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ArribaAbajoMeléndez Valdés, Juan

Ribera del Fresno (Badajoz). 1754 - Montpellier (Francia). 1817

Estudia en Salamanca desempeñando después la Cátedra de Gramática en este centro. Más tarde pasa por Valladolid y Zaragoza acabando en Madrid, siempre ejerciendo su Cátedra de Gramática. En 1780 obtiene el premio de la Academia Española por la égloga Batilo, elogio de la vida campestre. En 1785 publica su primer volumen de Poesías. Abandona su cátedra y se hace magistrado. Tras su paso, como juez, por Zaragoza y Valladolid es trasladado a Madrid, donde publica la segunda edición de Poesías. Cae en desgracia y es desterrado a Medina del Campo, destituido de sus cargos y más tarde confinado en Zamora. Acepta cargos de los invasores por los que al terminar la guerra de la Independencia se ve obligado a exilarse: Nimes, Tolosa y Montpellier, donde muere de parálisis, pobre y abandonado. En 1866 fueron sus restos restituidos a Madrid, junto a los de su amigo Goya, quien había pintado su retrato en 1797. Azorín le consideró, dentro de los prerrománticos, el poeta más importante.




ArribaAbajoLa esquivez vencida


ArribaAbajo   No temas, simplecilla, del dichoso
galán pastor no tardes la ventura;
apenado a ti corre; su ternura
premio al fin halle y su anhelar, reposo.

   De rosa en la coyunda el cuello hermoso  5
pon al yugo feliz; la copa apura
que amor te brinda, y de triunfar segura
entra en lides suaves con tu esposo.

   ¡La vista tornas! ¡Del nupcial abrazo
huyes tímida y culpas sus ardores  10
el rubor virginal la faz teñida!

   Mas Venus... Venus... su genial regazo
sobre el lecho feliz llueve mil flores
que Filis coge, y la esquivez olvida.




ArribaAbajoSoneto renunciando a la poesía después de la muerte de Filis


ArribaAbajo   Quédate, adiós, pendiente de este pino
sin defensa del tiempo a los rigores,
cítara en que canté de mis amores
las gracias y el ingenio peregrino.

   Guárdala, oh tronco, que honras el camino  5
por muestra de la fe de dos pastores,
do puedan cortesanos amadores
tomar lecciones de un amor divino.

   Mientras la oyó viviendo mi señora,
con cuerdas de oro resonar solía,  10
y fieras crudas amansó su canto;

   ya que el alma feliz los cielos mora,
y en esta tumba su ceniza fría,
cesen los versos, y principie el llanto.




ArribaAbajoA don Gaspar de Jovellanos


ArribaAbajo   Las blandas quejas de mi dulce lira,
mil lágrimas suspiros y dolores
me agrada renovar, pues sus rigores
piadoso el cielo por mi bien retira.

   El dichoso zagal que tierno admira  5
su linda zagaleja entre las flores,
y de su llama goza y sus favores,
alegre cante lo que amor le inspira.

   Yo lloré solo de mi Fili airada
el altivo desdén con triste canto,  10
que el eco lleve al mayoral Jovino;

   alternando con cítara dorada,
ya en blando verso o dolorido llanto,
las dulces ansias de un amor divino.




ArribaAbajo El despecho


ArribaAbajo   Los ojos tristes de llorar cansados,
alzando el cielo, su clemencia imploro;
mas vuelven luego al encendido lloro,
que el grave peso no los sufre alzados;

   mil dolorosos ayes desdeñados  5
son, ¡ay!, trasunto de la luz que adoro;
y ni me alivia el día, ni mejoro
con la callada noche mis cuidados.

   Huyo a la soledad y va conmigo
oculto el mal, y nada me recrea;  10
en la ciudad en lágrimas me anego;

   aborrezco mi ser, y aunque maldigo
la vida, temo que la muerte aún sea
remedio débil para tanto fuego.




ArribaAbajo El pronóstico


ArribaAbajo   No en vano, desdeñosa, su luz pura
ha el cielo a tus ojuelos trasladado,
y ornó de oro el cabello ensortijado,
y dio a tu frente gracia y hermosura.

   Esa rosada boca con ternura  5
suspirará; tu seno regalado
del blando fuego bullirá agitado,
y el rostro volverás con más dulzura.

