perhaps, to be more precise, towards viewing the world which is unregenerate -towards being too interested, and too sympathetic in his interest, in those innumerable human beings who are tossed blindly about, unconsciously driven, by the poor passions which are only «confused ideas». Rodó was perhaps the less pure a philosopher for this weakness, but he is probably the better essayist.

Not the highest attainable moral perfection, which means the harmonious subordination of inferior tendencies to reason; nor the most primitive simplicity which shows the ever -present trace of instinct in human consciousness; nor the blindest, most pertinacious passion which completely absorbs the soul and drives it towards a single rash impulse- no one of these has the power to prevail over the complexity of our nature to such an extent as to be able to annul the diversity, the inconsistency and the contradiction which are in the depths of our being.


[p. 47]                


One might ask, with regard to the first of these points at least, whether Rodo's wisdom is more wise than Spinoza's, or less wise. It is not an academic question, or the indulgence of a simple desire for comparison; merely an attempt to gain an accurate notion of his fundamental position. Rodó seems to agree with Spinoza concerning the means by which the «highest moral perfection» is attained -through the conversion of «passion» into «action» by forming a distinct idea of our passions- but he appears in this passage to think that the aim or the effect of such perfection should be to annul the radical diversity of a human being. But that is not exactly what Spinoza expected of it; rather a transmutation of the diversity into a kind of harmony by bringing it wholly into consciousness.

It would be altogether unfair to pin Rodó down to a single expression of his views. At the end of his book he becomes a panegyrist of the ethical will.

The only education that is efficacious is that which impresses the individual with the fact that his fundamental trait, his differentiating mark as a human being, is his power of transforming and renewing himself, overcoming, through his intelligence and his will, the forces that conspire to keep him in an inferior state, whether they be suffering, guilt, ignorance, slavery or fear.


[p. 346]                


That is sound doctrine, even too sound; but it is not easy to decide, in the case of such a radical thinker as Rodó, to what extent he really believes in this Kantian moral autonomy. It is inconsistent with most of the positions he takes up, wherein he rests for the most part on a basic necessity underlying the forms assumed by the protean stuff of humanity. Is the moral will in reality only an appearance for him, a mode in which the underlying «desire» of Spinoza manifests itself? Or is it really autonomous and inscrutable? Certainly, in the final sections of his book, he speaks like a pure Kantian. But in other places he displays the radical scepticism of a Nietzsche. Probably the inconsistency is not serious; probably it proceeds from the obvious difficulty of communicating one's thoughts without using the language of moral autonomy -a conception presupposed in all language. Unless a radical thinker is prepared to adopt the heroic device of Spinoza, and give his moral theorems the appearance of a geometrical demonstration, he must use the method of insinuation and try to convey his overtones of meaning through an idiom fashioned to fit different presuppositions- presuppositions even which the moralist is working to destroy.

In this attempt to communicate overtones Rodó was, on the whole, singularly successful. Even in translation there is a suave lucidity in his periods that is delightful. He makes the impression of a man who has much in reserve, and is content to show that portion of his strength which can manifest itself with ease and gracefulness. «Nothing is more beautiful than a commonplace», said Baudelaire; very truly, for commonplaces can only be expressed beautifully by a mind which has been behind them and acquainted itself with the difficulties and paradoxes which they conceal; much as the perfect anatomist or physiologist would be he who, after exploring with the knife and the microscope, should return to contemplate the grace of the living animal with a new sense of wonder. If the mastery of commonplace be understood in some such sense as this analogy suggests, Rodó was a master of commonplace.

There is no once-acquired conviction that you should cease to work upon. For, although its basis of truth may be very firm and secure for you, it is wholly worth while to stir up, air, and retemper your conviction and confront it with new aspects of reality and exhibit its strength in new conflicts and carry it with you to explore new lands of thought, new seas of incredulity and doubt, which it can subject to its sway, increasing its greatness. You should corroborate it from within itself by rendering the connexion between its component parts stronger and more harmonious.


[p. 293]                


There is, perhaps, nothing new in the substance of this; but the manner of it reveals a man who is recounting an experience and not merely recommending an ideal. Nothing in The Motives of Proteus is discrepant with this wisdom. It is a pity that a book of such distinction should be marred by so many transliterations and misprints.




Traducción de la reseña de The Motives of Proteus en el Times Literary Supplement130

THE MOTIVES OF PROTEUS. Por JOSÉ ENRIQUE RODÓ. Introducción de Havelock Ellis. (Alien and Unwin. 16 chelines).

José Enrique Rodó, el ensayista uruguayo, gozaba de gran reputación en el mundo hispanoparlante cuando murió en 1917 a la edad de cuarenta y cinco. A través de la bastante tosca textura de esta traducción (de la que no es para nada responsable el Sr. Havelock Ellis) se puede vislumbrar la calidad del hombre. Una cierta sutil cordura, una cierta actitud distante que es probablemente condición indispensable de la cualidad anterior, sugieren en él una afinidad espiritual con el Sr. Santayana. El hecho de que Rodó no fuese, en el sentido técnico de la palabra, un filósofo, no quita al parecido, pues también se podría decir que el Sr. Santayana es un filósofo profesional sólo de manera incidental. Es esencialmente un moralista, un buscador de la sabiduría humana, un sabio. Tal era Rodó. Cuando el lector encuentra en la quinta página de The Motives of Proteus el siguiente pasaje, ya se da cuenta de la clase de mente con que ha de enfrentarse:

El que vive racionalmente es, pues, aquel que, advertido de la actividad sin tregua del cambio, procura cada día tener clara noción de su estado interior y de las transformaciones operadas en las cosas que le rodean, y con arreglo a este conocimiento siempre en obra, rige sus pensamientos y sus actos131.



