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ArribaAbajoBuenas cosas mal dispuestas

Epístola a Emilia.



(SÁTIRA CONTRA EL GÉNERO HUMANO)



Verdadera miseria es vivir en la tierra. Cuando el hombre quiere ser más espiritual, tanto le será más amarga la vida; porque siente mejor, y ve más claro los defectos de la corrupción humana.


(KEMPIS, lib. I, cap. XXII)                




Introducción

   Del hombre, Emilia, las virtudes canto,
aunque al hombre al cantar, siempre sin calma,
cayendo está sobre mi risa el llanto.
   Dicen que lleva la moral la palma
con el físico el alma comparando,
mas tan ruin tiene el cuerpo como el alma.
   Perdonad mi opinión los que llamando
al hombre la mejor de las conquistas,
un culto le rendís; ¡culto nefando!
   Hablo con vos, ilusos moralistas,
con vos, factores de virtudes, hablo,
que en el hombre miráis cosas no vistas.
    Vos, alzando un aurífero retablo,
ponéis al hombre en preeminente nicho,
siendo digno de altares como el diablo.
   Vos, que le amáis por bárbaro capricho,
sois, su hipócrita instinto, disculpando,
más hipócritas que él: lo dicho, dicho.
   Vos, al hombre en vosotros adorando,
vivís, amantes de vosotros mismos,
la humanidad falaces incensando.
   ¡Huid con tan revueltos silogismos
a la luz con que alumbro temerario
del corazón los múltiples abismos!
   Derrocad por pudor vuestro escenario,
o, agitado a mi voz el pueblo, arguyo
que os romperá en la frente el incensario.
   Mas ya de vos, sin ahuyentaros, huyo,
porque, altivo, desprecio a los histriones,
y en santa paz mi introducción concluyo.
   Cuando, cual don de sus mejores dones,
Dios hizo al hombre, le adoptó por hijo,
y en su afán le colmó de bendiciones.
   Y en cuanto al hombre su Señor bendijo,
-Si ennobleces con esto tu existencia,
serás mi ser predilecto, -dijo.
   Y en prueba de inmortal munificencia
echó a sus pies con paternal contento
la «fe», el «amor», la «gloria», la «conciencia»,
el «honor», la «virtud», el «sentimiento».


- I -

El sentimiento

   ¿Qué dirás que hizo el hombre, aun inocente,
el verse de virtudes opulento?
(No te rías, Emilia.) Lo siguiente:
   Al «sentimiento» se acercó al momento,
y echando al corazón enhoramala,
se colocó en la «piel» el «sentimiento».
   La aprensión, vive Dios, no fue tan mala,
porque en su alma el dolor jamás se ceba,
pues siempre fácil por su piel resbala.
   Así el dolor de la más triste nueva,
si un aire se lo trae, cuando pasa,
otro aire, cuando pasa, se lo lleva.
   Y así el alma en sentir es tan escasa,
cuando antes, por la piel, el «sentimiento»
con ímpetus brutales no traspasa.
   ¡Ay, por esa se olvidan al momento,
al muerto padre, que a llorar provoca,
la ausencia de un amigo, y de otros ciento!
   Y así el alma en su fondo nunca toca
la lumbre de unos ojos que se inflaman,
el regalado aliento de una boca.
Y por eso nunca oye a los que la aman,
cuando, con voces de dolor gimiendo,
del corazón contra las puertas llaman.
   Y solamente con la «piel» sintiendo,
al hombre vil con corazón vacío
(de golpes y estacadas prescindiendo,)
sólo le afectan el calor y el frío.
   ¿Lo has oído, bien mío?
«¡Sólo le afectan el calor y el frío!».


- II -

La conciencia

   El hombre, por su infamia o su inocencia,
se puso en el estómago», y no es broma,
la augusta cualidad de la «conciencia».
    Por su «conciencia» el hambre a veces toma,
y por eso en el hombre nadie extraña
que su deber olvide, porque coma.
   ¡El alma enciende, en implacable saña,
ver la «conciencia» a la opresión expuesta
de un atracón de trufas y champaña!
   En alta voz mi corazón protesta
contra esta rectitud de hombre fiero,
puesto que de él la rectitud es ésta.
   ¿Quién espera en la fe de un caballero
si otro contrario regaló su panza
(hablo siempre en metáfora), primero?
   ¿Quién verá sin impulsos de venganza
que un cuarterón de... (cualquier cosa), inclina
de la justicia la inmortal balanza?
   ¡Mísera humanidad, a quien domina
ya de una poma la frugal presencia,
ya el aspecto vulgar de una sardina!
   Jamás un noble escucha con paciencia
que llame a su despensa algún ricacho,
«general tentación de la conciencia».
   ¿A qué alma sin doblez no causa empacho
ver que el hombre, honrosísimas cuestiones
las reduce a cuestiones de gazpacho?
   Decid, ¡oh diplomáticos varones!
los muchos tratos que hacen y deshacen
pechugas de perdices y pichones.
   El hambre o el interés deshacen o hacen
cuando ofrece aumentar nuestra opulencia,
pues como dicen los que pobres nacen:
   El hambre es quien regula la «conciencia».
Añade a tu experiencia,
«que el hambre es quien regula la conciencia».


- III -

El honor.- La virtud

   «Virtud y honor», Emilia, y no te asombre,
puso el hombre en la «lengua», y por lo mismo
de «honor» y de «virtud» tanto habla el hombre.
   De su «virtud» y «honor» el heroísmo
pondera altivo, hablando y más hablando,
silogismo añadiendo a silogismo.
   Siempre al hombre más vil verasle alzando
un pedestal donde su honor se ostente,
las frases con las frases combinando.
   Rico o pobre, el mortal eternamente
llama a su honra «el amor de los amores»:
¡maldito charlatán, y cuánto miente!
   Jamás a la «virtud» faltan loores
de las doncellas en la linda boca
cráter que Mayo, coronó de flores.
   Hay tanta lengua que el «honor» evoca,
que, ya ofuscada mi razón, no explico
si a risa, a llanto, o a indignación provoca.
   Perpetuamente en expresiones rico,
¡qué hermoso fuera el hombre si tuviese,
las entrañas tan bellas como, el pico!
   En general, si hay uno que os confiese
que es la virtud su solo patrimonio,
bien podéis exclamar: «¡Qué pobre es ese!»
   O buscad de su «honor» un testimonio;
varéis que por dor cuartos... (y son caras),
«honra» y «virtud» se las vendió al demonio.
   Pues como dijo el padre Notas-Claras
(que era un fraile muy sabio, por más mengua):
-Salvo alguna excepción (que son muy raras)
no hay «honor» ni «virtud» más que en la lengua.-
   ¿Lo has entendido? ¡Oh mengua!
«¡No hay honor ni virtud más que en la lengua!».


