PEDRO.- El que mi tía Celestina, buen siglo haya daba a Pármeno, nunca a mi se me olvidó: desde la primera vez que le oí que era bien tener siempre una casa de respecto y una vieja, a donde si fuese menester tenga acogida en todas mis prosperidades; con el miedo de caer de ellas, siempre, para no menester, tuve una casa de un griego, el cual en necesidad me encubriese a mí o a quien yo quisiese, pagándoselo bien, y dábale de comer a él y un caballo muchos meses, no para más de que siempre me tuviese la puerta abierta. |
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MATA.- No creo haber habido en el mundo otro Dédalo ni Ulises, sino vos, pues no pudo la prosperidad cegaros a que no mirásedes adelante. |
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PEDRO.- ¿Ulises o qué? Podéis creer como creéis en Dios, que yo acabaré el cuento, que no pasó de diez partes una, porque lo de aquél dícelo Homero, que era ciego y no lo vio, y también era poeta; mas yo vi todo lo que pasé y vosotros lo oiréis de quien lo vio y pasó. |
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JUAN.- Pues, ¿qué griego era aquél? ¿Era libre? ¿Era cristiano? ¿A quién estaba sujeto? |
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PEDRO.- Presuponed, entre tanto que más particularmente hablamos, que no porque se llame Turquía son todos turcos, porque hay más cristianos que viven en su fe que turcos, aunque no están sujetos al Papa ni a nuestra Iglesia latina, sino ellos se hacen su patriarca, que es Papa de ellos. |
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MATA.- ¿Pero cómo los consiente el Turco? |
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PEDRO.- ¿Qué se le da a él, si le pagan su tributo, que sea nadie judío ni cristiano, ni moro? En España, ¿no solía haber moros y judíos? |
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MATA.- Es verdad. |
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PEDRO.- Pues de aquellos griegos hay algunos que viven de espías, de traer cristianos escondidos porque les paguen por cada uno diez ducados y la costa hasta llegar en salvo, que es un mes, y si aportan en Raguza o en Corfó, las ciudades les dan cada otros diez ducados por cada uno. |
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JUAN.- La ganancia es buena si la pena no es grande. |
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PEDRO.- No es mayor ni menor de empalar, como he visto hacer a muchos: que al cristiano cautivo que se huye, cuando mucho, le dan una docena de palos, mas al que le sacó empálanle sin ninguna redención. |
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MATA.- ¿Pues hay quien lo ose hacer con esa pena? |
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PEDRO.- Mil cuentos: la ganancia, el dinero, la necesidad e interés, hacen los hombres atrevidos; sé que el que hurta bien sabe que si es tomado le han de ahorcar, y el que navega, que si cae en la mar se tiene de ahogar; mas, no obstante eso, navega el uno y el otro roba. Por cierto, la espía que yo traje había ya hecho diecinueve caminos con cristianos, y con el mío fueron veinte. |
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JUAN.- ¿Cómo se llamaba? |
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PEDRO.- Estamati. |
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MATA.- ¿Y qué hacía? ¿De qué os servía? |
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PEDRO.- De mostrarme el camino, y servirme en él. |
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JUAN.- ¿Y trajo a vos sólo? |
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PEDRO.- Como yo vi la respuesta que el Papa turco me dio, comencé de pensar en mí quién me mandaba tomar pleito contra el rey, valiendo más salto de mata que ruego de buenos hombres; yo determiné de huirme y tomé los libros, que eran muchos y buenos, y dilos envueltos en una manta de la cama a una vecina mía, de quien yo me fiaba, que los guardase, y saqué de una arquilla las camisas y zaragüelles delgados que tenía, labradas de oro, que valdrían algunos dineros, que serían una docena, que me daban turcas porque las curaba, y fuime en casa de la espía y topé en el camino aquel cirujano viejo mi compañero, y contele lo que había pasado, y díjele: «Yo me voy huyendo; si queréis venir conmigo, yo os llevaré de buena gana, y si no, y os viniere por mí algún mal no me echéis la culpa». Fue contento de hacerme compañía, mas quiso ir a casa por lo que tenía, que era cosa de poco precio. Digo yo: «No quiero sino que se pierda; si habéis de venir ha de ser desde aquí, si no, quedaos con Dios». El pobre viejo, que más valiera que se quedara, fuese conmigo a casa del griego, y allí consultamos en qué hábito nos traería. Dijo que el mejor, pues yo sabía tan bien la lengua, sería de fraile griego, que llaman caloiero, que es éste con que espantó a Mátalas Callando, pues teníamos las barbas que ellos usan, que era también mucha parte. Yo di luego dineros para que me trajesen uno para mí y otro para mi compañero. |
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JUAN.- ¿Pues véndense públicamente? |
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PEDRO.- No, sino que se los tomase a dos frailes y les diese con qué hacer otros nuevos; y trájolos. Dile luego cinco ducados para que me comprase un par de caballos. |
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MATA.- Tenedle, que corre mucho. |
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PEDRO.- ¿Qué decís? |
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MATA.- ¿Que si corrían mucho? |
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JUAN.- No dijo sino una malicia de las que suele. |
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MATA.- Pues cinco ducados dos caballos, ¿quién lo ha de creer? Aunque fueran de corcho. |
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PEDRO.- Y aún creo que me sisó la quinta parte el comprador. No entendáis caballos para que rúen los caballeros, sino un par de camino, como estos que alquilan acá, que bastasen a llevarnos treinta y siete jornadas, y éstos no valen más allá de a dos o tres escudos. |
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MATA.- ¡Quemado sea el tal barato! |
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PEDRO.- Este griego usaba tenerse en casa escondidos los cautivos un mes o dos beborreando, hasta desmentir y que no se acordasen; mas yo no quise estar en aquel acuerdo, antes aquella noche, a media noche, quise que nos partiésemos, haciendo esta cuenta: como ya ando libre, el primero ni segundo día no me buscarán; pues cuando al tercero me busquen y envíen tras mí, ya yo les tengo ganadas tres jornadas, y no me pueden alcanzar. |
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MATA.- Sepamos con qué tantos dineros os hallasteis al salir. |
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PEDRO.- Obra de cincuenta ducados en oro y una ropa de brocado y otra de terciopelo morado, y las camisas y calzones y otras joyas. El viejo no sé lo que se tenía; creo que lo había empleado todo en piedras, que valen un buen precio. Salimos a la mano de Dios, y la primera cosa que topé en apartándome de las cercas de Constantinopla, que ya quería amanecer, fue una paloma blanca que me dio el mayor ánimo del mundo, y dije a los compañeros: «Yo espero en Dios que hemos de ir en salvamento, porque esta paloma nos lo promete». |
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MATA.- Y si fuera cuervo, ¿volviéraisos? |
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PEDRO.- No penséis que miro en agüero; aquello creía para confirmación de esperanza; pero no lo otro para mal. Íbamos dando la espía lección de lo que habíamos de hacer, como nunca habíamos sido frailes, y es que al que saludásemos, si fuese lego, dijésemos, bajando la cabeza: «Metania», el «Deo gratias» de acá (quiere decir «penitencia»), que es lo que os dije cuando nos topamos, que interpretaba Juan de Voto a Dios tañer tamboril o no sé qué. A esto responde: «O Theos xoresi», que es el «por siempre» de acá (quiere decir: «Dios te perdone»); si son frailes a los que saludáis, habéis de decir: «Eflogite, pateres»: «Bendecid, padre». Éranme a mí tan fáciles estas cosas, como sabía la lengua griega, que no era menester más de media vez que me lo dijeran. |
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MATA.- ¿Y el compañero, sabía griego? |
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PEDRO.- Treinta y cuatro años había que estaba casado con una griega de Rodas, y en su casa no se hablaba otra lengua; y él nunca supo nada, sino entendía un poco; pero en hablando dos palabras se conocía no ser griego, y nunca el diablo le dejó deprender aquellas palabras. Topamos una vez un turco que entendía griego y llégase a él, por decirle «metania», y díjole «asthenia». |
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MATA.- ¿Qué quiere decir? |
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PEDRO.- Dios te dé una calentura héctica o, si no queréis, el diablo te reviente. Como el turco lo oyó, airose lo más del mundo y dijo: «¿Ne suiler su chupec?» «¿Qué dijo ese perro?» Yo llegué y digo: «¿Qué había de decir, señor, sino "metania"?» El turco juraba y perjuraba que no había dicho tal; en fin, allá regañando se fue. Yo reprehendile diciendo: «¿Pues una sola palabra que nos ha de salvar o condenar, no sois para deprender?» Habiendo caminado siete leguas no más, llegaron a nosotros a caballo dos jenízaros, que, como diré, son de la guardia del rey, y dijeron: «Cristianos, no quiero de vosotros otra cosa más de que nos deis a beber si lleváis vino»; porque aunque el turco no lo puede beber conforme a su ley, cuando no le ven, muy bien lo bebe hasta emborrachar. Yo llevaba el recado conforme al hábito. |