   Tirsi, el felice Tirse, tus favores
cogerá, altiva Clori, su deseo  10
coronando en el tálamo dichoso.

   Los cupidillos verterán mil flores,
llamando en suaves himnos a Himeneo,
y Amor su beso le dará gozoso.




ArribaAbajoEl pensamiento


ArribaAbajo   Cual suele abeja inquieta, revolando
por florido pensil entre mil rosas,
hasta venir a hallar las más hermosas,
andar con dulce trompa susurrando;

   mas luego que las ve, con vuelo blando  5
baja, y bate las alas vagorosas,
y en medio de sus hojas olorosas
el delicado aroma está gozando;

   así, mi bien, el pensamiento mío
con dichosa zozobra, por hallarte,  10
vagaba, de amor libre, por el suelo;

   pero te vi, rendime, y mi albedrío,
abrasado en tu luz, goza, al mirarte,
gracias que envidia de tu rostro el cielo.




ArribaAbajoLa paloma


ArribaAbajo   Suelta mi palomita pequeñuela
y déjamela libre, ladrón fiero;
suéltamela, pues ves cuanto la quiero,
y mi dolor con ella se consuela.

   Tú allá me la entretienes con cautela;  5
dos noches no ha venido, aunque la espero.
¡Ay!, si ésta se detiene, cierto muero;
suéltala, ¡oh crudo!, y tú verás cuál vuela.

   Si señas quieres, el color de nieve,
manchadas las alitas, amorosa  10
la vista, y el arrullo soberano,

   lumbroso el cuello, y el piquito breve...
mas suéltala y verásla bulliciosa
cuál viene y pica de mi mano el grano.




ArribaAbajoEl deseo y la desconfianza


ArribaAbajo   ¡Oh, si el dolor que siento se acabara,
y el bien que tanto anhelo se cumpliese!
¡Cómo, por desdichado que ahora fuese
la más alta ventura no envidiara!

   Con la esperanza sola me aliviara;  5
y por mucho que en tanto padeciese,
el gozo de que el mal su fin tuviese,
lo amargo de la pena al fin templara.

   Por un instante de placer que hubiera,
con júbilo mis ansias sufriría,  10
ni en su eterno durar desfalleciera.

   Pero si es tal la desventura mía,
que huyendo el bien, el daño persevera,
¡qué aguardo puedo en mi letal porfía!




ArribaAbajo El propósito inútil


ArribaAbajo   Tiempo, adorada, fue cuando abrasado
al fuego de tus lumbres celestiales,
osé mi honesta fe, mis dulces males
cantar sin miedo en verso regalado...

   ¡Qué de veces en lágrimas bañado  5
me halló el alba besando tus umbrales,
o la lóbrega noche, siempre iguales
mi ciego anhelo y tu desdén helado!

   Pasó aquel tiempo, mas la viva llama
de mi fiel pecho inextinguible dura,  10
y hablar no puedo aunque morir me veo.

   Huyo, y muy más mi corazón se inflama;
juro olvidarte y crece mi ternura,
y siempre a la razón vence el deseo.




ArribaAbajo Las armas del amor


ArribaAbajo   De tus doradas hebras, mi señora,
Amor formó los lazos para asirme;
de tus lindos ojuelos, para herirme,
las flechas y la llama abrasadora.

   Tu dulce boca, que el carmín colora,  5
su púrpura le dio para rendirme;
tus manos, si al encanto quise huirme,
nieve que en fuego se me vuelve ahora.

   Tu voz suave, tu desdén fingido
y el albo seno, do el placer se anida,  10
pábulo añaden al ardor primero.

   Amor con tales armas me ha rendido;
¡ay armas celestiales!, ¡ay mi vida!,
yo soy, yo quiero ser tu prisionero.




ArribaAbajoLa humilde reconvención


ArribaAbajo   Dame, traidor Aminta, y jamás sea
tu cándida Amarili desdeñosa,
la guirnalda de flores olorosa
que a mis sienes ciñó la tierra Alcea.

   ¡Ay!, dámela, cruel; y si aún desea  5
tomar venganza tu pasión celosa,
he aquí de mi manada una amorosa
cordera; en torno fenecer la vea.

