Arreglo de la novela del mismo
título.
Representose en el TEATRO
ESPAÑOL de Madrid, el 28 de febrero de 1910.
Escena I
|
|
DOÑA JUANA,
señora tan respetable como adusta, vejancona y
fláccida, cargadita de hombros, el rostro amarillo rugoso,
la mirada oblicua; al andar se gobierna con un palo; viste de
—1157→
estameña parda o negra; está sentada junto a
una mesita donde tiene apuntes de cuentas y libros de
devoción; PEPA,
criada joven y linda; MARTINA, madura, opulenta de
carnes.
|
(Entrando.)
MARTINA.- No se descuide la señora... Ya
llegan.
|
DOÑA
JUANA.- (Disciplente.)
¿Quién?
|
MARTINA.-
Los parientes de la señora.
|
DOÑA
JUANA.- Que esperen... No hay prisa.
|
PEPA.- Vienen a felicitar a la señora por
su mejoría.
|
DOÑA
JUANA.- Traerán la máscara de
alegría... Pero yo, tras el cartón de las caretas,
veo la tristeza de las almas desconsoladas... que lloran porque
vivo.
|
PEPA.- No piense mal la señora.
|
MARTINA.-
Vamos, que bien la quieren algunos.
|
DOÑA
JUANA.- Sí... Cierto que algunos me quieren. No
puedo dudar del amor de Clementina, hija de mi querida hermana
María. Pero su marido, el estirado prócer Alfonso de
la Cerda, desea y aguarda mi muerte como agua de mayo, para
derrochar mi dinero en máquinas de agricultura, que no
sirven más que para hacer ricos a los ricos y más
pobres a los pobres... (A MARTINA.) ¿Viste
si con Clementina y Alfonso vienen sus dos niñas?
|
MARTINA.- Sí, señora; ahí
están Juanita y Beatriz... lindas, elegantitas...
(Por adulación.) y tan
religiosas que da gozo verlas.
|
DOÑA
JUANA.- Sí, sí: frecuentan el culto y
rezan de carretilla, para que Dios les dé buenas dotes con
que enganchar a marqueses o duques tronados. Decidme: ¿ha
venido también mi sobrino Ismael?
|
MARTINA.-
El primerito que llegó.
|
DOÑA
JUANA.- El pobre Ismael es de los más
desesperados en el plantón que mi vida les da. Pero
¿quién tiene la culpa de que Rosaura le haya salido
tan paridora? En diez años de matrimonio, diez
alumbramientos y ocho crías vivas... y lo que venga.
¿Qué beneficio trae al mundo ese nacer, nacer y nacer
de criaturas?
|
PEPA.- (Sin poder
contenerse.) Señora, es el amor que...
|
DOÑA
JUANA.- (Vivamente.)
¿Tú que sabes, mozuela sin juicio? Aprende primero la
virtud, y luego entenderás del amor honesto.
|
PEPA.- No nos riña, señora, que
somos buenas.
|
DOÑA
JUANA.- (Severa.)
Medianas y tolerables no más; gracias a mí, que os
tengo bien sujetas y no os permito hablar con ningún
hombre...
|
PEPA.- Así es, señora, y estamos
muy agradecidas.
|
MARTINA.-
Muy agradecidas.
|
DOÑA
JUANA.- (A PEPA, displicente.)
Retírate ya.
|
PEPA.- (Con hastío
retirándose.) Vieja ñoña, quien
te herede que te aguante. (Dirígese a la
puerta de la derecha inmediata al foro; y antes de salir entra
INSÚA, y permanecen
ambos un rato en la puerta secreteándose
expresivamente.)
|
DOÑA
JUANA.- (A MARTINA creyendo que ha salido
PEPA.)
Vigílame a esa loca... Me ha dicho Paca la lavandera que le
hace cucamonas un tipejo llamado «Apolo», no sé
si por mal nombre... (MARTINA se asusta: disimula su
turbación.) ¿Has visto tú
algo?
|
MARTINA.-
Nada, señora. Creo que Paca ve visiones.
|
DOÑA
JUANA.- Un carpinterillo fantasioso, que viste ropa
muy ajustada... ¡qué indecencia!... como los toreros.