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JUAN.- ¿Cómo? |
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PEDRO.- ¿Habéis nunca visto fraile caminar sin bota y vaso, aunque no sea más de una legua? Yo eché mano a mi alforja, y mandé al compañero que caminase, que aquello yo me lo haría y le alcanzaría, porque no fuese descubierto por no saber hablar, y comencé de escanciarles una y otra, e iban caminando junto conmigo en el alcance de los compañeros; preguntáronme de dónde venía; digo: «Constantinopla». |
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JUAN.- ¿En qué lengua? |
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PEDRO.- Cuando griego, cuando turquesco, que todo lo sabían. Dijéronme: «¿Qué nuevas hay en Constantinopla?» Digo: «Eso a vosotros incumbe, que sois hombres del mundo, que yo, que le he dejado, no tengo cuenta con nueva ni vieja; si de mi monasterio queréis saber, es que el patriarca nuestro está bueno y esta semana pasada se nos murió un fraile». Preguntome el uno, llegándose a mí, cuántos años había que era fraile. No me supo bien la pregunta y díjele, haciendo de las tripas corazón, que seis. Preguntome en dónde. Respondí que parte en la mar Negra y parte en Constantinopla. Asiome el otro del hábito y dijo: «Pues, ¿cómo puedes, pobreto, con esta estameña resistir al frío que hace?» |
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MATA.- A fe que metería al asir las cabras en el corral. |
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PEDRO.- Yo le dije que debajo traíamos sayal o paño. Fue la pregunta adelante, y dijeron: «¿Dónde vas agora?» Respondí que a Monte Santo. |
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JUAN.- ¿Qué es Monte Santo? |
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PEDRO.- Un monte que tendrá de cerco cuasi tres jornadas buenas, y es cuasi isla, porque por las tres partes le bate la mar, en el cual hay veinte y dos monasterios de frailes de esta mi orden, y en cada uno doscientos o trescientos frailes, y ningún pueblo hay en él, ni vive otra gente ni puede entrar mujer, ni hay en todo él hembra ninguna de ningún género de animal; a este monte son sus peregrinajes, como acá Santiago, y por eso no se echa de ver quién va ni viene tanto por aquel camino. Ya que nos juntamos con los compañeros díjeles: «¿Y vosotros a dónde vais?» Respondió el uno: «En busca de un perro de cristiano que se ha huido a la sultana, el mayor bellaco traidor que jamás hubo, porque le hacían más bien que él merecía y todo lo ha pospuesto y huídose (parece ser que aquella noche le había dado un dolor de ijada, y habíanme buscado, y como supieron que había sacado los libros, luego lo imaginaron)». Digo: «¿Y dónde era?»; que del viejo no se hacía caso que se fuera, que estuviera. Dice: «De allá de las Españas». Tornele a preguntar: «¿Qué hombre era?» Comenzome a decir todas las señales mías. |
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JUAN.- Pues, ¿cómo no os conoció? |
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PEDRO.- Yo os diré; ¿veis esta barba?, pues tan blanca me la puso una griega como es agora negra, y al viejo la suya blanca, como está esta mía, y toda rebujada como veis, el diablo nos conociera, que ninguna seña de las que traía veía en mí: la caperuza, el sayo, la ropa, todo se había convertido en lo que agora veis. Díjeles: «Pues, señores, ¿a dónde le vais a buscar?» Respondieron: «Nosotros vamos hasta Salonique, que es diez y siete jornadas de aquí, a tomarle todos los pasos, y por mar han despachado también un bergantín para si acaso se huyó por mar». Yo entonces les digo: «Pues ese mismo camino, señores, llevo yo». Ellos dijeron que por cierto holgaban de que fuésemos juntos. La espía y el compañero desmayaron, pensando que ya yo me rendía o estaba desesperado. |
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MATA.- ¿Pues no tenían razón?; ¿No era mejor o caminar adelante o quedar atrás? |
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PEDRO.- Ni vos ni ellos no sabéis lo que os decís: atrás no era seguro, porque ellos dejaban toda la gente por donde pasaban avisada, y sobre sospecha éramos presos en cada pueblo; adelante, no bastaban los caballos. ¿Qué más sano consejo que, viendo que no me habían conocido, hacer del ladrón fiel, y más la seguridad del camino, que es el más peligroso que hay de aquí allá? Si el rey, por hacerme grande merced, me quisiera dar una grande y segura compañía, no me diera más que aquellos dos de su guarda; es como si acá llevara un alcalde de Corte y un alguacil para que nadie me ofendiese; ¿no os parece que iría a buen recado? Cuanto más que de otra manera nunca allá llegara, porque los jenízaros tienen tanto poder que por el camino que van toman cuantas cabalgaduras topan, sin que se les pueda resistir, y cuando hacen mucha merced, por un ducado o dos las rescatan; en solas siete leguas me habían tomado ya a mí mis caballos, porque todos los caminos por donde yo iba estaban llenos de jenízaros, y por ir en compañía de los otros nadie me osaba hablar. |
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JUAN.- No fue de vos ese consejo. Por vos se puede decir: «Beatus es, Simon Barjona, quia caro nec sanguis non revelavit tibi; sed Pater meus qui in celis est». Agradecédselo a quien nunca faltó a nadie. |
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PEDRO.- Llegáronse a mí los dos mis compañeros rezagándose, y comenzaron de decirme que para qué había destruido a mí y a ellos. Yo le respondí que poco sabía para haber hecho tantas veces aquel camino. Respondiome: «Si vos sólo fuerais, yo bien creo que fuera bien; ¿mas no veis que por este viejo, que ninguna lengua sabe, somos luego descubiertos? ¿Qué haremos? ¿Dónde iremos?» Consolele diciendo no ser inconveniente, aunque no supiese la lengua; pero que lo que cumplía era que no hablase. Dijo que había necesidad de que se hiciese mudo por todo el camino; donde no, bien podíamos perdonar; lo que más presto, digo, nos echará a perder es eso, porque es cosa tan común que todos lo hacen en donde quiera cuando no saben la lengua, y se está ya en todas estas tierras mucho sobre el aviso, que dirán: «Fraile y mudo, ¿quién le dio el hábito? Guadramaña hay». Él es viejo y estarle ha muy bien que se haga sordo, y cualquiera que le hablare se amohinará de replicar a voces muchas veces lo que ha de decirle, y así responderemos nosotros por él; de esto hay tanta necesidad, que en hacerlo o no está nuestra salvación y con algunas palabrillas que sabe de griego y no tener a qué hablar mucho, será mejor encubierto que nosotros. |
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MATA.- Bien dicen que quien quiere ruido compre un cochino. ¿Qué necesidad teníais vos de salir con nadie sino salvaros a vos? |
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PEDRO.- Oiréis y veréis, que aun esto no es nada: mil veces estuve movido para echarle en la mar por salvarme a mí. |
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MATA.- Ya que hicisteis el yerro, urdisteis la mejor astucia de vuestra vida; porque hablar con un sordo es un terrible trabajo; al mejor tiempo que os habéis quebrado la cabeza, os sale con un ¿qué?, puesta la mano en la oreja; y al cabo, por no parecer que no oyó, responde un disparate. |
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PEDRO.- Muy bien le pareció al espía; más cosa fue para el viejo que en tres meses de peregrinación nunca la pudo deprender. |
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MATA.- Pues, ¿qué había que deprender? |
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PEDRO.- No más de a no hablar; que para un hombre viejo y que había sido barbero es muy oscuro lenguaje y cosa muy cuesta arriba; al mejor tiempo, mil veces que hablábamos en las posadas en conversación, dicho ya que era sordo, como entendía el griego, respondía descuidado, y metía su cucharada que a todos hacía advertir cómo oía siendo sordo. Yendo nuestro camino con los jenízaros, yo les tenía buena conversación, y ellos a mí, como sabíamos bien las lenguas; el espía y el viejo se iban hablando por otra parte; llegamos la noche a la posada, y yo, como sabía las mañas de los turcos, que querían que les rogasen con el vino, hice traer harto para todos, pues ellos no podían ir a la taberna, y para mejor disimular pusímonos a comer un poco apartados de ellos, como que cada uno comía por sí, y el griego nunca hacía sino escanciar y darles hasta que se ponían buenos. Mandele también al griego que los sirviese mejor que a mí y mirase por sus caballos. |
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JUAN.- ¿Hay por allá mesones como por acá? |
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PEDRO.- Mesones muchos hay, que llaman «carabanza»; pero como los turcos no son tan regalados ni torrezneros como nosotros, no hay aquel recado de camas ni de comer, antes en todo el camino no vi «carabanza» de aquéllos que tuviese mesonero ni nadie. |
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MATA.- ¿Pues cómo son? |
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PEDRO.- Unos hechos a modo de caballeriza, con un solo tejado encima y dentro por un lado y por otro lleno de chimeneas y altos a manera de tableros de sastres, aunque no es de madera, sino de tierra, donde se aposenta la gente. |
