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ArribaAbajoArgumento de la XXX Cena

 

PANDULPHO dize a SIGERIL que a qué fue a casa de CELESTINA, y él te dize que a dalle cient doblas, y sobre esto passan grandes cosas; y después, PANDULPHO se quiere escusar por santo de no offender a Dios, por temor de yr esta noche con su amo al concierto, y passa con SIGERIL muchas cosas sobre ello. Y introdúzense:

 
 

PANDULPHO, SIGERIL.

 

PANDULPHO.-  Hermano Sigeril, ¿a qué fuiste oy a casa de Celestina?

SIGERIL.-  No digas nada.

PANDULPHO.-  A mí no hay necessidad dessos avisos.

SIGERIL.-  Pues sabe que le llevé cient doblas que le embió nuestro amo.

PANDULPHO.-  Aý passó la liberalidad del pie a la mano.

SIGERIL.-  Assí me paresce a mí, porque tan mal paresce dar mucho donde no se deve, como dexar los servicios sin galardón. Que es liberalidad la que pierde el nombre con la falta de la razón para dar, y cobra nombre de prodigalidad.

PANDULPHO.-  Por cierto, que te quiero dezir que es tan mala la escasseza, que tengo yo por mejor tocar en pródigos los hombres que no en avaros.

SIGERIL.-  Todos los estremos son viciosos, y en el medio hallaron los sabios que consistía la virtud; y la mayor virtud es rehusar las riquezas, como se tuvo en Atenas por mayor liberalidad rehusar fación los dozientos talentos que el rey Alexandre le dava, que la liberalidad que el rey hazía en dar tan gran dádiva.

PANDULPHO.-  Sería essa merced con mayor razón de dar por la virtud del servicio que la de Celestina, y para ganar Alexandre mayor fama de tal liberalidad que Felides con dar lo suyo a alcahuetas, para ganar fama inmortal de vicios. Mas, pues no quiere tomar nuestro consejo, déxale, pélelo, que el loco por la pena es cuerdo.

SIGERIL.-  ¿Y la obligación que como criados tenemos de dezille la verdad, cómo se pagará?

PANDULPHO.-  ¿Ya no se lo tenemos dicho? Y pues él aborrece la verdad, vistámoslo de lisonjas, y si Celestina robare, robemos, que a rýo buelto, ya me tienes entendido.

SIGERIL.-  Pandulpho, sí entiendo, mas también entiendo que el mayor galardón que de servir se saca es que quedamos más pagados de nuestra obligación y virtud, que sin ella ricos de dinero y pobres de la deuda que nos devemos a dezir verdad a nuestro amo, y más por lo que le devemos. Porque me parece que la mayor paga que podemos sacar de nuestro servicio es de haver servido bien, y pues el que bien sirve, no medra; el que mal sirve, ¿qué espera? Y por esto no pienso jamás, porque se enoje Felides, dexar de dezille verdad, que más quiero que me desame por se la dezir, que no que me ame por dezille la falta della; más quiero quedar aborrecido por bueno, que loado por no tal, y en fin, quiero que quando me falte el gualardón de servir, que me sobre, a lo menos, el que puedo sacar de haver servido bien.

PANDULPHO.-  ¿Que tú no sabes, que con esso que dizes, que de necios leales se hinchen los infiernos? Y por tanto yo quiero bivir conforme al tiempo, y usar lisonjas como se usan, pues sabes que lo que se usa que no se escusa.

SIGERIL.-  Pues yo me quiero escusar de uso que ni en los otros ni en mí me puede parescer bien escusarme dél.

PANDULPHO.-  Más querría que buscasses manera para escusar de yr con nuestro amo esta noche, como hoy viste que nos dixo.

SIGERIL.-  Hermano Pandulpho, nunca pienso en escusarme donde no me escusa y me tiene obligado lo que devo a mi amo, y por devérselo, a mí me deve a pagallo.

PANDULPHO.-  Muy filósofo estás agora.

SIGERIL.-  Y tú muy temeroso. ¿Tú no dezías que no naciste sino para cosa de afrentas?; ¿pues cómo agora te querrías escusar dellas?

PANDULPHO.-  Porque tan feo me parece tomallas sin causa, como dexallas con causa y razón de tomallas.

SIGERIL.-  Bien dizes, si el tomallas y dexallas fuesse en nuestra mano, o para dexallas por injustas, o tomallas por lo contrario; mas la razón que para tomar peligro en tales liviandades a nuestro amo falta, nos sabrá de la razón a nosotros por mandárnoslo él.

PANDULPHO.-  Sí, mas yo he oýdo a teólogos que lo que es contra ley de Dios que no es obligado el hombre a hazello, aunque lo mande su señor; que por esta causa me quería yo apartar deste peligro, donde no temiéndolo en el cuerpo lo devo temer en el alma. Y quanto va de la excellencia del alma a la del cuerpo, se deve más estimar lo que toca al alma que lo que toca al cuerpo, pues la una es inmortal y el otro ha de acavar tan presto.

SIGERIL.-  Amigo Pandulpho, muy moços somos para tanta conciencia. Basta para mi edad escrúpulos de honrra, pues sabes que honrra y provecho no caben en un saco, provecho del ánima y honrra corporal del mundo, digo. Mas no sé dónde te vienen estas santidades, que tan cathólico y tan temeroso del ánimo te veo.

PANDULPHO.-  Sigeril hermano, hago bien, que sabe que por esso me desposé, por apartarme de offender a Dios con Palana, y por tanto no lo quiero offender por Polandria. Que, en fin, de los hombres es pecar, mas diabólico el perseverar, que en todo tiempo es de evitar lo que priva la vida por todo tiempo, por el morir mal en tiempo, digo, para bivir muriendo para siempre.

SIGERIL.-  Ora, pues tan santo te hazes, yo te aconsejo que no vayas allá, y lo consejo a mi amo que no te lleve y que mande llamar a sus escuderos, Silestres y Fornaces, que yo te prometo, que aunque son viejos, que no se escusen por conciencia.

PANDULPHO.-  Hermano, ya sabes que primero hemos de buscar el reyno de Dios y su justicia, y si desta manera mi amo se quiere servir de mí, yo pondré por él la vida, mas el alma no la quiero aventurar. Si quiere ser homicida de sí a manos de los criados de Paltrana, no lo quiero yo ser, porque estoy determinado de por ninguna cosa offender a Dios; porque Él dize: «¿qué le aprovecha al hombre ganar a todo el mundo si su alma rescibe detrimento?» y que tememos no a los que sólo nos pueden matar los cuerpos, mas el que no sólo puede matar el cuerpo, mas poner el alma en los fuegos eternos. Y si dixeres que lo dexo de temor, como digo, más quiero vergüença en cara que manzilla en coraçón.

SIGERIL.-  No es menester más, tú te puedes quedar; y por esto veo que son grandes los juyzios de Dios y no sabidos sus caminos.

PANDULPHO.-  ¿Por qué dizes esso?

SIGERIL.-  Porque de prescito en el burdel, tan presto te veo predestinado; y por una parte quieres ser lisonjero para, no diziendo verdad, perder el alma por ganar el cuerpo, y por otra, apartarte de peligros por ganar el alma y salvar el cuerpo.

PANDULPHO.-  ¿Y qué, dezir lisonjas es pecado?

SIGERIL.-  Y como lo es querer ganar con fraude de no dezir verdad; y pues Dios es verdad y lo que no es por Él contra Él es, como Él dize, mira si con lisonjas sirves a Dios.

PANDULPHO.-  Pues déxame el cargo, que ni en esso ni en essotro le entiendo deservir.

SIGERIL.-  En esso de las lisonjas no le desirvas, que en essotro yo te aseguro el servicio.

PANDULPHO.-  Di lo que quisieres, que yo tengo tan provada mi persona que no hay quien pueda juzgar a temeridad lo que hago.

SIGERIL.-  Hi, hi, hi.

PANDULPHO.-  ¿De qué te ríes?

SIGERIL.-  De que te salvas desso por términos de fortaleza, que de la temeridad yo te aseguro la reprehensión, porque, en mi ánima, jamás la conocí en ti.

