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La sepultura de familia estaba en la iglesia mayor, llamada de Santa María, al lado de la de don Nuño de Lara, en la capilla mayor, al costado del evangelio631. Su nombre se le ve figurar por primera vez en la historia como escribano mayor de la armada que en 1493 partió de aquel puerto con rumbo a las costas de Andalucía a las órdenes del general don Íñigo de Artieda632, pues era de aquellos que tenían lanzas mareantes633, «con que sirven á Su Majestat y á los reyes de Castilla en las guerras, que no las tienen, ni reyes las dan sino á caballeros hijosdalgo notorios de Vizcaya»634. Y no cabe duda de que debía de ser persona de gran consideración entre los vecinos de su pueblo, pues en 1514 se le ve revestido de la representación de las villas y ciudad del señorío   —269→   de Vizcaya, y en el año siguiente asistir como apoderado de Bermeo a una junta de villas que se celebró en Durango635.

Su mujer, doña María Fernández de Ermendurúa era también natural de Bermeo636 y pertenecía por su familia a una de las cuatro «casas» de aquel pueblo637. Se sabe que de su matrimonio con Martín Ruiz de Ercilla nacieron por lo menos dos hijos, Juan Ruiz de Ercilla, que fue el mayor, y Fortún García de Ercilla638. Aquél y algún otro, cuyo nombre no conocemos, consta que fueron alcaldes y regidores en su ciudad natal639.

Fortún García de Ercilla vino, pues, al mundo en el año de 1494640, en Bermeo641,   —270→   con mucha probabilidad por los días en que su padre se embarcaba para Sevilla. Su niñez pasola allí, hasta que muy joven todavía, fue enviado a estudiar a la Universidad de Salamanca642, para no regresar más al pueblo en que había nacido643, y de allí, cuando apenas contaba quince años, aunque ya con buenas nociones de bellas letras, filosofía y aun de uno y otro derecho, cosa que hoy casi parece increíble, al Colegio de los Españoles de San Clemente en Bolonia, fundado en 1365 por disposición testamentaria del cardenal don Gil de Albornoz, al cual ingresó el 14 de agosto de 1510644.

Entre sus alumnos más distinguidos figuró García de Ercilla. Juan Ginés de Sepúlveda, que había ingresado al mismo Colegio en 1515, que le trató de cerca, y estaba, por consiguiente, en situación de juzgar la fama que llegara a gozar en Italia, al par que menciona entre los alumnos notables de su tiempo, en primer lugar, a Antonio de Nebrija, nos habla de su brillante desempeño en las consultas que se le hacían, de las obras que había publicado y de las que tenía en proyecto al tiempo en que así se lo escribía en una carta redactada en latín elegantísimo a Jacobo de Arteaga, «profesor doctísimo» en España, en circunstancias que estaba próximo a regresar a ella. Vale la pena de que esa parte al menos se lea: «Tengo nuevas de que nuestro amigo Fortunio quiere regresar á España y está ya, según suele decirse, arreglando sus maletas. Esto me entristece sobremanera. Salvo que me deje llevar demasiado de mi dolor, encuentro muy fundada mi tristeza, ya que muy grave sería la pérdida mía si llegase yo á verme privado de la provechosa amistad de un hombre cuyas costumbres y estudios, cual modelo santísimo, me he propuesto imitar, tomándole y reverenciándole como á maestro y director de mi vida. Y, por esto, créemelo, temo que en ausencia de él lleve yo una vida menos reglada. En verdad, querido Jacobo, amé y respeté á Fortunio por su fama mucho antes de conocerle personalmente, pues acostumbro amar á los hombres estudiosos y respetar á los sabios. Pero ahora, después   —271→   de penetrar en su intimidad, le amo, le respeto y también le admiro. Entonces, por lo que de él se decía, sabía yo que era muy adicto al culto de las letras y que era dotado de un ingenio agudo, flexible y vario; sabía también con cuánta agudeza, sutileza, y, por decirlo todo en una palabra, con cuánta gloria para él y para España había defendido, primero en Bolonia, después en Siena y, por fin, en Roma, mil quinientas conclusiones difíciles y peligrosas. Todo esto, -digo-, había llegado á mis oídos pregonado por la fama universal. Y ¿de quién, en verdad, sino de Fortunio se hablaba en Italia cuando llegué yo á aquel país? ¿Acaso en Bolonia no hallaba yo en manos de todos y no veía que se ganaban el aprecio de los más doctos, aquellos sus comentarios De pactis tan llenos de la más profunda erudición? Hoy, pues, con Cecilio puedo decir: "Grande fué la fama que precedió á Fortunio, pero él ha resultado superior á su fama". Muérame yo si supiere decirlo que más admiro en él. ¿Acaso puede hallarse ó se halló en alguien una cultura cuyo propio modelo no se encuentre en Fortunio? Es serio sin el menor dejo de austeridad. Con los amigos de su confianza es amable, sin comprometer su autoridad ni gravedad y, por decirlo de una vez, en todo se modera de tal suerte; que no excediéndose en cosa alguna, tampoco en nada queda corto. Todo lo cual es muy grande y, excepto en hombres eminentes por su sabiduría é integridad, en nadie se encuentra».