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MATA.- ¿Sin más camas ni recado? |
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PEDRO.- Ni aun pesebres para los caballos, sino entre tantos compañeros toman una chimenea de estas con su cadahalso, y allí ponen su hato, sobre el cual duermen, echando debajo un poco de heno. Una ropa aforrada hasta en pies lleva cada turco de a caballo en camino, la cual le sirve de cama. |
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JUAN.- ¡Oh de la bestial gente! |
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PEDRO.- No es sino buena y belicosa. |
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MATA.- ¿Pues dónde comen las bestias? |
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PEDRO.- A los mismos pies de sus amos, en el cadahalso o tablado, le echan heno harto, que en aquella tierra es de tanto nutrimento, que si no trabaja la bestia está gorda sin cebada, y cada una lleva consigo una bolsa que llaman «trasta», que le cuelga de la cabeza como acá suelen hacer los carreteros, y dentro les echan la cebada. |
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JUAN.- Pues si no hay huéspedes, ¿quién les da cebada y todo lo que han menester? |
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PEDRO.- Mil tiendas que hay cerca del mesón, que de cuanto hay les proveerán, que por la posada no pagan nada, que es una cosa hecha de limosna para cuantos pasaren, pobres y ricos; en entrando a apearse llegan allí muchos con cebada, leña, arroz, heno y lo que más hay necesidad. A las bestias en aquella tierra tienen bien acostumbradas, que nunca comen de día, sino de noche les ponen tanto que les baste. |
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MATA.- ¿De esa manera tampoco se gastará tanto en el camino como por acá? |
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PEDRO.- El que cada día gasta dos o tres ásperos en comer él y la bestia es mucho, porque la cebada vale barata, y el pan; y vino no lo bebe la gente, con que menos se les da por el comer. Hicimos nuestras camas y echámonos, no con menos frío que agora hace, todos juntos, la alforja frailesca por cabecera y el tejado por frazada, y a primo sueño comienza a tomar el diablo a mi compañero, y hablar entre sueños, no así como quiera, sino con tantas voces y tanto ímpetu y coces como un endemoniado, y decir levantándose: «¡Mueran los traidores bellacos que nos roban!, ¡Ladrones, ladrones!», y con esto juntamente dar puñadas a una y a otra parte; no solamente despertamos todos, mas pensamos que era verdad que nos mataban; la lengua española en que hablaba escandalizó mucho a los jenízaros que allí dormían y preguntaron qué era aquello y yo le dije cómo soñaba. |
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MATA.- La vida os diera hacer del mudo con tan buena condición. |
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PEDRO.- Aun con todo eso no les podía quitar a los turcos de la imaginación el hablar diferentemente de lo que ellos todos, lo cual me dio las más malas noches que en toda mi vida pasé. |
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JUAN.- ¿En qué? |
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PEDRO.- Porque ya no me osaba fiar, sino tenerle de contino asida la mano, para cuando comenzase despertarle presto. |
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JUAN.- ¿Y soñaba de esa manera cada noche? |
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PEDRO.- Y aun de día, si se dormía, y no menos feroces los sueños; que aunque he leído muchas veces de cosas de sueños que los médicos llaman turbulentos, y visto algunos que los tienen no tan continuos y tan bravos; contemplad agora y echad seso a montones: ¿qué sintiera un hombre que venía huyendo y estaba entre sus enemigos durmiendo y por sólo él hablar español había de ser conocido, y las noches de enero largas, y echado en el suelo, sin ropa, y no poder, aunque tenía grande gana, dormir, por no le osar dejar de la mano? |
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MATA.- No me dé Dios lo que deseo si no me parece que un tal era mérito matarle si se pudiera hacer secretamente; a lo menos echarle en la mar; yo hiciéralo, porque en fin muchas cosas hacen los hombres por salvarse; más valía que muriera el uno que no todos. ¿Y cuántos días duró ese subsidio? |
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PEDRO.- Con los jenízaros trece. |
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JUAN.- ¿Pues trece días vinisteis siempre con vuestros enemigos? |
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PEDRO.- Y aun que recibía hartos sobresaltos cada día. |
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JUAN.- ¿Cómo? |
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PEDRO.- Sentándonos a la mesa, hartas veces daba un suspiro el uno de ellos, diciendo: «Hei guidi imanzizis, quim cizimbulur nase mostulu colur»: «¡Ah, cornudo sin fe, quién te topase, qué buenas albricias se habría!» ¿Qué os parece que sintiera mi corazón? No podía ya tener paciencia con el viejo, viendo que de los pensamientos y torres de viento del día procedían los sueños, y llegueme un día a él, apartado de los jenízaros, y preguntele en qué iba pensando, porque con las manos iba entre sí esgrimiendo. «¿Sabéis -digo- qué querría yo que pensaseis? La miseria del trabajo en que vamos y la longura del camino, y que sois un pobre barbero y no capitán ni hombre de guerra, y de setenta años, y cuando llegaréis, si Dios quiere, en vuestra casa, o vuestra mujer será muerta, o ya que viva, como ha tanto que vos faltáis, no podrá dejar de haberos olvidado, y vuestras hijas por casar y cada dos veces paridas. Esto id vos contemplando de día, que no creo yo que escapa de ser verdad, y soñaréis de lo mismo». |
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MATA.- ¡Por Dios, que vos le dabais gentil consuelo! ¿Y vos consolábaisos con eso, o pasabais este rosario que traéis a la cinta muchas veces? |
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PEDRO.- Siempre al menos iba urdiendo para cuando fuese menester tejer. |
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JUAN.- ¿Malicias? |
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PEDRO.- No en verdad, sino ardides que cumpliesen a la salvación del camino. |
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JUAN.- Pues ése el mejor era ayuno y oración. ¿Cuántas veces pasabais cada día este rosario? |
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PEDRO.- ¿Queréis que os diga la verdad? |
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JUAN.- No quiero otra cosa. |
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PEDRO.- Pues en fe de buen cristiano que ninguna me acuerdo en todo el viaje, sino solo le trajo por el bien parecer al hábito. |
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JUAN.- Pues, ¡qué herejía es ésa! ¿Así pagabais a Dios las mercedes que cada hora os hacía? |
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PEDRO.- Ninguna cuenta tenía con los «pater nostres» que rezaba, sino con sólo estar atento a lo que decía. ¿Luego pensáis que para con Dios es menester rezar sobre taja? Con el corazón abierto y las entrañas daba un arcabuzazo en el cielo que me parecía que penetraba hasta donde Dios estaba; que decía en dos palabras: «Tú, Señor, que guiaste los tres reyes de Levante en Belén, y libraste a Santa Susana del falso testimonio, y a San Pedro de las prisiones y a los tres muchachos del horno de fuego ardiendo, ten por bien llevarme en este viaje en salvamento ad laudem et gloriam omnipotentis nominis tui»; y con esto, algún «pater noster», no fiaría de toda esa gente que trae «pater nostres» en la mano yo mi ánima. |
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MATA.- Cuanto más de los que andan en las plazas con ellos en las manos, meneando los labios y al otro lado diciendo mal del que pasa, y más que lo usan agora por gala, con una borlaza. |
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JUAN.- Vosotros sois los verdaderos maldicientes y murmuradores, que por ventura levantáis lo que en los otros no hay. |
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MATA.- Buen callar os perdéis, que vos no sois parte en eso. |
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JUAN.- Mejor os le perdéis vosotros, que cuando no tenéis de qué murmurar dais tras una cosa tan santa, buena y aprobada como los rosarios en la mano del cristiano. |
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PEDRO.- Pues como no sea de derecho divino, el rosario aunque sea de los que el general de los frailes bendijo, podemos decir lo que nos parece. |
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JUAN.- Sí, como no sea contra Dios ni el prójimo. |
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MATA.- Ahora, sus, y con esto acabo. A mí me quemen como a mal cristiano si nunca hombre se fuere al infierno por rezar ocho ni diez «pater nostres» de más. |
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JUAN.- ¿Pues eso quién lo quita? |
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MATA.- Pues si no lo quita, ¿qué necesidad hay para con Dios de rezar, como dijo Pedro de Urdimalas, sobre taja, habiendo dado Dios cinco dedos en cada mano, ya que queríais cuenta, por los cuales se pueden contar las estrellas y arenas de la mar? |