- IV -

El amor

   ¿Qué hizo el hombre -dirás, Emilia bella-,
con la llama de «Amor»? -¡Ay! El idiota
la torpe sangre se inflamó con ella.
   Y así, de «amor» si el huracán le azota,
por sus entrañas circulando ardiente,
el torpe incendio a los sentidos brota.
   Lleva el «amor» su antorcha diligente
por aldeas, por villas y por plazas,
de nación en nación, de gente en gente.
   Diablo es «amor» de angelicales trazas
que, estirpes con estirpes confundido,
las razas asimila con las razas.
   Ora hacia el lecho conyugal corriendo,
de alta estirpe pervierte el tronco honrado,
de un ruin árbol el germen ingiriendo:
    ora, en traje modesto disfrazado,
la inocencia sorprende en la cabaña,
de mirtos y de rosas coronados;
   ya con infame ardor, montando en saña,
la augusta luz de la imperial diadema
con niebla eterna el deshonor empaña;
   y en el furor de su ilusión extrema,
con vil incesto, ignominiosamente
el santo hogar donde nacimos quema.
   Pasa, gozada, una ilusión ardiente,
¡oh fútil brillo de la gloria humana!,
como todos los goces, de repente.
   Y hasta los fuegos que tu pecho emana,
mañana acabarán, Emilia mía;
¡sí, Emilia mía, acabarán mañana!
   El más seguro «amor» que el cielo envía,
entre el montón de los recuerdos vaga,
después que pasa un día y otro día.
   ¡Es triste que el «amor,» que tanto halaga,
se extinga, no apagándolo, en pavesas,
o en cenizas se extinga, si se apaga!
   Mas, pese a las promesas más expresas,
muere el «amor» más tierno, confundido,
entre cartas y dijes y promesas.
   Y a llegar fácilmente reducido
al termino infalible de la muerte,
en cenizas o en pavesas convertido,
fuego es «amor» que en aire se convierte.
   Advierte, Emilia, advierte:
«¡Fuego es amor que en aire se convierte!».


- V -

La fe.- La gloria

   La bribonada, Emilia, o la simpleza,
cometió el hombre de poner «fe» y «gloria»
donde está la locura, en la cabeza.
   Por eso en nuestra mente transitoria
la «fe» que muchos con placer veneran,
es tan fútil cual rápida memoria.
   Y aunque se indignen los que en ella esperan,
la «gloria» es sueño, ¡oh! sí, simple embeleso,
sombra, ilusión, o lo que ustedes quieran.
   ¡A cuánto exceso arrastra, a cuánto exceso
ese tropel de imágenes que crea
la propiedad fosfórica del seso!
   Por la «gloria» el mortal llegar desea
a la inmortalidad! ¡Nombre rotundo!
¡Buen lugar para el tonto que lo crea!
   Por la «fe», en este piélago profundo,
mil cosas aguardamos tras la losa;
¡oh esperanza dulcísima del mundo!
   Y sólo por la «gloria»,-«Aquí reposa»-
grabamos en sonoras expresiones,
-«Don Fulano de Tal, que fue tal cosa».
   Y por más que en tan vagas emocionen
su existencia malgasta con empeño
(su destino es correr tras de ilusiones)
«gloria» y «fe» para el hombre son un sueño.
   No lo olvides mi dueño:
«¡Gloria y fe para el hombre son un sueño!».


Conclusión

   Ya que mi atroz prolijidad lamentas,
voy, Emilia, a decir, por consiguiente,
lo que es el hombre en resumidas cuentas:
   Ahora el «interés» primeramente
su «honor» y su «virtud», su «fe» y su «gloria»,
y con, «frío» y «calor» tan sólo siente.
   En fin, porque ya abrumo tu memoria,
de las virtudes lloraré la ausencia,
pues mi pasión por ellas te es notoria.
   «¡Fe, sentimiento, amor, honra y conciencia»,
pues se os desprecia, abandonad el suelo,
ensueños de mi cándida inocencia!
   ¡Tornad, fuentes del bien, tornad el vuelo
para castigo de la humana gente,
a vuestra patria natural, el cielo!
   «¡Gloria y virtud!» Yo os juro tiernamente
que al alejaros, desgarráis atroces
el corazón donde os guardé inocente.
   ¡Huid, a mi pesar, huid veloces,
leves emblemas del orgullo humano,
sonores ecos de proscritas voces!
   ¡Adiós! Y, por dar fin, bésoos la mano,
pues ya me llena de mortal despecho
la convicción de que predico en vano.
   Que a ahogar el hombre sus virtudes hecho,
sólo le han de afectar, a pesar mío
(por Dios, que este final desgarra el pecho),
«calor, hambre, interés, amor o frío...»
   Apréndelo, bien mío:
«¡Calor, hambre, interés, amor o frío!...».






ArribaAbajo¡Ay del que nace o muere!


   -¡Adiós por siempre, hijo del alma mía!-
un triste anciano al expirar clamaba;
y el tierno infante que su sien besaba,
¡Adiós por siempre! -el infeliz decía.
   Vertió el viejo la lágrima postrera
y vertió la primera el niño en tanto;
y confundidas última y primera,
símbolo fueron de su igual quebranto.
   ¿Cuál lágrima, decid, en mal tan fuerte
del corazón brotó más dolorida?
¿La del que el mal primero halló en la vida,
o la de aquel que un bien halló en la muerte?...






ArribaAbajoHistoria de un amor

Pero, si alcanza lo que deseaba,
siente luego pesadumbre por el
remordimiento de la conciencia
que siguió a su apetito...


