Argumento de la XXV Cena
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CELESTINA se va de
casa y dize a ELICIA que
vaya a ver a su prima AREÚSA, y ella va, y
después que han hablado conciertan de saber si es verdad que
CENTURIO mató a
Calisto, para dexalle por el despensero GRAJALES; y vienen SOSIA y TRISTÁN, criados de Calisto; y
sabido el caso, con cautela los despiden. Y
introdúzense:
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CELESTINA,
ELICIA, AREÚSA, SOSIA, TRISTÁN.
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CELESTINA.- Hija Elicia, yo voy entender en
cierto negocio, tú te cubre tu manto y ve a visitar a tu
prima Areúsa, que es razón.
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ELICIA.- Por vida mía, tía
señora, que de la boca me lo quitaste; y yo voy, y queda con
Dios, y dexa la llave a las vezinas porque si por ventura viniere
yo primero que tú. Ta ta ta.
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AREÚSA.- ¿Quién está
aý?
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ELICIA.- Abre prima, que yo soy.
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AREÚSA.- Y los buenos años vengan
contigo, que de cosa más no pudiere holgar. ¡Ay, prima
mía, abraçarte quiero; bendígate Dios,
qué frezca y qué hermosa vienes!
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ELICIA.- ¡A la nora negra!,
¿estás burlando? ¡Si no estuvieses tú
más hermosa!, que, en mi alma, no es sino locura mirar tu
gesto según la frescura tienes en él.
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AREÚSA.- ¡Ay prima, y que gorgera,
y cómo te está a los pechos! ¡Rabia, y
qué manto tan bien guarnecido traes! Toda vienes a punto.
¿Hate dado Crito esse manto?
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ELICIA.- ¿Está acá
alguien?
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AREÚSA.- No, por tu vida, que aun agora
se fue de aquí el despensero del arcediano que te dixe este
otro día, que lo que me da no lo puedes creer.
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ELICIA.- ¿Y Centurio siente algo?
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AREÚSA.- ¡Ay, prima, no!; que, por
tu vida, tamañita he estado con miedo que no viniesse y no
lo hallasse acá; ya teníamos acordado, si veniesse,
de dezir que para que hiziesse ciertas camisas a su amo
havía venido aquí. Mas tornando a nuestra
razón, ¿dónde hoviste el manto?
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ELICIA.- Pardiós, prima, a mi tía
lo dio aquel cavallero que llaman Felides.
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AREÚSA.- ¿Tenemos ya otro
Calisto?
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ELICIA.- Y aun, según entra bravo, pienso
que no sacará mi tía desta cura menos provecho, y a
menos costa, porque lleva ya otro camino y aviso de no meter
criados en el trato, para no lo perder junto con el caudal, como
nos acaeció en los negros amores de Calisto y Melibea, que
bien negros fueron ellos para mí; que assí yo goze,
que la amistad que tomé con aquel malogrado de Sempronio no
lo puedes creer, que no tengo vez conversación con hombre
que no me caya una tristeza en acordarme de aquel malogrado, que no
parece sino quel alma de las carnes se me quiere arrancar.
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AREÚSA.- ¡Ay, prima, no llores! Que
assí goze yo, que assí me acaece a mí con
Pármeno, que era el malogrado para comigo como un
ángel. Que entrase él en esta casa, y si por ventura
otro hallase comigo, todo lo que le dezía assí lo
crehía como evangelio; que, por Dios, delante los ojos que
le hiziera mil mañas y embustes, y le hiziera entender del
cielo cebolla. En Dios y en mi ánima, prima, que por
olvidalle tomo pendencias nuevas, por ver si podré hallar
alguno que me quite su desseo; y por Dios, harto hombre de bien es
este despensero del arcediano, que maldita sea yo de Dios si cosa
le pido que no me lo da.
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ELICIA.- ¡Ay, prima, depárame otro
tal!, que aquel desaventurado de Crito ni de provecho ni de
passatiempo, no me entra de la boca adentro; que así goze
yo, que a cabo de un mes que me vee no ha entrado quando es salido,
y a medio rostro me habla. Mas mal año para él que yo
tal sufra.
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AREÚSA.- Toma tú, prima, otro, con
que pierdas essas ansias.
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ELICIA.- Por Dios, prima, de puro consejo, para
contigo, he tomado pendencia con un paje del Infante, que no es
sino como un serafín y, en verdad, harto contentamiento
tengo yo dél; mas, mi fe, no alcança moneda, que
aunque dé tres saltos no se le caerá una blanca.
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AREÚSA.- Ay, prima, ¿y
quién es esse paje?, ¿y más si es
Albacín, un mancebo rubio y alto, desbarbado?
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ELICIA.- Por tu vida, no es otro.
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AREÚSA.- ¡Rabia, prima, y
qué mochacho gozas!, envidia te tengo.
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ELICIA.- Sí, prima, mas él tiene
poco y yo menos, y no nos podremos mucho tiempo sostener.
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AREÚSA.- Pela tú a Crito para
tender penca con essotro.
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ELICIA.- ¡Pelaré al diablo! por
Dios, más es sacalle un maravedí, que si saliesse por
alquitara, tan coadolado.
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AREÚSA.- Ay, prima, dexando una
razón por otra, por mi vida, que me paresce que tienes essos
pechos algo hinchados, y aun la barriga no está muy floxa; y
mal pecado, mas ¿si estás preñada desse
mancebo?
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ELICIA.- En ora negra, prima, dizes esso, que,
en mi ánima, no me ha faltado vez la camisa, mira
cómo puede ser. Mas, por mi vida, que me lo pareces
tú a mí más.
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AREÚSA.- Pues, por tu vida, dexando las
burlas, que pienso que dizes verdad, porque assí goze yo,
que ocho días ha que no se me detiene cosa en el
estómago, y más ha de cinco que me falta.
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ELICIA.- No sea, mal pecado, con los nuevos
amores del despensero del arcediano. Mas el bien es que cae en buen
lugar para criar el hijo y regalar la madre; ¿y
también puede ser que tenga, mal pecado, Centurio parte en
el hijo?
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AREÚSA.- En mi ánima, que mal
puedo yo saber de quál dellos sea.
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ELICIA.- Quando tú no lo sabes, menos lo
podrían ellos averiguar; mas, en fin, del más rico ha
de ser el nombre, y el hecho averígüelo Dios.
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AREÚSA.- Yo, prima, más creo que
se del despensero que del otro desuellacaras, gesto del diablo, que
sólo por lo que hizo por mí lo sufro, que ya lo
habría dado al diablo.
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ELICIA.- Pues si algo hizo, bien lo sabe
çaherir.
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AREÚSA.- Ora, ¿viste qué de
vezes lo trae a la memoria? Y mala muerte me tome si pienso que
hizo nada, sino que Calisto cayó, que éste es un
panfarrón. Y en mi ánima, si puedo ver aquí al
babusán de rascamules de Sosia, que cada día passa
por aquí echando el ojo al tocino, que le tengo de traer la
mano sobre el cerro como la otra vez, para hazelle dezir lo suyo y
lo ageno, para que no bivamos engañadas con este
panfarrón baledrón de Centurio.
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ELICIA.- Y más ¿si es aquél
que viene por allí?
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AREÚSA.- No es otro, por mi vida; y el
quel viene con él, veamos, ¿conósceslo
tú?
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ELICIA.- Sí conozco, que con el malogrado
de Sempronio venía muchas vezes; un paje es de Calisto que
llaman Tristán, bien avisado para tan niño.
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AREÚSA.- Pues yo lo llamaré, y
tú tenme en palabras al paje en quanto lo confiesso.
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SOSIA.- ¡O, señora!, bésote
las manos.
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AREÚSA.- ¡O, mi Sosia, sube
acá!, que ya con estos lutos nos tienes, mal pecado,
olvidadas.
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SOSIA.- Primero me olvidará a mí
el mundo que yo, señora, te olvide. Tristán, hermano,
¿quieres que subamos un poco, para ver qué mandan
estas señoras?
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TRISTÁN.- Subamos si tú
quieres.
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SOSIA.- ¿Parécete, hermano, si es
señal ésta de lo que yo te dezía la noche que
murió nuestro amo, que haya gloria? Tú
desembuélvete con la otra, su prima, y no digan por ti que
el moço vergonçoso que el diablo le traxo a palacio;
¿ya me tienes entendido?
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TRISTÁN.- No sé qué pueda
entender, entendiendo en lo poco que éstas pueden contigo y
comigo medrar, lo qual no pienso que dexan ellas mejor de entender,
para no querer entender en lo que tú entiendes.
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SOSIA.- Guárdete Dios, hermano, de querer
bien una muger, que no hay interés a que mire.
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TRISTÁN.- Eso por tu gentileza deves de
sacallo, que como eres un Narciso no me maravillo. Ora sus,
subamos, que no es tiempo de tanta tardança, que
éstas son matreras y sospecharán alguna ruindad.
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AREÚSA.- ¿No subes, amor?
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SOSIA.- Señora, ya subimos.
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AREÚSA.- ¿Quién es este
gentil hombre que viene contigo? De una casa devés de ser,
que la conformidad del vestido y vuestra tristeza lo dize.
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SOSIA.- Señora, assí es como
dizes, que criado de Calisto, mi señor que haya gloria,
es.
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AREÚSA.- Sí havrá, que tal
fama dexó él de su virtud en esta vida. ¿Y
cómo es su gracia?
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TRISTÁN.- Señora, Tristán,
a tu servicio.
