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ArribaAbajoAchaques de la vejez


No confíes ni estribes sobre la
caña hueca, porque toda carne
es heno y toda su gloria caerá
como una flor.


(KEMPIS, lib. XI, cap. VII)                




- I -

   Si no me ataran los pies
la gota, y lo que no lo es,
contigo iría hasta el fin
de este encantado jardín.
¡Rompamos la marcha, pues!
¡Ea! A la una, a las dos,
a las... ¡por vida de Dios!,
tenme, no me caiga, Inés.


- II -

   ¡Ah! ¡Cómo enciende de amor,
de tus ojos el color,
el mismo con que Rafael
nos pinta la caridad!
A su dulce claridad,
cien vueltas a este vergel
diera de buen grado, Inés.
Mas ¿qué importa ¡maldición!
que me arrastre el corazón,
si me flaquean los pies?


- III -

    ¡Bien! De nuevo tu beldad
nueva extensión da a mi ser,
y de mi primera edad
ya casi siento el placer.
Inés, ¡qué felicidad
si ahora a mi voluntad
igualase mi poder!
Ya di un paso. ¡Vuelve a mi,
fuego de mi corazón,
de ese éter universal
donde en deliquio inmortal,
de expansión en expansión,
toda la vida vertí!
Otro paso. ¡Bien! ¡Muy bien!
Como el de Venus, también,
Inés, tu talle español
arrastra a cuantos lo ven,
subiendo, de sol en sol,
derechos hasta el Edén.
¿Ves? Ya me siento ascender:
demos la vuelta hasta el fin
de este encantado jardín.
¡A ver cómo marcho, a ver!
¿Dices que tiemblo? ¡No... no...
es que la tierra, cual yo,
vibra también de placer!
¿Oyes? ¡Cuán bien con su amor
celebra ese ruiseñor
nuestro epitalamio actual!...
Pero por vida de tal,
que a los tres pasos, Inés,
del exceso del sentir
se me van algo los pies...
Y además, al percibir
cómo me hiela el sudor,
ya comienzo a presentir
que ese inocente cantor
a la entrada del Edén,
en vez de este mutuo amor,
acaso ¡fatalidad!
está cantando más bien
¡mi unión con la eternidad!


- IV -

   ¡Ay, Inés! ¡No puedo más!
Pongamos al viaje fin.
Aquí estoy bien, y además
siempre está donde tú estás
el oasis del jardín.
¡Gracias, mi esposa! ¡Tú aun crees
que este corazón senil
no es un árbol sin calor,
cuando con tan tierno amor,
mi mano coges, Inés,
con el mismo aire gentil
con que se coge una flor!
¡Ay! Ignora tu bondad,
como ignoró mi ilusión
que es inútil la beldad
cuando ya en el corazón
queda sólo la razón,
¡flor de la esterilidad!
Sentémonos, pues, aquí,
a las puertas del Edén;
y mientras maldigo así
este cuerpo baladí,
perdona el error de quien
se está muriendo por ti.
Muriéndome, Inés, ¡sí! ¡Sí!
por eso creyendo voy
que, evaporado, ya soy
errante espectro de mí.


- V -

   Mas si no alcanzo al honor
de dar dos vueltas o tres,
no es por falta de valor,
como tú sabes, Inés;
tan solamente ¡oh dolor!
por estos malditos pies
no puedo entrar, como ves,
en el templo del amor.
Y ya que has llegado a ver
que para poder entrar
sólo me falta tener
los pies que me han de llevar,
te prometo, hermosa Inés,
que en cuanto yo, tenga pies,
en ti, por ti, y para ti
iré hasta el templo que ves,
y alguna vez más allá...
¿Dices que ahora? ¡Ay de mí!
La voluntad está aquí;
mas ¿y los píes? ¡Ahí está!...






ArribaAbajoSufrir es vivir


A mi querido amigo don Eduardo Bustillo.



   Maldiciendo mi dolor,
a Dios clamé de esta suerte:
-Haced que el tiempo, Señor,
venga a arrancarme este amor
que me está dando la muerte.-
   Mis súplicas escuchando,
su interminable camino,
de orden de Dios acortando,
corriendo, o más bien volando,
como siempre, el tiempo vino.
   Y -voy tu mal a curar-,
dijo; y cuando el bien que adoro
me fue del pecho a arrancar,
me entró un afán de llorar
que aun, de recordarlo, lloro.
   Temiendo por mi pasión,
penas sufrí tan extrañas,
que aprendió mi corazón
que una misma cosa son
mis penas y mis entrañas.
   Y feliz con mi dolor,
gritó mi alma arrepentida,
-Decid al tiempo, Señor,
que no me arranque este amor,
que es arrancarme la vida-.






ArribaAbajoLos dos espejos


   En el cristal de un espejo
a los cuarenta me vi,
y hallándome feo y viejo,
de rabia el cristal rompí.
Del alma en la transparencia
mi rostro, entonces miré,
y tal me vi en la conciencia.
Y es que, en perdiendo el mortal
la fe, juventud y amor,
se mira al espejo, y... ¡mal!
se ve en el alma, y... ¡peor!






ArribaAbajoLa fe y la razón


A don Nicomedes Martín Mateos.





- I -

   La reina de Suecia un día,
recibiendo gravemente
lección de filosofía,
a Descartes le decía
con gravedad lo siguiente:

   -Lleváis, maestro, al exceso
de mi ignorancia la fe:
«Pienso», luego «soy». No es eso:
«pienso», luego «sé que sé».

   Ya veis que empiezo a dudar,
como vos, para creer.
Pero antes de comenzar,
decidme: ¿Es ser el pensar?
¿Acaso el ser es saber?

   No os alteréis; con paciencia
probaré que vuestra ciencia
puede resumirse así:
Yo «soy» lo que «es». Consecuencia:
No hay verdad en la experiencia
ni dicha fuera de mí,
pues que saca la conciencia
fe, dicha y verdad, de sí.

   ¿Mi deducción no es probada?
Sin duda, pues la acomodo
a vuestra tesis sentada:
«Yo soy sólo el ser»; de modo
que si es mi conciencia todo,
todo lo demás es nada.

