Ribera del Fresno (Badajoz). 1754 -
Montpellier (Francia). 1817
Estudia en
Salamanca desempeñando después la Cátedra de
Gramática en este centro. Más tarde pasa por
Valladolid y Zaragoza acabando en Madrid, siempre ejerciendo su
Cátedra de Gramática. En 1780 obtiene el premio de la
Academia Española por la égloga Batilo, elogio de la vida campestre. En
1785 publica su primer volumen de Poesías. Abandona su
cátedra y se hace magistrado. Tras su paso, como juez, por
Zaragoza y Valladolid es trasladado a Madrid, donde publica la
segunda edición de Poesías. Cae en desgracia y es
desterrado a Medina del Campo, destituido de sus cargos y
más tarde confinado en Zamora. Acepta cargos de los
invasores por los que al terminar la guerra de la Independencia se
ve obligado a exilarse: Nimes, Tolosa y Montpellier, donde muere de
parálisis, pobre y abandonado. En 1866 fueron sus restos
restituidos a Madrid, junto a los de su amigo Goya, quien
había pintado su retrato en 1797. Azorín le
consideró, dentro de los prerrománticos, el poeta
más importante.
La
esquivez vencida
No temas,
simplecilla, del dichoso
galán pastor no tardes la
ventura;
apenado a ti corre; su ternura
premio al fin halle y su anhelar,
reposo.
De rosa en la
coyunda el cuello hermoso
5
pon al yugo feliz; la copa
apura
que amor te brinda, y de triunfar
segura
entra en lides suaves con tu
esposo.
¡La vista
tornas! ¡Del nupcial abrazo
huyes tímida y culpas sus
ardores
10
el rubor virginal la faz
teñida!
Mas Venus...
Venus... su genial regazo
sobre el lecho feliz llueve mil
flores
que Filis coge, y la esquivez
olvida.
Soneto renunciando a la poesía
después de la muerte de Filis
Quédate,
adiós, pendiente de este pino
sin defensa del tiempo a los
rigores,
cítara en que canté
de mis amores
las gracias y el ingenio
peregrino.
Guárdala,
oh tronco, que honras el camino
5
por muestra de la fe de dos
pastores,
do puedan cortesanos amadores
tomar lecciones de un amor
divino.
Mientras la
oyó viviendo mi señora,
con cuerdas de oro resonar
solía,
10
y fieras crudas amansó su
canto;
ya que el alma
feliz los cielos mora,
y en esta tumba su ceniza
fría,
cesen los versos, y principie el
llanto.
A
don Gaspar de Jovellanos
Las blandas quejas
de mi dulce lira,
mil lágrimas suspiros y
dolores
me agrada renovar, pues sus
rigores
piadoso el cielo por mi bien
retira.
El dichoso zagal
que tierno admira
5
su linda zagaleja entre las
flores,
y de su llama goza y sus
favores,
alegre cante lo que amor le
inspira.
Yo lloré
solo de mi Fili airada
el altivo desdén con triste
canto,
10
que el eco lleve al mayoral
Jovino;
alternando con
cítara dorada,
ya en blando verso o dolorido
llanto,
las dulces ansias de un amor
divino.
El despecho
Los ojos tristes
de llorar cansados,
alzando el cielo, su clemencia
imploro;
mas vuelven luego al encendido
lloro,
que el grave peso no los sufre
alzados;
mil dolorosos
ayes desdeñados
5
son, ¡ay!, trasunto de la luz
que adoro;
y ni me alivia el día, ni
mejoro
con la callada noche mis
cuidados.
Huyo a la soledad
y va conmigo
oculto el mal, y nada me
recrea;
10
en la ciudad en lágrimas me
anego;
aborrezco mi ser,
y aunque maldigo
la vida, temo que la muerte
aún sea
remedio débil para tanto
fuego.
El pronóstico
No en vano,
desdeñosa, su luz pura
ha el cielo a tus ojuelos
trasladado,
y ornó de oro el cabello
ensortijado,
y dio a tu frente gracia y
hermosura.