¿Dices que es cuento?
|
MARTINA.-
Así lo creo.
|
DOÑA
JUANA.- No la pierdas de vista...
|
MARTINA.-
Así lo haré. Descuide la
señora.
|
DOÑA
JUANA.- (Advirtiendo el cuchicheo de
INSÚA.)
¿Quién es?
|
INSÚA.-
(Avanzando.) Soy yo, señora.
(Desaparece PEPA; se va tras ella MARTINA.)
|
Escena II
|
|
DOÑA JUANA
e INSÚA.
|
DOÑA
JUANA.- (Sorprendida.)
¡Insúa!... No le he sentido entrar. ¿Hablaba
usted con Pepa?
|
INSÚA.- Le daba un recado para mi
escribiente. Que no me espere en el despacho, y que puede
marcharse. (Se sienta junto a DOÑA JUANA.)
¿Y qué tal? Bravamente... mejorando cada día.
(Con lisonjero optimismo.) Un
desvanecimiento sin importancia... Pero ya pasó... muy
bien... ya pasó.
|
DOÑA
JUANA.- Es tarde: despachemos.
|
INSÚA.- (Saca lentes de oro
y papeles.) La liquidación de las cuentas del
—1158→
año anterior da un sobrante de pesetas dos millones
trescientas doce mil, después de cubiertos todos los gastos
de casa y entretenimiento...
|
DOÑA
JUANA.- Y el sinfín de pensiones, socorros y
alivios que destino a mis parientes...
|
INSÚA.- Atendido todo, gasta usted menos
de la cuarta parte de sus rentas... ¡Ah señora!...
otros años, por este tiempo, cuando yo presentaba a usted la
liquidación total, con un sobrante de millón y medio
o dos millones de pesetas, disponíamos la compra de una
dehesa más, para agregarla a ese inmenso grupo de propiedad
que don Hilario y usted han formado en una veintena de años,
y que llaman por ahí «el latifundio de doña
Juana».
|
DOÑA
JUANA.- Ya no más. Pongo punto a la
consolidación de propiedad rústica... que es un
estorbo... bien lo sabe usted... para mi magno plan... Y a
propósito: ¿ha pensado usted en la forma de
transmisión...?
|
INSÚA.- Es facilísimo. Ayer, como
usted me indicó, vi al amigo Cebrián, que ya tiene
estudiados los aspectos jurídicos de la cuestión. Me
ha dicho que hablará con usted...
|
DOÑA
JUANA.- Esta tarde le espero. Tengo en mi capilla
rosario, plática y salve, y Cebrián es de los que no
me faltan.
|
INSÚA.- Cebrián opina, como yo,
que antes de ocho días puede quedar todo despachado y
concluso.
|
DOÑA
JUANA.- Así lo espero. Sigamos.
|
INSÚA.- (Apunta. Saca otro
papel.) «Lista de socorros». Conforme a
las órdenes que usted me dio, entregaré a su sobrino
Ismael los cinco mil duros que pidió para construir los
nuevos modelos de ascensor hidráulico.
|
DOÑA
JUANA.- ¿Cinco mil duros... a ese loco?
|
INSÚA.- La señora, delante de
mí, si no estoy trascordado, dijo a Ismael que contara
con...
|
DOÑA
JUANA.- Quizá ofrecí los cinco mil duros
hallándome en los albores del ataque... Mi cabeza ya no
estaba firme... mi razón se desvanecía entre
celajes... No vale, no vale lo que dije... Borre usted,
Insúa.
|
INSÚA.- Borro... Clementina espera...
Entiendo que habló con usted.
|
DOÑA
JUANA.- Sí; daré a Clementina el auxilio
de treinta mil reales que me ha pedido para equipar decorosamente a
sus niñas y llevarlas a Biarritz...
|
INSÚA.-
(Apunta.) Siete mil quinientas pesetas
a Clementina... ¿Y al sobrino de su esposo de usted,
Zenón de Guillarte?
|
DOÑA
JUANA.- ¿A ese figurón extravagante y
cínico? Su mensualidad, y gracias.
|
INSÚA.- No he contestado a la
petición de Rogelio, porque usted me dijo que le
llamaría, que hablaría con él...