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AREÚSA.- Ay, señor Tristán,
quánto huelgo de conoscerte, por las nuevas que de ti tengo,
de lo que aquel malogrado de Pármeno me dezía de tu
virtud y el amistad que con él tenías; que, por
cierto, assí todos los de aquella casa tengo yo puestos en
las entrañas, y a ti más, porque quien quiere bien a
Beltrán, ya me entiendes. Y viéndote, y
acordándome de la amistad que con aquel malogrado tuviste,
no puedo dexar de llorar, y más acordándome de un
ángel morir muerte tan desastrada, que aun el desventurado
no tuvo lugar de se confessar; plega a Dios de haver piedad de su
alma, que en harto tiempo de peligro, según se edad, fue el
desdichado.
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TRISTÁN.- Señora, no llores lo que
no se puede cobrar, que todos perdimos harto, mal pecado, y
quedamos huérfanos de señor y de padre, que no menos
perdimos en Calisto.
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AREÚSA.- ¿Y a dónde
quedastes?
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TRISTÁN.- Señora, hasta agora
aý hemos estado, de aquí adelante buscaremos
dónde servir de nuevo.
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AREÚSA.- Plega a Dios, señor
Tristán, de te lo deparar como tú lo mereces, y si en
tanto de esta casa te cumple algo, por cierto, que no menos que el
malogrado de Pármeno lo hallarás.
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ELICIA.- Prima, déxame gozar de
Tristán, que aun yo no le devo menos por el desdichado de
Sempronio; y señor Tristán, suplícote que te
vengas para mí, que te quiero conoscer y hablar.
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TRISTÁN.- Señora Areúsa, yo
te tengo en merced tu ofrescimiento, y quedo obligado a lo servir;
y quiero ver qué me quiere esta señora.
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AREÚSA.- Llégate acá, amigo
Sosia, a esta ventana, que también yo tengo que hablar
contigo.
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SOSIA.- ¿Qué es lo que me mandas,
señora?
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AREÚSA.- Sosia, amigo,
¿cómo te has tanto olvidado de me visitar? Pues, por
cierto, que aunque lexos de mí, que no lo has estado del
coraçón.
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SOSIA.- Señora, no estás
engañada.
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AREÚSA.- No sé si lo estoy, mas
mucho te has olvidado. ¿Qué ha sido la causa?
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SOSIA.- Señora, con la muerte de Calisto,
y procurando sacar mi soldada no me he vagado a rascar los
oýdos; que Dios sabe que después que te vi no te has
apartado de mi memoria.
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AREÚSA.- Harto, por cierto, es suficiente
la escusa. Mas en verdad, que yo he sentido tu pena y la muerte de
aquel cavallero en el ánima. Mas di, mi amor, Sosia,
¿hallástete tú con él al tiempo de su
muerte?
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SOSIA.- Señora, halléme, que
pluguiera a Dios que no me tuviera hallado, según la
lástima que de tan gran desastre nos vino.
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AREÚSA.- ¿Cómo, mi
amor?
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SOSIA.- ¿Qué quieres tú
más, señora, sino que con estas manos pecadoras
alçó Sosia los sesos del malogrado de Calisto de
entre unos cantos?
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AREÚSA.- Ora, por tu vida, que me cuentes
cómo passó, que nunca me lo han sabido dezir, y no
hay cosa que más dessee que saber la verdad de cómo
passó.
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SOSIA.- Señora, para el mundo que nos
sostiene y le sostiene, que yo te diga la verdad.
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AREÚSA.- Dentro lo tenga ya.
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SOSIA.- ¿Qué dizes,
señora?
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AREÚSA.- Que ya que estás dentro
en mi casa, que pardiós, que de aquí no
saldrás hasta que me lo cuentes.
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SOSIA.- Señora mía, el caso es que
Tristán, que presente está, y yo, con nuestras armas
fuimos con Calisto, y estando con Melibea dentro de su huerta, que
ya bien se puede dezir, que más público es que me
llaman a mi Sosia, ciertos rufianes diéronnos un ropiquete
de broquel a Tristán y a mí y huyéronnos; y
oyendo el ruydo nuestro amo, como era un Hétor, por salir
apriessa, pensando que teníamos peligro, cayó el
desventurado de cabeça y no dixo más aquí
estoy.
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AREÚSA.- Ora, mira cómo se
levantan ellas, que nos havían dicho que lo havían
muerto ciertos hombres que os acometieron.
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SOSIA.- ¿Que nos acometieron y lo
mataron?
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AREÚSA.- Sí, por tu vida.
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SOSIA.- ¡O, Santo Dios, qué
mentirosos! Ora cree que no hay verdad en el mundo. Por tu vida,
señora, que es la cosa que más quiero, no
llegó más hombre a Calisto, ni a mí y a
Tristán, que tú llegas ahora. Mira, señora,
¿tú llegas a Calisto agora?
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AREÚSA.- No, por cierto.
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SOSIA.- Pues assí llegaron a Calisto y a
nosotros. Y aun, por tu vida, que conoscí mejor que a
mí los que dieron el repiquete del broquel, aunque hasta
agora a mí nunca por la boca me ha salido ni me
saldrá, porque no se gana nada en ello y podríanles
demandar la muerte de Calisto.
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AREÚSA.- ¿Que los conosciste, por
mi vida?
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SOSIA.- Y aun por la mía, como conosco
agora a Areúsa.
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AREÚSA.- Pues tú no me conoces
bien.
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SOSIA.- ¿Que dizes, señora, que no
los conocí?
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AREÚSA.- Digo que fue maravilla
conocellos.
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SOSIA.- Según ellos tomavan las
viñas, dizes verdad.
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AREÚSA.- ¿Que huyeron, dizes?
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SOSIA.- ¿Cómo si huyeron?, como
que los vi yo huyr.
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AREÚSA.- Por mi vida, mi amor, que para
ver si es verdad que eran los que a mí me dixieron, que me
digas quién eran. Y haze cuenta que lo echas en un pozo, que
no me saldrá por la boca.
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SOSIA.- Di tú, señora,
quién te dixeron que eran y yo te lo diré a ti, y no
para que otro lo sepa, si es verdad o no.
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AREÚSA.- Pues mira que te lo digo en
secreto, porque, noramaças, mira el peligro que en ello
puede haber.
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SOSIA.- Di, señora, que al cabo
estó.
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AREÚSA.- Pues ¿tú conoces a
Centurio?
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SOSIA.- ¿Qué Centurio?, ¿el
rufianazo de los dos reveses por las quixadas?
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AREÚSA.- Esse mismo.
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SOSIA.- ¿Pues qué?,
¿dixéronte que se halló en ello?
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AREÚSA.- Pues no lo ha de saber
nadie.
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SOSIA.- ¡O, señora!, ¿ya no
te dixe que perdiesses cuydado?
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AREÚSA.- Pues, por tu vida, que me
dixeron que él havía muerto a Calisto.
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SOSIA.- ¡En el nombre del Padre y del Hijo
y del Spíritu Santo, con tal mentira! Yo te juro al cuerpo
sancho de Sant Vicente de Ávila no se halló
más allí Centurio que tú te hallaste. ¡Y
aun persona era Calisto para morir a manos de Centurio!
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AREÚSA.- ¿Qué no se
halló allí?
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SOSIA.- Como que no se halló. Tú,
señora, ¿quieres saber la verdad?
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AREÚSA.- No querría otra cosa,
para desmentir a quien me lo dixo.
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SOSIA.- Pues, por vida tuya, señora, para
que veas la mentira, que eran los del repiquete Traso el Coxo y
Tripa en Braço y Montón de Oro, y que los
conoscí todos tres como te conozco a ti.
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AREÚSA.- ¿Que no eran más
dessos tres?
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SOSIA.- Tres eran y no más, para las tres
oras de Dios. ¿Santiguaste, señora?, pues yo te digo
la verdad, y no se hallará otra cosa;
¿quiéreslo ver más claro?, pues oye;
señor Tristán, por vida de tu padre, y assí
Dios te dé lo que tú deseas, aquí entre
nosotros, ¿quiénes eran los del repiquete, quando
Calisto cayó por decendir?
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TRISTÁN.- ¿Para qué es
agora esse cuento, Sosia?
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SOSIA.- Por mi vida y dessa señora que
está contigo, que lo digas.
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TRISTÁN.- Jura es éssa que no
quebraré yo. Por Dios, señoras, Traso el Coxo, y
Montón de Oro y Tripa en Braço, y yo he rogado a
Sosia que dixesse que no los havíamos conoscido, porque
ellos no pensaron que hazían lo que sucedió, y
pudieran peligrar.
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SOSIA.- Mira, por tu vida, ¡diz que
Centurio havía muerto a Calisto! Yo, señora, te digo
la verdad, y no hallarás otra cosa de aquí a mil
años.
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AREÚSA.- Ora, yo te lo agradezco, mi
amor; y otro día que vengas solo ven acá, que quiero
hablar contigo; ¿ya me entiendes?
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SOSIA.- Señora, bésote las manos,
que sí entiendo.
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AREÚSA.- Y desvíate allá y
siéntate, porque si alguien viniere no tome sospecha, no
avisemos a quien duerme, en quanto mi prima acaba de hablar con
Tristán.
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SOSIA.- Assí lo haré, y en todo me
paresces sabia.
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TRISTÁN.- Señora Elicia, ya que
tengo conoscida tu persona, suplícote que te sirvas de
mí, que por cierto, que no voy con tanta libertad quanta
truxe quando aquí vine; y pues me heziste el bien de te
conocer, no me hagas el mal de no conoscer el desseo que de
servirte tengo, que de mí y de quanto tengo puedes disponer
a tu voluntad.
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ELICIA.- Señor Tristán, yo soy la
que he ganado en conoscerte, y allá en mi casa te quiero
responder a esso, y tenme por tu servidora. Y pues mi prima ha ya
acabado, quédese lo demás de nuestras hablas para
quando digo.
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TRISTÁN.- Señora, sea assí,
que yo no me olvidaré de recebir essa merced. Sosia,
hermano, hora es de nos yr.
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SOSIA.- Quando, Tristán, mandares.