   ¡Oh maldito escepticismo!
¿No estáis viendo, hombre inhumano,
que con atroz ateísmo
lanza vuestra impía mano
a Dios y al mundo a un abismo
siendo el pensamiento humano
de sus juicios soberano
y único juez de sí mismo?

   ¡Horrible es la ciencia, sí,
que hasta de la fe el consuelo
mata; pues juzgando así,
si existe Dios en el cielo
sólo es porque existe en mí!

   ¡Maestro! Vuestra opinión
que es ilusión confesad,
y si no es una ilusión,
mi mente es la autoridad;
la dicha es mi corazón;
soy lo que «es»; y en conclusión,
mi verdad es la verdad,
mi razón es la razón.


- II -

   Descartes, después de oír
a su alumna en aquel día,
de tristeza que tenía
se puso el pobre a morir,
y así muriendo decía:

   -¡Ay! ¿qué puedo conocer,
gran Dios, si ignoro yo mismo
si es igual pensar y ser?
¿Cómo salvaré el abismo
que hay entre el ser y el saber?
¿Dónde estás, razón que adoro?
¡Valedme, adorada fe!
¿Cuál es la verdad que exploro?
Ya «sé que soy»: bien, ¿y qué?
¡Nada! Excepto el «sé que sé»,
todo lo demás lo ignoro.

   ¡Noble razón! ¡Santa fe!
¿Eternamente estaré
entre una y otra en suspenso?
No ha duda; pienso que pienso,
mas lo que pienso no sé.

   ¿Será verdad que mi ciencia
va del ateísmo en pos,
y que, sin fe ni experiencia
no existe más ley de Dios
que la ley de la conciencia?

   ¡Grande es mi error, pese a tal!
«Soy, porque pienso»; ¿y después?
Después ya no hay bien ni mal,
pues cada hombre entonces es
centro del mundo moral.

   ¿Y cómo ha de hallar el alma
en este mundo quietud,
sin virtud que dé la calma
sin fe que dé la virtud?
   ¡Sacadme, Dios de bondad,
de esta eterna confusión!
¿Mi verdad es la verdad?
¿Mi razón es la razón?


- III -

   Cuando Descartes murió,
Cristina, del «sé que sé»
las consecuencias sacó,
y a Monaldeschi mató,
dio a su trono un puntapié,
su religión abjuró,
y al fin refugio buscó
en la católica fe.
Tal fue su historia. De suerte
que, de cuanto hay aburrida,
yendo hacia la eterna vida
que no muere con la muerte,
el célebre «sé que sé»
dio al olvido, y de este modo
halló la ciencia en la fe
última verdad de todo.

   Y próxima ya a llegar
a aquel último momento
en que engañar el pesar
es nuestro solo contento,
decía con humildad,
pidiendo al cielo perdón:
-Recibe, Dios de bondad,
mi postrera confesión;
es la fe mi autoridad,
es el mal mi corazón.
¡No es mi verdad la verdad!
¡No es mi razón la razón!






ArribaAbajoLas creencias

Deja todas las cosas transitorias, busca las eternas.
¿Qué es todo lo temporal sino engañoso?


(KEMPIS, lib. III, cap. I)                




- I -

   Queriendo un rey discutir
las creencias, llama gente
de Ocaso, Sur, Norte, Oriente,
tanto que pueda, decir
que está allí el mundo presente.


- I -

Belleza

   El rey su noble cabeza
cortés inclina hacia el suelo,
abre la sesión, y empieza:
-Se discute la «Belleza»,
raro presente del cielo.
   -Es lo negro la hermosura-
dice uno de negra tez.
Otro blanco: -Es la blancura.
-Lo azul- un indio murmura;
y un chino: -la amarillez.
   -Sí tal- clama uno. -No tal-
gritan otros replicando.
Dice un griego: -Es lo ideal-.
Un francés: -La gracia andando-.
Un inglés: -Lo original-.
   Queda el rey meditabundo,
siguen los demás sus huellas,
y piensa: -En creer me fundo
que si hay en él cosas bellas,
no hay tipo bello en el mundo-.
   Pausa. A tan locos extremos
calla el concurso. Y después
dice un sabio: -Según vemos,
la belleza no es lo que es,
sino que es lo que queremos-.
   Fijada así la cuestión,
pregunta otra sabio: -¿Qué
la belleza en conclusión,
si lo feo en un lapón
es lo bello en un inglés?-
   Nadie a esto respuesta da.
El gran rey calla y suspira.
y dice: -Acabemos ya;
la belleza sólo está
en los ojos de quien mira.


- III -

Gloria

   Nueva expectación. Después
prosigue el Rey: -Discutamos
si nuestra «gloria» sólo es
el Gólgota en que dejamos
los primeros treinta y tres.
   -De Bruto es la indignación,
-Es de César la grandeza.
-La vanidad en acción.
-Toda la humana simpleza,
fundida en una ilusión.
   -Placer de lo extraordinario
-Humo que despide luz.
-Luz que despide un osario
-Dicha de llevar la cruz.
a la cumbre de un calvario.
   -¡Gloria! Grandeza pequeña.
-Dolor que canta una trompa
-Verdad de toda el que sueña.
-Bazar en que el hombre enseña
de su misterio la pompa.
   -Espacio que un aire llena
-Abrir tumbas con la espada,
-Morir viviendo en escena.
-Es un néctar que envenena,
-Es darlo todo por nada-.
   No viendo sino locura
en duda tan espantosa,
con la más honda amargura,
-¡La gloría! -El gran rey murmura.
¡Poca cosa, poca cosa!


- IV -

Justicia

   -¿Qué es justicia, y dónde se halla?-
dice el Rey. A nombre tal,
se alzan grandes y canalla,
gritando unos: -¡La metralla!-
diciendo otros: -¡El puñal!
   -La justicia es el humor.
-Lo justo es la autoridad-.
Los grandes: -Es la bondad-.
Los reyes: -Es el rigor-.
El pueblo: -Es la libertad-.
   -Es -dicen los escogidos-
que al bueno el que es malo tema-.
Y exclaman los oprimidos:
-La justicia es este lema:
«¡Desdichados los vencidos!»-
   A tan discorde rumor
dice alto el rey: -¡Basta ya!-
Y en voz baja: -Pues, señor,
todo espectáculo está
dentro del espectador.


