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ArribaAbajoCapítulo IV

La frontera Norte y la herencia imperial


La trayectoria hacia el Suroeste seguida por Cristóbal Colón, asimilada luego a una dirección general Norte-Sur, es heredada en el siglo XVIII por la expansión estadounidense hacia la Nueva España. El paralelismo expansionista arrastra consigo una extraña semejanza: el general norteamericano Winfield Scott, igual que Cortés, desembarca en Veracruz para luego dirigirse a la toma de México en 184716. La firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848, se hace en la misma ciudad donde se acostumbraba entregar el mando a los virreyes de la Nueva España17.

La dominación española le heredó al futuro imperio estadounidense su clara huella. No es extraño pues que Noam Chomsky, una de las cabezas más lúcidas del siglo XX, considere a la República Dominicana en su libro, The Washington Connection and Third World Fascism, como el lugar donde se modelan por los Estados Unidos los sistemas empleados en el control de Hispanoamérica18: la Española, la Ofir fronteriza de Colón, fue el primer momento que se dio, en los viajes del descubrimiento, como punta de lanza hacia la América continental. Así fue como España le dejó a los Estados Unidos el legado de sus procedimientos imperiales.

Y si en España la guerra contra el indio se justificaba a partir de las tesis de Francisco de Vitoria19, ahora, con los Estados Unidos, la expansión se justificaría con las tesis libertarias y la consecución de la felicidad para los pueblos de América. La ideología mesiánica de tipo religioso y por la cual la monarquía le aseguraba a los indios el cielo, sería substituida por una ideología mesiánica de tipo laico que le prometía a los hispanoamericanos una vida feliz bajo el tutelaje de la democracia estadounidense.

El impacto de este cambio que se da a partir del siglo XVIII, no ha sido aún asimilado, y permanece todavía sumergido en el espíritu colectivo como esos traumas que impiden la curación a los espíritus enfermos.

Porque lo quede tremendo seda en el transcurso del siglo XVIII, es ni más ni menos una radical inversión del paradigma tradicional Norte/Sur. Y si la inversión de los lugares sagrados -el Paraíso Terrenal- tuvo como motor el transporte Este-Oeste iniciado por Colón; la inversión Norte/Sur, que se inicia a partir de Cortés con su expedición a California, recibe su estructuración imperial definitiva con la positivización ideológica del Norte efectuada por el democratismo estadounidense.

Al inaugurarse el siglo XIX, la elección de Thomas Jefferson a la presidencia de los Estados Unidos (1801-1809), le había de proporcionar a ese país uno de sus más grandes campeones en el debilitamiento de la frontera novohispana. Fue durante el gobierno de Jefferson cuando los Estados Unidos adquieren la Luisiana, rompiéndose con esto los compromisos originales que España tenía con Francia en este asunto20. Después Jefferson pretendería que los límites de la Luisiana llegaban hasta el Río Grande, incluyéndose en ellos a Texas.

Por otro lado el control napoleónico de España en 1808, y los alzamientos independentistas que se dan casi simultáneamente a través de la América Hispana durante la primera década del siglo XIX21, ponen a la Península Ibérica ante dos frentes: en Europa el del imperio francés, y en el Nuevo Mundo el de gran parte de Hispanoamérica. Si se añade a esto la creciente amenaza angloamericana en el Norte, se podrá comprender el profundo estado de crisis por el que pasaba España.

En este contexto internacional la frontera Norte de la Nueva España, postergada durante cerca de tres siglos por el gobierno de la Colonia, y por esa misma razón escasamente poblada y mal defendida, sería pronto pasto, ya en el ocaso del imperio, de la pujanza expansionista del nuevo poder que se levantaba en el Septentrión. Mientras para España el Norte fronterizo inhibió su proceso con respecto a la localización del Paraíso Terrenal, para los Estados Unidos esos territorios eran el Sur, donde por fin habrían de encontrar el Jardín del Edén en la Carolina. Así es como los angloamericanos adoptan, transplantada ahora hacia el Septentrión, la ruta de Colón en una dirección meridional. Y así como esta empresa fue apoyada en España directamente por la Monarquía, ahora la expansión norteamericana sería apoyada directamente por la Presidencia de los Estados Unidos, realizándose con esto, en el siglo XVIII, una peculiar hipóstasis imperial del Sur con el Norte. La consecuencia de todo lo anterior es que, mientras la frontera septentrional novohispana se funda sobre todo a base del esfuerzo misionero y con un mínimo de apoyo gubernamental, la frontera angloamericana hacia el Sur se va estructurando a partir de iniciativas que se originan en las más altas esferas del gobierno de los Estados Unidos.

Es en la frontera Norte donde se da un caso sumamente ilustrativo: el de Bernardo Gutiérrez de Lara. En su «Breve Apología...», escrita en 1827, este militar narra su entrevista con Allende e Hidalgo, y la comisión que éstos le dan como embajador para los Estados Unidos: «Logré esta entrevista en la hacienda de Santa María, sita en las inmediaciones de Saltillo, cuando marchava al Ejercito para la Ciudad de Bexar; y les fué tan grato y satisfactorio este mi ofrecimiento [el apoyo que les brinda] en aquellas circunstancias, que en retribución me honraron con el título de Teniente Coronel y General en Gefe de la Nación en los Estados del Norte... así mismo se me confirió el nombramiento de embajador de la Nación en los Estados Unidos de Norte-América.» (30). Luego sigue narrando cómo después de la «desgracia acaecida en Bajan con la capciosa prisión de los Generales y toda la fuerza Nacional», emprende su camino a Washington: «Hube por fin de llegar a la Ciudad de Washington, donde reside el gobierno de aquella República, después de cuatro meses de incesantes penas y fatigas, y de haber caminado mas de mil y cuatrocientas Leguas [¡a caballo!]... Expuse mi comisión: pero no surtió efecto alguno, así porque no iba yo legítimamente autorisado al intento, como porque entendí, que aquella Nación se interesaba en adquirir para sí parte de los territorios que se ocuparan con su ayuda y auxilio: asunto en que ni debí, ni quise comprometer a mi Patria.» (31). [Énfasis mío].

Este episodio debió ser muy conocido en los círculos diplomáticos de su tiempo, ya que en comunicación del 14 de Febrero de 1812, enviada por el Ministro Plenipotenciario de la Corona don Luis de Onís al entonces virrey de la Nueva España, Francisco Javier Venegas, le dice: «El agente de los insurgentes de Caracas, D. Telésforo de Orea, acaba de comunicar a otro sujeto, que me lo ha confiado, la anécdota siguiente, acerca de una conversación que tuvo el coronel Bernardo [Gutiérrez de Lara]... con el secretario de Estado Mr. Monroe, que hace ver claramente cuáles son las miras de este gobierno, en fomentar las revoluciones de nuestras provincias americanas. Mr. Monroe le dijo, que el gobierno de los Estados Unidos apoyaría con toda su fuerza la revolución de las provincias mexicanas, y que a este efecto la sostendrían, no solamente con armas y municiones; sino con veintisiete mil hombres de buena tropa, que luego tendrían para el efecto: pero que el coronel Bernardo y los demás jefes de la revolución, debían tratar de establecer una buena constitución, para asegurar la felicidad de sus paisanos. Con ese motivo, Monroe ponderó mucho la de estos Estados, y le dio a entender que deseaba el gobierno americano, que adoptase la misma constitución en México; que entonces se admitirían en la confederación de estas repúblicas, y con la agregación de las demás provincias americanas, formaría una potencia la más formidable del mundo. El coronel Bernardo, que había escuchado con bastante seriedad al secretario de Estado hasta su plan propuesto de agregación, se levantó furioso de su silla al oír semejante proposición, y salió del despacho de Mr. Monroe, muy enojado de la insultante insinuación.» [Onís, Memoria sobre las negociaciones entre España y los Estados Unidos de América, 183-4). Este Mr. Monroe, entonces Secretario de Estado, era nada menos que James Monroe, que se convertiría después en el quinto presidente de los Estados Unidos (1817-1825), autor de la famosa Doctrina Monroe (1823), por la cual ese país se autodeclara con el derecho exclusivo de intervención en el continente americano. Después del incidente en Washington, Gutiérrez narra que reunió «cuatrocientos y cincuenta soldados Anglo-Americanos, todos aguerridos, duros en el trabajo y fatigas Militares» (Gutiérrez, 32), que habrían de ayudarle en el movimiento insurgente. Sus fuerzas estaban integradas también por mexicanos e indígenas. El 11 de Agosto de 1812 se posesionó de Nacogdoches, que había sido abandonada; tomando luego la Bahía del Espíritu Santo. Enseguida se vio sitiado por las fuerzas realistas al mando de los gobernadores de Nuevo León, Simón de Herrera; y de Texas, Manuel Salcedo, sobrino este último de don Nemesio Salcedo. Venían los dos gobernadores al mando de más de dos mil hombres. Después de un sitio de cuatro meses, Gutiérrez derrotó finalmente al enemigo. Herrera y Salcedo huyeron hacia Béjar, a donde se dirigió luego Gutiérrez poniéndole sitio a la plaza. Después de rendirse a discreción, las tropas de Gutiérrez entraron triunfantes a San Antonio el lo de Abril de 1813. Salcedo y Herrera fueron hechos prisioneros junto con otros realistas. Ahora aquella parte de la frontera septentrional estaba a punto de independizarse de la Corona española. Ante el peligro, Joaquín Arredondo manda a Béjar al coronel Ignacio Elizondo, el de la traición de Acatita de Baján. Venía éste con mil quinientos hombres del ejército de Chihuahua. Antes de llegar a Béjar, Elizondo fue derrotado por Gutiérrez el 20 de Junio de 1813. Al regresar a Béjar, Gutiérrez se entera de que el general Joaquín Arredondo «se hallaba en la Villa de Laredo, marchando contra mí con un Exercito de más de tres mil hombres muy bien disciplinados» (Gutiérrez, 35). Es aquí, en la narrativa de Gutiérrez, donde aparece la figura de la traición en José Alvarez de Toledo: «Mientras yo prosperaba con tan rápidos y felices progresos en favor de mi patria, este pérfido traidor [Alvarez de Toledo] que residía en el Norte América, al lado del Embajador de España [don Luis de Onís] simulando ser su ribal, en lo exterior no dejaba piedra que mover, para trastornar o frustar mi designio.» (Gutiérrez, 37). Luego Gutiérrez narra cómo por las maquinaciones de los agentes de Toledo, quien «había incorporado [a sus fuerzas] varios individuos, tan astutos, perfidos y reservados como él» (37), fueron degollados sin formalización de causa Salcedo, Herrera, y también los demás realistas hechos prisioneros en Bejar, organizando después el traidor, a causa de estas ejecuciones, la opinión pública en su contra a través «de una Imprentita [en Natchitoches] que portaba consigo [y con la que] publicó y difundió por todas partes muchos papeles Impresos, dirigidos todos a desconceptuarme, y a recomendarse el mismo, proponiendo que si á él se le confiaba la expedición, pagaría inmediatamente los respectivos sueldos de mi tropa por todo el tiempo que habia servido bajo mis ordenes» (Gutiérrez, 40).

Esta conspiración contra Gutiérrez fue planeada en los Estados Unidos, según se desprende por carta de Onís fechada el 20 de Agosto de 1813, en donde éste escribe, en relación a un sujeto que se le acercó llamado Achart: «Este Achart [quien acompañaría a Toledo] es uno de los sujetos que bajo el nombre de Duperonnet me ha franqueado años pasados noticias de la mayor importancia sobre la revolución de México: me ha hecho la misma propuesta que Toledo de coadyubar a la entrega de todo este ejército revolucionario y yo le he animado a ello encargándole que para verificarlo puede ponerse de acuerdo con toda seguridad con nuestro general Arredondo o con el capitán general de las Provincias Internas bien asegurado de que si lo verifica será bien recompensado por el virrey de México; pero como no me fío de él más que de Toledo no he querido dar ningún diner»22.