   ¡Ay!, dámela, no tardes, que el precioso
cabello ornó de la pastora mía,  10
muy más que el oro del Ofir luciente,

   cuando cantando en ademán gracioso
y halagüeño mirar, merecí un día
ceñir con ella su serena frente.




ArribaAbajoLa resignación amorosa


ArribaAbajo   ¿Qué quieres, crudo Amor? Deja al cansado
ánimo respirar solo un momento;
baste el veneno en que abrasarme siento,
y el dardo agudo al corazón clavado.

   Ni duermo, ni reposo; y de mi lado  5
cual sombra huye el placer; ¡ah!, ¡qué lamento
suena en mi triste oído! De tormento
basta, Amor, basta, pues de mí has triunfado.

   Le ruego así; y a mi dolor movido,
él me muestra la lumbre por que muero,  10
puro rayo de angélica hermosura;

   yo me postro a adorarla, y encendido
en fuego celestial, penar más quiero,
y morir pido como gran ventura.




ArribaAbajo El ruego encarecido


ArribaAbajo   Deja ya la cabaña, mi pastora;
déjala, mi regalo y gloria mía;
ven, que ya en el oriente raya el día,
y el sol las cumbres de los montes dora.

   Ven, y al humilde pecho que te adora,  5
torna con tu presencia la alegría.
¡Ay!, que tardas, y el alma desconfía;
¡ay!, ven, y alivia mi pesar, señora.

   Tejida una guirnalda de mil flores
y una fragante delicada rosa  10
te tengo, Filis, ya para en llegando.

   Darételas cantando mil amores,
darételas, mi bien; y tú amorosa
un beso me darás sabroso y blando.




ArribaAbajo los tristes recuerdos


ArribaAbajo   En este valle, do sin seso ahora
en muda soledad tu malhadado
nombre, ¡ay Fili!, repito, afortunado
decirte osé: «Mi corazón te adora».

   Junto a este arroyo, que tu muerte llora,  5
te hallé cogiendo flores; y turbado
la guirnalda nupcial en tu dorado
cabello puse, y te juré señora.

   Allí nos reveló sus deliciosos
misterios la alma Venus, la sagrada  10
tea encendiendo plácido Himeneo.

   ¡Ay, dejadme recuerdos dolorosos!
Mi Fili al claro Olimpo fue robada,
y yo en mil ansias fenecer me veo.




ArribaAbajo La fuga inútil


ArribaAbajo   Tímido corzo, de cruel acero
el regalado pecho traspasado,
ya el seno de la yerba emponzoñado,
por demás huye del veloz montero;

   en vano busca el agua y el ligero  5
cuerpo revuelve hacia el doliente lado;
cayó y se agita, y lanza congojado
la vida en un bramido lastimero.

   Así la flecha al corazón clavada,
huyó en vano la muerte, revolviendo  10
el ánima a mil partes dolorida;

   crece el veneno, y de la sangre helada
se va el herido corazón cubriendo,
y el fin se llega de mi triste vida.




ArribaAbajo El remordimiento


ArribaAbajo   Perdona, bella Cintia, al pecho mío,
si evita cauto tu adorable llama;
que Fili solo su fineza inflama,
y él la idolatra aun en el mármol frío.

   Si amarte intento, del silencio umbrío  5
su voz infausta por venganza clama:
«¿Así, me dice, ¡oh pérfido!, se ama?
¡Ay!, ¡tiembla mi furor, impío!

   Vuélveme a mi inocencia y a mi pura
candidez virginal; tú de mi pecho,  10
¡aleve, aleve!, has la virtud lanzado.

   Vuélveme a mi virtud...» Su sombra oscura
me sigue así; y en lágrimas deshecho,
me hallo en el duro suelo desmayado.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Cuando de mi camino atrás volviendo
miro, señora, en mi preciso daño,
tal es mi pena y mi dolor tamaño
que me siento en angustias feneciendo.

   Mas cuando vuelvo a vos, alegre viendo  5
la dulce causa de mi dulce engaño,
luego en mi pecho siento un bien extraño
y con gusto mis males voy sufriendo.