(KEMPIS: Imitación de Cristo, lib. I, cap. VI)                




- I -

Deseo

   -Román, tu ciencia es incierta;
me ha dicho quien bien lo sabe
que es la pureza una llave,
que abre del cielo la puerta.
   -Victoria, por Dios, ahora
de la juventud gocemos,
porque, después que expiremos
lo que ha de pasar se ignora.
   -No gozo por no penar.
-Pues es igual, a mi ver,
gozar para padecer
que padecer por gozar.
   Si Dios nos cierra su gloria,
en el infierno algún día
será inmortal, alma mía,
de este placer la memoria.
   Porque un recuerdo tan fuerte
de tan grande bienandanza,
traspasa, cual la esperanza,
los límites de la muerte.
   Hoy mis deseos coronas
del favor más soberano,
con esta trémula mano
que en tu embriaguez me abandonas.
    Deja que en ansia tan loca
una mi frente a tu frente,
porque me ahoga el ambiente
que no perfuma tu boca.
   Pon en tu blando extravío,
para calmar mis antojos,
tus ojos junto a mis ojos,
tu corazón junto al mío.


- II -

Placer


   Es imposible, Victoria,
      que haya un tormento
que me haga olvida la gloria
      de este momento.
No, quien dicha tan cumplida
      a ver llegó,
ni en la eternidad la olvida.
      -«¡Ay, no! ¡Ay, no!»-.

   Mi ser de tu ser recibe
      mutuos placeres;
y, pues uno en otro vive
      nuestros dos seres,
en tan dulce parasismo,
      ¿no es cierto, dí,
que son partes de un ser mismo?
      -«¡Ay, sí! ¡Ay, sí!»-.

   Si cuestan horas serenas
      penas sin cuento,
vale un infierno de penas
      este momento.
Dí si en tu virtud pasada
      tu alma encontró
satisfacción más colmada.
      -«¡Ay, no! ¡Ay, no!»-.

   Modera tu ardor, querida,
      por un instante,
que no hay deleite en la vida
      más adelante...
¡Victoria!- ¡Román!- La muerte
      a mí...-Y a mí...
-Hállenos ¡ay! de esta suerte.
      -«¡Ay, sí! ¡Ay, sí!»-.


- III -

Hastío


   ¡Pasó! La hiel de un repugnante hastío
ya en tu indolencia paladeando vas;
«jamás» mi fe te pagará, bien mía,
ese rubor que devorando estás.
      -¿Jamás?
      -«¡Jamás!».

   ¡Pasó! Yo he abierto el insondable abismo
do tu inocencia sepultando irás:
el placer es verdugo de sí mismo;
«jamás» el gusto sin dolor verás.
      -¿Jamás?
      -«¡Jamás!».

   ¡Pasó! Por culpa de un fugaz contento,
siendo ludibrio de ti misma estás;
ya el puñal de un atroz remordimiento,
¡perdón! «jamás» lejos de ti verás.
      -¿Jamás?
-¡«Jamás», paloma sin candor, «jamás»...!






ArribaAbajoPorvenir de las almas


   Si de vuestra hija fue estrella
dar tan niña el alma a Dios,
¡ay, feliz mil veces vos!
¡dichosa mil veces ella!
      Pues ya huella
las celestiales alturas,
no halle en vos nunca lugar
      el pesar,
porque para almas tan puras,
«morir es resucitar».

   ¿Para qué lloráis perdida
esa prenda de amor tierno,
si por un lugar «eterno»
dejó un lugar de «partida?»
      Si es la vida
caos de dudas y penas
¿quién la muerte, al que bien quiere,
      no prefiere,
si el que vive, vive apenas,
«y resucita el que muere»?

   Siempre, llena de consuelo,
viendo aun ser puro sin vida,
la multitud, de fe henchida,
prorrumpe: -¡Ángeles al cielo!
      Ni ¿a qué duelo,
es mostrar, cuando la carga
de la existencia maldita
      Dios nos quita,
si tras de una vida amarga,
«muriendo se resucita»?

   No dé a vuestra alma afligida
la más leve pesadumbre
esa negra incertidumbre
del «más allá» de la vida.
      Si es mentida
la fe de ulterior solaz,
al menos, los que viviendo
      van gimiendo,
en otro mundo de paz
«resucitarán muriendo».

   Ya habita, aunque el desconsuelo
es haga implacable guerra,
un «triste» menos la tierra,
y un «dichoso» más el cielo.
      De su vuelo
iréis vos, muriendo en pos,
si a Dios dais en implorar
      sin cesar,
pues para justos cual vos,
«morir es resucitar».






ArribaAbajoTodos son unos



- I -

   Voy a contaros la historia
de una entrañable pasión,
aunque se haga, a su memoria,
pedazos mi corazón.
   Que hay historias que, aunque pasan,
por siempre, a nuestro despecho,
los ojos en llanto arrasan
y ayes arrancan del pecho.
   Pues siempre entre las pasiones
hay una, a cuyos reveses
se agostan las ilusiones
como al estío las mieses.
   Cuento la historia querida
de esa pasión desgraciada
que, aunque amarga nuestra vida,
sin ella la vida es nada.
   Pues tras de ese amor tan tierno,
siempre queda en la memoria
todo el dolor del infierno,
todo el placer de la gloria.
   No hay mortal afortunado
para quien la triste idea
de un buen querer mal pagado,
eterno dogal no sea.
   Si la mujer con rigores
paga tan tiernos quereres,
si es tan cruda en sus amores,
hombres, «¡lo que son mujeres!».


- II -

   Pues cuento de amor historias,
copiaré letra por letra
el libro en que sus memoria
grababa la hermosa Petra.
    Después de amar con locura
tuvo de morir la suerte;
que hay males que sólo cura
el bálsamo de la muerte.
   Petra, cual dije al principio,
su historia dejó al mundo hecha,
y en ella hasta el menor ripio
es para el alma una flecha.
   Pues no hay sensible lector
que, al repasar sus anales,
si a todo llorar no llora,
no exclame: -Aquí de mis males.-
   Pues llega en ella a hacer ver,
de su ciencia un testimonio,
que es un «ángel» la mujer,
y que es el hombre un «demonio».
   Y después que al hombre injuria,
con frases por el estilo,
de este modo el «ángel furia»,
coge de su historia el hilo:
   -Que no hay fe en hombres contemplo-
(prosigue la hermosa Petra),
-y son de esto, buen ejemplo,
Pablo, Juan, Luis, Diego, etcétera.
   De ésta manera injuriando,
sigue nombres tras de nombres,
y al fin concluye exclamando:
-Mujeres, «¡lo que son hombres!».


