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ArribaAbajoIriarte, Tomás de

Orotava (Tenerife). 1750 - Madrid. 1791

Escritor y dramaturgo. Fue educado por su tío Juan de Iriarte en Madrid, en un ambiente literario. Pronto empezó a traducir obras del francés. Junto con Samaniego, el fabulista más importante del siglo XVIII. Usó el seudónimo de «Amador de Jera y Santa Clara». En 1782 publicó sus Fábulas literarias, que alcanzaron gran popularidad.




ArribaAbajoA los ojos de Laura


ArribaAbajo   ¿Un soneto a tus ojos, Laura mía?
¿No hay más que hacer sonetos, y a tus ojos?
-Serán los versos duros, serán flojos;
pero a Laura mi afecto los envía.

   ¿Con qué ha de ser soneto? ¡Hay tal porfía!  5
-¡Ta!, que por estos súbitos arrojos
se ven tantos poetas en sonrojos,
que lo quiero dejar para otro día.

   -Respondes, Laura, que no importa un pito
que no sea el soneto muy discreto,  10
como hable de tus ojos infinito.

   -¿Sí?- Pues luego escribirle te prometo.
Allá voy... ¿Para qué, si ya está escrito,
Laura mía, a tus ojos el soneto?






ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   ¡Fresca arboleda del jardín sombrío,
clara fuente, sonrosas avecillas,
verde prado, que esmaltas las orillas
del celebrado y anchuroso río!

   ¡Grata aurora que viertes el rocío  5
por entre nubes rojas y amarillas,
bello horizonte de lejanas villas,
aura blanca, que templas el estío!

   ¡Oh soledad!, quien puede te posea;
que yo gozara en tu apacible seno  10
el placer que otros ánimos recrea,

   si tu silencio y tu retiro ameno
más viva no ofrecieran a mi idea
la imagen de la ingrata por quien peno.






ArribaAbajoReconciliación después de unos celos y un desmayo


ArribaAbajo   Acordarme no quiero, Orminta amada,
del desmayo en que apenas pude verte
cuando estaba la imagen de la muerte
en tu bello semblante retratada.

   Olvido la sospecha mal fundada  5
que contra mí forjó la adversa suerte,
y el cargo por sí débil, pero fuerte,
cuando tierna la hacías, cuando airada.

   Sólo me acuerdo, sí, de aquel abrazo
en que tu gracia vi restituida,  10
y vi alargada a mi esperanza el plazo.

   No quede cicatriz de tal herida;
reine la paz; y en tan estrecho lazo,
hallen muerte los celos, y yo vida.






ArribaAbajoLa semana adelantada


ArribaAbajo   Un tío enfermo y en edad anciana
casó con su sobrina (¡muy mal hecho!),
doncella alegre, joven y lozana,
pronta a cobrar el marital derecho.

   Díjola el novio: «Te prevengo, Juana,  5
pues vas a estrenar el nupcial lecho,
que yo sólo una vez cada semana
podré servirte en algo de provecho.»

   Conformose la ninfa; y recibiendo
en singular aquel tributo frío,  10
repetía entre sí: «Peor es nada.»

   Mas llamado el anciano reverendo
le instaba humilde: «Vaya, tío mío,
siquiera una semana adelantada.»






ArribaAbajo El mismo


ArribaAbajo   Señor D. Juan, quedito, que me enfado:
besar la mano es mucho atrevimiento;
abrazarme... no, D. Juan, no lo consiento.
Cosquillas... ay Juanito... ¿y el pecado?

   Qué malos son los hombres... mas, cuidado  5
que me parece, Juan, que pasos siento...
no es nadie... despachemos un momento
¡Ay, qué placer... tan dulce y regalado!

   Jesús, que loca soy, quien lo creyera
que con un hombre yo... siendo cristiana  10
mas... que... de puro gusto...¡ay, alma mía!

   Ay, que vergüenza, vete... ¿y aún tienes gana?
Pues cuando tú lo pruebes otra vez...
pero, Juanito, ¿volverás mañana?






ArribaAbajoTres potencias bien empleadas en un caballerito de estos tiempos


ArribaAbajo   Levántome a las mil, como quien soy.
Me lavo. Que me vengan a afeitar.
Traigan el chocolate, y a peinar.
Un libro... Ya leí. Basta por hoy.

   Si me buscan, que digan que no estoy...  5
Polvos... Venga el vestido verdemar...
¿Si estará ya la misa en el altar?...
¿Han puesto la berlina? Pues me voy.

   Hice ya tres visitas. A comer...
Traigan barajas. Ya jugué. Perdí...  10
Pongan el tiro. Al campo, y a correr...

   Ya doña Eulalia esperará por mí...
Dio la una. A cenar, y a recoger...
«¿Y es éste un racional?» «Dicen que sí.»






ArribaAbajo Mis deseos


ArribaAbajo   Si Dios omnipotente me mandara
de sus dones tomar el que quisiera,
ni el oro ni la plata le pidiera,
ni imperios ni coronas deseara.

   Si un sublime talento me bastara  5
para vivir feliz, yo lo eligiera;
mas ¡cuántos sabios referir pudiera
a quien su misma ciencia costó cara!

   Yo sólo pido al Todopoderoso
me conceda propicio estos tres dones,  10
con que vivir en paz y ser dichoso:

   un fiel amigo en todas ocasiones,
un corazón sencillo y generoso
y juicio que dirija mis acciones.






