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ArribaAbajoJornada XLIII

Desde Pichinlob a Blancomanca


(Junio 25 de 1806)

A las ocho y tres cuartos de la mañana, comenzamos la marcha con el mismo rumbo, y por iguales campos. Los pastos muy abundantes, pero ni un sólo arbolito. A la media legua pasamos por la orilla de una laguna hermosa, que dijeron los indios ser estable, y de buena agua, y desde ese lugar columbramos una gran tropa de yeguas alzadas. Paramos un cuarto de hora, para que los indios mudasen caballos, que quisieron apresar algunos para comer, y así que estuvieron en buenos caballos, en un momento formaron un círculo, a distancia de 16 a 20 cuadras del centro en que dejaron a la yeguada. Se acercaron a un tiempo, y lograron laquear, o bolear a dos; las mancornaron con bestias mansas, y siguieron su marcha alcanzándonos, pues nosotros, así que ellos se separaron, seguimos caminando.   —185→   A la legua más de camino, dejamos otra laguna poco menos que la anterior, y hasta llegar a Blancomanca, que fue a las dos de la tarde, pasamos inmediato a otras tres lagunas, las dos medianas, y la una bien grande, todas permanentes. Este sitio es igual a los antecedentes cerrillos de médanos, y también en la laguna que tiene en medio, y llegamos a él con cinco leguas nueve cuadras.

Por estas inmediaciones se han encontrado vástagos de un pasto que se nombra achapalla, y de ella nos hemos servido para hacer fuego y poder cocer la carne. No tuvimos ayer este hallazgo, y aunque las osamentas y bostas pueden hacerse arder, pero no en tiempo húmedo y de continua llovizna, como ha sido el que hemos experimentado, desde el agua que padecimos en la noche, que hasta ahora no se ha despejado el cielo.

Toda esta prima noche y alguna de las anteriores han retumbado truenos hacia la costa Patagónica; y han sido tantos y tan continuos los relámpagos que a manera de un candil alumbraban. Tres truenos muy grandes también han pasado esta noche, y les sucedió un aguacero corto, que pasado, se tupió más la niebla.




ArribaAbajoJornada XLIV

Desde Blancomanca a Chicalco


(Junio 26 de 1806)

Muy temprano recordé al capataz, para que hiciese llamar a los rondadores de la tropa, con el deseo de caminar y llegar a tierras de españoles; y así, al venir el día, se estuvo aparejando; pero apenas fue bien claro, cuando se cubrió el horizonte de una niebla tan tupida que ya conjeturó sería imposible caminar. Poco tardó Puelmanc en venir y decirme que no podíamos salir sin que la oscuridad se deshiciese, que le faltaban tres caballos, y en pareciéndome avisaría. Le contesté que muy bien, puse mi tropa al pasto sobreaparejada, y cerca de las nueve vino Carripilun a prevenirme que saliésemos, pues el práctico no dificultaba ya tomar bien la dirección.

A las nueve estuvimos a caballo, siguiendo a todas las comitivas de indios; y como cosa de media legua que habíamos andado, se pararon los indios hasta que llegase. Ya que estaba con ellos, me dijeron que se veían confusos, y sin saber por donde atravesarían.   —186→   Les pregunté, si su dirección debía ser recta con la de ayer me dijeron que sí. Hice poner la aguja, y que se tomase un tanto, al este, por lo que nos habíamos inclinado al norte, y al poco trecho que caminamos ya se deshizo la niebla, y se divisó el lugar de nuestra salida, y una mancha de árboles de chicales, punto fijo que debíamos haber traído. Llegamos a ella, y encontramos allí a ocho indios de Mamilmapú que andaban tomando yeguas de las alzadas, los que nos siguieron. Habrá de atravieso, de Blancomanca a estos chicales que están al nordeste, cuarta al norte, una y media leguas, pues aunque anduvimos cerca de dos horas, nos tardamos algún rato en la vuelta, y en porfiar con los indios sobre la dirección que debíamos tomar, porque ellos querían avanzarse más al norte.

Continuamos caminando por el mismo rumbo media hora, y aquí volvieron los indios a repartirse para encerrar otra parcialidad de yeguas, que pasarían de quinientas. Hice parar mi tropa, mientras se alejaba la yeguada, y fue tanto el desparramo de piños que se formó en el campo, que vino un potro a pasar cerca de mis caballerías. Nos cupo muy a tiempo, porque el capataz lo enlazó, y lo hice domar a uno de los arrieros en el mismo momento. Ya cansado de las carreras, parecía dócil, y lo será también porque es marcado.

En esta función paramos una hora, y después guiándonos el yerno de Carripilun, proseguimos nuestra marcha por el anterior rumbo. A la hora, poco más, de camino columbramos un árbol que fue nuestro objeto desde aquí nos empezaron a alcanzar pasar los indios dichos, que quedaron entretenidos con las yeguas, y a las dos y media de la tarde estuvimos en una lagunilla cerca de la mata de chical, en cuya orilla estaban ya los indios alojados. Tomamos nuestro sitio a distancia de una cuadra de ellos, cuidado que tuve, porque su vecindad inmediata me es muy perniciosa. Les pregunté, que cuantas yeguas habían pillado, y me aseguraron que cinco ellos, y tres los otros indios citados.

De las cinco y media horas que tardamos en la caminata, la hora y media gastamos en las dos paradas, y las cuatro solo de camino, y algunos ratos muy despacio, porque las mulas vienen muy maltratadas.

Al poco rato de alojados, se limpió el cielo hacia el norte y oeste; se puso11 hermosa la tarde, pero hacia el sur al poco rato empezaron a formarse nubes muy obscuras. Cerrada la noche, repitieron   —187→   los relámpagos, y a las once media, se levantó un sur bastante fuerte, al que le sucedió, un aguacero bien recio, de poco más de un cuarto de hora, y muy grandes truenos y relámpagos, que se alumbraba todo el campo.

El 27, amaneció sumamente cargado de nubes y cerrazón. Me avisaron los indios que era imposible caminar; contesté, que pararíamos, y que mis animales necesitaban también descanso, pues tres mulas llegaron ayer cansadas.

Al poco rato tuve un mensaje de Carripilun, diciéndome que estaba con el sentimiento de que ayer mandó a un hijo a pedirme charqui, y no le quiso dar, y que se veía sin tener que comer. Le contesté, que su hijo vino con el hijo de Molina, y le mandé charqui y tabaco. Que si lo gastó todo, yo le advertía que tres días ha le regalé una vaquilla, que antes de ayer mató una yegua, y que en su casa le di una carga de charqui para que trajese mantención; reservándome yo otra sola, para tres individuos que tengo de familia. Que mis españoles no saben comer carne de caballo como ellos, que nosotros no desperdiciamos, y sabemos guardar para el otro día, y ellos comen lo que necesitan en la hora, y lo demás lo abandonan y dejan para los perros cosa que no debe hacerse en un viaje, principalmente cuando consiste el caminar en mil contingencias que no dependen de nuestra voluntad, que ahí iban otros pedazos de charqui, y supiese que sólo un costal me quedaba, y ninguna otra cosa de bastimento, como él bien sabía.

Así como recibió el recado se vino muy contento a mi tienda, acompañado de Puelmanc, y de su capitán Payllaman. Me dijeron que estaba alojado muy lejos, porque tomé mi estancia una cuadra de ellos, y le contestó, que mis ocupaciones pedían retiro, que ellos eran muchos, y cuando estaba muy cerca, a toda hora estaba mi carpa llena, y no podía hacer cosa alguna. Que tomaba la providencia de levantarme a media noche, cuando debía dar descanso al cuerpo, y aún a esa hora, que debían juzgarla destinada al reposo, así como columbraba alguno la vela, ya se recordaba para venir a visitarme; y en sus visitas eran tan constantes, que duraban todo un día, o toda una noche. Que también yo ignoraba su idioma, y necesitaba incomodar al intérprete para que me entendiesen; éste lo consideraba cansado, y fastidiado, como hombre sensible, y no debía mortificarlo demasiado, pues la prudencia debe ser una de nuestras reglas para gobernarnos. Contestó, que decía muy bien, que así era, pero que no podían   —188→   sujetarse, aunque conocían que debían incomodarme. Se sentaron, pidieron mate y quedaron firmes tomando su parla.

Los dejé conversando, y me fui a ver la laguna que me dijeron ser perpetua. Lo dificulto, porque es muy baja, y tan turbia por su poca agua, y demasiado trillada, que es más barro que agua. Para tomar una poca hice colarla tres veces, pero como el lodo es de una tierra tan suave, siempre pasaba espesa, y no es posible se aclare por más que se deje asentar, por lo liviano del trumau. El criado me señaló una olleta llena desde ayer, que dejó para que se aclarase, pero estaba lo mismo que la de la laguna.

Los indios no se movieron hasta después de comer, y el día siguió descomponiéndose cada vez más; el viento sudoeste se aumentaba también, y a las oraciones empezó a caer una lluvia tupida, parecida a las chilenas. Toda la noche se llevó lloviendo, ya más fuerte, ya en lloviznar, hasta amanecer, que se puso despejado el día.

