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ArribaAbajoFernández de Moratín, Leandro

Madrid. 1760 - París. 1828

Escritor español, hijo de Nicolás Fernández de Moratín. Fue secretario del Conde de Cabarrús, con el que visitó los Países Bajos, Francia y Gran Bretaña, recorriendo nuevamente Europa gracias a la protección de Godoy. En 1811 José Bonaparte le nombra Bibliotecario Mayor. Debido a su afrancesamiento, tuvo que andar por Valencia, Barcelona y Francia. Vuelve de nuevo a España, en 1820. Nuevamente tiene que exilarse, primero a Burdeos y más tarde a París donde le sobreviene la muerte. Su primera aparición en las letras españolas fue como poeta; en 1779 fue premiado por su romance heroico La toma de Granada. Su verdadera fama la consiguió como autor teatral. Conocía, gracias a sus viajes, la obra de Shakespeare, a quien le tradujo su Hamlet.




ArribaAbajoA Flerida, poetisa


ArribaAbajo   Basta Cupido ya, que a la divina
Ninfa del Turia reverente adoro:
ni espero libertad, ni alivio imploro,
y cedo alegre al astro que me inclina.

   ¿Qué nuevas armas tu rigor destina  5
contra mi vida, si defensa ignoro?
Sí, ya la admiro entre el castalio coro
la cítara pulsar griega y latina.

   Ya, coronada del laurel febeo,
en altos versos llenos de dulzura,  10
oigo su voz, su número elegante.

   Para tanto poder débil trofeo
adquieres tú; si sólo su hermosura
bastó a rendir mi corazón amante.




ArribaAbajoLa noche de Montiel


ArribaAbajo   ¿Adónde, adónde está, dice el Infante
ese feroz tirano de Castilla?
Pedro al verle, desnuda la cuchilla,
y se presenta a su rival delante.

   Cierra con él, y en lucha vacilante  5
le postra, y pone al pecho la rodilla:
Beltrán (aunque sus glorias amancilla)
trueca a los hados del temido instante.

   Herido el rey por la fraterna mano,
joven expira con horrenda muerte,  10
y el trono y los rencores abandona.

   No aguardes premios en el Mundo vano
la inocente virtud; si das la suerte
por un delito atroz, una corona.




ArribaAbajoPor nada, como ves


ArribaAbajo   Siete duros al mes de peluquero,
para calzarme, nueve; las criadas,
que necesito dos, no están pagadas
si no les doy cien reales en dinero.

   Diez duros al bribón de mi casero;  5
telas, plumas, caireles, arracadas,
blondas, medias, hechuras y puntadas
de Madame Burlet y del platero.

   Noventa duros, poco más. -Noventa,
diez, siete, nueve, cinco... ¡Y la comida!  10
-¿No la quiere pagar y somos cuatro?

   Solo cuatro... Si a usted no le contenta...
-Sí, calla. Bien. ¡Hermosa de mi vida!
¡Ay del que tiene amor en el teatro!




ArribaAbajoLa despedida


ArribaAbajo   Nací de honesta madre: diome el Cielo
fácil ingenio en gracias, afluente:
dirigir supo el ánimo inocente
a la virtud, el paternal desvelo.

   Con sabido estudio, infatigable anhelo,  5
pude adquirir coronas a mi frente:
la corva escena resonó en frecuente
aplauso, alzando de mi nombre el vuelo.

   Dócil, veraz: de muchos ofendido,
de ninguno ofensor, las Musas bellas  10
mi pasión fueron, el honor mi guía.

   Pero si así las leyes atropellas,
si para ti los méritos han sido
culpas; adiós, ingrata patria mía.




ArribaAbajoA la capilla del Pilar de Zaragoza


ArribaAbajo   Estos que levantó de mármol duro
sacros altares la ciudad famosa,
a quien del Ebro la corriente undosa
baña los campos y el soberbio muro,

   serán asombro en el girar futuro  5
de los siglos, basílica dichosa,
donde el Señor en majestad reposa,
y el culto admite reverendo y puro.

   Don que la fe dictó, y erige, eterno,
religiosa nación a la divina  10
Madre que adora en simulacro santo:

   por él, vencido el odio del Averno,
gloria inmortal el cielo la destina,
que tan alta piedad merece tanto.




