Poeta y autor
dramático. Refundió varias obras del Teatro
Clásico.
Soneto
En tus juicios,
gran Dios, la equidad brilla:
tu amor al hombre forma tu
embeleso;
mas perdonar mi ingratitud,
confieso
que de tu augusto Ser fuera
mancilla.
El alma, un
tiempo cándida, sencilla,
5
inicua ya y dolosa en luengo
exceso,
de tu cólera aguarda el
justo peso;
ni en tu poder cupiera el
reprimilla.
¿No es
tuyo el rayo? ¿Tu bondad qué espera?
Guerra por guerra a la impotente
nada
10
que provocó tu
indignación severa.
El rayo estalle
de tu diestra airada...
Mas ¿en qué parte
descargar pudiera,
que no esté en sangre de
Jesús bañada?
Forner, Juan Pablo
Mérida (Badajoz). 1756 -
Madrid. 1797
Ensayista
español. Firmaba sus poesías con el seudónimo:
«Aminta». Jurista de profesión. En 1790 fue
Fiscal de la Audiencia de Sevilla. En 1785 le fueron prohibidas sus
publicaciones, sin el permiso real. Como poeta fue integrante de la
escuela salmantina.
Soneto
Desordenado en
desaliño airoso
al bullicioso céfiro
permite,
Nisa, el cabello, porque no
limite
su nativo esplendor lazo
industrioso.
Velo sutil sobre
su pecho hermoso
5
al gusto esconde lo que al gusto
incite;
ni tanto que el tesoro
facilite,
ni tanto que de él dude el
ojo ansioso.
Así en
traje sucinto reclinada
en alcatifa generosa yace
10
su gentileza y gala peregrina;
así la
halla Cendón y la taimada
del necio que su pompa
satisface
cobra el oro, y a Alexi lo
destina.
A
Madrid
Esta es la villa,
Coridón, famosa
que bañada del leve
Manzanares
leyes impone a los soberbios
mares
y en otro mundo impera
poderosa.
Aquí la
religión, zagal, reposa
5
rica en ofrendas, fértil en
altares;
en las calles los hallas a
millares;
no hay portal sin imagen
milagrosa.
Y por que
más la devoción entiendas
de este piadoso pueblo, a cada
mano
10
ves presidir los santos en las
tiendas.
Y dime,
Coridón, ¿es buen cristiano
pueblo que al cielo da tantas
ofrendas?
Eso yo no lo sé, cabrero
hermano.
El año de 1793
Cruje feroz el
carro furibundo
del implacable Marte, y
desquiciada
la tierra, en sangre y en sudor
bañada,
puebla de horror los ámbitos
del mundo.
Impía la
Parca con aspecto inmundo,
5
no en los campos de Marte
fatigada,
destroza en prado y monte,
encarnizada,
greyes sin fin con ímpetu
iracundo.
Cadáveres
son hoy de hombres y brutos
cosecha horrenda de la tierra,
males
10
con que esta edad su mérito
señala.
Niéganse
al hombre hasta los rudos frutos;
¡ay! según lo merecen
los mortales,
así el cielo, Teodoro, los
regala.
Definición de una niña de
moda
Yo soy de poca
edad, rica y bonita;
tengo lo que suelen llamar
salero,
y toco, y canto, y bailo hasta el
bolero,
y ando que vuelo con la ropa
altita;
si entro en ella,
revuelvo una visita,
5
y más si hay militar o hay
extranjero;
voy a tertulia, y hallo
peladero;
a paseo, y me llevo la
palmita;
soy marcial:
hablo y trato con despejo;
a los lindos los traigo en
ejercicio,
10
y dejo y tomo a mi placer
cortejo;
visto y peino con
gracia y artificio...
Pues ¿qué me
falta?... Oyola un tío viejo,
y le dijo gruñendo:
«Loca, el juicio.»
Sonetos
I
Ya silba el viento
en la nevada cumbre,
y al soplo impetuoso la
cabaña,
vacila del zagal, que en
frágil caña
con paja entretejió flaca
techumbre;
y Bato el mayoral
sin pesadumbre,
5
aunque su grey del aquilón
la saña
siente y perece, con paciencia
extraña
huelga al calor de regalada
lumbre.
El mísero
zagal humedecido
de helada nieve, por salvar se
afana
10
la grey no suya en le pelado
ejido.
Zagal, reposa; tu
fatiga es vana;
su hacienda el mayoral tiene en
olvido,
y ni a acordarse de tu afán
se humana
II
Despierta,
Elpín; y guarda que el hambriento
lobo no sirve, no, tu grey de
pasto:
tú roncas, y el zagal hace
su gasto
devorando tus reses ciento a
ciento.
De rotas pieles
número cruento
5
luego te entrega el desalmado
Ergasto;
y el daño apoca, aunque en
ejido vasto
pace escaso ganado y
macilento.
Despierta,
Elpín: y en las calladas horas
cuando sin luna las estrellas
lucen
10
observa, espía a tus zagales
fieles.
Verás como
desuellan con traidoras
manos tu grey, y pérfidos
reducen
tu hacienda toda a ensangrentadas
pieles.
III
Esporo, ese poder,
esa grandeza
con que el hado burlón te
engolosina,
si añagazas no son a tu
ruina,
serán castigo a la mortal
vileza.
Tú
encenagado en súbita riqueza
5
te huelgas torpe en su
engañosa ruina:
¿A tanto el cielo tu idiotez
empina?
O la nuestra peligra, o tu
cabeza.
No es Dios
injusto, no: jamás consiente
gloria al malvado; ni elevado
empleo
10
sin causa al necio permitir le
plugo.
Tu grandeza es
patíbulo eminente;
si a tu cima no subes como
reo,
subes, ¡mira qué
honor! como verdugo.
IV
¡Ves, Lauso,
desalado un vulgo impío
correr furioso a la batalla
horrenda,
desnudo, hambriento, y sin que el
alma venda
a esperazas del propio
poderío?
¿Ves
tolerar del fatigado estío
5
la ardiente lumbre al recoger la
ofrenda
de las espigas con audaz
contienda
tostada plebe en mísero
atavío?
¿Ves
arados los mares al arrojo
de duras almas, que salvar
presumen
10
vida y tesoro en frágiles
maderos?
Pues si no lo
has, mi Lauso, por enojo,
tanto afán, tantas vidas se
consumen
para que engorden fatuos
altaneros.
V
Salgo del Betis a
la ondosa orilla
cuando traslada el sol su
nácar puro
al polo opuesto, y en el cielo
oscuro
la luna ya majestuosa brilla.
Entre la opaca
luz su honor humilla
5
la soberbia ciudad y el roto
muro
que, al rigor de los siglos mal
seguro,
reliquia funeral, ciñe a
Sevilla.
Pierde la sombra
su grandeza ufana;
la altiva población y sus
destrozos
10
lúgubres se divisan
espantables.
Fía,
Licinio, en la grandeza humana;
contémplala en la noche de
sus gozos,
y los verás medrosos,
miserables.
Fray Diego González
Ciudad Rodrigo (Salamanca). 1733 -
Madrid. 1794
Agustino. Prior de
los Conventos de Salamanca, Pamplona y Madrid.