- III -

   Si, a los dos sexos igualo,
es porque infiero con pena
que, si es el hombre «algo malo»,
es la mujer «no muy buena».
   «Donde las toman, las dan»
asienta un refrán de amor:
y, cual dice otro refrán,
«a un pícaro, otro mayor».
   A «buena» fe, «mala» fe;
a un «adelante», un «arredro»;
«quien más mira menos ve»;
«tan bueno es Juan como Pedro».
   Con cuyos versos, acaso
probar a los hombres plugo
que el que es «víctima» en un paso,
en otro paso es «verdugo».
   Por eso sé que, al que falso
a una mujer asesina,
le han de servir de cadalso
las rejas de otra vecina.
   Y la que dice -no quiero-,
cuando «amor» le canto amante,
sé que amará a otro coplero,
aunque «epitafios» le cante.
   Porque esta es la ley más triste
que impone amor justiciero:
«Cuando quise, no quisiste,
y ahora que quieres, no quiero».
   Pues hombre y mujer son seres
con fe igual y varios nombres,
hombres, «¡lo que son mujeres!»
mujeres, «¡lo que son hombres!».






ArribaAbajoProximidad del bien


   En el tiempo en que el mundo informe estaba,
creó el Señor, cuando por dicha extrema
el paraíso terrenal formaba,
un fruto que del mal era el emblema,
y otro fruto que el bien simbolizaba.
   Del miserable Adán al mismo lado
el Señor colocó del bien el fruto;
pero Adán nunca el bien halló, ofuscado,
porque es del hombre mísero atributo
huir del bien, del mal siempre arrastrado.
   El fruto que del mal el símbolo era
puso Dios escondido y muy lejano;
pero Adán lo encontraba dondequiera;
abandonando en su falaz quimera,
por el lejano mal, el bien cercano.
   ¡Ay! Siempre el hombre, en su ilusión maldita
su misma dicha en despreciar se empeña,
y al seguirla tenaz, tenaz la evita,
y aunque en su mismo corazón palpita,
¡lejos, muy lejos, con afán la sueña!...






ArribaAbajoPlaceres tristes


      Que te admire no es justo,
      si a bostezar empiezas,
la turba que a admirarte va al teatro.
      ¿Quién ha de ver con gusto
      que pertinaz bostezas
una vez, y otra vez, y tres y cuatro?
      ¡Ay, prenda que idolatro,
      ahora sé, a pesar mío,
«que es el placer la fuente del hastío!».

      Si al ver tantos galanes
      tu bostezo provoca,
¿qué harás cuando estés sola, Rosalía?
      No juzgué, ¡voto a Sanes!
      tan inmensa esa boca
que ha poco me llamaba «vida mía».
      ¡Cuánta razón tenía
      quien dijo sabiamente
«que son los goces del hastío fuente!».

      En tus ojos serenos
      hoy se ve una zozobra
que ya la bilis de tu madre exalta.
      ¿Qué echas de más o menos?
      ¿Es tu madre quien sobra?
¿Soy yo (¡quiéralo Dios!) lo que te falta?
      ¿Por qué el dolor te asalta?
      ¿Será cierto, bien mío,
«que es el placer la fuente del hastío?».

      Desde... (ya tú me entiendes),
      yo también, Rosalía,
con honda pena ¡ay de mí triste! lidio
      ¡Cómo en rubor te enciendes!
      ¡Llora, sí, vida mía,
después de tanto amor, tanto fastidio!
      Lloremos (pese a Ovidio),
      aunque mi amor lo siente,
«¡que son los goces del hastío fuente!».

      Si el placer que gozamos
      nuestras almas abisma
en un fiero dolor que nos devora
      tras la virtud corramos,
      pues tan sólo a sí misma
eternamente la virtud se adora.
      ¡Oh, malhaya la hora
      en que aprendí, bien mío,
«que es el placer la fuente del hastío!»






ArribaAbajoLa dicha es la muerte



   ¡Sarcasmo ruin de la suerte
para el alma dolorida,
no ver hermosa la vida
sino al dintel de la muerte!

(E. FLORENTINO SANZ)                




- I -



   -¡Niño! a quien guarda el maternal cuidado,
pues que mi pecho tras la dicha va,
tal vez la dicha encontraré a tu lado.

LA MADRE

   -¡Llorando el niño entre mi seno está!
      «¡Id más allá!».


- II -



   -¡Hermosas! solo, en extranjera tierra,
prestadle dicha a quien tras ella va,
pues tantas dichas vuestro amor encierra.

LAS HERMOSAS

   -¡Triste del ser que idolatrando está!
      «¡Id más allá!».


- III -



   -¡Magnates! hoy vuestra piedad imploro;
loco mi pecho tras la dicha va;
si el oro da la dicha, prestadme oro.

LOS MAGNATES

   -¡Ved que amagándoos el puñal está!
      «¡Id más allá!».


- IV -



   -¡Ancianos! presa de infernal batalla
mi pecho en pos de la aventura va.
¿Ni al borde mismo de la tumba se halla?

LOS ANCIANOS

   -¡Ni al borde mismo de la tumba está!
      «¡Id más allá!».






ArribaAbajoLa opinión


   ¡Pobre Carolina mía!
¡Nunca la podré olvidar!
Ved lo que el mundo decía
viendo el féretro pasar:
   «Un clérigo».- Empiece: el canto.
«El doctor».- ¡Cesó el sufrir!
«El padre».- ¡Me ahoga el llanto!
«La madre».- ¡Quiero morir!
   «Un muchacho». -¡Qué adornada!
«Un joven».- ¡Era muy bella!
«Una moza».- ¡Desgraciada!
«Una vieja».- ¡Feliz ella!
   -¡Duerme en paz!- dicen los buenos.
-¡Adiós!- dicen los demás.
«Un filósofo».- ¡Uno menos!
«Un poeta».- ¡Un ángel más!






ArribaAbajo¡Quién supiera escribir!



- I -

-Escribidme una carta, señor cura.
      Ya sé para quién es.
-¿Sabéis quién es, porque una noche oscura
      nos visteis juntos? -Pues.