Podemos estar seguros de que el autor de estas palabras ha pasado por ese «baño de Spinoza» que se ha dicho es necesario a todo filósofo maduro. En efecto, como con las aguas del Lete, un pensador no puede emerger incambiado de aquel baño. Este proceso lleva al olvido de esas «perspectivas» anteriores que confundieron e inquietaron al pensador. Sin duda es posible bañarse en Spinoza sin haberlo leído; sería extraño que la naturaleza no produjese jamás un «alma naturalmente spinozística», pero la mayoría de ellas tienden a encontrar a Spinoza por fin.

Se puede ver que Rodó lo había hecho. Rodó se refiere a Spinoza por su nombre una sola vez en este libro, pero lo hace con un epíteto tan feliz -«el espíritu de ese hombre sin mancha»- que podemos estar seguros de que hubo un conocimiento íntimo. El mismo Proteo es un nombre que habría recibido la aprobación del maestro, si su mente se hubiera tornado alguna vez a la mitología, para esa parte infinita e infinitamente variada de la Naturaleza que está comprendida en un hombre. Pero le habría parecido a Spinoza que Rodó se inclinaba un tanto hacia una visión impenitente del mundo; o, quizás, para ser más precisos, hacia una mirada del mundo impenitente -hacia el estar demasiado interesado, y ser demasiado comprensivo en ese interés, en los innumerables seres humanos que son sacudidos ciegamente, e empujados inconscientemente, por las pobres pasiones que son solamente «ideas confusas». Rodó fue quizás un filósofo más pobre por esta debilidad, pero ello lo hizo probablemente un mejor ensayista.

Ni la más alta perfección moral asequible, que importa la concordia de las tendencias inferiores; ni la más primitiva sencillez, que muestra, persistiendo en la conciencia humana, el vestigio de la línea recta y segura del instinto; ni la más ciega y pertinaz pasión, que absorbe toda el alma y la mueve, mientras dura la vida, en un solo arrebatado impulso, tienen fuerza con que prevalecer sobre lo complejo de nuestra naturaleza hasta tal punto de anular la diversidad, la inconsecuencia y la contradicción, que se entrelazan con las mismas raíces de nuestro ser132.

Uno se podría preguntar, en relación por lo menos con el primero de los aspectos expresados, si la sabiduría de Rodó es mas sabia que la de Spinoza, o menos sabia. No se trata de una pregunta académica, ni de la indulgencia de un simple deseo de comparación; es meramente un intento de alcanzar una noción exacta de su postura fundamental. Rodó parece estar de acuerdo con Spinoza en cuanto a los medios que llevan a la «más elevada perfección moral» -la conversión de la «pasión» en la «acción» a través de la formación de una clara idea de nuestras pasiones- pero parece pensar en el pasaje citado que la meta o el efecto de tal perfección debería ser el anular la diversidad radical del ser humano. Pero eso no es exactamente lo que Spinoza esperaba; él creía más bien en una transmutación de la diversidad en una clase de armonía que se lograba atrayéndola en su totalidad a la conciencia.

Sería completamente injusto exigir de Rodó una definición precisa de sus ideas. Al final de su libro se ha convertido en un panegirista de la voluntad ética.

[...] sólo será eficaz y rendidora aquella educación que acierte a infundir en el espíritu a quien se aplica, como antecedente del esfuerzo que reclama de él, la persuasión de que el rasgo fundamental, la diferencia específica, de la criatura humana, es el poder de transformarse y renovarse, superando, por los avisos de su inteligencia y las reacciones de su voluntad, las fuerzas que conspiren a retenerla en un estado inferior, sea éste el sufrimiento, la culpa, la ignorancia, la esclavitud o el miedo133.



Esta doctrina es sólida e irrebatible, quizás en demasía; pero no es fácil decidir, en el caso de un pensador tan radical como Rodó, hasta qué punto cree realmente en esta autonomía moral kantiana. Tal actitud es inconsistente con la mayoría de las posturas que toma, que apuntan a una necesidad básica que subyace a las formas asumidas por la cualidad proteica de la humanidad. ¿Es la voluntad moral en realidad sólo una apariencia para él, la manera en que se manifiesta el «deseo» subyacente de Spinoza? ¿O es en realidad autónoma e inescrutable? Sin duda, en las secciones finales del libro habla como un kantiano puro. Pero en otros lugares exhibe el escepticismo radical de un Nietzsche. Probablemente la inconsistencia no sea seria; probablemente surja de la obvia dificultad de comunicar los propios pensamientos sin usar el lenguaje de la autoridad moral -lo que es un presupuesto de todo lenguaje. A menos que un pensador radical esté dispuesto a adoptar el recurso de Spinoza, y dé a sus teoremas morales la apariencia de una demostración geométrica, debe usar el método de la insinuación y tratar de transmitir sus sugerencias de significado mediante un lenguaje creado para expresar proposiciones diferentes- proposiciones que incluyen las que el mismo moralista está trabajando para destruir.

En este intento de transmitir sugerencias Rodó fue, en general, particularmente exitoso. Aun en la traducción hay una suave lucidez en sus períodos que es deliciosa. Nos da la impresión de ser un hombre que tiene mucho en reserva, y que se queda contento mostrando esa porción de su fuerza que se puede manifestar con gracia y soltura. «Nada es más hermoso que un lugar común», dijo Baudelaire; verdad muy cierta, pues los lugares comunes sólo pueden ser expresados bellamente por una mente que los conoce bien y conoce las dificultades y paradojas que esconden; así como es consumado anatomista o fisiólogo aquel que, luego de explorar con el bisturí y el microscopio, vuelve a contemplar la gracia del animal vivo con un sentido renovado de la maravilla. Si la maestría del lugar común es entendible en el sentido que ilustra esta analogía, Rodó era un maestro del lugar común.