ArribaAbajo Juana


ArribaAbajo   Pensando en Juana tomo siempre el sueño,
Juana mi reflexión de noche afana;
pienso en Juana también por la mañana,
y Juana a todas horas es mi dueño.

   Juana me desanima con su ceño;  5
Juana otras veces me parece humana;
severo estoy según me mira Juana;
según me mira Juana estoy risueño.

   Sin Juana estoy, y a Juana tengo al lado;
no es imperio el de Juana, es despotismo;  10
Juana es en mí un espíritu arrimado,

   y para Juana no hallo un exorcismo...
¿Ves como este soneto está enjuanado?
pues aun más enjuanado estoy yo mismo.






ArribaAbajoRespuesta a una dama que le preguntó que era lo mejor que hallaba en su cuerpo


ArribaAbajo   Con licencia, señora, de ese pelo
que en rubias ondas llega a la cintura,
y de esos ojos cuya travesura
ardor infunde al pecho más de hielo;

   con licencia del talle, que es modelo  5
propuesto por Cupido a la hermosura,
y de esa grata voz cuya dulzura
de un alma enamorada es el consuelo,

   juro que nada en tu persona he visto
como el culo que tienes, soberano  10
grande, redondo, grueso, limpio, listo;

   culo fresco, suavísimo, lozano;
culo, en fin, que nació, ¡fuego de Cristo!
para el mismo Pontífice romano.






ArribaAbajoSituación critica de un poeta


ArribaAbajo   Ofréceme tal vez la fantasía
un concepto feliz para un soneto;
entre escribir o no discurro inquieto;
siento en mi ya valor, ya cobardía.

   Resuélvome a empezar, mas no querría  5
que me engañase mi ímpetu indiscreto;
y, teniendo a los críticos respeto,
ya se acalora el numen, ya se enfría.

   Batallo en mi interior, dudo y vacilo,
me hace cosquillas, súfrolas un rato,  10
escribo un poco, párome y cavilo.

   ¡Qué tentación! En vano la combato.
Y, al fin, ¿qué haré...? Para quedar tranquilo,
componer el soneto es más barato.




ArribaAbajoSonetos




ArribaAbajo I


ArribaAbajo   Aunque es verdad que he escrito algunos miles
de versos, si no buenos, tales cuales,
líricos, amorosos, pastoriles,
satíricos, dramáticos, morales.

   ¿Qué han pecado mis coplas juveniles,  5
para que con trompetas y atabales,
con pregonero y sendos alguaciles
salgan por esas calles y portales?

   No, Fabio; las sepulta un gaveta,
donde el sol no las ve, ni yo tampoco;  10
ni han de estamparme en pública tarjeta,

   pues temo al vulgo como niño al coco.
Déjame con mi vena de poeta,
y no quieras que tenga la de loco.




ArribaAbajoII


ArribaAbajo   Viose un guarrero en lides y ruinas,
páganle en fama, voz que lleva el viento.
Desvelose un autor, y está contento
sólo con ver su nombre en las esquinas.

   Cede un indiano el fruto de las minas  5
por que le den de conde el tratamiento.
Surca un viajero el pérfido elemento
para decir: «Estuve en Filipinas».

   Sacrifica en palacio un cortesano
su salud, libertad, descanso y rentas,  10
sólo porque le mire el soberano.

   Así yo sufro amor, celos, afrentas;
sirvo, pretendo, y tú, dueño tirano,
con sola una mirada me contentas.




ArribaAbajoIII


ArribaAbajo   Metiose Amor a boticario un día,
bella Orminta, y compuso una receta
par curar a un mísero poeta
que herido de sus flechas padecía.

   Mezcló la leche, el néctar, la ambrosía,  5
la azucena, la rosa y la violeta;
el metal rubio del primer planeta,
el coral y las perlas que el mar cría.

   Pero salió el remedio tan ardiente
como la misma fragua de Vulcano;  10
erró el traidor la dosis ciertamente;

   sobre todo de sal cargó la mano;
enconose la herida de repente,
y no espero en mi vida verme sano.




ArribaAbajoIV


ArribaAbajo   Al ver yo mil poetas zalameros
que a sus damas llamaban serafines,
claveles, azucenas y jazmines,
diamantes, perlas, soles y luceros

   al ver como sus versos lisonjeros  5
de nácares llenaban y carmines,
los llamaba salvajes y rocines,
los trataba de locos y embusteros.

   Hoy Cupido esta burla vengar quiere
mandando que de Orminta me apasione,  10
y con las armas que yo herí me hiere.

   Que hable yo igual idioma ya dispone;
mas si hay quien mi flaqueza vitupere,
Amor, haz que de Orminta se aficione.




ArribaAbajoV


ArribaAbajo   Ni siquiera un renglón ayer he escrito,
que es para mi fortuna nunca vista;
hice por la mañana la conquista
de una graciosa ninfa a quien visito.

   Entre amigos comí con apetito;  5
fui luego en un concierto violinista,
y me aplaudieron como buen versista
en cierto conciliábulo erudito.

   Divertime en un baile, volví en coche,
y el día se pasó como un instante.  10
¡Qué diversión tan varia, tan completa!

   ¡Qué vida tan feliz! Pero esa noche
me quitó el sueño... ¿Quién? Un consonante
¡Oh desgraciada vida de poeta!