- V -

Virtud

   Sigue el rey con emoción,
pero con noble actitud:
-¿La virtud es la ilusión?
¿Es prueba una buena acción
de que hay tipo de «virtud?»-
   Y un sabio: -Hay virtud cumplida
responde-, si hay quien se atreva
a obrar siempre como deba;
mas ¿puede haber en la vida
juicio que esté a toda prueba?-
   De este sabio a la opinión
se adhiere otro sabio más:
-¿Qué es virtud en conclusión,
si hay puntos donde jamás
resiste nuestra razón?
   -La virtud -dice un pagano-,
es el placer que va unido
al bello ideal humano.
-La virtud -dice un cristiano-,
es el deseo vencido-.
   Y exclama la juventud:
-La virtud no es la fortuna-.
A lo cual la multitud
dice: -Mas, sin duda alguna
la fortuna es la virtud-.
   Y un hombre que, irracional,
toma por ciencia el desdén,
dice: -Regla general:
dudad cuando os hablen bien,
creed cuando os hablen mal.
   -Es tristeza. -Es el contento.
-Es sufrir. -Es la salud-.
Y un epicúreo opulento
prorrumpe: -¡Virtud! ¡Virtud!
Cuestión de temperamento.
   A este axioma el Rey. -No hay tal-
a replicar se apresura-;
la virtud es inmortal;
si el mundo es un cenagal,
buscadla siempre en la altura.


- VI -

Religión

   Una tras otra ilusión
mirando desvanecidas,
-Veamos la «Religión»-,
dijo el gran Rey, ya caídas
las alas del corazón.
   Uno: -Es fe. -Y otro: -Es conciencia.
-Es lo eterno. -Es el no ser.
-Es fuerza. -Es benevolencia.
-Es de Confucio la ciencia.
-Es de Mahoma el placer.
   -¡Silencio! -el gran Rey profiere,
la religión viendo hollada-;
creer sólo lo que agrada
es todo lo que se quiere,
y lo que es todo no es nada.
   ¡Inútilmente, traidora,
dardos la impiedad te lanza,
«religión» que el mundo adora,
fuente de nuestra esperanza,
de esta virtud que no llora!
   ¡Nunca el alma racional
podrá creer que eres sueño,
bálsamo de todo mal,
luz a través de la cual
todo en el mundo es pequeño!


- VII -

   Calló, y a una cortesía
que hizo al pueblo el rey, de pie,
todo el concurso aquel día,
creyendo lo que creía,
por donde vino se fue.






ArribaAbajoAmor y gloria


   Sobre arena y sobre viento
lo ha fundado el cielo todo,
lo mismo el mundo del lodo
que el mundo del sentimiento.
De amor y gloria el cimiento
sólo aire y arena son.
¡Torres, con que la ilusión
mundo y corazones llena,
las del mundo sois arena,
y aire las del corazón!






ArribaAbajoNunca olvida quien bien ama


   Ya que este mundo abandono,
antes de dar cuenta a Dios,
aquí para entre los dos
mi confesión te diré:
   -Con toda el alma perdono
hasta a los que siempre he odiado.
¡A ti, que tanto te he amado,
nunca te perdonaré!






ArribaAbajoTodo es uno y lo mismo


(Axioma de Schelling)

A mi amigo el Marqués de Molins.





Primera parte

A lo ideal por lo real



- I -

   Juan amaba tanto a Luisa
como a Luis quería Juana;
y aunque me exponga a la risa
de la multitud liviana,
diré que su simpatía
rayaba en tales extremos,
cual la que tener podemos,
tú a tu esposa y yo a la mía.
Sí, marqués, no os cause espanto
el que ponga frente a frente
su encanto con nuestro encanto;
pues podéis creer firmemente
que, aunque no se amasen tanto,
se amaban inmensamente.


- II -

   Mas la muerte, esa tirana
que siempre el mal improvisa,
llevándose a Juan y a Juana,
solos dejó a Luis y a Luisa.


- III -

   Llorando la mala suerte
de los que se murieron,
los vivos casi estuvieron
a las puertas de la muerte.
¡Siempre a nuestra vida humana
es otra vida precisa!
Así Luis quedó sin Juana,
como al perder a Juan, Luisa,
sin que nadie amenguar pueda
las lágrimas ¡ay! que llora;
como se queda el que queda
cuando al que se va se adora.


- IV -

   Desde entonces, poco a poco
tan loca ella como él loco,
por cuantos sitios frecuentan,
marchan con pasos inciertos
¡tan tristes!, ¡tan pensativos!
que parecen que alimentan
las almas de los dos muertos
los cuerpos de los dos vivos.
Y al verlos tan sólo atentos
a su ventura ilusoria,
sombras de dos pensamientos
que alumbran desde la gloria,
llama la gente liviana,
sirviendo al vulgo de risa,
«la «loca» por Juan» a Luisa,
y a Luis «el «loco» por Juana».


- V -

   ¡Luisa feliz, que en un duelo
todo su delicia encierra,
cual ángel que por la tierra
cruza de paso hacia el cielo!
Sueña, sueña, ángel hermoso
en tu dicha malograda,
porque la dicha soñada
¡es un sueño tan dichoso!...
¡Dichoso Luis! Sus tormentos,
en su sueño delicioso,
trueca en bellas ilusiones,
lo que es horrible, en hermoso,
la realidad, en visiones,
días de angustia, en momentos...
¡Una y mil veces dichoso,
aquel que sus sensaciones
transfigura en pensamientos!