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PEDRO.- Por los dedos puédese contar, sin que la gente lo vea, debajo de la capa, como quien no hace nada, y no andan ellos tras eso; mas ¡qué de veces saltan desde el «qui es in celis» en el «remissionem pecatorum» cuando ven pasar al deudor! |
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MATA.- Yo veo que Juan de Voto a Dios no puede tragar estas píldoras. Vaya adelante el cuento. Al cabo de los trece días ¿dónde aportasteis con los turcos? |
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PEDRO.- Llegamos a un pueblo bueno, que se llama la Caballa, que ya es en la mar; porque hasta allí siempre había procurado de no pasar por entre los dos castillos de Sexto y Abido. |
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MATA.- ¿Aquellos que cuenta Boscán? |
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PEDRO.- Los mismos. |
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MATA.- ¿Dónde están? |
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PEDRO.- A la entrada de la canal que llaman de Constantinopla, los cuales son toda la fuerza del Gran Señor, porque no puede entrar dentro de Constantinopla ni salir nave, galera, ni barca, que no se registre allí, so pena que la echarán a fondo, porque han de pasar por contadero. |
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JUAN.- ¿Qué tanto hay del uno al otro? |
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PEDRO.- Una culebrina alcanza, que será legua y media. |
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JUAN.- ¿Y son fuertes? |
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PEDRO.- Todo lo posible; al menos están lo mejor artillados que entre muchos que he visto hay, y de gente no tienen mucha, porque cada y cuando fuere menester dentro de dos días acudirán a ellos cincuenta mil hombres. |
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JUAN.- Y la Caballa donde llegaste, ¿es de este cabo o del otro? |
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PEDRO.- No, sino de éste. De allí a Salonique eran tres jornadas, y a Monte Santo, veinte leguas por mar; yo determiné de no tentar más a Dios, y que bastaban trece jornadas con los enemigos. El camino real es el más pasajero del mundo; yo soy muy conocido entre judíos y cristianos y turcos; no sea el diablo que me engañe, y me conozca alguno; más quiero irme por agua a Monte Santo; y despedime con harto dolor y lágrimas de los jenízaros, que les contentaba la compañía, diciendo que yo quería irme en una barca a mis monasterios, y me pesaba de perder tan buena compañía y los servicios que les había dejado de hacer. Ellos respondieron que por cierto holgaran que el camino y compañía fuera por mucho mayor tiempo, y así se fueron. En la posada bien sabían quién yo era, porque conocían el espía, y había allí un sastrecillo medio remendón, candiote, que también solía ser espía, con los cuales bebimos largo aquella noche. |
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JUAN.- ¿Cómo podías sin cama sufrir tanto frío y sin ropa? |
PEDRO.- Hartándome de ajos crudos y vino, que es brasero del estómago, aunque no todas veces hallaba la fruta; mas a fe que cuando la podía haber luego iba a la alforja. Tuvimos consejo entre los dos espías y yo con el mesonero griego, cuál sería mejor: pasar adelante siempre por tierra o ir a Monte Santo alquilando una barca. Todos dijeron que ir a Monte Santo y yo lo acepté, estando muy engañado con pensar qué harían a fuer de acá los frailes en recoger a los huidos y malhechores, cuanto más a mí en tal caso; y donde tantos frailes hay, no es menos sino que les agradaré con mis pocas letras griegas y latinas, y tenerme han hasta que pase por ahí alguna nave o galera de cristianos, que como están en la ribera de la mar muchas veces pasan, con la cual me vendría hasta Cicilia. El espía y los compañeros no veían la hora de apartarse de mí, por el peligro en que andaba; y con pensar que en el punto que pusiese el pie en el Monte Santo sería libre, porque así me lo decían los griegos, hice que me alquilasen una barca que me llevase al primer monasterio, y trajéronme una igualada por cinco ducados, para haber de partir otro día por la mañana. Hice cuenta con el espía con pensar que ya no le habría menester, y alcanzome cuarenta ducados venecianos, sin doce que yo le había dado, los cuales le pagué doblados porque tomó mis vestidos de brocado y seda y las camisas de oro y pañizuelos y otras joyas en descuento, al precio que él quiso, y presentele de más de esto un caballo de aquellos y el otro vendí por dos escudos. |
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MATA.- Pues ¿cuánto le dabais cada día al espión? |
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PEDRO.- Cuatro ducados venecianos, que son cincuenta y dos reales, y de comer a él y a un caballo. |
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JUAN.- Y el viejo, ¿no pagaba su mitad? |
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PEDRO.- No me ayude Dios si yo le vi en todo el viaje gastar más de cien ásperos, que el mal viejo todo lo llevaba empleado en piedras, y por no nos parar a venderlas y ser descubiertos, yo no hacía sino gastar largo entre tanto que durase. A la mañana despedí la espía y tomé provisión, y metime en la barca, y aquel sastrecillo griego quiso irse conmigo porque el dueño de la barca le daba parte de la ganancia si le ayudaba a remar. Partimos con un bonico viento y caminamos obra de tres leguas, y allí volvió el viento contrario, y echonos en una isla que se llama Schiatho, dos leguas y media de la Caballa, donde habíamos salido. Díjome el sastrecillo: «Hágoos saber que habemos, gracias a Dios, aportado en parte que por ventura será mejor que Monte Santo, porque ésta es una muy fértil isla de pan y vino, aceite y todas frutas, y en este puerto vienen siempre muchas naves grandes y pequeñas que van al Chío, y a Candia, y a Venecia a tomar bastimento. Estarnos hemos aquí hasta que venga alguna». Y subímonos al pueblo, que estaba en un alto. El marinero pidió dineros de la barca, y yo le daba dos ducados y no quiso menos de todo. Digo: «Hermano, ¿pues cómo? Yo te alquilé para veinte leguas a Monte Santo y no me has traído sino tres, y ¿quieres tanto por éstas como por todo el viaje?» Díjome: «Padre, tornaos con Dios y con el viento, que yo no tengo culpa»; el sastre ayudó de mala, como había de haber la mitad, y dijo: «Dele vuestra reverencia, padre, todo, que aunque no tenga justicia, no os tiene nadie de sentir por ello». Dile sus cinco ducados, y aun en oro pagados, y tomamos en el pueblo una posada donde estaba un mercader que traía sardinas en cantidad, griego, y como nos sentamos a comer, yo eché la bendición sin estar advertido el cómo lo había de hacer, sin pensar que fuese menester. Aquel mercader y otros griegos preguntáronme si era sacerdote. Yo dije que no; luego vieron que yo ni el otro éramos frailes, y llegose a mí el mercader y comenzome de decir en italiano: «Yo conozco a ese sastre, que es un gran tacaño, y os trae engañado; agora esta gente barrunta, como creo que es verdad, que no sois frailes y luego os hará prender». |
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JUAN.- Pues ¿qué gente era la del pueblo? |
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PEDRO.- Cristianos todos, sino sólo el gobernador, que era turco. |
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JUAN.- Pues, ¿qué miedo teníais de los cristianos? |
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PEDRO.- Antes de ésos se tiene el miedo, que del turco ninguno; porque fácil cosa es engañar a un turco que no sabe las particularidades de la fe y lengua, y ceremonias, como el griego. Si conocen aquellos griegos de aquella tierra que el cautivo cristiano va huido, luego le prenden y dan con él en Constantinopla. |
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MATA.- Pues, ¿por qué, siendo cristianos? |
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PEDRO.- Por ganar el hallazgo, lo uno; lo otro, porque si después hallan al esclavo, luego pesquisan: con éste habló, aquí durmió, aquel otro le mostró el camino, y destrúyenlos, llevándoles las penas, y aun muchas veces los hacen esclavos. Yo ningún miedo jamás tuve de los turcos; pero de los cristianos, grandísimo, porque recio caso es hacernos un italiano o francés a los tres, como estamos, entender que es español aunque hable muy bien nuestra lengua, que en el pronunciar, que en un vocablo muy presto se descubre no serle natural la lengua, así que dice: «El mejor consejo que vos podéis tomar me parece que luego os bajéis abajo y os metáis en aquel bajel que va a Sidero Capsa y de allí en un día podréis por tierra iros a Monte Santo». Yo, metidas las cabras en el corral, acepté el consejo, y díjeselo al sastre, el cual dijo que no quería sino quedarse allí, que había mucho que remendar; que si me quería quedar con él, era mejor, y si me quería ir, él concertaría que me llevasen en el bajel. |
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MATA.- ¿Qué llamáis bajel? |
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PEDRO.- Es un nombre general que comprehende nave grande y pequeña y galera, en fin cualquiera cosa que anda en la mar. Sidero Capsa es una ciudad pequeña, donde se hunde todo el oro y plata que se saca de las minas que hay en aquella isla del Schiatho, donde yo estaba, y en la Caballa, las cuales son tan caudalosas que dudo si son más las del Perú. |