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TRISTÁN.- Aquí no hay más,
sino que yo, señoras, quedo con la obligación que el
conoscimiento que tuve con Sempronio y Pármeno me obliga, y
como a uno dellos me pueden mandar.
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AREÚSA.- Assí, señor
Tristán, puedes tú disponer desta casa; y Dios vaya
contigo.
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TRISTÁN.- Y con vosotras, señoras,
quede.
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AREÚSA.- Hermana, por tu vida, que precio
más haver cogido hoy acá aquel pelón que a una
saya de grana, para salir de aquel rufianazo, vellaco,
panfarrón, que tan gran mentira nos dixo, y cada día
nos çahería la muerte de Calisto. ¡Vaya para
vellaco, que no me entrará más de los dientes adentro
en su casa!
|
ELICIA.- ¡O, prima, quán avisado
mochacho es aquel Tristán! Y burla burlando, por mi vida,
que me requerió de amores, y aunque yo le vi tan
desembuelto, que si solos estuviéramos, que pienso que
pudieran dezir por él que dezir y hazer es para buenos.
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AREÚSA.- Y, pues, ¿en qué
paró la plática?, que poca carne y mucha pluma me
paresce que puedes allí hallar, poco dinero y buena parola,
digo.
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ELICIA.- Ya te tengo entendida, y dessa parte no
lo tengo en lo que huello con mi chapín; y antes
disimulé con él, echándole todos sus
ofrecimientos a la amistad de Sempronio.
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AREÚSA.- Pues este otro jesto de
cucharón, rascamulas, bien dentro en la gorronera queda,
para que viniese acá estando sola, para dalle con la puerta
en los ojos. Y con esto, pues es tarde, vete, y passaremos hasta
otro día tan bueno como éste.
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ELICIA.- Assí plega a Dios, y Él
quede contigo.
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AREÚSA.- Y contigo, prima, vaya.
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Argumento de la XXVI Cena
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POLANDRIA dize a
PONCIA que se vayan al
jardín, y PONCIA
allále aconseja sobre su honestidad lo que deve de hazer, y
cómo se deve mostrar çahareña si CELESTINA viniere y procurar casarse
con FELIDES; y en esto
llega QUINCIA a dezir que
viene CELESTINA, y,
entrada, después de algunas burlas habla a POLANDRIA, y ella la deshonrra; y
llega PONCIA y ataja la
renzilla, y después de atajada conciertan que trate de
casamiento, y vase. Y introdúzense:
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POLANDRIA,
PONCIA, QUINCIA, CELESTINA.
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POLANDRIA.- Poncia, en tanto que mi
señora está en missa, acá, vamos al
jardín., Y mira tú, Quincia, si alguna persona
viniere vénoslo a dezir.
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PONCIA.- Señora, después que me
descobriste tu coraçón he mucho pensado en tu
remedio, y como ya he oýdo muchas vezes que este mal no
sufre consejo, temo tu enfermedad, y no querría que la pena
de aquel cavalliero junto con el amor que le tienes diessen lugar,
con el tiempo, a publicar alguna cosa con que tu fama y honrra
padeciesse sin culpa, por donde la gloria de tu fortaleza en lo
secreto no sirviesse más de para contigo. Y para esto he
pensado que sería bien, si alguna cosa de su parte te
dixessen, pedille que se case contigo secretamente, porque
público pienso que tu madre no querrá, porque aunque
él es tan rico y de muy buen linaje, ya sabes que tu
mayorazgo que no puedes heredallo casándote fuera de tu
linaje. Mas yo por mejor tendría la pérdida de la
hazienda que la de la honrra, tanto quanto va de lo que se cobra en
casarte con él, pues su riqueza suplirá la falta de
la tuya, a lo que se pierde sin se poder jamás cobrar, que
es tu fama, por sólo las aparencias públicas
condenando la virtud secreta; pues sabes que la yglesia no juzga de
lo secreto, y en todo tiempo se deve temer que lo perdido, en
ningún tiempo se puede cobrar.
|
POLANDRIA.- Poncia, amiga fiel, tú me
aconsejas como sabia, quanto más que no puedo yo aventurar
ningún estado que no se compre en él barato el
contentamiento que de la persona de Felides tengo; pues sabes que
más vale un poco de pan con gozo que la casa llena de
riquezas con descontentamiento. Créeme que no hay estado
mayor que el del contentamiento, pues todos le buscaron para este
fin, y si yo con otro me casasse, todos los días de mi vida
me faltaría. Yo estoy en lo que dizes, y así lo
entiendo hazer y con todo secreto, porque si mis parientes lo
supiessen ponerme han donde no pudiesse tener libertad.
|
QUINCIA.- Señora, allí está
la madre Celestina, que quiere hablarte y verte.
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POLANDRIA.- Dile que suba. Mucho huelgo, Poncia,
de la venida desta vieja, para lo que me tienes dicho.
|
PONCIA.- Pues, señora, ten con ella
primero toda dissimulación en tu bondad, y háblale
como muger salteada della, para que te tengan en más, pues
sabes que ninguna virtud se conosce sino esperimentada con su
contrario.
|
POLANDRIA.- Bien dizes; y callemos, que ya
viene.
|
CELESTINA.- Nunca Dios hizo a ninguno excellente
en ninguna cosa, que no le diesse fortuna en lo necessario para
ponelle en la cumbre de la gracia que le quiso dar, como agora me
apareja a mí este tiempo de no hallar la madre desta
donzella en casa.
|
POLANDRIA.- Madre, ¿qué vienes
contigo hablando?
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CELESTINA.- Dios, señora, te guarde, y a
la señora Poncia, que por tu vida, que venía tan
embevida en acabar ciertas devociones que no os havía visto;
y huelgo, hija, de te hallar en tal lugar, por tomar parte de tu
passatiempo.
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POLANDRIA.- Madre, Dios te dé lo que
desseas. ¿A qué ha sido tu venida tan de
mañana?
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CELESTINA.- Hija señora, yo venía
a ver cómo se havía hallado la señora Paltrana
con mi esperiencia, para si no havía aprovechado hazerle
otra cosa; mas, Dios loado, mejor es assí, que me dizen que
no está acá, que es yda a missa. Y parecióme
que hallándome acá era descortesía irme sin te
hablar, y dixe a la donzella que te lo dixesse.
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PONCIA.- Assí bivas tú, vieja
malvada, si no te truxera más acá otro mal que el de
mi señora.
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CELESTINA.- ¿Qué dize la donzella
graciosa?, que en mi alma, que no es sino gloria oýrte
quanto dizes por essa boca hecha de perlas.
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PONCIA.- Ya me quiere enlabiar. Digo, madre, que
luego se le quitó el mal a mi señora.
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CELESTINA.- ¡Ay, traydora, ojos de
arrebatacoraçón!, no dezías tú esso, en
mi alma.
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PONCIA.- Madre, no de balde dizen que quien ha
las hechas, ha las sospechas.
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CELESTINA.- Mi hija, por tu boca te condenas,
que de havellas murmuravas de lo que dezía.
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PONCIA.- Madre, mi edad salva esso, que es tan
poca que no he tenido tiempo para tener hechas ni sospechas.
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CELESTINA.- Hija, para las hechas no hay mejor
edad que la tuya, ni para las sospechas que la mía, porque,
mal pecado, ya aunque yo las quisiesse tener, las hechas, no hay
quien las tenga comigo. Aunque por cierto, hijas, que otros duelos
me ponen más cuydado, que con la vejez todo carga y todo,
como casa vieja, se sostiene con riostras, con trabajos quiero
dezir, que con la mocedad todo se passa. Assí que, hija,
dexando una razón y tomando otra, todo esto he dixo por
atravessar burlas contigo, por te ver dezir gracias, que, en mi
alma, todas quantas palabras dizes lo son.
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PONCIA.- Alaçé, madre, no me
vistas de lisonjas, que si gracia tuviesse alcançalla
hía con alguno, que maldito aquél que me dize
«qué tienes aý».
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CELESTINA.- ¡Ay, traydora! porque no los
tendrás tú en lo que huellas con el chapín,
que por mi santiguada, que sé yo alguno que está
muerto por tus amores.
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PONCIA.- ¡Ay, madre, dime quién,
por tu vida!, para que si es muerto, pues no puedo remedialle el
cuerpo, procure salvalle el alma.
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CELESTINA.- ¿Burlas? Pues por vida desa
cara de oro que no burlo yo, sino que es verdad que está uno
muerto por tus amores.
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PONCIA.- ¡Ay, madre, dímelo ya, por
tu vida, que me toman ansias por lo saber!
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CELESTINA.- ¿Quieres que te lo diga?
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PONCIA.- ¡Ay, Dios, que no quiero otra
cosa!
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CELESTINA.- ¿Dasme licencia?
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PONCIA.- ¡Di ya, ahora, madre, que me
congoxo!
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CELESTINA.- Hija, pues el enamorado
questá muerto por ti, sabe que es Jesuchristo, que de amores
de redimirte murió por ti. ¡Mira si tienes
razón de morir de amores de tal enamorado!
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PONCIA.- Toma, toma, ¿y ésse es el
enamorado? Pensé, en buena fe, que era otro.
|
CELESTINA.- ¿Y quién havía
de ser, bova, diziéndotelo yo?
|
PONCIA.- Hi, hi, hi; por mi vida, que
pensé que dezías por Sigeril, paje de Felides.
|
CELESTINA.- He, he, he; por tu vida, hija, que
no lo conozco.
|
PONCIA.- Sea por la tuya, madre, que
perderás menos, como quien ha ya bevido lo más.
|
CELESTINA.- ¡Ay hija, ay hija!
