Escritor
español, hijo de Nicolás Fernández de
Moratín. Fue secretario del Conde de Cabarrús, con el
que visitó los Países Bajos, Francia y Gran
Bretaña, recorriendo nuevamente Europa gracias a la
protección de Godoy. En 1811 José Bonaparte le nombra
Bibliotecario Mayor. Debido a su afrancesamiento, tuvo que andar
por Valencia, Barcelona y Francia. Vuelve de nuevo a España,
en 1820. Nuevamente tiene que exilarse, primero a Burdeos y
más tarde a París donde le sobreviene la muerte. Su
primera aparición en las letras españolas fue como
poeta; en 1779 fue premiado por su romance heroico La toma de Granada. Su verdadera fama
la consiguió como autor teatral. Conocía, gracias a
sus viajes, la obra de Shakespeare, a quien le tradujo su
Hamlet.
A
Flerida, poetisa
Basta Cupido ya,
que a la divina
Ninfa del Turia reverente
adoro:
ni espero libertad, ni alivio
imploro,
y cedo alegre al astro que me
inclina.
¿Qué nuevas armas tu rigor
destina
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contra mi vida, si defensa
ignoro?
Sí, ya la admiro entre el
castalio coro
la cítara pulsar griega y
latina.
Ya, coronada del
laurel febeo,
en altos versos llenos de
dulzura,
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oigo su voz, su número
elegante.
Para tanto poder
débil trofeo
adquieres tú; si sólo
su hermosura
bastó a rendir mi
corazón amante.
La
noche de Montiel
¿Adónde,
adónde está, dice el Infante
ese feroz tirano de Castilla?
Pedro al verle, desnuda la
cuchilla,
y se presenta a su rival
delante.
Cierra con
él, y en lucha vacilante
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le postra, y pone al pecho la
rodilla:
Beltrán (aunque sus glorias
amancilla)
trueca a los hados del temido
instante.
Herido el rey por
la fraterna mano,
joven expira con horrenda
muerte,
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y el trono y los rencores
abandona.
No aguardes
premios en el Mundo vano
la inocente virtud; si das la
suerte
por un delito atroz, una
corona.
Por nada, como ves
Siete duros al mes
de peluquero,
para calzarme, nueve; las
criadas,
que necesito dos, no están
pagadas
si no les doy cien reales en
dinero.
Diez duros al
bribón de mi casero;
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telas, plumas, caireles,
arracadas,
blondas, medias, hechuras y
puntadas
de Madame Burlet y del
platero.
Noventa duros,
poco más. -Noventa,
diez, siete, nueve, cinco...
¡Y la comida!
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-¿No la quiere pagar y somos
cuatro?
Solo cuatro... Si
a usted no le contenta...
-Sí, calla. Bien.
¡Hermosa de mi vida!
¡Ay del que tiene amor en el
teatro!
La
despedida
Nací de
honesta madre: diome el Cielo
fácil ingenio en gracias,
afluente:
dirigir supo el ánimo
inocente
a la virtud, el paternal
desvelo.
Con sabido
estudio, infatigable anhelo,
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pude adquirir coronas a mi
frente:
la corva escena resonó en
frecuente
aplauso, alzando de mi nombre el
vuelo.
Dócil,
veraz: de muchos ofendido,
de ninguno ofensor, las Musas
bellas
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mi pasión fueron, el honor
mi guía.
Pero si
así las leyes atropellas,
si para ti los méritos han
sido
culpas; adiós, ingrata
patria mía.
A
la capilla del Pilar de Zaragoza
Estos que
levantó de mármol duro
sacros altares la ciudad
famosa,
a quien del Ebro la corriente
undosa
baña los campos y el
soberbio muro,
serán
asombro en el girar futuro
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de los siglos, basílica
dichosa,
donde el Señor en majestad
reposa,
y el culto admite reverendo y
puro.
Don que la fe
dictó, y erige, eterno,
religiosa nación a la
divina
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Madre que adora en simulacro
santo:
por él,
vencido el odio del Averno,
gloria inmortal el cielo la
destina,
que tan alta piedad merece
tanto.
Julio Bruto
Suena confuso y
mísero lamento
por la ciudad; corre la plebe al
foro,
y entre las faces que le dan
decoro
ve al gran Senado en el sublime
asiento.
Los
cónsules allí. Ya el instrumento
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de Marte llama la atención
sonoro;
arde el incienso en los alteres de
oro,
y leve el humo se difunde al
viento.
Valerio alza la
diestra; en ese instante
al uno y otro joven infelice
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hiere el lictor, y sus cabezas
toma.
Mudo terror al
vulgo circunstante
ocupa. Bruto se levanta, y
dice:
«Gracias, Jove inmortal; ya
es libre Roma.»
Soneto
Sabia Polimnia en
razonar sonoro
verdades dicta, disipando
errores;
mide Urania los cercos
superiores
de los planetas y el luciente
coro.
Une en la
historia el interés decoro
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Clío y Euterpe canta los
pastores;
mudanzas de la suerte y sus
rigores
Melpómene feroz,
bañada en lloro;
Calíope
victorias; danzas guía
Terpsícore gentil; Erato en
rosas
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cubre las flechas del amor y el
arco;
pinta vicios
ridículos Talía
en fábulas que anima
deleitosas;
y ésta le inspira al
español Inarco.
Rodrigo
Cesa en la octava
noche el ronco estruendo
de la sangrienta militar
porfía;
el campo godo destrozado
ardía
con llama que descubre estrago
horrendo.
Rodrigo en tanto,
sin peligro viendo,
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por ignorada senda se
desvía,
y muerto Orelio, entre la sombra
fría,
herido y débil se acelera
huyendo.
En vano el Lete
con caudal undoso
el paso estorba al príncipe,
a quien ciega
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de cadena o suplicio el justo
espanto.
Surca las aguas,
cede al poderoso
ímpetu, expira el infeliz, y
entrega
el cuerpo al fondo, a la corriente
el manto.
Fernández de Moratín,
Nicolás
Madrid. 1737 - 1780
Poeta, escritor y
dramaturgo. Estudia leyes en Valladolid hasta ocupar la
cátedra del antiguo Colegio Imperial. Sus versos fueron
editados por su hijo Leandro. Sus poesías más
célebres son la Oda a Pedro
Romero y sobre todo las quintillas de su Fiesta de Toros en Madrid.