No hay convicción tal que, una vez adquirida, debas dejar de trabajar sobre ella. Porque, aunque su fundamento de verdad sea para ti el más firme y seguro, nada se opone a que remuevas, airees y retemples tu convicción, y la encares con nuevos aspectos de la realidad, y muestres su fortaleza en nuevas batallas, y la lleves contigo a explorar tierras del pensamiento, mares de la incredulidad y de la duda, que ella puede someter a su impulso engrandeciéndose; ni a que, corroborándola dentro de ella misma, te afanes por hacer más fuerte y armónica la conexión de las partes que la componen134.



No hay, quizás, nada nuevo en la sustancia de todo esto; pero la manera en que está expresado revela a un hombre que está relatando una experiencia y no meramente recomendando un ideal. Nada en The Motives of Proteus discrepa con esta impresión de sabiduría. Es una lástima que un libro de tan alta distinción haya sido estropeado por tantas transliteraciones y erratas.




Reseña de The motives of Proteus en The Spectator135

After reading The Motives of Proteus, by José E. Rodó (Alien and Unwin, 16s.), which now appears in English for the first time, some twelve years after his death, one feels strongly that the peculiar greatness of the Spanish races is to be found in the fact that they do not produce great philosophers. Their men do not become systems and institutions: they remain men. Rodó's book is a collection of semi-philosophical essays on the protean nature of human personality, which he examines with a marvellous psychological subtlety. To put it crudely, he sees human personality not as static, but as fluid in time, constantly renewing itself, and his object is to show how this personality may be ordered and guided throughout its renewals and adaptations by what is actually an idealized conception of the will. So for him Goethe is the modern man's ideal, a man «governed by a principie of constant self-renovation». Rodó's book combines something of the native Spanish contemplative and mystic spirit with the elan and optimism of the new world. The range of his knowledge and the intricacy of its sympathies are like deep calling unto deep. Unfortunately Rodó, who has been described as one of the masters of Castilian style, suffers here from a very poor and pompous translation which at times almost brings his noble manner into ridicule; but in spite of this defect, The Motives of Proteus inspires one with a deep enthusiasm.




Traducción de la reseña de The motives of Proteus en The Spectator136

Luego de la lectura de The Motives of Proteus, de José E. Rodó (Alien and Unwin, 16 chelines), que aparece ahora en inglés por primera vez, a unos doce años de la muerte del autor, uno se queda con la fuerte impresión de que la peculiar grandeza de las razas hispánicas ha de encontrarse en el hecho de que no producen grandes filósofos. Sus hombres no se convierten en sistemas e instituciones: se mantienen hombres. El libro de Rodó es una colección de ensayos semi-filosóficos sobre la naturaleza proteica de la personalidad humana, que el autor examina con una sutileza psicológica admirable. Para decirlo de manera algo burda, para Rodó la personalidad no es una entidad que se mantiene estática, sino que fluye en el tiempo, renovándose constantemente, y su objetivo es demostrar cómo esa personalidad puede ser ordenada y guiada a través de sus renovaciones y modificaciones, por medio de lo que es en efecto una concepción idealizada de la voluntad. Para él entonces es Goethe el ideal del hombre moderno, un hombre «gobernado por el principio de la autorenovación constante». El libro de Rodó combina algo del espíritu contemplativo y místico del nativo español, con el elán y el optimismo del nuevo mundo. La amplitud de sus conocimientos y la intricada trama de sus simpatías demuestran una profundidad asombrosa. Lamentablemente Rodó, que ha sido considerado uno de los maestros del estilo castellano, padece aquí de una muy pobre y pomposa traducción, que a veces acerca su noble manera al borde del ridículo; pero a pesar de este defecto, The Motives of Proteus inspira en su lector un profundo entusiasmo.




Rodó, por Henry Havelock Ellis137

A few months ago José Enrique Rodó died in Palermo on his way from South America to France138. This statement probably conveys no meaning, and it may even be that it is here made for the first time in England. We live, still with a certain degree of safety, in a remote island wrapped round by northern mists which deaden all the rumours of the world, and its finer voices only penetrate to us, if at all, from afar, slowly and with difficulty. South America we associate with various miscellaneous things, perhaps mostly unpleasant. We seldom think of it -even if we happen to have been there- as a land of poets and artists and critics. So it can scarcely be surprising that few among us know so much as the name of South America's best writer, who was also the best writer anywhere in the Castilian speech, and one of the most distinguished spirits of our time.

Our ignorance may seem the more ungracious if we learn that Rodó's most remarkable essay -his whole work may be said to be comprehended in some half-dozen long essays- is called Ariel139. This sensitive and exalted thinker, familiar with the finest culture of Europe, found the symbol of his aspirations for the world in the English poet's Tempest. Ariel is the long monologue (extending to a hundred pages) of a teacher who once more gathers his old disciples around him in his study, dominated by a bronze statue of the Shakespearian spirit of the air at the moment when Prospero gives him his freedom. «Ariel symbolises the rule of reason and of feeling, generous enthusiasm, high and disinterested motives for action, the spirituality of culture, the vivacity and grace of intelligence, the ideal goal to which human selection tends, eliminating with the patient chisel of life the tenacious vestiges of Caliban, symbol of sensuality and torpor».