Así como vi que los indios se movían, hice se empezase a aparejar, y le mandé a Carripilun recado, que si le parecía salir o no. Respondió que el día estaba malo para caminar, y que sería mejor esperar mejor tiempo. Me fui a su toldo, y lo hallé en el de Molina que estaba entre ellos. Le hice presente que tiempo bueno no debíamos esperar mientras la luna durase; que mantención sólo quedaría para cuatro días, cuando más; que no debíamos demorarnos tanto, porque pereceríamos, y que si él no quería salir, a lo menos me diese un práctico para adelantarme algún poco, pues el agua tenía enfermo a uno de mis asociados, y a un criado. Me respondió, que los prácticos que venían querían revolverse, y que no había práctico que me guiase; que el capitán Payllanancú decía que yo venía enojado con ellos, pues no lo visitó ayer, y éste se revolvía con su hijo. Le hice presente, que el capitán tomó mate, tabaco, y comió ayer en mi carpa muy contento, y se retiró cuando gustó, como él lo vio; que quería volverse, y por eso fundaba sentimiento sin razón; que por la tarde llovió, y no tuve lugar de visitarlos, porque mis ocupaciones y atenciones son más que las que, en el tiempo que paro, puedo vencer: que debo cuidar hasta de los animales, y bastimentos, porque de lo contrario hay desperdicio que no debo permitirlo; mucho más cuando ya no quedaba ni aun el suficiente. Que ellos sabían formar sentimientos, y yo no; que antes de ayer me demoraron por potrear, dejándome con mis cargas paradas, y luego que hicieron la presa se adelantaron de tal modo, que ni columbraba, y si no hubiera sido por un indio que quedó atrás, no hubiera dado con ellos; y, en fin,   —189→   que mayor contemplación no cabía en hombre que la que yo traía con ellos. Me aseguró que su yerno Quechuden le dijo, que yo estaba enojado; y le contesté: bien se conoce que tu yerno dice lo que se le antoja, pues vive con nosotros, y si yo estuviera enojado no estaría allí. Y lo que te digo, Carripilun, es, que no tienes ninguna razón, ni la tienen los tuyos para fundar pretextos o sentimientos para volverse. Mi genio es uno, mis ofertas unas, mi diligencia una; y así nunca verás variación en mí. Y si con todo esto, quieren volverse alguno de los tuyos, pueden hacerlo, pues yo no puedo prometerles cosa que de mi mano no dependa, ni tengo más que darles que lo que les he dado. Me respondió que así sería, y que por su parte no había novedad. Le seguí diciendo: pues si así es, yo caminaré hasta otra laguna inmediata de mejor agua, que hay aquí cerca, y pueden seguirme allí, si quieren estar conmigo. Contestó que muy bien.




ArribaAbajoJornada XLV

Desde Chicalco a una laguna


(Junio 28 de 1806)

A las nueve y media de la mañana montamos a caballo, siguiendo al nordeste, cuarta al norte; y a los veinte y cuatro minutos estuvimos en la orilla de una laguna del tiempo, de mejor agua, en cuya orilla tomamos alojamiento, y al poco rato que nos habíamos acomodado, empezó a llover fuerte; y en este mismo tiempo llegó Quechuden en nuestra solicitud, como que no se separaba de nosotros, tan fresco como si no hubiera oído lo que su suegro me dijo, y lo que yo le contesté, siendo él entreladino, como ya antes dije. Me hice desentendido, así como me he hecho en muchas ocasiones de lo perjudicial que es el confiar asuntos de importancia a gentes ordinarias, y de pocas facultades, que los traten con los indios. Por interés de un caballo, de una ternera y de otras cosas de menor importancia, dicen a los indios lo que nuestros jefes no pensaron, ni pudieron soñar, ni nuestro estado quiso, porque contemplan de más favor y de más importancia a un indio, que a toda nuestra corona. Esta es la razón porque los indios son tan desconfiados; y hablo con un conocimiento adquirido por experiencia en mi viaje, que es el arbitrio más propio para conocer los procedimientos. Así los engañan, les piden, les prometen, los atraen al juego, y últimamente, los   —190→   dejan imbuidos en unos principios que los aseguran en su infidelidad, inconstancias y temores, que los hacen rebeldes.

Luego que el citado Quechuden desensilló, me vino a decir, el capitán Payllanan se va con un hijo de Carripilun, y el español Ramón. ¿No les mandáis que se vuelvan? Ellos no se volverán si no les mandas. Le contesté: Ya te tengo dicho, que yo no puedo ofrecer más que lo que he asegurado, y es que por nuestra parte no deben tener temor los indios; que el Señor Virrey estimará sus personas, y distinguirá en su aprecio la de Carripilun y su familia, que desea tratar por su boca con ellos, sobre los puntos que han ajustado conmigo, y que los cuidará y puede regalar según sea de su superior arbitrio. Y lo juzgue por conveniente. Y si el capitán, a quien no ha mucho he hablado, sobre que no se vuelva, y dado estas razones, quiere volverse, puede hacerlo con la libertad que tiene, y cuando guste; pero yo, Quechuden, estoy entendido que no se irá hoy, ni mañana, ni pasado mañana. Así será, porque se quedan a tomar yeguas con esos otros indios que están ahí en ese ejercicio, y hasta que no tengan muchas, no se mudan. Pues bien, le dije, este interés les hará quedarse, y yo no tengo que ofrecerlo ya, porque vaya, pues, le he regalado más que lo que por proporción debía darle y aunque tuviera, no le diera por esa razón, sino por hacerle bien; y hazme el favor de no tocarme más sobre el particular, porque yo trato sólo de lo necesario y útil. Con esta contestación se quedó callado; y yo traté, del acomodo de aparejos y cargas, porque el agua arreciaba, el viento se aumentaba, y el día se iba oscureciendo.

Para hacer de comer fue necesario poner tasa, y dar órdenes estrechas para que a nadie se diese charque, que era lo único que quedaba, sin darme antes parte.

En todo el resto del día no ocurrió otra novedad; sólo el tiempo que cada momento llovía más, y amenazaba durar el temporal; todos, nos veíamos mojados, porque si por una parte cubría, algún pellejo, por otra el viento no sosegaba, y no era de menos incomodidad el que las velas también se acabaran.

Así como fue de día, y que el 29 no amaneció lloviendo, hice traer la tropa, y mandar a lo de Carripilun a ver si salíamos. Antes de llegar la contestación, vino Ramón a decirme que le mandase decir al capitán que caminase. Le pregunté, ¿qué tú no te vuelves con él? Si él no se vuelve, yo sigo. Y le dije, pues yo no le mando decir al capitán que no se vuelva; y me dijo: Señor,   —191→   los españoles son los que ponen así a los indios, ellos son unos pobres ignorantes, y les dicen que te digan que no quieren seguir; les ponderan que son muy grandes ellos, y por eso están así los indios. Le contesté: Así será, y por ahora no te hago decir que españoles son esos, por no poner en ardor a Carripilun y al capitán. Pero te aseguro, que la primera novedad que vuelva a originarse, yo la averiguaré y sabré castigar al español como merezca. En esto llegó la noticia que los indios estaban ensillando, y al poco rato llegaron todos sumamente agradosos, especialmente Carripilun y el capitán.




ArribaAbajoJornada XLVI

Desde la laguna de Chicalco a la Ramada


(Junio 29 de 1806)

A las nueve y tres cuartos salimos del alojamiento, con toda la comitiva de indios, que eran cuarenta y tres, y más de ciento cincuenta animales que traían, siendo la mayor parte, así de personas como de caballos, la de Puelmanc. Al cuarto de hora que anduvimos, hicimos suspensión de una hora, porque se pusiesen a corretear yeguas, que pasarían de quinientas las que se pusieron a la vista apresaron tres, y a las doce en punto proseguimos caminando por el mismo rumbo del nordeste, cuarta al norte. A la legua pasamos por una laguna de agua dulce, bien grande; estaba cubierta de cisnes que pasarían, de mil; de muchísimos flamencos en la orilla, y algunos piugueñes, ave de muy buen gusto, y muchos patos.

Continuamos marchando sin mudar nuestra dirección, y a las dos estuvimos en el lugar de la Ramada, que es conocido por una corta mancha de chicales que hay, y hacia el sur de ella, uno solo y varios arbustillos, y hacia el nordeste otro. También hay agua en una lagunilla, pero del tiempo. El nombre de la Ramada tiene su origen, de que los españoles tuvieron en este sitio una ramada, andando persiguiendo a los indios.

Todo el campo que hemos andado, es muy poblado de pastos, de tierras muy a propósito para toda clase de siembras, y mejor para crianza de animales de todas especies, por las aguas, pastos y piso muy enjuto.

  —192→  

La jornada se hizo tan corta de solo dos leguas y nueve cuadras, por secarnos; pues así los indios, como nosotros, hemos venido mojados, y a la una poco más, se empezó a despejar el cielo, y a verse el sol, que no fue posible perderlo.