¿Qué seguro tienes tomado de Dios para bivir
más que yo?
|
PONCIA.- ¿Y tú, madre, de la
razón de tu edad, para no morir más presto? No me
metas palabras en medio, que por tu vida, que te paraste colorada
quando te lo nombré.
|
CELESTINA.- Hija, será de celos, que es
mi enamorado. Mejor me ayude Dios, señora Polandria, que yo
sé por quién lo dize. Ora, hija Poncia, dexemos las
burlas, que yo te conozco que no tienes otro enamorado más
del que yo te dixe; y tomando las veras, señora Polandria,
ciertas cosas se me han rebelado, más de las que este otro
día te dixe, que cumple mucho sabellas.
|
PONCIA.- Según esso, yo me quiero
apartar.
|
CELESTINA.- No te vayas, hija, que no es cosa
que no puedes oýr.
|
PONCIA.- Déxame, madre, que como sean
cosas de veras no me sufre el coraçón a tanto
sosiego, que con estas higueras quiero passar un poco tiempo
requebrándome con los higos; que, en fin, si no bevo en la
taberna, huélgome en ella, quiero dezir que porque tienen el
nombre de hombres me parecen mejor, y me huelgo más de
conversar con ellos que con las granadas.
|
CELESTINA.- He, he, he; en forma estoy namorada
desta perla de donzella. Y señora, tornando a nuestra
plática, yo sé que aquel cavallero anda tan perdido
por ti, que tengo temor y estoy tan atónita que se ha de
descobrir a alguna persona, y como la fama de las mugeres, hija,
mal pecado, más en el dicho que en el hecho consista, no
querría que sin culpa tu fama padeciesse.
|
POLANDRIA.- ¿Pues a qué
propósito es esso que me dizes?
|
CELESTINA.- ¿A qué
propósito, mi amor, dizes? A propósito que no
sería malo avisalle dello y hablalle.
|
POLANDRIA.- Ya, Celestina, no me digas
más, ya se te ha gastado el cevo, que descubres el sedal con
el anzuelo.
|
CELESTINA.- Hija señora, mejor viva yo
que entiendo lo que dizes.
|
POLANDRIA.- Pues yo bien entendida te tengo a
ti, que quien malas mañas ha, tarde o nunca las
perderá. Allá, allá a otras baxas donzellas de
linaje y de saber, buena muger, ve tú con esas palabras
disfraçadas en lisonjas y yproquesía, que no a
mí; que te las entiendo.
|
CELESTINA.- Malo va esto como el diablo.
|
POLANDRIA.- ¿Qué dizes entre
dientes?
|
CELESTINA.- Señora, ¿qué
tengo de dezir, viéndote tan sospechosa de mi innocencia y
diziendo que entiendes mis palabras, siendo tan senzillas que
maldito el entendimiento que tienen, fuera de lo que suenan?
|
POLANDRIA.- Assí me parecen a mí y
assí las entiendo, y entiéndolas tan bien que, si no
fuesse por publicar tu osadía y el atrevimiento del que te
embía, yo te haría que cessasses ya de ofender a
Dios.
|
CELESTINA.- Señora, no me deshonrres mis
canas y dañes mi crédito, que a mí no me
embía nadie a dezir lo que digo, sino mi conciencia y el
desseo de tu servicio; otro pago y honrra pensava yo, cierto, sacar
de tus manos. Mas andar, que nunca vi menos de gran servicio sino
pagarse con desagradecimiento grande; a Dios gracias que tengo
compañeros, a Régulo muerto en Cartago, y a
Cipión en Lucerna, a Demóstenes en Manesia, por
desagradecimientos de sus servicios. Y por cierto, señora,
tú me pagas bien con deshonrra lo que yo por tu honrra
trabajo.
|
POLANDRIA.- A otro perro con esse huesso,
Celestina.
|
CELESTINA.- ¿Qué huesso,
señora? Suplícote me digas qué huessos, que yo
no lo entiendo, por tu vida y mía.
|
POLANDRIA.- ¿Tú piensas que no te
tengo entendida, que por ver si estava hondo el vado has entrado
tentando con el bordón?
|
CELESTINA.- Declárate, señora, que
me suspendes con tus sospechas.
|
POLANDRIA.- Tú lo entiendes mejor que yo
lo sé dezir, y digo que ya tienes quitada la paja y se ha
descobierto la red. No me vengas más con estos consejos, que
no los he menester, si no, a mi señora haré testigo
de tus romerías; ¿parécente buenas estaciones
éstas en que andas?
|
CELESTINA.- ¿Que lo dirás a mi
señora? Desso huelgo yo. Anda acá, señora, que
a osadas, que ella que es vieja y sabia, que mire mis razones de
otra manera. Anda acá, andacá, señora, delante
de su merced, pues me atajas antes de tiempo. ¡O, y
cómo huelgo de haver entendido tu sospecha!
|
POLANDRIA.- ¿Qué te tengo de
oýr hasta el cabo?, pues por el hilo se saca el ovillo de lo
que quieres tramar.
|
CELESTINA.- No creas tú, señora,
antes de tiempo, que mi urdidura no tiene malos liñuelos;
suplícote que me oyas hasta el cabo.
|
POLANDRIA.- ¿Qué te tengo de
oýr, pues tú me dizes al principio que será
bien de mi parte avisar aquel loco que te embía con tales
mensajes?
|
CELESTINA.- No digas, señora, que me
embía, que si otra mi ygual fuera ya lo huviera respondido.
No me deshonrras, si no, daré bozes como una loca y a todo
el mundo haré testigo de mi inocencia; y para los Santos de
Dios, que mis canas eche defuera pidiendo a Dios vengança de
tus palabras, rasgando con mis uñas mi rostro. Señora
Polandria, no soy muger de nada dessas tramas, limpiamente bivo,
honestamente trato, de castidad me precio, no me embiaron del otro
mundo a tales liviandades. ¿Qué cosa es dezir que
vengo de parte de ninguno? No me hagas perder el seso, no me
enloquezcas, señora, que daré bozes como una loca,
¿qué cosa es dezirme a mí que vengo de parte
de nadie, veniendo por solo servicio de Dios y tuyo?
|
POLANDRIA.- Passo, passo, Celestina, no hagas
essas algaradas.
|
CELESTINA.- ¿Qué passo, passo?,
que no quiero sino que lo oya Dios y todo el mundo, y sepa mi
limpieza y el galardón que saco de tu servicio.
|
PONCIA.- ¿Qué es esto, madre?,
¿qué alteración es ésta?
|
CELESTINA.- Déxame, hija.
¡Desventurada yo!, que estoy para perder el seso, que me ha
deshonrrado la señora Polandria sin oýrme, por
sólo sospechas; que assí parezca yo ante Dios como
con la limpieza y inocencia que yo le hablava.
|
PONCIA.- Limpia tus lágrimas y habla
passo, no des cuenta a todo el mundo de lo que no hay para
qué la dar.
|
CELESTINA.- Ora, hija, a ti te quiero hazer
juez, para que veas si tengo razón. Yo, mi amor,
avisé este otro día a la señora Polandria de
cómo hallava, por mis artes, ciertas liviandades de mancebos
de un cavallero que llaman Felides, y que le suplicava que se
guardasse dél como del diablo. ¿Passa assí,
señora?
|
POLANDRIA.- Assí passa, ve adelante.
|
CELESTINA.- Assí que hoy tornéle a
dezir que hallava que le crecía tanto la pena que
temía que se descobriesse a alguien y fuesse causa de su
disfamia, pues la fama de las mugeres más en la
estimación de ser buenas que en el hecho consistía.
¿Es assí?
|
POLANDRIA.- Passa adelante.
|
CELESTINA.- Y que por tanto, que me
parescía que era bien hablalle; y aquí
atajóme, deziéndome mil denuestos, los quales, por
esta alma pecadora, nunca nadie, sino ella, me dixo.
|
POLANDRIA.- ¿Parécete si tuve
razón, Poncia?
|
CELESTINA.- Sí tuviste, si yo no te
dixera que me oyeras hasta el cabo, lo qual tú no quisiste
hazer.
|
PONCIA.- En esso no tuviste, señora,
razón, porque las palabras muchas vezes se comiençan
con varios propósitos de los que quieren concluyr, y para
culpa tuya y justificación de la madre es bien que la oyamos
hasta el cabo.
|
POLANDRIA.- Ora diga, y yo le pido perdón
si me enojé antes de tiempo.
|
CELESTINA.- Señora, el alcón
quando sube a la garça remontada no va derecho a ella hasta
que la tiene señoreada dando bueltas; assí que yo
aún no havía llegado a la garça, y para que
veas que la querría matar en el cielo, la buena
razón, digo y torno a dezir que es bien que sepa aquel
cavallero, que si él se ha de casar contigo, que hable en
ello comigo o con otra persona, y que de otra suerte que no ande
haziendo liviandades. Si mal dicho es esto, Poncia, en tu
ánima, di la verdad.
|
PONCIA.- Por cierto, no, sino muy bien.
|
POLANDRIA.- ¿Pues por qué no lo
dezías como lo dixiste agora?
|
CELESTINA.- Porque no me diste tú lugar,
ni me quesiste oýr. Cata, señora, que no seas tan
súpita, dexa a la razón sojuzgar los primeros
movimientos, porque no son en manos de los hombres; no seas don
Pero Gil que dava arremetidas contra los suyos, no seas como dizen
del mal ballestero, que a los suyos tira. Ando yo buscando tu
provecho, y tras buen servicio mal galardón.
|
POLANDRIA.- Madre, perdóname, por Dios,
que no fue más en mi mano, que yo conozco mi yerro.
|
CELESTINA.- Señora, en buena parte caye,
que no se me han passado los días en balde, que bien
sé que de los señores todo se ha de sofrir; y
créeme que si no por el desseo que de servirte tengo por
aquella puerta me fuera, y ojos que me vieran entrar, nunca me
vieran tornar.