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MATA.- ¿Qué tanto hay de las minas a donde se hunde? |
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PEDRO.- Veinticinco leguas por mar; sirven cien navecillas que llaman «caramuçalides», y acá «corchapines», de llevar solamente de aquella tierra que produce cierto oro finísimo de muchos quilates, y plata, y lo que más es en grandísima cantidad. Pagué por que me llevasen dentro un ducado; y cuando me vi allí, los del bajel imaginaron que, pues tanto les había dado siendo fraile, podrían sacarme más, que debía de tener mucho, y en descargando la tierra de la mina para volver por más, díjome: «Yo os querría echar en tierra; mas quiero que sepáis que el poco camino que tenéis de andar hasta Monte Santo por tierra está lleno de ladrones, que cierto os matarán; dadnos otro ducado y poneros hemos por mar en una "metoxia de los frailes", que es lo que acá llamamos granja». Concerteme con él y dísele, porque me pareció que tenía razón, aunque también estaban con gran sospecha de los sueños del compañero, que yo cierto tengo que estaba espiritado. Desembarcamos junto a la granja, que era una torre donde había un fraile mayordomo y otros seis frailes que le servían y cavaban las viñas. Ya yo pensé estar en España; y como llegamos con nuestro hato acuestas llamamos y no quisieron abrir para que entrásemos, que no estaba allí el «icónomo», que así se nombra en griego. Esperamos, y cuando vino a la tarde saludámosle y respondiome como fraile, en fin, de granja. |
MATA.- Siempre dan esos cargos de mandar a los más cazurros y desgraciados. |
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PEDRO.- Luego dije: «En hora mala acá venimos, si todos los frailes son como éste»; ya con las cejas caídas sobre los ojos, a media cara, con sus cabellazos hasta la cinta y barbaza, dijo: «Sube si queréis, padre, a hacer colación, aunque acá todos somos pobres». |
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MATA.- ¿Luego la primera cosa que todos tienen es ésa? |
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PEDRO.- ¿Qué? |
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MATA.- Predicar pobreza. |
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PEDRO.- Es verdad; y subimos y comenzó de preguntarme y repreguntarme de dónde era. Yo le dije que de la isla del Chío, porque si acaso hablase alguna palabra que no pareciese griego natural no se maravillasen, por respecto que en aquella isla se habla también italiano, y todos los griegos lo saben. Sentámonos a cenar en el suelo sobre una manta vieja y dieron gracias a Dios y comenzaron de servir manjares. |
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MATA.- ¡Y aun qué tales debían de ser y qué de ellos! |
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PEDRO.- No hubo fruta de principio ninguna. |
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MATA.- Ni aun de medio creo yo. |
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PEDRO.- La principal cosa que sacaron fue habas remojadas de la noche antes en agua fría y con unos granos de sal encima, sin moler, tan grandes como ellas, y tras esto un plato de aceitunas sin aceite ni vinagre, que yo cuando las vi pensé cierto que fuesen píldoras de cabra, porque no eran mayores; añadieron por los huéspedes tercero plato, que fue media cebolla. |
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JUAN.- ¿Y así comen siempre? |
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MATA.- Que son mañas de frailes cuando hay huéspedes forasteros, por comprobar la pobreza que tienen predicada; mas entre sí, yo os prometo que lo pasan bien, y tienen alguna razón, porque luego les acortarían las limosnas por la fama que los huéspedes les darían. |
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PEDRO.- De los de acá yo bien creo lo que vos decís, mas de aquéllos no, porque lo sé muy bien que hacen la mayor abstinencia del mundo siguiendo siempre ellos y los clérigos griegos la orden evangélica. Llegamos de allí en el primer monasterio de Monte Santo yendo por una espesura muy grande, que es de esclavones, que allá se llaman búlgaros, y el nombre del monasterio Chilandari; y en llegando estaban unos frailes sentados a la puerta de la portería, y encima de todas las puertas hay una imagen de Nuestra Señora, a la cual los que van en romería han de hacer primero oración que hablen a nadie, y en esto tienen grande escrúpulo. Yo, como no sabía aquello, en viendo los frailes los saludé con el grande placer que tenía, pensando hallar la caridad y acogimiento que en Burgos. Ellos respondieron: «Bre, ¿ti camis?» «Padre, ¿qué hacéis?», señalándome la imagen. Yo luego caí en la cuenta, e hice mi oración como ellos usan. |
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JUAN.- ¿Qué uso es el suyo? |
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PEDRO.- En toda la Iglesia griega no se hincan de rodillas, y las oraciones particulares, como no sean misa ni horas de la Iglesia, son a la apostólica, muy breves: hacen tres veces una cruz como quien se persina, tan larga como es el hombre, de manera que como nosotros llegamos al pecho con la cruz, ellos a la garganta del pie, y dicen: «Agios o Theos, Agios schiros, Agios athanatos, eleison imas». Esto, como digo, tres veces o cuatro, y en la iglesia añaden un «pater noster». |
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MATA.- ¿Qué quieren decir aquellas palabras? |
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PEDRO.- «Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, ten misericordia de nosotros». |
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MATA.- En verdad que es linda oración. |
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JUAN.- A vos, porque es breve os agrada. |
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PEDRO.- También tienen un «Chirie eleison», la más común palabra: cuando se maravillan de algo, «Chirie eleison»; cuando se ven en fortuna de mar o de tierra, «Chirie eleison». Estarse un griego media hora diciendo: «Chirie eleison»; que es: «Señor, miserere». Entramos ya en el monasterio y fuimos a la iglesia a hacer primero la oración que llaman «prosquinima», cuando me preguntaban a dónde iba o de dónde venía aquellos frailes, con decirles que era «prosquinitis», que quiere decir como peregrino que va a cumplir alguna romería, atajaba muchas preguntas; diéronme luego a beber en la despensa y el prior mostró buena cara. |
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MATA.- Esas siempre las muestran hasta saber si les dan algo o no. |
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PEDRO.- De eso estaba bien seguro; y era ya una hora antes que el sol se pusiese, vinieron luego todos los frailes que estaban fuera y tocaron a vísperas, y entramos en el coro donde vi, cierto, una iglesia muy buena y bien adornada de imágenes y cera. |
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MATA.- A todo esto, ¿nunca se hacía caso del compañero, ni hablaba, ni preguntaban cómo no hablaba? |
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PEDRO.- Cada paso; mas yo luego respondía que era sordo y no entendía lo que decíamos. ¿Cómo había de hablar?, lo cual veían por la experiencia. Los oficios eran tan largos como maitines de la Nochebuena, y ciertamente, sin mentir, duraron cuatro horas; al cabo salimos, que nunca lo pensé, y fuímonos al refectorio a cenar. |
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JUAN.- ¿Qué rezan que tanto tardan? |
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PEDRO.- El salterio, del primer salmo hasta el postrero. |
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JUAN.- ¿Cada día? |
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PEDRO.- Dos veces, una a vísperas, otra a maitines. |
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JUAN.- ¿Cantado o rezado? |
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PEDRO.- Cantado rezando. |
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MATA.- ¿Cómo es eso? ¿Cantar y rezar junto? |
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PEDRO.- No, sino que lo cantan tan de corrida, que parece que rezan. |
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MATA.- ¡Ah! ¿Cómo acá los clérigos en los mortuorios de los pobres? |
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PEDRO.- Así es. |
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JUAN.- Largo oficio es ése. ¿Qué tiempo les queda si han de holgar? |
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PEDRO.- Lo que pluguiese a Dios sobrase a los frailes todos de acá. |
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JUAN.- ¿Qué es? |
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PEDRO.- Después lo sabréis; dejadme agora. El refectorio tenía las mesas de mármol todas, sin manteles ningunos, mas de la viva piedra y un agujero en medio y algo cóncava, para en acabando de comer lavarla y cae el agua por aquel agujero. |
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MATA.- ¿Con qué se limpian? |
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PEDRO.- ¿De qué? |
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MATA.- De la comida. |