ArribaAbajoJornada XLVII

Desde la Ramada a Chipaylauquen


(Junio 30 de 1806)

La compostura del tiempo solo fue desde la hora citada hasta media noche; amaneció el día oscurísimo y chispeando; pero aún con todo, quiso nuestra fortuna que Carripilun, al aclarar, vino a mi tienda, y me dijo que habíamos de caminar, acepté su propuesta con gusto, juzgando más tolerable andar lloviendo, que llegar al tiempo de no tener que comer. Hice en el momento que viniese la tropa, y se aprontase; pero como me era preciso esperar el que se juntasen las caballerías de los indios, lo que no se consiguió hasta las ocho y media. A esa misma hora caminamos al nordeste, cuarta al este, por igual clase de terreno, muy pastoso, sin leña alguna, y de un panizo propio para toda clase de sementeras.

Poco más de una legua habíamos caminado, cuando se divisó hacia el este una manada de yeguas, que pasaría de mil quinientas, y otra al norte mucho mayor. Se desparramaron los indios como han acostumbrado en tales encuentros, y en el término de media hora que nos demoramos, cada parcialidad tomó una, y mancornándolas con bestias mansas, seguimos caminando hasta las dos y diez minutos, que llegamos al lugar de Naguelcó; que es un corral que forman dos lagunas. Entramos por una abra de bastante extensión, y tomando al sudsudeste, para salir por otra igual, a los veinte minutos alojamos a las dos y media de la tarde, con cinco y media leguas andadas, en la orilla de dicha laguna, que es de agua dulce. El nombre de Chipay-leuquen, que quiere decir pasto grande, en lengua de estos naturales, es originado de que en este lugar hay unos matorrales de yerbas parecidas a nuestros lirios, en los que habitan muchos tigres, y deben haberlos aquí, pues cuando pasábamos entre unas pajas, se vio uno que lo hice dejar quieto, porque ya el agua nos venía rociando.

  —193→  

Aún no nos habíamos acomodado, cuando empezó a llover, pero tan fuerte, que los aguaceros chilenos son lloviznas para estos. Allá me aseguraban, que en estos tiempos, por estas pampas sólo caían unas rociadas como neblinas; pero lo cierto es que, así como yo experimento que las carpas no resistían el agua, compré en la primera oportunidad, doce cueros de caballos, que los hice coser para cubrir mi tienda; pero aun estos pasan, y muy pocas partes son las que se han reservado sin empaparse, si no ha sido lo he cubierto con el capingo de barragán que traigo.

En mi vida he visto más patos juntos, que los que hallamos en estas lagunas esta tarde. Estaban sus aguas cubiertas de ellos, y tuve mucho gusto de verlos, esperanzado en que se proveería la despensa; pero no fue así, porque apenas me vieron acercar, que todos se volaron. No obstante, trece perdices venían ya, y siendo muchas las que hay por estos campos, no perdí las esperanzas de tener víveres de sobra.

Toda la noche ha llovido con un continuo tesón, y amaneció hoy lloviendo con igual fuerza; pero a las ocho y media escampó, y vino Carripilun y otros indios a ver si me animaba a salir. Les contesté que estaba muy pronto, y empezando a disponer los aparejos y cargas que estaban amontonadas, por favorecerlas del agua.




ArribaAbajoJornada XLVIII

Desde Chipaylauquen a Chadilauquen


(Julio 1 de 1806)

A las once y media estuvimos a caballo, y tomando al sur sudeste, dejando a uno y otro costado lagunas, caminamos por la ribera de la que teníamos en el alojamiento al este diez cuadras, hasta empezar a descabezarla. Desde este punto tomamos al nordeste; cuarta al norte, por la orilla de la misma laguna, y caminando ocho cuadras nos separamos de ella, y a las diez y seis cuadras más, llegamos a la ribera del norte de otra que era salada, tan grande que no se le columbraba el fin de largo. Seguimos el rumbo por bañado, y dejando al oeste y al este otras varias lagunas, hasta haber andado tres y media horas, y columbrado al este una laguna casi redonda, que tendrá muy cerca de legua de circunferencia, también salada, mudando el rumbo al nordeste, por él llegamos cerca de otra que mirábamos   —194→   al sur, en donde alojamos a las cuatro de la tarde, con cuatro y media leguas andadas.

Todo el camino ha sido delicioso por el plan tan lleno de lagunas, y estas tan pobladas de cisnes, coscorobas, flamencos y muchísimos patos. No puede darse mejor lugar para criar animales, pues todos los terrenos son sumamente pastosos, y, como he dicho, abundantes de aguadas; porque apenas se andaría algún espacio en que por una y otra parte del camino no se viese agua dulce, además de las saladas, por cuya razón se llama Chadilauquen todo el lugar. También hay aquí al norte otra laguna dulce, y en este mismo punto otra, de cuya agua muy buena hemos bebido.

El tiempo siguió mejorándose, luego que montamos a caballo, y aunque en el resto del día tuvo sus variaciones, desde que cerró la noche, se puso el cielo limpio, que ya nos prometía bonanza. No nos era poco consuelo, pero fue por muy poco tiempo; pues a las dos de la mañana empezó a tronar al sudoeste, a levantarse huracanes, y desparramarse agua como a puñados. La primera bonanza nos puso en descuido, y así nos empapamos muy bien; este aguacero duró hasta las seis de la mañana, que empezó a correr sur, y se limpió el cielo.




ArribaAbajoJornada XLIX

Desde Chadilauquen al Sauce


A las nueve y media de la mañana, salimos por el rumbo nordeste, cuarta al este, por planes enjutos y muy pastosos. A las doce cuadras divisamos al lado del sur otra laguna, y al norte otra, que tienen su comunicación por un bajo de media cuadra de ancho, por el que atravesamos. Pasado este lugar columbramos hacia nuestro rumbo una humareda, que dijeron los indios debía ser señal que en la laguna del Toro Muerto estarían haciendo los españoles, que allí debían esperar con la prorrata. La necesidad que traía de ella, lo escaso de víveres, y estarme los indios con la majadería que les diese ya la una cosa, ya la otra, que no tenía; y el verme más de dos meses entre estos bárbaros, que creyendo los vaticinios de sus adivinas, obedecen a estas como infalibles protectoras de su nación, expuesto que de uno a otro momento inventasen que debíamos ser asolados, porque de nuestra venida se seguiría la perdición de ellos, como no faltaban quienes lo dijesen, me hizo complacerme ver el signo. Todos los indios tomaron la delantera hacia el humo con tal viveza,   —195→   que al poco rato ya no tuvimos otro objeto que nos guiase, que la misma humareda. Caminamos siempre, dejando a una y otra parte lagunas grandes y medianas, pero a las cuatro leguas pasamos por la ribera del norte de una muy hermosa, y cerca de ella hay sus saucesitos particulares, por ser los únicos árboles que se divisan en todas estas llanuras. En todo el camino no vi mayor abundancia de pastos que los de hoy, ni tropas mayores de yeguas, que las que a una parte y otra de nuestra dirección columbrábamos. Proseguimos caminando, y a las dos y media de la tarde llegamos a otra orilla de laguna dulce, en la que encontramos alojados a los indios, que me dijeron se habían perdido por dirigirse al humo, que todavía lo mirábamos más de dos leguas de distancia, y que no sabían dónde se hallaban; pero que la laguna del Toro Muerto ya estaba atrás, y que habían mandado al cautivo Ramán para que viese si estaba allí la prorrata. Contesté que estaba muy bien; que les prevenía sólo que cuatro mulas y un caballo habían quedado cansados, que sería bueno pasar un día por no perder estos animales, y no se acabasen de cansar todos los demás. Carripilun y los otros caciques convinieron en la parada, porque ellos tenían también que secarse.

Al poco rato llegó Ramón diciendo, que no había encontrado la prorrata. Le pregunté, ¿que si era él práctico de este lugar? Y respondió, que mucho, porque siempre andaba en potreradas por aquí, adonde concurren muchas yeguas, por las aguas. Le pregunté, ¿que cómo se llamaba? Y me contestó que el Sauce; y así se llaman todos estos contornos, por los sauces que hay a la ribera de las antecedentes lagunas. Pregunté ¿si estábamos muy perdidos? Y me dijo que no, y que antes habían cortado más derecho.

Pregunté, que ¿qué distancia hay a la laguna del Toro Muerto, por dónde debíamos haber pasado? Respondió que de la laguna del Sauce poco más adelante, a una vista del rumbo que traíamos, la dejamos. Cerrada la noche se fue limpiando de tal modo el cielo, que al poco rato estuvo enteramente despejado y claro; tanto, que a las ocho de la noche ya estaban blancos los campos.