Segunda parte

A lo real por lo ideal



- I -

   Rogar con cierto misterio
en un cierto cementerio
a una sombra se divisa;
es que por Juan reza Luisa.
Otra sombra que hay cercana,
es Luis que reza por Juana.
Se lamentan los dos vivos
por sus muertos respectivos
con corazón tan ardiente,
que al mirarse frente a frente,
dicen la una y el otro:
-¡Qué importuna! -¡Qué importuno!-
Y Luis huyendo de Luisa,
y Luisa de Luis huyendo,
se marchan, casi corriendo,
y corren, casi de prisa.


- II -

   En el mismo cementerio
y con el mismo misterio
se hallan los dos otro día,
y mientras Luisa exclamaba:
-Cuando mi amante vivía
le hallaba donde le hallaba,
y hoy, que en la tumba me espera,
su sombra está dondequiera-,
lanzando quejas amantes,
dice Luis del mismo modo:
-Si todo estaba en ti antes,
ahora tú estás en todo-.
Y esta vez menos esquivos,
o de agradarse más ciertos,
después de orar por los muertos
se hablaron algo los vivos.


- III -

   Desde entonces los amantes
dijeron, siempre con fuego,
una larga oración antes,
y un corto diálogo luego;
más consignar bien importa
que, después de algunos días,
se fueron haciendo cargo
que la oración ya era corta
y el diálogo era ya largo.


- IV -

   Saliendo del cementerio
mas ya sin ningún misterio,
se miraron otro día,
diciendo, ¡quién lo creería!
-¡Es buen mozo! -¡Pues es bella!
-¡Pero aquél! -¡Ay! ¡Pero aquélla!...
Y ella de amor suspirando,
y Luis aun de amores loco,
ya no corren, van marchando,
pero marchan poco a poco.


- V -

   Así el buen mozo y la bella,
al promediar la semana,
¡oh fidelidad humana!
-¡Se parece a Juan! -dice ella;
y él dice: -¡Parece Juana!
(¡Pobres Juana y Juan!) Dicho esto,
uno con otro se junta,
haciéndolo él, por supuesto
en honor de la difunta;
y ella admitiéndole al lado
con temor aun no fingido,
pues si el vivo era ya amado,
aun el muerto era querido.


- VI -

   Mas era tal la insistencia
de su enamorada mente
en dar a su amor presente
de su muerto amor la esencia,
que su alma, siempre indecisa,
piensa que mira realmente
en Luis, de Juan la presencia;
la sombra de Juana, en Luisa.
Y es que nuestro sentimiento,
por arte de encantamiento,
haciendo cuerpo la idea
y lo ya muerto existente,
transfigura eternamente
lo que ama en lo que desea.


- VII -

   En conclusión; cuando se aman
con un amor verdadero,
así mutuamente exclaman:
-¡Como a él y por él te quiero!
-¡Te amo como a ella y por ella!
Así el buen mozo y la bella,
fingiendo vivo lo muerto
y haciendo falso lo cierto
que eran les muertos creían
creyendo lo que querían.
Y desde entonces, el duelo
trocando, todos en risa,
Luisa a Luis y Luis a Luisa,
después de aquella semana,
se prestan mutuo consuelo,
creyendo que Juan y Juana
harán lo mismo en el cielo.






ArribaAbajoEl sexto sentido



- I -

   Viendo en el mundo el Señor
desorden por dondequiera,
quiso darle un director
y dijo de esta manera:
   -Cinco sentidos di al hombre,
y no me entiende jamás.
Daré a un ser que al mundo asombre
un sexto sentido más.
   Quiero hacer al mundo don
de un hombre de alma gigante,
grande cual la religión,
como la gloria brillante.
   Fe y saber broten sus labios
cual brota el verano flores,
más docto que los más sabios,
más bueno que los mejores.
   De la humana criatura
cese el eclipse moral.
¡Salve a mi mejor hechura!-
dijo, y nació Blas Pascal.


- II -

   Al ver pasar su existencia,
ya meditando, ya orando,
con mucha fe y más paciencia,
dice un hombre meditando:
   -¡Oh Dios! Cuanto más comprendo,
menos soy yo comprendido;
¡qué cilicio, es tan horrendo
el don de un sexto sentido!
   Si bestia al hombre llamé,
los ángeles murmuraron;
cuando ángel le apellidé,
las bestias me calumniaron.
   Mi talento y su talento
no están de acuerdo jamás:
o quítame el pensamiento,
o dáselo a los demás.
   Hallo sus deseos locos,
sus pensamientos informes,
sus remordimientos pocos,
sus sensaciones deformes.
   Con lo porvenir sostienen
de lo presente el afán;
¡porvenir!, ¡sombras que vienen!
¡presente!, ¡sombras que van!
   Da fe el hombre a su provecho,
y cree sólo en su interés;
y el que ve el mundo al derecho
dice que lo ve al revés.
   ¡Señor!, ya a tan hondo anhelo
mi corazón se rindió,
enfermo de mal del cielo-.
Dijo Pascal, y enfermó.


- III -

   Entre oración y oración,
entre llorar y gemir,
a un hombre, un santo varón
le ayuda así a bien morir.
   -¡Cuántos afanes perdidos
en crear tan noble hechura!
Para los cinco sentidos,
el tener seis es locura.
   De gozar el mundo ahíto,
fijo sólo en lo presente,
ni sospecha lo infinito,
ni la eternidad presiente.
   ¡Qué condición tan menguada!
Mezcla el hombre de alma y lodo
para lo infinito es nada,
si para la nada es todo.
   De orgullo y de envidia llenos,
cual siempre, dejan atrás
los muchos que saben menos,
al uno que sabe más.
   Para el mundo, que sin fe
presume mucho y ve poco,
es necio el que menos ve,
y el que ve más es un loco.
   ¡Pascal, pues con santo anhelo,
te mata del cielo el mal,
vuélvete a tu patria el cielo!...
Dijo, y murió Blas Pascal.






ArribaAbajoLos dos pecadores


   Tú pecas porque me adoras,
y yo peco por gozar,
y en tan diverso pecar,
yo río cuando tú lloras.
¡Maldigo mis dulces horas,
y bendigo tu tormento!
Podrá tu remordimiento
llevarte a un dichoso estado.
¡Yo sí que soy desdichado,
que peco y no me arrepiento!