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PEDRO.- ¿Pues aún no nos hemos sentado a la mesa y ya os queréis limpiar? Era día de Santo Matía, y en cada mesa se sentaban seis y había seis jarrillos de plomo de a cuartillo llenos de un vino que no sabe mal, hecho de orujo y miel con cierta hierba que le echan dentro y un poco de agua de azahar que le da sabor. Verdaderamente salta y emborracha, y si no os dicen qué es, pareceros ha buen vino blanco, y un platico de queso molido, que en aquellas partes cuajan mucho queso, como manteca de vacas, y métenlo en cueros como la misma manteca, y sécase allí; después está como sal, y esto se come amasando el bocado de pan primero entre los dedos para que adquiera alguna humedad y pegue el queso en ello cuando untare el pan. Teníamos olla de unas como arvejas que llaman «fasoles», y aceitunas como las pasadas y a casco y medio de cebolla. El pan era algo durillo, pero no malo. |
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MATA.- Duro tenerlo han para que no se comiese tanto. |
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PEDRO.- Acertaste; luego, a la hospedería a dormir, la cual era, como agora os pintaré, una camaraza antiquísima con muchos paramentos naturales. |
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JUAN.- ¿Qué son naturales? |
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MATA.- ¡Echadle paja! ¿No sabéis qué son telarañas? |
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PEDRO.- Las camas, sobre un tablado; una manta que llaman esclavina, que de más de la infinita gente que dentro tenía, habría una carga de polvo en ella. Una almohadilla de pluma que si la dejaran se fuera por su pie a la pila. |
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MATA.- ¿Había más? |
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PEDRO.- No. |
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MATA.- ¿Luego para ir a maitines y madrugar, no había necesidad de despertadores? Y las camas de ellos, ¿son así? |
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PEDRO.- Sin faltar punto, salvo la de alguno que se la compra él. Con ser la noche larga, a las dos fuimos a maitines; salimos a las siete: aún estaba confuso qué había de ser de mí; llegueme al prior y díjele que le quería en confesión decir dos palabras: y túvolo por bien. Digo, pues: «Padre santo, yo os hago saber que no somos frailes, ni aun griegos tampoco; somos españoles y venimos huidos del poder de los turcos y para mejor nos salvar hemos tomado este vuestro santo hábito. Apóstoles sois de Cristo: haced conforme al oficio que tenéis, que por solamente querernos hacer renegar somos huidos, y a ser tomados, por no ser maltratados, quizá haremos algún desatino, el cual, no usando vos de piedad y misericordia, seréis causa y llevaréis sobre vos. Yo traigo, gracias a Dios, dineros que gastar estos dos meses, si fuere menester; no quiero más de que me tengáis aquí hasta que venga algún navío que me lleve de aquí, y pagaré cortésmente la costa toda que entre tanto haré». |
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JUAN.- Justa petición era por cierto. |
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PEDRO.- Tan justa era cuan injusta me respondió. Comenzó de santiguarse y hacer melindres y espantosos escrúpulos, diciendo: «"Chirie eleison", ¿y esta traición teníais encubierta? ¿Queréis, por ventura, vos ser el tizón con que toda nuestra casa se abrase, y aun la orden? Luego, sin dilación, os id con Dios, que a esta mar no viene navío ninguno de los que vos queréis, sino idos a Santa Laura -que era otro monasterio-, que allí hay un portizuelo donde se hallan algunas veces esos navíos: y no os detengáis más aquí, porque como éste es el monasterio más cerca de donde están los turcos, cada día vienen aquí a visitarnos y luego os verán; yo no lo puedo hacer, andá con Dios». |
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MATA.- Pues ¡maldiga Dios el mal fraile! ¿Tan pequeño era el monasterio que, aunque viniesen mil turcos, no os podían esconder, cuanto más sin venir a buscaros? |
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PEDRO.- El menor, de veintidós que son, es como San Benito de Valladolid, y mayor mucho, como están en desierto, que parece cada uno un gran castillo; y más que todo es muy espeso monte de castaños y otros árboles, que ya que algo fuera me podía salir al bosque entre tanto que me buscaban. |
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MATA.- ¿Qué buscar? ¿Qué bosque ni espesura? Y, os prometo que si fuerais doncellas, aunque fueran ciento cupieran en casa, con todas sus santidades. |
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PEDRO.- Yo le demandé un fraile que me mostrase el camino hasta otro monasterio, renegando de la paciencia, que sería ocho leguas de allí por el más áspero camino que pienso haber en el mundo, y diómele de buena gana, mas con tal condición: que le pagase su trabajo, porque eran pobres; yo lo puse en sus manos y mandó medio ducado; admitilo, aunque era mucho, mas con condición que, porque yo estaba cansado y el viejo no podía, que llevase él las alforjas a cuestas, que de camisas y veinte baratijas pesaban bien; no quiso, sino a ratos él y yo; escogí del mal lo menos, por tener a quien hablar que supiese que no era fraile, para que me avisase de todas las cosas que había de hacer y ceremonias que en la orden había, para mejor saber fingir el hábito, lo cual fue una de las cosas que más me dieron la vida para salvarme, porque yo cierto lo deprendí a saberlo tan bien como cuantos había en el Monte. Pasamos por un monasterio que se llamaba Psimeno sin entrar dentro, y fuimos a dormir en otro muy de los principales que se llama Batopedi, adonde ya sabía yo el modo de las ceremonias de fraile, y no fui conocido por otro, y fuimos huéspedes aquella noche; y dimos con nosotros en otro, que es también principal, que se dice Padocratora, en donde almorzamos, y pasamos a otro, que se llama Hiberico, en donde comimos, y queriendo pasar adelante me preguntaron qué era la causa que pues todos los peregrinos en cada monasterio estaban tres días, nosotros íbamos tan deprisa. Yo respondí porque en Santa Laura tenía nueva que estaba un navío que se partía para Chío, y por llegar antes que se partiese a escribir una carta y enviar cierta cosa que nuestro patriarca me había dado en Constantinopla; mas que luego había de dar la vuelta y hacer mi oración como era obligado; y con esto los aseguré ya; pasé a otro, que se llama Strabonequita, y de allí a Santa Laura, donde pensaba había de haber fin mi esperanza; y hecha la oración y ceremonias fuimos a hablar al prior, al cual hice el mismo razonamiento que al primero, y él los mismos milagros y respuestas que el otro, y dijo que allí jamás había navío semejante, sino de turcos, que me conocerían y sería la ruina de todos. El mejor remedio era ir al Xilandari, que era el primero de todos, allí solían acudir aquellos navíos. Yo digo: «Señor, he estado allá y remitiéronme acá; mirad que conmigo no habéis de gastar nada». No aprovechando, procuré de saber si había algún fraile letrado para comunicar con él y, contentándole, que se me aficionase y rogase por mí, y había uno solo, que se llamaba el papa Nicola, y comencele de hablar en griego, latino y cosas de letras el cual me entendía tanto, que con una ayuda de agua fría le hicieran echar cuanto sabía. En fin, como dice el italiano: «En la terra de li orbi, beato chi ha un ochio»; en la tierra de los ciegos, beato el tuerto; aficionóseme un poco y habló por mí, y lo que pudo alcanzar era que nos quedásemos allí por frailes de veras, y que él nos enviaría adentro el bosque, donde tenían una granja, y yo cavaría las viñas y mi compañero guardaría un hato de ovejas; y si esto no queríamos, desde luego desembarazásemos la casa; yo respondí agradeciéndoselo, que holgara de ello, pero no podíamos por respecto que teníamos mujeres e hijos, que de otra manera Dios sabía nuestro muy buen propósito. |
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JUAN.- ¿Pues el fraile mismo había de cavar ni guardar ovejas? |
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PEDRO.- Quiéroos aquí pintar la vida del Monte Santo, para que no vais tropezando en ello, y después acordarme dónde quedó la plática. |
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MATA.- Yo tomo el cargo de eso. |
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PEDRO.- Los veintidós monasterios que os he dicho, todos, sino dos, están en la misma ribera de la mar, y cada uno tiene una torre y puertas de hierro, y puentes levadizos, no más ni menos que una fortaleza, y no se abre hasta que salga el sol. Tiene asimismo cada monasterio su artillería, y frailes que son artilleros, una cámara de arcos y espadas. |
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JUAN.- ¿Para qué esas armas? |
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PEDRO.- Para defenderse de los cosarios, que podrían hacer algún salto. La distancia de un monasterio a otro no será de dos leguas adelante. En el punto que sueltan una pieza de artillería, concurrirán al menos tres mil frailes armados, y aun muchos de ellos a caballo, y resistirán a un ejército si fuere menester. |
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JUAN.- Si éstos están debajo el Turco, ¿quién les hace mal? |
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PEDRO.- Cosarios que no obedecen a nadie; son como salteadores o bandoleros en tierra. |
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MATA.- ¿No será mejor a repique de campana? |
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PEDRO.- En todo el imperio del Gran Turco no las hay, ni las consiente. Unos dicen que porque es pecado; mas yo creo a los que dicen que, como hay tantos cristianos, teme no se le alcen o le hagan alguna traición; porque el repique de campana junta mucha gente; ni órgano tampoco no le hay en ninguna iglesia, que con trompetas se dice en Constantinopla algún día solemne la misa. |