|
DOÑA
JUANA.- (Asaltada de
inquietudes.) ¡Rogelio!... Ese es el punto
delicado, la llaga, la herida... El hijo natural de mi esposo, el
fruto maldito de la infidelidad, me trae estos días muy
cavilosa...
|
INSÚA.- (Mirándola
por encima de los lentes.) El testamento de Hilario
es bien explícito... En una sola cláusula legó
a su hijo medios materiales de vida, y le impuso un freno
moral.
|
DOÑA
JUANA.- A uno y otro fin debo atender.
|
INSÚA.- Ya sabe usted que vive con una
moza guapísima, llamada Casandra...
|
DOÑA
JUANA.- Sí... hija de un famoso escultor... He
tomado informes...
|
INSÚA.- ¿Y sabe usted que Casandra
es madre de dos niños?
|
DOÑA
JUANA.- Lo sé... ¡Qué pena!
¡Infelices hijos criados entre un padre loco y una madre
aventurera!
|
INSÚA.- (Denegando con
respeto.) Debo indicar a usted que nunca oí
nada malo de la hermosa Casandra.
|
DOÑA
JUANA.- Buena será quizá... Hay
casos.
|
INSÚA.- (Curioso, tratando
de penetrar en el pensamiento de la señora.)
Me dijo usted que su plan magno se relaciona en cierto modo con
Rogelio...
|
DOÑA
JUANA.- No, Insúa. En su conjunto y fines
altos, mi plan está muy por cima de esas miserias; mas para
poder efectuarlo con desahogo es forzoso que liquide ciertas
obligaciones de conciencia...
|
INSÚA.- Ya... ¿Quiere usted que
llame a Rogelio?
|
DOÑA
JUANA.- Ayer le vi... hablamos... Le dije que, sin ver
y tratar a esa Casandra, no puedo determinar la forma y calidad de
la protección que debo dar al hijo de mi esposo...
Dígale usted que esta tarde, después de mi fiesta
religiosa, —1159→
me traiga esa preciosidad... Hay que verlo todo, hasta las
hermosuras de carne.
|
INSÚA.- Muy bien. (Se
levanta.) Y ya es hora de que empiece el
besamanos.
|
DOÑA
JUANA.- Sí... Pero que no entre toda la caterva
de una vez. No está mi cabeza para tanto barullo.
|
INSÚA.- (Dirígese a
la puerta. Aparece SATURNO, criado viejo, al cual da
órdenes.) Que pasen los señores
marqueses del Castañar. (Se despide
afectuosamente. Saluda a los marqueses.
Retírase.)
|
Escena III
|
|
DOÑA JUANA,
CLEMENTINA, DON ALFONSO, MARÍA JUANA y BEATRIZ.
|
|
CLEMENTINA.- (Corriendo hacia
DOÑA
JUANA.) ¡Tía del alma!
|
DOÑA
JUANA.-
(Abrazándola.)
¡Clementina... hija!
|
ALFONSO.- ¿Qué tal,
señora?
|
DOÑA
JUANA.- Querido Alfonso, ya estoy bien: ya pasó
el arrechucho. (A las niñas.)
Venid a mis brazos, María Juana y Beatriz.
|
MARÍA
JUANA.- ¡Qué alegría!
(Ambas la besan.)
|
BEATRIZ.- Buen susto nos hemos llevado.
|
CLEMENTINA.- Muy enojada, pero muy enojada con
usted... ¡Estar tan malita y no decir una palabra!
|
BEATRIZ.- ¡No mandarnos un recadito!
|
ALFONSO.- Nada supimos.
|
MARÍA
JUANA.- La primera noticia que llegó a casa fue
que ya estaba mejor.
|
DOÑA
JUANA.- Más vale así. Os evité
un disgusto.
|
CLEMENTINA.- Pero nos privó del consuelo
de asistirla.
|
ALFONSO.-
Y ¿qué ha sido al fin?
|
DOÑA
JUANA.- Un imprevisto achaque, distinto de los que
ordinariamente padezco... o quizá el que viene como avisador
de un fin próximo.
|
CLEMENTINA.- Por la Virgen, no diga esas
cosas.
|
DOÑA
JUANA.- A mí no me asusta la muerte, pues para
ella estoy, gracias a Dios, bien preparada. Demasiado sé que
nuestra vida es un castigo, la muerte un indulto.