|
PONCIA.- Madre, para esso es el seso, que bien
sabes que quando uno no quiere, dos no barajan. Por tanto, pues
Dios tanto seso te dio, ordenemos aquí lo más sano,
que en mi alma, que me ha parecido de perlas tu consejo, y que
quería a mi señora Polandria más vella casada
con este cavallero que con el emperador.
|
CELESTINA.- ¡Y cómo, hija, tienes
razón!
|
PONCIA.- ¿Pues quién se lo
dirá sin que persona lo entienda? Tú, madre, lo
harías bien.
|
CELESTINA.- Yo diré mi parecer; mas no
tengo dicha, quiero callar.
|
POLANDRIA.- Di, tía, que ya estoy segura
de tu innocencia. Todo puedes dezir lo que quisieres, que sobre tal
cimiento no se asentará ninguna piedra mala.
|
CELESTINA.- Pues, señora, lo que a
mí me parece para que no haya tantas ydas y venidas y esto
se concluya es que, pues ambos soys para en uno, le hables por una
destas dos rejas deste jardín esta noche, y dile
abiertamente tu voluntad, y si lo quisiere hazer, bien, onde no,
dile el sueño y la soltura, que yo fiadora que no se
desconcierte; y en pago del buen serbicio y mal galardón de
hoy, yo lo concertaré con él con el secreto que para
ello se requiere.
|
POLANDRIA.- Ay, tía, por tu vida, que no
tornes a echarme culpa, pues ya me tienes perdonada. Y esso que
dizes no me lo mandes, que me moriré de
vergüença dél, que en mi vida le
hablé.
|
CELESTINA.- ¡Ándate aý con
tus vergüenças! Hija, mi amor, dexar de hazer los
hombres lo que les cumple por vergüença no es
vergüença, sino necedad; quanto más que yo te
diré...
|
POLANDRIA.- ¿Qué, madre?
|
CELESTINA.- Que venga él; y si mucha
vergüença huvieres, háblele Poncia, y en dos
palabras dígale el sueño y la soltura; y,
pardiós, o dentro o defuera.
|
POLANDRIA.- Si Poncia quiere hazello, yo lo
haré.
|
PONCIA.- Señora, esso es lo de menos que
yo por tu servicio haré, mas no quería que me dixesse
de no, y me perdiesse la vergüença, por todo el
mundo.
|
CELESTINA.- Señora, ¿tú
quieres y has gana casarte con este cavallero?
|
POLANDRIA.- Sí, por cierto, siendo en mi
honrra.
|
CELESTINA.- ¡Ándate aý a
dezir donayres! Más pensé, a buena fe, que te
havíamos de aconsejar que fuese con tu deshonrra.
|
POLANDRIA.- Pues dessa manera, no querría
cosa más.
|
CELESTINA.- Pues si lo quieres da al diablo
essas vergüenças, que barba a barba,
vergüença se acata. ¿Estoy en mi seso, Poncia?
¿Hete dado en el alma? ¿Hete muerto una agria?
¡Ándate aý con tus donayres, que piensas que
todo lo sabes! Y tú, señora, haziendo de la muy
salteada de la honrra, que aún no sabes dónde te roe
el çapato. ¡Guayas de Celestina, que pienses tú
de entender mis razones a cabo de mis ochenta años a
cuestas, teniendo aún el cascarón en la cola y la
leche en los bessos! ¡Guayas de mí, si a cabo de mi
vejez havía yo, hijas, de venir a deprender cómo se
han de tratar y servir las tales como tú, mi señora
Polandria! Ora, sus, esto queda muy bien acordado, y no se hable
más en ello; y yo me quiero yr.
|
POLANDRIA.- Madre, mira que le tomes muchos
juramentos, y que mire de quién se fía, porque si mi
señora algo barrunta todo yrá borrado.
|
CELESTINA.- ¡Ay, hija, angelito, angelito!
En Dios y en mi ánima que no te queda más en el
estómago. ¿Y a Celestina avisas tú de secreto?
¡Dolor de mí!, que éste es el primer secreto
que en este mundo yo he sabido encobrir. Calla, señora, que
eres bova, noramaça, que assí te lo quiero dezir, y
perdóname. Por cierto, por mayor afrenta tenga dezirme esto
que quantas hoy me has dicho; bien parece que con la niñes
que no sabes quántas son cinco.
|
POLANDRIA.- Paréceme, madre, que te has
querido vengar; no sé si tomas este afrenta de lo que
dixe.
|
CELESTINA.- ¿Por qué,
señora?, ¿porque te llamé bova? Alacé,
pues sabe que eres bova, y aun bovita, que aún agora
naciste; que, mal pecado, no deves de saber cómo tras los
días viene el seso, que no te espantaras de llamarte bovita.
Mírala, Poncia, quál está boquiabierta el
angelito, que, en mi alma, no paresce sino paxarito nuevo que toma
el cevo a la madre; pues sabe que madre soy que lo sé traer.
¿Qué me estás mirando?; que mejor sabré
hazer que lo digo.
|
POLANDRIA.- Ora, madre, vete y déxate de
razones, que vendrá mi señora.
|
CELESTINA.- ¡Ay, perla preciosa!,
¡ay, serafín!, ¡ay, ángel de cielo!
¡Ya no se te cueze el pan! Pues asegúrate, asegura,
que en manos está el pandero que lo sabrá bien
tañer.
|
POLANDRIA.- ¡Ay, Dios, madre, cómo
eres maliciosa!, siquiera nunca te vayas.
|
CELESTINA.- ¿Crees tú, hija
Poncia, que dize aquello con la boca grande o con la boca
chequita?
|
PONCIA.- Con la chequita.
|
CELESTINA.- En mi alma, que estás en lo
cierto. Y con esto yo me voy, y si no tornare, el concierto
está seguro; y quedad con Dios.
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POLANDRIA.- Y con Él vayas, madre.
¿Paréscete, Poncia, que lo supe bien hazer?
|
PONCIA.- Ello, señora, está mejor
que se puede pedir. Esta noche tendremos fiesta, y más si
viene con Felides el mi mal pesar; tendremos en qué entender
y de qué burlar y reýr mañana. Y con esto nos
vamos antes que venga mi señora.
|
POLANDRIA.- Vamos, que es razón de yr a
labrar y de hazer algo. Y cierra tras ti essa puerta del
jardín.
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Argumento de la XXVII Cena
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|
PANDULPHO va a la
fuente a saber de QUINCIA
lo que passó sobre su carta, y sobre quedar muy corrido,
concierta de hablalle el domingo en la noche. Y
introdúzense:
|
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PANDULPHO,
QUINCIA.
|
PANDULPHO.- Mucho huelgo que a Quincia veo para
hazer con ella algún concierto y saber cómo le fue
con mi carta. Hermana mía, no puedes pensar el desseo que de
verte tenía, para dar alguna manera que nos hablemos, y para
saber cómo nos fue con la carta de mi amo.
|
QUINCIA.- Ay, señor, por tu vida, que no
me mandes más llevar estas cartas, que ver la burla que de
la carta han hecho no lo puedes creer.
|
PANDULPHO.- ¿Cómo es esso?
|
QUINCIA.- Y te diré cómo, que me
dixo Polandria que Pandulpho, o otro tal que moço despuelas,
havía escrito aquella carta, que para mí o para otra
tal puerca como yo devía de ser, según las badajadas
que traía.
|
PANDULPHO.- ¡Cuerpo, ora, de tal, con la
loca! Pues voto a la casa sancha que mi agüelo Mollejas que no
devía nada a don Brasco, su agüelo, sino por la renta,
que aunque era hortolano él era muy buen hidalgo.
¡Badajadas la parecían! ¡Pese a tal con ella, la
sabia! ¿Pues qué quería ella,
filosofía?, que no las sienten más que la mula de mi
amo, sino por hazerse muy dueña y muy sabia. Yos seguro que
si Poncia la vio que la entendiesse de otra manera.
|
QUINCIA.- ¡Ay, ay, esso es lo mejor del
mundo! ¡Otra que tal bayla! Por mi vida, que en
començando a leer la carta dixo: «oxte mi
asno».
|
PANDULPHO.- ¡O, cuerpo, ora, de tal, con
la duquesa! ¿Quiere también filosofías como su
señora, la dama?
|
QUINCIA.- Ay, pues si supiesses quán
mofadora es, espantarte hías.
|
PANDULPHO.- Escarnidora paresce; mas, por mi
vida, hermana, que no falte quien también mofe della; y
dereniego del puto de su linaje, ¿y qué hallava ella
para hazer escarnio? ¿Querría que le hablassen en el
mar y en las arenas? ¡Al diablo las locas! Ora, por tu vida y
mía, que pienso que éstas y estos cavallerotes que
tienen otra lengua sobre sí, que no deven entender la
nuestra, pues que mofan della.
|
QUINCIA.- ¡Ay, y cómo mofan! Pues
en cargo de mi conciencia, que yo vi la carta del otro día y
la de ayer, que no era sino gloria oýr la postrera quanto
enhado la primera.
|
PANDULPHO.- No, que estás
engañada, que mejor es dezir que el sol es passado por
vidriera, y el fenis que se quema; que essotras no son razones para
sus altezas de la señora Polandria y Poncia.
|
QUINCIA.- Hi, hi, hi. Ay, pardiós, que
desso es toda la carta de Felides, la primera. ¿Y qué
diablos quieren dezir essas retólicas que agora dixiste?
|
PANDULPHO.- ¿Qué han de querer
dezir? La señora Poncia te lo dirá,
pregúntaselo.
|
QUINCIA.- ¡Ay, y cómo lo
dirá para escarnir!; que ayer en todo el día nunca
otra cosa hizo, tanto, que mil vezes le preguntaron Claudia y
Galarza, dueñas de mi señora, que de qué se
reýa ya tanto, y dezía: «mi señora
Polandria lo sabe».
|
PANDULPHO.- Pues voto a la casa sancha, que no
entiende ella más que yo essas elegancias; y que si yo me
viesse con ella solos, que nos entendiéssemos a coplas.