Prosigue luego estableciendo un paralelo entre Córdoba, su patria, y Vizcaya, «tierra de Marte y de Vulcano»645, en el cultivo de las letras, y continúa así: «[...] existiendo en él alma vizcaína un no sé qué de indómito, (con lo cual ves que no quiero adularos), no por esto Fortunio, aunque gravemente provocado, permite que las iras vizcaínas se adueñen de él. Antes bien, no dejándose llevar por ellas en manera alguna, domina á su propia alma, resiste á sus ímpetus y los modera. ¿Cabe mejor retrato de la templanza de aquel maestro bárbaro? Y, además, ¿hay jurisconsulto que en las consultas luzca mayor gravedad, mayor reflexión, mayor circunspección? Cuanto á su autoridad, puedo, por lo que á mí toca, decir que en negocios dudosos me sirve de guía. Cuanto á su literatura, admiro que corriendo los alumnos en tropel hacia él, como hacia el oráculo de Delfos, para proponerle dificultades, no haya cosa que él ignore, y no menos digno de admiración es, que por muy diversas que sean las preguntas, Fortunio las contesta en el acto y sin temeridad...».

«No contento con frecuentar á los más sabios jurisconsultos, escruta también á los filósofos, sin descuidar á los teólogos. Dirás tal vez que mal hace un jurisconsulto cuando, no poseyendo los necesarios conocimientos, se entromete en teología. Así es, en verdad; mas, con todo, me atreveré á dar mi opinión cuando ésta se encuentre conforme con la de los hombres más doctos. Si en algo estoy acorde con éstos, es, sobretodo, en admirar la sabiduría de Fortunio, cuyas muestras espero habrán de perdurar siempre; aludo á esos Comentarios, de donde mana la más variada erudición; y á las nuevas obras de él, (cuya publicación está, según oigo, próxima) una de las cuales versará sobre el Fin último de ambos Derechos, materia que los más doctos han rehuído, y la otra, sobre la Ley Gallus, materia formidable hasta para los Ulpianos y los Modestos. A estas obras agréguense otras no menos llenas de sabiduría, cuya publicación   —272→   le habéis pedido empiece luego, tú y los demás hombres doctos, muy amigos de él, á quienes suele Fortunio comunicar sus trabajos cuando todavía están en borrador...».

«Pero, volvamos á nuestro asunto: ya ves cuan grande es en Italia la fama de Fortunio, con cuánta alabanza; había enseñado el Derecho Pontificio en Bolonia, ya que el Senado de Florencia le ha invitado y rogado acepte, con magnífico salario, una cátedra en la Universidad de Pisa. No hay quien no espere verle, antes de mucho, llegar á mayores riquezas y honores, si sólo persevera en el camino empezado. Esto, empero, no es lo que le alucina. Inclinado por vocación hacia las tareas de gobierno, no piensa, según, él mismo lo dice, sino en servir á su rey. Esto, para él, es lo que más merece ser deseado, según lo enseña Platón..., como si de otra manera no pudiera servir á su patria»646.