¿Qué hacemos en este presidio? El único solaz
que en él hallamos es pedir a Dios que nos dé
libertad y nos lleve consigo.
|
BEATRIZ.- Tiíta, no nos hables de cosas
tristes.
|
DOÑA
JUANA.- Hablaré de lo que queráis.
(Les indica que se sienten.) Vosotras
a mi lado. (Las niñas se sientan a un lado y
otro de DOÑA JUANA;
DON ALFONSO permanece en
pie.) Dime, Alfonso: ¿qué tal,
qué tal esas campañas agrícolas? ¿Van
bien?
|
ALFONSO.- A un soldado que pelea sin armas no le
pregunte usted por sus victorias.
|
DOÑA
JUANA.- Ciego estás, Alfonso, si no ves que en
tierra de Castilla serán siempre perdidos tus esfuerzos. El
suelo rapado y seco, los ríos sin agua y los montes
desnudos, han dado de sí santos y guerreros; nunca
darán labradores primorosos.
|
ALFONSO.-
Guerreros y santos da también ahora la tierra
campa de Castilla; pero los santos son de los que acaban en el
infierno: los guerreros, de los que concluyen apaleados, como el
generoso Don Quijote... Eso es hoy el agricultor castellano: santo
condenado y guerrero sin gloria.
|
DOÑA
JUANA.- No te canses; no porfíes con la
Naturaleza, con Dios, que creó los países pobres para
fundar en ellos las escuelas de la humildad y la paciencia.
(ALFONSO y
CLEMENTINA se miran de
soslayo, refrenando su enojo.)
|
ALFONSO.-
Yo, señora, creo que Dios nos ha dado los
países yermos y huraños para que los hagamos
hospitalarios, risueños. Se educan las tierras como las
personas, y se doman los campos como las fieras.
|
DOÑA
JUANA.- (Con frase cortante y
seca.) Eso será muy bonito; pero es un
disparate.
|
CLEMENTINA.- (Acudiendo en apoyo
de ALFONSO.) Sus empresas,
tía, no le parecerían a usted desatinadas si las
conociera bien. Trabaja con fe y ahínco, y usted debe
ayudarle para que veamos el fruto de tantos afanes.
|
DOÑA
JUANA.- Yo le ayudo... como puedo. Y no voy más
allá, porque los tiempos están malos.
|
ALFONSO.-
(Desabrido,
irónico.) Malos, sí: malos
están siempre... Y esa ruindad de los tiempos no
acabará mientras los españoles no aprendamos a
prestarnos auxilio unos a otros; mientras los —1160→
que poseen con exceso no alarguen su mano a los que sufren
escasez, a los que, cargados de hijos y de obligaciones duras, no
pueden vivir ni respirar... Malo está y estará todo
mientras el egoísmo sea ley de las almas.
|
DOÑA
JUANA.- (Con afectado celo y tonillo
eclesiástico.) ¡El egoísmo!
Cierto que es la primera de las plagas humanas. Para combatirlo,
cultivemos con preferencia los campos del espíritu.
|
ALFONSO.-
Tengo cinco hijos que mantener y obligaciones que
cumplir. Sin dejar de dar al cielo lo que es del cielo, doy a la
tierra lo suyo.
|
DOÑA
JUANA.- (Vivamente.)
Sí; pero no te conformas con la voluntad de Dios.
|
ALFONSO.- (Con igual
viveza.) Sí me conformo... Nos conformamos
demasiado. Mi voluntad es reflejo de la de Dios, y Dios me manda
que... (BEATRIZ, próxima a su padre, le
tira de la levita.)
|
DOÑA
JUANA.- Pero no te incomodes, hijo.
|
CLEMENTINA.- ¡Alfonso, por Dios!...
(A DOÑA
JUANA.) No le haga usted caso... Es un
disputador incorregible.
|
DOÑA
JUANA.- (Con forzada jovialidad, que
torpemente oculta su orgullo.) Nada... siempre que
nos vemos Alfonso y yo, nos peleamos. Él es terco; yo,
más. Cada cual suelta sus terquedades, y luego... tan
amigos.
|
CLEMENTINA.- (Bruscamente,
queriendo variar de tema.) Hablemos de otra cosa. Ya
sé, tía, que esta tarde tiene usted gran fiesta en su
capilla.
|
DOÑA
JUANA.- (Gozosa.)