ArribaAbajoVI


ArribaAbajo   Del oro, como muchos, no dependo,
Fabio, pues ni le guardo ni codicio;
ni dependo jamás del vulgar juicio,
pues dar a luz mis obras no pretendo.

   Del sexo mujeril casi no pendo,  5
pues amo por placer, no por oficio;
y aun menos de la corte y su bullicio,
pues de fingir y de adular no entiendo.

   Solamente dependo de la muerte,
ya que discurso no hay ni diligencia  10
que de su despotismo nos liberte.

   Mas la espero sin miedo y con paciencia,
vivo sin desearla; y de esta suerte,
amigo, se acabó la dependencia.




ArribaAbajoVII


ArribaAbajo   Lamiendo reconoce el beneficio
el can más fiero al hombre que le halaga.
Yo, escritor, me desvelo por quien paga
o tarde, o mal, o nunca el buen servicio.

   La envidia, la calumnia, el artificio,  5
cuya influencia vil todo lo estraga
con más rabiosos dientes abren llaga
en quien abraza el literato oficio.

   Así la fuerza corporal padece,
falta paciencia, el ánimo decae;  10
poca es la gloria, mucha la modestia.

   El libro vive, y el autor perece.
Y ¿amar la ciencia tal provecho trae?
Pues doy gusto a Forner, y me hago bestia.






ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Cierto galán a quien París aclama,
petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año
y el oro y plata sin temor derrama,

   celebrando los días de su dama,  5
unas hebillas estrenó de estaño,
sólo para probar con este engaño
lo seguro que estaba de su fama.

   «¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!»,
dijo la dama, «¡viva el gusto y numen  10
del petimetre en todo primoroso!»

   Y ahora digo yo: «Llene un volumen
de disparates un autor famoso
y si no le alabaren, que me emplumen.»






ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   El que de su quietud tanto se olvida,
que entrega a bravo mar frágil navío;
el que en la guerra, por mostrar su brío,
pone contra mil balas una vida;

   quien todo su caudal de un lance envida;  5
quien no esgrime, y se arriesga a un desafío;
quien se opone al capricho, o al desvío
de una mujer hermosa y presumida;

   el que sube a una cátedra sin ciencia,
y el que la púlpito saca sus sermones,  10
fundando en su memoria su elocuencia,

   todos ellos de ti tomen lecciones
en materia de arrojo y de imprudencia;
pues al Teatro das composiciones.






ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   ¡Ay de ti, si proféticos amores
manteniendo de verdes esperanzas,
ausencias sufres, y desconfianzas,
hecho el ánimo a prueba de rigores!

   ¡Ay de ti, si después de los favores  5
de tu hermosura idolatrada alcanzas,
empiezas a inferir de sus mudanzas
que se ha cansado ya de que la adores!

   El que de amor la tiranía siente,
ya al principio, ya al fin, es desgraciado;  10
sólo es feliz quien goza el bien presente,

   sin que a su idea sirvan de cuidado
los males que pasó de Pretendiente,
ni los que pasará de Jubilado.






ArribaAbajoIsla, José Francisco de «Padre Isla»

Vidanes (León, España). 1703 - Bolonia (Italia). 1781

Soneto en el libro Historia del Famoso Predicador Fray Gerundio de Campazas del Padre Isla.



ArribaAbajo   No hay otro Fray Gerundio, ni le ha habido,
hará inmortal el nombre de Campazas.
En casas, en conventos, calles, plazas,
va dos cuartos que mete mucho ruido.

   No nos cite el francés envanecido  5
a Fleury, a Bourdaloue ni a otros mazas,
¿qué Segneri, qué Oliva o calabazas?
¿Ni qué Vieira, portugués erguido?

   ¿Demóstenes y Tulio? Dos zoquetes.
¿Los demás oradores? Mil orates,  10
por no llamarlos pobres monigotes.

   Sólo Fray Blas con otros mozalbetes,
si no le exceden, le hacen sus empates.
Por los demás, es gloria de los ZOTES.




ArribaAbajoJovellanos, Gaspar Melchor de

Gijón (Asturias). 1744 - Vega (Asturias). 1811

Político, escritor y poeta. Pertenecía a una familia hidalga de Asturias. Empezó sus estudios en Oviedo, Ávila y Alcalá de Henares, donde se doctoró en Leyes en el año 1765. Tras diversos cargos pasa a Madrid como alcalde de corte y casa en 1778. En 1780 se le nombra Ministro del Consejo de Ordenes y de la Junta de Comercio. Director de la Sociedad Económica de Madrid. Numerario de la Academia Española. Al intervenir cerca de Campomanes a favor de Cabarrús, encarcelado en ese momento, se le envía a su tierra con cargos que disfrazaron de algún modo su destierro de la capital. Funda en Gijón el Instituto Asturiano que había de seguir los modernos métodos de enseñanza. Repuesto Cabarrús, obtiene la Secretaría de Gracia y Justicia. En 1801 es confiando en Mallorca, primero en Valldemosa y más tarde en el castillo de Bellver. Con la llegada de Fernando VII es liberado de su exilio. En 1810 después de pasar por Galicia regresa a su Asturias natal donde fallece.




ArribaAbajoA Enarda


ArribaAbajo   Quiero que mi pasión, ¡oh Enarda!, sea,
menos de ti, de todos ignorada;
que ande en silencio y sombras embozada,
y ningún necio mofador la vea.

   Sea yo dichoso, y más que nadie crea  5
que es con tu amor mi fe recompensada;
que no por ser de muchos envidiada,
crece la dicha a más sublime idea.