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Llegar a producir obras de tal importancia y llenas de erudición y captarse tamaño prestigio cuando aun García de Ercilla no había enterado los 25 años de su edad, resulta sencillamente asombroso. La noticia de su persona alcanzó a oídos de Carlos V, y deseoso de hacerle de sus Consejos, le escribió para que se trasladase a España. García de Ercilla, que vivía entonces en Roma y era estimadísimo del pontífice León X   —274→   y de su corte, no trepidó en aceptar el ofrecimiento sin que pudieran retenerle en Italia, como observa Lampillas, «las más lisonjeras esperanzas, ni los repetidos ruegos de sus amigos», a quienes respondía, según dice Sepúlveda, «vuelvo á España para servir á mi rey: hoc est optimo cuique votis expectendum».

De acuerdo con los deseos del monarca, García de Ercilla partió de Roma con dirección a España, y en fines de febrero de 1518 se hallaba ya en Valladolid, pero sin ocupación todavía. El puesto que se le había; ofrecido en el Consejo de Navarra no se le daba, porque no ocurría vacante alguna. Escribiendo por aquellos días a uno de sus parientes en respuesta a una consulta de derecho que se le sometiera, le decía: «por agora, lo del Consejo tiene para más gasto que provecho, y las mercedes son ningunas, hasta que nuestro señor el Rey, con algo más de edad y conoscimiento,   —275→   tome sobre sí las cosas». Pero esas esperanzas eran aún remotas, pues los flamencos, encargados del gobierno de España, hacían poco aprecio de las letras. No faltaban quienes le aconsejaran que, mientras obtenía el ofrecido cargo, se dedicase al ejercicio de su profesión de abogado, temperamento que se manifestaba dudoso en aceptar, pues «aunque no cudicioso de dineros», por los tiempos que corrían, acaso hubiera al fin de serle necesario. Prefirió, sin embargo, esperar, «hasta que venga, expresaba, el precio y la feria de los buenos»647.

Pasaron, en efecto, sólo unos cuantos meses antes de que el monarca viniese en su auxilio, despachándole en 15 de agosto de aquel año una real cédula por la cual se le señalaban 60 mil maravedís anuales, entretanto que le proveía de oficio y cargo en que le sirviese648; y luego en 20 de noviembre del dicho año, «acatando su suficiencia é habilidad é literatura é buena conciencia y entendimiento», le nombraba por de su Consejo, aunque sin aumentarle el salario649.

Por el cargo que desempeñaba, es de creer que acompañase a la corte a las diversas ciudades que el Rey iba visitando, y, según eso, habría estado en Ávila (1519), en Burgos, (1521) en Palencia, (1522) en Toledo, en Granada en Valladolid y Madrid650. En fines de 1523, le vemos ya figurar con el título de regente del Consejo de Navarra651.

Era en ese entonces virrey de aquel reino don Antonio Manrique de Lara, segundo duque de Nájera, y el continuo trato que por sus respectivos cargos medió entre ellos hizo que bien pronto les ligara estrecha amistad. De ella procedió, creemos no engañarnos, el matrimonio de García de Ercilla con doña Leonor de Zúñiga. La familia de ésta residía en Bobadilla, a un paso de Nájera, y ligada a la del Duque por relaciones de vecindad, es muy probable que pasase algunos días con él en Pamplona,   —276→   o que en visita del Duque a su casa de aquella ciudad se hiciese acompañar de su amigo y conociese, por tanto, a doña Leonor. La madre de ésta, ya viuda, considerando el ventajoso partido que se le ofrecía, renunció en ella, según se dice, como su hija mayor, la mejora del tercio y quinto de sus bienes para que le sirviese de dote652, y bajo tales auspicios se celebró el matrimonio en Tafalla653, casi seguramente en 1524654.

De la familia de doña Leonor de Zúñiga hemos de tratar luego que terminemos de historiar la vida del que fue su marido.

Si hemos de dar crédito a lo que afirma Garibay, en ese último año García de Ercilla fue ascendido al Consejo de las Órdenes, que funcionaba en Castilla, en cuyo puesto no alcanzó a permanecer doce meses, cuando le pasaron al Real, para el cual se le había hecho venir de Italia. De los documentos que conocemos se desprende con certeza, sin embargo, que este último ascenso sólo vino a verificarse por nombramiento de 21 de abril de 1528655. ¿Permanecía, en realidad, hasta entonces sirviendo en el Consejo de las Órdenes, o tuvo a su cargo en ese tiempo algunas comisiones que no conocemos? La duda es admisible, pero nos inclinamos a creer que el cronista padeció error en aquel aserto.