ArribaAbajoMuertos que viven


   Con tierna melancolía
van a una niña a enterrar,
y el padre, al verla pasar,
dice llorando: -¡Hija mía!
La pierdo cuando aun vivía
con la fe de la ilusión!...-
Mas se templó su aflicción
mirando al cortejo, y viendo
tantos que, sin fe viviendo,
llevan muerto el corazón.






ArribaAbajoLas dos linternas


A don Gunersindo Laverde Ruiz.





- I -

   De Diógenes compré un día
la linterna a un mercader;
distan la suya y la mía
cuanto hay de ser a no ser.
   Blanca la mía parece;
la suya parece negra;
la de él todo lo entristece;
la mía todo lo alegra.
   Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira:
«todo es según el color
del cristal con que se mira».


- II -

   -Con m linterna -él decía-,
no hallo un hombre entre los seres-.
¡Y yo que hallo con la mía
hombres hasta en las mujeres!
   ¡El llamó, siempre implacable
fe y virtud teniendo en poco,
a Alejandro, un miserable,
y al gran Sócrates, un loco.
   Y yo ¡crédulo!, entretanto,
cuando mi linterna empleo,
miro aquí, y encuentro un «santo»:
miro allá, y un «mártir» veo.
   ¡Sí!, mientras la multitud
sacrifica con paciencia
la dicha por la virtud
y por la fe la existencia,
   para él virtud fue simpleza,
el más puro amor escoria,
vana ilusión la grandeza,
y una necedad la gloria.
   ¡Diógenes! Mientras tu celo
sólo encuentra sin fortuna,
en Esparta algún «chicuelo»
y hombres en parte ninguna,
yo te juro por mi nombre
que, con sufrir el nacer,
es un héroe cualquier hombre,
y un ángel toda mujer.


- III -

   Como al revés contemplamos
yo y él las obras de Dios,
Diógenes o yo engañamos.
¿Cuál mentirá de los dos?
   ¿Quién es en pintar más fiel
las obras que Dios crió?
El cinismo dirá que él;
la virtud dirá que yo.
   Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira:
«todo es según el color
del cristal con que se mira».






ArribaAbajoEl mayor castigo


   Cuando, de Virgilio, en pos,
fue el Dante al infierno a dar,
su conciencia, hija de Dios,
dejó a la puerta al entrar.
   Después que a salir volvió,
su conciencia el Dante hallando,
con ella otra vez cargó;
mas dijo así suspirando:
   -Del infierno en lo profundo,
ni vi tan atroz sentencia
como es la de ir por el mundo
cargado con la conciencia.






ArribaAbajoMúsicas que pasan


Todas las cosas pasan, y tú con ellas.


(KEMPIS, lib. XI, cap. I)                




- I -

   ¡Música! -¡Qué aliento dan,
y qué esperanza sin fin,
el «re-tin-tín» del clarín,
del tambor el «ra-ta-plán!»
¡Ya aproximándose van!
¡Tambor y clarín resuenan!
¡Cuál la esperanza entretienen!
¡Cómo el corazón abrasan!
Estas músicas que pasan,
¡qué alegres son cuando vienen!


- II -

   ¡Música! -Conforme avanza
ya el tambor o ya el clarín,
causa aliento el «re-tin-tín»,
da el «ra-ta-plán» esperanza.
Se aleja... y ya en lontananza
más bien que gozoso afán,
tristeza sus ecos dan.
¡No hay bien seguro en el mundo!
¡Qué lúgubres son, Facundo
las músicas que se van!


- III -

   ¡Ay! ¡Ni el principio ni al fin
nos dan a algunos ardor
el «ra-ta-plán» del tambor,
del clarín el «re-tin-tín!»
-¡Tu esplín, Facundo, y mi esplín,
para músicas están!
¡Poco nuestro antiguo afán
las músicas entretienen,
ni cuando alegres se vienen,
ni cuando tristes se van!






ArribaAbajoEl café



- I -

   ¡Café! -Tal es la cuestión:
¿Hizo Cabanís tan mal
el decir que es la razón
fruto de una digestión
de la masa cerebral?
Sin ir más lejos, marqués,
¿cómo me podrás negar
que el rico café que ves,
o es cosa que piensa, o es
materia que hace pensar?
¡Gloria a ese vital licor,
espíritu material,
o, si os parece mejor,
materia espiritual;
incomprensible hacedor
de una dicha artificial;
secreto elaborador
de un frenesí racional!
¡Yo no extrañaré, pardiez,
que su semilla al probar
las aves alguna vez,
en deliciosa embriaguez,
hablen en vez de cantar!

   ¡Otra taza!, y ¡otra! -A fe
que asegura con razón,
no sé quién ni sé por qué,
ni recuerdo en qué centón,
que en cada grana el café
lleva un sabio en embrión.
Yo quiera ser sabio... ¿oís?,
dadme sabiamente, pues,
una taza y dos, y tres...
¡Marqués!, ¡querido marqués!
¿Tendrá razón Cabanís?


- II -

   ¡Café!, ¡y más café! -Ven, tú,
a dar a mi sangre ardor,
del sueño infalible «bu»,
maná que oxida el dolor,
bálsamo a cuya virtud
mi prematura vejez
siempre recobra otra vez
la alegría y la salud!