Esa rosada boca
con ternura
5
suspirará; tu seno
regalado
del blando fuego bullirá
agitado,
y el rostro volverás con
más dulzura.
Tirsi, el felice
Tirse, tus favores
cogerá, altiva Clori, su
deseo
10
coronando en el tálamo
dichoso.
Los cupidillos
verterán mil flores,
llamando en suaves himnos a
Himeneo,
y Amor su beso le dará
gozoso.
El
pensamiento
Cual suele abeja
inquieta, revolando
por florido pensil entre mil
rosas,
hasta venir a hallar las más
hermosas,
andar con dulce trompa
susurrando;
mas luego que las
ve, con vuelo blando
5
baja, y bate las alas
vagorosas,
y en medio de sus hojas
olorosas
el delicado aroma está
gozando;
así, mi
bien, el pensamiento mío
con dichosa zozobra, por
hallarte,
10
vagaba, de amor libre, por el
suelo;
pero te vi,
rendime, y mi albedrío,
abrasado en tu luz, goza, al
mirarte,
gracias que envidia de tu rostro el
cielo.
La
paloma
Suelta mi palomita
pequeñuela
y déjamela libre,
ladrón fiero;
suéltamela, pues ves cuanto
la quiero,
y mi dolor con ella se
consuela.
Tú
allá me la entretienes con cautela;
5
dos noches no ha venido, aunque la
espero.
¡Ay!, si ésta se
detiene, cierto muero;
suéltala, ¡oh crudo!,
y tú verás cuál vuela.
Si señas
quieres, el color de nieve,
manchadas las alitas, amorosa
10
la vista, y el arrullo
soberano,
lumbroso el
cuello, y el piquito breve...
mas suéltala y
verásla bulliciosa
cuál viene y pica de mi mano
el grano.
El
deseo y la desconfianza
¡Oh, si el
dolor que siento se acabara,
y el bien que tanto anhelo se
cumpliese!
¡Cómo, por desdichado
que ahora fuese
la más alta ventura no
envidiara!
Con la esperanza
sola me aliviara;
5
y por mucho que en tanto
padeciese,
el gozo de que el mal su fin
tuviese,
lo amargo de la pena al fin
templara.
Por un instante
de placer que hubiera,
con júbilo mis ansias
sufriría,
10
ni en su eterno durar
desfalleciera.
Pero si es tal la
desventura mía,
que huyendo el bien, el daño
persevera,
¡qué aguardo puedo en
mi letal porfía!
El propósito inútil
Tiempo, adorada,
fue cuando abrasado
al fuego de tus lumbres
celestiales,
osé mi honesta fe, mis
dulces males
cantar sin miedo en verso
regalado...
¡Qué
de veces en lágrimas bañado
5
me halló el alba besando tus
umbrales,
o la lóbrega noche, siempre
iguales
mi ciego anhelo y tu desdén
helado!
Pasó aquel
tiempo, mas la viva llama
de mi fiel pecho inextinguible
dura,
10
y hablar no puedo aunque morir me
veo.
Huyo, y muy
más mi corazón se inflama;
juro olvidarte y crece mi
ternura,
y siempre a la razón vence
el deseo.
Las armas del amor
De tus doradas
hebras, mi señora,
Amor formó los lazos para
asirme;
de tus lindos ojuelos, para
herirme,
las flechas y la llama
abrasadora.
Tu dulce boca,
que el carmín colora,
5
su púrpura le dio para
rendirme;
tus manos, si al encanto quise
huirme,
nieve que en fuego se me vuelve
ahora.
Tu voz suave, tu
desdén fingido
y el albo seno, do el placer se
anida,
10
pábulo añaden al
ardor primero.
Amor con tales
armas me ha rendido;
¡ay armas celestiales!,
¡ay mi vida!,
yo soy, yo quiero ser tu
prisionero.
La
humilde reconvención
Dame, traidor
Aminta, y jamás sea
tu cándida Amarili
desdeñosa,
la guirnalda de flores olorosa
que a mis sienes ciñó
la tierra Alcea.