Aquella ominosa atmósfera de traición, intriga y espionaje, estaba directamente ligada con el gobierno de Washington: en esos momentos se jugaba nada menos que el destino de toda la parte oriental de la frontera Norte. Al estudiar estos hechos, Kathryn Garrett en su artículo «The First Newspaper of Texas: Gaceta De Texas», expone que William Shaler, agente de James Monroe -entonces Secretario de Estado- y quien se hacía pasar por consejero de Gutiérrez de Lara, era quien estaba detrás de la organización del ejército insurgente23. Una vez victorioso, a raíz de la toma de Béjar, Gutiérrez de Lara proclama la independencia de Texas y establece una constitución que excluye cualquier dependencia o participación de los Estados Unidos en los asuntos texanos. Todo indica que es entonces cuando Shaler, irritado contra Gutiérrez, se valió de Toledo lanzando una campaña de prensa en su contra. El 25 de Mayo de 1813 se publica la «Gaceta de Texas», y el 12 de Junio del mismo año Shaler le envía una copia de esta publicación a James Monroe. En este número es atacado el régimen de Gutiérrez. El 19 de Junio de 1813 Toledo y Shaler publican otro periódico, «El Mexicano», en donde Gutiérrez es acusado de «crímenes monstruosos». (Garret, «The First Newspaper of Texas: Gaceta De Texas», Southwestern Historical Quarterly, v. 40, 1937, 200-15). Con el apoyo de Shaler, Toledo substituye a Gutiérrez en el mando de las tropas y es derrotado luego por Arredondo el 18 de Agosto de 1813. Un contemporáneo de estos hechos, don Carlos María de Bustamante, resume de la siguiente manera el destino de Toledo: «Toledo se escapó a los Estados-Unidos y de allí pasó a España. En los periódicos de aquella nación trató de justificar su lealtad al rey Fernando, agregando esta desgracia [su derrota ante Arredondo] como mérito y prueba de su lealtad. Recibió de aquel monarca la gracia á que aspiraba; y obtuvo una pensión anual sobre la renta de correos de Madrid.» [Bustamante, Cuadro histórico de la revolución mexicana. v. 1, 254).

En 1827 Gutiérrez de Lara lamenta amargamente estos sucesos: «¡Ah! ¡Qué manantial de felicidades no se hubiera seguido de ella [la victoria sobre Arredondo], como que era finalmente decisiva! Nada menos que la del recobro pasífico de la Nación Mexicana de todos estos Estados del Norte, y de otros muchos del interior». (Gutiérrez, 36).

La victoria de Arredondo elevaría su poder a tal grado que Venegas, al embarcarse para dejar el virreinato en manos de Félix María Calleja, «dijo en chanza que quedaban dos virreyes, Calleja y Arredondo»24 (Bustamante, v. 1, 269). [Énfasis del texto].

En el año de 1819, el 22 de Febrero, se firmaba el Tratado de Adams-Onís, por el cual España cedía a los Estados Unidos todas las tierras al Este del Mississippi, es decir, los territorios que correspondían a las Floridas Occidental y Oriental. Este Adams, cosignatario del Tratado con don Luis de Onís, no era otro que John Quincy Adams, quien sería luego el sexto presidente de los Estados Unidos durante el período 1825-1829. Por este mismo Tratado (Artículo 111), se especificaban también los nuevos límites, no muy precisos, entre los Estados Unidos y la Nueva España. Dos años después, el 22 de Febrero de 1821, se ratificaba finalmente el Tratado; y dos días más tarde, el 24 de Febrero de 1821, se proclamaba el Plan de Iguala por el cual México lograba su independencia.

La diferencia entre los métodos de expansión de España y de los Estados Unidos, consistía en la imperturbable continuidad del país norteño en su camino hacia el Sur. Al respecto escribe don Luis de Onís en su Memoria: «aquella potencia [Estados Unidos] no es como la España, Portugal y otras muchas, que caminan casi sin sistema o bajo de uno expuesto a variaciones con la mutación de ministros o soberanos. Los Estados Unidos tienen formado un plan con sabia y madura reflexión, le siguen con impavidez... sean cuales fueran los gobernantes no se altera un ápice» (68). La transmisión del hábito imperial que había surgido durante la Edad de la Razón en América, adoptado ahora por los Estados Unidos, perfeccionaba de esta manera el sistema iniciado en América por España a partir de Cristóbal Colón.

La vida independiente de México quedaba marcada así, desde su cuna, por los sombríos augurios que el imperio español le heredara en la frontera Norte. Los asuntos fronterizos, determinantes en la historia de México, no han sido desde entonces otra cosa más que variaciones del tema colonial. El entusiasmo patriótico de México ha consistido, desde su origen, en una especie de embriaguez con la que se trata de atavismo imperial que hinca sus raíces en lo más profundo del alma mexicana. Esta es nuestra más íntima realidad, y desde ahí se tiene que partir si verdaderamente se quiere salir de la malsana desesperación que nos agobia. Es precisamente ese doloroso pasado fronterizo que tanto nos hiere, y del que tanto huimos para evitar el sufrimiento que causa su recuerdo, el que es necesario evocar ahora, a fines del siglo XX, adentrándonos en el verdadero subconsciente del país: la frontera. Es en esa profunda realidad, tan explicablemente soterrada en el olvido, donde reside el substrato latente que acciona los mecanismos mas ocultos de nuestra personalidad como pueblo.

En la estructura del poder, centralista desde la dominación tenochtitlana, la periferia fue desde el principio el lugar de las alianzas con el invasor extranjero. Tal sucede en la frontera tlaxcalteca cuando los indios de ese grupo étnico se unen a las fuerzas de Hernán Cortés para derrotar a sus enemigos, los aztecas. El hábito imperial se repite luego en la frontera septentrional cuando los partidarios de la independencia se unen, a principios del siglo XIX, a las fuerzas angloamericanas en contra del opresor español. Así es como la periferia fronteriza expresa su vulnerabilidad, en alianzas dirigidas a solucionar un estado de cosas que importan un angustioso presente, sin calcular las consecuencias que a futuro pudieran acarrear tales conductas. Tal vez si examinara el pasado, el hombre fronterizo pudiera interpretar su particular estado actual y buscar soluciones para el porvenir. Pero siendo el pasado para él un motivo de culpa y de dolor, rechaza su evocación y su examen refugiándose en el constante terror de su eterno presente. En las más profundas capas de su espíritu colectivo -esa historia olvidada- yace aún el lastre del imperio español, acompañado para siempre por el odio imborrable que un día de 1810 se articuló en el Grito de Dolores, dramática expresión que encierra la fundamental metáfora de una Patria parturienta. Porque ese grito de dolor aún no termina y sigue siendo el alarido de un larguísimo parto que aún no se consuma. Es necesario descender hasta la matriz misma del odio para buscar la fuente de ese grito y articularlo en voz clara que le hable a la inteligencia. Es necesario hacerlo, si se quiere lograr la verdadera libertad. Una vez asumido ese odio, no será difícil desmontarlo, descomponerlo en sus partes y dejar que nos revele su sentido.

La magna inversión cultural Norte/Sur que se efectúa en el continente americano durante el siglo XVIII, y a la que le sigue la hipóstasis entre el imperio español y el imperio estadounidense, hacen que en el alma del hombre fronterizo se dé una amalgama indiscernible de esos dos momentos históricos. Será pues necesaria una escrupulosa distinción para poder aclararlos. Procediendo cronológicamente se puede observar que laexpansión fronteriza hacia el Norte novohispano, determinada por la puesta en marcha de un conjunto de elementos míticos, se empieza a frenar y a inhibir con el arribo de los sistemas racionalistas del siglo XVIII, más concretamente, a partir de los límites propuestos por el Marqués de Rubí en 1768. Habiendo sido el mito el verdadero motor del descubrimiento y conquista española, cuando llega el Siglo de la Razón estos mitos se congelan al aplicárseles el razonamiento a ultranza de la época, dando esto por consecuencia la paralización en el avance de las tierras septentrionales. El extremo de este proceso se embona luego con la hipóstasis imperial España-Estados Unidos, que se da a partir de una interpretación providencialista del Septentrión a partir de los ingleses, fenómeno que los angloamericanos transforman luego en expansión geopolítica hacia el Sur bajo la inspiración del nuevo mito de la democracia. En el primer caso se trata de una inversión que alarga el territorio imperial de España en dirección Norte, basada ésta en una acentuada falta de referencialidad. Este movimiento, que genera una expresión registrada en la literatura, se detiene al madurar los protocolos racionales de un imperio que se precipita en su ocaso, traduciéndose esto en la tendencia a una fijación de su frontera. En el segundo caso, en cambio, se trata de una mitificación que no es ajena al sentido práctico y que se puede resumir como la expresión de un translatio imperii: en esta instancia particular, la adopción por los Estados Unidos de los hábitos de conquista del imperio español. Esto último, que persiste apareciendo como un fenómeno de hipóstasis, es el que se encuentra nebuloso y apenas entrevisto en el fondo del Ser fronterizo, sintiéndolo éste como una confusa identificación de España con los Estados Unidos, cuando en realidad se trata de dos imperialismos distintos unidos por una tradición de dominio. Dicho con otras palabras, este translatio imperii, hasta ahora marginado del análisis histórico en su función específicamente fronteriza, ha permitido, precisamente debido a esta última razón, que el odio a los españoles se haya continuado en el odio a los norteamericanos, sin haber discernido sus elementos distintivos, su orden secreto. En el fondo, en el odio a los Estados Unidos se sigue aún odiando a España, de ahí que nuestra vida se haya convertido en un perenne clamor del pasado vivido en un invariable presente en el que todo permanece igual. Lo terrible es que mientras la historia avanza, esta inmovilidad equivale a un retroceso, y con esto nuestra realidad desplaza cada vez más hacia la ahistoricidad, es decir, hacia el primitivismo. Y la esencia del hombre primitivo es precisamente una vida sin historia y sin proyecto, una vida sin horizonte histórico, determinada estrictamente por un eterno presente.

Pero ese presente, encapsulación de un pasado que guarda nuestras más profundas claves, lleva también en su seno el enorme potencial del cambio, el momento crucial de esa reveladora decisión a la que algunos le llaman el Paráclito.




ArribaAbajoCapítulo V

Hacia una heurística


Al terminar la Guerra de Siete Años (1756-1763), la victoriosa Inglaterra obtuvo de Francia el Canadá, y España tuvo que ceder a Inglaterra la Florida, recibiendo a manera de compensación por parte de Francia la Luisiana. El fin de la Guerra de Siete Años tuvo en la frontera Norte efectos trascendentales, ya que esto no significó solamente para España la pérdida de la Florida, sino que al adquirir la Corona española la Luisiana, quedó situada la región en una posición de potencial conflicto por el control del río Mississippi.

Por otra parte, la súbita adquisición de la Luisiana obligó al gobierno español a improvisar ahí un sistema distinto al resto de la Nueva España, conservándose algunas práticas propias del estilo francés de colonización. Tal fue el caso de la política hacia el indio, que se basó no en el programa de misiones español, sino en el sistema francés de regalos, amistad y comercio, continuado por Athanase de Mézieres. (Caughey, Bernardo de Gálvez in Luisiana 1776-1783,37). Además, el poder, político dependía aquí directamente del rey. (Caughey, 9).

Esto último y la accesibilidad al río Mississippi, facilitaría el desarrollo, desde la Luisiana, de una política más inmediata que orientada desde España contra Inglaterra permitiera compensar los efectos humillantes al honor español causados por la paz de París. Esta política se expresó, en la frontera Norte, con la ayuda de España a la independencia de los Estados Unidos. En este sentido la receptividad hispana hacia el naciente país del Norte estaba guiada por una gran apertura. Así lo atestigua el hecho de que el entonces gobernador de la Luisiana, Bernardo de Gálvez, condonara la ocupación de tierras a unas sesenta millas al Noroeste de Nueva Orleáns, efectuada ésta por un grupo de refugiados ingleses y angloamericanos que huía de los disturbios causados por la guerra de independencia contra Inglaterra. A la villa por el los fundada la bautizaron con el nombre de Gálveztown. (Caughey, 79). Escribiendo el 15 de Enero de 1779 a don José de Gálvez, Ministro de Indias, don Bernardo le comunicaba de cómo los refugiados le pidieron que no le cambiara de nombre al lugar, en consideración de haberse reunido ellos en aquel sitio durante su gubernatura y deseando, con dicho nombre, expresar su gratitud como indicativo del período en que se había hecho la fundación. (Caughey, 79).