Lo que se puede asegurar es que en 1527 había rendido sus pruebas para armarse caballero de Santiago656 y que su situación pecuniaria mejoró algún tanto por el mayor sueldo que desde entonces empezó a disfrutar657; siguió gozando de la asignación   —277→   que le había sido otorgada antes de su primer nombramiento, que le fue renovada anualmente658, y aun, por real cédula de 7 de marzo de 1529, «acatando sus servicios»; se le hizo merced por el Rey de otros sesenta mil maravedís659. No expresaba en ese documento cuáles fueran sus servicios que así se le mandaba remunerar, si bien tenemos algún antecedente que nos permite señalarlos con certeza. García de Ercilla, por el crédito bien ganado que se tenía por su ciencia, entendimiento y buena conciencia, había pasado a ser consultor obligado de Carlos V en los asuntos arduos que se le presentaban, tanto, que según asegura Garibay, en los catorce años que estuvo en el Consejo, «ningún negocio de importancia se ofreció en él que el Emperador no le mandase librar con su intervención y voto». Entre ellos, túvola grandísima, para las ideas de aquel tiempo, el desafío que los monarcas de Francia e Inglaterra hicieron por medio de sus reyes de armas a Carlos V en Burgos, a 22 de enero de 1528. Mandose traer el caso en los Consejos de Estado y Guerra, cuyos miembros enviaron su respuesta al Emperador desaprobando el que aceptase el reto, si bien García de Ercilla, que también lo firmaba, le escribió por separado una carta en la que le decía: «Estos señores aconsejan como letrados; V. M. obre como caballero». Sea por esto o por la confianza que le inspiraba su saber, Carlos V le pidió que le diese aparte su dictamen, como lo hizo también con algunos nobles y prelados660, y García se lo envió fundándolo en historias sagradas y humanas y en las doctrinas del derecho y de la filosofía moral661. Como remuneración a este estudio se habría dictado, pues, la real cédula de que hablábamos.

Ni había de ser el único dictamen en materias políticas que diera García de Ercilla, pues también se conserva en copia uno del Consejo de Castilla pasado al mismo Carlos V sobre cosas de la fe y del viaje que proyectaba a Alemania, que está datado en Ávila, a 28 de julio de 1531 y suscrito con su nombre662. «Palpaba, de tal manera, cada día más de sus cosas este gran monarca, refiere Garibay, que le hizo de su Consejo de Cámara», y aun asegura que «se tuvo por muy cierto en la opinión de los graves varones más allegados á su privanza y Consejos, que le quería encomendar la crianza y educación del serenísimo y muy alto príncipe don Felipe, su hijo y universal heredero»: afirmación que resulta muy verosímil cuando sabemos que a su hijo don Juan de Zúñiga, Felipe II le nombró maestro de las infantas doña Isabel y doña Catalina.

Merced a la mayor renta de que venía disfrutando y, de seguro, por las economías que de ella lograra, con más lo que pudo reunir del producido de las lanzas mareantes y ballesteros de su pueblo natal663, en 7 de noviembre de 1529 compró a su suegra,   —278→   ya desposada en segundas nupcias con Puelles de Frías, y a ambos a dos juntamente, por precio de 650 mil maravedís, el derecho y acción que les correspondía al lugar de Bobadilla «con su término é tierra é vasallos é rentas é pechos é derechos y montes é prados é heredamientos»664; negociación que, según hemos de verlo, había de resultar después del todo fallida y desgraciada, por el pleito que al señorío de aquel lugar se instauró a su viuda y que ésta perdió.

En ese orden, sábese, asimismo, que García de Ercilla, en una época que no podríamos señalar, pero que no puede distar mucho de los días de su vida que vamos historiando, «traxo un pleito muy recio con don Pedro Viamonte sobre una hacienda muy gruesa»665.