ArribaAbajo Julio Bruto


ArribaAbajo   Suena confuso y mísero lamento
por la ciudad; corre la plebe al foro,
y entre las faces que le dan decoro
ve al gran Senado en el sublime asiento.

   Los cónsules allí. Ya el instrumento  5
de Marte llama la atención sonoro;
arde el incienso en los alteres de oro,
y leve el humo se difunde al viento.

   Valerio alza la diestra; en ese instante
al uno y otro joven infelice  10
hiere el lictor, y sus cabezas toma.

   Mudo terror al vulgo circunstante
ocupa. Bruto se levanta, y dice:
«Gracias, Jove inmortal; ya es libre Roma.»




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Sabia Polimnia en razonar sonoro
verdades dicta, disipando errores;
mide Urania los cercos superiores
de los planetas y el luciente coro.

   Une en la historia el interés decoro  5
Clío y Euterpe canta los pastores;
mudanzas de la suerte y sus rigores
Melpómene feroz, bañada en lloro;

   Calíope victorias; danzas guía
Terpsícore gentil; Erato en rosas  10
cubre las flechas del amor y el arco;

   pinta vicios ridículos Talía
en fábulas que anima deleitosas;
y ésta le inspira al español Inarco.




ArribaAbajoRodrigo


ArribaAbajo   Cesa en la octava noche el ronco estruendo
de la sangrienta militar porfía;
el campo godo destrozado ardía
con llama que descubre estrago horrendo.

   Rodrigo en tanto, sin peligro viendo,  5
por ignorada senda se desvía,
y muerto Orelio, entre la sombra fría,
herido y débil se acelera huyendo.

   En vano el Lete con caudal undoso
el paso estorba al príncipe, a quien ciega  10
de cadena o suplicio el justo espanto.

   Surca las aguas, cede al poderoso
ímpetu, expira el infeliz, y entrega
el cuerpo al fondo, a la corriente el manto.




ArribaAbajoFernández de Moratín, Nicolás

Madrid. 1737 - 1780

Poeta, escritor y dramaturgo. Estudia leyes en Valladolid hasta ocupar la cátedra del antiguo Colegio Imperial. Sus versos fueron editados por su hijo Leandro. Sus poesías más célebres son la Oda a Pedro Romero y sobre todo las quintillas de su Fiesta de Toros en Madrid.




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Un alto y generoso pensamiento,
inspiración del cielo soberano,
me puso la áurea cítara en la mano
para cantar el dulce mal que siento.

   Y fue tan grato mi sonoro acento,  5
que la ancha vega, el apacible llano
y el cavernoso monte carpetano
mostraron compasión de mi tormento.

   Turbose el río de cerúleo manto,
oculto entre los álamos sombríos,  10
al ver su cisne lamentarse tanto.

   Moviéronse los brutos más impíos
y los ásperos troncos a mi llanto;
y no la que causó los males míos.




ArribaAbajoDorisa en traje magnífico


ArribaAbajo   ¡Qué lazos de oro desordena el viento,
entre gorzotas altas y volantes!
¡Qué riqueza oriental y qué cambiantes
de luz que envidia el sacro firmamento!

   ¡Qué pecho hermoso do el amor su asiento  5
puso, y de allí fulmina a sus amantes,
absortos al mirar las elegantes
formas, su delicioso movimiento!

   ¡Qué vestidura arrastra, de preciado
múrice tinta recamada en torno  10
de perlas que produjo el centro frío!

   ¡Qué extremo de beldad al mundo dado
para que fuese de él gloria y adorno!
¡Qué heroico y noble pensamiento el mío!




ArribaAbajoSoneto


ArribaAbajo   Amor, tú que me diste los osados
intentos y la mano dirigiste,
y en el cándido seno la pusiste
de Dorisa, en pasajes no tocados;

   si miras tantos rayos fulminados  5
de sus divinos ojos contra un triste,
dame el alivio, pues el daño hiciste,
o acaben ya mi vida y mis cuidados.

   Apiádese mi bien. Dila que muero
del intenso dolor que me atormenta;  10
que si es tímido amor no es verdadero;

   que no es la audacia en el cariño afrenta;
ni merece castigo tan severo
un infeliz que ser dichoso intenta.



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