Amaneció un día de primavera, y al poco rato estuvieron todos los caciques a verme. Yo me hallaba acometido de un terrible resfriado, y me había quedado ya vestido en la cama; pero desde que los sentí, me puse en pie, y salí a hablarles. Empezaron a ponderar la hermosura del día, y al último me dijo Carripilun ¿que si quería caminar? Le contesté, que mi voluntad estaba dispuesta para todo, que si quería salir él, yo le seguiría muy pronto, y si se quería   —196→   quedar, también me estaría aquí; que ya habría conocido en mí un ánimo dispuesto para todo. Dijo que así era, y le prometí que aún no me conocía todavía, y por mí podría regular lo que eran los españoles; que aunque no pasaban las vidas tan acostumbradas a las intemperies, pero cuando les eran precisas, se hacían tan amigos con ellas, que no sabían extrañarlas. Luego vi un humo hacia el rumbo de nuestra derrota, y les dije: Aquel humo es mucho más acá del que ayer vimos. Confesaron que así era, y que podrían ser españoles, y diciéndoles que fuese uno, montó a caballo el capitán de Carripilun, y tiró para el fuego.

Yo hice también prender en el campo, y a eso de la hora y media, llegó el dragón que mandé a Melincué con la prorrata que pedí, que fueron treinta y siete bestias para cargas y comitiva. El Comandante de aquel fuerte, que se titula don Manuel Marín, me escribe con fecha 30 de junio; que la prorrata me la ha remitido con seis milicianos, quienes han pasado los mismos temporales que nosotros, y me han prometido, que pasado mañana estaremos en Melincué, pues dos días de camino sólo hay, aunque ellos salieron el último del pasado. Al poco rato se pusieron a la vista muchas yeguas, montaron a caballo algunos indios, y cuatro españoles de los de Melincué, y en menos de media hora pillaron diez.




ArribaAbajoJornada L

Desde el Sauce a Siete Árboles


(Julio 4 de 1806)

Aunque la mayor parte de la noche, hacia el día hubo viento norte, muy fuerte y destemplado, no acobardó a mi gente, como antes solía, con el deseo de caminar, y acercarse a tierras de españoles. El constipado que yo tuve se me pasó a un fuerte reumatismo; pero tampoco hice caso de él, así a mis horas acostumbradas estuve en pie. Al amanecer pedí las caballerías de prorratas, pero siendo muy lobas no fue posible disponernos al estado de caminar hasta las nueve, en que montamos a caballo. Los indios tomaron la delantera, como siempre; yo con mi tropa de mulas y caballos, me les seguí continuando, el rumbo nordeste, cuarta al norte, y la caravana a mí siga. A la media hora que habíamos andado, vi parar la tropa, y al instante vino el capataz a decirme que el dragón Contreras se había quebrado una pierna. Preguntándole que ¿cómo? Me respondió, que el caballo había metido una mano en la   —197→   cueva de una marra, o bizcacha, y había caído y le aplastó la pierna. Fui inmediatamente a verlo, y encontré ser cierta la quebradura en la canilla, cerca del tobillo de la derecha. Hice despedazar un cajón en que vinieron velas, y del modo posible se le entablilló, y volviéndolo al caballo dejé al dragón Baeza, y a un arriero con él, para que lo trajesen muy despacio; y caminó la caravana al paso acostumbrado.

En estos campos no hay riesgo más próximo que el trastornarse con el caballo, pues habiendo muchísimas marras, bizcachas, quirquinchos, matacos, mulitas, chinques y otros animalillos, que todos minan las tierras para formar sus habitaciones, y las bocas están confundidas con el mucho pasto, a cada hora pega uno tres, cuatro o más rodadas, como que muchas he visto dar a los corredores de yeguas, y quiso la casualidad que Contreras fuese el lastimado, siendo un mozo ágil y de buena voluntad, que me hará muchísima falta.

Continuando, pues, la marcha por campos llenos, a una y otra parte de nuestra derrota, de lagunas muy grandes, perpetuas, y otras menores, y de muchísimos pastos, a las tres de la tarde estuvimos en un sitio que estaba rodeado de tres lagunas permanentes, en el que vine a encontrar a los indios alojados, y también yo me alojé con mi gente. Luego vino Carripilun a decirme esperaba un amigo de Melincué que venía a encontrarlo. Le pregunté, que cómo se llamaba, y me respondió que solo lo conocía por el teniente Curau. Le dije, que me alegraba que tuviese tan pronto el gusto de ver a su amigo; y estando en esto, ya se divisó y fue a recibirlo. El amigo le trajo su obsequio de pan y aguardiente, y no fue tan pronto en apearse, como en darlo. La mujer de Carripilun me trajo dos panes, y al poco rato se empezó a sentir el efecto del aguardiente, pues se armó una gritería entre todos los caciques, y algunos indios, que pensé no dejase de tener algunas resultas. En fin tarde de la noche se sosegaron.

Poco ha que estaban callados, y se me aparecieron a mi toldo Manquel y Manquelipi casi embriagados, y el primero me dijo: Tú eres nuestro padre, y nuestro bienhechor; ya estamos cerca de los españoles, que, con el favor de Dios, pisaremos mañana sus tierras; tu lado será nuestra defensa, pues estos indios Ranquelinos tendrán por aquí amistades y se embriagarán todos los días. Han sido nuestros enemigos, y la bebida refresca los agravios: pudiéramos tener algún pleito, y así te pido dos soldados, para que estando enfermos me deis a fin de que los sujeten. Le contesté: «Manquel, dices bien, y desde ahora empezarás a conocer de nuevo el que os estimo como debo, y agradezco tu fineza de acompañarme, y la de tus compañeros. Mi lado lo tienes seguro, y te encargo no te   —198→   apartes, pues, de mí; con eso te privas también de beber. Tú estás criado en Chile, donde el aguardiente es veneno; vuestra naturaleza no puede connaturalizarse tan pronto con este temperamento, al que vas entrando, y a más de los muchos males que ocasiona la bebida sin moderación, pudiera la del aguardiente ocasionarte una enfermedad de que quizá no escaparías. También privado, te pones pesado en tus expresiones, y ese espíritu que tienes se te aumenta con la embriaguez, y pudieras acordarte de cosas pasadas, que tú mismo andas borrando con los pasos y trabajos que conmigo has pasado. Así te suplico y te ruego a ti, y a mis demás peguenches, que no sean prontos en tomar; que en llegando a algún lugar seguro donde puedan ponerse con separación, ya entonces beberán vino, o lo que quieran. Respondió, dándome las gracias. Me preguntó por el dragón enfermo, lloró por el trabajo, del compañero, acordándose, que él lo acompañó desde la cordillera a Puelec: fue al toldo a visitarlo, y le dejó un poncho con que venía embozado, para que se cubriese.

Visto el indio en el estado que estaba, no era posible creer pudiese hablar, cuanto más hacer estos discursos; pero es constante que estas naciones en sus borracheras, es cuando aprenden a proferir las oraciones que elocuentemente hacen, y así en ellas no hay chico que no se lleve hablando de hazañas, de trabajos, de tierras, de amigos, de enemigos y de los modos de vengarse; y quitándoles esta especialidad, en todo lo demás son unos salvajes, como tengo dicho en el tratado de costumbres.




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Desde Siete Árboles, al fuerte de Melincué


(Julio 5 de 1806)

Así como salió el sol hice ensillar un caballo de mi silla con el avío del dragón Contreras, y mandé al dragón Baeza, y a un criado de mi mayor satisfacción, se aprontasen para caminar delante con el enfermo. Ya que estuvieron dispuestos, hice lo acomodasen proporcionándole el posible alivio, que marchasen con un práctico de los que vinieron con la prorrata; y siguiéndoles nosotros, a las nueve de la mañana, tomando el rumbo del nordeste, a la media legua pasamos por la cabeza del sur de una laguna dulce y estable, y a la legua más, por entre dos de la misma especie, que las divide una lomilla, como de una y media cuadra de atravieso, continuamos marchando; y a las dos leguas, dejamos otra al norte y siendo los planos enjutos, y muy pastosos, demuestran su fertilidad, por cualquiera parte que la vista se extienda, aunque muy fríos por las frecuentes aguadas.

  —199→  

Siguiendo el rumbo, trascendiendo por entre una laguna del tiempo, llegamos al camino real que va para Mendoza por los fuertes; caminamos por él, cosa de una legua, y dejándolo al sur enderezamos para el fuerte de Melincué. En una altura me esperaba Carripilun y los demás indios, para entrar al pueblo juntos. Ahí saludé al teniente don Pedro Jurau, y aunque ya me había hecho concepto de ser hombre ordinario, pues llegando a mis toldos no tuvo la atención de pasarme a saludar, y haber sabido que, sentado con las piernas amujeradas, había pasado la noche entre la borrachera de los indios; luego que lo vi me ratifiqué en mi idea, y adelanté el discurso, que cuando de él se había echado mano para teniente, cuál sería la población y vecindario de Melincué, máxime habiendo sabido ahí mismo, que le prometió a Carripilun que Su Excelencia lo esperaba con el coche pronto a este cacique, para que entrase a Buenos Aires. Estos españoles, que con ofertas de este jaez tratan de la amistad de algún indio, es regularmente porque tienen que conseguir algún favor con nuestros superiores, y sus empeños se dirigen para amparar facciosos, forajidos y bandidos, o solicitar algunas incumbencias, para, en uso de sus facultades, cometer delitos enormísimos. Cansado estoy de experimentar iguales casos en nuestras fronteras; y allí, con la misma experiencia, tanto juicio se les hace a los indios de sus empeños, como si no los hicieran, ni ellos forman sentimientos de no conseguirlos, porque aprecian a estos amigos mientras les dan con que embriagarse, y nada más.