Según la práctica de aquel entonces, el Consejo de que García de Ercilla formaba parte debía seguir a la corte doquiera que se trasladase: así, en julio de 1531 le vemos que se hallaba en Ávila666; en mayo del año siguiente, en Medina del Campo, en acompañamiento de la Emperatriz667, en Madrid a mediados del año siguiente, fecha en que se obligaba a pagar a los del Consejo de las Indias la cantidad que por el despacho de sus bulas para obispo de México había quedado a deber fray Juan de Zumárraga668, con quien, casi seguramente, le ligaban relaciones de parentesco669; y, por fin, al año siguiente en Valladolid, de cuya ciudad, por causa de la peste que allí se desarrolló hubo de retirarse al vecino pueblo de Dueñas, donde le alcanzó el contagio y le llevó al sepulcro en uno de los primeros días de septiembre, de aquel año de 1534670 cuando apenas contaba los cuarenta de su edad.

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Tan prematuro fin tuvo el «más ilustre de los hijos de la villa de Bermeo», como le calificó el historiador de Vizcaya671. Su cuerpo fue enterrado en depósito en el monasterio de San Agustín de Dueñas y llevado después al de Valvanera, donde se sepultaron también más tarde los de su viuda y los de algunos de sus hijos672. En su testamento dejó nombrados por albaceas al Conde de Osorno, a Juan de Samano, secretario que fue de Felipe II, y a su mujer doña Leonor de Zúñiga, y por herederos a sus hijos Francisco, Juan, María Magdalena, María, Salomé y Alonso, instituyendo un vínculo a favor del primero, que era el primogénito673.

Como se habrá visto en el apunte genealógico de Ercilla674, su ascendencia por   —280→   parte paterna sólo alcanza hasta Martín Ruiz de Ercilla, y por línea materna a Alonso de Zúñiga y su mujer doña Catalina de Zamudio. Podemos agregar respecto de la última, que era hija del doctor Alonso Martínez de Nájera, y éste, a su vez, de Fernán Martínez Mercader y Calabaza.

Fernán o Hernán Martínez Calabaza, fue natural de la villa de Fromesta y «descendía de un linaje que llaman de los Calabazas, los cuales decían que habían venido de Fromesta de Francia, é que de allí había sido el primero dellos, é que toman por armas tres flores de lis é que pendían dellas tres calabazas...»675. De Fromesta, Martínez se trasladó a Nájera, en unión de un su hijo, que fue después doctor, nacido también en aquella villa, y falleció dejando fundado en esa ciudad «un hospital muy principal»676.

Alonso Martínez llegó a obtener gran crédito en el ejercicio de su profesión de médico677; habiéndolo sido del Duque de Nájera don Pedro Manrique «y aun de los Reyes Católicos»678, y «uno de los más honrados hombres de la ciudad de Nájara»679. Se casó allí con una vizcaína de abolengo distinguido, que se llamaba, según parece, de Zamudio680.

Todos los que conocieron al doctor Martínez aseguraron que su linaje era de cristianos viejos, si bien alguna duda se suscitó acerca de si formara entre los pecheros labradores, o hijosdalgo.

Ercilla no nombra a su abuela materna, que se llamó doña Catalina de Zamudio, que había nacido en Nájera; era hija del Doctor Martínez y casó con Alonso de Zúñiga,   —281→   hijo de Íñigo Ortiz de Zúñiga; y éste, a su vez, del Mariscal Lope Ortiz de Zúñiga, «que dexó cinco mayorazgos y fué un caballero principal en esta tierra é muy notorio é limpio hijodalgo»681, tanto, que se tenía por cosa cierta que descendía de los Reyes de Navarra y de la Casa antigua de Zúñiga, de la que procedían los Duques de Béjar682.

Íñigo Ortiz de Zúñiga fue guarda-mayor del Rey don Juan II, quien, por los servicios que le había hecho, en 17 de noviembre de 1452 le hizo donación por juro de heredad de los lugares de Villaporquera y Bobadilla, «con los vasallos é términos é prados y con justicia civil y criminal, alta y baxa, y mero é mixto imperio»683.