Prospero -for so his disciples have named him- discourses on the art of living. For Rodó believed with Shaftesbury that «virtue is a kind of art, a divine art», and the moral law «an aesthetics of conduct». To live in the finest sense is to exercise a free creative activity which passes beyond interested and material ends, to cultivate the leisure of the interior life, and from that centre to organise the beauty and harmony of society. To enforce this point of view, Rodó analyses at length, beneath the mask of Prospero, the spirit of the civilisation of the United States. He refrains from insinuating -such a suggestion would be alien to his gracious and sympathetic attitude- that this spirit is symbolised by Caliban. He admires, though he is unable to love or altogether to approve, the spirit of North America, and his penetrating analysis never even remotely verges on harshness or scorn. He distinctly believes, however, that the utilitarian conception of human destiny and equality in mediocrity as the social rule constitute in their intimate combination the spirit of Americanism. If it can be said that Utilitarianism is the Word of the English spirit, then the United States is the Word made flesh. Rodó by no means implies that the same spirit may not be found also in South America. On the contrary, he declares that there is in the South an increasing Nordomania, but he regards it as opposed to the genius of Latin America, a mere artificial «snobisme» in the political sphere. It is necessary, even for the sake of America as a whole, that Latin America should jealously guard the original character of its collective personality, for nearly all luminous and fruitful epochs of history have been, as in Greece with the poles of Athens and Sparta, the result of two distinct correlated forces; the preservation of the original duality of America, while maintaining a genial and emulatory difference, at the same time favours concord and solidarity.

«In the beginning was action». In those words which Goethe set at the outset of Faust, Rodó remarks, the historian might begin the history of the North American Republic. Its genius is that of force in movement. Will is the chisel which has carved this people out of hard stone and given it a character of originality and daring. It possesses an insatiable aspiration to cultivate all human activities, to model the torso of an athlete for the heart of a freeman. The indiscriminating efforts of its virile energy, even in the material sphere, are saved from vulgarity by a certain epic grandeur.

Yet, asks Rodó, can this powerful nation be said to be realising, even tending to realise, the legitimate demands, moral, intellectual, and spiritual, of our civilisation? Is this feverish restlessness, centupling the movement and intensity of life, expended on objects that are truly worth while? Can we find in this land even an approximate image of the perfect city?

North American life seems, indeed, to Rodó, to proceed in that vicious circle which Pascal described as the course of the pursuit of well-being which has no end outside itself. Its titanic energy of material aggrahdisement produces a singular impression of insufficiency and vacuity. This people has not known how to replace the inspiring idealism of the past by a high and disinterested conception of the future, and so lives only in the immediate reality of the present. The genial positivism of England, it seemed to Rodó, has here been deprived of that idealism which was a deep source of sensibility beneath the rough utilitarian surface of the English spirit, ready to gush forth in a limpid stream when the art of a Moses struck the rock. English aristocratic institutions, however politically unjust and out of date, set up a bulwark to vulgar mercantilism which the American Republic removed, but left unreplaced. So it is that we find in the United States a radical inaptitude for selection, a general disorder of the ideal faculties, a total failure to realise the supreme spiritual importance of leisure. They have attained the satisfaction of their vanity of material magnificence, but they have not acquired the tone of fine taste. They pronounce with solemn and emphatic accent the word «art», but they have not been able to conceive that divine activity, for their febrile sensationism exeludes its noble serenity. Neither the idealism of beauty nor the idealism of truth arouses their passion, and their war against ignorance results in a general semi-culture combined with languor of high culture. Nature has not granted them the genius for propaganda by beauty of for apostolic vocation by the attraction of love. Bartholdi's statue of Liberty over New York awakens no such emotion of religious veneration as the ancient traveller felt when he saw emerge from the diaphanous nights of Attika the gleam of Athene's golden spear on the height of the Acropolis.

Just as in the main this analysis may be, it will oceur to some readers that Rodó has perhaps attributed too fixed a character to North American civilisation, and has hardly taken into adequate account those germs of recent expansión which may well bring the future development of the United States nearer to his ideals. It must be admitted, indeed, that if he had lived a few months longer Rodó might have seen confirmation in the swift thoroughness, even exceeding that of England, with which the United States on entering the war sought to suppress that toleration for freedom of thought and speech which he counted so precious, shouting with characteristic energy the battle -cry of all the belligerents, «Hush!, don't think, only feel and act!» with a pathetic faith that the affectation of external uniformity means inward cohesión- a method of «selfinflicted camouflage», as Professor Dewey has termed it in a discussion of the «Conscription of Thought» which Rodó might have inspired. Still, Rodó himself recognised that, even as already manifested, the work of the United States is not entirely lost for what he would call «the interests of the soul». It has been said that the mercantilism of the Italian Republics paid the expenses of the Renaissance, that the spices and ivory of Lorenzo de Medici renewed the Symposia of Plato. There is in civilisation a transformation of force, by which the material becomes the spiritual, and provided that process is carried through, it seemed to Rodó, the North American Republic will escape the fate of Nineveh and Sidon and Carthage. Ariel is for Rodó the ultimate outcome of that process, the instinct of perfectibility, the ascensión of the organised forms of Nature into the flaming sphere of spirit.