   Con vos se alivia mi dolor crecido
y en vos todo mi bien miro cifrado,  10
cuanto puedo esperar y cuanto espero;

   y aunque ni el mal acaba ni el gemido,
me miro en la aflicción tan consolado
que no siento morir si por vos muero.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Sin reparar adónde me llevaba
ni do parar pudiera, a Amor seguía
que por una anchura y fresca vía
a un muy ameno valle me guiaba.

   Un palacio de lejos se mostraba,  5
al cual por acercarme me afligía,
cuando sintió improviso el alma mía
un lazo que seguir me embarazaba.

   Acudí a desprenderme y, como el ave
que por huir la liga más se enreda,  10
en trampa me miré tan dura y fuerte

   que por librarme de su cárcel grave
la muerte sola que probar me queda,
y aun pienso que no baste ni aun la muerte.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Señora mía, si porque yo os quiero
con una fe tan verdadera y pura
cada vez en mi daño más segura
vos gustáis de acabarme y yo ya muero,

   ¿qué os queda más que hacer con aquel fiero  5
que intente desdeñar vuestra hermosura
y el duro pecho, más que piedra dura,
negar os quiera ya por prisionero?

   Si el amor me pagáis con mil rigores
y mi honesta afición es desdeñada,  10
¿con qué castigaréis a quien no os quiera?

   Volved, que amor solo merece amores
y una tal voluntad ser bien pagada
y quien fiero no os ame solo muera.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   De Cíparis dejado el afligido
Batilo yace en la desierta arena,
al cielo acusa y al amor condena
de sí olvidado y del dolor vencido.

   Del triste caso a compasión movido  5
el viejo Tormes la corriente enfrena,
pero la esquiva ninfa aun huye ajena
a la piedad el pecho empedernido.

   De helado mármol y templado acero
al encendido dardo un cerco priva  10
que abra al amor, por la piedad, entrada.

   ¡Ay mísero zagal!, rigor tan fiero
te va acabando y tu beldad esquiva,
viendo su fin, aún se complace airada.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   ¡Cuál me lleva el Amor, cuál entre abrojos
me arrastra y me revuelve, y la memoria
deja en las breñas de mi triste historia
y el corazón entre ellas por despojos!

   ¡Cuál me hiere implacable y de los rojos  5
arroyos de mi sangre la victoria
celebra de su nombre? ¿Tanta gloria
dará mi humilde fin a sus enojos?

   Muévate a compasión el dolorido
cuerpo, tirano Amor, muévate el ruego  10
de un infeliz y alíviame el tormento,

   o de mis ayes, mísero, movido,
a Fili abrasa en tu divino fuego
y en mil dolores moriré contento.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Quédese de tu templo ya colgados
vistiendo sus paredes mis despojos
ya basta Amor de engaños y de enojos
no quiero más tu guerra y tus cuidados.

   Dos años te he seguido mal gastados  5
que inútilmente lloran hoy mis ojos;
flores pensé coger y halleme abrojos
vuelvo atrás de mis pasos mal andados.

   Tuya es, oh Amor, la culpa (y yo la pena
llevo de te servir arrepentido)  10
que halagas blando y te descubres fiero.

   Mas, ay, romper no puedo la cadena;
¡Oh tirano cruel que al que has rendido
guardas toda la vida prisionero!




ArribaAbajoA don Eugenio de Llaguno


ArribaAbajo   Alivia el peso, soberana Astrea;
déjame una hora de feliz reposo;
el crudo afán de tu servicio honroso
ceda una vez a más feliz tarea.

   Santa amistad en celebrar se emplea  5
del claro Elpino galardón glorioso,
merced justa de un rey que poderoso
su mérito y saber honrar desea.

   Vosotras, Musas, si a mi ruego un día
cedisteis gratas, y mi tierno acento  10
oyó afable por vos mi dulce Elpino,

   prestas volad, decidle mi alegría,
del pueblo hispano el general contento,
de la virtud el júbilo divino.




ArribaAbajoAl señor don Mariano Luis de Urquijo


ArribaAbajo   La lira de marfil que tierno un día
pulsar, Musas, osé con diestra mano
cuando de Otea en el florido llano
joven Lusindo suspirar me oía,

   atempladme, volved; la amistad mía  5
hoy el timbre celebra soberano
con que su cuello resplandece ufano,
merced a un rey de buenos alegría.