PANDULPHO.-  Pues desso me contento yo y quedo abonado, pues no me tuviste por temeroso, o por temerario, por mejor dezir.

SIGERIL.-  No, por cierto. Y con esto nos vamos, que se haze hora del concierto; y yo diré a Felides tu buena conciencia y llevará otro en tu lugar, y quedarte has tú orando, pues tan santo eres, porque nos guíe Dios.

PANDULPHO.-  Di lo que quisieres, pues todo te lo tengo de sofrir, pues sé que bienaventurados son los pacíficos, pues hijos de Dios serán llamados.

SIGERIL.-  Ora vete acostar, que yo voy a entender en mis armas.

PANDULPHO.-  ¡O, qué cosa es un hombre sabio como yo! ¡Cómo he sabido rodear mi provecho para guardarme del daño que esta noche se apareja! Y aunque lo dixo a otro fin Sigeril, bien puedo yo dezir que he metido honrra y provecho en un saco, pues con honrra de servicio de Dios encobrí la falta della en mi temor, y saqué el peligro de la vida, para metella, con el provecho de savella guardar, en el saco de la honrra que dixe. Bien librado estuviera yo, haviéndome apartado de tantos peligros hasta aquí, yr agora por su liviandad de mi amo a buscar la muerte, que tal pienso que se le apareja esta noche a él y a los que con él quisieren yr. Y para más seguridad, yo me quiero yr a dormir a los tajones de la carnecería, no se le antoje a Felides de me sacar de la cama; y diré mañana que todo lo que dixe a Sigeril fue por no mentir a Quincia, que tenía hecho concierto para esta noche con ella. ¡O, cuerpo de tal!, que no es esto bueno, porque más noches havrá que longanizas para yr; mejor es, voto a la casa sancha, lo que tengo dicho; y de mañana en adelante compraré unos agallones y haré mucho del hermitaño con mis cuentas para dissimular, en quanto tura este cebo de buytrera destos negros amores, que tales pienso yo que han de ser. Y quiérome yr, y diré que a salvo está el que repica, quando ayudare al doblar por los que van.



ArribaAbajoArgumento de la XXXI Cena

 

FELIDES dize a SIGERIL si es hora de yr al concierto, y le dize que sí y cómo PANDULPHO no quiso yr allá, y en su lugar va CORNIEL; y llevan la vihuela, y entran en el jardín, y cantan y tañe FELIDES, y óyenlo POLANDRIA y PONCIA. Y después sale PONCIA y concierta el camino con FELIDES y, desposados, déxalos a la reja, y apártase con SIGERIL y desengáñale que si no se casa con ella que es escusado; y con esto tornan a sus señores y despídense, porque era ya mucho tarde. Y entrodúzense:

 
 

FELIDES, SIGERIL, CORNIEL, POLANDRIA, PONCIA.

 

FELIDES.-  Sigeril, ¿es hora ya que vamos?

SIGERIL.-  Señor, hora es. Mas mira quién ha de yr contigo, que Pandulpho está tan santo que no quiere offender a Dios.

FELIDES.-  ¿Cómo es esso, me di?

SIGERIL.-  Señor, es que del dicho al fato hay gran rato y, en fin, que él no yrá, según dize, donde se ofenda a Dios.

FELIDES.-  ¡Pues vaya para vellaco, cobarde!; y si no fuera porque no me descubriera no lo tuviera más un día. Di a Corniel que se adereçe, y él y tú yrés comigo.

SIGERIL.-  Señor, ¿no sería bueno llamar a tus criados de tierra?

FELIDES.-  Que no es menester, sino, sus, toma una escala y vamos; y llama a Corniel.

SIGERIL.-  He aquí a Corniel.

FELIDES.-  Pues, hijo Corniel, tomarás essa escala debaxo tu capa, y tú, Sigeril, lleva mi vihuela.

SIGERIL.-  Señor, todo está aparejado.

FELIDES.-  Ora pues, vamos; por aquí vamos mejor, que haze luna. Ora, sus, y callando; llega, Corniel, y pon aquí el escala cabe la mar y, como huviéremos entrado, ponte apartado, y mira no duermas para quando yo salga; y tú Sigeril, entra comigo.

CORNIEL.-  Señor, la escala está como ha destar, ora sube.

FELIDES.-  Sube, Sigeril, que ya estoy acá; dame acá la vihuela en quanto subes.

SIGERIL.-  ¡O, cuerpo de mi vida!, qué malo es subir por estas cuerdas.

FELIDES.-  Dacá la mano, ayudarte he.

SIGERIL.-  Señor, no es menester.

FELIDES.-  Dacá la mano, bovo, que nunca subirás. ¡O, válame Dios, y qué suelto queres!; Corniel, ora apártate. Anda acá, Sigeril, aquí estamos bien cabe esta rexa; por cierto, que me es gloria andar en este jardín, que con saber que mi señora se passea por él de noche y de día tendría yo por gloria estar aquí. Y dame acá essa vihuela en tanto que viene aquel ángel a visitarme.

SIGERIL.-  Mira, señor, no te oyan.

FELIDES.-  No puede ser, que el jardín está apartado donde no nos puedan oýr, que ya yo lo tengo sabido; y oye.

SIGERIL.-  ¡O, señor, cómo está buena essa vihuela!, ¡y qué mano traes! Ora, nunca tan excellente cosa oí, paréceme que jamás assí te oý tañer.

FELIDES.-  Calla y escucha, que assí es menester.

PONCIA.-  Señora Polandria, llégate, que está aquí aquel cavallero, y oyremos un rato. ¡O, válame Dios, y qué maravillas haze en aquella vihuela!

POLANDRIA.-  Todo se paresce a la guytarra de Pandulpho; llama acá a la señora Quincia para que lo entienda.

PONCIA.-  Más para que lo parle.

POLANDRIA.-  Ora oyamos, que comiença ya a cantar Felides:

FELIDES
La luna resplandecía,
el cielo estava estrellado,
los árboles se bullían
con el ayre delicado,
con golpes de las riberas
del sordo mar concertado.

POLANDRIA.-  ¡O, válame Dios, qué suavidad de boz y qué garganta! Y con el son del ruydo de las ondas del mar y el reguzijo delicado de los ayres en los cipreses, como él dize, no parece sino cosa divina, con aquel traer el ayre a ondas la boz haziendo cerca y lexos della, como en pintura de gran artífice.

PONCIA.-  Señora, y aquellos sospiros con que despide la boz de rato a rato, ¿qué te parecen?

POLANDRIA.-  Paréceme que son para despedir las almas de las que lo oyan; y callemos, no perdamos de oýr tan excelente cosa, que trae, por cierto, devoción y consideración de la gloria celestial.

FELIDES
Los clines de los cometas
corren con fuego inflamado,
las aves, los animales,
el descanso havían tomado,
salvo las aves noturnas
que a cantar han començado
con gritos tan dolorosos
como contino han cantado,
quando el triste coraçón
con Felides ha quedado,
con vida apartada el alma
por havella allí embiado
donde por más la tener
es della el cuerpo apartado,
como lo muestra a Polandria
que a sus males ha llamado,
que por sí la llama a ella
como en ella transformado,
para pedir piedad,
no del mal questá llagado,
mas del mal que le haría
en acabar tal cuydado,
por perder más bien con él
que en la vida que ha dexado.

POLANDRIA.-  Por cierto, no pensé que en mi vida viera cosa tal.

PONCIA.-  Señora, paréceme que no hay cosa que dexe de venir a tal reclamo; y pues que dize que te llama, razón es de venir a ver lo que quiere, para ver si se concierta con lo que queremos.

POLANDRIA.-  Ora, oyamos que habla, y veamos qué dize.

FELIDES.-  ¡Ay, Sigeril!

PONCIA.-  Señora, por Dios, que no tenemos mala noche, que allí tenemos mi requebrado.

POLANDRIA.-  Ora escucha.

FELIDES.-  Por cierto, la consideración de mis palabras, y aquellos cometas que con más resplandescientes llamas corren por mi coraçón en la espera del alma donde se encienden, con lo que más se desespera del bien de mi señora, assí tiene hecha ceniza mi esperança que, si su favor con su vista presto no me socorre para sacarme de mi ceniza como a fenis, yo pienso que con el favor primero de mandarme venir aquí acabara la vida, dexando en testimonio el cuerpo, para mostrar a dónde pudo aposentar el alma.