En fin, continuando la dirección, empezamos a descender a un plan o bajo, que su panizo promete bastante fecundidad, y en él está situado el pueblo y fuerte de Melincué. Entré a él a las dos de la tarde, con toda mi comitiva, y siendo guiado por el cabo referido Ramón Machuca, que ya el teniente se había separado sin despedirse, llegamos a la puerta principal del fuerte, donde estaba el comandante don Manuel Marín; nos saludamos, y nos introdujo a su habitación, en la que entraron todos los caciques e indios que cupieron. Le di a conocer a Carripilun, a Manquel, Puelmanc, Manquelipi, Payllacura y los demás, haciéndole una sucinta descripción de los méritos de cada uno, hizo hacer una salva en obsequio de Carripilun, que la recibió con entero gusto, asegurándole que el corazón no le cabía de contento, con aquellos tiros, que le habían demostrado el gusto que habría tenido de conocerlo. El Comandante le prometió que así había sido, y cualesquiera otras proporciones y facultades que hubiese tenido, las hubiera empleado en obsequiarlo, por tener noticias de su buen corazón y de las bellas acciones que había obrado con muchos españoles, y por ser un Gobernador de todos estos terrenos de Mamilmapú; que podía estar seguro, que en todos los siguientes fuertes, harían de su persona igual aprecio, y el Sr. Virrey sabría dispensarle los mayores obsequios de su paternal amor; pues sabía que deseaba conocerlo.   —200→   La arenga fue contestada, y le mandó sacar su buena copa de aguardiente, que se fueron repitiendo a todos los demás. En este estado yo hice presente al Comandante, salía a hacer poner mis carpas, y acomodar mi alojamiento. Él me ofertó su casa y fuerte, y dándole las gracias elegí acomodarme en un sitio desembarazado, menos de media cuadra de distancia al oeste sudoeste del fuerte.

Como los indios, en empezando a beber, no se satisfacen hasta que se duermen, iban consumiendo copas unas tras otras, y mientras más embriagados, más querían. Ya fueron algunos privándose, ya manoteaban, ya gritaban, ya empujaban al Comandante, y ya se excedían en sus acciones; en fin el capitán Jara los fue sacando, y quedó al cerrar la noche, en aptitud de poder cerrar su puerta, a tiempo que yo entraba al fuerte por huir de las majaderías, necias peticiones, y quejas que ya también me empezaban. Nos juntamos, y anduvimos entre ocultos de ellos hasta que se durmieron. Le supliqué que al siguiente día no les diese que beber, o porque podrían enfermarse, o porque tendría demora y más gastos, y que me hiciese traer dos vacas, para repartirles de prorrata. Me contestó que no les daría más aguardiente, que me haría traer las vacas, pero no de prorrata, sino por su precio, pues no tenía ramo ni asignación de qué pagarlas. Convine en satisfacerlas, pues me veía precisado a darles bastimento a toda mi comitiva, de que algunos días carecía, y tratando algún rato más de varios asuntos, nos separamos a nuestra estancia.

El 6, bien temprano, di vuelta a toda la población por su circunferencia. El costado del nordeste, este y sudeste, lo forma una vistosa laguna que tendrá de circuito tres leguas, más que menos: sus aguas son turbias, y hace sus oladas según el aire. Por los demás costados la llanura es imponderable, pastosa, y sin más leña que unas matas de conquiles, yerba gruesa, o arbustillo muy mediano, y espinudo. Su situación es pésima, porque estando en el plan con muy corta más altura que la laguna, que recibe las aguas de las lomas, y las que en su extensión deben caerle en las lluvias, está expuesta a una inundación general que la asolará de una en otra hora.

Según el Comandante me ha dado razón, ya han quedado algunas casas anegadas muchas veces; y lo demuestran, pues siendo sus paredes de adobes de barro, todas están por los cimientos excavadas, derrumbadas, y como cosa de una vara de la base, sumamente húmedas.

Las calles están delineadas de oeste a este; el fuerte está a la misma ribera de la laguna, y por ella todo demolido, arruinado, y en estado de experimentar su total destrucción. Ya no queda otra pieza, que   —201→   la de habitación del Comandante y ella está al caerse, pues la humedad la tiene por los cimientos minada. Tiene de resguardo un foso que está lleno de agua, de la que entra de la misma laguna, y así en partes cegado, y sin ninguna defensa. También padeció este fuerte el 23 de junio del año pasado el estrago de que una centella incendió el almacén de pólvora, con cuyo efecto ya puede considerarse el estado en que quedaría.

Hay una capilla de teja y adobes, calle por medio al oeste del fuerte. Para el lugar sería muy buena, si no estuviera también desmoronada por los cimientos. Su longitud es de sur a norte, y la puerta la tiene a este viento, que hace frente a un sitio desocupado, que deberá ser la plaza.

Todo lo demás del pueblo se reduce a 18 ranchos dispersos y mal formados; todos denotan la calidad de sus dueños, y sus pocas comodidades.

El Comandante me ha parecido un hombre de demasiada instrucción para el destino, bastante religioso, y de buen talento; y lo demás de la gente por el contrario, a excepción del cabo citado, que procura desempeñar las funciones del servicio con honor y puntualidad.

Por esta razón he hecho hoy llevar el enfermo a casa de él; se lo he recomendado, y a su mujer le he dado cuatro pesos para su curación, y al Comandante le he suplicado, lo atienda y socorra, quedando yo obligado, a satisfacer los gastos que originen.

A las diez de la mañana poco más, el capellán me mandó recado, y un obsequio de unos zapallos que se los estimé. Se tocó a misa, como que era Domingo; fui a oírla, pasando antes a saludar al referido capellán, que es un religioso, Francisco, del convento de Córdoba, llamado Fray Carlos Barzola.

Después estuvo a visitarme, es muy afable. Me hizo presente residía en las chacras, receloso de que su pieza le viniese encima, por lo derrumbado de las paredes de la casa con la humedad, y por lo muy frío de este temperamento que lo enfermaba. Quedé contento con sus modales y conversación, y al poco rato que salió, vino el dragón Baeza, que había estado en lo del teniente Jurau, a ver a Carripilun que allí se alejó, y me dijo que había encontrado a un blandengue, que decía habían ganado los ingleses a Buenos Aires, con otros agregados necios para un hombre sensato, que lo hice callar. Me fui para lo del Comandante hasta hora de comer, que volví a mi carpa.

  —202→  

A eso de las cuatro de la tarde, llegó un miliciano a lo del comandante, diciendo que en su casa dejaba dos blandengues, que venían de Buenos Aires, diciendo que el Sr. Virrey se había marchado para Córdoba, porque la capital estaba ya poseída de ingleses. Dio orden para que fuesen los milicianos a traerlos, y verificándolo, los examinó con separación, cuyas exposiciones fueron estas: Que se llamaba José Manuel Gallardo, de la Punta, y estaba sirviendo al Rey, al mando del capitán Domínguez, en el lugar de la Ensenada. Que el 25 de junio último se presentó a aquella costa una escuadra inglesa de nueve embarcaciones, que solicitaron desembarcarse por cuatro lanchas, y habiéndose formado la tropa en la playa se retiraron. Que subió la escuadra para los quilmes, en cuyo lugar en la noche desembarcaron. Que el 26, en una loma contigua del mismo nombre, les presentaron batalla las tropas españolas de caballería, y luego que se acercó el enemigo, abandonaron el puesto 5 toda carrera, caminando para el puente. Que el enemigo lo siguió, pero como iba a pie, hubo tiempo para que el puente se incendiase antes de que pudiese pasar, y en este estado cerró la noche. Que al otro día, por cuerdas, lanchas y a nado, se pasaron los ingleses a esta banda, y de allí que habría alguna disposición por parte de nuestros jefes, tiraron a son de su música por la ciudad, sin el menor impedimento, que los oficiales y soldados de todas tropas han tomado su derrota para donde han gustado, sin el menor impedimento, y que esto mismo saben, han visto y experimentado los soldados, Cristóbal Miranda y Faustino Suárez. Que también oyeron que el Sr. Virrey se marchó, luego que se internaron los ingleses a la ciudad, para la de Córdoba. Que los caudales los sacaron para Lujan, y de allí vinieron a revolverlos los ingleses, y otras cosas menos substanciales que en todo convinieron los tres.

Aun con toda esta relación, conforme la común voz y la asentación que hizo un blandengue, que al poco tiempo llegó del Fortín de Rojas, añadiendo que allí había llegado anoche un sobrino del Sr. Virrey, con cinco oficiales, no podía convencerme para creerle. El Comandante determinó mandar un chasque o correo al día siguiente, y le supliqué, me hiciese el favor de avisarme su salida, para escribir a aquel comandante, noticiándole de mi llegada, a fin de que me diese una individual noticia de lo acaecido, para resolverme a determinar lo más conveniente sobre mi expedición.