   Amor es un afecto misterioso,
que nace entre secretas confianzas,  10
mas muere al soplo de mordaz censura;

   y sólo aquel que logra, ni envidioso
ni envidiado, cumplir sus esperanzas,
colma su gozo y fija su ventura.




ArribaAbajo A la noche


ArribaAbajo   Ven, noche amiga; ven, y con tu manto
mi amor encubre y la esperanza mía;
ven, y mi planta entre tus sombras guía
a ver de Clori el peregrino encanto;

   ven, y movida a mi ardoroso llanto,  5
envuelve y llena en tu tiniebla fría
el malicioso resplandor del día,
testigo y causador de mi quebranto.

   Ven esta vez no más; que si piadosa
tiendes el velo a mi pasión propicio,  10
y el don que pide otorgas a mi ruego,

   tan solo a ti veneraré por diosa,
y para hacerte un grato sacrificio
mi corazón dará materia al fuego.




ArribaAbajo A Clori


ArribaAbajo   Sentir de una pasión viva y ardiente
todo el afán, zozobra y agonía;
vivir sin premio un día y otro día,
dudar, sufrí, llorar eternamente;

   amar a quien no ama, a quien no siente,  5
a quien no corresponde ni desvía;
persuadir a quien cree y desconfía,
rogar a quien otorga y se arrepiente;

   luchar contra un poder justo y terrible;
temer más la desgracia que a la muerte;  10
morir, en fin, de angustia y de tormento,

   víctima de un amor irresistible,
ve aquí mi situación, esta es mi suerte:
y ¿aun pretendes, ¡cruel!, que esté contento?




ArribaAbajo A la mañana


ArribaAbajo   Ven, ceñida de rayos y de flores
la rósea frente, ¡oh plácida mañana!
Ve; ven, y ahuyenta con tu faz galana
la perezosa noche y sus horrores.

   Ven, y vuelve a los cielos sus ardores,  5
su frescura a la tierra, y su temprana
gloria a mi pecho, en Clori soberana;
en Clori mi delicia y mis amores.

   Ven, ven, que si piadosa me escuchares,
yo te alzaré un altar sobre el florido  10
suelo que honrare Clori con su planta.

   Y en él, después te ofreceré a millares
las víctimas mi pecho agradecido,
y los devotos himnos mi garganta.




ArribaAbajo A la misma


ArribaAbajo   De agudo mal el golpe no esperado
asusta, Clori, tu preciosa vida;
y al mirarte doliente y afligida
mi enfermo corazón tiembla asustado.

   Dos veces con influjo porfiado  5
ejerce el mal su saña enfurecida,
una turbando mi alma dolorida,
otra afligiendo tu ánimo angustiado.

   ¿Cuál, Clori, de las dos, pues la inclemencia
del mal sentimos ambos de consuno,  10
cuál, dime, sufrirá mayor martirio?

   ¿Tú, en quien se ceba la cruel dolencia,
o yo que todo el mal siento importuno
de tu misma dolencia y mi delirio?




ArribaAbajoLafinur, Juan Crisóstomo

Valle de la Carolina. 1797 - Santiago de Chile. 1824

Escritor argentino. Militar.




ArribaAbajo A una rosa


ArribaAbajo   Señora de la selva, augusta rosa,
orgullo de septiembre, honor del prado,
que no te despedace el cierzo osado
ni marchite la helada rigurosa.

   Goza más; a las manos de mi hermosa  5
pasa tu tronco; y luego el agraciado
cabello adorna, y el color rosado,
al ver su rostro, aumenta vergonzosa.

   Recógeme estas lágrimas que lloro
en tu nevado seno, y si te toca  10
a los labios llegar de la que adoro,

   también mi llanto hacia su dulce boca
correrá, probáralo, y dirá luego:
esta rosa está abierta a puro fuego.




ArribaAbajoLeón de Arroyal

Madrid. 1755 - 1813

Poeta hallado en Internet.




ArribaAbajo A Dios


ArribaAbajo   Cuando alzando los ojos miro al cielo
adornado de estrellas refulgentes,
de luna y sol las vueltas diferentes,
y de los orbes el constante vuelo.

   Y tornando a bajarlos, veo el suelo  5
regado con los ríos y las fuentes,
henchido de hombres, brutos, y vivientes,
que procrean su especie con anhelo.

   Al contemplar de todo la hermosura,
y el inmutable orden, que en sí tiene,  10
y observa la feraz naturaleza.

   A ti elevo mi alma con fe pura,
oh eterno Creador, y cual conviene
bendigo en altas voces tu grandeza.




ArribaAbajoAl mundo


ArribaAbajo   ¿Qué eres, mundo falaz? ¿Por qué apetece
el hombre en ti vivir? ¿Por qué codicia
tus falsos gustos llenos de injusticia?
¿Por qué en tus vanidades permanece?

   Por qué su entendimiento se oscurece?  5
¿Por qué, di, no le empacha tu inmundicia?
¿Por qué jamás conoce tu malicia?
¿Por qué tus tiranías obedece?

   ¿Por qué le es la vedad tan amargosa?
¿Por qué huye de la luz tan obcecado?  10
¿Por qué ama tu maldad tan corrompido?

   ¿Por qué? Porque apariencia tengo hermosa;
porque quien me domina es el pecado;
porque el hombre en pecado es concebido.