¡Ay!,
dámela, cruel; y si aún desea
5
tomar venganza tu pasión
celosa,
he aquí de mi manada una
amorosa
cordera; en torno fenecer la
vea.
¡Ay!,
dámela, no tardes, que el precioso
cabello ornó de la pastora
mía,
10
muy más que el oro del Ofir
luciente,
cuando cantando
en ademán gracioso
y halagüeño mirar,
merecí un día
ceñir con ella su serena
frente.
La
resignación amorosa
¿Qué
quieres, crudo Amor? Deja al cansado
ánimo respirar solo un
momento;
baste el veneno en que abrasarme
siento,
y el dardo agudo al corazón
clavado.
Ni duermo, ni
reposo; y de mi lado
5
cual sombra huye el placer;
¡ah!, ¡qué lamento
suena en mi triste oído! De
tormento
basta, Amor, basta, pues de
mí has triunfado.
Le ruego
así; y a mi dolor movido,
él me muestra la lumbre por
que muero,
10
puro rayo de angélica
hermosura;
yo me postro a
adorarla, y encendido
en fuego celestial, penar
más quiero,
y morir pido como gran
ventura.
El ruego encarecido
Deja ya la
cabaña, mi pastora;
déjala, mi regalo y gloria
mía;
ven, que ya en el oriente raya el
día,
y el sol las cumbres de los montes
dora.
Ven, y al humilde
pecho que te adora,
5
torna con tu presencia la
alegría.
¡Ay!, que tardas, y el alma
desconfía;
¡ay!, ven, y alivia mi pesar,
señora.
Tejida una
guirnalda de mil flores
y una fragante delicada rosa
10
te tengo, Filis, ya para en
llegando.
Darételas
cantando mil amores,
darételas, mi bien; y
tú amorosa
un beso me darás sabroso y
blando.
los tristes recuerdos
En este valle, do
sin seso ahora
en muda soledad tu malhadado
nombre, ¡ay Fili!, repito,
afortunado
decirte osé: «Mi
corazón te adora».
Junto a este
arroyo, que tu muerte llora,
5
te hallé cogiendo flores; y
turbado
la guirnalda nupcial en tu
dorado
cabello puse, y te juré
señora.
Allí nos
reveló sus deliciosos
misterios la alma Venus, la
sagrada
10
tea encendiendo plácido
Himeneo.
¡Ay,
dejadme recuerdos dolorosos!
Mi Fili al claro Olimpo fue
robada,
y yo en mil ansias fenecer me
veo.
La fuga inútil
Tímido
corzo, de cruel acero
el regalado pecho traspasado,
ya el seno de la yerba
emponzoñado,
por demás huye del veloz
montero;
en vano busca el
agua y el ligero
5
cuerpo revuelve hacia el doliente
lado;
cayó y se agita, y lanza
congojado
la vida en un bramido
lastimero.
Así la
flecha al corazón clavada,
huyó en vano la muerte,
revolviendo
10
el ánima a mil partes
dolorida;
crece el veneno,
y de la sangre helada
se va el herido corazón
cubriendo,
y el fin se llega de mi triste
vida.
El remordimiento
Perdona, bella
Cintia, al pecho mío,
si evita cauto tu adorable
llama;
que Fili solo su fineza
inflama,
y él la idolatra aun en el
mármol frío.
Si amarte
intento, del silencio umbrío
5
su voz infausta por venganza
clama:
«¿Así, me dice,
¡oh pérfido!, se ama?
¡Ay!, ¡tiembla mi
furor, impío!
Vuélveme a
mi inocencia y a mi pura
candidez virginal; tú de mi
pecho,
10
¡aleve, aleve!, has la virtud
lanzado.
Vuélveme a
mi virtud...» Su sombra oscura
me sigue así; y en
lágrimas deshecho,
me hallo en el duro suelo
desmayado.