It will be seen that, alike in his criticism of life and his criteria of progress, Rodó remains essentially democratic. He is altogether out of sympathy with the anti-democratic conception of life often associated with Nietzsche's doctrine of the Super-man. He waved politely aside the affirmation of Bourget that the triumph of democracy would mean the defeat of civilisation, and greatly as he admired the genius of Renan, he refused to believe that a concern for ideal interests is opposed to the democratic spirit; such belief, indeed, would be the condemnation of Latin America as much as of Anglo-Saxon America. Rodó accepts democracy, but on that basis he insists on the need for selection. Even in nature, he remarks, among flowers and insects and birds and onwards, we see natural selection favouring superiority and ensuring the triumph of beauty. It is not the destruction but the education of democracy which is needed in order to further this process of natural selection. Rodó held that it is the duty of the State to render possible the uniform revelation of human superiorities, wherever they exist. «Democratic equality is the most efficacious instrument of spiritual selection». Democracy alone can conciliate equality at the outset with an inequality at the end which gives full scope for the best and most apt to work towards the good of the whole. So considered, democracy becomes a struggle, not to reduce all to the lowest common level, but to raise all towards the highest degree of possible culture. Democracy in this sense retains within itself an imprescriptible element of aristocracy, which lies in establishing the superiority of the best with the consent of all; but on this basis it becomes essential that the qualities regarded as superior are really the best, and not merely qualities immobilised in a special class or caste and protected by special privileges. The only aristocracy possible on a democratic basis is one of morality and culture. Superiority in the hierarchical order must be superiority in the capacity to love. That truth, Rodó declares, will remain rooted in human belief «so long as it is possible to arrange two pieces of wood in the form of a cross».

In Ariel Rodó never directly brings South America on to the scene. He would gladly, one divines, claim for his own continent the privilege of representing Ariel. But he realised that much remained to do before that became possible. His love for his own country is embodied in three of his finest and latest essays, concerned with the three noblest figures of South America in different fields. In the first of these he deals with the greatest figure of South America in the sphere of action, Bolivar, «the South American Napoleon». In the second he discusses attractively the life and environment of Juan Montalvo, the greatest prose-writer of South America, with whose name Rodó is now associated. In the third he shows all his delicate critical discrimination in estimating the work of Ruben Dario [sic], who was, as Rodó points out, not so much the greatest poet of South America as of contemporary Spain, an imaginative figure of world-wide interest. In these essays Rodó is revealed as the unfailingly calm and lucid critic, discriminating and sympathetic, possessed of a style which, with its peculiar personal impress of combined gravity and grace, rendered him, in the opinions of good Spanish judges, the greatest contemporary master of the Castilian tongue. That Rodó realised how far the finer spirits of South America yet are from completely moulding their own land to their ideals we may gather from various episodes of his work. He was not able to regard South America, any more than North America, as to-day a congenial soil for art. If he disliked the intolerant spirit of utilitarian materialism in the North, he equally opposed the intolerance of Jacobinism in the South. This is brought out in an admirable series of letters, entitled Liberalismo y Jacobinismo, suggested by the action of the Charity Commissioners in removing all images of the Crucified Christ from the walls of hospitals, suppressing them, not as objects of worship (for that had already been done), but even as symbols. Rodó criticises this action, not from the point of view of Christianity, which is not his, but from that of a sympathetic and tolerant Liberalism, to which he opposes the spirit of Jacobinism. By Jacobinism he means, in fair agreement with Taine, a mental attitude of absolute dogmatism, necessarily implying intolerance, on the basis of rationalistic free-thought. Flaubert's Homais is its immortal embodiment. Rodó admirably analyses this attitude, and shows how, with all its clear logical thoroughness, it is out of touch with the complexities of life and lacks the sense for human realities. Rodó sees that true free-thought, far from being a mere rigid formula, is the result of an interior education which few can acquire. The attainment of toleration, of spiritual toleration, he regards as the great task of the past century -an affirmative and active toleration, «the great school of largeness in thought, of delicacy in sensibility, of perfectibility in character». He foresaw, even before the War, that there are troublous times ahead for freedom, but he saw, also, that even if but one soul should stand firm, there will be the palladium of human liberty.

Rodó was of the tribe of Quinet and Renan, of Fouillée and especially Guyau. Like those fine spirits, he desired to be the messenger of sweetness and of light, of the spirit of Jesús combined with the spirit of Athens, and the intolerance of rationalism seemed to him as deadly a poison to civilisation as that of Christianity. In his steady devotion to this combined ideal Rodó may be said to be European, and more distinctively French. But in his adaptation of that ideal to the needs of his own land, and his firm establishment of it on a democratic basis, he is the representatve of South America. It was his final hope that out of the agony of this war there would emerge new ideals of life, new aspirations of art, in which Latin America, stirred by the worldwide shock, would definitely affirm its own conscious personality.

Rodó was a Uruguayan, of old and wealthy family, born forty-five years ago in Montevideo, where he spent nearly the whole of his life. On leaving the University of his native city, where in later years he himself lectured on Literature, his activities found some scope in journalism, and he was interested in politics, being at one time a Deputy in the Uruguayan Chamber. The mood of his earliest writings is one of doubt, anxiety, scepticism; he seems to be in expectation of some external revelation or revolution. But his own personal visión became gradually established. His revelation was not from without, but from within. He attained a rare serenity and lucidity; and he remained always indifferent to applause. Indeed, amid the declamatory and impulsive extravagance which often marks the South American, it seemed to some that his attitude was the outcome of a temperament almost too calm and reasonable, and they recalled that neither in youth or later had he ever been known to be in love. But Rodó's spirit was as large-hearted and sympathetic as it was penetrative and keen. When he died, in Sicily, suddenly and alone, on his way at last to visit the land of France which he regarded as his intellectual home, he was exercising, it is said, a tranquil kind of spiritual royalty over the whole South American Continent. Henceforth his slender and very tall figure will no longer be seen striding rapidly through the streets of his native city, as his friend and fellow-countryman Barbagelata has described it, one arm swinging like an oar, and lifted aquiline face that recalled a condor of the Andes.