   Rayos de luz el vellocino de oro
despide, ornando el generoso pecho  10
de alta prudencia y pundonor morada.

   Veló la envidia con amargo lloro,
pero el nombre feliz a su despecho
crece y sube a la bóveda estrellada.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Ora pienso yo ver a mi señora
de donosa aldeana, y que el cabello
libre le vaga por el alto cuello,
cantando alegre al despertar la Aurora:

   Ya en pellico y callado de pastora  5
los corderillos guía, y suelta al vellos
por el prado brincar corre en pos de ellos;
ya en ocio blando en la cabaña mora.

   Tierna ora ríe, y va cogiendo flores:
a caza ora tras ella el monte sigo;  10
y bailar en la fiesta ora la veo.

   Así ausente me alivio en mis dolores;
y aunque sueño de amor es cuanto digo,
el alma siente un celestial recreo.




ArribaAbajoMelgar, Mariano

Aretipa (Perú). 1790 - 1815

Hijo de español e india, hace sus primeros estudios en el Colegio Seminario de Aretipa. Deja los estudios religiosos y pasa a Lima para estudiar Leyes. Una vez terminada la carrera vuelve a su ciudad natal instalándose como abogado. Allí recibe el golpe que transformará su vida: su amada Silvia opta por la decisión de sus padres, no accediendo al matrimonio con el poeta. Esto le lleva a una depresión que le acompañará hasta su muerte. Cuando estalla la rebelión por la Independencia en Cusco en 1814 se alista voluntario. Hecho prisionero, en la batalla del río Umachiri, es sometido a consejo de guerra y condenado a muerte al día siguiente de la sentencia. A pesar de su breve carrera lírica es considerado como un buen poeta lírico en la literatura peruana.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   No nació la mujer para querida,
por esquiva, por falsa y por mudable;
y porque es bella, débil, miserable,
no nació para ser aborrecida.

   No nació para verse sometida  5
porque tiene carácter indomable;
y pues prudencia en ella nunca es dable
no nació para ser obedecida.

   Porque es flaca no puede ser soltera,
porque es infiel no puede ser casada,  10
por mudable no es fácil que bien quiera.

   Si no es, pues, para amar o ser amada,
sola o casada, súbdita o primera,
la mujer no ha nacido para nada.




ArribaAbajo Soneto a Silvia


ArribaAbajo   Bien puede el mundo entero conjurarse
contra mi dulce amor y mi ternura,
y el odio infame y tiranía dura
de todo su rigor contra mí armarse.

   Bien puede el tiempo rápido cebarse  5
en la gracia y primor de su hermosura,
para que cual si fuese llama impura
pueda el fuego de amor en mí acabarse.

   Bien puede en fin la suerte vacilante,
que eleva, abate, ensalza y atropella,  10
alzarme o abatirme en un instante;

   Que el mundo, al tiempo y a mi varia estrella,
más fino cada vez y más constante,
les diré: «Silvia es mía y yo soy de ella».




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Figurarme solía un magistrado
que hoy sostuviese a la nación entera:
¡qué luces, qué virtudes no exigiera
un empeño tan grande y elevado!

   Sólo el poder de un Dios a tanto grado  5
las prendas de un mortal llevar pudiera;
mas ya en nuestras desdichas ¿quién espera
un prodigio tan raro y acabado?

   Dije: y «miradlo aquí», contesta ufano,
señalándome el gran Vista - Florida,  10
el genio tutelar del pueblo indiano;

   la América no más será oprimida
con este Consejero, y el hispano
a este patricio deberá la vida.




ArribaAbajoMora, José Joaquín de

Cádiz. 1783 - Madrid. 1864

Lucha en la guerra de la Independencia contra los franceses, donde es hecho prisionero y llevado a Francia. Vuelve a España, pero debido a sus ideas liberales se exilia a Londres en 1823. En 1826 sale de Londres rumbo a Buenos Aires. Pasa más tarde a Chile donde redacta el acta de su Constitución en 1828. Más tarde se afinca en Perú y Bolivia. En 1840 regresa a España y en 1848 ingresa en la Real Academia Española.