POLANDRIA.-  Por cierto, estas razones y las de la carta del otro día todas son unas.

PONCIA.-  Calla, señora, veamos qué responde el otro mal pesar de mi amigo.

SIGERIL.-  Señor, por cierto, con el son de tus palabras y la memoria de lo que tengo en la fantasía, tan transportado estava, que la gloria de mi contemplación quasi sin vida y sin pena me tenía suspendido.

PONCIA.-  ¡Ay, mi dolor, y también haze comparaciones! Señora, paréceme que el mancebo que no quiere dever nada a su amo.

POLANDRIA.-  Por mi vida, que se le han apegado, de la conversación, las buenas razones. Y oyámoslos un rato, que es gran gloria.

FELIDES.-  Sigeril, de la razón de mi pena participa ya la tuya las razones que has dicho. Bien parece que es grande mi fuego, pues estando tú tan lexos te puedes a él calentar; bienaventurado yo, que aun el mal de mi mal pueda dar gloria, aun al que sólo del bien de se callentar al fuego que dél se enciende gozar puede.

SIGERIL.-  Señor, no te lo quiero consentir, que no pienso yo que el fuego de mi señora Poncia tiene menos vertud en quemar, que el tuyo me puede con su calor poner.

PONCIA.-  Oxte mi necio, pues aguarda a quemarte en esse fuego, que bien te podrás antes secar a él.

POLANDRIA.-  Calla, por tu vida, y oye qué responde Felides.

FELIDES.-  Dexa ya, Sigeril, la vanidad de dioses vanos, y adora aquel solo que yo por Dios adoro y conozco.

SIGERIL.-  Bien paresce, señor, la vertud de mi señora, pues sin eregía no te consentió responder.

PONCIA.-  Por mi vida, señora, que el paje que no es nada necio.

POLANDRIA.-  Ora, oye la respuesta.

FELIDES.-

Bien parece que se pierde de tu razón en mi fe, pues por faltarte a ti tal lumbre juzgas tan mal; y quiero echar el bastón, con la deshecha del romance, y sello a tu razón, con la razón que para dezilla tengo, y oye:

El que no siente mi mal
no puede sentir de vos
cómo os adoro por Dios.

PONCIA.-  ¡Por mi vida, qué de improviso lo ha hecho, y dado son al villancico!

POLANDRIA.-  ¿Ora, viste tal cosa, y tan a propósito?

PONCIA.-  Al diablo doy tal gracia de hombre; y oyamos la buelta, que ya la comiença.

FELIDES
No puede sentir que siento
los milagros que hazéys,
cómo quitáys y ponéys
vida y muerte en un momento;
y así sin tal pensamiento,
no puede sentir de vos
cómo os adoro por Dios.

SIGERIL.-  Pardiós, señor, que si la señora Polandria, como oye esse villancico, huviera oýdo la carta que en tu nombre le escrivió el elegante Pandulpho, que pienso que tu pena fuera ya acabada.

FELIDES.-  Dime esso otra vez, ¿y esso es possible?

SIGERIL.-  Es tan possible quanto se salvó en su crédito, para condenarte a te en el que tenía de tus razones.

FELIDES.-  ¿Quieres dezir que porque mi señora no entendía mis filosofías quiso él emendallas con sus necedades?

SIGERIL.-  Esso digo.

FELIDES.-  Por cierto, yo quedara tan mal librado, si en mi nombre se huviera leýdo tal carta, quanto tú lo has querido encarecer.

SIGERIL.-  Pues sabes quán bien librado quedaste, que en leyendo la carta conosció tu señora las razones della con su razón.

FELIDES.-  Razón has dicho con que por éssa sola merece ser servida y adorada, y aunque otra merced no me hiziera jamás, con éssa sola quedo no sólo pagado, mas adeudado para toda mi vida. ¿Passas por tal necedad y atrevimiento de majadero? Bien librado quedara yo, si en la sabiduría de mi señora no se salvara mi inocencia en sus necedades del asno.

SIGERIL.-  Señor, perdónale, que no pensó él que errava.

FELIDES.-  Mejor fuera que pensara que no podía acertar. No de balde se celebró con letras de oro aquel notable dicho de Chillón Lacedemono que dize: «conóscete a ti mismo»; porque desta innorancia que los hombres naturalmente tienen de sí, se venden por ignorantes ante los otros, y este mal que todos tenemos es bastante para que yo le perdone esse hierro, pues la intención que a él le salvó me condenó a mí con su innocencia.

POLANDRIA.-  ¿Tú, Poncia, has entendido aquello que ha passado? ¿y cómo la traydora de Quincia trahýa tales tramas, industriada por aquel majadero, cuya era la carta? ¡Mas cómo la conoscí luego!

PONCIA.-  Y aun, pardiós, mala estava ella de conocer. Y cree, señora, que estas rapazas hazen padecer la honrra de las mugeres sin causa, yendo y veniendo cargadas de mentiras. Mas ¡cómo nos hazía entender que le arrojava Felides la carta, dándosela el otro hurgonero de horno, gesto de cucharón!

POLANDRIA.-  Ora dexemos esto, que se haze tarde, y llégate y habla a Felides, y sepamos qué tenemos.

PONCIA.-  ¿Todavía quieres, señora, que te quite la vergüença?

POLANDRIA.-  Sí, por tu vida.

PONCIA.-  Ponte tú, señora, detrás de mí, que, en el nombre de Dios, yo llego.

FELIDES.-  ¿Es algún mensajero del cielo el que abre la ventana, o el mismo Dios que torna a la tierra a redemir a Felides de tanta pena?

PONCIA.-  Mensajero es, y del suelo; y por tanto yo vengo a dezirte, señor, de parte de mi señora, lo que sabido será en tu mano venir ella aquí, o no venir agora ni jamás.

FELIDES.-  ¡O, ángel, que yo no puedo desconocer por parte de dónde veniste! ¿Cómo dizes tú que está en mis manos lo que está en aquéllas en quien están las mías, con toda mi libertad? El mandamiento de mi Dios y mi señora me notifica, que el complimiento de mi parte obedecerá lo que, como vasallo, devo al tributo de su valor y hermosura.

PONCIA.-  Señor Felides, no pensé yo que tan fuera de sí estuviera un hombre tan sabio y tan gentil hombre como tú, que viendo una muger moça y no de mal parecer como yo, y sola, dexaras de dezirme la pena que pienso yo que ninguno queda libre de mi vista, debaxo de buen conocimiento. Y hasta ver si me satisfazes a esto no diré el mensaje que traygo, donde no poco saber es menester para responder a él.

FELIDES.-  Mi señora Poncia, dexada la gracia con que dizes lo dicho aparte, y el donayre que con ella has dicho, junto con la razón que en lo dicho tienes por ser assí como lo dizes, digo que la mayor razón para pensar que no me faltara para responder es no la guardar yo, como dixiste, acerca de la ley de tu hermosura, y mi saber con poca edad, pues que faltándome en tal tiempo para gozar de tal libertad, bien parece que mi señora Polandria me dexó sin ninguna para que yo della gozasse. Mira si teniendo la libertad prendada en tal lugar, si hay razón para demandalla fuera de donde la perdí.

PONCIA.-  Assí que, señor, que según esso quieres ser como dize el proverbio, que donde perdiste la capa, aý la cata.

FELIDES.-  Esso quiero dezir.

PONCIA.-  Pues señor, lo que tu señora dize es que ella no te hablará palabra, hasta que con la primera puedas asegurar el comedimiento que a su honrra se deve; y esto respondido y satisfecho estará en tu mano hablalla, o jamás la hablar.

FELIDES.-  Señora, esso yo lo asseguro y prometo.

PONCIA.-  Pues cumple que des la mano para ello, para la seguridad que es menester y yo quiero poner sobre ti.

FELIDES.-  Señora mía, hela aquí, que por esso no quedará.

PONCIA.-  ¿Pues otorgas todo lo que yo dixere?