ArribaAbajoAl cardenal Jiménez de Cisneros


ArribaAbajo   Bajo esta losa yacen los despojos
del mayor Arzobispo de Toledo
conoció, en quien entrada no halló miedo,
aun teniendo la muerte ante los ojos.

   De penitencia siempre los abrojos  5
pisó con santo, e inmortal denuedo,
y pudo señalarse con el dedo
por muda reprehensión de Obispos flojos.

   Humilde en el Convento y el Palacio,
santo en la celda y en el alto trono,  10
manso con el cayado y con la espada,

   supo unir con prudencia el grande espacio
que hay de Obispo, Virrey, Juez y Patrono,
y el mejor Padre de su patria amada.




ArribaAbajo La iglesia perseguida


ArribaAbajo   Suena el bárbaro edicto, desparece
la paz de entre los míseros cristianos;
ruge el furor de pérfidos tiranos,
y el ganado de Cristo se estremece.

   Crece la tempestad, la rabia crece,  5
invéntanse martirios inhumanos,
báñanse en sangre las malditas manos,
y al parecer el cielo se ensordece.

   Vese desamparada la inocencia,
la humilde mansedumbre escarnecida,  10
y la ley ultrajada con violencia.

   La grey sin el pastor es dividida;
pero con la verdad y la paciencia
nueva paz cobra, nuevo honor y vida.




ArribaAbajo De la muerte


ArribaAbajo   ¡Oh sobre que principio tan incierto
fundamos la esperanza de la vida,
como si esta nos fuese concedida
un cierto día, o un instante cierto!

   Todo e soberbio mar, no hay fijo puerto  5
donde vaya la ruta dirigida
acaba el joven en su edad florida,
y el anciano también canoso y yerto.

   ¡Y qué podamos necios y atrevidos,
confuso el mar, el agua turbulenta,  10
cual si fuera en la playa estar dormidos!

   ¡Qué seguros en medio la tormenta
nos juzguemos, estando sumergidos!
¡Oh oscura ceguedad! ¡oh errónea cuenta!




ArribaAbajo A don Jorge


ArribaAbajo   Cuando sólo tenías un empleo,
a cumplir tus encargos no bastabas,
y esto que con más fuerzas trabajabas,
no tomando un minuto de recreo.

   Avariento, don Jorge, tu deseo,  5
has abrazado seis, y aún no acabas
de pedir; aunque el tiempo que empleabas
en trabajar, lo huelgas según veo.

   Si allá en tu juventud, siendo robusto,
y apto para fatigas, no cumpliste  10
el desempeño de un empleo sólo:

   ¿Ahora en tu vejez débil y adusto
intentas disuadirme que pudiste
cumplir con siete aunque lo diga Apolo?




ArribaAbajo Del Soneto


ArribaAbajo   Mandáis, Señora que un soneto os haga
y es aprieto en que nunca me he mirado,
que es mucho para dicho descontado,
mas ya mi amor con un cuarteto os paga.

   Entro en el otro, y digo: verdolaga,  5
porque a ello el consonante me ha forzado;
y con su ayuda ya le tengo a un lado,
si el numen a la postre no naufraga.

   En el primer terceto estoy metido,
y sabe Dios, que temo el que se sigue  10
aunque pienso sacarle de provecho,

   que el sonsonete aún no se ha perdido;
y según voy mirando que prosigue,
cata que soy poeta hecho y derecho.




ArribaAbajoLista, Alberto

Sevilla. 1775 - Sevilla. 1848

Escritor, orador y poeta. Profesor de Matemáticas. Fundador de la Academia de las Buenas Letras. Al acabar la guerra de Independencia se le destierra por afrancesado. Vive en Francia (Bayona) y en 1817 regresa a España. En su ciudad natal desempeñó diversos cargos de importancia. Canónigo de la Catedral de Sevilla. Decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Hispalense. Como poeta fue uno de los más importantes de la escuela sevillana de finales del XVIII.




ArribaAbajoEl sol y la vida


ArribaAbajo   ¡Oh noche!, cuando a Adán fue revelado
quién eras, y aun no vista, oyó nombrarte,
¿temió que enlutase tu estandarte,
el bello alcázar de zafir dorado?

   Mas ya el celaje etéreo, blanqueado  5
del rayo occidental, Héspero parte;
su hueste por los cielos se reparte,
y el hombre nuevos mundos ve admirado.

   ¡Cuánta sombra en tus llamas ocultabas,
oh sol! ¿Quién acertará, cuando ostenta  10
la brizna más sutil tu luz mentida,

   esos orbes sin fin que nos velabas?...
¡Oh mortal!, ¿y el sepulcro te amedrenta?
Si engañó el sol, ¿no engañará la vida?




ArribaAbajo A Filis


ArribaAbajo   En vano, Filis bella, afectas ira,
que es dulce siendo tuya, y más en vano
nos insulta ese labio soberano
do entre claveles la verdad respira.

   Un tierno pecho que por ti suspira  5
esa linda esquivez adora en vano,
y por ser tuyo se contenta insano
si, no pudiendo amor, desdén te inspira.

   No esperes que ofendidos tus amores
huyan de tu halagüeño menosprecio  10
ni de sufrir se cansen tus rigores;

   aun más esclavos los tendrás que amores,
pues vale más, oh Filis, tu desprecio
que de mil hermosuras mil favores.