Sí... Ya iba a deciros que os deis por invitadas. Tengo
plática... Cantarán las niñas de San
Hilario.
|
MARÍA
JUANA.- ¡Ay, qué gusto!... ¡y poco
que me gusta a mí la plática!
|
BEATRIZ.- Y a mí el coro de
niñas... Cantaremos con ellas.
|
DOÑA
JUANA.- (Las besa.)
Niñas del alma, mucho me agrada que prefiráis este
recreo del espíritu a los paseos vanos y a la
cháchara frívola con amiguitas sin seso.
(Entra MARTINA y anuncia en voz baja a la
señora que han llegado los reverendos
Sacerdotes.) Ya es la hora. (Se
levanta impaciente y con dificultad, ayudada por CLEMENTINA.) Vamos...
(Coge su bastón. Toma el brazo de CLEMENTINA.)
Acompañadme a mi catedral casera. Veréis qué
bonita está... (A ALFONSO.) A ti no te
digo que vengas... Temo que te fastidies.
|
ALFONSO.-
Sí, señora; me aburro.
(Corrigiéndose con presteza.)
No, no; he querido decir que... (Entra ISMAEL presuroso por el fondo; saluda
a DOÑA JUANA. Es
hombre de cuarenta años, regular figura, por demás
inquieto y nervioso, el genio pronto, el pensamiento rápido,
la voz y el mirar siempre delante del
pensamiento.)
|
Escena V
|
|
Con ALFONSO e
ISMAEL.
|
ISMAEL.- (Como azarado,
paseándose de largo a largo.) Lléveme
el diablo si no está enteramente loca.
|
ALFONSO.-
(Sereno y
burlón.) Y un loco hace ciento, querido
Ismael, porque tú lo estás de remate.
|
ISMAEL.-
No es locura, es rabia. Figúrate que acabo de
ver al reverendo administrador don Damián
Insúa...
|
ALFONSO.-
Ya entiendo. La entrega de los cinco mil duros se
aplaza... ¿por cuántos días?
|
—1161→
|
ISMAEL.-
Las promesas de esta buena señora nos traen la
alegría del mañana... Luego se van, se van...
(Párase un momento.)
|
ALFONSO.- ¿Adónde?
|
ISMAEL.-
A la consumación de los siglos.
(Sigue su paseo vertiginoso.)
|
ALFONSO.-
(Riendo.) Piensa doña Juana que eres eterno,
como ella.
|
ISMAEL.-
(Parándose ante ALFONSO.) Dime,
Alfonso... pero con sinceridad: ¿crees tú que mi
tía es santa, como dice la gente?
|
ALFONSO.- No sé qué responderte.
No entiendo yo bien las psicologías de la santidad. Juzgando
a doña Juana por los efectos de su carácter sobre mi
familia y sobre mí, no vacilo en asegurar que es la mujer
más mala que Dios ha echado al mundo.
|
ISMAEL.-
(Caviloso.) No tanto...
no. La verdad es que a Clementina y a mí, sus sobrinos
carnales, nos ha trastornado con las esperanzas que nos arroja al
rostro, como polvillo de oro que nos deslumbra, nos ahoga... y nos
ciega.
|
ALFONSO.- (Con repugnancia del
asunto.) Así es. Pero ¿a qué
hablar de eso?
|
ISMAEL.- Yo no sé hablar de otra cosa.
Parece natural que a mí, su sobrino carnal, pobre, creador
de familia, trabajador en varias industrias, me auxilie con
algún capital... Con que me diera los intereses del lote que
me tiene destinado en su testamento, me haría feliz. No
quería yo más para vivir en mis glorias, labrando
nueva riqueza, multiplicando familia y productos industriales... Y
en el propio caso estás tú... Que te dé una
parte de las rentas del «latifundio» y
transformarás tus campos míseros...
|
ALFONSO.- (Amargado, le
interrumpe.) Cállate... No me trastornes...
Resuelto estoy a desentenderme de las vanas esperanzas de mi
esposa... Sustituyo la paciencia con la confianza en mí
mismo... Trabajaré como un pobre hidalgo de secano... No
valgo yo para sobrino pordiosero: ni soy tan flaco de moral que
subordine mis cálculos a la muerte de una persona, y
descuente las ventajas de una herencia... que podrá ser...