-Perdonad, mas... -No extraño ese tropiezo.
      La noche... la ocasión...
Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo
      «Mi querido Ramón»:

-¿Querido?... Pero, en fin, ya lo habéis puesto...
      -Si no queréis...-¡Sí, sí!
-«¡Qué triste estoy!» ¿No es eso? -Por supuesto.
      -«¡Qué triste estoy sin ti!».

   «Una congoja, al empezar, me viene...»
      -¿Cómo sabéis mi mal?...
-Para un viejo, una niña siempre tiene
      el pecho de cristal.

«¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura».
      «¿Y contigo? Un edén».
-Haced la letra clara, señor cura,
      que lo, entienda eso bien.

-«El beso aquel que de marchar a punto
      te di...» -¿Cómo sabéis?...
-Cuando se va y se viene y se está junto,
      siempre... no os afrentéis.

«Y si volver tu afecto no procura,
      tanto me harás sufrir...».
-¿Sufrir y nada más? No, señor cura,
      ¡que me voy a morir!

-¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo?...
      -Pues, sí, señor; ¡morir!
-Yo no pongo «morir». -¡Qué hombre de hielo!
      ¡Quién supiera escribir!


- II -

¡Señor Rector, señor Rector! En vano
      me queréis complacer,
si no encarnan los signos de la mano,
      todo el ser de mi ser.

Que la pena no me ahoga cada día...
      porque puedo llorar.
Escribidle, por Dios, que el alma mía
      ya en mí no quiere estar;

Que mis labios, las rosas de su aliento,
      no se saben abrir;
que olvidan de la risa el movimiento
      a fuerza de sentir.

Que mis ojos que él tiene por tan bellos,
      cargados con mi afán,
como no tienen quien se mire en ellos,
      cerrados siempre están.

Que es, de cuantos tormentos he sufrido,
      la ausencia el más atroz;
que es un perpetuo sueño de mi oído
      el eco de su voz...

Que siendo por su causa, ¡el alma mía
      goza tanto en sufrir!...
Dios mío., ¡cuántas cosas le diría
      si supiera escribir!...


- III -

Epílogo


-Pues señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo:
      «A don Ramón...» En fin,
que es inútil saber para esto arguyo
      ni el griego ni el latín-.






ArribaAbajoAmar al vuelo


A la niña Asunción de Zaragoza y del Pino.





- I -

   Así, niña encantadora,
porque tus gracias no roben,
las huellas que el tiempo deja,
juega como niña ahora,
como niña cuando joven,
como joven cuando vieja.
Por mis muchos desengaños,
te ruego, Asunción querida,
que ames mientras tengas vida
como amas a los seis años.
Justamente, de ese modo;
amando desamorada;
así, no queriendo nada;
esto es, queriéndolo todo:
anhelante y sin anhelo,
ya resuelta, ya indecisa,
pasa de la risa al duelo,
pasa del duelo a la risa;
así, de prisa, de prisa:
todo «al vuelo», todo «al vuelo».


- II -

   Sé amorosa y nunca amante:
lleva a la vejez tu infancia;
sé constante en la inconstancia,
o en la inconstancia constante;
que en amor creen los más duchos,
contra los que son más locos,
que en vez de los pocos muchos,
valen más los muchos pocos.
Y cuando, tu labio bese,
que formule un beso insápido,
inerte, estentóreo y rápido...
Pues... así, lo mismo que ese.
Nunca beses como loca,
besa como una loquilla;
jamás, jamás en la boca,
siempre, siempre en la mejilla;
ten presente que la abeja,
queriendo entrañar la herida,
la desventurada deja
entre la muerte la vida.


- III -

   ¡Sí! Si lo mismo, que hoy eres
la hermosa entre las hermosas,
ser, mientras vivas, quisieres
dichosa entre las dichosas,
tal ha de ser tu divisa:
amar muy poco y de prisa,
como hacen las mariposas;
aunque no importa realmente
que ames infinitamente,
si amas infinitas cosas.


- IV -

   Son tan cuerdos mis consejos,
que me atreveré a jurarte
por mis ojos que, aunque viejos,
aun, Asunción, al mirarte,
aspiran a ser espejos,
que aplicando estos consejos
a mi vejez, todavía
pienso curar, hija mía,
de mi corazón las llagas;
llagas ¡ay! que no tendría,
si yo hubiera hecho algún día
lo que te aconsejo que hagas.


- V -

   Para ver si es verdadero
lo que un apóstol revela,
-que lo fijo es pasajero,
que sólo es real lo que «vuela»,-
tiende el rostro, hermosa niña,
como ese cielo sereno,
ya al cielo, ya a la campiña,
y verás de una mirada
que es lo más rico o más bueno
lo que vuela o lo que nada,
como la espuma en los mares
en el cielo los fulgores,
en los árboles las flores,
los celajes en el viento,
en el viento los sonidos,
la vida en nuestros sentidos,
y en la vida el pensamiento.
   Sigue el plan a que te exhorto,
amando «al vuelo» hazte cargo
que el viaje es largo, ¡muy largo!...
y el tiempo es corto, ¡muy corto!...
Sé ligera, no traidora;
sopla el fuego que no abrasa,
quiere, como el que no quiere;
sea siempre, como ahora,
tu llanto, nube que pasa,
tu risa, luz que no muere.
Ama mucho, mas de modo
que estés siempre enamorada
de un cierto todo que es nada,
de un cierto nada que es todo.
Si ríes, olvida el duelo;
si lloras, pasa a la risa;
así... de prisa, de prisa;
todo «al vuelo», todo «al vuelo».






ArribaAbajoEl beso


Mucho hace el que mucho ama.


(KEMPIS, lib. I ,cap. XV)                




- I -

   Me han contado que al morir
un hombre de corazón,
sintió o presumió sentir
en Cádiz repercutir
un beso dado en Cantón.
¿Que es imposible, Asunción?
Veinte años hace que di
el primer beso ¡ay de mí
de mi primera pasión!,
¡y todavía Asunción,
aquel frío que sentí
hace arder mi corazón!


- II -

   Desde la ciega atracción,
beso que da el pedernal,
subiendo hasta la oración,
último beso mental,
es el beso la expansión
de esa chispa celestial
que inflamó la creación,
y que en su curso inmortal
va, de crisol en crisol,
su intensa llama a verte
en la atmósfera del ser
que de un beso encendió el sol.