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QUINCIA.- Bueno es esso, señor,
¿querías una en papo y otra en saco?
|
PANDULPHO.- No lo digo, hermana, sino porque
entendiera mi lengua, que, en lo demás, más quiero a
tu çapato que a ella y a todo su linaje.
|
QUINCIA.- Dalas ya a Dios y no hablemos
más en ellas; y dexémoslas con Celestina allá,
en el jardín de casa.
|
PANDULPHO.- ¿Qué dizes?,
¿allá queda Celestina con ellas?
|
QUINCIA.- Sí, por cierto, y aun dos vezes
ha ydo esta semana allá; y aun que no huelgan ellas poco con
ella.
|
PANDULPHO.- Su, su, su.
|
QUINCIA.- ¿De qué silbas,
señor?
|
PANDULPHO.- Silbo de, que por tu vida, que en
una escuela aprendimos Celestina y yo la lengua, no sé
cómo la entienden mejor que a mí; y no me digas
más, que por Nuestra Dueña, que es descubierta la
celada, y no bivo yo engañado.
|
QUINCIA.- ¿Por qué dizes esso,
señor?
|
PANDULPHO.- Dios y yo nos entendemos. Pues
¿ha predicado su reverencia a estas tan sabidas
donzellas?
|
QUINCIA.- ¡Ay, y cómo ha
predicado!, y qué de cosas de Dios les dize a ellas y a
mí, que las tiene, assí goze yo, desbavadas
oyéndola.
|
PANDULPHO.- Esso querría yo que
entendiesse la señora Polandria, que voto a Santa Cathalina,
que lo entiendo yo mejor que ellas las cartas.
|
QUINCIA.- ¿Qué entiendes, por tu
vida, señor?
|
PANDULPHO.- Entiendo en lo que entiende
Celestina.
|
QUINCIA.- ¡Ay, señor, no digas
esso, que es una santa!
|
PANDULPHO.- Pues si es santa diles que le ayunen
la víspera, que el tiempo dirá lo que sacarán
en tenella por abogada. Y dexemos esto, y veamos quándo me
podrás hablar.
|
QUINCIA.- Por Dios, señor, de aquí
a tres o cuatro días no es possible, que no estoy para
ello.
|
PANDULPHO.- Ora, pues, quédese para el
domingo; y quédate con Dios, y yo me voy.
|
QUINCIA.- Contigo, señor, vaya.
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Argumento de la XXVIII Cena
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CELESTINA va a
FELIDES diziéndole
del concierto para essa noche, y dale de albricias cien ducados, y
vasse: y él queda con sus criados y passa donayres con
ellos. Y introdúzense:
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CELESTINA,
FELIDES, PANDULPHO, SIGERIL.
|
CELESTINA.- ¡O, válame Dios!, y en
quán poco estuvo de perderse oy mi caudal junto con el
autoridad que con mi nueva venida he cobrado, si con la
razón no previniera a la necessidad del tiempo; y puesto que
perdí grandes intereses desta cura, que por alargarse
pudiera ganar, harto fue rodeallo, para que estando ya oleado el
enfermo le tornasse la vida. Y para suplir lo que con dilatarse
pudiera ganar yo le venderé al enfermo por concierto el
desta noche, y antes que se den ellos las manos, si yo puedo,
sacaré las mías llenas con las albricias del buen
concierto. Y quiero yr a Sant Martín, y como allí
viere alguno de sus criados él lo hará saber a su
amo, para que no parezca que yo lo busco. Bien se me haze, que
Pandulpho está oyendo missa y ya se acaba, y hele donde va a
dar la nueva. Yo lo tengo bien amasado; quiero dar gracias a la
Magdalena de haverme sacado hoy de tan gran peligro, que, aunque en
hartos me he visto, nunca tal como el de hoy, porque llovía
ya sobre mojado. Y házeseme agora bien, que ya no hay missa
que dezir y queda el campo solo, y en tres palabras entiendo
despachar este galán; helo aquí do viene, y plazeme
que los criados dexa fuera.
|
FELIDES.- ¡O, madre y señora
mía, cómo me da el alma en tu gesto que traes a la
mía algún consuelo!
|
CELESTINA.- ¡O, mi ángel y mi
serafín de oro, cómo es llegada la hora que tus
mercedes darán testimonio de mis servicios! Agora quiero yo
ver en el precio que tienes a Polandria, con las albricias que me
das.
|
FELIDES.- Señora, desso huelga mi alma. Y
sepamos tan gran bien, y toma todo lo que, con quedar con mi
señora sola, te puedo dar.
|
CELESTINA.- Hijo, no pido yo tanto, porque ya
sabes que las donaciones no valen nada quando no passan del diezmo
de la hazienda del que las haze, y con el quinto me
contentaré yo.
|
FELIDES.- Ora, madre, di, que yo me ofrezco a
contentarte a tu voluntad.
|
CELESTINA.- ¿Quándo?
|
FELIDES.- Luego, si tal fuere la nueva.
|
CELESTINA.- Pues la nueva es tal qual la vieja
te la dirá; y porque para dezir las afruentas y el hilado
que se ha gastado en desembolver la tela no bastaría todo el
día, ello queda concertado que tú la hables esta
noche por una de las rejas de su jardín, después de
todos sossegados.
|
FELIDES.- Calla, madre, ¿quiéresme
provar?, ¿estás burlando?, ¿es possible esso?
Mira, no se te antoje, o no lo hayas soñado, que esso
más paresce sueño que verdad, y no sea la soltura que
soñé yo con tu sueño, que me espulgava el
gato.
|
CELESTINA.- Señor, en la sobra del desseo
te falta la razón de tal tercera como yo. Yo te digo la
verdad, y tú lo verás esta noche si burlo o digo la
verdad.
|
FELIDES.- ¡O, mi madre! ¡O, mi
señora! ¡O, mi vieja honrrada! ¿Con qué
te puedo alabar?, ¿con qué te puedo encarecer?
¿Con qué te podrá pagar Felides, pues no menos
de a Felides muerto me das vida?
|
CELESTINA.- No me quiebres las costillas y no me
mates con tanto abraço. Creo que por no me pagar quieres me
matar, sabiendo que no tengo heredero.
|
FELIDES.- ¡O, madre, dame essas manos que
tal hazaña han hecho! ¡Dame essos pies!,
besártelos he, porque anduvieron tan gloriosos passos; y si
no quieres, dame essa boca que ordenó tan gran bien, que la
mía no sabe encarecello.
|
CELESTINA.- Señor, tu estado y mi baxeza
niegan las manos; tu edad y mi vejez niegan la boca, que mejor
será emplealla en aquellos labios de rosicler y en aquellos
dientes hechos de açúcar, donde pienso que
emplearás tú esta noche la tuya; que tal piedra
preciosa como tu boca no es razón de engastalla en tan mal
engaste y tan viejo como mi boca. Sino que dexando estas palabras y
refiriéndonos a las obras, en las de mi parte sea que
tú vayas esta noche allá a la una, y por un escala
puedes entrar a la parte que la mar bate en el jardín, y
él está tan apartado que, sin que se pueda
oýr, puedes cabe las rexas de dentro hazer las señas
tañendo y cantando, para hazer parar las aguas y venir las
piedras con las aves, junto con el coraçón de
Polandria a te oýr. Y con esto yo he hecho mi officio,
tú haz agora el tuyo; y yo me voy, pues quedo satisfecha que
no dirás que tengo buena parola y mal fato.
|
FELIDES.- Madre, tú te puedes yr, y
haré yo que no puedas tampoco dezir por mí essas
palabras, que yo te doy mi fe que antes que goze de la merced que
me has hecho sea en tu casa el galardón.
|
CELESTINA.- Señor, yo te beso las manos;
y a éssos que ovieres de llevar contigo, con gran secreto,
diles que a concierto vas de casamiento, porque de otra suerte no
podiste acabar comigo que entendiesse en esto negocio. Y
bésote las manos, que por esta puerta me quiero yr.
|
FELIDES.- Madre, Dios vaya contigo como queda
comigo, y pierde cuydado. Andad acá, moços, vamos a
comer.
|
PANDULPHO.- Dentro está el pelón;
por Nuestro Señor, que devemos de tener alguna buena nueva,
o buena mentira en su lugar.
|
SIGERIL.- Calla, que él lo dirá,
que no tendrá sufrimiento para callar. Mas dychas sabido
más de la carta que me dixiste?
|
PANDULPHO.- Sé que tan poco la
entendieron como la otra.
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SIGERIL.- ¿Cómo?
¿Pusístete tú a hazer philosophías?,
¿o cómo no la entendieron?
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PANDULPHO.- Voto a tal, más clara yva que
ell agua.
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SIGERIL.- Paréceme que podemos dezir
aquí que ni oxte tan corto como las razones de Felides, ni
harre tan luengo como las tuyas; y con esto callemos, que nos
mira.
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FELIDES.- Hijos, adereçáme las
armas para esta noche, que me cumple yr algún cabo donde
podría ser que fuesse menester.
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PANDULPHO.- Esso es, por Dios, pues, lo que he
menester.
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FELIDES.- ¿Qué dizes, Pandulpho?
Bien sé que éstas son tus missas.
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PANDULPHO.- Señor, esso dezía, que
esso es lo que yo he menester para que me conoscas.
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FELIDES.- Días ha que te tengo conoscido.
Y vámonos a comer, que después sabrás lo
demás, quando fuéremos.
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PANDULPHO.- Señor, sube a comer, que
aparejado está.
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FELIDES.- Subamos.