ArribaAbajo A Delia


ArribaAbajo   Si vi tus ojos, Delia, y no abrasaron
mi corazón en amorosa llama;
si en tus labios, que el abril inflama
de ardiente rosa, y no me enajenaron;

   si vi el seno gentil, do se anidaron  5
las gracias; do el carmín, que Venus ama,
sobre luciente nieve se derrama,
e inocentes mis ojos lo miraron;

   no es culpa, no, de tu beldad divina,
culpa es del infortunio que ha robado  10
la ilusión deliciosa al pecho mío.

   Mas si en el tuyo la bondad domina,
más querrás la amistad que un desgraciado
que de un dichoso el tierno desvarío.




ArribaAbajo A Elisa


ArribaAbajo   En vano, Elisa, describir intento
el dulce afecto que tu nombre inspira;
y aunque Apolo me dé su acorde lira,
lo que pienso diré, no lo que siento.

   Puede pintarse el invisible viento,  5
la veloz llama que ante el trueno gira,
del cielo el esplendor, del mar la ira;
mas no alcanza al amor pincel ni acento.

   De la amistad la plácida sonrisa,
y el puro fuego, que en las almas prende,  10
ni al labio, ni a la cítara confío.

   Mas podrás conocerlo, bella Elisa,
si ese tu hermoso corazón entiende
la muda voz que le dirige el mío.




ArribaAbajoLa razón inútil


ArribaAbajo   Es tarde ya para que amor me prenda
en su lazo halagüeño y fementido;
que aunque tal vez de la razón me olvido,
el hielo de la edad ¿quién hay que encienda?

   Es tiempo ¡ay! triste que a su voz atienda  5
mi juvenil esfuerzo ya perdido,
después de haberla insano desoído,
cuando ser pudo de mi esfuerzo rienda.

   Así va; los humanos corazones
sufren en la verdad y en el engaño;  10
y sin gozar de sí ni un solo día,

   venden la juventud a las pasiones,
la edad madura al triste desengaño,
y la vejez a la razón tardía.




ArribaAbajo La esperanza


ArribaAbajo   Dulce esperanza, del prestigio amado
pródiga siempre, que el mortal adora,
ven, disipa piadosa y bienhechora
las penas de mi pecho acongojado.

   Vuelve a mi mano el plectro ya olvidado,  5
y al seno la amistad consoladora;
y tu voz, oh divina encantadora,
mitigue o venza la crueldad del hado.

   Mas ¡ay! no me presentes lisonjera
aquellas flores que cogiste en Gnido,  10
cuyo jugo es mortal, aunque es sabroso.

   Pasó el delirio de la edad primera,
y ya temo el placer, y cauto pido,
no la felicidad, sino el reposo.




ArribaAbajo La duda


ArribaAbajo   ¿Si será de amistad, Filis hermosa,
la grata llama que en el pecho siento;
que como propio tu dolor lamento,
y soy feliz, cuando eres venturosa?

   ¿O será amor? Tu imagen deliciosa  5
grabada está en el alma, y el momento,
que obligado la deja el pensamiento,
me es ingrato el pensar, la vida odiosa.

   Amor es. Este ardor de verte, este
inefable placer cuando te veo,  10
¿quién sino el dulce amor puede inspirarlo?

   Mas ¡ay! es como tú puro y celeste;
e ignorando los fuegos del deseo,
halaga el corazón sin abrasarlo.




ArribaAbajo Del amor


ArribaAbajo   Alcino, quien los ásperos rigores
de una ingrata beldad vencer procura,
ni encantos a la tésela espesura,
ni a la remota Colcos pida flores.

   Amar es el hechizo, que en amores  5
la victoria y las dichas asegura,
y somete el pudor y la hermosura,
y corona al amante de favores.

   Mas si el vil seductor quiere que sea
una impura pasión amor hermoso,  10
no se admire de verla desdeñada.

   Que no es amante el que gozar desea,
sino el que sacrifica generoso
su bien y su placer al de su amada.




ArribaAbajoLa ausencia


ArribaAbajo   Nace la aurora y el hermoso día
brilla de rojas nubes coronado;
en mi pecho, de penas abrumado,
la sonrosada luz es noche umbría.

   De las aves la plácida armonía  5
es para mí graznido malhadado,
y estruendo ronco y son desconcertado
el blando ruido de la fuente fría.

   Brotan rosas el soto y la ribera;
para mí solo, triste y dolorido,  10
espinas guarda el mayo floreciente.

   Que esta es, oh niño dios, tu ley primera;
no hay mal para el amor correspondido,
no hay bien que no sea mal para el ausente.




ArribaAbajo Corona nupcial


ArribaAbajo   Esta que aun lleva la encarnada espina,
gloria de su vergel, purpúrea rosa,
y esta blanca azucena y olorosa
bañada de la lluvia matutina.

   Un pastorcillo a tu beldad divina  5
ofrece, pobre don a nueva esposa;
y no mal te dispone, Lesbia hermosa,
cuando a adornar tu seno las destina.

   Del virgíneo carmín la rosa llena
retrata tu candor, y en sus albores  10
tu casta fe la cándida azucena;

   y ese mirto que enlaza las dos flores
en felices esposos la cadena
con que os ensalza el Dios de los amores.




ArribaAbajo A la amistad


ArribaAbajo   La ilusión dulce de mi edad primera,
del crudo desengaño la amargura,
la sagrada amistad, la virtud pura
canté con voz ya blanda, ya severa.