- III -

   De la cuna al ataúd
va siendo el beso, a su vez
«amor» en la juventud,
«esperanza» en la niñez,
en el adulto «virtud»,
y «recuerdo» en la vejez.


- IV -

   ¿Vas comprendiendo, Asunción,
que es el beso la expresión
de un idioma universal,
que, en inextinto raudal,
de una en otra encarnación
y desde una en otra edad,
en la mejilla es «bondad»,
en los ojos «ilusión»,
en la frente «majestad»,
y entre los labios «pasión»?


- V -

   ¿Nunca se despierta en ti
un recuerdo, como en mí,
de un amante que se fue?
Si, me contestas que sí
eso es un beso, Asunción,
que en alas de no sé qué,
trae la imaginación.


- VI -

   ¡Gloria a esa oscura señal
del hado en incubación,
que es el germen inmortal
del alma en fermentación,
y a veces trasunto fiel
de todo un mundo moral
y si no, dígalo aquel
de entre el cual y bajo el cual
nació el alma de Platón!


- VII -

   ¡Gloria a esa condensación
de toda la eternidad,
con cuya tierna efusión
a toda la humanidad
da la paz, la religión;
con la cual la caridad
siembra en el mundo el perdón;
himno a la perpetuidad,
cuyo misterioso son,
sin que lo oiga el corazón,
suena en la posteridad!


- VIII -

    ¿Vas comprendiendo, Asunción?
Mas por si acaso no crees
que el beso es el conductor
de ese fuego encantador
con que a este mundo que ves
ha animado el Criador...
prueba a besarme y después
un beso verás cómo es
esa copa del amor
llena del vital licor
que en el humano festín,
de una en otra boca, al fin
llega, de afán en afán,
a tu boca de carmín
desde los labios de Adán.


- IX -

   Prueba en mí por compasión,
esa clara iniciación
de un oscuro porvenir;
y entonces, bella Asunción
comprenderás si, al morir,
'un hombre de corazón
habrá podido sentir
en Cádiz repercutir
un beso dado en Cantón.






ArribaAbajoLo que es eterno



- I -

La inteligencia

   Pasan un siglo y cien, el tiempo pasa
como Escita que mata a la carrera;
verdugo y creador, en cuanto impera
lo humilde encumbra y lo soberbio arrasa.
   La vida el tiempo a cuanto existe tasa,
mas, siempre inútil su guadaña fiera
sobre el grande Platón, era tras era,
con excusado afán pasa y repasa.
   Y es que la idea que en los cielos flota
fija cual Dios, como de Dios esencia,
del tiempo móvil la guadaña embota.
   Por eso, al declinar de la existencia,
de entre las ruinas de los mundos brota,
crisálida inmortal, la inteligencia.


- II -

La virtud

   Penélope es el tiempo, que hoy se afana
en destejer la vida ayer tejida;
no hay en el mundo edad que un sol no mida,
ni hay un sol que resista a algún mañana.
   Sólo del tiempo en la extensión lejana
sobrenada de Sócrates la vida;
que es bella espuma la virtud salida
del Océano de la vida humana.
   Y es que de la virtud el santo anhelo
burla del tiempo, la eternal victoria,
sobre cuanto hay mortal alzando el vuelo.
   Por eso como esencia de la gloria,
va cual perfume embalsamando el cielo,
sagrada eflorescencia de la historia.


- III -

El teatro

   El tiempo, ese Saturno cuya saña
se goza en devorar sus creaciones,
jamás en sus sangrientas irrupciones
su templo arrasará, gloria de España.
   No extirpará del tiempo la guadaña
ese estadio de heroicas acciones;
no se extingue la voz de los Platones,
ni el brillo de los Sócrates se empaña.
   Cuando tu obra inmortal al mundo asombra
mostrando ejemplos de virtud y ciencia,
glorioso entre ellos sonará tu nombre.
   ¡Ah! ¡Dichoso el que adhiere su existencia
a la virtud, perpetua, bien del hombre,
y a la eterna verdad, la inteligencia!






ArribaAbajoFuente inagotable


A mi amigo don Teodoro Guerrero.





- I -

¡Amé una vez, y dos, inmensamente,
      y tres... y acaso más!
¡Del corazón la inextinguible fuente
      no se agota jamás!

¡Magnífico está el baile! ¡Encantadora
      se halla prendida así!
Resumen de la vida en una hora
      es la existencia aquí.

¡Mirad qué hermosa está! ¡Si na la miro
      siquiera en ilusión,
falta una cosa al aire que respiro!...
      «¡Otra vez, corazón!».


- II -

Mientras bailamos ¡ay! el tiempo vuela...
      pero, ¿qué hemos de hacer?
La vida humana al fin sólo, es la tela
      de que se hace el placer.

Allí va. ¡No, no va! Mi pensamiento,
      de su imagen en pos,
aquí y allí, en la tierra y en el viento
      la crea, como Dios.

¡Maldito corazón, que nunca cesa
      de mudar y querer!
¡La carne de mi espíritu es hoy esa
      como otra ha sido ayer!

¡Ira del cielo! Como nunca tierna,
      baila con otro... ¡Oh Dios!
¡La breve vida a veces es eterna!
      Ya va un instante... dos...

¡Ni una mirada de su amor merezco!
      Van cuatro... seis... ¡Pardiez!
¡Cuándo ella no me mira me aborrezco
      Van ocho... nueve... diez...!

¡Y once van ya! ¿La eternidad entera
      tarda tanto en pasar?...
¡Oh, cuánto gemiría, si pudiera
      gemir sin respirar!

Vamos como ella, a enloquecer con esa,
      y con esta también...
-Divino, Concepción! -¡Bravo, Teresa!
      ¿Qué si vas bien? ¡Muy bien!

No quisiera más días de contento,
      Mercedes, por quien soy,
qué de besos te dan de pensamiento
      cuantos te miran hoy-.

¡Huyamos de ella, huyamos, alma mía!
      ¿Cómo huir, ¡maldición!
si exceptuando su amor, todo me hastía?
      «¡Otra vez, corazón!».


- III -

¡En baile! ¡Vedla, como, siempre, hermosa!
      -¿Qué estoy muy triste, Inés?
Tú no entiendes mi pena, eres dichosa.
      ¿Qué es porque no amo? ¡Pues!