Ya es de suponer la confusión en que me vería; hecho cargo de una parcialidad de indios, tener que mantenerlos, y una larga comitiva sin caballerías, ni otros auxilios, en tierras extrañas, y con mis intereses perdidos en Buenos Aires, que tenía adelantados, por no traerlos con el riesgo de indios, con los que contaba para mi subsistencia y regreso.

  —203→  

Ya desechando estos cuidados, ya meditando en los arbitrios de que me debía valer, y siempre firme en continuar, hasta lo del Sr. Virrey, me acosté. Poco duró mi quietud, pues el tiempo que estaba descompuesto, paró en disformes truenos, y en correr con un fuertísimo sudoeste, tan espesos meteoros de agua, que al poco rato descargando me hicieron salir con mi cama, a meterme en un rancho vacío, que aunque estaba anegado, y con el caballete, o cumbrera destapada, era palacio para el estado de mi antecedente habitación. Allí pasé el resto de la noche, hasta el venir el día, que ya entonces pudieron cubrirse las goteras, y portillos con las pieles de caballos que se cubría la carpa. El día continuó penoso hasta las dos de la tarde siempre lloviendo, y para adelante se compuso para caer tan copiosa helada, que pocas veces la vi mayor. El 7 bien temprano, escribí al Sr. don Manuel Martínez, comandante de Rojas; y habiéndolo hecho también el comandante, dándole razón de las noticias que había adquirido, y de que ya he hecho mención, mandó a un miliciano.

Mis indios, por lo esparcido que estaba la perdición de la capital, adquirieron algunas noticias de las que me dieron aviso, consultándome si regresarían. Les hice ver cuánto faltaba para dar crédito a los que debían venir fugitivos, porque no traían pasaporte, y no se había comunicado a estas guardias ninguna orden, como se debía hacer en tal caso, dando las disposiciones convenientes para su seguridad, retirar víveres etc. Que en teniendo la noticia cierta, que deberíamos esperar dentro de dos días, en contestación de las cartas que hoy había conducido el chasque para Rojas, sería yo el que les comunicaría cuanto hubiese de nuevo, y el que les aconsejaría qué debían hacer; pero no dejaba de prevenirles que no siendo imposible el que los ingleses hubiesen ganado la ciudad, era ésta la mejor ocasión en que debían ofrecer al Sr. Virrey sus fuerzas, en prueba de la buena amistad y unión que tenían pactada conmigo. Que así serían conocidas su fidelidad y gratitud al Soberano que los ha solicitado en sus propias tierras y casas; que así se harían más dignos de su real amor, y así lo obligarían a que los premiase con las manos abiertas, como ellos dicen. Más que debiéndose extender las ansias de los ingleses a sus terrenos, también les harían conocer de una vez su esfuerzo, valor e industrias militares de que son bien instruidos, para hacerles entender que en ellos jamás encontrarán hospitalidad ni alianzas, respecto a que se han introducido en contra de sus amigos, y españoles compatriotas.

Respondieron, que decía muy bien, pero que debía hacerme cargo que el socorro, prorratas y víveres de que necesitaban, para conducirse hasta la presencia del Sr. Virrey, no les debía faltar como necesario, y que sabiéndose la existencia de Su Excelencia, desde luego se resolverían a lo que yo   —204→   hallase por conveniente, ciertos de que no había de aconsejarles cosa que no les conviniese, debiéndolos mirar como padre.

Así prometí hacerlo, y ponderándole el estado de las noticias tan diferentes, como el número de los individuos que las daban, y que hasta ahora ni una letra de oficio había llegado a este fuerte, avisando la introducción de los enemigos, no podíamos dar asenso a ninguna de ellas; se retiraron.

El 8, ensillando caballo, acompañándome del intérprete Montoya y del dragón Baeza, me fui para lo del teniente Jurau, en donde estaba Carripilun. Le manifestó cuánto me alegraba de verlo, y de que no tuviese novedad: le pregunté que si ya tenía alguna noticia de las que corrían, sobre la pérdida de Buenos Aires. Me hizo relación de todas ellas, como que los primeros, segundos y demás que han venido, pasaron por allí. Le hice muchas reflexiones, para que no creyese. Me contestó, que ¿cómo no había de creer cuando había hablado con soldados que se habían hallado en el combate? Le pregunté que ¿cómo aseguraba que se habían hallado? Que si él los había visto allí; y en fin convenciéndolo, y a Jurau, que debía haberlo imbuido, y por consiguiente seguir instruyéndolo, le repetí la relación que ayer hice a los demás caciques. Me contestó, que pensaba regresarse por mañana a sus terrenos; pero que supuesto esperaba noticia cierta de Rojas, se esperaría él también, para que con conocimiento del estado de las cosas, resolviese lo que juzgase oportuno, y que a todo estaba pronto como siempre. Concluida mi visita regresé al fuerte, comí pronto, y dediqué la tarde para ir a lo del padre capellán que vive en su chacra, y por último despidiéndome, quiso acompañarme hasta el fuerte, en donde me separé de él llegando a la capilla.

Volví a mi estancia, y apenas había puéstome a escribir, cuando llegó Carripilun tan borracho, que no podía sujetarse. Ya me fue preciso entretenerme en contenerlo, cuyo ejercicio me duró hasta las nueve de la noche, en las que se quedó dormido.

Poco después vino un blandengue, diciendo que había servido de artillero en el combate con los ingleses; que era cierto y verdadero que los ingleses estaban posesionados de la ciudad, y también que por mañana debería pasar para Córdoba por este fuerte, don Manuel Martínez, comandante de Rojas. Ya este, y 19 más soldados que venían con él, corrieron que no había ya Comandantes, que no había sujeción; y mandándole el Comandante que se esperase hasta tener noticia cierta, contestó, que sujetase a todos sus compañeros, y se estaría él, y de no que se   —205→   iba. Llamó a la guardia el Comandante y ya no encontró a ningún miliciano, ni a los que anteriormente tenía arrestados.

Aún no había querido jamás considerarme en este estado, de que me faltasen los auxilios, y confieso que el corazón no me cupo en el pecho, según se me acrecentó el espíritu contra el abandono e insubordinación. Salí de lo del Comandante, y llamé a mi capataz. Le ordené que todas mis bestias fuese a buscarlas, y se encerrasen al corral, pues los desertores podrían llevarlas, haciéndole ver que el mayor trabajo nuestro sería vernos sin caballerías. A las doce de la noche sólo se consiguió recogerlas, y hasta entonces tuvo sosiego mi alma. Me destiné al reposo; pero debo decir al desasosiego, porque poco tardó Carripilun en recordar, empezar a romancear, a pedir aguardiente, a pedir caldo y otras veces agua. En esta tarea se pasó la noche, y al venir el día ya estuvo con la cabeza descargada para que pudiese retirarse a su estancia.

El 9 por la mañana, repitieron pasando soldados blandengues, que todos confirmaban la pérdida de Buenos Aires; y añadiendo que ya no había Rey, ni jefes. Se puso tan insolente este pueblo, que, ya ninguno quería obedecer al Comandante. Ya me fue preciso creer en la desgracia, porque informándome que toda la tropa era patricia, y de la misma clase de la que iba conociendo, ¡cómo podría dirigirse, ni defenderse con milicias sin subordinación! No cabe en los límites del atrevimiento, la osadía de estos habitantes; y el temor de las balas los precipitaría al abandono, sin que bastase el honor de sus jefes para reprimirlos, ni el mayor empeño, actividad, industrias y desvelos del Sr. Virrey.

En el resto del día me entretuve con mis indios, haciéndoles entender que iba adquiriendo fundamentos para creer por verdadero lo que se contaba de nuestra capital, que bien podrían considerar cuál se hallaría mi espíritu, y cual podría ser mi confusión. Que por una parte se me anunciaba la separación de ellos, que me habían acompañado, y sabido estimar hasta hacerse merecedores de mi voluntad, cariño y amistad; por otra, ver separado al Sr. Virrey de su residencia, y con asuntos tan interesantes y arduos, a que debería atender en el día para reparar la pérdida; pues su salida debería haber sido con el objeto de no perder las provincias internas; porque debiéndole ser forzoso entrar en capitulaciones con los enemigos, siendo el gobernador de la ciudad y de todas estas jurisdicciones, entregando la ciudad, le hubieran también exigido por las provincias; y dejando, como dejaría a otro el mando del fuerte, éste no podía hacer más que disponer de aquello que mandaba, y así quedaban nuestros estos campos fuertes, ciudades, pueblos etc.; con cuyo partido deberá pensar en reformarse, uniendo las gentes, y reuniendo las tropas;   —206→   que también arbitrara otros esfuerzos para invadir a los enemigos, sitiar la ciudad y botarlos de ella; y en fin, que pocos tiempos pasaríamos sin que supiésemos con especialidad las circunstancias y pasos sucedidos; pues era imposible que Su Excelencia dejase de haber dado algunas providencias para estos campos; las que no habrían circulado o por morosidad de los comandantes de los fuertes, o por la falta de auxilios que ha habido. Contestaron que decía muy bien, y que en sabiendo lo cierto, y la residencia del Sr. Virrey, estarían dispuestos para hacer lo que les mandasen.