FELIDES.-  Sí, por cierto.

PONCIA.-  Pues sabe que otorgas de ser esposo y marido de Polandria, que presente está. Y sale tú, señora, que sin ti no se puede hazer la boda.

FELIDES.-  Déxame, señora, adorar a mi Dios antes que lo reciba, y por una parte le adoro y alabo por tan gran bien, y por otra, si soy digno, otorgo lo que has dicho.

PONCIA.-  Y tú, señora, ¿otórgaste por muger y por esposa de Felides?

POLANDRIA.-  Sí, otorgo.

PONCIA.-  Pues los que Dios y yo hemos ayuntado no los apartará Sigeril, que comigo será testigo. Y agora que, señor, has dicho la palabra de seguridad que te demandé, di la segunda désta y primera de desposado.

FELIDES.-  Digo que la primera ha sido tal, que sería lo mejor responder con enmudecer, pues falta segunda que pueda, tras la primera de mi señora, ser primera ni segunda.

POLANDRIA.-  Señor Felides, ya que tengo seguridad del precio principal de mi bondad, por el qual podiste tú merecer el del valor de tus pensamientos, quedando ellos con el valor que tenían, que no quedaran si yo de otra suerte con darte favor los abaxara, quanto por la razón de mi estimación los havías ensalçado, yo te confiesso que como por lo que digo pusiste en su estado la estimación en que me tenías, he puesto yo en libertad aquella fuerça de mi limpieza, que por la fuerça de tu valor, gracias, con hermosura, he sido hasta aquí combatida, para con mayor gloria ganar la vittoria de mi honestidad en la cruel guerra de la sinrazón de amor, resistida con la defensa de la mayor razón del amor de mi virtud, con aquella vergüença que más a mí que a los estraños devía; porque dellos puedo huyr o esconderme, lo que de mí no puedo, pues contino donde fuera fuera comigo la vergüença de haver faltado a mí, a la obligación de aquella honrra y fama que mis passados con tantos trabajos me dexaron, con el autoridad de su linaje sostenida en los trabajos, premios de la honrra, que con descanso a ninguno es otorgada. Assí que debaxo de tal seguro, tú tienes razón para dezir ya lo que querrás, y yo para responder; y no tratándome como a Dios, pues más estimo yo, como tu esposa, ser tratada como compañera, haviendo defendido mi limpieza, que por la vía de señora ser adorada como a Dios, pues ni a Dios se le ha de hazer tal injuria, ni a mí se devía con nombre de señora tal sujeción.

FELIDES.-  Mi señora Polandria, bienaventurado soy yo, pues con perder contino la esperiença, con el comedimiento que a mis pensamientos devía, puede merecer cobralla con gloria tuya y mía, que es la tuya. Créeme, señora mía, que nunca contra tu valor pecó mi voluntad, y por tanto, como esposo, aceto las mercedes que como compañera me puedes participar para mi remedio y tu limpieza, y en todo lo demás no quiero quitarte el señorío que para te servir contino reconocí, para gloria tuya y de mis pensamientos; pues el matrimonio entre tales personas como tú y yo no sufre la sujeción que los baxos casados de sus mugeres quieren, donde faltando en ellos la razón de la honrra que a las mugeres como a sí mismos deven, pues por razón del sacramento son ya uno y no dos, quedan con el instinto para rifar con ellas como animales sobre el pesebre, que es el servicio de su casa, tratándolas como a siervas; y créeme que, los tales, el mayor testimonio que pueda haver para saber que Dios no los ayuntó es podellos apartar el diablo, que no podría si ellos en Dios fuessen ayuntados. Assí que los tales ofenden a Dios y a su honrra; a Dios en no ser uno en una carne, haziéndolas cada día carne, assí ofenden, que con tratallas mal se tratan peor a sí mismos, haziendo esclavas a ellas y a sí baxos y de poco valor y menos virtud. Assí que, mi señora, fuera de lo que como compañero puedo gozar del remedio de mis dolores, en lo demás contino quiero conocer tu señorío, para no caer en la servidumbre de la poquedad que, como dixe, los bajos y de poco valor caen. Y para ponerme en ambas possessiones dame essas hermosas manos, y con besallas gozaré de la gloria de mis pensamientos en compañía desposa, y tú da la gloria que por tu valor todos, y yo, por señora, te deven.

PONCIA.-  No sea todo hablar en seso, que yo también quiero ver hablar a Sigeril.

SIGERIL.-  Señora, y yo callar, havendo recebido tan gran merced como éssa, pues no bastan ningunas obras ni servicios a lo poder pagar; pues, quanto menos, las palabras suplirán lo que devo a tus favores en acatamiento de mi señor Felides, adonde como criado le devo el silencio en su presencia.

POLANDRIA.-  Paréceme, Poncia, que con responderte Sigeril, encareciendo la merced que le heziste, te reprehende la obligación que no me pagas, como él publica devella y querer pagalla a Felides, como a señor.

PONCIA.-  Pues señora, si yo tengo de callar en tu presencia, dame licencia para yrme a la otra rexa, pues que ya no hay necessidad de testigos.

POLANDRIA.-  Y te la doy y tú la tienes.

SIGERIL.-  Y yo la pido, para desde abaxo tenerte compañía.

PONCIA.-  Yo te la doy, para que pienses que no te la doy en la parte que tú la pides, y allá me voy.

FELIDES.-  ¡O, mi señora Polandria!, suplícote que, con la discreción y saber que tienes, juzgues por tu valor y hermosura en tu conoscimiento, que en esto no puede faltar, la razón de mis dolores y el amor que contino de tu parte abrasa mis entrañas, porque yo no osaré ponerme a dezir cosa tan alta con tan baxas palabras, como en comparación de lo que yo siento es todo lo que se puede dezir.

POLANDRIA.-  Señor, no hay necessidad de dezir lo que yo contino con ygual sentimiento te tengo pagado, sino que te tengo una ventaja, que es la falta de la libertad que tenía para descobrir mi dolor con mi limpieza; que a ti, con gloria de publicallo para buscar el remedio, diminuía la pena.

FELIDES.-  ¡O, mi señora, bésote las manos por tal merced!, pues diminuyendo mi dolor en padescer, en valor lo has acrecentado con acrecentar el que tú por encobrillo publicas, y de diminuillo me ha puesto tanto para merecer gloria, que con el atrevimiento de tanta grandeza te suplico de tu hermosa boca, como a esposo, por esta rexa me hagas merced; pues como cosa fresca y corriendo sangre, que es la color de sus labios, tras la red desta rexa o, por mejor dezir, de mis prisiones, la tengo ya comprada con el precio que con tu pena pusiste a mi dolor.

POLANDRIA.-  Señor, ni mi honestidad lo sufre, ni tu autoridad lo deve pedir. Súfrete por esta noche y no quieras ser el moço del gallego, que, andando todo el año descalço, en una hora matava al çapatero por el calçado; que mañana en la noche yo buscaré manera para me salir para ti a esse jardín, y entonces, si con forçar mi honestidad quisieres gozar dessa merced, no será en mi mano resistir, pues la fuerça de tus manos, con la mayor de ser tu esposa, pidirán la possessión en lo que agora me pides, que la propiedad de mi honestidad y tu autoridad en tal parte te niegan; pues más justo es que reciba yo fuerça de tus manos, para recebilla yo en darte este favor, que no que la haga yo a mí por mí para hazer lo que mandas y la rexa al presente nos estorva de tu voluntad, en lo que con ella la mía defiende con mi honestidad.

FELIDES.-  Señora, yo te beso las manos por la merced que mañana me quieres hazer, y quiero sufrir mi deseo en la paciencia de tu honestidad; y al presente, en estas manos que en las mías tengo quiero ocupar mi boca, y si gozándolas causaren mi muerte, con el agua de mis lágrimas quedarán labadas, como las de Pilatos, para tu ynocencia en la muerte del justo Felides.

SIGERIL.-  Señora mía, pues me heziste merced de me querer oýr, suplícote que con tu licencia tenga libertad, con la poca que a tu causa tengo, para te dezir mi pena.

PONCIA.-  Paréceme, amigo, que antes que recibas la licencia la has tomado.