   Admiraos y escuchad:
por descubrir del café
él sólo la propiedad,
sin duda tan sabio fue
él diablo en la antigüedad.
¿Decís que no? Pues yo sé
de un sapientísimo autor
que dice y prueba que fue
de Numa el legislador
la ninfa Egeria, el café;
y añade, poco después,
que fue este noble licor
de Sócrates, sabio autor,
el genio, diablo o lo que es.
De modo, caro marqués,
que con este talismán
han vuelto el mundo al revés,
del uno al otro confín,
Sócrates, Numa y Satán,
y cuantos brujos, en fin,
han sido, son y serán.
   Esto es lo cierto. Y si no,
¿quién como el café marcó
de la fortuna el vaivén,
y a Napoleón arrastró
hoy el mal, mañana al bien?
¿Qué quién tal cosa creyó?
Todos; y a más creo yo
que ya feliz, ya infeliz,
acaso una gota más
le dio el triunfo de Austerlitz,
y una de menos quizás
le hizo huir en Waterlóo.
Y aun pienso otra cosa, y es
que obedeciendo, marqués.
a la rara propiedad
de un café de calidad,
gaje de algún holandés,
corriendo en la inmensidad
Benito Espinosa, en pos
de una infinita verdad,
lanzó esta inmensa impiedad:
-Dios es todo, y todo es Dios.-
¿Tengo o no tengo razón?
Pues antes de concluir,
todavía vais a oír
la más extraña opinión
que muchas veces a herir
viene mi imaginación,
y es que llego a presumir
si será el café ese ser
que en una edad y otra edad
siempre aspira a comprender
la mísera humanidad.
¿No es cierto, Padre Voltaire?
Marqués de Auñón, ¿no es verdad?


- III -

   ¡Café!, ¡café!, y ¡más café!
Ahitadme de ese elixir,
pasto de almas, sin el cual
fuera el humano existir
casi un sueño vegetal,
pues en eléctrico ardor,
en el ser más baladí
hace del afecto amor,
y del amor frenesí...
¡Ah! ¡Que caiga sobre ti
del orbe la bendición,
del alma sabroso pan,
borrachera de ilusión,
a cuya mágica acción
es un Etna el corazón,
es la cabeza un volcán!
¿Y quién no honrará el poder,
marqués de Auñón, de un licor
que hasta hace alegre el dolor,
que hace más vivo el placer,
que da al brazo más vigor,
a la mente inmensidad,
a los ojos claridad,
el corazón más amor,
y alas a los mismos pies...
tanto, que, como tú ves,
no echo a volar por un tris?...
¡Marqués! ¡Querido marqués!
¿Tendrá razón Cabanís?






ArribaAbajoDramas desconocidos


   Cuando el pueblo a Otelo vio
que, matando a la que adora,
dice: -Muera la traidora
que el alma me asesinó-,
tu rostro el color perdió
llorando el fin de la bella;
yo, de él pensando en la estrella,
dije mirándote: -¡Infiel!
¡Si no te mato como él,
me asesinaste como ella!-






ArribaAbajoLa metempsícosis



- I -

   Hallé una historia, lector,
en un viejo pergamino,
donde prueba un sabio autor
¡ay!, que el variar de destino
sólo es variar de dolor.


- II -


FLOR

   -Flor, primero, abandonada
entre unas hierbas broté,
envidiosa y no envidiada,
sin ver sol me marchité,
llorando y sin ser llorada.

BRUTO

   -A bravo alazán subí,
y de victoria en victoria,
tras mil riesgos, conseguí
para mi dueño la gloria
y la muerte para mí.

PÁJARO

   -Ave después, hasta el llanto
Dios me condenó a expresar
con las dulzuras del canto:
canté, sí, mas canté tanto
que al fin me mató el cantar.

MUJER

   -Mujer, y hermosa, nací;
amante, no tuve fe;
esposa, burlada fui;
lo que me amó aborrecí,
y me burló lo que amé.

SABIO

   -Hombre al fin, ciencia y verdad,
buscando en lid malograda,
fue, desde mi tierna edad,
mi objeto la inmensidad
y mi término la nada.

DICTADOR

   -En mí, cuando César fui,
su honor la gloria fundó.
Siempre -vine, vi y vencí-;
adopté un hijo ¡ay de mí!
creció, le amé y me mató.

HOMBRE

   -La escala transmigradora
de mis cien formas y modos
vuelvo ya a bajar, y ahora
un hombre soy que, cual todos,
vive, espera, sufre y llora.


- III -

   Después de saber, lector,
la historia del pergamino,
¿qué importa ser hombre o flor,
¡ay!, si el variar de destino
sólo es variar de dolor?






ArribaAbajoLas dos tumbas


   ¡Cuán honda, oh cielos, será,
dije, mi tumba mirando,
que va tragando, tragando
cuanto nació y nacerá!
   Y huyendo del vil rincón
donde al fin seré arrojado,
los ojos metí espantado
dentro de mi corazón.
   Mas cuando dentro miré,
mis ojos en él no hallaron
ni un ser de los que me amaron,
ni un ser de los que yo amé.
   Si no hallo aquí una ilusión,
y allí sólo hallo el vacío,
¿cuál es más hondo, Dios mío,
mi tumba, o mi corazón?...






ArribaAbajoLa comedia del saber


A mi amigo don Tomás Rodríguez Rubí.





- I -

   (Asunto, lo que es verdad.
Gradas de curiosos llenas.
Lugar de la acción, Atenas.
Época, en la antigüedad.)
   (Gran pausa. -Escena primera.
Como el que se duerme andando,
sale «Heráclito» llorando,
y dice de esta manera):
   ¡Ay!, mi ciencia es bien menguada
pues nada en el mundo sé;
si sé que hay Dios, es porque
«de nada no se hace nada».
   Respeto la autoridad,
que es de los inicuos valla.
-¡Falso!- (Grita la canalla.)
(Los nobles dicen): -¡Verdad!
   «Heráclito»: -Yo imagino
que es la autoridad de un rey
poder que la humana ley
saca del poder divino.
   No hay más dicha que el deber:
todo aquel que hombre se llama
dará por honra la fama
y el poder por el saber.
   Dad, a los buenos, honores,
y castigo a los demás...
(Aquí le silban los más
y le aplauden los mejores.)
   Nuestra vida debe ser
por nuestras faltas llorar,
meditar y meditar,
creer y siempre creer.
   (Rumores. -Después quietud.)
«Heráclito»: -En conclusión,
la justa moderación
da saber, paz y virtud.