Soneto
Cuando de mi
camino atrás volviendo
miro, señora, en mi preciso
daño,
tal es mi pena y mi dolor
tamaño
que me siento en angustias
feneciendo.
Mas cuando vuelvo
a vos, alegre viendo
5
la dulce causa de mi dulce
engaño,
luego en mi pecho siento un bien
extraño
y con gusto mis males voy
sufriendo.
Con vos se alivia
mi dolor crecido
y en vos todo mi bien miro
cifrado,
10
cuanto puedo esperar y cuanto
espero;
y aunque ni el
mal acaba ni el gemido,
me miro en la aflicción tan
consolado
que no siento morir si por vos
muero.
Soneto
Sin reparar
adónde me llevaba
ni do parar pudiera, a Amor
seguía
que por una anchura y fresca
vía
a un muy ameno valle me
guiaba.
Un palacio de
lejos se mostraba,
5
al cual por acercarme me
afligía,
cuando sintió improviso el
alma mía
un lazo que seguir me
embarazaba.
Acudí a
desprenderme y, como el ave
que por huir la liga más se
enreda,
10
en trampa me miré tan dura y
fuerte
que por librarme
de su cárcel grave
la muerte sola que probar me
queda,
y aun pienso que no baste ni aun la
muerte.
Soneto
Señora
mía, si porque yo os quiero
con una fe tan verdadera y
pura
cada vez en mi daño
más segura
vos gustáis de acabarme y yo
ya muero,
¿qué os queda más que hacer
con aquel fiero
5
que intente desdeñar vuestra
hermosura
y el duro pecho, más que
piedra dura,
negar os quiera ya por
prisionero?
Si el amor me
pagáis con mil rigores
y mi honesta afición es
desdeñada,
10
¿con qué
castigaréis a quien no os quiera?
Volved, que amor
solo merece amores
y una tal voluntad ser bien
pagada
y quien fiero no os ame solo
muera.
Soneto
De Cíparis
dejado el afligido
Batilo yace en la desierta
arena,
al cielo acusa y al amor
condena
de sí olvidado y del dolor
vencido.
Del triste caso a
compasión movido
5
el viejo Tormes la corriente
enfrena,
pero la esquiva ninfa aun huye
ajena
a la piedad el pecho
empedernido.
De helado
mármol y templado acero
al encendido dardo un cerco
priva
10
que abra al amor, por la piedad,
entrada.
¡Ay
mísero zagal!, rigor tan fiero
te va acabando y tu beldad
esquiva,
viendo su fin, aún se
complace airada.
Soneto
¡Cuál
me lleva el Amor, cuál entre abrojos
me arrastra y me revuelve, y la
memoria
deja en las breñas de mi
triste historia
y el corazón entre ellas por
despojos!
¡Cuál me hiere implacable y de los
rojos
5
arroyos de mi sangre la
victoria
celebra de su nombre? ¿Tanta
gloria
dará mi humilde fin a sus
enojos?
Muévate a
compasión el dolorido
cuerpo, tirano Amor, muévate
el ruego
10
de un infeliz y alíviame el
tormento,
o de mis ayes,
mísero, movido,
a Fili abrasa en tu divino
fuego
y en mil dolores moriré
contento.
Soneto
Quédese de
tu templo ya colgados
vistiendo sus paredes mis
despojos
ya basta Amor de engaños y
de enojos
no quiero más tu guerra y
tus cuidados.
Dos años
te he seguido mal gastados
5
que inútilmente lloran hoy
mis ojos;
flores pensé coger y halleme
abrojos
vuelvo atrás de mis pasos
mal andados.
Tuya es, oh Amor,
la culpa (y yo la pena
llevo de te servir
arrepentido)
10
que halagas blando y te descubres
fiero.
Mas, ay, romper
no puedo la cadena;
¡Oh tirano cruel que al que
has rendido
guardas toda la vida
prisionero!
A
don Eugenio de Llaguno
Alivia el peso,
soberana Astrea;
déjame una hora de feliz
reposo;
el crudo afán de tu servicio
honroso
ceda una vez a más feliz
tarea.