Podrá no ser...
|
ISMAEL.-
Ha de ser, Alfonso... Cree como yo, y espera...
|
ALFONSO.-
(Viendo entrar a ROSAURA.)
Cuéntale todo eso a tu cara mitad...
|
Escena VI
|
|
DON ALFONSO,
ISMAEL y ROSAURA. Su modestia no da publicidad
a sus virtudes, más excelsas por ser inconscientes,
luminosas tan sólo en la oscuridad.
|
ROSAURA.- (Risueña.)
Alfonso, Dios te guarde. No creí yo
encontrarte en el besamanos.
|
ALFONSO.-
(Irónico.)
¡Cómo había de faltar yo a esta solemnidad!
|
ISMAEL.- ¿Has visto a Insúa?
|
ROSAURA.- Sí... (Con
tristeza.) Ya me ha dicho...
|
ISMAEL.- Un desengaño más,
Rosaura. Mañana mismo cierro el taller y despido a mis
operarios.
|
ALFONSO.- ¿Y ustedes, en ese subir
fatigoso por la cuesta de las promesas, aún esperan...?
|
ISMAEL.-
Con media lengua fuera esperamos... Nuestro sino es
creer que tarde o temprano mi tía nos sacará de
penas.
|
ROSAURA.- (Suspirando, se
sienta.) Pues que sea pronto, hijo, porque yo estoy
cansadísima.
|
ALFONSO.-
(Con galante
admiración.) Nadie como tú, amiga
mía, tiene derecho al descanso. Pero no lo tendrá. La
Humanidad rara vez sabe premiar a sus grandes heroínas. La
corona de descanso y paz que tú mereces. Rosaura, no se la
pidas a la gazmoñería.
|
ROSAURA.- Ni merezco coronas, ni espero tener
descanso hasta que me muera.
|
ALFONSO.- Extraordinaria mujer tienes, Ismael.
Desamparados de doña Juana, trabajo les mando para navegar
con tanta familia en una cáscara de nuez... por mares
revueltos...
|
ROSAURA.- Navegamos... porque sabemos guardar el
equilibrio en medio de tales tumbos... Yo trabajo como una
esclava... Por virtud de nuestra economía, y de algún
milagro de Dios, ello es que mis ocho hijos comen lo necesario y
van vestiditos con decencia.
|
ALFONSO.-
Sin darnos cuenta de ello, cultivamos todas las
virtudes. La tía acabará por hacer perfectos a todos
sus herederos... Dime, Rosaura, ¿quién ha quedado en
el salón?
|
ROSAURA.- No he visto más que a Ventura
Nebrija con sus hijas.
|
ISMAEL.-
Es el pariente más lejano de
—1162→
doña Juana, y el más afortunado, según
dicen, por haber dedicado a sus hijas a la sastrería
santurrona. Hacen trajes para el Niño Jesús.
|
ROSAURA.- No murmures, marido mío.
¿Y Rogelio no está?
|
ISMAEL.- Rogelio entró conmigo. En mitad
del jardín le perdí de vista... También
quedó en el jardín Zenón, paseándose a
la sombra y hablando con los árboles.
|
ALFONSO.- (Mirando por el
ventanal.) ¿Por qué no sube? Lo que
dice a los árboles que nos lo diga a nosotros, y nos
divertiremos con su filosofía desesperada.
(Vuelve al proscenio.) Creí que
el primer concurrente al besamanos sería Rogelio, el
pariente más favorecido de doña Juana, según
parece.
|
ISMAEL.-
(Sintiendo pasos.)