Hermanos de Alonso de Zúñiga fueron doña Francisca de Zúñiga, que casó con el Conde de Nieva y a quien le llevó en dote la villa de Baños de Ríotovia684; y doña Marina de Zúñiga, que habiendo casado con don Cristóbal de Barahona, le entregó a igual título la de Mohave685.

En las contiendas civiles de aquel tiempo, los ascendientes del Duque de Béjar «quedaron tan grandes señores porque siguieron la parte del Rey don Enrique, y los señores de Mohave y Casa Montalvo y Casa de Nieva siguieron la del Rey don Pedro»686.

Alonso de Zúñiga, que pasó a ser señor de Bobadilla por la muerte de su padre, gozó así de la reputación de caballero tan principal, que cuando iba a Nájera le salía a recibir fuera de la ciudad el Duque de ese título, que a su nombre le confió, además, la gobernación de justicia. Falleció por el mes de marzo de 1505687.

De su matrimonio con doña Catalina de Zamudio quedaron ocho hijos, todos menores de diez años, el segundo de los cuales fue doña Leonor de Zúñiga, madre de don Alonso de Ercilla688. Muy poco después de la muerte de Alonso Ortiz de Zúñiga sus   —282→   vasallos «se desgraciaron con la dicha doña Catalina; su mujer, é la pusieron pleito á ella é á sus hijos, llamándose de la Corona Real»689. El ayuntamiento de aquella villa, en efecto, extendía poder en 11 de octubre de 1505 para gestionar su incorporación a la Corona, y por pleito a que se presentó el Fiscal, le fue concedida y despojada de ella doña Catalina690. Por fortuna, sus hijos no fueron citados al juicio, y, por tal causa, aquella sentencia quedó sin ejecutoriarse, al menos por entonces691.

Para salvar el trámite que faltaba y que pudiesen salir al juicio; doña Catalina les hizo nombrar de tutor a Juan de Salazar, servidor que había sido de su marido, y el pleito seguía aún, cuando doña Catalina, en unión de su segundo marido Puelles de Frías692 vendió el señorío de la villa a García de Ercilla y su mujer doña Leonor de Zúñiga en 1529, según dejamos expresado693. García de Ercilla no podía ignorar, después   —283→   de lo que hemos visto, que el señorío que tan caro compraba, era, en realidad, litigioso. Contaba, sin duda, con su buen derecho, pero su temprano fallecimiento dejó la causa entregada a su viuda, que al fin había de perderla para sí y sus hijos.

Luego de muerto su marido, doña Leonor solicitó y obtuvo ser nombrada curadora de éstos694 y se fue a vivir «en gran recogimiento y ejemplo» en sus propiedades de Bobadilla y bajo el inmediato amparo del duque de Nájera. Sábese que para asistir al casamiento de una sobrina de su marido, hija de Juan Pérez de Ercilla, con Pero Diez de Arbolancha, vecino de Bilbao, hizo un viaje a Bermeo, y acaso con ella, su hijo don Alonso de Ercilla, que viera entonces por primera vez la patria de su padre695.

Parece que bien pronto, sin embargo, fue recibida en Palacio, donde vivió enterrada, -son sus palabras-, y en servicio, según es de creer, de las infantas doña Juana y doña María, hermanas de Felipe II, y el hecho es que se decía vecina de Valladolid en 1537, fecha en que extendía poder, por sí y a nombre de sus hijos, para que se les representase en el juicio, que aun se proseguía, sobre el señorío de Bobadilla, cuya resolución final, que le fue desfavorable, se le notificó en Ocaña, estando allí con sus Altezas, en 4 de septiembre de 1541696, privándole de cuanto tenía en aquella villa.

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En tal condición ha debido de permanecer doña Leonor en Palacio, hasta que por el casamiento de la infanta doña María con Maximiliano, celebrado en Valladolid en 1548, fue nombrada guarda-mayor de sus damas697, a la vez que su hijo don Alonso entraba de paje al servicio del príncipe don Felipe. En Valladolid permanecía todavía en septiembre de 1550, fecha que los historiadores de Valvanera recuerdan a propósito de la intervención que le cupo en una prodigiosa curación del secretario real Juan Vázquez de Molina698.