- II -

(Gime «Heráclito», y a poco,
sale «Demócrito» y mira,
y al ver que el otro suspira,
se echa a reír como un loco).
   (Segundo acto. -El pueblo está
casi cortés, de callado).
«Heráclito»: -¡Desgraciado!
«Demócrito»: -¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!
   «Heráclito»: -Es duelo todo.
«Demócrito»: -Todo es juego.
«Heráclito»: -El alma es fuego.
«Demócrito»: -El alma es lodo.
   (Calla «Heráclito» y murmura):
-¡Todo en la vida es miseria!
-(Y «Demócrito»:) -¡Es materia.
todo en el mundo, y locura!
   Materia sin albedrío
son Dios, el hombre y el bruto,
el átomo es lo absoluto;
lo único real el vacío.
   Filósofos, que en el mundo
buscáis lo cierto, ¡apartad!
Si existe, está la verdad
dentro de un pozo profundo.
   Es del alma universal
parte nuestra alma también.
(Muchos, casi todos:) -¡Bien!-
(Y pocos, muy pocos:) -¡Mal!-
   «Demócrito»: -Un torbellino
de átomos en movimiento
son Dios, la vida, el contento,
la justicia y el destino.
   Cuanto existe en derredor,
de lo que existía se hace;
y hasta el nombre crece y nace
cual nace y crece una flor.
   Y así, lo que ha de existir
nacerá de la existente.
¡Pueblo! Goza en lo presente,
y olvida lo porvenir.
   (Risa. -Aplauso general.)
«Demócrito»: -En conclusión:
el alma es la sensación;
el placer es la moral.-
   -Vivir, es creer y pensar,
(dice «Heráclito» gimiendo.)
(Y «Demócrito», riendo:)
-Vivir!.., sentir y gozar.
   (Llanto y risa. -El cielo, en tanto
sigue su curso imparcial
pues hasta el fin, le es igual
nuestra risa o nuestro llanto.
   Y uno y otro concluyendo,
queda un bando y otro bando
con «Heráclito» llorando,
con «Demócrito» riendo.
Y así, pensando en pensar
si ha de llorar o reír,
ve el hombre su vida huir
entre reír y llorar).


- III -

   (Ruido. -Dudas. -Desencanto.
Sale en el acto tercero
«Sócrates», cual dice Homero,
riéndose bajo el llanto.)
«Sócrates»: -Sin ton ni son
riñe aquí un loco a otro loco;
¿no veis que entre mucho y poco
está la moderación?
   La fe del uno es menguada,
grande es del otro la fe;
yo sólo una cosa sé;
y es que «sé que no sé nada».
   «Conócete», debe ser
de nuestra ciencia el abismo;
quien se conozca a sí mismo
sabrá cuanto hay que saber.
   Para la ciencia, reacias
las plebes... (El pueblo todo
lo silba aquí de tal modo,
que «Sócrates» dice): -¡Gracias!
   Siempre el pueblo soberano
revela al hombre imparcial
la presencia universal
de un universo tirano.
   (Nueva silba. -Sensación.)
«Sócrates»: -De mi alma rey,
sólo obedezco a la ley
que Dios puso en mi razón.
   (Ruge la chusma indignada.)
«Sócrates»: -Y de tal modo,
que el hombre es centro de todo,
y todo ante el hombre es nada.
   Sólo hay un Dios... (Gran rumor
entre la vil multitud.)
«Sócrates»: -Dios de virtud,
del bien y lo bello autor.
   A un Dios sólo, fe tributa
un corazón como el mío...
(Y el pueblo grita): -A ese impío,
¡la cicuta!, ¡la cicuta!
   (Y mientras del pueblo el celo
lo arrastra a tan mala suerte,
«Sócrates» dice:) -¡La muerte!,
¡última bondad del cielo!-
(Y así, no alegando excusa,
no salva esta vida ruin,
que, cual la hiel, le da fin
un vaso de Siracusa.
   ¿Quién mejor su juicio emplea?
¡El sabio o el pueblo, homicida!
Si el sabio, ¡gloria a la vida!
Si el pueblo, ¡maldita sea!)


- IV -

   (Acto cuarto. -Se alborota
la plebe a «Diógenes» viendo
taza y linterna trayendo,
la alforja y la capa rota.
   Al empezar, iracundo
«Diógenes» silba a los tres,
como le silba después
a «Diógenes» todo el mundo.)
   «Diógenes»: -Pruebo que es vana
toda regla de razón,
en este sueño en acción
que llamamos vida humana,
   si a preguntaros me atrevo:
¿de quién antes se origina,
el huevo de la gallina,
o la gallina del huevo?
   (Todos tres su menosprecio
le hacen a «Diógenes» ver,
y éste hace a los tres saber
su desprecio hacia el desprecio.)
   «Diógenes»: -Nada hay formal;
esta vida es una gresca
tragi-cómica-burlesca
jocoso-sentimental.
   No hay ninguna cosa cierta
más, que son vuestras locuras
escenas de criaturas
junto, a una tumba entreabierta.
   El pensar, creer y sentir,
no es sentir, creer ni pensar;
eso se debe llamar
nacer, crecer y morir.
   Si aplico aquí mi linterna,
ni con un hombre tropiezo.
¡La vida!, eterno bostezo,
si no es una falta eterna.
¡Mundo!, esfuerzos sin deber,
virtudes sin religión,
puntos de honor sin razón,
y crímenes sin placer.
   (Los unos prorrumpen): -¡Fuera!
(Los otros exclaman): -¡Bravo!
(Y todos gritan al cabo,
éstos): -¡Viva!- (aquéllos) -¡Muera!
   (Yo al ver a todos, me río,
pues llorar no puedo ya.
¿Dónde el depósito está
de las lágrimas, Dios mío?)


- V -

(El pueblo a la conclusión
muestra, al partir tristemente,
aire de duda en la frente,
y angustia en el corazón.)
   (Dice éste al irse): -¡A pensar!
(Y aquél murmura): -¡A sentir!
(Uno): -¡A reír! ¡A reír!
(Y otro): -¡A llorar! ¡A llorar!
   (Resumen): -¿Qué es el vivir?
-«Sentir», uno. Otro: -«Creer».
Este: -«Creer y saber».
Y aquél: -«Ni creer ni sentir».
   ¿Qué es el mundo? -Lo que vemos-.
¿Y el saber? -Lo que se ignora.
Y ¿qué es Dios? -Lo que se adora-.
¿Y virtud? -Lo que queremos.
   Y aunque más el pueblo alcanza
con su «virtud-armonía»,
con su «fe-sabiduría»,
y con su «Dios-esperanza»,
   los sabios al escuchar,
ignora el pueblo qué hacer,
si ha de dudar o creer
si ha de reír o llorar).