Alguien viene. Paréceme que es Rogelio. (Mira
por el fondo.) No; es el gran filósofo
cínico y somnámbulo, Zenón de Guillarte.
|
Escena VII
|
|
Los mismos y ZENÓN
DE GUILLARTE. Entra en escena por el fondo, hablando a los
aires, y ayudando su monólogo con discreta acción de
la mano derecha. Esconde la izquierda en la solapa. No repara en
sus amigos, que le miran sin asombro y le oyen
risueños.
|
ZENÓN.- Y si es ley inconcusa que la
Naturaleza tiene horror al vacío, no lo es menos que esa
misma Naturaleza se apresura a llenarlo, así en las
magnitudes del Universo como en las pequeñeces de la
existencia individual... Yo sostengo, y lo probaré cuando se
quiera, para que los más incrédulos se penetren de
estas verdades; yo afirmo y demuestro que el derecho a la vida
será una vana fórmula si no lo consagráis con
la equitativa distribución del riego monetario...
|
ROSAURA.- ¡Eh, somnámbulo... que
estamos aquí!
|
ISMAEL.- Zenón de Guillarte, ¿no
ves a tus amigos?
|
ZENÓN.- (Como quien ve y no
ve.) Ya os he visto.
|
ALFONSO.- Del riego monetario tratábamos
aquí.
|
ZENÓN.- (Fijándose
vagamente en ellos.) Alfonso, Rosaura, Ismael,
borregos del rebaño de la paciencia, tengo el honor de
saludaros...
|
ISMAEL.- Te escuchamos como a la propia
Sabiduría.
|
ZENÓN.- Digo que si mi tío,
hermano de mi buena madre... (Señala el
retrato.) vedle allí... si mi tío
ilustre, don Hilario de Berzosa, primer marques de Tobalina,
designó por heredera de sus cuantiosos bienes a su
dignísima esposa... (Señala el
retrato.) vedle qué guapetona y elegante...
encargándole que mirase por todos los parientes de él
y de ella; si la antedicha señora... contemplad la serenidad
de su rostro... no se muere sin distribuir entre los afines su
colosal riqueza, tocándome a mí un puñado de
valores mobiliarios, que suben a sesenta mil duros, yo debo estar
muy agradecido a mi señora doña Juana y a mi
señor tío don Hilario.
|
ALFONSO.- Pero, di, Zenón,
¿agradeces dormido o despierto?
|
ISMAEL.-
Este ve en sueños mundos rosados.
|
ROSAURA.- Nosotros tenemos paciencia; él,
no.
|
ISMAEL.- Nosotros trabajamos; tú haces
vida de club.
|
ALFONSO.- Abandona su voluntad a la embriaguez
vesánica en la sala del crimen.
|
ROSAURA.- Se da vida de príncipe: viste
con lujo, come a lo grande.
|
ISMAEL.-
Y en su incorregible manía de grandezas,
alterna con duques y millonarios...
|
ZENÓN.- Alterno con mis amigos de toda la
vida. ¿Qué culpa tengo de haber nacido en cuna de
plata sobredorada, por no decir de oro?
|
ROSAURA.- Es latón que se empeña
en parecer plata.
|
ZENÓN.- ¿Queréis que me
dedique a fabricar cestas o escobas, a pegar carteles o a vender
cerillas? No; no he nacido para menesteres bajos. Dadme dinero, y
lo multiplicaré sin abandonar mis hábitos de gran
señor... Que me anticipe doña Juana el capitalito
asignado en su testamento, y yo haré maravillas... me
dedicaré a la granjería, que estimo más
provechosa y, si me apuran, más apropiada a la moral
incierta de estos tiempos; cultivaré la honrada, la santa
usura, contra la cual hemos dicho mil denuestos los que fuimos sus
víctimas.
|
ISMAEL.- No va descaminado. Rómpase la
tradición sentimental.
|
ALFONSO.-
Su paradoja es humorística,
—1163→ y encierra un fondo de venganza
lógica.
|
ZENÓN.- Devorado por la terrible usura,
me vuelvo a ella y le digo: «Yo, tu víctima,
seré ahora tu amigo. Monstruo, ante tus altares me inclino y
de tu Corte quiero ser cortesano. Devuélveme, ¡oh
vampiro mío!, la sangre que me chupaste».
|
ROSAURA.- ¡Qué atrocidad! Pero
¿tomáis en serio estas aberraciones?
|
ZENÓN.- (Vuelvese hacia el
retrato de DON HILARIO y
habla con él como con una persona viva.)
Desde la mansión de los justos, donde mora, mi noble
tío me sonríe, me felicita, me aplaude.