Santa amistad en
celebrar se emplea
5
del claro Elpino galardón
glorioso,
merced justa de un rey que
poderoso
su mérito y saber honrar
desea.
Vosotras, Musas,
si a mi ruego un día
cedisteis gratas, y mi tierno
acento
10
oyó afable por vos mi dulce
Elpino,
prestas volad,
decidle mi alegría,
del pueblo hispano el general
contento,
de la virtud el júbilo
divino.
Al
señor don Mariano Luis de Urquijo
La lira de marfil
que tierno un día
pulsar, Musas, osé con
diestra mano
cuando de Otea en el florido
llano
joven Lusindo suspirar me
oía,
atempladme,
volved; la amistad mía
5
hoy el timbre celebra soberano
con que su cuello resplandece
ufano,
merced a un rey de buenos
alegría.
Rayos de luz el
vellocino de oro
despide, ornando el generoso
pecho
10
de alta prudencia y pundonor
morada.
Veló la
envidia con amargo lloro,
pero el nombre feliz a su
despecho
crece y sube a la bóveda
estrellada.
Soneto
Ora pienso yo ver
a mi señora
de donosa aldeana, y que el
cabello
libre le vaga por el alto
cuello,
cantando alegre al despertar la
Aurora:
Ya en pellico y
callado de pastora
5
los corderillos guía, y
suelta al vellos
por el prado brincar corre en pos
de ellos;
ya en ocio blando en la
cabaña mora.
Tierna ora
ríe, y va cogiendo flores:
a caza ora tras ella el monte
sigo;
10
y bailar en la fiesta ora la
veo.
Así
ausente me alivio en mis dolores;
y aunque sueño de amor es
cuanto digo,
el alma siente un celestial
recreo.
Melgar, Mariano
Aretipa (Perú). 1790 -
1815
Hijo de
español e india, hace sus primeros estudios en el Colegio
Seminario de Aretipa. Deja los estudios religiosos y pasa a Lima
para estudiar Leyes. Una vez terminada la carrera vuelve a su
ciudad natal instalándose como abogado. Allí recibe
el golpe que transformará su vida: su amada Silvia opta por
la decisión de sus padres, no accediendo al matrimonio con
el poeta. Esto le lleva a una depresión que le
acompañará hasta su muerte. Cuando estalla la
rebelión por la Independencia en Cusco en 1814 se alista
voluntario. Hecho prisionero, en la batalla del río
Umachiri, es sometido a consejo de guerra y condenado a muerte al
día siguiente de la sentencia. A pesar de su breve carrera
lírica es considerado como un buen poeta lírico en la
literatura peruana.
Soneto
No nació la
mujer para querida,
por esquiva, por falsa y por
mudable;
y porque es bella, débil,
miserable,
no nació para ser
aborrecida.
No nació
para verse sometida
5
porque tiene carácter
indomable;
y pues prudencia en ella nunca es
dable
no nació para ser
obedecida.
Porque es flaca
no puede ser soltera,
porque es infiel no puede ser
casada,
10
por mudable no es fácil que
bien quiera.
Si no es, pues,
para amar o ser amada,
sola o casada, súbdita o
primera,
la mujer no ha nacido para
nada.
Soneto a Silvia
Bien puede el
mundo entero conjurarse
contra mi dulce amor y mi
ternura,
y el odio infame y tiranía
dura
de todo su rigor contra mí
armarse.
Bien puede el
tiempo rápido cebarse
5
en la gracia y primor de su
hermosura,
para que cual si fuese llama
impura
pueda el fuego de amor en mí
acabarse.
Bien puede en fin
la suerte vacilante,
que eleva, abate, ensalza y
atropella,
10
alzarme o abatirme en un
instante;
Que el mundo, al
tiempo y a mi varia estrella,
más fino cada vez y
más constante,
les diré: «Silvia es
mía y yo soy de ella».