Rodó, por Henry Havelock Ellis140

Hace pocos meses José Enrique Rodó murió en Palermo, camino desde Sudamérica a Francia141. Esta afirmación probablemente no signifique nada, y puede que esta sea la primera vez que se expresa en Inglaterra. Vivimos, todavía con un cierto grado de seguridad, en una isla remota envuelta por las nieblas del norte que atenúan los rumores del mundo, y sus más finas voces sólo penetran nuestro mundo, si es que logran llegar, con lentitud y dificultad. Asociamos Sudamérica con un conjunto misceláneo de cosas, quizás en su mayor parte desagradables. Rara vez pensamos en ella -aun cuando por casualidad hemos estado allí- como una tierra de poetas y artistas y críticos. En este contexto no es para nada sorprendente que muy pocos entre nosotros sepamos siquiera el nombre del mejor escritor de Sudamérica, quien también era el mejor escritor de todo el idioma castellano, y uno de los espíritus más distinguidos de nuestros tiempos.

Nuestra ignorancia resulta todavía más descortés si tenemos en cuenta que el ensayo más notable de Rodó -y su obra total puede decirse que está comprendida en una media docena de largos ensayos- se titula Ariel142. Este sensible y exaltado pensador, conocedor de la mejor cultura europea, encontró el símbolo de sus aspiraciones para el mundo en La tempestad del poeta inglés. Ariel es el largo monólogo (que ocupa unas cien páginas) de un maestro que reúne una vez más a sus alumnos en su gabinete de estudio, en el que ocupa un lugar de preeminencia una estatua de bronce del espíritu shakesperiano del aire en el momento en que Próspero le da la libertad. «Ariel simboliza el imperio de la razón y el sentimiento, el entusiasmo generoso, el motivo alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia, el término ideal a que asciende la selección humana, eliminando con el paciente cincel de la vida los tenaces vestigios de Calibán, símbolo de la sensualidad y el letargo»143.

Próspero -así le llaman sus alumnos- diserta sobre el arte de vivir. Pues Rodó creía, como Shaftesbury, que «la virtud es una especie de arte, de arte divino», y la ley moral «una estética de la conducta»144. Vivir, en el mejor sentido, es llevar a cabo una actividad creativa libre que va más allá de fines interesados y materiales, para cultivar el ocio de la vida interior, y, a partir de ese centro, organizar la belleza y armonía de la sociedad. Para ilustrar esta idea, Rodó analiza en profundidad, usando la máscara de Próspero, el espíritu de la civilización de los Estados Unidos. Se abstiene de insinuar -tal sugerencia sería incompatible con su actitud galante y comprensiva- que este espíritu está simbolizado en Calibán. Admira, aunque no le es posible amarlo ni aprobarlo totalmente, el espíritu de Norteamérica, y su penetrante análisis nunca ni remotamente se acerca a la dureza o al desprecio. Cree firmemente, sin embargo, que la concepción utilitaria del destino humano y la igualdad dentro de la mediocridad como regla de la sociedad constituyen, en su íntima combinación, el espíritu del americanismo145. Si se pudiera decir que el utilitarismo es la palabra del espíritu inglés, entonces Estados Unidos es la palabra hecha carne. Rodó no quiere sugerir en absoluto que el mismo espíritu no se puede encontrar también en la América del Sur. Por el contrario, declara que hay en el sur una creciente nordomanía, pero la considera opuesta al genio de la América latina, como un mero y artificial snobismo en la esfera política. Es necesario, aun para el bien de la América toda, que América Latina guarde celosamente el carácter original de su personalidad colectiva, pues casi todas las épocas luminosas y fructíferas de la historia han sido, como en Grecia con los dos polos de Atenas y Esparta, el resultado de dos distintas fuerzas correlacionadas; la preservación de la dualidad original de América, además de mantener una diferencia genial y emuladora, también favorece la concordia y la solidaridad146.

«En el principio la acción era»147. Con esas palabras que Goethe puso al principio de su Fausto, dice Rodó, el historiador podría comenzar la historia de la república norteamericana. Su genio es el de la fuerza en movimiento. La voluntad es el cincel que ha tallado a este pueblo a partir de la dura piedra y le ha dado un carácter de originalidad y atrevimiento. Posee una insaciable aspiración a cultivar todas las actividades humanas, y a modelar el torso de un atleta para el corazón de un hombre libre. Los esfuerzos indiscriminados de su energía viril, aun en la esfera material, se salvan de la vulgaridad por una cierta grandeza épica.

Sin embargo, Rodó se pregunta, ¿puede esta poderosa nación decir que está realizando, o siquiera intentando realizar, las legítimas exigencias, morales, intelectuales, y espirituales, de nuestra civilización? Esta ferviente inquietud, que centuplica el movimiento y la intensidad de la vida, ¿está siendo aplicada a objetos que de verdad importan? ¿Podemos en este país encontrar una imagen, aunque sea aproximada, de la ciudad perfecta?