Se te ha subido, Inés, con el contento
      al rostro el corazón;
y eso no es, vive Dios, el sentimiento,
      eso es la sensación.

¡En baile! ¡En baile! -Tu semblante augura
      castidad y salud;
bien dicen, Asunción, que la hermosura
es casi una virtud.

¿Quién hoy, responde, tus encantos labra?
      ¿Dices que es la pasión
ventura que deshace una palabra?
      (¡Cruel! ¡Tiene razón!)


- IV -

(¡Allí pasa otra vez! Mas no; es mi anhelo
      que se lo forja así...)
-¿Que en qué pienso, Leonor, mirando al cielo?
      ¿Qué he de pensar? En ti.

¿Quién besará, mi bien, labios tan bellos?...
      Mas perdona, Leonor;
quise decir: poner el alma en ellos...
      ¡Bendigo tu pudor!

Cuando te vi, cruzó por mi, cabeza
      un pecado venial...
¿Si habrán dicho por ti que es la belleza
      demonio temporal?

Tu pupila, esa entrada de los cielos,
       me llena de embriaguez;
no eres mía, Leonor, y tengo celos,
      ¿Que es envidia? Tal vez.

-¡Bella música, a fe! ¡Cuál corresponde
      su acento a mi pasión!...
Esto lo oí con ella no sé dónde...
      ¡Siempre «ella», corazón!

¡Qué sufrir! -Luz, no sufras; es el modo
      de que sufran por ti;
una mujer que me lo cuenta todo,
      me lo ha contado así...-

Pasó el baile y la noche. ¡Con el día
      ya vendrá otra embriaguez!...
¿Dónde la muerte está de esta agonía?...
      «¡Otra vez», corazón! ¡Ay, «otra vez!».






ArribaAbajo¡Más!...¡Más!...


¿Piensas satisfacer tu apetito?
Pues no lo alcanzarás.


(KEMPIS, lib. I, cap. XX)                




- I -

   Bridemos por Salomón,
que con tan cuerdo saber
nos pinta la condición
del alma de la mujer.
Ved, por ejemplo a Leonor,
que ya del Rhin a merced,
ve girar en derredor
los frescos de la pared;
y cansada de gozar,
aunque no harta de sentir,
llena de pasión quizás,
y sin quizás, de elixir,
sintiéndose derrumbar,
a una postrer libación,
¡oh insaciable corazón!
aun dice en sueños: ¡Más!... ¡Más!..


- II -

   ¡Más! ¡Más! Suprema explosión
del pensar y del sentir,
misteriosa evocación
de un oscuro porvenir,
prolífica emanación
que entre gozar y sufrir,
en eléctrica ascensión
corre en eterna espiral
de eslabón en eslabón,
una cadena inmortal.
¡Más! Divina aspiración
a otra transfiguración,
como así nos lo hacen ver,
en perpetua evolución,
las gramas con germinar,
las flores con florecer,
los frutos con madurar,
los árboles con crecer;
y en su anhelo de llegar
a más alto porvenir,
cuanto sisente, con sentir
llega como el hombre a amar:
y el hombre, supremo ser,
de todo infinito en pos,
con pensar y con querer
sube a arcángel, y además
llega hasta embeberse en Dios.
¡Más, alma mía! ¡Más!... ¡Más!...


- III -

   ¡Rhin! El «más», en conclusión,
es el anhelo eternal
de toda la creación,
siendo en fuerza desigual,
en la materia, atracción,
tendencia en el vegetal,
en lo vital, sensación,
pensamiento en lo humanal.
«Más» como alma es religión,
corno espacio, inmensidad,
como cuerpo, corazón;
como tiempo, eternidad;
y entre amar y florecer
entre pensar y sentir,
a un fin aspira mejor
cuanto fue, y es, y ha de ser
ya fruto, ya árbol, ya flor.
¡Elixir! ¡«Más» elixir!
¡Brindis!... al «más» de Leonor.


- IV -

   ¡«Más...» de todo!! ¡Venga Rhin!
¡«Más» aire! Abrid el balcón
y veremos la extensión
de esa Australia celestial
cuyas islas de coral
las piedras miliarias son
con que el principio sin fin
marca la imaginación
de ese insondable caudal
de esa eterna sucesión
que no tiene fin jamás,
tiempo y espacio, expresión
del «más», del último «más...»!


- V -

   ¡Rhin! «Más» en el tiempo ¿qué es?
Contad un día y un mes,
luego un siglo, después mil,
siglos de siglos después,
con la cabeza febril
por siglos multiplicando,
y después que acumuléis
a toda una eternidad,
si no amengua vuestro ardor
jamás, jamás y jamás,
aun acumular podéis
cien eternidades más,
del postrer jamás al fin.
¡Siempre «más» ¡Gloria a Leonor!
¡Rhin, Ganimedes, «más» Rhin!...


- VI -

   ¡Rhin, Rhin! Como en la evasión
del tiempo que se nos va,
también se halla en la extensión
ese eterno más allá;
sumad un mundo, dos, tres,
y cuatro, y mil, y un millón
y mil millones después,
y hallaréis, en conclusión,
de vuestras sumas al fin,
del postrer mundo al través
siempre otro mundo detrás...
¡Rhin, Ganimedes, «más» Rhin!...
¡«Mucho...» mucho, «más...»! ¡mucho«más»...!






ArribaAbajoCosas del tiempo


   Pasan veinte años: vuelve él,
al verse, exclaman él y ella:
(-¡Santo Dios! ¿Y éste es aquél?...)
(-¡Dios mío! ¿Y ésta es aquella?...)






ArribaAbajoEngaños del engaño


   -¡Cuánto creía en ti, cuánto creía!
Te juro que, aunque infiel, soy inocente,
-¿No pensabas amarme eternamente?
-Yo lo pensaba así querida mía.

   De mi error en disculpa, este letrero
sobre mi tumba dejaré grabado:
«Perdónale al infiel que te ha engañado,
porque a sí mismo se engañó primero».






ArribaAbajoTodo está en el corazón


   La reina que enloquecía
por don Felipe el Hernioso,
la tumba al ver de su esposo,
-¡Todo está allí! -Se decía.
Sus restos exhumó un día,
mas nada allí vio; y así,
en vez del -todo, está allí,-
desde tan triste ocasión,
señalando al corazón,
decía: -¡Todo está aquí!-






ArribaAbajo¿Qué es amor?