El 10, a las nueve de la mañana tuvimos en este fuerte una comitiva de oficiales, que seguían para Córdoba, prometiendo que Su Excelencia estaba allí. Contaron prolijamente su campaña, y toma de Buenos Aires que los ingleses hicieron, asegurando que el número de estos sería cuando más 1800, y que el campo se perdió por la desunión y falta de subordinación de las milicias. Poco después llegó el chasque de Rojas, confirmando lo mismo, y una circular del Sr. Virrey, su fecha en Chascomus, frontera de Lujan, a 3 de Julio, ordenando a todos los comandantes se mantengan y defiendan con honor sus puestos, pues son todas estas provincias del dominio de nuestro Católico Monarca, por cuya conservación determinó mantenerse en la campana.

Ya que no hubo duda, miré el semblante de mi situación, y de mi comitiva. Verme forastero con mis conveniencias adelantadas en Buenos Aires y perdidas, sin ser conocido, y que todas las cartas que conducía de recomendación eran para la capital, se me representaron nuevos trabajos, nuevos temores, nuevos padecimientos y haciendo estos entes, se me aparecieron los indios juntos a ver lo que disponía.

Dándoles asiento, les hablé así: Amigos y compañeros, y no tenemos que hablar de la pérdida de Buenos Aires, porque es cierta, y sucedió el mismo día del temporal, que nosotros paramos en Chicalco, bebiendo de aquella pésima agua, revuelta y turbia a semejanza de la de avenida. Ya sabéis los estragos que la avenida de un caudaloso río causa, como se extiende por los campos, como arrasa con haciendas, y como todo lo devora y consume, pues sabed que peor es esta nación gananciosa que tenemos al frente, y que la ganancia y la victoria es madre de la superioridad y de la codicia. En fin, tratemos solo de lo que debemos hacer en este caso, y debo preveniros. Ya os es constante, soy remitido por el Sr. Capitán General del reino de Chile, para reconocer el camino y campos intermedios desde la Concepción a Buenos Aires, a cuyo efecto me habéis acompañado, que debía venir consiguiendo las voluntades de los indios, para que nos concedieran poder abrir, y asegurar un camino por estas tierras vistas, y que hemos transitado; y en fin, que siendo, así como   —207→   nosotros, hijos del Soberano, y queriéndolos no menos por el arbitrio de esta comunicación, ya hacernos unos, ya hacernos iguales, y a que todos seamos sus vasallos, y a que unos a otros nos ayudemos, atendamos y favorezcamos. De todas estas propuestas os he tratado; todo lo habéis admitido, todo aceptado, y principalmente las inviolables paces, que debería ser el fundamento de nuestra amistad. Respondieron que así era, que así había sido, y que así sería siempre, y que conocían las ventajas que gozarían por nuestra correspondencia.

Seguí diciéndoles: Ya lo tengo, amigos, creído, y ahora lo creo más, y debéis también creer que estoy precisado, y me es necesario pasar yo a presentarme al Sr. Virrey, para darle cuenta de mi comisión. Me veo sin arbitrios ni facultades, sin conocimientos ni conexiones; pero me queda el buen ánimo, si queréis llegar hasta allí, siempre seré el mismo; pero os advierto que ignoro si Su Excelencia tendrá lugar en esta época para atenderos, esto es, para regalaros como vos esperabais; también, si con el movimiento general de todos los españoles, podremos lograr de prorratas, y estando tus cabalgaduras tan maltratadas, no es posible emprendamos viaje, contando con ellas. Yo no tengo ya facultades para poder comprar caballerías, sino las precisas para mí, y me viera con el dolor de quereros servir, y no poderlo hacer. Bien me conocéis ya; ya me habéis experimentado, y no os queda que recelar de lo que os digo. No puedo, amigos, engañaros, me habéis servido y acompañado mucho, ya os quiero más de lo que pensaba, y espero me estiméis os hable con esta claridad; y aun cuando penséis que os hablo así por fines particulares míos (haciéndoos presente que tendría a gloria el llegar con vosotros a lo del Sr. Virrey), más quiero padecer esa nota, que no te veáis después quejosos de mí, porque no os dije cómo podríais verte.

Me respondieron, que se volverían, pues conocían bien que tenía buen corazón, y que les decía lo que podría suceder, que ya sus caballos estaban postrados, y que resolverían volverse con el sentimiento de separarse de mí cuando esperaban no hacerlo hasta ponerme en casa.

Les contesté, que así también lo pensaba yo, pero que ni pendía de ellos esta desgracia, ni de mí; que Dios los había traído y él nos separaba; y aunque el dolor y sentimiento nos era consiguiente, no me era posible el remediarlo, y que si mi fortuna quería llegase a presencia de Su Excelencia los recomendaría a todos según sus méritos. Que tenía presentes sus servicios, que no me olvidaría ni aún de las palabras que a favor nuestro habían vertido, y que todas sus finezas serían premiadas.

Puelmanc se levantó, me abrazó y dijo: Compañero, todo lo que   —208→   has querido, conseguiste, nosotros te hemos traído: haz presente al Sr. Virrey que nuestras tierras, nuestra amistad y la de todas estas tierras son suyas. Que repetiré sirviendo al Rey, como lo he hecho; que no se olvide de nosotros, ni de nuestros hijos, que nuestras fuerzas son suyas, así como nos hemos de valer de las de los españoles en cualesquiera necesidad. Yo hablo por todos, porque conozco el corazón de mis compañeros; ténnos lástima siempre, como habéis sabido tomarnos el corazón. No tuviste novedad, no tuviste desgracia, no te faltó ni un animal, y aunque padeciste mucho, fue con nosotros. Le prometí que así lo haría, y también en presencia del Sr. Capitán General; y tratándoles de cuando habríamos discurrido habernos separado antes de llegar a Buenos Aires, ni ellos ni yo podíamos contener las lágrimas, en tanto extremo que me fue preciso salirme para afuera, porque ellos tienen a mal dungo el llorar antes de partir.

Uno a uno fueron saliendo, y llegando al poco rato Carripilun, que entró a la casa del Comandante, me mandó llamar allí, que estaban todos los oficiales presentes, en cuya presencia me dijo, con su acostumbrada arrogancia: Hermano, ¿en qué pensáis? ¿Ya es cierto que el Sr. Virrey está en Córdoba? Le respondí, pienso en pasar a Córdoba, porque es cierto que allí está Su Excelencia. Prosiguió: Pues yo de aquí me retiro ya, y dile cómo os recibí en mi casa, que te prometí el camino, la paz, unión y amistad; que tengo ganados los cuatro Butalmapus; que no hay otro nombre como el mío, y que monté a caballo para venir a conocerlo, y por buscarlo como a padre. Que yo no tengo sino una sola palabra, y lo que una vez digo y prometo lo sé cumplir; que yo te traje por aquí y a todos tus caciques, y puede mandar a mi casa cuando guste, que estoy pronto a obedecerle; pero adviértele que me tenga lástima, que soy pobre, que tengo hijos, y que me haga algún obsequio, que de todo necesito, y sabré corresponder sus finezas. Que tomé el partido de regresar, porque he sabido esta novedad, y que mis caballos no me aguantarán a volver.

Le dije: Hermano, nunca pensé que tú me dejaras antes de tiempo, y escuchadme: Dejo volver a los peguenches, porque viven muy lejos, y porque sus ofertas están recibidas y ratificadas ante nuestros jefes, pero las tuyas, sólo a mí las has hecho, que necesitas ratificarlas en presencia de Su Excelencia. No me aparto que eres hombre formal, jefe como dices, y que en todo tiempo sabrás cumplir; pero con todo, el Sr. Virrey tendrá mucho gusto de conocerte, y hacerte entender de todos modos su amistad. Ésta me has franqueado, y en ningún tiempo sería más útil al Sr. Virrey que ahora, pues, así como en igual caso él te ayudaría, ahora podréis ofrecértele. Caballos no te faltarán; tendrás prorratas, y cuando no, yo te daré caballos, aunque te siga como perro a pie, haré esto en gratitud de tus finezas; hazme el gusto de ir conmigo. Tú estás cerca de estas fronteras,   —209→   pudieran los enemigos quererse internar, y el Sr. Virrey prevenirte algunas advertencias útiles para nuestros dominios y los tuyos; no te acobardes que el Sr. Virrey es allí, y ha de ser en cualquiera de estos terrenos que esté. ¿No ibas a Buenos Aires, que está tan lejos de este punto como Córdoba? ¿Y por qué no vais a Córdoba, que es igual camino, y el mismo Virrey el que está allí? Ea, amigo, anímate, que encadenaré esta fineza a las otras que te debo.

Contestó, que si le aseguraba que el Sr. Virrey le daba unas estriberas de plata iría. Le respondí, que si el Sr. Virrey no se las daba, yo le daría las mías aunque quedase a pie; y me entrego el bastón en prueba de que me acompañaría. Se despidió para su alojamiento, y yo me puse a escribir para Su Excelencia, para el Sr. Gobernador Intendente de Concepción, y para el Sr. Capitán General, dándoles noticias de estas resoluciones.