SIGERIL.-  Señora, no lo creas que lo diré yo, sino mi mal, que es tanto que quanto más se quiere encobrir más se descobre; pues sabes que amores y diablos y dineros no se pueden encobrir.

PONCIA.-  Pues, según esso, no te quiero dar licencia para que gozes de mí en tu pensamiento, porque querría yo que el que fuesse mi namorado fuesse muy secreto.

SIGERIL.-  Assí lo seré yo.

PONCIA.-  ¿Cómo es posible? ¿Tú no dizes que amores y diablos y dineros, que no se pueden encobrir?

SIGERIL.-  Sí digo.

PONCIA.-  Pues mira cómo te has condenado.

SIGERIL.-  ¿Cómo?

PONCIA.-  Porque teniendo en mí el pensamiento, assegúrame tú los dineros, que los diablos y los amores yo te los asseguro.

SIGERIL.-  ¿Cómo es esso, señora?

PONCIA.-  ¿Y cómo, tú no vees que soy el diablo?

SIGERIL.-  Hi, hi, hi; tal diablo, señora, querría yo que me llevasse, como dixo el hijo del rey.

PONCIA.-  Cuéntame, ora, esso.

SIGERIL.-  ¿Y cómo tú, señora, si eres el diablo no lo sabes?, que el diablo todo lo passado sabe.

PONCIA.-  Ora, cuéntamelo, por tu fe, que yo te responderé después a esso.

SIGERIL.-  Pues has de saber que un rey mandó a un sabio que enseñasse a un hijo suyo dende que nasció, adonde no viesse más que el sabio; y después que ya hombre llevólo adonde pasavan muchas cosas, y pasando unos y otros, y el hijo del rey preguntando cada cosa qué era y el sabio diziéndoselo, passaron unas mugeres muy hermosas, y preguntó el hijo del rey qué cosa era aquello, y el sabio dixo que diablos, pues tales hazían a los hombres, y respondió el hijo del rey: «Si éstos son diablos, yo quiero que me lleven a mí». Y assí, señora, me lleva tú a mí si eres diablo, que yo por ángel te tengo.

PONCIA.-  Pues yo te certifico que en las obras me conozcas si soy ángel o si soy diablo. Mas ¿para qué quieres que te lleve?; porque aunque tengas amores y diablos, si no tienes dineros, maldita la necessidad que de ti tengo.

SIGERIL.-  ¿Y qué sabes tú, señora, si los tengo?

PONCIA.-  ¿Tú no dizes que no se pueden encobrir? Pues yo te prometo, que si los tienes, que el proverbio mienta, porque, los tienes tan secreto, que podemos dezir por ti que aun el mismo moro no lo sabe. Y pues tú me dizes cuentos, yo te quiero responder otro cuento, y es que eches mano a la bolsa y te dexes de zurru zurru.

SIGERIL.-  Ora, dime esse cuento.

PONCIA.-  El cuento es que andava uno muy namorado de una muger moça y muy gentil, y no dormía cada noche dándole música y tañéndole a su puerta con una vihuela y cantando, y una noche paróse ella a la ventana y díxole: «Mira amigo, si tú algo quieres de mí, echa mano a la bolsa y déxate zurru zurru.»

SIGERIL.-  Señora mía, no penso yo que en precio pusieras lo que yo juzgava sin ninguno.

PONCIA.-  Pues agora sabes tú que sin él no se han las mugeres. Pues sabe, si no lo sabes, que con limpieza y dineros me has de alcançar, que no por diablos y amores.

SIGERIL.-  ¿Pues cómo se ha de alcançar con dineros lo que se ha de conservar con limpieza?

PONCIA.-  ¿Y tú no me has entendido? Pues entiende que con tener dineros para te poder casar comigo quedaré con mi limpieza y tú con tu remedio, que de otra suerte no podrás.

SIGERIL.-  Y veamos, señora, ¿mi persona y amor, con virtudes, no suplirán la falta de los dineros?

PONCIA.-  ¿Tú no sabes que lo que se usa no se escusa? Pues si no lo sabes, sabe que ya no vale casamiento de linaje, ni de valor, si falta de dinero, y si sobra de dinero, sesenta tachas de persona se suplen con él y se encubren, como encubre la blancura. Que ya no se buscan hombres sin dineros, sino dineros sin hombres, y por esto los menos que se casan son bien casados, y la razón es que como falta el interesse porque se vendió el amistad del casamiento, luego falta el amistad; quiero dezir que faltando el dinero porque se casan, luego falta el amor que se deven como casados, lo que no faltara si por virtudes se juntaran, porque no faltando el interesse que se estima de la virtud, no podían faltar de ser bien casados por virtud.

SIGERIL.-  Señora, pues hagamos yo y tú lo que apruevas para ser bien casados, y pues nos falta el dinero, suplamos con la virtud la falta del dinero.

PONCIA.-  ¿Y desso comeremos? Mira, no quiero yo dezir que sin tener nada, que con sola virtud, se casen los hombres, para pedillo por Dios lo que han de comer; mas quiero dezir que no fuesse el fin a solo dinero, sino a dinero con virtud, y que lo más del dinero sin virtud no corrompiesse la mayor virtud por el vestido y por el comer. ¿Hasme entendido? Y si no me has entendido, entiéndeme, que ni tú ni yo, no teniendo nada, no hay para qué nos casar, mas los que se han de casar quiero dezir que han de tener consideración a más que solo dinero, puesto que sin él no se han de necessitar a casarse, que sería necedad; que mejor es servir a Dios con virginidad, que no casarse para ponerse en necessidad, más de la que con guardar virginidad tuvieron, que es mejor estado, a mi ver; y por esso, para necessidad en este estado y en el del matrimonio, mejor es estar en el primero, y quando se huvieren de casar, que no sea todo por suplir la falta del dinero, si no viene acompañado de virtudes de la suerte que tengo dicho.

SIGERIL.-  Señora, si pensara que para predicar me llamavas no viniera a tu sermón, porque eres muy niña para tanta doctrina.

PONCIA.-  Pues sabe, amigo, que no hay arte que mejor enseñe que la intención de hazer los hombres lo que deven, y la falta de mi edad suple el desseo de mi limpieza; y por esto te he querido predicar, para reprenderte tu liviandad y notificarte mi limpieza, para que no gastes tiempo para alcançar con él lo que yo, en todo tiempo, tengo de conservar, que es mi virtud, para con ella hazer en la vida, que ha de acabar con tiempo, y mortal fama en todo tiempo. Y para pagarte el amor que me tienes, te pago amostrándote el amor que me deves tener, y no el que ni me deves ni te deves, y por él te devo menos, quanto te devría más con amarme de limpio y verdadero amor virtuoso, y no para conformidad de vicios. Y no llames ni pongas nombre de amor al amor que con tanto desamor procura deshazer lo que más se precia y poner desprecio en lo que ama, que es la castidad y limpieza de las mugeres. Y no te espantes que, siendo niña y no haviendo estudiado, te sepa dezir lo que con ley natural se alcança y se sabe en todo hombre; porque fue tan sabio el artífice de naturaleza, que en las cosas sin sentido y en las que por instinto se goviernan, como son los animales, aves y peces, les puso tal natural que ninguna hierra de lo necessario para conservar el fin de su naturaleza, por donde se saca que menos dexó de tal virtud desamparada la razón del hombre, pues lo principal que haze al hombre ser hombre es bivir con razón de hombre, y esta razón con su naturaleza la recibió. Y por esto, no te maravilles tú que yo haga mi officio de razón, usando della para la necessidad de conservar mi natural limpieza, pues para conservar el ser de tal virtud las cosas todas no faltan. Y con esto te ve con Dios, que quiero yr a recordar a mi señora del sueño de la conversación de los que mucho se aman, que es más pesado que el natural. Y conténtate de me amar con limpio amor como te amo, y dexa el amor que buscas para menor contentamiento, quanto para mayor lo desseas, y desengáñete desse engaño el desengaño que en todas las cosas desta vida hay, y más en aquéllas que con vicio prometen el contentamiento, como son los amores, que alcançando el fin dexan el desengaño por castigo del tiempo passado y malgastado, y el pesar del engaño con el desengaño presente de su poco contentamiento; y no hagas jamás cosa que sepas que, forçado, en algún tiempo te ha de pesar de havella hecho, y procura siempre hazer aquello que, de hazello, en todo tiempo pone gloria de contentamiento. Y con esto, te queda a Dios, con quien quedarás haziendo lo que digo, teniéndome y teniéndote los verdaderos amores que tengo dichos.