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JUAN.- ¿Pues cómo tañen los frailes o los clérigos a misa? |
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PEDRO.- Campanas tienen de palo y de hierro que tocan como acá. |
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MATA.- Eso no entiendo cómo pueda ser. |
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PEDRO.- Una tabla delgada, estrecha y larga cuanto seis varas; por en medio tiene una asa como de broquel, y tráenla en el aire en la una mano, que no toque a ropa ni a nada, y en la otra un macizo, con el cual va repicando en su tabla por todo el monasterio y hace todas las diferencias de sones que acá nosotros con las nuestras. |
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JUAN.- ¿Como acá los Viernes Santos? |
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PEDRO.- Cuasi. Las de hierro son una barra ancha y a manera de herradura o media luna, colgada de modo que no toque a ninguna parte, y allí, con dos macizos de hierro hacen también sus diferencias de repiquetes los días de fiesta. |
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MATA.- Qué, ¿es posible que en tan grande miseria están los pobres cristianos? Nunca lo pensara. ¿Y tantos hay de esos frailes? |
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PEDRO.- Ya os he dicho que en cada monasterio doscientos o trescientos, así como los monasterios de acá y las parroquias; todo es una manera de celebrar allá; dígolo para que los que oyerdes de Monte Santo se entiende de toda Grecia. |
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MATA.- ¿El comer? |
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PEDRO.- Ya os he dicho cómo comimos aquellos días de fiesta. Ellos tienen la mayor abstinencia que imaginarse puede. Primeramente no comen carne, ni huevos, ni leche, sino es obra de treinta o cuarenta días en todo el año; ítem tienen cuatro Cuaresmas. |
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JUAN.- ¿Los frailes, o todos los griegos? |
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PEDRO.- Todos las tienen; pero más abstinencia tienen los frailes. El adviento es la una, en el cual comen pescado si le tienen; luego la nuestra cuaresma, que la llaman ellos grande, la cual toman ocho días antes que nosotros, y en aquéllos bien pueden comer todos huevos y leche y pescado. El domingo de nuestras Carnestolendas las tienen ellos de pescado y huevos y leche, si no fuere pescado sin sangre, como es ostras, caracoles, calamares, pulpos, jibias, veneras y otras cosas. Así, los frailes añaden más abstinencia, que no comen lunes, miércoles y viernes aceite, diciendo que es cosa de gran nutrimento, ni beben vino; guisan unas ollas de hinojo y fasoles, con un poco de vinagre; habas remojadas con sal de la noche antes tienen muy en uso y algunas aceitunas. |
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JUAN.- ¿Pasáis por tal cosa? ¿Y pueden resistir a guardarlo de esa manera? |
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PEDRO.- Como testigo de vista os diré lo que pasa en eso. No digo yo fraile, ni en cuaresma, sino un plebeyo en viernes que esté malo, que se purgue, no comerá dos tragos de caldo de ave, ni un huevo, si pensase por ello morir o no morir y aun irse al infierno; en eso no se hable, que entre un millón que curé de griegos jamás lo pude acabar, sino unas pasas o un poco de aquel pan cocto de Italia. El Domingo de Ramos y el día de Nuestra Señora de marzo comen pescado y se emborrachan todos los seglares, y aun de los otros algunos, y darán las capas por tener para aquel día pescado. |
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JUAN.- ¿Celebran ellos la Pascua como nosotros? |
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PEDRO.- Como nosotros y cuando nosotros tienen todas las fiestas del año, y la mañana de Pascua es la mejor fiesta del mundo, que se besan cuantos se topan por la calle y se conocen, unos a otros, y el que primero besa dice: «O Theos aresti». El otro responde: «Allithos anesti». «Cristo resucitó». Y el otro: «Verdaderamente resucitó». |
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MATA.- ¿Y a las damas también? |
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PEDRO.- Ni más ni menos, si las conocen; aunque yo, para decir la verdad, aquel día, si me parecía bien, aunque no la conociese le daba las pascuas en la calle, y me lo tenía a mucho por ser español, y aun cobraba amistades de nuevo por ello. |
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MATA.- ¿Hay hermosas griegas allá? |
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PEDRO.- Mucho, como unas deas. |
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JUAN.- Dejaos agora de eso; ¡mira adónde salta! ¿Cuál es la tercera cuaresma? |
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MATA.- No querría Juan de Voto a Dios oír hablar de damas burlando más de veras. Dios os guarde de todos los de tal nombre en achaque de santos. |
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PEDRO.- Desde principio de junio hasta San Juan; y ésta no hay abstinencia de pescado, aunque tenga sangre. La última, desde primero de agosto hasta Nuestra Señora, y aún hay muchos que tienen otra quinta de veinticinco días, a San Dimitre; mas ésta no es de precepto. |
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JUAN.- ¿Y en el sacrificar, en qué difieren de nosotros? |
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PEDRO.- En el bautizar dicen que somos herejes, porque es grande soberbia que diga un hombre: «Ego te baptizo», sino «Dulos Theu se baptizi»: el siervo de Dios te bautiza. Yo, hablando muchas veces con el patriarca y algunos obispos, les decía que por falta de letrados estaban diferentes su Iglesia y la nuestra romana, porque esto del bautismo todo era uno decir: «Yo te bautizo en el nombre del Padre, etc.» y «El siervo de Dios te bautiza». No echan el agua de alto, sino tómanle por los pies y zapúzanle todo dentro la pila. En la misa no hay pan cenceño, ni curan de hostia como nosotros, sino un pedacillo de pan algo crecido. Las mujeres que llevan pan a la iglesia para ofrecer hacen una cruz a un lado del panecillo, para que de allí tome el sacristán para sacrificar, y en un platico lo tienen en el altar. La casulla es a manera de manto de fraile hasta en pies, con muchos pliegues; no le verán decir la misa, porque el altar está detrás de una pared a manera de cancel con dos puertas a los lados. El sacerdote, sobre la una, dice la Epístola al pueblo, y muchas oraciones que nuestra Iglesia dice el Viernes Santo, ellos en todas sus misas las tienen. En la otra puerta dice el Evangelio. El credo y el paternóster no le dice el sacerdote, sino un muchacho, a voces, en medio de la iglesia. |
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JUAN.- ¿Qué causa dan para que se ha de sacrificar con pan levado? |
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PEDRO.- Porque el pan sin levadura es como cuerpo sin ánima, y habiéndose de convertir en Cristo aquello, no puede si no tiene ánima. Son todos una gente cuasi tan sin razón como los turcos. |
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JUAN.- Así me parece a mí por lo que de ellos me contáis. ¿Y cómo alzan el sacramento? |
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PEDRO.- Tiénele el sacerdote en su plato cubierto con un velo negro, y sale por una puerta, y da vuelta por todo el coro a manera de procesión, y torna por la otra; y otro tanto al cáliz, y de como sale hasta que torna ninguno mira hacia allá, sino todos, inclinadas las cabezas hasta las rodillas, y más si más pueden, están haciendo cruces, y diciendo: «Chirie eleison, Chirie eleison». En fin de la misa el sacerdote da por su mano a todos el pan bendito, que llaman «andidero», y algunos entonces ofrecen algo, y no creáis que habrá griego que almuerce el domingo antes que coma el pan bendito. Las más veces hay en fin de la misa «psichico», que es limosna que algunos dan de pan y sendas veces de vino a toda la gente que hay en misa, sentados por su orden. Como no conocen nuestro Papa, tienen por superior un patriarca, el cual reside en Constantinopla, y éste pone otros dos: uno en Antiochía y otro en Alejandría. |
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JUAN.- ¿Qué renta tiene? |
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PEDRO.- La que tuviesen muchos perlados de acá; solamente aquello que por su persona allega pidiendo seis meses del año limosna en cada pueblo; es verdad que se lo tienen allegado, pero conviene ir en persona; lo que estando yo allá cada año allegaba eran trece mil ducados, de los cuales daba ocho mil al Gran Turco, de tributo porque le deje tener la fe de Cristo en peso y hacer justicia en lo eclesiástico; y de los cinco o seis mil ducados se mantiene a sí y a los otros dos patriarcas. |
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JUAN.- ¿Y ese es fraile o clérigo? |
||||
PEDRO.- No puede él ni obispo ni ninguno ser clérigo, porque los clérigos todos son casados a ley y a bendición. Ha de ser por fuerza de los de Monte Santo. |
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MATA.- Eso de casados los clérigos, me decid: «¿Cómo casados? ¿Qué cosa es casados?» |
||||