José de Gálvez, tío de don Bernardo, había recibido primeramente el cargo de Visitador General de la Nueva España en 1765 con el fin de reformar la Hacienda. Este es el mismo año en que el Marqués de Rubí fue designado para visitar los presidios septentrionales, acerca de los cuales existía una acusasión contra el entonces virrey, Marqués de Cruillas, de percibir éste el 4% de los gastos reales destinados a ellos. (Navarro García, Don José de Gálvez y la Comandancia General en las Provincias Internas del Norte de la Nueva España, 135). En 1766 Cruillas fue sustituido por el Marqués de Croix, quien había nacido en Lille, Francia. José de Gálvez tendría en el nuevo virrey a un firme aliado de su causa, provocando inclusive esa relación «acres comentarios sobre la influencia definitiva que, murmuraban, ejercía el visitador sobre el virrey al que imputaban copiar informes, opiniones y hasta el estilo de escribir de aquél.» (Martín, «Prólogo», 13). Aprovechándose de esta situación privilegiada, Gálvez, valiéndose de un truco lingüístico, logra la erección de la Intendencia de Sonora y Sinaloa. En carta que envía desde el Real de los Álamos al virrey de Croix, le comunica cómo las autoridades políticas y económicas de aquella región, le habían pedido el establecimiento de un Intendente en esa zona, lo cual tendría una buena acogida por parte del rey y que por lo tanto Croix no debería demorarse en acelerar el asunto (Navarro García, Intendencias en Indias, 26). Del testimonio que acompañaba aesa carta se puede aclarar -comenta Luis Navarro García- que la petición se refería en realidad a un Juez Conservador, y lo que sucedió es que «Gálvez parafraseó Juez Conservador por Intendente, y así tuvo pie para la creación de la Intendencia» (Navarro García, Intendencias, 26).

Las azarosas tierras del Norte iban a ejercer en Gálvez una extraña influencia. En el viaje de San Blas a California en 1768, Gálvez desembarcó en las islas Isabela y María, donde sólo encontró pájaros, conejos gigantes, y árboles enormes. Fue sin duda ante el descubrimiento de aquella tremenda soledad, cuando trepando a lo alto de un árbol declaró a grandes voces la posesión imperial de esas tierras. Juan Manuel de Viniegra, testigo presencial del hecho, escribe que: «Gálvez tomó posesión por España en junio de 1768, dexó puesta esta expresión [su declaratoria] en un tronco.» (Sánchez-Barba, La última expansión española en América, 214-5). Al año siguiente, en la guerra contra los indígenas acantonados en Cerro Prieto (Sonora), lo postró una honda melancolía seguida de fiebres tercianas al enfrentarse con la empecinada resistencia de los indios y las dificultades materiales para seguir la lucha. Una vez repuesto hizo camino para el Pitic, en donde la noche del 13 de Octubre de 1769, saliendo de pronto de su tienda, dijo al Mayor don Matías de Armona: «Acaba de traerme unos pliegos San Francisco de Asís por los que me instruie de la ignorancia de los Gefes Militares en la Guerra que hacían los Yndios enemigos, los que el iba a destruir en tres dias con solo traer de Goathemala 600 Monas que vistiéndolas a la soldadesca y echándoles a correr por el Cerro Prieto ahuyentarían fácilmente los contrarios a muchas leguas de distancia». (Sánchez-Barba, 243). Transportado luego a la Península, volvió ya recuperado a la Nueva España, arribando a México el 28 de Mayo de 1770. (Navarro García, Don José de Gálvez..., 200). En 1776 José de Gálvez es nombrado Ministro de Indias. Ese mismo año crea la Comandancia General de las Provincias Internas, y se designa a su sobrino, don Bernardo de Gálvez, Gobernador de la Luisiana. La política exterior de España en aquella región fronteriza, unida al carácter personal de Bernardo de Gálvez y a la hidrología de la zona, fueron factores decisivos en el triunfo de las Colonias angloamericanas sobre la Gran Bretaña. Sabedora Inglaterra de la proclividad española hacia los Estados Unidos, los sucesos fueron tomando el curso de un inevitable conflicto entre Albión y la Península. Finalmente el 12 de Abril de 1779 y en vista al Pacto de Familia, España y Francia firman en Aranjuez un Tratado secreto en cuyo Artículo 4º. se propone que: «S. M. Católica [de España], desde el día en que declare la guerra a Inglaterra, reconozca la independencia soberana de dichos Estados [Unidos], y que ofrezca no deponer las armas hasta que sea reconocida aquella independencia por el Rei de la Gran Bretaña, haciendo este punto la base esencial de todas las negociaciones de paz que se puedan entablar después.» (Conrote, 233). España estaba decidida a la guerra, y se aprestó de inmediato a desarrollar sus operativos contra Inglaterra desde la Luisiana. El criterio básico era exigirle a la Gran Bretaña la independencia de los Estados Unidos una vez que aquélla fuese derrotada. Debido a que no existía ningún tratado oficial entre España y los Estados Unidos, la ayuda a estos se hacía a través de la empresa de Don Diego María de Gardoqui25 con sede en Bilbao, que fletaba material de ayuda hasta la Luisiana. Este material era transportado luego por el Mississippi llegando finalmente al frente de guerra de los rebeldes angloamericanos.

En carta de Thomas Jefferson a Bernardo de Gálvez, fechada el 8 de Noviembre de 1779, se puede aforar el papel del Gobernador y la importancia estratégica de la Luisiana: «Nuestra Vecindad con el Estado que usted preside; el canal directo de Comercio por el Río Mississippi, la naturaleza de los Productos de que recíprocamente nos surtimos uno al otro, señala hacia las ventajas que pueden resultar de una estrecha Conexión, y correspondencia, para la cual de nuestra parte se han echado los Fundamentos de un Sentido de gratitud por los favores recibidos de sus manos.» (Jefferson, The Papers of Thomas Jefferson, v. 3, 167-9). Algunos párrafos más adelante, y después de preparar el terreno mencionándole una retahila de dificultades económicas por las que dice pasaba su gobierno, le solicita un préstamo de «Sesenta y Cinco Mil Ochocientos catorce & 5/8 de Dólares», asegurándole al final «nuestro más profundo Respeto y Estima, suplicándole Subscribirme el más obediente y más humilde Servidor de Vuestra Excelencia, Th: Jefferson». (Jefferson, 167-9).

En efecto Bernardo de Gálvez, Gobernador de la Luisiana, realizó una actuación fundamental en favor de la independencia de los Estados Unidos. Sobrino del Ministro de Indias (y Marqués de Sonora) José de Gálvez, e hijo de Matías de Gálvez, quien fuera primeramente gobernador de Guatemala y después virrey de la Nueva España; don Bernardo facilitó armas, dineros y géneros de ropa, que fueron decisivos para el triunfo de las Colonias norteamericanas contra Inglaterra. Bernardo de Gálvez fue quien derrotó a los ingleses en Pensacola, estipulándose los correspondientes artículos de capitulación el 9 de Mayo de 1781. Es notable aquí el interés que muestra el general George Washington en este suceso, debido sin duda a que iba de por medio el control del río Mississipi. En escrito fechado el 8 de Junio de 1781, el general Washington le comunica a Francisco Rendón estar «muy feliz en la Confirmación del muy grato reporte que usted menciona del probable éxito que asista a las Armas de Su Católica Majestad bajo el mando de su General Don Gálvez en Pensacola»: (Washington, The Writings of George Washington. v. 22, 181). Y después, el 13 de Julio de 1781, le dice a Rendón, una vez conocida la victoria de Gálvez: «Aún no he sido honrado con los particulares de la Sujeción de Pensacola a las Armas de su Majestad Católica; ni tampoco con los Términos de su Capitulación; tan pronto como éstos estén dentro de su Poder, estoy persuadido que usted tendrá a bien darme una Copia.» (Washington, v. 22, 365).

La victoria sobre Panzacola curó el orgullo herido de España, y Carlos III honró a Gálvez otorgándole agregara la cimera de su escudo de armas las palabras «Gálveztown» y, «Yo solo», aludiendo con esto intrépida iniciativa y valor personal que demostró al lanzarse él solo, separándose de las titubeantes fuerzas navales que lo acompañaban, al ataque contra los ingleses. Esto lo realizó a bordo del bergantín «Gálveztown» y al frente de una pequeña flotilla. Su poder y prestigio eran enormes, y su ascendencia al virreinato de la Nueva España marca el primer momento de un poder que, levantándose desde la frontera Norte, permea luego hasta el centro del país.

Para 1783 la situación fronteriza se invierte, y Gran Bretaña firmaba un nuevo tratado de paz siendo ahora ella la derrotada. Con el segundo Tratado de París (3 de Septiembre de 1783), la Gran Bretaña cedía a España la Florida. Ese mismo día, 3 de Septiembre de 1783, se concluía en París el Tratado de paz entre los Estados Unidos e Inglaterra26, reconociendo ésta, por el Artículo lº., la independencia de las Colonias angloamericanas. (American Historical Documents 1000-1904, 175).

El artículo 4o. del Tratado secreto de Aranjuez (1779), se había hecho realidad. Pero el anterior estado de cosas no duraría mucho tiempo. El reinado del débil Carlos IV, unido a la intervención de Napoleón Bonaparte en los asuntos de España, iniciaría el proceso de disolución final en la frontera Norte. Conocedor Napoleón de la debilidad de la reina María Luisa (consorte de Carlos IV) por su hermano el duque de Parma, envía a la Corte española a Berthier. El resultado de esta visita es el tratado preliminar y secreto del lº. de Octubre de 1800, por el que se estipula el compromiso de Francia de procurarle al duque de Panna «un aumento de territorio en Italia, que haga ascender sus Estados á una población de un millón á un millón y doscientos mil habitantes, con el título de rey» (Art. 1º). En el Artículo 2º. se dice que el aumento de territorio puede consistir en la Toscana o en las Legaciones romanas. A cambio de esto, en el artículo 3º. se apunta que: «S. M. C. [Carlos IV] promete y se obliga por su parte á devolverá la república francesa, seis meses después de la total ejecución de las condiciones y estipulaciones arriba dichas, relativas á S. A. R. el señor duque de Panna, la colonia ó provincia de la Luisiana con la misma extensión que tiene actualmente bajo el dominio de España, y que tenía cuando la Francia la poseía» (Lafuente, v. 15, 371).

Unos pocos años después, el 30 de Abril de 1803, se firmaba en París la venta que Napoleón hacía de la Luisiana a los Estados Unidos, por la cantidad de 15 millones de dólares. Finalmente en 1821, y por medio del Tratado de Adams-Onís, España perdía de nueva cuenta las Floridas.

Así es como nace la frontera Norte al México independiente.

En ese mundo periférico hecho de locura, inestabilidad, botín, cambalache y engaño; el hombre fronterizo, sujeto a los caprichos, veleidades y ambiciones ajenas, tiene forzosamente que adaptarse aun entorno económico y sociopolítico completamente exterior a su voluntad y en el que él no tiene ninguna participación decisoria. Su destino en el mundo le está siempre dictado desde fuera, lo cual tiene el efecto de inhibir su voluntad personal y su capacidad de decisión, haciéndolo reaccionar exclusivamente a las contingencias políticas foráneas y del momento. Su vida se va convirtiendo así en un sistema de actos reflejos condicionados por esquemas que no responden en absoluto a su autoctonía, a los problemas planteados por la tierra que pisa. Y así como anteriormente Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Cabeza de Vaca, y Villagrá; anulan la referencialidad a partir del espíritu renacentista de Europa, después, en el Siglo de las Luces, la Razón fundamenta sus proyectos en un barroquismo geopolítico que la atrapa en sus antítesis solipsistas, centrándose por completo en el «yo» exacerbado de un Poder centralista y absoluto. La personalidad de Kino representa aquí, a principios del siglo XVIII, el parteaguas entre dos épocas. Aunque ya en su ocaso, todavía se da en él esa fe en Dios capaz de inspirar el tipo de empresas humanas que permiten un margen de despersonalización basado en fuerzas al servicio de un fin trascendental. Esto le permitió al jesuita examinar el mundo en sus múltiples y vastas relaciones. Después de Kino este margen se pierde. La consecuencia de esta nueva actitud es la incapacidad de visualizar en su conjunto los datos suministrados por la realidad. A partir de aquí el único elemento estructurador es la exacerbación del yo: el Manierismo en su etapa más pronunciadamente narcisista. Narciso sólo tiene perspectiva de sí mismo. Teniendo los ojos abiertos, no ve, no prevé, no postvé, carece de la noción de consecuencia con respecto a sus actos. Su vida está determinada por el momento. Ni siquiera discierne el agua que lo refleja. Y bien sabemos que el destino de Narciso es la muerte.

Para ilustrar este fenómeno, se puede considerar cómo la política española de ayuda a los Estados Unidos que se improvisó en la Luisiana -territorio incrustado repentinamente en las posesiones españolas- y fruto de una España cegada por el celo patriótico del honor perdido que clamaba venganza, prohija en las Colonias estadounidenses una victoria cuyas consecuencias habían de ser catastróficas para el México independiente.