   No de Helicón la rama lisonjera  5
mi humilde genio conquistar procura;
memorias de mi mal y mi ventura,
robar al triste olvido sólo espera.

   A nadie, sino a ti, querido Albino,
debe mi tierno pecho y amoroso  10
de sus afectos consagrar la historia.

   Tú a sentir me enseñaste, tú el divino
canto y el pensamiento generoso:
Tuyos mis versos son y esa es mi gloria.




ArribaAbajoLa envidia


ArribaAbajo   Dulce es a la codicia cuanto alcanza
doblar el oro inútil, que ha escondido;
sin tener otro afán, ni por sentido,1
meditar ya el placer, ya la esperanza.

   Dulce es también a la feroz venganza,  5
que no obedece al tiempo ni al olvido,
los sedientos rencores que ha sufrido
apagar entre el fuego y la matanza.

   A un bien aspira todo vicio humano;
teñida en sangre, la ambición impía  10
sueña en el mando y el laurel glorioso.

   Sola tú, envidia horrenda, monstruo insano,
ni conoces ni esperas la alegría;
que ¿dónde irás que no haya un venturoso?




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   ¿Dónde cogió el Amor, o de qué vena,
el oro fino de su trenza hermosa?
¿En qué espinas halló la tierna rosa
del rostro, o en qué prados la azucena?

   ¿Dónde las blancas perlas con que enfrena  5
la voz suave, honesta y amorosa?
¿Dónde la frente bella y espaciosa
más que l primer albor pura y serena?

   ¿De cuál esfera en la celeste cumbre
eligió el dulce canto, que destila  10
al pecho ansioso regalada calma?

   Y ¿de qué sol tomó la dulce lumbre
de aquellos ojos que la paz tranquila
para siempre arrojaron de mi alma?




ArribaAbajo Ercole Bentivoglio

(1506 - 1572)



ArribaAbajo   Yo vi, ¡triste memoria de mi pena!,
yo vi en amor en hábito mentido
por el prado vagar, pastor fingido,
al dulce son de la templada avena;

   yo lo reconocí por la cadena  5
mal oculta en el manto desceñido;
vi el arco que los dioses han temido,
y de dorado arpón la aljaba llena.

   Y exclamé: -«Huid el lobo, que engaños
hoy se finge pastor, tristes ganados;  10
huid, pastores, el cantar doloso.»

   Airado Amor entonces: -«Pues aspiras
a verlos de mi engaño libertados,
tú sólo, dice, probarás mi iras.»




ArribaAbajo Torcuato Tasso

(1544 - 1595)



ArribaAbajo   Amor alma es del mundo; amor es mente
que al sol dirige en su abrasado vuelo,
y al astro errante que circunda el cielo
hace que enfrene el curso o lo acreciente.

   La tierra, el aire, el agua, el fuego ardiente  5
en viva llama o condensado hielo
alimenta; por el dulce consuelo
logra el hombre; por él la pena siente.

   Mas, aunque augusto rige a su mandato
cuanto extendido abraza el hemisferio,  10
mostró en los dos su fuerza más triunfante,

   y desdeñando el círculo estrellado,
en vuestros dulces ojos su alto imperio
fijo, y sus aras en mi pecho amante.




ArribaAbajoLuzán Pérez, Ignacio

Zaragoza. 1702 - Madrid. 1754

Su padre era el Gobernador de Aragón. Estudió Derecho. Secretario de Embajada. Superintendente de la Real Casa de Madrid.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Cuando pienso, Señor, la repetida
ofensa a tu deidad por mi pecado,
te juzgo contra mi tan irritado,
que me borres del libro de la vida.

   La oveja me consuela que perdida  5
volvió sobre tus hombros al ganado;
misteriosa figura del cuidado
que te cuesta la sangre redimida.

   Esta oveja infeliz, hoy separada
de su sacro redil, suspira ansiosa  10
el dulce pasto de tu fiel manada.

   No permita, Señor, tu poderosa
ardiente caridad, que prenda amada
sea del lobo presa vergonzosa.




ArribaAbajoMarchena y Ruiz de Cueto, José

Utrera (Sevilla). 1768 - Madrid. 1821

Se le conocía como El Abate Marchena. Escritor, dramaturgo y poeta. Traductor del teatro francés. Inicia sus estudios en los Reales Estudios de San Isidro de Sevilla, licenciándose en Leyes en la Universidad de Salamanca en 1778. A pesar de recibir órdenes menores, renunció a ellas. Emigró a Francia, interviniendo en el país francés en numerosos actos políticos. Amigo y protegido de Marat, tomó parte por los girondinos, siendo encarcelado por los jacobinos. En 1808 regresa a España con el cargo de secretario del general Murat. José Bonaparte le nombró archivero del Ministerio del Interior y director de La Gaceta de Madrid. Al vencerse a los franceses, sale de España en 1813. En 1820 regresa a España para morir en la pobreza más absoluta.




ArribaAbajoA una dama que cenó con el autor


ArribaAbajo   Dase Dios por manjar a su escogido
pueblo en la pascua cena misteriosa;
Cristo es comida y mesa deliciosa
del hombre de amor tanto confundido.

   Jesús asiste en gloria y prez ceñido  5
eternamente con su amada Esposa;
¡de amor omnipotente portentosa
hazaña! En tierra mora, al Cielo es ido.

   Tú que por diosa adora el alma mía,
bellísima Amarilis, a ti es dado  10
hacer tan gran milagro nuevamente.