ArribaAbajoLa verdad y las mentiras


A don Fernando Álvarez y Guijarro.



   Cuando por todo consuelo,
un sacerdote, al nacer,
nos dice en nombre del cielo:
-Polvo es, y polvo ha de ser-,
   dicen en coro armonioso,
el pecho de gozo lleno:
la nodriza: -Será hermoso-;
y la madre: -¡Será bueno!-
   Y luego, allá en lontananza,
gritan en acorde son:
-¡Será feliz!-, la esperanza,
y -¡será rey!-, la ambición.
   Y yendo el tiempo y viniendo,
aquí, lo mismo, que allá,
la religión va diciendo:
-¡Polvo es, y polvo será!-
   Con vanidad y codicia,
dicen, sin reír jamás:
-¡Será un Creso!-, la avaricia;
y el orgullo: -¡Será más!-
   Y exclaman con fiero acento
de todo saber en pos:
-¡Será Homero!, -el sentimiento,
y la razón: -¡Será Dios!-
   Y en tanto la religión,
al morir, como al nacer,
repite: -¡No hay remisión;
polvo es, y polvo ha de ser!






ArribaAbajoLa ambición


   A un monte una vez subí,
y de cansado me eché;
mas luego que lo bajé,
de confiado caí.
-¡Déjame, ambición, aquí
hasta morir descansando!
¿Qué ganaré ambicionando,
si cuanto más suba, entiendo
que me he de cansar subiendo,
y me he de caer bajando?






ArribaAbajoLos grandes hombres


   De Yuste en el santuario,
Carlos Quinto, emperador,
valientemente el calvario
subiendo de su dolor,
   ver su entierro determina
cual resuelto capitán,
doblado como la encina
rota por el huracán.
   Ya en el ataúd metido
como en lecho sepulcral,
cayó cual león herido que lleva
el dardo mortal.
   Y al tiempo en que se cayo,
mirándole de hito en hito,
una vieja murmuró:
-¡Qué feo y qué viejecito!-
   Y cuando la multitud
cree que el grande Emperador
está más que en su ataúd,
sepultado en su dolor,
   él, frunciendo el entrecejo
y fijo en tan vana idea,
dice: -¿Qué soy feo y viejo?
Ella sí que es vieja y fea!-
   ¿Qué le importará al cuitado
más bello o más joven ser,
si esas cosas ya han pasado
para nunca más volver?
Del «Dies irae» el rumor
ya consternaba el ambiente,
y aun dice el Emperador;
-¡Habrá vieja impertinente!
   Mientras el canto bosqueja
todo el horror de aquel día,
al Rey la voz de la vieja
el corazón le roía.
   Y es cosa particular
no pueda un varón tan fuerte
una burla despreciar,
¡él, que desprecia la muerte!
   Don Carlos siente iracundo
el corazón hecho trizas,
y el canto prosigue: -¡El mundo
se convertirá en cenizas!-
   La vieja, del funeral
oye entretanto el solfeo,
como diciendo: -Sí tal,
muy viejecito y muy feo.-
   Y airado Su Majestad
sigue: -¡Bruja del infierno!-
Y el canto: -¡Por tu bondad
líbreme del fuego eterno!
   Calla el coro; alza el semblante
pálido el Emperador,
surgiendo allí semejante
a la estatua del dolor;
   y cuando el monje imperial
vuelve a su celda apartada,
mostrando algo de fatal
en su frente devastada,
   por todo su ser refleja
santa humildad, puro amor,
tan sólo miró a la vieja
con humos de emperador...






ArribaAbajoLos relojes del rey Carlos


   Carlos Quinto, el esforzado,
se encuentra asaz divertido,
de cien relojes rodeado,
cuando va, en Yuste olvidado,
hacia el reino del olvido.
   Los ve delante y detrás
con ojos de encanto llenos,
y los hace ir a compás,
ni minuto más ni menos,
ni instante menos ni más.
   Si un reloj se adelantaba,
el imperial relojero
con avidez lo paraba,
y al retrasarlo exclamaba:
-Más despacio, ¡majadero!-
   Si otro se atrasa un instante,
va, lo coge, lo revisa,
y aligerando el volante,
grita: -¡Adelante, adelante,
majadero, más aprisa!-
   Y entrando un día, -¿Qué tal?-
le preguntó el confesor.
Y el relojero imperial
dijo: -Yo ando bien, señor,
pero mis relojes, mal.
   -Recibid mi parabién-,
siguió el noble confidente;
-mas yo creo que también,
si ellos andan malamente,
vos, señor, no andáis muy bien.
   ¿No fuera una ocupación
más digna, unir con paciencia
otros relojes, que son,
el primero el corazón,
y el segundo la conciencia.
   Dudó el Rey cortos momentos,
mas pudo al fin responder:
-¡Sí! más o menos sangrientos,
sólo son remordimientos
todas mis dichas de ayer.
   Yo, que agoto la paciencia
en tan necia ocupación,
nunca pensé en mi existencia
en poner el corazón
de acuerdo con la conciencia-.
   Y cuando esto profería,
con su «tictac» lastimero,
cada reloj que allí había
parece que le decía:
-¡Majadero!, ¡Majadero!
   -¡Necio!, -prosiguió; -al deber
debí unir mi sentimiento,
después, si no antes, de ver
que es una carga el poder,
la gloria un remordimiento-.
   Y los relojes sin duelo
tirando de diez en diez,
tuvo por fin el consuelo
de ponerlos contra el suelo
de acuerdo una sola vez:
   Y añadió: -Tenéis razón:
empleando mi paciencia
en más santa ocupación,
desde hoy pondré el corazón
de acuerdo con la conciencia.