Al examinar el período de las reformas borbónicas en América, Luis Navarro García escribe: «las Intendencias de la Habana y Nueva Orléans fueron en realidad ensayos tímidos. No consta que obedecieron a un plan preconcebido, sino que parecen más bien que surgieron como solución rápidamente aplicada a dos problemas similares y simultáneos: la reocupación de la isla antillana y la toma de posesión de la colonia francesa.»27 (Intendencias, 64).

Las líneas anteriores definen la primera etapa en el desarrollo de la Intendencia. (Intendencias, 3). Y más adelante Navarro García agrega, en lo referente al inicio de la administración de José de Gálvez: «toda esta segunda parte del desarrollo de la Institución [la Intendencia] dirige y domina un solo pensamiento -el de Gálvez- orientado únicamente por las circunstancias políticas del momento.» (64).

Mientras esto sucedía en el país del Sur (México), en el país del Norte (Estados Unidos), tenían «formado su plan con sabia y madura reflexión», como ya había observado don Luis de Onís en su Memoria (68). Y también, como predijo Aranda, los Estados Unidos iban muy pronto a olvidarse de «los beneficios que ha recibido» (Lafuente, v. 15, 83).

Después de reconocida la independencia de los Estados Unidos por Inglaterra en 1783, en la que el gobierno español jugara un papel tan preponderante, Thomas Jefferson le escribe a George Washington (2 de Abril de 1791)en referencia a la apertura de la colonización de la Florida por parte de España: «El Gobernador Quesada28, por órdenes de su corte, está invitando a los extranjeros a establecerse en la Florida. Esto está dicho para nuestro pueblo. Los deudores toman ventaja de ello y se van con sus propiedades. Nuestros ciudadanos tienen el derecho de ir a donde ellos gusten. Es negocio de los estados el tomar medidas para detenerlos hasta que paguen sus deudas. Hecho esto, yo deseo que cien mil de nuestros habitantes acepten la invitación. Estos serían los medios de entregarnos pacíficamente, lo que de otra manera nos costaría una guerra. Mientras tanto podemos protestar por esta seducción [hacia] nuestros habitantes, justo lo suficiente para hacerles creer [a los hispanos] muy sabia esa política para ellos, y confirmarlos en eso.» (Jefferson v. 20, 97).

Aquí Jefferson se comunica con Washington a través del código común del expansionismo, y con un tono muy diferente al que usa cuando le pide dinero a don Bernardo de Gálvez. El dominio empieza a estructurarse poco apoco en articulación teórica decidida, acuñándose después un término definidor: Destino Manifiesto. Esto sucede por primera vez en un editorial publicado en el número de Julio-Agosto del Democratic Review (1845). Julius W. Pratt, basado en la evidencia interna, descubre que John L. O'Suvillan29 es el autor del escrito. El editorial trata sobre la anexión de Texas y los obstáculos interpuestos que están «oponiéndose a nuestra política, impidiendo nuestro poder, limitando nuestra grandeza, y frenando la ejecución plena de nuestro destino manifiesto a extenderse al continente asignado por la Providencia para el libre desarrollo de nuestros millones [de habitantes] que se multiplican anualmente». (Pratt, «John L. O'Sullivan and Manifest Destiny» en New York History, v. XIV, Nº. 3, July, 1933, 222). (Énfasis de Pratt).

El Destino Manifiesto y el carácter fronterizo de la expansión angloamericana, habrían de estructurarse después en teoría histórica con Frederick Jackson Turner, quien el 12 de Julio de 1893 presentaba en Chicago, como parte de la celebración de los 400 años del descubrimiento de América, su trabajo «El Significado de la Frontera en la Historia de los Estados Unidos», en ocasión de la World Columbian Exposition. Jackson Turner sostiene que: «El desarrollo social de los Estados Unidos ha estado empezando continuamente de nuevo en la frontera. Este perenne renacer, esta fluidez de la vida americana, esta expansión hacia el Oeste con sus nuevas oportunidades, su continuo contacto con la simplicidad de la sociedad primitiva, proporcionan las fuerzas dominantes del carácter americano.» (Turner, 28). [Énfasis mío]. Si algo hubiera que añadir a esto, sería solamente que la expansión se realizaba en todo el ámbito fronterizo comprendido entre las costas Este y Oeste, y en una dirección general hacia el Sur.

La teoría de Turner permitió hacerles ver con claridad a los dirigentes nacionales de Estados Unidos el objetivo de su trabajo.

En carta del 10 de Febrero de 1894, Theodore Roosevelt le escribe a Jackson Turner: «Mi Querido Señor: He estado grandemente interesado en su panfleto de la Frontera. Ha llegado en el momento apropiado para mí, porque tengo la intención de hacer uso del escrito en el tercer volumen de mi "La Conquista del Oeste" haciendo, por supuesto, los completos reconocimientos. Creo que usted da algunas ideas de primera clase, y ha puesto en forma definida mucho del pensamiento que ha estado flotando más o menos vagamente alrededor.» (Morison, Elting, The Letters of Theodore Roosevelt, v. 1, 363). [Énfasis en el texto].

Y Woodrow Wilson escribía en un artículo del Atlantic Monthly publicado en 1902: «La gran presión de un pueblo moviéndose siempre a nuevas fronteras en busca de nuevas tierras, nuevo poder, la libertad plena de un mundo virgen, ha dirigido nuestro curso y formado nuestras políticas como un Destino. Nos dio no solamente la Luisiana, sino la Florida también. Forzó la guerra de México sobre nosotros, y nos dio las costas del Pacífico y arrebató Texas para la Unión.» (Wilson, «The Ideals of America», 1902, 726). [Énfasis mío].

El éxito de los Estados, Unidos ha dependido de la fidelidad a su carácter nacional basado en la idea de frontera. Tan sólo la mención de la palabra los entusiasma. John F. Kennedy, profundo conocedor de la historia de su país, propuso el lema «The New Frontier» para su programa político y de inmediato los corazones de sus compatriotas se electrizaron. Aún en su camino hacia el espacio siguen siendo fieles a la tierra. Su técnica tiene raíces profundas en el territorio que pisan.

También en nuestro país la frontera estructura los centros decisorios, internalizándose en ellos la actitud de la tierra fronteriza, espacio cercenado, anulado, ajeno a nuestro conocimiento. Y así como el dirigente norteamericano expresa en suscinto resumen el alma nacional de un pueblo que emerge desde su frontera; en la misma medida también lo hace la Presidencia de México. Un caso sumamente revelador se da en el Informe presidencial de Victoriano Huerta el lº. de Abril de 1913: «Respecto de Instrucción Pública, se ha hecho mucho, es verdad; pero hemos tomado grandes vuelos; nos hemos ocupado mucho de la Astronomía, de calcular la distancia que hay de Saturno a los centros planetarios, al sol: cosas bellísimas, en verdad, pero poco prácticas. A nosotros no nos debe interesar el saber con toda precisión la distancia en kilómetros o en leguas geográficas que hay del centro de la tierra al centro del sol, y no nos importa la situación geográfica de nuestro punto, de nuestro territorio nacional, porque esto no es práctico.» (Huerta, v. 3, 48-9). En el mismo discurso agregaba Huerta: «Es preciso que seamos prácticos; es preciso que nuestra acción, como hombres de trabajo, contrarreste el dicho de uno de los estadistas más grandes del mundo, el gran Roosevelt, que no se refiere a mí, por cierto, señores diputados y senadores, sino a los latinos, que son de raza caucásica... No se refiere a mí, porque yo no soy caucásico; soy indígena30, soy hombre del país; pero comprendo que el gran Roosevelt tiene razón. No; quiero, señores, que demostremos a ese coloso del ingenio y talento [de] México» (Huerta, 49). Se quería, como se quiere ahora, un pragmatismo al margen de la tierra y de la sangre. Pero se olvidaba, como se olvida ahora, que en el primer párrafo donde Williams James entra a fondo en su teoría del pragmatismo, toma como punto de partida la meditación que el filósofo hace en las montañas y bosques de su tierra con motivo de un picnic: «Hace unos años, estando en un paseo de campo en las montañas, regresé de una caminata solitaria encontrándome a todos inmiscuidos en una furiosa disputa metafísica. El corpus de la discusión era una ardilla -una vivaracha ardilla en el tronco de un árbo». (Pragmatism, 41). [Énfasis del texto]. El espíritu práctico y el avance tecnológico de los Estados Unidos están basados en el carácter de su tierra. Mientras tanto, el discurso nuestro sigue siendo básicamente el mismo de Victoriano Huerta: el empecinamiento en cerrar los ojos al espacio histórico en el que-vivimos.. La antítesis Norte/Sur expresada por el mexicano -ser impregnado de frontera- se puede registrar en la calle, en la plaza, en la iglesia, en dondequiera; lo cual apunta hacia un conocimiento vital y oscuro de esta oposición fronteriza. Existe al respecto una epistemología oculta en cada mexicano que es necesario desentrañar ahora y dirigirla hacia un posible campo solutorio. De ello se tratará en el siguiente capítulo.




ArribaAbajoCapítulo VI

Prolegómenos a una teoría de la tierra


El mito, tan ilustrativo de la verdad, nos habla del destierro de Adán y Eva del Paraíso a causa de un problema que hoy se llamaría epistemológico. La primera pareja había comido el fruto del Árbol de la Ciencia, y el Bien y el Mal, principio antitético por excelencia, se reveló ante sus ojos convirtiéndose en el sistema básico de sus vidas. Esto dio pie a lo que se conoce como el pecado original: la vida fundada en las antítesis, lo cual determinó de inmediato la anulación del espacio original, expresándose esto a través de la figura del destierro. Todo el desarrollo del pensamiento humano ha consistido en el esfuerzo por superar los pares de contrarios, a los que subliminal y oscuramente considera el hombre como el problema básico, la falla fundamental, el pecado original.

Entre los grandes momentos de este esfuerzo, se encuentra el Buda, quien propone ir más allá de los opuestos postulando un Nirvana, y estado de existencia en que el yo personal se disuelve en la universalidad del espíritu. En Grecia aparecen Sócrates y Platón, quienes tomando ventaja de las antítesis, es decir, del error, del pecado; elaboran lo que por eso se puede llamar una solución elegante, basada ésta en el diálogo polémico: la dialéctica. Este camino conduciría a un estado general llamado memoria, que lleva al lugar de la Idea, en donde se paren las almas. Luego Aristóteles, apartándose de Platón, formula un realismo basado en la teleología del logos, produciéndose la Lógica. Después aparece Cristo con un gran descubrimiento: si el hombre se coloca en una posición vital anti-objeto, se retrotrae entonces a un condicionamineto temporal anterior al objeto, por lo cual este último, por necesidad histórica, tendría forzozamente que reaparecer. Se trata de la historia de las revoluciones. Pero Cristo no quería una revolución, sino un cambio sustancial que permitiera superar de raíz las antítesis. Entonces concibió la idea de que en lugar de estar contra algo o contra alguien -lo cual reafirmaría las antítesis, los conflictos- era necesario asimilar ese algo o ese alguien aun principio superior. Así, por ejemplo, afirmaba no estar en contra de la Ley de Moisés, sino que Él venía a rebasarla con un cumplimiento pleno. El «Oíste que se dijo... Pero yo os digo más», es la clave de todo el Evangelio. El estado más allá de los contrarios era expresado por medio de la metáfora del «Padre» -Cristo hablaba casi siempre en lenguaje poético- actitud espiritual por la que se significaba la unidad superior de una paternidad, es decir, de una abierta recepción a la posibilidad genésica de las antítesis fuera de toda inclinación parcial por alguna de sus polaridades, tal como un ejemplar padre de familia lo haría con sus hijos. Ese recinto del «Padre» se encontraba dentro del hombre mismo y era llamado el «Reino de los Cielos», al cual se le aplicaba, entre otras, la parábola del grano de mostaza, indicándose con esto el potencial de crecimiento individual y colectivo que involucraba este descubrimiento. El pensamiento de Cristo tenía la ventaja, sobre el de Buda, en la afirmación del carácter individual de cada hombre, lo cual lo acercaba más a su concreción real. Con respecto a Sócrates y Platón, el dialogismo de estos se sustituía por una respuesta lacónica de «sí por sí, no por no», lo cual sacaba al hombre de su ludismo intelectual, dejándolo franco para la acción comunitaria. Y por último, el Logos abstracto aristotélico era reemplazado por la Verdad concreta de la vida, cuyos principios se basan precisamente en la superación de las antítesis. En el par odio/ amor, por ejemplo, la estructura interna de la relación consistía en que el odio, al hacer depender al hombre de la persona odiada, lo sujeta necesariamente a la esclavitud ajena. De esta manera la conducta del que odia se encontraría determinada forzozamente por la persona odiada, con lo cual el odiador no sería libre. Esta era la Verdad, y solamente la Verdad podría hacer libres a los hombres. El Amor (no el amor, no el Eros) predicado por Cristo, tenía como basamento a Dios, que como buen «Padre» amaba por igual a todos sus hijos, a toda la progenie de los pares en conflicto. La única manera de superar el conflicto odio/amor, tendría que ser entonces el Amor Universal, incluso a los enemigos. Se trataba, pues, de un cambio radical en el pensamiento humano, de una colosal inversión de todo el mundo antiguo. Marcaba, precisamente, una frontera en el tiempo.