Soneto
Figurarme
solía un magistrado
que hoy sostuviese a la
nación entera:
¡qué luces, qué
virtudes no exigiera
un empeño tan grande y
elevado!
Sólo el
poder de un Dios a tanto grado
5
las prendas de un mortal llevar
pudiera;
mas ya en nuestras desdichas
¿quién espera
un prodigio tan raro y
acabado?
Dije: y
«miradlo aquí», contesta ufano,
señalándome el gran
Vista - Florida,
10
el genio tutelar del pueblo
indiano;
la América
no más será oprimida
con este Consejero, y el
hispano
a este patricio deberá la
vida.
Mora, José Joaquín de
Cádiz. 1783 - Madrid.
1864
Lucha en la guerra
de la Independencia contra los franceses, donde es hecho prisionero
y llevado a Francia. Vuelve a España, pero debido a sus
ideas liberales se exilia a Londres en 1823. En 1826 sale de
Londres rumbo a Buenos Aires. Pasa más tarde a Chile donde
redacta el acta de su Constitución en 1828. Más tarde
se afinca en Perú y Bolivia. En 1840 regresa a España
y en 1848 ingresa en la Real Academia Española.
El estío
Hermosa fuente que
al vecino río
sonora envías tu cristal
undoso,
y tu blanda, cual sueño
venturoso,
yerba empapada en matinal
rocío.
Augusta soledad
del bosque umbrío
5
que da y protege el álamo
frondoso,
amparad de verano riguroso
al inocente y fiel rebaño
mío.
Que ya el suelo
feraz de la campiña
selló julio con planta
abrasadora
10
y su verdura a marchitar
empieza;
y alegre ve la
pámpanos aviña
en sus venas la savia
bienhechora,
nuncio feliz de la otoñal
riqueza.
Acta de una sesión
Cotorreando en
mórbidos sillones,
diez leguleyos de cerebro
vano,
acerca de si Ticio es
ciudadano,
ensartaron horrendas
sinrazones.
Seco el jugo
vital de los pulmones,
5
y agotado el idioma chabacano,
estas palabras dirigió un
hermano,
a todos los demás santos
varones:
Padres
conscriptos, que el profano sea
civil o ciudadano, es una idea
10
que acaso pueda interesar a
otros.
Yo en tan grave
cuestión ni entro ni salgo
lo que importa saber es, si ese
hidalgo
es tan grave animal como
nosotros.
Soneto
Díjome
Fabio que en el monte Hibleo
nacen como carneros las
perdices,
y que Dido llevaba en las
narices,
como gafas, montado un rey
pigmeo.
Que casada
Cenobia con Orfeo,
5
después de muchos cuentos y
deslices,
estudiaron en Londres de
aprendices,
y a todo respondí: Fabio, lo
creo.
Que hay un mono
en Berlín que con el rabo
sabe escribir en la pared su
nombre,
10
y con grande primor saca una
muela.
Dije, Fabio, lo
creo: Mas al cabo
me contó que Damón
era un gran hombre,
y entonces dijo: Fabio eso no
cuela.
Soneto
El tachonado y
puro firmamento
con todas sus lumbreras
inmortales,
esa luz que nos vierte sus
raudales,
más sutil, más veloz
que el pensamiento.
El misterioso y
grave movimiento
5
de sus revoluciones
desiguales,
¡qué de goces
intensos, celestiales,
no dan al atrevido
entendimiento!
¡Y
está serena el alma, y no palpita
rápido el corazón!
¡Ni estalla el labio,
10
cediendo al entusiasmo que lo
agita!
Hombre, suelta el
compás y el astrolabio;
mentido es tu saber, siente y
medita:
quien más medita y siente es
el más sabio.
Soneto
Álzase
Marco Tulio de su asiento
con grave pompa y majestad
divina;
tiembla de espanto y rabia
Catalina,
inmóvil el Senado escucha
atento.
Brota el raudal
sonoro y al momento
5
sálvase Roma de fatal
ruina,
el pueblo al Cónsul la
cerviz inclina,
y padre clama en jubiloso
acento.