Cuando Maximiliano y su mujer se marcharon a Viena, hubo de seguirles doña Leonor, acompañada de sus hijas María y María Magdalena, también en calidad de damas de la Emperatriz. Para vivir contaba, además de los gajes del puesto que desempeñaba, de una pensión anual de 50 mil maravedís de que Carlos V le había hecho merced, situados en la merindad de Rioja y que cobraba por ella en España su hijo don Juan de Zúñiga699.

Allá en Viena perdió, en principios de 1555, a su hija María700 y ella se hallaba tan enferma de cáncer en 1558, que resolvió volverse a España, dejando allí a su otra hija doña María Magdalena, hasta llegar a la villa de Villafranca de Montes de Oca,   —285→   donde residía su hijo don Juan, y después de extender un último codicilo, fallecía allí en uno de los primeros días de enero de 1559701.

He aquí ahora lo que sabemos de los hijos que tuvo de su matrimonio con Fortún García de Ercilla.

Fue el mayor don Francisco de Ercilla, que murió soltero y muy joven en Madrid, en 28 de julio, de 1545. Su cuerpo fue enterrado en depósito en la iglesia de Santa María y trasladado más tarde a la sepultura de su familia del monasterio de Valvanera.

Seguíale en el orden de su nacimiento don Juan de Zúñiga y Ercilla. Había abrazado la carrera eclesiástica, y aunque no sabemos dónde estudiara ni cuándo se ordenara, consta que para obtener un beneficio, si vacase, en la iglesia de la Cruz de Nájera, rindió allí una información en juicio contradictorio con el Cabildo Eclesiástico para acreditar que podía tener opción a ella como hijo patrimonial de la ciudad, y así se declaró por sentencia dada en Logroño a 4 de mayo de 1556702. Pero todo no pasó de eso, y, don Juan hubiera continuado sin colocación alguna, si dos años más tarde el Rey no le hiciera merced de nombrarle administrador del Hospital Real de Villafranca, de la que le dio las gracias en una rendida carta que le escribió desde Valladolid en 27 de septiembre de aquel año703. Muy luego hubo de trasladarse al pueblo a que era destinado, y allí, poco después, le tocó cerrar los ojos a su madre, según queda dicho. Ésta en su codicilo confirmó la cláusula del testamento de García de Ercilla que le llamaba a gozar del vínculo fundado a favor del hijo mayor en la familia, reducido entonces a la casa y alguna otra propiedad que le quedaba en Bobadilla después de la pérdida del señorío de la villa704. En desempeño de su puesto permaneció en aquel pueblo, hasta que en principios de septiembre de 1574 fue nombrado para el oficio de capellán del Rey y de limosnero mayor de la reina doña Ana, la última mujer de Felipe II705, abad de Hermedes706 y, a la vez, maestro de las infantas de España doña   —286→   Isabel y doña Catalina, hijas de la reina Isabel, primera mujer que fue del mismo rey, a quienes enseñó a leer en la Chrónica universal de España de Esteban de Garibay707, por cuyas funciones recibía una asignación anual de 400 ducados pagaderos sobre la Mesa Episcopal de Zamora708; sin otros gajes que la Reina le mandaba dar por separado709.

Bien se acredita con esto el alto predicamento de que don Juan gozaba en Palacio, que no podía menos de trascender hasta la patria de su padre, cuyo Cabildo le escribió, en 20 de marzo de 1578, una carta honrosísima, en la que, al par de recordar agradecido los servicios que le debiera a Fortún García de Ercilla, le pedía que no se olvidase de aquel su pueblo, cuya honra era también la suya710. Y esa honra hubo de acrecentarse aún con el nombramiento que se le hizo para preceptor del infante don Fernando, hijo de Felipe II y de la reina doña Ana, cargo en que falleció en Almaraz, después de haber enfermado en Badajoz, donde se hallaba acompañando al monarca en su campaña a Portugal, en 26 de agosto de 1580711. Fue enterrado en depósito en un monasterio de franciscanos que existía no muy lejos de aquel pueblo, y sus restos trasladados después a Valvanera. En su testamento dejó nombrado por albacea a su hermano don Alonso de Ercilla, de cuyas gestiones como tal hemos hablado en su biografía.