SIGERIL.-  Señora, espantado me dexas; y bien dizía yo que en nombre del diablo me llevara a Dios, según tus razones; y con Él vayas.

PONCIA.-  Señora, ora es de te retraer, y quédese esto para otra noche.

POLANDRIA.-  Señor, hagamos lo que dize Poncia, pues los que miran batalla más veen que los que están en ella, y no perdamos por tan poco lo que nos assegura gozar tan presto de más tiempo.

FELIDES.-  Señora, yo no puedo más que obedecer en todo a Poncia, pues tuve señorío para ponerme en el mayor del mundo; y con esto, tornando a besar tus manos, me voy.

POLANDRIA.-  Yo te prometo, señor, que me las dexas bien lavadas esta noche, que aunque tuvieran mudas las huvieras bien mudado para las poder besar sin asco.

FELIDES.-  ¿Mudas?; ¡y qué mudas tienen y han tenido!, pues me mudaron de cautivo a libre, de pena a gloria, de esclavo a señor, de infierno a paraýso, de no ser a ser, y de muerte a tener vida, y vida segura de toda muerte.

PONCIA.-  Ora dexa, señor, de tanto filosofar, y dexa a las aves el parlar, que ya con la mañana assí lo comiençan a hazer.

FELIDES.-  Señora, hombres de armas no pensava yo que desta gloria me pudieran apartar, quanto más los páxaros; y pues donde fuerça hay, derecho se pierde, señora mía, Dios quede contigo, y tú vayas comigo hasta mañana, y contigo, señora Poncia.

POLANDRIA.-  Señor mío, y contigo vaya, que comigo quedas.

PONCIA.-  Señora, dacá la mano, no tropieces, y acuéstate y durmamos, que bien lo hemos menester.

POLANDRIA.-  ¡O, Poncia! ¿con qué te pagaré yo lo que por mí has hecho?

PONCIA.-  Señora, con dexarme yr a dormir, que lo he menester.

POLANDRIA.-  Ora, pues, Dios vaya contigo.



ArribaAbajoArgumento de la XXXII Cena

 

FELIDES llama a SIGERIL, y él se quexa del poco cuydado que con su gloria ha tenido en su pena, y FELIDES le promete de dar casamiento y casallo con PONCIA; y mándale llamar a PANDULPHO, y burlan con él sobre su santidad; y van después por la puerta de POLANDRIA, y POLANDRIA y PONCIA los veen. Y introdúzense:

 
 

FELIDES, SIGERIL, PANDULPHO, CORNIEL, PONCIA, POLANDRIA, QUINCIA.

 

FELIDES.-  Bien parece que la falta del cuydado con el no pensado remedio ha dado lugar al sueño, que tarde es. Quiero llamar a Sigeril, y ponerme muy galán hoy, pues tengo razón para ello. ¡Sigeril!; ¡a, Sigeril!

SIGERIL.-  Señor, ¿qué mandas?

FELIDES.-  ¿Qué ora es?

SIGERIL.-  Señor, las diez son dadas.

FELIDES.-  Ora es de levantar. Dame hoy de vestir de brocado forrado en ermiños.

SIGERIL.-  Bien parece, señor, que tienes más gloria que yo.

FELIDES.-  ¿Pues cómo te fue con Poncia?; que con mi gloria no me he acordado de tu pena.

SIGERIL.-  No te has querido parecer a Julio César en la vitoria contra Pompeyo, ni al rey Agesilao en la vitoria contra los tebanos y argivos, que la clemencia de los muertos y vencidos les templava la gloria del vencimiento; y por una parte, con las mercedes mostravan la gloria de su victoria pagando los servicios, y con las lágrimas la clemencia de los vencidos y muertos de los suyos y de los agenos.

FELIDES.-  Por cierto, cosa digna de notables príncipes has dicho, y deuda principal de verdaderos hombres, que es que en ningún tiempo el interesse propio niegue el de la obligación de la virtud que los hombres más a complir con otros que consigo tienen. Mas la victoria de mi gloria (pensando que la tuya se havía reportado), pareciéndome que mi ventura sobraría donde por razón faltasse en mis criados, me hizo descuydar; mas sepamos, ¿cómo te fue?

SIGERIL.-  Fueme, que por Nuestra Dueña, que mal año para quantos predicadores hay en el mundo que tal sermón me hizieran, como aquella donzella anoche me hizo para apartarme de mis pensamientos, fuera de casarme con ella; y con esto puso más estorvo por parte de faltar dinero en entrambas partes.

FELIDES.-  Pues bien está, que en esso quiero yo que veas tú que en mi vitoria no olvido las mercedes de los grandes servicios; que yo quiero esta noche ser tu casamentero, y suplir con mis sobras vuestras faltas.

SIGERIL.-  Bésote las manos, señor, porque las mercedes sobran a todo mi merecer, y llegan a todo lo que tú deves al tuyo, no tanto por suplir con el dinero la falta dél, como con la persona de Poncia la falta del contentamiento que sin ella toda mi vida tuviera. Que bien paresce que quieres pagar lo que te deves más que no lo que me deves, pues conforme a la deuda de tu obligación me has querido pagar, y no a la poca que a mis servicios tienes.

FELIDES.-  Tú dizes lo que deves y yo no pago lo que devo, porque créeme Sigeril, que en esto de las mercedes, que han de obrar tanto por razón del que da, que los príncipes, sabidos, realmente sabidos los servicios, no havían de tomar parecer para las mercedes de hombre que menos que príncipe fuesse. ¿Sabes por qué?, porque el que con obligación de rey nasció no nasce, ni ha de nacer, menos que con coraçón y ánimo de rey para pagar los servicios; y los que no son reyes contino aconsejan a la medida de sus ánimos, y como quedan tan baxos del ánimo que el rey deve tener, por mucho que se alarguen queden cortos, y assí salen escassas las mercedes de los príncipes, porque no se hizieron con ánimo y coraçón de reyes, sino por coraçón y ánimo de súditos. ¿Sabes el porqué?, porque ninguno da más de lo que tiene, y adonde piensa el súdito que se alargó queda corto el príncipe. Y dexando esto, dame de vestir, y passaremos tiempo un poco con Pandulpho sobre su santidad.

SIGERIL.-  Pues si lo vieses, señor, quál anda con unos agollones, que no parece sino hermitaño, rezando toda esta mañana.

FELIDES.-  ¡Válalo el diablo, el rufianazo, covardazo! ¿Y qué le ha tomado agora de ser tan santo?

SIGERIL.-  Maldita otra cosa, sino de miedo de yr contigo anoche.

FELIDES.-  Ora dame acá de vestir, y ponme bien essa ropa; y tú Canarín, di que me ensillen una mula con una guarnición de brocado, y, adereçada, llámame; y di a Pandulpho que venga acá. Sigeril, dame acá la gorra de la medalla del fenis que se quema, pues pude sacar de mi ceniza otro yo, honrémosla hoy.

PANDULPHO.-  Señor, ¿qué es lo que demandas?

FELIDES.-  ¿Qué santidad es ésta, tan súpita, Pandulpho?

PANDULPHO.-  Señor, el espíritu donde quiere espira. Quien convertió a Sant Pablo y a Sant Agustín y a María Magdalena, ¿es mucho que dé gracia a un hombre pecador como yo he sido?

FELIDES.-  Por cierto, que la gracia no sé si te la dio, mas es grande la que veo en verte con essas cuentas.

PANDULPHO.-  Señor, las cuentas, como a solo Dios se han de dar, no me pena que te parezcan gracia, porque a solo Dios se ha de satisfazer, que los hombres de nada se satisfazen. Y ándeme yo caliente en su servicio, y rýasse la gente quanto quisiere, pues sabes que «bienaventurados seréis quando los hombres dixeren mal de vosotros mintiendo por Mí».