PEDRO.- ¿No os tengo dicho que se vive allá a la apostólica y no están debajo de nuestra Iglesia romana? Cada clérigo se llama papa: el papa Juan, el papa Nicola, etc., y su mujer, la paparia. |
||||
MATA.- ¡Cómo se holgaría Juan de Voto a Dios que acá se usase eso: digo a ley y a bendición, que sin ley y a maldición, de las de a pan y cuchillo, no falta, por la gracia de Dios! Tres veces ha parido la señora después que vos faltáis. |
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JUAN.- Para éstas, que yo sepa de aquí adelante de quién me guardar. |
||||
MATA.- No tenéis por qué os picar más vos que los otros, que yo no dije sino de los clérigos y teólogos de acá en comparación de los de allá; sé que vos no sois obligado a responder por todos. |
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JUAN.- Ello está bien. ¿Los obispos no tendrán, a esa cuenta, mucha renta? |
||||
PEDRO.- La que les basta para servir a Dios: doscientos o trescientos ducados el que más; y llámanse «metropollitas»; los obispados, como en renta, son pequeños también en jurisdicción; cuasi cada pueblo, como sea de doscientas casas, tiene él su «metropollita», y no puede salir de su obispado si no es a la elección del patriarca, que es por mano de éstos y eligen a uno de ellos. |
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JUAN.- ¿Y éstos elígelos el mismo patriarca de los de Monte Santo? |
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PEDRO.- Sí. |
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JUAN.- ¿Y los clérigos qué renta tienen? ¿Hay canonicatos o dignidades como acá? |
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PEDRO.- Ni aun beneficios tampoco; no penséis que es allá la suntuosidad de las iglesias como acá; son pequeñas, como cosa que está entre enemigos, y herédanse como cosa de patrimonio; es como hay acá ciertas abadías en ermitas o encomiendas de San Juan. Tengo agora yo esta iglesia como cura de ella; tomo cuatro o seis papas que me ayudan, y parto con ellos la ganancia toda que los parroquianos me dieren, que es harta miseria, si no tienen otras cosas de que se sustentar así el cura como los otros. |
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JUAN.- ¿Confiésanse? |
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PEDRO.- Como nosotros; no hay más diferencia entre su Iglesia y la nuestra de lo que os he dicho; en lo demás, entended que lo que vos hacéis en latín el otro lo hace en griego. |
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MATA.- Acabemos si os parece a Monte Santo, que después daremos una mano a lo que de esto quedare. En ese monte escabroso, donde ni hay hombre ni mujer ni pueblo en diez leguas alrededor, ¿qué comen?, ¿de qué se mantienen?, ¿quién les da limosna? |
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PEDRO.- ¿Limosna o qué? ¿Luego a hucia de la limosna se tienen de meter en las religiones teniendo sus miembros sanos? Cada mañana, en amaneciendo, que se abre la puerta y bajan el puente, veréis vuestros frailes todos salir con unos sayos de sayal hasta la espinilla y unos bicoquis como éste; veinte por aquí con sus azadas, a cavar las viñas; otros tantos por acullá, con las yuvadas; por la otra parte otros tantos, con sus hachas, al monte a cortar leña o madera; cincuenta otros están haciendo aquel cuarto de casa, enyesando, labrando tablas, y todo, en fin, que ninguno hay de fuera. Maestros hay de hacer barcas y navíos pequeños; otros van con sus remos a pescar para la casa; otros, a guardar ovejas; los de oficios mecánicos quedan en casa, como zapateros, sastres y calceteros, herreros; de tal manera, que si no es el prior y el que ha de decir la misa, y algún impedido, no queda hasta una hora antes que el sol se ponga hombre en casa. Yo me espantaba cuando no lo sabía; y caminando de un monasterio a otro veía aquéllos, que cierto parecen hombres salvajes, con aquellos cabellazos y barbas. |
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MATA.- No parecéis vos menos en verdad. |
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PEDRO.- Y preguntábanme: «Po pai, ¿iagio sini su pater agiotate?» «Santísimo padre, ¿dónde va vuestra santidad?» Yo, muerto de hambre y con mis alforjazas a cuestas respondía primero entre dientes: «¡La puta que os parió con vuestras santidades!» |
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JUAN.- ¿Pues por qué os llamaban así? |
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PEDRO.- Úsase entre ellos, aunque sea al cocinero y al herrero, llamar santidad. |
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MATA.- ¿Y cómo llaman al patriarca? |
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PEDRO.- Ni más ni menos. ¿Cómo queréis subir más arriba? Dentro el mismo Monte hay muy buenos pedazos de viñas y olivares y heredades, a donde me querían enviar a mí a trabajar, que son muchos de ellos de particulares, y lo venden. |
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JUAN.- Eso no entiendo. |
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PEDRO.- Digo que hay caserías, como digamos, con sus viñas y olivares; y el fraile que tiene dineros compra una de aquéllas, y escoge cuatro o cinco compañeros que se lo labren y dales su mesa y mantiénense de aquello. |
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JUAN.- ¿No comen en refectorio? |
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PEDRO.- Esos tales no, si no tienen muchos cuartos en la casa apartados que corresponden a aquellas caserías y son anejos a ellos, y allí se están y van a sus horas como los otros; mas no son obligados a trabajar nada para la casa. |
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JUAN.- ¿Y ésa quién la vende? |
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PEDRO.- El monasterio; porque cuando muere se queda otra vez en el monasterio, aunque en vida bien la puede vender. Así hay muchos labradores que son viudos o de otros oficios, y hacen dinero lo que tienen y métense frailes allí. |
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MATA.- ¿Y lo que llevan es nuestro, como acá? |
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PEDRO.- No, sino suyo propio, que nadie se lo puede tomar. |
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JUAN.- ¿Y ésos no saben letras? |
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PEDRO.- De diez partes las nueve no saben leer ni escribir, y gramática griega de mil uno, y aquélla bien poca. |
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JUAN.- Pocos sacerdotes habrá a esa cuenta. |
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PEDRO.- Muy pocos. Cuando a la noche llegaban del trabajo veníanme algunos a hablar; y yo no sabía de qué me conocían. Como venían con sus capas de coro, largas, de chamelote o estameña, y las barbas algo más peinadas, preguntábales quiénes eran o de qué me conocían. Decían: «¿Vuestra santidad no se acuerda que me preguntó por el camino estando yo cavando en tal parte?» Yo luego le decía: «¿Vuestra santidad es? Ya caigo en la cuenta», si mala pascua le dé Dios. |
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MATA.- ¿Cómo es posible haber pan y vino y todo lo necesario para tantas personas y tan grandes monasterios en solo pedazos del Monte? |
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PEDRO.- ¿No dije primero que tenían sus «metoxias» o granjas fuera? Cada monasterio tiene una o dos o más «metoxias» fuera del Monte, junto a Sidero Capsia, y en las islas del archipiélago algunas, como son en la isla de Lemno y del Schiatho, donde yo estuve, y Eschiro, que son de distancia de Monte Santo quince leguas por mar; y en estas «metoxias» tienen sus mayordomos, con tantos frailes que basten a labrar las viñas y heredades, y con aquellos navíos pequeños que hacen van y vienen y venden lo que les sobra, y allí tienen ganado y gallinas para los huevos, porque carne no la comen, y otras granjerías de frailes; de la lana del ganado hacen de vestir para la casa a todos. |
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MATA.- ¿Y ésos trabajan mucho? |
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PEDRO.- Como los mayores ganapanes que hay por acá; lo que seis obreros cavarán en un día, ellos largamente lo harán cuatro. ¿Qué pensáis? Antes que fuesen frailes no eran más de eso tampoco; ellos al parecer tienen vida con que se pueden bien salvar, y no piden a nadie nada ni son importunos. |
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MATA.- Si en nuestras fronteras de moros hubiese monasterios de esa manera, no se deserviría Dios ni el Rey; porque a Dios le defenderían su fe y le servirían, y al rey su reino, y que la gente de guerra que allí está se fuese al ejército donde anda su persona. |
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JUAN.- Decid vos eso y pelaros han los frailes. |
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PEDRO.- No me ayude Dios si no creo que irían de tan buena voluntad la mayor parte de ellos como a ganar los perdones de más indulgencias que la Cruzada concede, y aunque cortase tanto la espada de algunos como las de los soldados. |
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MATA.- Estaba pensando qué se me olvidaba de preguntar, y agora me acuerdo: ¿Qué hábito traen los clérigos griegos o papas? |
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PEDRO.- Unas ropas moradas por la mayor parte, aunque algunos las traen negras, y en la cabeza un barretín morado y una venda azul por la frente que le da tres o cuatro vueltas a la cabeza. |