   Cristo se ha dado a sí en la Eucaristía:
¡ay! tú date a mi pecho enamorado,
y vivirás en él eternamente.




ArribaAbajo El sueño engañoso


ArribaAbajo   Al tiempo que los hombres y animales
en hondo sueño yacen sepultados,
soñé ante mí los pueblos ver postrados
alzarme rey de todos los mortales.

   Rendí el cetro a las plantas celestiales  5
de Alcinda, y mis suspiros inflamados
benignamente fueron escuchados;
me envidiaron los dioses inmortales.

   Huyó lejos el sueño, mas no huyeron
las memorias con él de mi ventura,  10
la triste imagen de mi bien fingido.

   El mando y el poder desparecieron.
¡Oh de un desventurado suerte dura!
Amor quedó, mas lo demás es ido.




ArribaAbajoMarroquín, Andrés María

Bogotá (Colombia). 1796 - 1833

Regidor, consejero, político. Poeta hallado en Internet.




ArribaAbajoA la muerte de la señora Teresa Villa


ArribaAbajo   De esmeraldas que crió la primavera,
y de las perlas que lloró la aurora,
esmaltada la flor encantadora
envidia y gloria de los campos era;

   mas apenas gozó la luz primera  5
del astro que a su vista se enamora,
su botón bello, mano segadora
cortó implacable con guadaña fiera.

   Así los dones que natura avara
de prodigios, de encanto, de hermosura,  10
sólo en Teresa pródigo juntara...

   Menos los que adornaban su alma pura,
a un dardo que la muerte le dispara,
todos yacen en esta sepultura.




ArribaAbajoEn la tumba de Lorenzo de Villagarcía, capuchino


ArribaAbajo   No fue esta pobre tumba destinada
a humillar la altivez y orgullo vano,
ni la ola erguida del poder humano
contra este polvo se abatió estrellada.

   Entre su seno está depositada  5
la semilla de aquel precioso grano,
que en él muriendo nacerá lozano
a producir cosecha cien doblada.

   De Lorenzo esta tierra no es temida:
humilde, pobre, de virtud modelo,  10
no huye en la muerte o que amó en la vida.

   Su alma peregrinando en este suelo
con Cristo estuvo muerta y escondida,
y ahora con Cristo vivirá en el cielo.




ArribaAbajoA los héroes muertos en la batalla del Santuario de Bogotá


ArribaAbajo   Salida del Averno pestilente
la Discordia feroz vuela irritada,
y blandiendo su antorcha ensangrentada
levanta ufana su atrevida frente.

   Arde su impuro fuego, y de repente  5
truena el cañón y brilla la ancha espada,
y el padre Bogotá mira mezclada
con la sangre su diáfana corriente.

   ¡Oh Santuario infeliz! Cuántos soldados
al modo que en Esparta los guerreros,  10
claman en tu llanura sepultados:

   «Decid a nuestra Patria, pasajeros,
que aquí dimos la vida denodados
por defender sus leyes y sus fueros».




ArribaAbajoAl señor Fernando Vergara, en su retiro a la Trapa


ArribaAbajo   ¿Qué tesoros, Fernando, te ha mostrado
más allá del Océano desmedido
esa divina voz que has percibido
del santuario al reposo retirado?

   ¿A dónde vas, dejando apresurado  5
el suelo patrio, y el hogar querido,
la honrosa toga, el puesto distinguido,
y el fraternal amor desconsolado?

   ¡Oh sabio negociante»! De este modo
adquiriste la joya más cumplida  10
cuyo valor excede al mundo todo.

   Diste penas por gozo sin medida,
diste por todo el cielo inmundo lodo,
y breve tiempo por la eterna vida.




ArribaAbajoA mi amada


ArribaAbajo   Templan los vates para ti su lira;
las hermosas envidian tu hermosura,
y escoge por modelo la Pintura
tu ostro encantador que al genio inspira.

   Bella te nombra quien por ti suspira,  5
y admirara tu angélica figura
quien no te amara a ti, si por ventura
pudiera no adorarte quien te mira.

   Yo reconozco tu belleza rara;
pero también confesaré, señora,  10
que aunque no fueras bella, te adorara;

   que lo que a mí me rinde y me enamora,
lo que hallo más perfecto que tu cara
es tu nombre, dulcísima Melchora.




ArribaAbajoMartínez de la Rosa, Francisco

Granada. 1787 - Madrid. 1862

Después de cursar estudios en la Universidad de Granada, fue Catedrático de Filosofía Moral de este centro. Se dedicó a la Política. Figuró en las Cortes de Cádiz. Exilado varias veces por motivos políticos. Ministro de Fernando VII. Presidió las Cortes y el Consejo de Ministros en época de Isabel II.




ArribaAbajoMis penas


ArribaAbajo   Pasa fugaz la alegre primavera,
rosas sembrando y coronando amores,
y el seco estío, deshojando flores,
haces apiña en la tostada era.

   Mas la estación a Baco lisonjera  5
torna a dar vida a campos y pastores;
y ya el invierno anuncia sus rigores,
al tibio sol menguado la carrera.

   Yo una vez y otra vez vi en mayo rosas,
y las mies ondear en el estío;  10
vi de otoño las frutas abundosas;

   y el cielo estéril del invierno impío:
vuelan las estaciones presurosas...
¡Y sólo dura eterno el dolor mío!



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