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Argumento de la XXIX Cena
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CELESTINA va a su
casa muy alegre y allá halla a AREÚSA y a GRAJALES que la están
aguardando a comer; y en la comida cuenta CELESTINA un cuento que le
acaesció con un menistro echacuervo de la Trinidad, y una
moça, y un rufián llamado Fragoso. Y
introdúzense:
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CELESTINA,
ELICIA, AREÚSA, GRAJALES, SIGERIL.
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CELESTINA.- Ta ta ta.
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ELICIA.- ¿Quién está
aý?
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CELESTINA.- Abre, hija, que yo soy. ¡O,
hija Areúsa!, ¿acá estás?
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ELICIA.- Por Dios, una hora ha questá
aquí aguardándote, que truxo dos pares de perdizes
para que comiéssemos juntas.
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AREÚSA.- Por Dios, madre, no puedo comer
cosa buena sin ti, y embióme estas perdizes el despensero
del Arcediano, y véngolas comer contigo.
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CELESTINA.- ¿Quién, hija?
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AREÚSA.- El despensero del Arcediano.
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CELESTINA.- ¿Quién es el
despensero del Arcediano?
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ELICIA.- ¡Ay, Jesús, madre,
qué desmemoriada eres! ¿No te acuerdas del gentil
hombre que te dixe que tenía mi prima, que le da quanto ha
menester?
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CELESTINA.- Ya, ya, hija, al cabo estoy; mas
mala landre nunca me tome si me acordava.
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ELICIA.- Pues habla passo, que está
arriba, y viene por conocerte y a comer con nosotras.
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CELESTINA.- Él y los buenos años,
que, por cierto, huelgo mucho dello. Y, hija Areúsa,
¿parécete si estuvieres con el capitán,
aguardándole hasta agora, y no tomaras mi consejo, que
estuvieras bien librada guardando mucha lealtad a esse otro
panfarrón, gesto del diablo de Centurio? Mi fe, hija, uno en
papo y otro en saco, uno al fuego y otro tras la cama, uno
sospirando por la calle y otro en los braços, porque seas
nueva; que ya sabes, hija, que mudando muchos y no
dexándolos embejecer, que contino serás
cedaçuelo nuevo puesto en estaca. Que assí como te
enhada a ti una saya vestida de tres vezes arriba, enhadarás
tú al hombre como te hable tres vezes, que, como te dixe la
noche de Pármeno, mientras más moros, más
ganancia.
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AREÚSA.- Habla, madre, passo, en mal
punto; no te oya Grajales.
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CELESTINA.- ¿Cómo es su
gracia?
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AREÚSA.- Grajales.
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CELESTINA.- ¿Grajales, hija? ¡O,
cómo me huelgo que tomasses amistad con tal persona, por las
nuevas que dél he oýdo!; que tú mejor estavas,
mal pecado, sin ninguno, como hasta aquí has bivido, mas ya
que la necessidad te forçó a tomar quien te la
remediasse no podiste tomar mejor persona, que me dizen que es muy
liberal y franco.
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AREÚSA.- Esso que hablas agora rezio me
contenta.
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CELESTINA.- Calla, bova, que yo sé lo que
ha de ser público en la missa, y lo que ha de ser que no lo
oyan más del que la dize. Mal pecado, hija, affición
demasiada que tendrías a esse hombre honrrado te
haría mudar la casta intención que hasta aquí
has tenido.
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AREÚSA.- Pardiós, madre, no otra
cosa, sino demasiado amor; que harto tenía yo, mal pecado,
quitado del coraçón de offender a Dios con él
ni con otro.
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CELESTINA.- Assí es, hija; mas
consuélate, que los yertos por amores dignos son de
perdonar. Y llámale, que lo quiero conocer, y comamos.
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AREÚSA.- ¡A, señor, baxa
acá!, que es ya venida mi tía.
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GRAJALES.- Señora, buenos días
hayas.
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CELESTINA.- Hijo Grajales, tú seas
bienvenido y conoscido por hijo, que por buena fe, que con las
entrañas que siempre tuve a Elicia y a su prima
Areúsa te recibiré yo y recibo en mi casa. Y a la
verdad, hijo, hablando contigo como con tal persona, yo más
quisiera que mi sobrina, aunque, mal pecado, suffría harta
lazería y necessidad, que por su castidad se estuviera sola
con su rueca y su huso; por esta negra honrra, hijo, como sabes,
que, mal pecado, carga es que sin trabajo no se lleva,
contradiziendo siempre la voluntad del que la quiere tener, porque
no en el honrrado está, como mejor sabes, sino en los que
nos han de honrrar. Y como esta negra fama sea tan delicada, como
digo, quisiera a mi sobrina sola; mas ya que havía de hazer
algo para suplir sus necessidades, yo huelgo mucho que sea antes
contigo que con otro, porque sé que eres persona honrrada y
tendrás secreto y suplirás sus necessidades, porque
éstas hazen hazer a las mugeres, mal pecado, hijo, muchas
vezes, lo que no querrían, como agora mi sobrina haze. Mas
ya sabes, que es proverbio antiguo, que con mal está el huso
quando la barba no anda de suso; y por esto me plaze que haya
tomado, ya que lo havía de tomar como dixe, hombre de barba,
que tal me pareces tú a mí, en verdad.
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GRAJALES.- Señora, yo te tengo en merced
lo dicho, y cree que ella tendrá en mí un buen amigo,
y tú un hijo y servidor.
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CELESTINA.- Assí lo creo yo, hijo, y pues
para entre nosotros no hay necessidad de ofrecimientos,
vámonos a comer, que es ora. Y sus, sentaos hijas, y
tú, señor Grajales, entre mí y Areúsa;
y dame acá Elicia la taça y el jarro, tendrélo
cabe mí para que no tengáys necessidad de os
levantar. Y, hijo Grajales, ya sabes que es el officio de los
viejos servir de pajes de copa, y aunque os haga la salva, pues
sirvo la copa, nos maravillarés.
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GRAJALES.- Madre, sea de suerte la salva que se
salve el vino, para que quede para los que sirves la copa.
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CELESTINA.- Hijo, no bevo tanto como me motejas,
que por tu vida, que como el jarro es grande, que está el
vino muy hondo, y por no lo ver bevía despacio y con tiento,
que, assí goze, a los labios no me ha llegado.
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GRAJALES.- Si a los labios no te ha llegado,
madre, si te llegara a la boca, pienso que no llegara a los
nuestros.
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CELESTINA.- ¡Ay, putillo, y gracioso y
dezidor eres! ¡Contigo me entierren!, porque creéme,
hijas, que quando moça, que agora no hay, mal pecado, para
qué, que si me huviera de enamorar, que más
aýna tomara un hombre con razonable gesto, gracioso, y
dezidor y desembuelto, como Grajales, que no otro tan lindo como
Felides, si fuera frío.
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AREÚSA.- ¿Burlando lo dizes,
madre? No hay cosa que más enamore, en mi ánima, que
la gracia de los hombres y de las mugeres.
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GRAJALES.- Señora, comamos y bevamos, que
no sabe hombre quién le quiere bien o quién le quiere
mal, porque ya sabes que oveja que mucho bala, poco mama; y pues ya
tienes hecha la salva, dame acá esse jarro, que quiero yo
beverte los escamochos.
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AREÚSA.- No te los arrendaría
yo.
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CELESTINA.- ¿Y también vos
dezís donayres? Bien parece que no con quien naces, sino con
quien paces, que la conversación de Grajales te haze dezir
ya gracias.
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GRAJALES.- Tía señora, por buen
estilo me has querido llamar bestia.
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CELESTINA.- No sé, hijo, si paces para
ser bestia, mas sé que no tienes mal abrevadero,
según sabes empinar el esquilón; que por mi vida,
hijo, que pienso que no ganara contigo la dehesa Sancha la Vermeja,
a bever, digo, que no a pacer, porque no digas que te motejo.
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ELICIA.- Madre, muy regozijada te veo hoy y
donosa, no sé qué es esto.
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CELESTINA.- ¡Ay, bova! ¿Y
quién tiene combidados que no los regozija?
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GRAJALES.- A buena fe, señora tía,
que la señora Elicia que no perdiera nada en el abrevadero
de la dehesa.
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ELICIA.- ¿Cómo?
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GRAJALES.- Porque me paresce que ha sacado mi
madre muy buena discípula en escanciar.
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CELESTINA.- Por tu vida, hijo mío, que se
lo era ella, y aun maestra, antes que a mi poder se viniesse.
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AREÚSA.- ¡Ay, Jesús, madre,
hablemos en otra cosa! ¿Todo ha de ser hablar en el vino y
en bever?
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ELICIA.- Por Dios, bien será. Y, madre,
por tu vida, que sobremesa, ya que hemos comido, cuentes al
señor Grajales y a mi prima el cuento de lo que te
acaeció que me dezías la otra noche, que es la mayor
gracia que nunca vi.
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CELESTINA.- ¿Qué cuento, hija?
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ELICIA.- El cuento del ministro.
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CELESTINA.- ¿Qué ministro, mi
amor?
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ELICIA.- ¡O, Jesús! ¿No se
te acuerda del ministro echacuervo de las bulas, de la tinaja?
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CELESTINA.- Ya, ya; mirá, por vuestra
vida, ¿cómo se me havía de acordar diziendo
del ministro? Por tu vida, hijo, más cuentos de ministros he
visto que canas tengo, mas aquél es muy donoso.
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GRAJALES.- Dínoslo aora, madre, en quanto
se assan las castañas para bever.