ArribaAbajo El estío


ArribaAbajo   Hermosa fuente que al vecino río
sonora envías tu cristal undoso,
y tu blanda, cual sueño venturoso,
yerba empapada en matinal rocío.

   Augusta soledad del bosque umbrío  5
que da y protege el álamo frondoso,
amparad de verano riguroso
al inocente y fiel rebaño mío.

   Que ya el suelo feraz de la campiña
selló julio con planta abrasadora  10
y su verdura a marchitar empieza;

   y alegre ve la pámpanos aviña
en sus venas la savia bienhechora,
nuncio feliz de la otoñal riqueza.




ArribaAbajo Acta de una sesión


ArribaAbajo   Cotorreando en mórbidos sillones,
diez leguleyos de cerebro vano,
acerca de si Ticio es ciudadano,
ensartaron horrendas sinrazones.

   Seco el jugo vital de los pulmones,  5
y agotado el idioma chabacano,
estas palabras dirigió un hermano,
a todos los demás santos varones:

   Padres conscriptos, que el profano sea
civil o ciudadano, es una idea  10
que acaso pueda interesar a otros.

   Yo en tan grave cuestión ni entro ni salgo
lo que importa saber es, si ese hidalgo
es tan grave animal como nosotros.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Díjome Fabio que en el monte Hibleo
nacen como carneros las perdices,
y que Dido llevaba en las narices,
como gafas, montado un rey pigmeo.

   Que casada Cenobia con Orfeo,  5
después de muchos cuentos y deslices,
estudiaron en Londres de aprendices,
y a todo respondí: Fabio, lo creo.

   Que hay un mono en Berlín que con el rabo
sabe escribir en la pared su nombre,  10
y con grande primor saca una muela.

   Dije, Fabio, lo creo: Mas al cabo
me contó que Damón era un gran hombre,
y entonces dijo: Fabio eso no cuela.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   El tachonado y puro firmamento
con todas sus lumbreras inmortales,
esa luz que nos vierte sus raudales,
más sutil, más veloz que el pensamiento.

   El misterioso y grave movimiento  5
de sus revoluciones desiguales,
¡qué de goces intensos, celestiales,
no dan al atrevido entendimiento!

   ¡Y está serena el alma, y no palpita
rápido el corazón! ¡Ni estalla el labio,  10
cediendo al entusiasmo que lo agita!

   Hombre, suelta el compás y el astrolabio;
mentido es tu saber, siente y medita:
quien más medita y siente es el más sabio.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Álzase Marco Tulio de su asiento
con grave pompa y majestad divina;
tiembla de espanto y rabia Catalina,
inmóvil el Senado escucha atento.

   Brota el raudal sonoro y al momento  5
sálvase Roma de fatal ruina,
el pueblo al Cónsul la cerviz inclina,
y padre clama en jubiloso acento.

   Ahora si me preguntas en qué autores
adquirió Cicerón el privilegio  10
de arrancar tan magníficos honores,

   yo ye responderé, que ese hombre egregio,
modelo de abogados y oradores,
ni estudió a Vinio, ni pisó el colegio.




ArribaAbajo Imitación de Lord Byron


ArribaAbajo   Luzbel creyó que el orbe de la tierra
su personal esmero requería;
sube y observa la demencia impía
que arma a los hombres en nefanda guerra.

   Sangre a ríos inunda valle y sierra;  5
roba el cañón la claridad del día;
muere en los brazos de la madre pía
la prenda cara que su dicha encierra.

   Y en tan atroz desorden y locura,
al homicida, al robador exalta  10
gloria falaz, con alabanza impura.

   Luzbel de un brinco al horno averno salta;
«nuestra victoria (dice) está segura;
arriba, por ahora, no hago falta».




ArribaAbajoOlmedo, José Joaquín

Guayaquil (Ecuador). 1780 - 1847

Doctorado en Derecho, fue profesor en las Universidades de San Marcos de Lima y Santo Tomás de Aquino. Diputado por las Cortes españolas de Cádiz, vota en 1814 por el desconocimiento de Fernando VII, mientras este no jurase la Constitución. En 1816 huye de España y regresa a Guayaquil. Por motivos políticos tiene que exilarse a Perú, regresando en 1828 a Ecuador. Diplomático en Londres y París. Sus Poesías completas fueron reunidas y editadas en 1947.