La vida norteamericana le parece a Rodó, en efecto, que procede dentro de ese círculo vicioso que Pascal describió como el camino de la persecución del bienestar que no tiene fin más allá de sí mismo148. Su energía titánica para el engrandecimiento material produce una singular impresión de insuficiencia y vacío. Este pueblo no ha sabido reemplazar el inspirador idealismo del pasado con un elevado y desinteresado concepto del futuro, y vive por lo tanto sólo en la inmediata realidad del presente. El genial positivismo de Inglaterra, le parecía a Rodó, ha perdido ese idealismo que era una fuente profunda de sensibilidad debajo de la dura superficie utilitaria del espíritu inglés, listo para brotar en límpida surgente cuando el arte de un Moisés la toca. Las aristocráticas instituciones británicas, aunque políticamente injustas y anticuadas, representaban un baluarte contra el vulgar mercantilismo que la república americana quitó pero sin reemplazarlo con otro. Por ello encontramos en los Estados Unidos una radical inaptitud para la selección, un desorden general de las facultades ideales, una total incapacidad de comprender la suprema importancia espiritual del ocio. Han alcanzado la satisfacción de su vanidad por la magnificencia material, pero no han adquirido la nota del buen gusto. Pronuncian con solemne y enfático acento la palabra «arte», pero no han sido capaces de concebir esa divina actividad, pues su febril sensacionismo excluye la noble serenidad que le pertenece. Ni el idealismo de la belleza, ni el idealismo de la verdad activa su pasión; y su lucha contra la ignorancia resulta en una general semi-cultura combinada con la languidez de la alta cultura149. La naturaleza no les ha regalado el genio de la propaganda mediante la belleza, ni de la vocación apostólica por la atracción del amor. La estatua de la Libertad de Bartholdi que se yergue sobre Nueva York no despierta el sentimiento de veneración religiosa que sentía el viajero antiguo al ver surgir en las diáfanas noches del Ática el brillo de la lanza dorada de Atenea en las alturas de la Acrópolis.

Hasta aquí el análisis puede inspirar en algunos lectores la impresión de que Rodó quizás atribuye un carácter demasiado rígido a la civilización norteamericana, y que no ha tomado en cuenta adecuadamente esos gérmenes de la reciente expansión que bien puede llevar el futuro desarrollo de Estados Unidos más cerca de los ideales que él celebraba. Por otra parte, debe admitirse que si Rodó hubiese vivido unos meses más, también habría visto la confirmación de este desarrollo en la rapidez y meticulosidad, excediendo aun a la de Inglaterra, con que Estados Unidos, al entrar en la guerra, intentó suprimir esa tolerancia por la libertad de pensamiento y de expresión que para él era tan preciosa, gritando con característica energía el grito de guerra de todos los soldados: «¡Silencio! ¡No pensar, sólo sentir y actuar!» con una fe patética en que la afectación de la uniformidad externa indica la cohesión interna -un método de «camuflaje autoinfligido», como lo denominó el profesor Dewey en una discusión del «servicio militar del pensamiento» que bien podría haber inspirado Rodó. De todos modos, Rodó reconocía que, más allá de lo que le parece criticable, la obra realizada por los Estados Unidos no está enteramente perdida en cuanto a los que él llamaba «intereses del alma»150. Se ha dicho que el mercantilismo de las repúblicas italianas pagó los gastos del Renacimiento, que las especias y el marfil de Lorenzo de Medici renovaron los banquetes de Platón. Hay en la civilización una transformación de fuerzas, según la cual lo material se convierte en lo espiritual, y siempre que ese proceso continúe, le parecía a Rodó que la república norteamericana evitaría el destino de Nínive y Sidón y Cartago. Ariel es para Rodó el producto final de ese proceso, representación del instinto de perfectibilidad, la ascensión de las formas organizadas de la naturaleza en la llamarada del espíritu151.

Como se habrá notado, tanto en su visión de la vida como en sus criterios sobre el progreso, Rodó toma una postura esencialmente democrática. No cabe en su filosofía la concepción anti-democrática de la vida a menudo asociada con la doctrina del Superhombre de Nietzsche. Descartó cortésmente la afirmación de Bourget de que el triunfo de la democracia significaría el fin de la civilización, y aunque admiraba profundamente a Renan, se negó a creer que una preocupación por los intereses ideales se opone al espíritu democrático. Tal creencia, sin duda, implicaría la condenación de la América latina tanto como la de la América anglosajona. Rodó acepta la democracia, pero sobre esa base insiste en la necesidad de la selección. Hasta en la naturaleza, afirma, desde las flores y los insectos y los pájaros y hacia arriba en la escala biológica, se puede notar una selección que favorece la superioridad y asegura el triunfo de la belleza. No es la destrucción de la democracia lo que se necesita para perfeccionar este proceso de selección natural. Rodó sostenía que es la obligación del estado hacer posible la revelación general de las superioridades humanas, dondequiera que existan. «La igualdad democrática es el más eficaz instrumento de selección espiritual»152. Solo la democracia puede conciliar la igualdad en el comienzo con una desigualdad al final, brindando todas las posibilidades a los mejores y más aptos para trabajar para el bien de toda la comunidad. Así considerada, la democracia se convierte en una lucha, no para reducir a todos al más bajo nivel, sino para elevar a todos al más alto grado de cultura posible. La democracia en este sentido mantiene dentro de sí un indispensable elemento de aristocracia, que pertenece al proceso de establecer la superioridad de los mejores con el consentimiento de todos; pero sobre esta base resulta esencial que las cualidades consideradas como superiores sean realmente las mejores y no meramente cualidades inmovilizadas en una clase o casta específica y protegidas por privilegios especiales. La única aristocracia posible dentro de un esquema democrático es una aristocracia de moral y cultura. La superioridad en el orden jerárquico debe ser la superioridad en la capacidad de amar. Esta verdad, declara Rodó, continuará arraigada en las creencias de los hombres «mientras exista la posibilidad de disponer dos trozos de madera en forma de cruz»153.