Ahora si me
preguntas en qué autores
adquirió Cicerón el
privilegio
10
de arrancar tan magníficos
honores,
yo ye
responderé, que ese hombre egregio,
modelo de abogados y oradores,
ni estudió a Vinio, ni
pisó el colegio.
Imitación de Lord Byron
Luzbel
creyó que el orbe de la tierra
su personal esmero
requería;
sube y observa la demencia
impía
que arma a los hombres en nefanda
guerra.
Sangre a
ríos inunda valle y sierra;
5
roba el cañón la
claridad del día;
muere en los brazos de la madre
pía
la prenda cara que su dicha
encierra.
Y en tan atroz
desorden y locura,
al homicida, al robador exalta
10
gloria falaz, con alabanza
impura.
Luzbel de un
brinco al horno averno salta;
«nuestra victoria (dice)
está segura;
arriba, por ahora, no hago
falta».
Olmedo, José Joaquín
Guayaquil (Ecuador). 1780 - 1847
Doctorado en
Derecho, fue profesor en las Universidades de San Marcos de Lima y
Santo Tomás de Aquino. Diputado por las Cortes
españolas de Cádiz, vota en 1814 por el
desconocimiento de Fernando VII, mientras este no jurase la
Constitución. En 1816 huye de España y regresa a
Guayaquil. Por motivos políticos tiene que exilarse a
Perú, regresando en 1828 a Ecuador. Diplomático en
Londres y París. Sus Poesías completas fueron
reunidas y editadas en 1947.
En
la muerte de mi hermana
¿Y eres
tú Dios? ¿A quién podré quejarme?
inebriado en tu gloria y
poderío.
¡ver el dolor que me devora
impío
y la mirada de piedad negarme!
Manda alzar otra
vez por consolarme
5
la grave losa del sepulcro
frío,
y restituye, oh Dios, al seno
mío
la hermana que has querido
arrebatarme.
Yo no te la
pedí. ¡Qué! ¿es por ventura
crear para destruir, placer
divino,
10
o es de tanta virtud indigno el
suelo?
¿o ya del
todo absorto en tu luz pura
te es menos grato el incesante
trino?
Dime, ¿faltaba este
ángel a tu cielo?
Al
general Lamar
No fue tu gloria
el combatir valiente,
ni el derrotar las huestes
castellanas;
otros también con lanzas
inhumanas
anegaron en sangre el
continente.
Gloria fue tuya
el levantar la frente
5
en el solio sin crimen, las
peruanas
layes santificar, y en las
lejanas
playas morir proscrito o
inocente.
Surjan del sucio
polvo héroes de un día,
y tiemble el mundo a sus feroces
hechos:
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pasará al fin su horrenda
nombradía.
A la tuya los
siglos son estrechos,
Lamar, porque el poder que te dio
el cielo
sólo sirvió a la
tierra de consuelo.
Paz y Salgado, Antonio de
Real de Minas de Tegucigalpa
(Honduras). 1748
De la Real
Audiencia. Hallado en Internet.
A
don Manuel Cayetano Falla
De la divina
Astrea al bibio estrecho
túmulo de Mercurio
aquí se erige
suspende caminante, y del
colixe
la medio efigie, de quien se ve el
pecho.
La realidad la
imagen ha contrahecho,
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porque de este doctor memorias
fixe,
que supo en vida, y muerte ser
quien rixe
por la senda segura del
derecho.
Mauseolo a sus
cenizas en la bella
mansión etérea tiene,
y luminoso
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equivoca lo muerto con lo
ausente.
Porque
enseñando a tantos industriosos
la justicia; tomó claro
Oriente,
y eternizó su vida como
Estrella.
Soneto
Cristo piadoso,
que en la cruz clavado,
el pecho muestras por mí
herido,
lava en tu sangre con eterno
olvido
la mancha torpe de mi vil
pecado.
Por ser fuente de
bienes me has amado,
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y con muerte afrentosa
redimido;
por ser fuente de males te he
ofendido,
y tus justos preceptos
quebrantado.