Al llegar el Renacimiento, la ruta hacia los principios generales prosigue, y con el advenimiento del cientificismo se encamina hacia la técnica de resolver problemas. Por ejemplo en René Descartes, las antítesis son lo dado y lo pedido, los datos y la incógnita. En las Regulae ad directionem ingenii, Descartes recomienda, para la solución de problemas, distinguir lo «absoluto» de lo «relativo». Lo «absoluto» es lo que sirve de punto de partida para las soluciones y consiste en lo que es independiente, causa, simple, universal, único, igual, similar, derecho. Lo «relativo», en cambio, se refiere a la naturaleza de lo problemático, y consiste en aquello que es dependiente, efecto, compuesto, particular, múltiple, desigual, disimilar, inclinado. (Descartes, Regla VI). En estas dos cadenas semánticas de carácter antitético, la solución se encontraría, por ejemplo, cuando un «particular» se expresara en un «universal»; o algo «desigual» en una «igualdad» (la ecuación, por ejemplo). Siguiendo este mismo paradigma, en la Física de Issac Newton la atracción y repulsión de los cuerpos se soluciona en la Ley de la Gravitación Universal. Ya en nuestro siglo XX, Max Plank habla de cómo Einstein trabajaba en unir «la mecánica y la electrodinámica [par de opuestos] bajo un sistema de ecuaciones. Para este fin se ha dado a la tarea de formular una teoría del campo unificado» (Plank, Where is Science going?, 57). Y el mismo Plank afirma en A Survey of Physical Theory: «Mientras exista la Filosofía Natural, su último y más alto fin será siempre el correlato de varias observaciones físicas en un sistema unificado, y, cuando sea posible, en una sola fórmula» (Plank, 1).Todo el pensamiento humano tiende hacia las grandes síntesis. Al decir de Emmanuel Kant, «Es extremadamente ventajoso poder traer un número de investigaciones bajo la fórmula de un solo problema.» (Critique of Pure Reason, «Introduction», inciso VI, 55).

Como hemos visto, el pensamiento humano tanto en la Religión, como en la Filosofía y en la Ciencia, ha encontrado sus grandes soluciones en la superación de las antítesis. Nos encontramos así ante un principio fundamental en la resolución de los estados de conflicto que presentan los opuestos: la posibilidad de superarlos con el descubrimiento de una fórmula general que los trascienda.

El mecanismo íntimo de estos procesos tiene una estructura sintética y su aplicación se da en varias escalas de magnitud y en diferentes campos. De hecho, el juicio sintético, clarificado por Kant en la Crítica de la razón pura, consiste en introducir en el sujeto un predicado que no estaba contenido en él. En el juicio analítico, en cambio, el predicado está contenido en el sujeto. Así por ejemplo en el juicio «un triángulo tiene tres ángulos», el predicado «tres ángulos» está contenido en el sujeto «triángulo». Lo mismo si digo «los cuerpos son extensos», no es necesario ir más allá de la concepción de «cuerpo» para encontrar la extensión conectada con él. Por otro lado en el juicio «los cuerpos son pesados», el predicado «pesado» no está contenido en el sujeto «cuerpo», sino que es necesario ir más allá del concepto de «cuerpo» para encontrar el de «peso». El concepto «pesado», pues, no está contenido en el de «cuerpo» por más que me empeñe en analizar este último. Estos son los juicios sintéticos. (Kant, «Introduction», inciso IV). Fue por un juicio sintético a gran escala, por ejemplo, como Descartes, aplicando el campo semántico del Algebra al de la Geometría, inventó la Geometría Analítica.

En el campo de la Estética se da un fenómeno semejante al juicio sintético kantiano. En el Renacimiento se hablaba de la palabra peregrina, que consistía en transportar de un campo semántico a otro la parte de una palabra, un concepto completo, o bien importar a la propia una palabra de otra lengua. Después de citar la tradición en Horacio y Aristóteles, («que él también llamó [a tal vocablo] forastero»), Antonio López Pinciano escribe, en su Filosofía antigua poética (1596), que un vocablo «es peregrino del todo porque es inventado del autor; como si algún latino al río Pisuerga por su invención le dijera Pisoraca.... Hechos, se dicen aquellos [vocablos] que inventó el poeta de su cabeza, al cual más que á otro toca el inventar el vocablo, como también la invención de la cosa, y por lo uno y por lo otro es dicho poeta.» (Pinciano, 234). Y Luis Carrillo Sotomayor en su Libro de la erudición poética (1611), aconseja: «Usade bocablos peregrinos, llamo peregrino, variedad de lenguas, translacion, extension, y todo lo que es ageno de propio» (Carrillo, 52-3). A esto se refiere Cervantes cuando, al nombrar Don Quijote a su dama (Dulcinea del Toboso), este nombre le pareció al Caballero «músico y peregrino, y significativo como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto» (Cervantes, Cap. I, 22). El proceso de creación se puede observar claramente cuando Don Quijote le pone nombre a Rocinante: «después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era» (Quijote, Cap. I, 21). En la cita anterior los vocablos rocín y antes se han aquí enfatizado con el propósito de resaltar los dos campos semánticos que participan en el proceso de creación.

Esto es semejante a lo que los Formalistas rusos denominaban ostroniene (extrañamiento). Viktor Shklovsky, quien acuñó este término, escribe al explicarlo, comentando a Tolstoy: «Cualquiera que conozca a Tolstoy puede encontrar varios cientos de ejemplos de esta clase. Su manera de ver las cosas fuera de su contexto usual es de igual evidencia en sus últimas obras, donde aplica la estrategia del extrañaminto [ostroniene] a la descripción de los dogmas y rituales que ha estado investigando. El reemplaza los términos acostumbrados que se usan en la Iglesia Ortodoxa con términos comunes y corrientes». (Shklovsky, Art as Device, 9)31.

André Breton, al establecer el par sueño/realidad, dice: «Yo creo en la futura resolución de estos dos estados, sueño y realidad, que aparentemente son tan contradictorios, en una clase de realidad absoluta, una «surrealidad» (Breton, «Manifesto of Surrealism», 14). Esta «surrealidad» era para Breton la unidad superior que resolvía la antítesis por él propuesta. Y la técnica que André Breton consideraba ser el meollo de la creación poética, instrumento para superar esa oposición, la concreta de la manera siguiente citando a Pierre Reverdy: «La imagen es una creación pura de la mente. No puede nacer de la comparación sino de la yuxtaposición de dos o más realidades distantes. En la mayor medida que esta relación entre las dos yuxtaposiciones sean distantes y verdaderas, será más poderosa la imagen [y] más grande su fuerza emocional y realidad poética» (Breton, 20).

Y en nuestra América, cuando Vicente Huidobro formula su sistema de opuestos, escribe: «Tenemos un principio o una fuerza de expansión, que es femenina, y una fuerza de concentración, que es masculina.... En el fondo, es en esto en donde hallaremos soluciones para el eterno problema de románticos y clásicos.... Todo sigue en el hombre a esta ley de dualidad. Y si llevamos en nosotros una fuerza centrífuga, también tenemos una fuerza centrípeta» (Huidobro, «El Creacionismo», Obras Completas, v. 1, 677). Para él la manera de superar las antítesis es la Creación: «Debemos crear. He aquí el signo de nuestra época.... Inventar consiste en hacer que las cosas que se hallan paralelas en el espacio se encuentren en el tiempo o viceversa, y que al unirse muestren un hecho nuevo» (Huidobro, «Epoca de Creación», v. 1, 693).[Énfasis del texto]. Para Huidobro el espíritu de la Creación era la unidad superior que resuelve las antítesis. Y el poeta chileno conocía también -como que la había estudiado íntimamente- la naturaleza histórica del proceso. En efecto, hace notar que los surrealistas «dan como novedad aquella definición que dice que la imaginación es la facultad mediante la cual el hombre puede reunir dos realidades distantes» siendo que «es tal vez una de las más antiguas que se conocen.... os bastará abrir el Diccionario Filosófico de Voltaire... y ahí encontraréis: Ella [la imaginación] reúne varios objetos distantes.» (Huidobro, «Manifiesto de Manifiestos», v. 1, 666). [Énfasis del texto].

A la manera de la palabra «peregrina» de los renacentistas; y al igual que como en el Quijote se inventa la palabra Rocinante, podemos leer en Altazor, de Huidobro:


Al horitaña del montazonte
La violondrina y el goloncelo
Descolgada esta mañana de la luna
Se acerca a todo galope
Ya viene la golondrina
Ya viene la golonfina
Ya viene la golontrina
[...]
Ya viene la golondía
Y la noche encoge sus unas como el leopardo.


(v. 1, 398)                


A este tipo de palabras inventadas fue a las que Alfonso Reyes llamó «Jitanjáforas» . (Reyes, Las Jitanjáforas, v. XIV, 190-230).

Con este procedimiento, denominado generalmente desautomatización, se desliga a las expresiones de su contexto usual lográndose con ello la renovación del lenguaje y la invención literaria. En escala mayor se puede observar esto en el Quijote, por ejemplo, en donde a la novela de caballerías se le aplican las características del Romance. Otro ejemplo es el de García Lorca en el Romancero gitano, en donde al modelo surrealista se le aplican las formas del Romancero tradicional. Todos estos fenómenos siguen el patrón del juicio sintético kantiano, diferenciándose de éste no sólo en la materia de su campo, sino en la escala de sus aplicaciones. Como un caso particular, cuando los campos semánticos son opuestos y contiguos, la transposición que se da entre ellos constituye una inversión fronteriza. El proceso de encontrar la unidad superior en que se subsumen las antítesis tiene pues, cuando se aplica a escala mayor, una estructura común al juicio sintético, y consiste en una especie de hiperjuicio suprasintético que unifica los campos de la creación.

Tomando nuestro campo particular de estudio, se puede ver que las antítesis están determinadas por un aquí fronterizo que hace posible la oposición Norte/Sur en la dimensión espacial, mientras que en la dimensión temporal se trata de un ahora que sirve de frontera entre el pasado y el futuro. El par fronterizo Norte/Sur está descrito por su carácter geográfico de espiritualidad: la semiósfera que lo humaniza a través de un sistema de signos, de símbolos, de lenguajes. Este universo de signos, estudiado en los capítulos anteriores, depende de una visión realizada en el cada ahora estructurado por la revelación escrita o por nuestra propia instrospección meditativa. El ahora es siempre la condición fundamental de la observaciones, y constituye por lo tanto un absoluto, es decir, todo lo demás está en relación de dependencia con él. Por otra parte, y en la misma dimensión temporal, resulta obvio que el pasado fue pero ya no es, y que el futuro será pero que tampoco es. Dicho con otras palabras, ni el pasado ni el futuro poseen esencia por sí mismos, sino que para ser dependen del ahora, del presente que los condiciona. El ahora es un absoluto. Este concepto se ha confundido frecuentemente con el instante. El razonamiento es más o menos como sigue: de lo único que estoy seguro es de que ahora tengo tan sólo este instante (algo parecido aun punto que se nos escapa), el cual al instante siguiente ya no lo poseo porque enseguida aparece otro instante, y así hasta el infinito. El instante aparece de esta manera como aquello que no se puede retener para darnos su sentido, que no se puede conocer ni significar, y que por lo tanto no puede ser sujeto de una fabla, de un habla: es inefable, indescriptible. Sobre él es imposible la acción del hombre. En realidad el problema de la instantaneidad consiste en que es una especie de coartada que promueve la inacción, el statu quo. Porque si el instante, se esfuma, entonces no podremos hacer con él nada, el instante no puede dar base a nuestra volición, y por lo tanto nada se puede cambiar. Sin embargo la cogitación del instante aparece, y si aparece, tiene que ser útil como en efecto lo es, ya que a través de ella tenemos la noción del infinito. Y es precisamente el recurso al infinito el fundamento de toda utopía, de lo utópico: ese posponer siempre la realización de la plenitud humana a un tiempo que jamás llega y que no podrá llegar jamás porque implicita «el lugar que no es ninguno». Y así como el instante no posee realidad tópica, tampoco lo utópico tiene temporalidad real. En su desesperación por la utopía, la Teología de la Liberación llega a proponer inclusive el fin de la historia,

lo cual equivaldría nada menos que al fin de la temporalidad, es decir, del hombre. Las teorías del fin de la historia son posiciones antihumanistas. Pero si la cogitación del instante aparece, esto se debe exclusivamente al aquí y al ahora, condiciones que fundamentan todo pensar, inclusive el utópico. El aquí y el ahora son pues la unidad superior en que se subsumen los grupos antitéticos Norte/Sur y Pasado/ Presente. Lo utópico forma parte, en la economía mental, del código que nos obliga a parar en seco y ponderar las situaciones, la luz roja que nos alerta para evitar los accidentes fatales. No es un índice, sino una indicación.