ArribaAbajoEn la muerte de mi hermana


ArribaAbajo   ¿Y eres tú Dios? ¿A quién podré quejarme?
inebriado en tu gloria y poderío.
¡ver el dolor que me devora impío
y la mirada de piedad negarme!

   Manda alzar otra vez por consolarme  5
la grave losa del sepulcro frío,
y restituye, oh Dios, al seno mío
la hermana que has querido arrebatarme.

   Yo no te la pedí. ¡Qué! ¿es por ventura
crear para destruir, placer divino,  10
o es de tanta virtud indigno el suelo?

   ¿o ya del todo absorto en tu luz pura
te es menos grato el incesante trino?
Dime, ¿faltaba este ángel a tu cielo?




ArribaAbajoAl general Lamar


ArribaAbajo   No fue tu gloria el combatir valiente,
ni el derrotar las huestes castellanas;
otros también con lanzas inhumanas
anegaron en sangre el continente.

   Gloria fue tuya el levantar la frente  5
en el solio sin crimen, las peruanas
layes santificar, y en las lejanas
playas morir proscrito o inocente.

   Surjan del sucio polvo héroes de un día,
y tiemble el mundo a sus feroces hechos:  10
pasará al fin su horrenda nombradía.

   A la tuya los siglos son estrechos,
Lamar, porque el poder que te dio el cielo
sólo sirvió a la tierra de consuelo.




ArribaAbajoPaz y Salgado, Antonio de

Real de Minas de Tegucigalpa (Honduras). 1748

De la Real Audiencia. Hallado en Internet.




ArribaAbajoA don Manuel Cayetano Falla


ArribaAbajo   De la divina Astrea al bibio estrecho
túmulo de Mercurio aquí se erige
suspende caminante, y del colixe
la medio efigie, de quien se ve el pecho.

   La realidad la imagen ha contrahecho,  5
porque de este doctor memorias fixe,
que supo en vida, y muerte ser quien rixe
por la senda segura del derecho.

   Mauseolo a sus cenizas en la bella
mansión etérea tiene, y luminoso  10
equivoca lo muerto con lo ausente.

   Porque enseñando a tantos industriosos
la justicia; tomó claro Oriente,
y eternizó su vida como Estrella.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Cristo piadoso, que en la cruz clavado,
el pecho muestras por mí herido,
lava en tu sangre con eterno olvido
la mancha torpe de mi vil pecado.

   Por ser fuente de bienes me has amado,  5
y con muerte afrentosa redimido;
por ser fuente de males te he ofendido,
y tus justos preceptos quebrantado.

   Tu real palabra has obligado a darme
tus bienes cuando yo te los pidiera  10
con tan gran claridad llegaste a amarme.

   Esta es Señor la petición postrera,
pues moriste por sólo perdonarme
perdóname Señor antes que muera.




ArribaAbajoPérez y Ramírez, Manuel María

Santiago de Cuba. 1781 - 1853

Escritor, periodista y poeta.




ArribaAbajoEl amigo reconciliado


ArribaAbajo   Por algún accidente no pensado
suele quebrarse un vaso cristalino;
trátase de soldar con barniz fino,
y lógrase por fin verlo pegado.

   Pero por más que apure su cuidado  5
el ingenio más raro y peregrino,
dejarlo sin señal es desatino:
siempre quedan señales de quebrado.

   Así es una amistad de mucha dura:
quiébrase la amistad que hermosa fuera;  10
suéldala el tiempo con su gran cordura.

   Cierto que la amistad se mira entera;
pero con la señal de quebradura
nunca puede quedar como antes era.




ArribaAbajoPorcel Salablanca, José Antonio

Granada. 1715 - 1794

Colegial del Sacro Monte. Se ordenó sacerdote. Vive en Madrid al servicio del Conde de Torrepalma. Pertenecía a las academias del Trípode, con el nombre de «Caballero de los Jabalíes» y a la academia del «Buen Gusto» con el nombre de «El Aventurero». En 1752 fue nombrado Académico de la Española. Sus sonetos son más propios del barroquismo del siglo anterior que de su época del prerromántico.