Cual es cada una en la interior,
tal juzga lo de fuera.


(KEMPIS, lib. XI, cap. IV)                



   Dudando, Enriqueta, tu pura inocencia,
si amor, que aun no sientes, es dicha o dolor,
pretendes que diga mi amarga experiencia,
¡feliz, pues lo ignoras! ¿Qué cosa es amor?

   ¡Alzad de las tumbas, y al par de la brisa
cruzad, bellas sombras, dejando el no ser!
La Estuardo, Francisca, Lucrecia, Eloísa,
¡dementes sublimes! Decid: ¿Qué es querer?

   -Querer, un misterio -comienza la Estuardo,-
que a dos funde en uno, partiendo uno en dos.
-¿Qué son tus amores, amor de Abelardo?
-Infierno de dichas y cielo sin Dios.

   No amar siendo amada -prosigue-, «no es vida»;
no ser nunca amante ni amada, es «no ser»;
querer, el «infierno», no siendo querida;
mas, siendo querida, la «gloria» es querer-.

   ¡Perdona, oh perpetuo pudor de la historia,
perdona a mi musa, si evoca en tropel
los nombres que fueron escándalo o gloria;
Cleopatra, la Cava, Teresa, Raquel!

   Dejad los sepulcros, falange divina,
tomando a mi acento las formas de ser:
Elena, Artemisa, Judith, Mesalina,
¡honor o vergüenza! Decid: ¿Qué es querer?

   Decidme si es fiebre que el alma envenena,
o sólo un deleite que se une al pudor:
Semíramis, Safo, Ninón, Magdalena,
¡falsarias eternas! ¿Qué cosa es amor?

   Teresa la santa, más bien la divina,
-Amor -dice-, junta ternura y deber
(Amar es -replica la vil Mesalina-,
hallar el descanso, cansando al placer.

   -Amor pierde -dicen la Cava y Elena-,
la fe y patria siempre, los goces jamás.
-Es -dice, gimiendo de amor, Magdalena-,
gozar mucho y luego llorar mucho más-.

   Y Safo, con fiebre de amor que no espera,
-Morir por quien se ama -prorrumpe-, es querer.
-Es cierto, -responde Lucrecia altanera-:
morir por quien se ama, si se ama el deber.

   -Vivir en la niente -prosigue Artemisa-
de aquel que amó mucho y amó porque sí.
-Vivir siempre en otro -murmura Eloísa,
Semíramis dice: -Vivir otro en mí.

   -¡Hablar con el aire!,- de amor satisfecha,
¡mal haya su boca! -Prorrumpe Ninón-:
amores sin crimen, son sueños sin fecha;
pasión que no afrenta, no es digna pasión-.

   ¡En fin! ¿Halla el que ama la gloria o el infierno!
¡Aquí las perjuras! ¡Las fieles aquí!
Decidme, en resumen, lo que es ese eterno
deseo que miente, mintiéndose a sí.

   -¡Morir! -dice Safo, Francisca, -¡el incesto!-
Teresa,-¡aquel místico amor del amor!-
Judith y Lucrecia, -¡ gozar con lo honesto!-
Cleopatra, -¡la orgía!- Raquel, -¡el pudor!-

   ¡Silencio! Así el mundo volvieron demente;
y aun dudan hoy locas, más locas que ayer,
si amor da delicias, o si es solamente
perder la ventura buscando el placer.

   ¡Huid, falsas dueñas de todos los dueños
que el mundo anegaron en llanto por vos,
que hacéis de la vida ya un sueño de sueños,
que hacéis de la carne ya un monstruo, ya un dios!

   ¿Amor en vosotras es todo, o no es nada,
verdad o mentira, virtud o placer?
¡Odiosa falange del mundo adorada,
pues sois siempre un caos, tornad al no ser!

   ¡Maldito aquelarre de diosas, que ignoran
si amor cura o mata, si afrenta o da honor!
-Ya oíste, Enriqueta; si sabes, ahora
responde tú misma: ¿Qué cosa es amor?-






ArribaAbajoLas dos grandezas


   Uno altivo, otro sin ley,
así dos hablando están:
-Yo soy Alejandro, el rey,
-Y yo Diógenes, el can.
   -Vengo a hacerte más honrada
tu vida de caracol.
¿Qué quieres de mí? -Yo, nada.
Que no me quites el sol.
   -Mi poder es... -Asombroso,
pero a mí nada me asombra.
-Yo, puedo hacerte dichoso.
-Lo sé; no haciéndome sombra.
   -Tendrás riquezas sin tasa,
un palacio y un dosel.
-¿Y para qué quiero casa
más grande que este tonel?
   -Mantos reales gastarás
de oro y seda. -¡Nada, nada!
¿No ves que me abriga más
esta capa remendada?
   -Ricos manjares devoro.
-Yo con pan duro me allano.
-Bebo el Chipre en copas de oro.
-Yo bebo el agua en la mano.
   -Mandaré cuanto tú mandes,
-Vanidad de cosas vanas!
¿Y a unas miserias tan grandes
las llamáis dichas humanas?
   -Mi poder a cuantos gimen,
va con gloria a socorrer.
-¡La gloria!, capa del crimen.
Crimen sin capa ¡el poder!
   -Toda la tierra iracundo;
tengo postrada ante mí.
-¿Y eres el dueño del mundo,
no siendo dueño de ti?
   -Yo sé que, del orbe dueño,
seré del mundo dichoso.
-Yo sé que tu último sueño
será tu primer reposo.
   -Yo impongo a mi arbitrio leyes.
-¿Tanto de injusto blasonas?
-Llevo vencidos cien reyes.
-¡Buen bandido, de coronas!
   -Vivir podré aborrecido,
mas no moriré olvidado.
-Viviré desconocido,
mas nunca moriré odiado.
   -¡Adiós, pues romper no puedo
de tu cinismo, el crisol!
-¡Adiós! ¡Cuán dichoso quedo,
pues no me quitas el sol!-
   Y al partir, con mutuo agravio
uno altivo, otro implacable,
¡miserable! dice el sabio;
y el rey dice: ¡miserable!