En Ariel Rodó nunca convoca directamente a Sudamérica. Al lector le da la impresión de que le gustaría reclamar para su continente el privilegio de ser el representante de Ariel. Pero se dio cuenta de que quedaba mucho para hacer antes de que ello fuese posible. El amor por su tierra nativa quedó plasmado en tres de sus últimos y más logrados ensayos, dedicados a tres de las más nobles figuras de Sudamérica en diferentes terrenos. En el primero trata del líder en la esfera de la acción: Bolívar, el «Napoleón de Sudamérica». En el segundo estudia con fineza la vida y el ambiente de Juan Montalvo, el más grande prosista del continente, con cuyo nombre ha quedado asociado el de Rodó. En el tercero demuestra su delicado juicio crítico al evaluar la obra de Rubén Darío, quien como señala Rodó fue no sólo el mayor poeta de Sudamérica sino también de la España contemporánea, un personaje cuya rica imaginación es de interés para el mundo entero. Es estos ensayos Rodó se revela como el crítico infaliblemente mesurado y lúcido, discriminador y comprensivo, dueño de un estilo que, con su peculiar impresión de gravedad y gracia combinadas, lo ha hecho, en la opinión de los mejores jueces españoles, el primer maestro contemporáneo de la lengua castellana.

Que Rodó sabía cuan lejos estaban todavía los mejores espíritus de Sudamérica de moldear completamente su tierra a sus ideales, lo podemos deducir de varios episodios en su obra. No podía todavía considerar a Sudamérica, en ese sentido parecida a su vecino del norte, como terreno fértil al arte. Así como le disgustaba el espíritu intolerante del materialismo utilitario de los Estados Unidos, se oponía también a la intolerancia del jacobinismo del sur. Esto queda claro en una admirable serie de cartas, titulada Liberalismo y jacobinismo, motivada por la acción de la Comisión de Caridad de hacer sacar todas las imágenes del Cristo crucificado de las paredes de los hospitales, suprimiéndolas no como objetos de culto (pues esto ya se había hecho), sino también como símbolos. Rodó critica esta acción, no sólo desde el punto de vista del cristianismo, que no es el suyo propio, sino desde el de un liberalismo comprensivo y tolerante, al que opone el espíritu del jacobinismo. Por «jacobinismo» entiende Rodó, en justo acuerdo con Taine, una actitud mental de absoluto dogmatismo, que, basada en el librepensamiento racionalista, lleva necesariamente a la intolerancia. El Homais de Flaubert es su encarnación inmortal. Rodó analiza esta actitud admirablemente y demuestra cómo, en toda su lógica meticulosidad, ha perdido contacto con las complejidades de la vida y le falta el sentido de la realidad humana. Para Rodó el verdadero librepensamiento, lejos de ser una fórmula rígida, es el resultado de una educación interior que pocos pueden adquirir. Considera que la conquista de la tolerancia, de la tolerancia espiritual, es el mayor logro del siglo pasado -una tolerancia activa y positiva, «la gran escuela de la amplitud para el pensamiento, de la delicadeza para la sensibilidad, de perfectibilidad para el carácter»154. Rodó percibía, aun antes de la guerra, que se venían tiempos tumultuosos para la libertad, pero vio también que aun cuando una sola alma se mantuviese firme, continuaría el Palladio de la libertad humana.

Rodó pertenecía a la tribu de Quinet y Renan, de Fouillée y, especialmente, de Guyau. Como esos finos espíritus, deseaba ser el mensajero de la dulzura y de la luz, del espíritu de Jesús combinado con el espíritu de Atenas, y para él la intolerancia del racionalismo constituía un veneno tan mortal para la civilización como la intolerancia del cristianismo. En su inalterable devoción a esta combinación de ideales, se puede decir que Rodó era europeo, y, más distintivamente, francés. Pero en su adaptación de esos ideales a las necesidades de su propia tierra, y en el fundarlos firmemente sobre una base democrática, Rodó es un representante de Sudamérica. Era su esperanza última que de la agonía de esta guerra surgieran nuevos ideales de vida, nuevas aspiraciones del arte, en los que América Latina, conmovida por el impacto sufrido en todo el mundo, afirmaría definitivamente su propia personalidad.

Rodó era uruguayo, pertenecía a una antigua y acomodada familia, y había nacido hace cuarenta y cinco años en Montevideo, donde pasó casi toda su vida. Al abandonar la universidad de su ciudad natal, donde años más tarde él mismo dio clases sobre literatura, sus actividades encontraron algún cauce en el periodismo; también se interesó por la política, ocupando en algún momento una banca de diputado en el parlamento uruguayo. El tono de sus primeros escritos es de duda, ansiedad, y escepticismo; parecía estar a la expectativa de alguna revelación o revolución externa. Pero gradualmente fue desarrollando una visión propia. Su revelación no vino por fin desde fuera, sino desde adentro. Llegó a alcanzar una rara serenidad y lucidez, y se mantuvo siempre indiferente al aplauso. En efecto, en el contexto de la extravagancia declamatoria e impulsiva que a menudo marca al sudamericano, a algunos les parecía que su actitud era el resultado de un temperamento casi demasiado calmo y razonable, y recordaron que ni en la juventud ni en la madurez se le supo enamorado. Pero el espíritu de Rodó era tan generoso y comprensivo como lo era penetrante y agudo. Cuando le tocó morir, en Sicilia, de repente y en soledad, camino por fin a la tierra francesa que consideraba su hogar intelectual, ejercía, se dice, una especie de tranquila monarquía espiritual sobre todo el continente sudamericano. Ya su alta y delgada figura no se verá más caminando con rapidez por las calles de su ciudad natal, en retrato de su amigo y compatriota Barbagelata, con un brazo balanceándose como un remo, y el alto rostro aquilino que hacía pensar en un cóndor de los Andes155.