Tu real palabra
has obligado a darme
tus bienes cuando yo te los
pidiera
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con tan gran claridad llegaste a
amarme.
Esta es
Señor la petición postrera,
pues moriste por sólo
perdonarme
perdóname Señor antes
que muera.
Pérez y Ramírez, Manuel
María
Santiago de Cuba. 1781 - 1853
Escritor,
periodista y poeta.
El
amigo reconciliado
Por algún
accidente no pensado
suele quebrarse un vaso
cristalino;
trátase de soldar con barniz
fino,
y lógrase por fin verlo
pegado.
Pero por
más que apure su cuidado
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el ingenio más raro y
peregrino,
dejarlo sin señal es
desatino:
siempre quedan señales de
quebrado.
Así es una
amistad de mucha dura:
quiébrase la amistad que
hermosa fuera;
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suéldala el tiempo con su
gran cordura.
Cierto que la
amistad se mira entera;
pero con la señal de
quebradura
nunca puede quedar como antes
era.
Porcel Salablanca, José
Antonio
Granada. 1715 - 1794
Colegial del Sacro
Monte. Se ordenó sacerdote. Vive en Madrid al servicio del
Conde de Torrepalma. Pertenecía a las academias del
Trípode, con el nombre de «Caballero de los
Jabalíes» y a la academia del «Buen Gusto»
con el nombre de «El Aventurero». En 1752 fue nombrado
Académico de la Española. Sus sonetos son más
propios del barroquismo del siglo anterior que de su época
del prerromántico.
A
una dama, admiradora de Garcilaso, enviándole dulces
«Cerca del
Darro, en soledad amena»,
con tu memoria ¡oh, Julia!
divertía
los males de mi triste
fantasía,
de cuyo bien la ausencia me
enajena.
Cuando por nuevo
susto, nueva pena...
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ya no quiero más culto,
Julia mía,
digo en plena corriente, que ayer
día
me dijeron que no quedabas
buena.
Que era el mal,
resfriado y en tal caso
almendras, te receto,
confitadas;
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prendas son de mi afecto nada
escaso,
y con motivo de
tu mal buscadas,
cómetelas y di con
Garcilaso:
«¡Oh, dulces prendas,
por mi mal, halladas!»
Soneto
Hombres bobos, que
al ver una hermosura
le entregáis las potencias y
sentidos,
y aun poseéis las dichas,
entendidos
estad en que la dicha no es
segura.
Acteón
escarmientos os procura;
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que a una casta deidad (si
ennoblecidos
deben los riesgos ser
apetecidos)
dio un sentido, y ya llora su
locura.
Sólo en la
vista tuvo su delicia,
y se vio, cual lo veis, muerto,
deshecho,
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bruto y con astas; pero no lo
dudo,
pues cualquiera
mujer que se codicia
(sea la mejor), lo deja a un hombre
hecho
un pobre, un bruto, y lo peor,
cornudo.
Quintana, Manuel José
Madrid. 1772 - 1857
Poeta, escritor y
dramaturgo. Censor de los Teatros Madrileños. Su familia
procedía de Extremadura. Estudia Derecho en Salamanca,
siendo discípulo de Meléndez Valdés, que por
aquel entonces era el poeta más representativo de la escuela
salmantina. En las Poesías de Quintana publicadas
en 1878 se nota la influencia de su maestro. Acabados sus estudios,
regresa a Madrid en 1795 ejerciendo como abogado. Durante la Guerra
de la Independencia se enfrenta a los franceses, con el cargo de
primer oficial en la Junta Suprema Gobernativa del Reino. Por sus
ideas es desterrado a la ciudad de Pamplona (1814-1820). En el
año 1823 fue nombrado director de Instrucción
Pública y con la muerte de Fernando VII, nombrado preceptor
de la reina Isabel II. Esta reina le coronó el año
1855, durante una sesión del Senado, como homenaje de la
opinión pública al poeta más representativo de
una época.