El 11 temprano siguieron para Córdoba los oficiales alojados, y los indios peguenches se despidieron de mí, llorando como unas criaturas. Les dí cartas para mis jefes, y les prometí que en llegando a Concepción vendría a visitarlos a Antuco, en donde tendrían un buen día con bastante vino y buenos víveres. Respondieron, que hasta entonces tendrían gusto, y el pobre viejo Manquel me suplicó que desde Mendoza, por Malalque le escribiese, pues allí encontraría indios. Le aseguré que lo verificaría, y dándoles para que comprasen una vaca, les di el último abrazo, y ellos sus agradecimientos.

Al Comandante le pedí prorratas, para caminar al siguiente día: puso dificultad, porque todo el vecindario estaba irreducible; y prometiéndome que haría lo posible, hizo salir a buscar, y se recogieron algunos caballos mancos y estropeados, peores que los que me fueron a encontrar.

El 12 amaneció al llover, y pareciendo a las ocho que abriría el día, mandé la prorrata a lo de Carripilun, con orden que fuese antes un mensajero y saludarlo, y a preguntarle que si le parecía, caminaríamos. Al salir el chasque, llegó su yerno a decirme que decía su suegro, que era su hermano y amigo, que su hijo le había llorado mucho toda la noche, porque no fuese a Córdoba, que quería complacerle, si lo tenía a bien, y que mandaría a su yerno, y a un mocetón para que si el Sr. Virrey lo necesitaba lo mandase llamar con ellos, que estaba pronto a salir otra vez, que se mandaba ratificar y ofrecerle tres mil indios. Me pareció muy buena la determinación, le mandé el bastón, y algunos panes como particularísimos en el país, con   —210→   finas expresiones; y al punto mandó sus chasques. Yo me fui a recomendar al dragón Contreras, a fin de que lo asistieran y cuidaran con esmero; le di seis pesos al dueño de casa, y al Comandante le supliqué lo atendiese, y socorriese quedándole obligado, no sólo al mayor agradecimiento, sino a la satisfacción.

A este mismo comandante le dejé doce mulas y ocho caballos que se habían enflaquecido; diez y ocho armamentos de enalbardar, con sus correspondientes aderezos; una tienda de campaña con sus recaudos, ocho cargas de sacos, un cordel para la mensura de los ríos, y una sonda de plomo, dos costales de lona, un grueso rollo de látigos, un barril de cinco cántaros, con sunchos de fierro, una carga de petacas, y una famosa escopeta con su recámara oculta en la culata, para guardar municiones; con la advertencia que la escopeta, petacas y barril, dos caballos y una mula eran míos, y lo demás perteneciente a la real hacienda, para que como tal se cuidase, y entregase o por mi orden, o la de Su Excelencia. A la una de la tarde, después de mil incomodidades, que dieron las caballerías de prorrata, salimos del fuerte con destino al de la Esquina, y a las cuatro leguas alojamos a la orilla de una laguna de agua dulce. Los campos de la misma especie que los que hemos andado, y muy abundantes de aguas detenidas.

El 13, proseguimos por el camino, y a las ocho y media leguas llegamos a la posta de la Esquina. Inmediatamente pasé con el pasaporte a presentarme al Comandante del fuerte, y me contestó, desde que se enteró de él, que ni tenía soldados, ni arbitrio para dar auxilio; que nadie le obedecía, tú él tenía a quien mandar, y que para mi silla me prestaría un caballo. Le di los agradecimientos por su oferta, haciéndole presente que mi servicio era a mi costa, y yo no gozaba del auxilio; que la mayor parte de mi comitiva el Rey debía conducirla, y para esta era, y dos indios. Pero que si no había, seguiría mi ruta como pudiese, y le daría cuenta a Su Excelencia de su respuesta. Le pregunté que si por aquí no había algún oficial de milicias. Me respondió, que había un capitán, pero no sabía cómo se llamaba, ni adónde vivía. Traté con él un rato, y me devolví a la posta en donde me alojé. El estado de este fuerte es lo mismo que el de Melincué; está situado a la costa del río Tercero, y lo mismo la posta, y algunas poblaciones de particulares que hay. Por todos estos campos, y los que ayer pasamos hay saladillo, y como deberán ser comunes por todas las Pampas que me restan conocer, como lo son por las que he pasado, cualquiera viento o virazón que se levante es tan frío, como los de cordilleras nevadas, por las partículas   —211→   salitrosas. Tengo observado que las más noches se escarcha el tintero, y la agua que queda en la olleta, u otra vasija, dentro de mi tienda.

El 14, paré por adquirir noticias más ciertas de la residencia de Su Excelencia. El 15, salí tomando de esta posta dos caballos para los dos indios, y seis reyunos que tenía el maestro de la posta, y siguiendo el camino real de carretas, a las cinco leguas llegué a la posta de la Cabeza del Tigre, cuyo intermedio dicen es de siete leguas, y por ellas he satisfecho dos caballerías, así como veinte y tres de Melincué a la Esquina, cuando habrán sólo catorce. En este espacio que hoy anduve, se me cansaron dos animales, y resolví el parar uno o dos días, a fin de que descansasen. El 16, recibí contestación del Señor Virrey, en que, aprobando las determinaciones que tomé con los indios, me ordena pase a Córdoba.

El 18, seguí el mismo camino hasta el puesto de Carranza.

El 19, hasta lo del sargento Arregui.

El 20, hasta la posta de los Zanjones.

El 21, hasta la de Gutiérrez, de donde me separé de mi comitiva, con sólo mis criados e indios.

El 22, hasta la de la Herradura.

El 23, hasta la de Tío Pugio.

El 24, hasta el río Segundo.

El 25, hasta Córdoba, en que me presenté al Señor Virrey, a las ocho de la noche, y puse en sus superiores manos la carta del Señor Gobernador Intendente de Concepción, de fecha 27 de Marzo, y los demás recaudos que acreditan mi expedición.

Se enteró Su Excelencia de aquellos puntos principales de mi derrota, me dio las gracias de parte del Soberano por mi servicio, y me ordenó ocurriese a su presencia con el emisario de Carripilun, para el siguiente día.

Lo verifiqué a las nueve y media de la mañana; recibió la embajada del indio; lo trató con particular amor y obsequio. Le ponderó la benevolencia y magnanimidad de nuestro Monarca: le hizo presente cuanto estimaba la franqueza y ofertas de su jefe Carripilun, manifestándole también los deseos que tenía de conocerlo y tratarlo. Para que lo llegase a entender, le mandaría algunos regalos, que lo asegurasen de cuanto le había dicho, y de la amistad con que debía mirarnos en lo adelante; que así como se reconquistase la capital, lo mandaría llamar para merecer el gusto de conocerlo, y conferenciar   —212→   con él sobre la importancia del proyecto que me hizo venir por sus tierras. Que se debería esperar tres o cuatro días, mientras se concluían los agasajos que se le harían a él y a su jefe; y volviéndose a mí, me encargó cuidase y atendiese al emisario, dándole cuanto apeteciese, y le avisase del diario que se impendiese en él, y para que el indio fuese mejor servido, que le pasase una lista de lo que considerase más apreciable para Carripilun.

Al siguiente día la puse en sus manos, y en el momento se dignó dar providencia para que se hiciese su contenido. Me preguntó del diario de mi viaje, y le hice presente, lo traía concluido con todos los recaudos precisos, según las instrucciones que se me dieron; pero que teniendo que mandar copias de él, al Señor Capitán General de Chile, y al Señor Gobernador Intendente de Concepción, esperaba de su favor me permitiese algunos días, para que se sacasen los ejemplares precisos. Aprobó el que cumpliese con exactitud las ordenes de mis jefes, recomendándome la prontitud en llenarlas. Y tomó Su Excelencia su partida para incorporarse con el ejército, que antes estuvo preparando para reconquistar la capital, habiendo tenido la bondad de dejar despachado al emisario, y habiéndomele yo ofrecido para acompañarlo, me previno lo siguiese, hasta que el indio saliese de la ciudad.

Éste al despedirse de la Señora Virreina, le pidió camisas, calzoncillos y calzones, para vestirse a nuestro uso; y la Señora, complacida de su buen deseo, se las mandó hacer, por cuya causa tuve que demorarme en aquella ciudad, hasta el 8 de Agosto, y el 13 alcancé a Su Excelencia a la cabeza del ejército, sólo cincuenta leguas de esta capital, en donde le pedí permiso para adelantarme, a fin de internarme a ella, y arbitrar extraer mis intereses que tenía adelantados para mis gastos, y también para hacerme práctico de muchos puntos, que para el caso de la reconquista, me serían útiles, para cumplir las órdenes que se me dieren. Me lo concedió; pero habiendo entrado el 16, y sido reconquistada el 12, por las tropas de Montevideo, según me han dicho, determiné parar aquí, hasta vencer las copias que dije antes, debían sacarse del diario.

De las que es una ésta, y está corregida y enmendada por el original a que me refiero. Capital de Buenos Aires, y Setiembre 20 de 1806.

Luis de la Cruz