No se trata pues aquí, como en todo el pensamiento tradicional, de superar las antítesis proponiendo un estado ideal. El problema de esto es que en el fondo, se ha creído que más allá de las antítesis se encontraría de nuevo el Paraíso, o la aprehensión de la mente Divina, o del plan de Dios en el universo. A eso se debe que, colocándose psicológicamente el hombre en ese punto, fatalmente y por la misma evolución histórica se vuelvan a dar las condiciones antitéticas de siempre, la expulsión del Paraíso, la repetición del statu quo, agregando a esto la extraña convicción de que con ello se está cumpliendo la voluntad divina. Esa es la razón por la que los grandes principios filosóficos y morales devienen luego en sistemas de opresión. Su vulnerabilidad consiste en la suposición de un Origen, de un Paraíso, de un Retorno, de una comunicación o de una suplantación conde Dios. Así por ejemplo, Huidobro afirma que la poesía es «el lenguaje del Paraíso y el lenguaje del Juicio Final»; es decir, relaciona la aparición de la palabra con los eventos míticos del Origen y el Retorno. («La Poesía», Obras Completas, v. 1, 655). El sustrato adánico de la palabra se ve con claridad en su poema «Adán»: «Y Adán habló, y el hombre puso palabras/En todas partes donde antes callaba» (v. 1, 237). Y luego su rotunda afirmación de que «el poeta es un pequeño Dios». Pero no. El proceso puramente humano, el proceso de creación, tiene una indiscutible realidad histórica. Es cuando ese espíritu finge basarse en arcanos cuando se vuelve arrogante, polémico, destructivo, antitético. Desgraciadamente el hecho -histórico también- es que los grandes talentos, poseedores de las claves de la invención, recurren con frecuencia a lo misterioso, fingiendo un tipo de revelación que proyectan como inasequible para los demás mortales. Es entonces cuando los espíritus fundadores de arte erigen sus capillas del elitismo, y los fundadores de mitos estructuran sus iglesias y sacerdocios. Partiendo de este acusado particularismo, no puede entonces ya extrañarnos el porqué esos sistemas se convierten luego en manipuladores de lo oculto, es decir, en ideologías diseñadas para la manipulación y, consecuentemente, la opresión del otro. Después los espíritus fundadores mueren, y sus acólitos heredan solamente los ceremoniales, las liturgias. Y el statu quo se vuelve a repetir, la esperanza se vuelve a marchitar, y el pesimismo vuelve por sus fueros: «Nada nuevo hay bajo el Sol», dijo el Eclesiastés. Pero esos fenómenos se dan en el pensamiento humano, y si se dan, deben tener forzosamente algún significado en la economía del mundo, deben encerrar algún mensaje que aún no hemos descifrado. Para entrar de lleno en este asunto, históricamente se nos presentan dos códigos creativos. Uno es el que se conoce, se domina y se practica libremente por los grandes creadores de sistemas a través de la historia. A este pertenece el aparato de superación de las antítesis visto con anterioridad. En el otro código, de carácter ideológico y que surge alrededor del espíritu común puesto en marcha por los grandes creadores; los principios de la creación se rodean de un halo de misterio y se usan en detrimento ajeno. En este último caso se siguen también los métodos creativos, ya que, por un lado, sus esquemas se desautomatizan al aplicarles el campo semántico del misterio, del rito y de la magia; y por el otro esta nueva creación no es practicada hacia un sí mismo, sino al campo semántico de los demás. Los modelos resultantes, al coincidir con la realidad objetiva, se convierten entonces en lo que se denomina una `verdad'.

El problema general consiste aquí en explicar cómo es posible que esto suceda así, dilucidar por qué los modelos abstractos, aplicados a la realidad -para bien o para mal- concuerdan siempre tan maravillosamente con ella. Cómo es posible, por ejemplo, que la Geometría euclidiana coincida luego con las aplicaciones que de ella se hacen en la Ingeniería. O cómo es posible que los esquemas del llamado «Mal», sean de tan consistente éxito en el mundo objetivo. Dicho en otros términos: A qué se debe que los modelos eficaces creados por la mente, coincidan de manera tan asombrosa con la realidad. La pretensión de que esto involucra no una contingencia sino una necesidad y no una particularidad sino una universalidad; considerándose aquí lo necesario y lo universal como las bases del apriorismo, no está muy clara. Lo que en realidad se está haciendo con esto, es una manipulación de la Lógica formal en detrimento de la historia. Porque si preguntamos: ¿a qué se debe que de la historicidad se excluyan los criterios de necesidad y universalidad? ; la respuesta sería que la historia pertenece a lo «posteriori», lo cual ya desde un principio había sido expulsado del sistema formal propuesto. El diseño real de este esquema, consiste en la exclusión selectiva y calculada de los datos que el devenir histórico progresivamente nos arroja, con el fin de evitar los procesos de abstracción y de crítica que sobre ellos se podrían ejercer. Esto es lo que se llama ideología-una visión parcial de la realidad- y las ideologías obran como cedazo selectivo en el proceso histórico de abstracción. Como ya observa Alfonso Reyes, desde las triangulaciones que los egipcios practicaban después de las periódicas inundaciones del Nilo con el objeto de restablecer la partición de terrenos, hasta la emancipación triangular del referente llevada a cabo por los griegos con el Teorema de Pitágoras, hubo que pasar un largo tiempo: «Cada concepción matemática, que hoy recibimos graciosamente, es una riqueza acumulada de intenciones mentales». (El deslinde, 64). La actitud intelectual de Reyes tiene hondas raíces hispanas. Cuando Huarte de San Juan (¿1530-1591?) escribe el Examen de ingenios para las ciencias, al discutir la palabra ingenio la hace derivar del «verbo ingenero, que quiere decir engendrar dentro de sí una figura entera y verdadera que represente al vivo la naturaleza del sujeto» (Huarte, v. 1, 43). Es en este sentido en que Huarte toma la palabra ingenio: como generar, como engendrar, atribuyéndole luego una realidad socio-histórica cuando escribe sobre las «generaciones que el hombre hace para entender las cosas como ellas son en sí; donde la imagen que el entendimiento concibe dellas, por maravilla sale de la primera contemplación con el vivo que la cosa tiene; y para pintar una figura tal y tan buena como ella está en su original, es menester juntar infinitos ingenios y que pasen muchos años» (v. 1, 42).

En resumen, lo que llamamos «experiencia»' se puede dividir por lo pronto en dos partes, de las cuales una es preferible a la otra por su eficacia relacionada con el acto. Así por ejemplo, el que quiera construir una rampa por la pendiente de una montaña, calculará el material necesario aplicando el Teorema de Pitágoras, deducido por la Geometría a través del razonamiento abstracto. Esto le ahorrará al interesado el tremendo esfuerzo y condición física que se requiere para escalar él mismo la montaña y hacer la medición. El cálculo arrojado por el modelo teórico coincidirá luego con la realidad. De las dos experiencias, la correspondiente a la creación del modelo es la más práctica: lo más práctico es una buena teoría, la cual se formula y se decide históricamente. El problema es que de la misma manera se puede dar el modelo de exterminación hitleriano implícito en Mi lucha.

La cuestión del acoplamiento entre el modelo mental y la realidad es muy antiguo y de la mayor importancia, pues con ella se trata de dar respuesta a cuáles son las condiciones que rigen la creación de esquemas teóricos que sean luego aplicables con eficacia a la objetividad.

Ya Aristóteles observaba que «la Geodesia no difiere de la Geometría sino en que la una recae sobre objetos sensibles, y la otra sobre objetos que nosotros no percibimos por los sentidos» (Metafísica, 57). Al estudiar el pensamiento de Platón sobre este punto, Aristóteles se da cuenta que aquél postula la Idea contra el mundo objetivo, y pone luego entre ellos, como intermediarios, a los seres matemáticos. Dicho con otras palabras, entre la antítesis Subjetividad/Objetividad, Platón intercala un modelo matemático que permita explicar la coincidencia entre los dos polos por medio de la participación de la idea en la sustancia sensible. Aristóteles razona entonces que esto no es posible porque requiere, además del hombre particular y el hombre genérico (la idea de hombre), a otro hombre -un tercer hombre, dice- que realice la relación participativa. Pero este tercer hombre no puede darse porque las relaciones posibles son infinitas, y por lo tanto, de esta manera no se puede explicar de una manera finita y alcanzable por la mente la coincidencia entre lo subjetivo y lo objetivo. Ya vemos asomar aquí,

con los seres matemáticos y el tercer hombre, las orejas de lo misterioso, de lo esotérico. Para resolver el problema general de los contrarios, Aristóteles propone entonces la existencia de un tercer término: la Materia, sujeto común a los contrarios, potencialidad que se actualiza en la forma. En relación a esto escribe: «No sólo los que reconocen dos principios [los contrarios] deben admitir otro principio superior, sino que los partidarios de las ideas deben también admitir un principio superior a las ideas, porque ¿en virtud de qué ha habido y hay todavía participación de las cosas en las ideas?» (Metafísica, 277). [Énfasis mío]. Por lo anterior se puede ver claramente el perfil de la crítica que Aristóteles hace a Platón, y con ello al llamado `Idealismo', oponiéndose a las tesis de los seres matemáticos y de las Ideas. La clave de este acercamiento es que con la Materia Aristóteles postula un sujeto común a los dos contrarios. Aquí se puede observar ya la fisonomía completa de la unidad superior en una variación del «tercer hombre» platónico. Pero ahora se trata del «tercer término», una especie de figura ectoplásmica que dará razón del mundo. El «Realismo» aristotélico, pues, no es otra cosa que una versión nueva del «idealismo» platónico. Desde entonces data el pseudoproblema antítetico entre Idealismo y Realismo, sin habernos aún dado completamente cuenta de que uno de los términos es simplemente variación lingüística del que se supone su contrario. Parece que todavía no hemos reparado con la suficiente atención, en que el verdadero problema subyacente a la ya fosilizada pseudoantítesis, consiste en responder a la pregunta de cuál es la relación entre modelo teórico y objetividad.

En el siglo XVIII, al arribar Emmanuel Kant a la Filosofía y preguntarse cómo era posible que la Física de Newton coincidiera tan perfectamente con la realidad, descubrió los juicios sintéticos a priori. El apriorismo del juicio indica su naturaleza especulativa, independiente de la experiencia. Sin embargo, es indudable que aquí se supone la experiencia del «a priori», y en este sentido el «a priori» sería una experiencia real. Esta insistencia implacable en lo «puro», que aleja a Kant de toda noción de referencialidad es quizá lo que determina en él la extraña compensación -por lo excepcional- de un rapto poético. «La ligera paloma, hendiendo su vuelo libre por el tenue aire, cuya resistencia siente, podría imaginar que sus movimientos serían más libres y rápidos en un espacio vacío». («Introduction», inciso 111, 48). Ciertamente, diríamos nosotros, la paloma kantiana moriría muy pronto por falta de oxígeno.