ArribaAbajoA una dama, admiradora de Garcilaso, enviándole dulces


ArribaAbajo   «Cerca del Darro, en soledad amena»,
con tu memoria ¡oh, Julia! divertía
los males de mi triste fantasía,
de cuyo bien la ausencia me enajena.

   Cuando por nuevo susto, nueva pena...  5
ya no quiero más culto, Julia mía,
digo en plena corriente, que ayer día
me dijeron que no quedabas buena.

   Que era el mal, resfriado y en tal caso
almendras, te receto, confitadas;  10
prendas son de mi afecto nada escaso,

   y con motivo de tu mal buscadas,
cómetelas y di con Garcilaso:
«¡Oh, dulces prendas, por mi mal, halladas!»




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Hombres bobos, que al ver una hermosura
le entregáis las potencias y sentidos,
y aun poseéis las dichas, entendidos
estad en que la dicha no es segura.

   Acteón escarmientos os procura;  5
que a una casta deidad (si ennoblecidos
deben los riesgos ser apetecidos)
dio un sentido, y ya llora su locura.

   Sólo en la vista tuvo su delicia,
y se vio, cual lo veis, muerto, deshecho,  10
bruto y con astas; pero no lo dudo,

   pues cualquiera mujer que se codicia
(sea la mejor), lo deja a un hombre hecho
un pobre, un bruto, y lo peor, cornudo.




ArribaAbajoQuintana, Manuel José

Madrid. 1772 - 1857

Poeta, escritor y dramaturgo. Censor de los Teatros Madrileños. Su familia procedía de Extremadura. Estudia Derecho en Salamanca, siendo discípulo de Meléndez Valdés, que por aquel entonces era el poeta más representativo de la escuela salmantina. En las Poesías de Quintana publicadas en 1878 se nota la influencia de su maestro. Acabados sus estudios, regresa a Madrid en 1795 ejerciendo como abogado. Durante la Guerra de la Independencia se enfrenta a los franceses, con el cargo de primer oficial en la Junta Suprema Gobernativa del Reino. Por sus ideas es desterrado a la ciudad de Pamplona (1814-1820). En el año 1823 fue nombrado director de Instrucción Pública y con la muerte de Fernando VII, nombrado preceptor de la reina Isabel II. Esta reina le coronó el año 1855, durante una sesión del Senado, como homenaje de la opinión pública al poeta más representativo de una época.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   No con vana lisonja y blando acento
me quieras engañar, huésped del prado;
yo no soy lo que fui: rigor del hado
me condena por siempre el escarmiento.

   Nunca lozana a su primer contento  5
la planta vuelve que truncó el arado,
por más que al cielo le merezca agrado
y que amoroso la acaricie el viento.

   Anda, pasa adelante; en otras flores
más ricas de fragancia y más felices  10
pon tu dulce cuidado y tus amores:

   Que es ya en mí por demás cuanto predices,
pues el aire del sol con sus ardores
quemó hasta la esperanza en sus raíces.




ArribaAbajoSalas, Francisco Gregorio de

España. 1755 - 1822

Poeta hallado en Internet.




ArribaAbajo Del pastor


ArribaAbajo   Suele el pastor que duerme prevenido
despertar al ladrido de algún perro,
que sigue el fiero lobo por un cerro,
animoso, tenaz y embravecido.

   Reconoce el ganado en el sonido  5
del destemplado y rústico cencerro,
y en la limpia satén de tosco hierro
prepara el desayuno apetecido.

   Ordeña en tarros la abundante leche
forma después el queso delicioso,  10
abre la red y suelta su ganado;

   y como allí no hay nadie que le aceche,
templa el tosco rabel, y con reposo
canta su amor alegre y sosegado.




ArribaAbajoEl labrador


ArribaAbajo   Al matutino canto valeroso
del arrogante gallo, se levanta
el fuerte labrador, a quien no espanta
el trabajo más rígido y penoso.

   Al animal domado y perezoso  5
el yugo pone y la cerviz quebranta,
sale, y en su labor alegre canta,
divertido, pacífico y gozoso.

   Rompe la sazonada y blanda tierra,
aplica el aguijón al buey pesado,  10
toma algún corto y fácil alimento,

   y apenas por la cima de una sierra
declina el sol, se vuelve, aunque cansado,
a cenar con sus hijos muy contento.



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