FELIDES.-  Por cierto, que estás tan reformado que será bien que pedriques de aquí adelante.

PANDULPHO.-  Señor, la verdadera predicación es con el buen exemplo en las obras, porque mal se recibe la reprehensión de las palabras del que no la tiene en las obras.

FELIDES.-  En fin, ¿que ya no son tus missas cosas de armas ni de affrentas, como hasta quí?

PANDULPHO.-  Señor, no soy tan necio que no entiendo algaravía, como aquél que bien la sabe. Mas sabe que en cosas justas que ninguno me echará el pie adelante, ni en las cosas injustas quedará más atrás que yo.

FELIDES.-  ¡Bendito sea Dios, que tan presto te mudó! Mas, ¿qué llamas cosas justas, para que sepamos lo que te hemos de encomendar?

PANDULPHO.-  Guerra contra infieles, tomar armas en defensión de tu persona.

FELIDES.-  ¿Pues cómo anoche no las quesiste tomar para yr en defensión de mi persona?

PANDULPHO.-  Porque yvas en offensa de tu persona y ánima, y no tenemos los servidores de Dios tanta licencia; que si a ti te viniessen a matar, estonces yo tomaría las armas.

FELIDES.-  Mas estonces no las llevarías, para estar más suelto, que el peso de las armas empide mucho.

PANDULPHO.-  Yo, señor, entiendo bien esso, mas ya te dixe que «bienaventurado serés quando los hombres dixeren mal de vos mintiendo por Mí».

FELIDES.-  ¿Luego yo miento? ¿Pues no está más liviano un hombre desarmado que armado? Yo te hago a ti juez.

SIGERIL.-  Esso, señor, será para huyr.

FELIDES.-  Pues para algo es ello.

PANDULPHO.-  ¡O, Santo Dios, qué valiente hombre hemos topado, Sigeril! Pues no pienso que me has echado tú el pie delante en lo que nos havemos hallado.

SIGERIL.-  No, por cierto, que no pienso yo que ninguno en cosa de afrenta te lo eche delante; y que me puedes tú a mí dezir, con más razón, lo que el hombre anciano dixo al rey Alexandre, tratándolo mal.

PANDULPHO.-  ¿Y qué le dixo?

SIGERIL.-  Díxole: «No sé yo, ¡o Alexandre!, por qué me tratas mal, pues sabes quántas vezes con mis pechos defendí yo tus espaldas»; como tú lo heziste la noche de la música, que con los pechos fuiste a defender mis espaldas porque pensaste que nos tomavan la calle.

PANDULPHO.-  No estoy ya en tiempo de responderte, que bien entiendo essas malicias; perdónete Dios, que más passó Él por mí.

FELIDES.-  Ora déxale, que la mayor prueva de fortaleza es yr por el camino estrecho de la salvación, donde los fuertes solos son los que la ganan, y fuerça padece; y déxale, que es un santo; y dame acá la mula. Y tú, Sigeril, toma un vestido de terciopelo de los míos por pago del trabajo de anoche, porque assí se han de galardonar los que osan, como reprehender los que temen, como por esperiencia desto he loado a Pandulpho y galardonádote a ti.

PANDULPHO.-  Ya tengo respondido; y no de balde dizen, a palabras locas, orejas sordas.

FELIDES.-  Assí lo hazía yo quando tú reprehendías mis filosofías; y cállate y callemos, que cada sendas nos tenemos. Y vamos por casa de Paltrana.

CORNIEL.-  Pardiós, señor, que vas de perlas y para parecer dondequiera.

PONCIA.-  Señora Polandria, corre, corre.

POLANDRIA.-  ¿Qué es?

PONCIA.-  Es tu esposo, que en mi ánima, dél a un serafín no hay diferencia; bendiga dios tan lindo hombre. Ponte los cavellos tras las orejas, señora, que assí destocada estás tú para ver.

POLANDRIA.-  ¡Ay, cuytada, y creo que me vio!; mas no se me da nada, que ya lo tengo engañado.

PONCIA.-  Maldito el engaño que de ninguna parte veo, que tú para muger y él para hombre no hay más que pedir. Mas ¿no viste qué mustio yva el cuydado de mi requebrado?

POLANDRIA.-  Por cierto, harta lástima huve yo dél.

PONCIA.-  Y no me quiso myrar, el dolor, haziendo del enojado.

POLANDRIA.-  Pardiós, que es muy bonito mancebo, y que tengo de trabajar con Felides que os casemos, y os demos con que honrradamente podáys passar.

PONCIA.-  Bésote las manos, señora, que con esso, por cierto, a él le sobra para casarnos lo que sólo sin esso nos falta, que yo estoy bien contenta de su persona, casta y disposición.

QUINCIA.-  ¿No sabes cómo, señora, el pastor Filínides es venido al jardín, a acabar sus cucharos?

POLANDRIA.-  ¡O Cómo huelgo! Vamos un rato, Poncia, a holgar con él.

PONCIA.-  Pardiós, vamos señora, y tendremos buen día, como la tendremos buena la noche.

POLANDRIA.-  Vamos, que cree que no hay cosa que más huelgue que de oyrle hablar en amores, puesto que le tengo gran lástima. Y tú, Quincia, si llamare mi señora, llámanos.



ArribaAbajoArgumento de la XXXIII Cena

 

POLANDRIA habla al pastor FILÍNIDES en el jardín, y él huelga con ellas y canta sus versos, y después de havelles contado todo lo que passó con la pastora Acays vanse para PALTRANA. Y introdúzense:

 
 

POLANDRIA, FILÍNIDES, PONCIA.

 

POLANDRIA.-  ¡O amigo Filínides, tú seas bienvenido!

FILÍNIDES.-  Mi señora, no puedo yo ser bienvenido a pobrado dejando por el desierto aquella Acays, que me tiene a mí desierto de todo prazer. Mas el consuelo que en su soledad me trae es para verte a ti, que con verte y otearte se regozija mi coraçón como si viesse a la mi Acays.

POLANDRIA.-  Ay, Filínides, mucho me huelgo yo que con mi vista recibes algún consuelo a tu mal; y ruégote que me digas cómo te ha ydo después que de acá fuiste.

FILÍNIDES.-  Mi señora, yo huelgo dezirte lo que ha passado, porque de contallo recibo prazer, junto con el que me dizes que de contallo sientes, para que en la soledad donde apartado de la mi Acays me hallo, con las hayas y mis ovejas hablo, para que diziendo mi mal tome algún descanso; que si no lo dixesse, con mis congoxas se aprieta tanto mi pecho que todos los campos halla estrechos, según se siente apretado. Y el mayor consuelo que tengo es visitar los prados y fuentes, donde alguna vez veo la mi Acays. Hablando con sus flores, diziendo que dónde dexaron yr aquella fror de mayor hermosura, y viéndolas pacer a mi ganado, assí como él está rumiando las frores, rumio yo en la fror de más hermosura y frescura de la mi Acays.

POLANDRIA.-  Y veamos, ¿haste hallado alguna vez con ella solo?

FILÍNIDES.-  Sí hallé, mas tan solo la vi que aun comigo no me hallé, viéndome solo con ella.

PONCIA.-  Dinos ora esso, Filínides.