A diferencia de ese mundo nebuloso de apriorismos y ergotismos, nuestro mundo hispano tiene su base científica en un sistema pragmático que aún no hemos puesto en acción. Esta actitud espiritual, tan secreta como intensa en nuestros países, tiene un largo pasado. Al hacer Francisco Suárez (1548-1617), la diferencia entre el conocimiento adquirido por la pedagogía y el proveniente de la genuina investigación, afirma que como requisito para esta última se precisa la experiencia de los principios, ya que: «los que adquieren la ciencia con la sola investigación [al margen de la enseñanza, Vgr. como cuando se descubre un principio por primera vez] necesitan de la experiencia de estos principios porque sin ella [sin la experiencia] y sin la ayuda extrínseca del maestro y de la enseñanza [necesariamente ausentes en este caso] ni pueden proporcionar estos principios, ni conocerse adecuadamente sus nociones de manera tal que sea suficiente para poderles prestar asentimiento evidente.» (Suárez, Disputaciones metafisicas, v.1, 352). Esta función experimental del pensamiento, tan profunda en el intelecto hispano, tiene como base una acendrada vocación práctica que incorpora incluso en su sistema el llamado «apriorismo», trascendiéndolo en una superestructura vital. Bien reconocemos íntimamente que aquí está el punto de partida de un pragmatismo propiamente nuestro, pero aún no hemos dado el paso decisivo para ponerlo en acto. Hay un diálogo en la Bahía de silencio, de Eduardo Mallea, que ilustra esta alma hispana enferma y mórbida -simbolizada por las palabras de Anselmi- frente a la respuesta precisa de su interlocutor, que representa la voz profunda de nuestra esencia: «Yo no tengo vocación fija -dijo Anselmi. Su voz era un poco amarga, ronca y viril-. Yo lo que tengo son ansiedades vagas, así como el enfermo que está en la cama, a quien se le ocurre de pronto que tendría que levantarse para arreglar algunas cosas que están mal en el mobiliario del cuarto de al lado; pero el cuarto de al lado está lejos y hay que levantarse y moverse; así que al fin, el enfermo se queda en la cama y sigue con su deseo vago de orden. -Entonces lo que falla no es la vocación sino el medio, pues el deseo de orden es una vocación bastante concreta. Sí, pero tampoco sé claramente qué es ese orden.- ¿Quién lo sabe? De antemano, nadie. Ni los grandes políticos ni los grandes artistas han pensado su orden plenamente antes de ponerse a realizarlo. El orden es una superestructura. Se articula a sí mismo a medida que lo alimenta su creciente adecuación con la realidad. Un orden pensado abstractamente en su totalidad es artificial e inservible.» (Mallea, v. 1, 638-9). [Énfasis mío].

Elaborando un poco más allá el pensamiento de Mallea, se puede agregar que el problema planteado por la abstracción «pura», consiste en que al no coincidir sus modelos con ninguna realidad objetiva, estos se encuentran investidos, a pesar de todo, con el mismo carácter teleológico propio a todo aparato formal. Es decir, al estar incompletos, pugnan afanosamente por satisfacer sus destinos truncos con algún contenido. De ahí que toda abstracción «pura», se muestre ávida en organizar imágenes que satisfagan imperativamente las necesidades intrínsecas exigidas por sus fórmulas, dándose de esta manera lugar a un formalismo autoritario y dogmático. De este formalismo hay tan sólo un paso para llegar al rito, a la liturgia y a la magia. Después de esta etapa, todo el desarrollo posterior degenera en fetichismo, manipulación y superchería. El destino de toda abstracción «a priori» es el esoterismo, cuyo proceso se desarrolla desde sus contenidos más «sublimes», hasta llegar a sus expresiones más pedestres y vacías de contenido vital, señal ésta que han viajado el círculo completo, encontrándose al final con su propia y esencial nada. Estos procesos consumen una cantidad enorme de tiempo. Así se podría historiar, por ejemplo, cómo el «tercer término» aristotélico (la Materia), reemplaza a los seres intermedios de Platón que requieren un «tercer hombre», y después cómo el apriorismo sintético kantiano substituye a la Materia aristotélica. El resultado de todo este proceso ha sido un solipsismo monumental, una subjetividad absoluta que impide salir hacia el mundo objetivo, es decir, dar una solución completa al problema de la coincidencia entre el modelo mental y la realidad, pregunta que palpitaba en el espíritu humano desde el principio del filosofar. El olvido de esta pregunta fundamental, y la consecuente caída del alma en los abismos esotéricos, hace que el espíritu crítico se disuelva en un maremagnum de intrascendencias en que la vida pierde todo su sentido. Es así como el esbozo general de estos estados, pertenecientes ala economía del espíritu, nos proporciona el código que nos informa de una falla en el proceso de la verdad y de la vida, y lo que se necesita hacer entonces es invertir la situación y considerar la posibilidad de la existencia de un modelo pleno de objetividad.

Partiendo de lo único que permanece en pie en el seno de este derrumbamiento caótico de pensamiento y vida, la realidad se nos presenta de inmediato en la forma de un aquí y un ahora. El modelo es este aquí y este ahora de mi concreción humana, de mi decisión para la verdad. Este modelo es directamente objetivo y observable al experimentar mi involuntaria voluntad de ser, de resistir permaneciendo en lo que soy. Esta es la verdad, y el aquí y el ahora se organizan así como la única condición objetiva del criterio de certeza. En este núcleo, el aquí está contenido en el ahora, y el ahora está contenido en el aquí, sin implicar esto una estructura exclusivamente analítica. No se trata tampoco de una síntesis en el sentido tradicional, ni mucho menos de una privativa síntesis a priori. Si tomamos el «juicio sintético a priori», nos damos cuenta que el problema básico de esta estructura es que no agota los datos de la matriz {análisis/síntesis ; a priori/a posteriori}. Al observar esta matriz, se puede ver cómo la selección privilegiada de los polos internos ( «síntesis» y «a priori») determina el surgimiento del «juicio sintético a priori»; con lo cual se excluye la posibilidad de un «juicio analítico a posteriori», es decir, de la interacción de los polos externos («análisis» y «a posteriori»). Para verdaderamente trascender toda la matriz hacia una unidad superior que la resuelva, sería necesario determinar la relación que hay entre lo «analítico» y lo «a posteriori», cosa imposible de hacer en un sistema que, como el del complejo Idealismo- Realismo, comienza por descartar tal posibilidad. Esto se debe a que en este sistema se establece al tiempo y al espacio -con Kant como condiciones «a priori» del conocimiento. Pero desde el punto de vista de la verdad y de la vida, lo que en realidad nos aporta el espacio es este aquí y el tiempo este ahora; estando contenido el ahora en el aquí y viceversa. Esta manera de pensar posee una estructura analítica en el sentido de que un término está contenido en el otro. Y posee, también, una estructura a posteriori, ya que se refiere directamente a su comprobación en la objetividad experimental. Se trata, pues, de un pensar analítico a posteriori. Por otro lado, su carácter sintético es indudable porque sus términos proceden de dos campos significativos con denotaciones distintas (tiempo y espacio). Esta forma del pensar es susceptible también de recibir un tratamiento apriorístico; teniendo ahora en cuenta el carácter condicional de este proceso, es decir, estando alertas a la posible polarización del procedimiento hacia un camino puramente formal que cierre los ojos ante los nuevos datos que arroje la objetividad. Se trata, pues, de tomar toda la matriz (antítesis/síntesis ; a priori/a posteriori), trascendiéndola a través de un abierto dinamismo entre sus elementos. Nada en ella es superfluo, nada en ella está dado de más. Todo en ella es funcional y útil. Y si se expresan aquí en forma antitética, es por necesidad de la grafía que ayuda a la comunicación: en la realidad humana sus elementos se encuentran en constante interacción. Es a partir de estos nudos antitéticos, que haremos un examen de los campos semánticos aledaños con potencial de desautomatización, de aplicación creativa a nuestra realidad. En este sentido se nos presentan de inmediato dos grandes movimientos internacionalistas: el de Adam Smith y el de Karl Marx. El segundo, cuyo documento más conocido se publica en 1848 -año del Tratado de Guadalupe Hidalgo- requiere de un industrialismo cosmopolita32.

El primero, tratado por Smith en su libro Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations -publicado el año en que los Estados Unidos declaran su independencia (1776)- propone el libre comercio a un nivel de cosmopolitismo universal. Este «universalismo» de Smith recibe un sesgo excluyente con respecto a la particular consideración del desarrollo hispanoamericano a partir de sus raíces: «Después de todas las maravillosas historias que se han publicado concernientes al espléndido estado de esos países [México y Perú] en tiempos antiguos, cualquiera que lea, con algún grado de juicio sobrio, la historia de su primer descubrimiento y conquista, evidentemente discernirá que en las artes, la agricultura y el comercio, sus habitantes eran mucho más ignorantes que los actuales Tártaros de Ucrania». (Smith, 203). En cuanto al mestizaje es un poco más generoso: «tenemos que reconocer, yo comprendo, que los criollos españoles son en muchos aspectos superiores a los antiguos indios» (535). En Smith la intromisión racial en el tema económico salta a la vista.

Tal vez el crítico más perspicaz del sistema de Adam Smith sea el economista alemán Friederich List. Casi totalmente desconocido en nuestro Continente, sus teorías han servido como punto de partida para el increíble avance industrial del Japón actual33. Al estudiar List los posibles efectos del, libre comercio basado en el poder industrial de Inglaterra, escribe en su libro The National System of Political Economy 1841): «Asia, Africa y Australia serían civilizadas por Inglaterra, y cubiertas por nuevos estados modelados a la manera inglesa. Con el tiempo, se formarían los Estados Ingleses bajo la presidencia del estado madre, con lo cual los países de la Europa Continental serían apartados como razas sin importancia, improductivas.» (List, 130-l ).

Ciertamente esto no fue logrado en su totalidad por Inglaterra con su doctrina del libre comercio, pero sí por los Estados Unidos en el Continente Americano al desarrollar estos el sistema económico inglés. Es interesante señalar la actitud que en el europeo observa List con respecto a las «razas sin importancia», en relación con la productividad industrial. En artículo publicado el 23 de Enero de 1848 (el Tratado de Guadalupe Hidalgo se firmó el 2 de Febrero del mismo año), escribe Engels: «En América hemos sido testigos de la conquista de México y nos hemos regocijado de ello. Es también un avance cuando un país que hasta aquí ha estado exclusivamente envuelto en sus propias dificultades, perpetuamente desgarrado en guerras civiles, completamente impedido en su propio desarrollo, un país cuya mejor perspectiva hubiera sido el estar sometido industrialmente a Inglaterra cuando un tal país es forzosamente arrastrado al proceso histórico. Es interés de su propio desarrollo que en el futuro México sea puesto bajo la tutela de los Estados Unidos. La evolución de toda América ganaría por el hecho que los Estados Unidos, con la posesión de California, obtuviera el dominio del Pacífico.» (Karl Marx; Frederick Engels: Collected Works, v. 6, 527). La revolución concebida por Marx y Engels requería la aparición del proletariado, lo cual implicaba un fuerte complejo industrial. Para Engels, pues, la conquista de México por el país del Norte aceleraría ese proceso, estableciéndose de esa manera las condiciones para el movimiento proletario. Aquí el requisito para la revolución es el imperialismo -una colosal contradicción en el terreno puramente científico- y por eso Engels ataca los principios aducidos por Bakunin: «¿Y Bakunin acusará a los americanos de una "guerra de conquista", la que, al dar un severo golpe a su teoría basada en la "justicia y humanidad" fue con todo eso emprendida completa y solamente en interés de la civilización? ¿O es tal vez desafortunado que la espléndida California [les] haya sido quitada a los holgazanes mexicanos, que no podrían hacer nada con ella? ... La `independencia' de unos pocos californios y texanos hispánicos pudiera sufrir por ello; en algunos lugares la "justicia" y otros principios morales podrían ser violados; pero ¿qué importa eso comparado con tales hechos de significado histórico-mundial?» (Marx-Engels, v. 8, 365-6).

Del árbol caído todo mundo hace leña, y Marx le escribiría a Engels con gran sorna el 2 de Diciembre de 1854, comentando los sucesos de la toma de México por Winfield Scott en 1847: «Los españoles son ya degenerados. Pero un degenerado español, un mexicano, es el ideal. Todos los vicios del español, grandilocuencia, jactancia, quijotería, aparecen elevados en ellos a la tercera potencia, pero poco o nada de la firmeza del español.... Pero los españoles no han producido un talento comparable al de Santa Anna.» (Marx-Engels, v. 39, 504).

Lo que en realidad se va dando, es el modelo inglés transportado a los Estados Unidos. Al analizarlas posibles consecuencias imperialistas de la influencia del libre-comercialismo sobre el Continente europeo, escribe List que los países como Francia, España y Portugal, tendrían que «suplir al mundo inglés con los mejores vinos, y tomarse ella misma los malos: cuando mucho Francia podría retener la manufactura de un pequeño taller de sombreros. Alemania no podría suplir a este mundo inglés con más [productos] que juguetes para niños, relojes de madera y escritos filológicos, y algunas veces también con cuerpos auxiliares... por la causa de extender la supremacía manufacturera, comercial; y la literatura y lenguaje de Inglaterra.» (List, 131).