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CELESTINA.- Havéys de saber, hijo, que
Dios enorabuena, que tuve yo aquí una moça muy fresca
y graciosa que se llamava Texeyra, y era portuguesa y muy donosa, y
teníala que le dava quanto havía menester en mi casa
un valentíssimo hombre y muy marcado rufianazo, que se
llamava Fragoso. Y vino aquí a predicar estonces bulas un
echacuervo, ministro de la orden de la Trinidad y, mal pecado,
enamoróse de la negra Texeyra; y tanto le dio y tanto le
prometió, que concertó de venir a mi casa, estando el
Fragoso fuera de aquí, a comer una solemne comida, ¡y
de vinos era mocosa; quales los tuviéramos agora!, y que
después de comer se havían de celebrar las bodas. Mi
fe, hijos míos, adereçamos la Texeyra y yo nuestra
comida, pusimos nuestros manteles muy lavados en la mesa,
hezímosle un brasero muy hermoso, que hazía
frío, y, todo aparejado, heos aquí donde entra el
negro frayle, o blanco tan gordo, tan ancho y tan reverendo, como
el que estava, a osadas, bien cebado.
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GRAJALES.- No estaría a pan y agua, ni
sardinas trechadas.
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CELESTINA.- No, por cierto, sino a buenos
capones y perdizes, quales los teníamos en la mesa
aparejados. Y como él entró, yo tenía avisada
a la moça que le traxesse la mano por el cerro, para pelalle
mejor que havíamos pelado sus capones, y no lo dixe a sorda;
y viérades la moça tan diligente diziéndole:
«¡O miña vida, miña alma, miño
coraceu!, sentaybos quí, mas sentayvos cá», y
viérades el bueno de vuestro frayle sentado cabe su
moça a comer, y yo de la otra parte, el más
regozijado que os queríades, pensando gozar la dama,
alçados los manteles, y muy cerrada la puerta del escalera
porque no subiessen perros donde estava la cama hecha, que no
deviera, como diré. Y a la media comida, al mayor regozijo,
heos aquí donde llama a la puerta el negro Fragoso, que como
diximos «¿quién está aý?» y
dixo que Fragoso, viérades vuestro frayle más blanco
que su hábito, porque el diablo del Fragoso tenía
celos dél y teníale amenazado que le havía de
matar; y si turbado estava el frayle, más lo estava la
Texeyra, torciendo las manos, diziendo: «¡Ay
desventurada, o mezquiña, que no es más miña
vida de en quanto entre Fragoso!». Yo, que con menos
turbación estava, quise abrir la puerta de la escalera para
esconder el negro frayle, y aun empecinado, que tal lo fue
él aquel día; ni sé si con la turbación
o con qué diablos, turbóse la cerradura, que no
podimos jamás abrir la puerta, y en toda la casa no
havía, faltando lo de arriba, sino la cámara donde
estávamos; y el Fragoso, como era diablo y sospechoso,
viendo nuestra tardanza, dava bozes como un perdido, que
abriéssemos, si no, que quebraría las puertas. Mi fe,
no sabiendo qué nos hazer ni dónde asconder a nuestro
frayle, estava una gran tinaja de agua a una esquina del palacio, y
la buena de la Texeyra dixo al frayle: «¡Ay,
señor, por la paxeón de Deus, vose paternidá
se chante en aquella tinaja, que me matará aquel homen si no
le desfechol axina a aquella porta!», y el diablo del
ministro con la turbación, y nosotras también, no
fuymos para vazialla; y con todo el frío que hazía,
lánçase vuestro frayle en la tinaja, y como él
entró vazíanse dos o tres cántaros de agua por
el palacio, y pónese el bueno del frayle en la tinaja,
rebosado el agua, puesta la cabeça de manera que solas las
narizes y la boca, por no se ahogar, tenía defuera.
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GRAJALES.- De suerte que perdería bien el
riso su reberencia.
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CELESTINA.- Yo te lo prometo, ¡y
cómo la perdió!
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ELICIA.- Escucha, que es la mejor cosa que nunca
viste.
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CELESTINA.- Assí que, hijos míos,
aún el frayle no estava bien metido dentro en la tinaja,
quando la buena de la Texeyra quita el aldava y entra el diablo del
Fragoso haziendo mil fieros, que pesase a tal y a qual con la puta,
que qué tardança havía sido aquélla, si
tenía allá algún gayón ascondido; y
viérades hazer mil juramentos más espesos que piedras
atablando a vuestra Texeyra; y yo, aunque hablava, no me
oýa. Y con todo esto, echa mano al espada y dale de
espaldarazos, y como él desenvaynó, con el agua y el
fuego, el bueno del ministro començó a tronar en la
nube o tinaja, que en mi ánima, que con toda el afrenta que
teníamos, fue nuestra risa tal que salvó toda la
sospecha, preguntando el bueno del Fragoso de qué nos
reýamos, y diximos que de que havía pensado que
havía alguno dentro, y que no havía sido sino por
miedo que viesse que comíamos también estando
él fuera. Y con esto asossegóse, y dixo que antes
holgava él dello, y sentóse a la mesa y dixo que
comiéssemos; y sentámonos y comimos de buen reposo la
comida del desventurado del frayle, el qual sola su nariz
tenía con medio rostro de fuera, que no parescía sino
raposa que quiere quitar las pulgas en el rýo, que tiene
sólo el oçico defuera. Y estando ya muy sossegados
comiendo, vínonos otro sobresalto, que fue que el diablo de
Fragoso vio la nariz del bueno del frayle estar sobre el agua de la
tinaja, y dixo: «¿Qué diablo es aquello que
asoma por allí?»; y aquí pienso que no nos
quedó gota de sangre en el cuerpo, ni pienso que al bueno
del frayle de lo que havía comido.
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GRAJALES.- Haría el milagro de
architeclino, según lo que havía bevido.
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CELESTINA.- Más tornó el agua en
la yra de Dios que según hedía pienso que no pudo ser
menos, sino con el miedo y el frío que le tomaron
cámaras.
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GRAJALES.- Pues veamos, quando el rufián
preguntó qué era aquello, ¿en qué
paró?
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CELESTINA.- Pues calla, que lo mejor está
por venir. Yo le respondí, que la Texeyra ni oýa ni
entendía, que me havían dado un galápago y que
lo havía puesto en aquella tinaja, y a él
tomóle gran rysa y dixo: «Dole al diablo, ¿y la
cabeça tiene defuera?» Y aquí pensó el
frayle que por la suya dezía, y çúmese todo y
torna luego, por no se ahogar, a sacar su nariz; y el bueno del
Fragoso muerto de rysa del galápago de que sacava la
cabeça, que pensava que era la nariz del negro ministro,
arrojóle un majadero y dio un golpe en la tinaja que
pensamos que la quebrara; y aquí fue otra afrenta, que lo
quería tirar otra vez con el mortero que havía
quedado, sino que yo se lo quité de las manos diziendo:
«Anda, amigo, que no te costó dineros como a
mí, no quiebres mi tinaja». Y en esto, plugo a Dios
que entraron las vezinas y asosegóse el alteración,
yo tuve manera de echar de casa al diablo del rufianazo, que no
havía diablos que le hiziessen salir de casa; y ya que le
tuve echado, que quería despedir las vezinas, el diablo del
frayle, no sé cómo fue, si desperecido de
frío, o por rebolberse, da consigo una flayrada y con la
tinaja, y queda vuestro frayle en mitad de la sala, que
parecía que havía salido por algún
albañar, y como se vertió el agua no olía la
casa a menjuý. Fue tanta la rysa de ver caer la tinaja y
quebrarse, y quedar el diablo del frayle hecho un palomino,
espereçido de frío en el suelo, que ni él se
podía levantar, ni, de risa, ninguna le podía ayudar;
y ya que hartas de reýr, callentámoslo lo mejor que
podimos y, con juramentar las vezinas, echárnoslo con todos
los diablos. Y éste fue frayle o fue diablo, que nunca
más pareçió.
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GRAJALES.- De suerte que él no fue
novio.
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CELESTINA.- Sería novio el diablo. Y aun
tal yva él, que pienso que no podía tornar en
sí en essos ocho días.
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GRAJALES.- Por Nuestro Señor, el mejor
cuento es que oý.
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CELESTINA.- Pues oye, que con el desatino
dexóme una bolsa con media dozena de ducados para la vista
del proçesso.
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CELESTINA.- Assí que, tía, de la
burla tú llevaste lo mejor.
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CELESTINA.- ¿Y cómo lo mejor? Mas
yo te certifico que de aquí a un mes no acabase cuentos
graciosos que por mí han passado. Mas paréceme que a
la puerta llaman, cessen los cuentos, y sabe, hija, quién
es.
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ELICIA.- Tía, Sigeril, paje del
señor Felides, está allí.
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CELESTINA.- Subíos vosotros arriba, y
ábrele, hija.
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SIGERIL.- Tía señora, Dios te
salve.
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CELESTINA.- Hijo, y tú vengas con su
gracia.
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SIGERIL.- Señora, dos palabras te quiero
dezir sola.
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CELESTINA.- Pues, hija Elicia, súbete
arriba. ¿Qué es lo que mandas, hijo?
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SIGERIL.- Señora, Felides, mi
señor te embía estos cien ducados por el corretaje
del casamiento, y que el de tu sobrina quede aparte, para quando
tú huvieres buscado el que se ha de casar con ella, y que le
perdones si es poco.
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CELESTINA.- Hijo, mi amor, que le beso las
manos, que no se espera menos de tal persona, y que es tanto que no
merezco a Dios tan gran merced. Y toma tú, hijo, un par de
pieças para calças.
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SIGERIL.- Madre, no es menester, y queda con
Dios.
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CELESTINA.- Por mi vida, sí
tomarás.
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SIGERIL.- Ora, madre, yo te lo tengo en merced,
y queda con Dios.
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CELESTINA.- Hijo, y Él vaya contigo; y
ruégote que te aproveches desta casa como de la de tu
amo.
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SIGERIL.- Señora, téngotelo en
merced.
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CELESTINA.- Ora yo quiero durmir, pues tengo ya
cobrada buena fama, que aquellos mancebos no se apartarán
tan presto, y esconder este dinero porque no me lo hurte Elicia,
como me querría cantusar la cadena y las cient monedas.
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