FILÍNIDES.-  Havés de saber, mi señora, que andando yo con mi ganado al prado de las fuentes de las hayas, que es una fresca pradera, ya que el sol quería ponerse, teniendo el cielo todo lleno de manera de ovejas de gran hermosura, gozando yo de lo ver junto con el son que la caýda de una hermosura fuente hazía sobre unas piçarras, mezclada la melodía del son del agua de los cantares de los grillos, que ya barruntavan la noche con la caýda del sol y frescor de cierto ayre, que el olor de los poleos juntamente con él corría; estando pues, yo, a tal tiempo, labrando una cuchara con mi cañivete, provando en el cabo della a contrahazer a la mi Acays de la suerte que la tenía en la memoria, diziendo que quién la tuviera allí para podelle dezir toda mi grima y cordojos, héteosla aquí donde asoma para bever del agua de la fuente, con un capillejo en su cabeça con mil crespinas, y dos çarcillos colgados de sus orejas con dos gruessas cuentas de plata, saliendo por somo sus cernajas rubias como unas candelas, vestida una saya bermeja con su cinta de tachones de prata, que no era sino groria vella. Pues otear sus ojos monteros, tamaños como de una bezerra, no eran sino dos saetas con la gracia y fuerça con que oteava; por cierto, que el ganado, desbabado por otealla, dexalla el pasto. Y assí agostó con su hermosa vista la hermosura de los campos, como los lirios y rosas agostan con hermosura las magarzas; y junto venía cantando, que mal año para quantas calandrias ni ruyseñores hay en el mundo que assí retumbasen sus cantilenas; pues el gritillo de la boz, ni grillos ni chicharras que assí lo empinen. Y como yo la oteé, y con aquella boca que no parecía sino que se deshazía sal de la brancura de sus dientes, manando por la bermejura de sus labios, y que me habró, diziendo: «¿Qué hazes aý, Filínides?», yo assí asmé en oýlla y otealla tan cerca, que no parescía sino bordón de gayta quando al mejor cherriar le dan puñada que le hazen estancar, que quedé que por gran priessa a un cacho de hora no pude hablar. Mas ella llega y beve en la fuente al chorro que sobre las lanchas cahýa, que con el esperriadero del agua, quando se alçó de bever, unos goterones trahía por las mexillas que, con la color y brancura de su rostro, no semejava sino que vía las frores de mayo por las mañanas, cargadas del relumbrante y craro rucío. ¡O, válasme Dios, y qué cosa era ver su gestadura! «¡Y habrá agora este canto!», assí habrava yo. Y díxome: «Si pensara, Filínides, que con otearme havías de passar tal grima, no te viniera a ver para con vesitarte pagarte el amorío que me tienes, que fuera de habrarte y otearte no te puedo pagar». Ya yo, entonces, más recobrado sobre mí, haziendo manar más agua de mis ojos que las fuentes de sí davan, le respondí: «¡Ay, la mi Acays!, ¿cómo quiere que habre quien tú has quitado todos los memoriales? Que ya tan de esmarrido estoy, que el bien que para mi remedio pensava que era otearte, aquél me ha más empecido; yo cierto te digo que pisé cogido el día que te vi, quando cobré tal roña que la miera que yo pensava que pudía sanarme, que es tu vista, acrecienta más mi roña. ¡O, mi Acays!, yo te juro que no hay carnero en todas las majadas tan modorro como yo, tanto, que mi ganado tiene la color demudada de ver la mía tan desmarrida. No sé ya qué te diga, pues no sé lo que habro; no sé qué te pida, pues me daña lo que pienso que me aprovecha; no sé qué te otee, pues con otearte me muero y con otearme me matas; no sé dónde baya, pues los campos hallo estrechos; no sé dónde me abrigue, pues las maiadas no me amparan; no sé dónde me escalesca pues al sol y en la siesta he frío. Ni las hayas me hazen sombra, ni el sol me quita el frío, ni el agua me quita la sed, y el comer me pone hambre y todo me haze hastío. Sólo querría lo que no quieres, que es que pues has agostado mi esperiencia, que la acabes con acabar la vida, abrasándola, pues está ya seca en el agosto de mi remedio para que pueda produzirse della mi esperança, donde se apacente mi desseo, secando la hierba de tal esperança para morir con la lluvia de mis lágrimas». Y, mía fe, como esto dixe, trasportéme fuera de mis memoriales, y quando en mí torné hallé mi rostro mojado, y sus mexillas con el manantial de sus lágrimas. Y con esta piedad en su crueldad se fue, sin hablarme ni hablar más con ella; y después de yda gozé más de la gloria de haverla oteado, que quando presente mis ojos la oteaban. Y quedé donde al propósito hize ciertos versos.

POLANDRIA.-  ¡Ay, por tu vida, amigo, que los digas! que he tanto gozo en oýrte, que no lo puedes pensar ni saber.

FILÍNIDES.-

Ora, pues, oye:

Acays de gran beldad,
aquella agua sin amor,
con ojos de piedad
de tu propia crueldad,
que vertiste en mi dolor,
me acrecentaron el mal,
y puédeslo ver assí,
que de verme tan mortal,
la lástima en verme tal
te la hizo haver de ti.
Tu crueldad, que lloraste
más cierto que mi fatiga,
en ella claro mostraste
quán gran mal en mí dexaste,
pues lo siente su enemiga.
¡O, grave dolor sin cuento,
caso de gran maravilla!
que la causa del tormento,
de sentir lo que en él siento,
queriéndolo, haya manzilla.
Si Filínides es mudo,
Acays es causa dello,
dando a su garganta nudo,
muy más que hablando pudo
sentillo Acays, con vello.
Yo sentí lo que sentía
en mí, por sentillo ella,
más que por lo que devía
en mi mal, que en mí no vía
hasta que lo vi por ella.
Las aves, los animales,
mares, peces, a desora,
con alaridos mortales
vengan a sentir mis males,
lloren, pues Acays llora.
Los vientos, quebrando ramas,
muestren tan gran sentimiento
que espanten ciervos y gamas,
y en fuerça de bivas llamas
todos sientan lo que siento.

POLANDRIA.-  Por cierto, amigo, tú das tan bien a sentir tu mal que de tu sentimiento lo has puesto a los que te oýmos; y estoy muy espantada que una pastora tenga razón para sufrir en su bondad la fuerça de la piedad de tu dolor, sabiendo ser a su causa.

PONCIA.-  Mi señora, por aý verás tú lo que yo digo, que la mejor sciencia para bien bivir es la ley natural que Dios puso en todas las cosas, pues una pastora sabe tan bien resistir su voluntad para satisfazer su honrra.

FILÍNIDES.-  Mi señora, y aun en la paciencia de su bondad sufro yo mi fatiga. Mas gozaos, que ya algunos buenos hombres del lugar andan entendiendo en casarnos, y está ya concertado; y a esto vine, a hazéroslo saber, y para las bodas serés mis combidadas, porque os gozés con mi gozo.

POLANDRIA.-  Esso haré yo de muy buena voluntad, si mi señora me diere licencia.

FILÍNIDES.-  Sí dará, que yo se lo tengo de rogar. Y yo te prometo, mi señora, de la primera vez que acá venga, de traerte una dozena de cuchares, y en la una dellas la figura de Acays y en otra la mía, para que te acuerdes de mí. Porque, por cierto, allá en somo las hayas no me olvido yo de vosotras en todos mis travajos, por el gozo que en hablar con vosotras en mis amores rescibo, porque por allá, mal pecado, nunca me depara Dios sino unos zagales que burlan de mi mal y se me ponen a dar consejo, que no es para mí sino a par de muerte; porque la vida sola con acabar tiene poder de acabar en mí el mal y amor que a la mi Acays tengo. Y aun pienso que no ha de acabar la vida, porque este mal más lo siento yo en el alma que en el cuerpo, y pues ella no es de acabar, no pienso que acabará lo que está contino en ella. Porque a mí ni me duele pie ni cabeça, braço ni piernas, sino sólo siento el dolor en el alma, donde contino tengo a la mi Acays. Y no temería la muerte por temor de yr a los fuegos del infierno, porque menos pena que passo en ellos passaría, si no fuesse por quitar a la mi Acays dellos, que no quitaría si mi alma allá fuesse.

POLANDRIA.-  Por cierto, el amor te haze dezir lo que tu estado niega; y con esto te queda a Dios, y visítanos muchas vezes.

FILÍNIDES.-  Señora, y Dios vaya contigo, que sí haré.

POLANDRIA.-  Tú, Poncia, ¿no te maravillas de lo que hemos oýdo a este rústico? Agora no me maravillo de los dichos de Felides.

PONCIA.-  Señora, no te maravilles, que como espíritu habla en él el amor, que él es el que dize las sentencias, y la lengua pronuncia, conforme a su natural, las palabras grosseramente. Y con esto, tomemos nuestras labores y vamos, hasta que sea hora de la venida de tu esposo.

POLANDRIA.-  Ora vamos, que razón es se haga assí.


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