Este paisaje desolador es el que vivimos actualmente en nuestra América Hispana. Las avanzadas hacia México por parte de los Estados Unidos tienen, ya lo hemos visto, una larga historia. En artículo escrito el 20 de Octubre de 1861 Karl Marx, agudísimo como siempre en la percepción geopolítica de su tiempo, analiza el plan estadounidense de extender su política esclavista hacia el Sur: «En la política exterior y doméstica de los Estados Unidos, los intereses de los propietarios de esclavos sirven de estrella rectora: Buchanan, de hecho, obtuvo la oficina de Presidente a través de la publicación del Manifiesto Ostend34, en el cual la adquisisión de Cuba, ya fuera por compra o por la fuerza de las armas, se proclamaba como la principal tarea de la política nacional. Bajo su gobierno el Norte de México estaba ya dividido entre los especuladores de tierra americanos, quienes impacientemente esperaban por la señal para caer sobre Chihuahua, Coahuila y Sonora (Marx-Engels, v. 19, 37). [Énfasis mío].

Las palabras de Marx fueron proféticas: cien años después, en 1961, empieza en los estados norteños la invasión industrial estadounidense, aprovechando la mano de obra barata en México. Pero a nosotros ha dejado ya de impresionarnos la comprobación de profecías desastrosas. Nuestra misión es ahora trascender, ir más allá de la dura y casi impenetrable corteza intelectual que cubre todos los augurios adversos que nos refieren como condenados para siempre. De lo que se trata ahora es de superar todos esos estados del intelecto que no hacen más que comprobar una realidad demasiado conocida por nuestro dolor cotidiano de fronterizos, dolor que se extiende ya por generaciones y generaciones de hombres y mujeres - aquejados por una necesidad más terrible que toda sed y toda hambre: la necesidad de Ser. Necesitamos ir más allá de los intelectualismos agoreros para dirigirnos directamente al espíritu creador: Ni el internacionalismo marxista que supone la invasión imperial, ni el internacionalismo de Adam Smith, que promoviendo el libre comercio induce la pobreza de aquellos países que tratan con el poderoso, se nos presentan como campos plausibles para el surgimiento de un México nuevo. El rechazo hacia nosotros por parte de la mentalidad europea y estadounidense, no debe dar lugar a que nos precipitemos en el abismo de la indignación, sino más bien debemos tomarlo como elemento de análisis que nos revele con evidencia incontrastable el hondo abismo que separa nuestras dos realidades. El europeo y el estadounidense mismos nos están indicando con su rechazo la ridiculez e irracionalidad en que caemos al empeñarnos en imitarlos. Nos rechazan y nos usan tal como el amo lo hace con su esclavo. Demasiado bien conocen nuestra más íntima debilidad, nuestro talón de Aquiles. Así el librecomercialismo, por ejemplo, no significa otra cosa, en la conducta de ellos hacia nosotros, que el anzuelo en que pica el goloso e ingenuo pez de nuestra imitación: una hábil manipulación ideológica de las potencias industriales hacia nuestros países. Al hablar del proteccionismo inglés y su relación con el avance industrial de Inglaterra, escribe Smith: La variedad de productos cuya importación a la Gran Bretaña están prohibidos, ya sea absolutamente, o bien bajo ciertas circunstancias, excede grandemente lo que con facilidad se puede sospechar por aquéllos que no están bien informados de las leyes de aduana» (Smith, 420). Y su argumento subsiguiente contra el proteccionismo en aras del bien común, cae por su base en el siguiente párrafo: Prefiriendo el apoyo de la industria doméstica sobre la extranjera, él [el inversionista] intenta solamente su propia ganancia, y en esto está dirigido, como en otros muchos casos, por una mano invisible que promueve un fin que no es una parte de su intención. Persiguiendo su propio interés, frecuentemente promueve el de la sociedad más efectivamente que cuando realmente intenta promoverlo. Nunca he visto mucho bien hecho por aquellos que afectan comerciar por el bien público.» (423). [Énfasis mío]. Nos encontramos pues, en plena Edad de la Razón, con la Mano Invisible, una variación del esoterismo involucrado en el Destino Manifiesto.

La otra región de examen será ahora la tesis nacional, que toma como punto de partida los valores y recursos propios de un pueblo. Al entrar Friederich List de lleno en este campo escribe: «Entre cada individuo y toda la humanidad, sin embargo, se levanta LA NACION, con su especial lenguaje y literatura, con su peculiar origen e historia, con sus especiales maneras y costumbres, leyes e instituciones... [y que] bajo las [actuales] condiciones del mundo sólo puede, consecuentemente, mantener su existencia propia con sus propias fuerzas y recursos.» (List, 175). [Mayúsculas en el texto]. Pero List, al igual que Marx, Engels y Smith; tampoco puede liberarse del cedazo racista europeo. En The Life of Friederich List se reproducen varios escritos del autor. En uno de ellos, y como contestación a la pregunta ¿Las restricciones, son en todos los países efectivas y recomendables?, responde List: «No. México y las Repúblicas del Sur actuarían neciamente no importando mercancías extranjeras a cambio de sus metales preciosos y materia prima; su gente siendo aún ignorante, indolente, y no acostumbrada a muchos goces de la vida, debe ser dirigida primero al placer de los hábitos de trabajo, y al desarrollo de sus condiciones sociales e intelectuales.» (Hirst, 205).

Como se ve, los teóricos europeos, sean estos Marx y Engels, Adam Smith o List; nos descartan de la posibilidad de un desarrollo basado en nosotros mismos. Para ellos el avance de México y de Hispanoamérica en general, lleva implícito la mediación de una tutela imperial, ya que nuestra estructura intrínseca nos tiene marcados con la imposibilidad para el progreso.

Ante estas perspectivas «teóricas», no nos queda otro camino que el de superar la antítesis internacionalismo/nacionalismo de corte europeo y recurrir a nuestras propias esencias. Las mentes más claras de nuestra América Hispana nos han tratado de transmitir ese mensaje, pero no las hemos escuchado con atención, no hemos concretado en una teoría el conjunto de ese pensamiento. No nos hemos pensado. Ese es nuestro olvido, y en él residen las claves de nuestra posible creación. Esta desmemoria es el campo semántico que se requiere estructurar y aplicaren nuestro aquí y nuestro ahora. Nos falta el ejercicio de nuestra matriz creativa. Aplicar esa dinámica que, actuando sobre los campos del sentido, genere nuevos principios para la solución de nuestros problemas. Ese corpus teórico es el que tenemos olvidado, desorganizado. La organización de esa entraña de nuestro Ser requiere de la puesta en marcha de una inteligencia basada en la tierra. En nuestros pueblos, en nuestras villas y en nuestras ciudades, existe un hontanar de cultura y de técnica que no ha sido aún promovida. En nuestra juventud y nuestra niñez se da un capital que constantemente se nos escapa de las manos perdiéndose por las resquebrajaduras del sistema educativo y por las grietas de esos desiertos que llamamos bibliotecas. Los grandes valores y recursos de nuestro país los tenemos preteridos. Ese campo semántico del olvido -nuestras más profundas raíces espirituales- no lo hemos aún integrado a una acción en este aquí y este ahora, es decir, en el único absoluto de nuestra existencia. Decir Nación no es aludir a ese proceso histórico que se desarrolla aproximadamente entre 1798 y 1919. Ese proceso de las nacionalidades ha demostrado -históricamente también- su ineficacia. No es tampoco el concepto romántico, excluyente y racista, de Nación -tipo List- el que aquí nos interesa. Menos aún se trata del concepto de Nación como programa político, cuyo ejemplo desastroso lo vivió el mundo con la Alemania Nazi. Sino que nuestro concepto de Nación involucra el acto de nacer, la referencia a un nacimiento. Porque todavía no hemos nacido. Decir Nación es decir memoria viva, historia viviente. Y aún no nos hemos recordado. Tal vez aquel método del recuerdo al que se refería Sócrates y que se estructuraba en la Mayéutica, en el parir de las almas, era la metáfora por la que el filósofo señalaba a sus contemporáneos el camino hacia el espíritu griego de la Hélade, que por entonces nacía al mundo. Su pensamiento era radical, de radis, raíz. Conducía a la esencia misma del genio helénico: el pensamiento filosófico. El camino llevaba al campo de la meditación dialógica la Geometría de Euclides, el pensamiento de Pitágoras, los mitos del presente y del pasado. El diálogo teatral en el arte y el diálogo citadino de la plaza pública, se organizaron en método. La vida y el arte, el pasado y el presente; se sintetizaron en la unidad superior llamada filosofía, y la helenidad se levantó así como sistema factible, aplicable en la praxis. De ahí fue de donde surgió su internacionalismo. Para que haya internacionalismo antes tiene que haber Nación, nacimiento. Por eso el internacionalismo velis nolis, el internacionalismo como programa político, sea este marxista o se base en el libre comercio, involucrará, desde fuera, la influencia siempre prepotente y humillante de un gobierno extranjero; y desde dentro el gobierno necesariamente envilecido de un Estado tiránico y fascista.

Nuestra hispanidad, rica en literatura y en historia, tiene que radicalizarse. En el terreno del arte ya hemos visto los principios de la creatividad en acción. En el campo de la historia hemos presenciado sus profundas raíces. Sabemos cómo erradicar de ellos el peligro del esoterismo y sus consecuencias manipulatorias. Ahora hace falta aplicarlos a nuestro genio autóctono en los campos de la ciencia y de la tecnología. Hace falta desautomatizarlos, aplicar a estos campos el mismo método que han usado nuestros grandes creadores literarios.

En la historia de la economía hay un autor español muy anterior a Friederick List, que ya había detectado las fallas del sistema del libre-comercialismo. En 1794 José Alonso Ortiz publicaba la primera traducción en español del libro de Adam Smith, con el título de Riqueza de las naciones. En sus comentarios a esta obra sostiene que un país empobrecido requiere necesariamente de un sistema distinto ya que, frente a una potencia industrial, «parece imposible su restauración mientras pueda ser, como lo será en efecto, ventajosa la competencia que le haga la industria extranjera. Porque ésta introducirá en todo tiempo sus manufacturas, mejores y más baratas. La riqueza del extranjero irá cada vez a más y, por lo mismo, cada vez a menos la industria nacional». (Bitar, Economistas españoles del siglo XVIII, 214-5).

Pero aún más allá de toda esta conceptualización, queda todavía por descubrir que la producción nacional es competitiva cuando está ligada íntimamente con la estructura de la tierra. El japonés, por ejemplo, tiende a producir su belleza y su técnica en miniatura: el haikú, el diminuto pie femenino, la estatuaria, el radio de transistores, la computadora que puede contener una cantidad asombrosa de información en un espacio reducidísimo. Todo en el japonés obedece al genio de su propia geografía, de su propia cultura, de su propia tradición. De ahí la originalidad de sus productos y el éxito que estos encuentran en el mercado. José Martí en Nuestra América se da cuenta también del tremendo potencial de la tierra y la cultura: «Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer los verdaderos elementos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador» (113). Esta actitud de Martí es eminentemente universal. El Árbol de la Ciencia no está en el Paraíso, sino que al decir de Max Planck: «Sólo hay una ciencia, común a todos los pueblos civilizados, sin embargo, es también verdadero que cada ciencia nace en un suelo nacional». (Plank, The Universe in the Light of Modern Physics, 110). El Árbol de la Ciencia está firmemente plantado en la Nación, concepto que no pertenece a ningún Paraíso y a ninguna Utopía, sino que es directamente comprobable en el acto creador. En todos los campos es necesario levantar la consciencia nacional. Con palabras de Alfonso Reyes: «Al gobernado lo separa de su actual gobernante un espacio más o menos franqueable. Pero la magnitud que lo separa, en el tiempo, de la institución que actualmente lo gobierna bien puede ser de años, de siglos, y aun de milenarios. La generación temporal se establece entre una generación viviente, y numerosas y varias generaciones de fantasmas, de muertos [...]. La musa del Archivo es también, como las otras nueve, hija de la Mnemósine» (El deslinde, 119).

Y de nuevo viene a nuestra mente el pensamiento de Martí: «Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio ¡es nuestro vino!» (Nuestra América, 117). El Homo faber necesita reconciliarse con el Homo sapiens.

Este es el camino de México que yo he visto en las aldeas y campos de mi Patria, en sus ciudades. Ese es el México invisible, profundo y olvidado, que ya organiza sus potenciales humanos para la creación de un nuevo mundo.








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Este libro se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 1995 en los talleres gráficos de JyRR Impresos, S.A. de C.V. Félix Soria Nº. 78, Tel. 1462-43 Hermosillo, Sonora, México.