¿Verdad, amado señor, que gozarás
viéndome seguir tu huella gloriosa? ¿Qué
hiciste tú en tu fecunda vida más que practicar la
dulce usura? (Encarándose con el retrato de
DOÑA
JUANA.) Y vos, señora dulcísima
¿me negaréis que sois la mayor y más sublime
usurera?
|
ROSAURA.- ¡Eh, Zenón, hasta
ahí podían llegar las bromas!
|
ZENÓN.- Miradla. Me sonríe
cariñosa. Afirma con la cabeza.
|
ROSAURA.- No sonríe, no dice sino que
eres un farsante.
|
ZENÓN.- Ha dicho que sí con la
cabeza. Sed testigos, Ismael y Alfonso. (Estos
ríen.) Y se ha reído al dar la
cabezada. (Habla con el retrato.) Vos,
noble dama, tenéis una bendita hucha que llamáis
caridad, beneficencia, donativos de piedad y devoción,
amparo a los parientes menesterosos. En esta hucha soberana vais
poniendo cada día partículas de vuestras copiosas
rentas... Queréis juntar así un inmenso capital de
gloria. ¿No es esto una imposición de fondos a
interés compuesto, un Montepío de la Bienaventuranza
eterna?
|
ISMAEL.- Confiesa, Zenón, que eres
sacrílego.
|
ROSAURA.- ¡Tonto! Maldita gracia me hacen
a mí esos desatinos.
|
ZENÓN.- La misma gracia me hace a
mí ser pobre... (Óyense por la derecha
acordes lejanos de órgano.)
|
ROSAURA.- Avanzada está la función
en la capilla. Pero aún falta mucho para que concluya.
(Impaciente, se levanta.) ¡Y yo
aquí, con tanto que tengo que hacer en mi casa!
|
ALFONSO.- ¿Te vas? A doña Juana le
sabrá mal que no pases a la capilla.
|
ROSAURA.- Y tú, ¿por qué no
vas?
|
ALFONSO.-
Porque en ese acto piadoso estoy representado por mi
mujer y mis hijos.
|
ROSAURA.- ¿Está ahí
Clementina? Pues no me voy sin verla. Acompáñame,
Alfonso. Nada pierdes con que doña Juana te vea en su
catedral casera. (A su marido.)
Ismael, ¿te quedas?
|
ISMAEL.-
Luego iré. (Entra ROGELIO por la derecha, puerta de la
capilla.)
|
ROSAURA.- Rogelio, ¡qué
aparición! ¿Vienes de la capilla?
|
ROGELIO.- (Restregándose
los ojos como luchando con el sueño.) Vengo
huyendo del fastidio. Me espantaba la idea de quedarme dormido
frente a...
|
ROSAURA.- Frente a doña Juana; dilo.
|
ISMAEL.-
Ahora empezará a plática.
|
ROSAURA.-
(Irónica.) Pues Alfonso y yo
queremos oírla.
|
ALFONSO.-
(Resignado.) Vamos.
(Vanse ROSAURA y ALFONSO hacia la
capilla.)
|
Escena VIII
|
|
ISMAEL,
ZENÓN y
ROGELIO, que se sienta en
un sillón luchando aún con su
somnolencia.
|
ISMAEL.- Pues aquí nos tienes
discurriendo el modo de hacernos usureros.
|
ZENÓN.- Y sobre el caso he pedido
consejo a tu augusto padre, a quien tienes colgado de esa pared,
imponente y grandioso con su banda de Carlos Tercero. El buen
señor me ha dicho que con los particulares no pasaba del
cincuenta por ciento, pero que con el Estado se corría hasta
el doscientos.
|
ROGELIO.-
(Siéntase.) Dejad
en paz a mi padre. Yo le respeto, aunque en rigor no le debo
más que la vida, donativo poco estimable cuando es vida
desnuda de recursos.
|
ISMAEL.- Mala partida te jugó tu don
Hilario engendrándote para vida pobre.
|
ZENÓN.- Mejor habrá sido para ti
que te dejara nadando en la nada de la mente divina.
|
ROGELIO.- He tenido la mala sombra de salir al
mundo en la peor casilla social, donde patalean los hijos ilegales
de padre casado y rico y de madre soltera y pobre. Infusorio soy,
que bebo y vomito sin cesar el agua de la gota en que me ha tocado
vivir. Dependo del arbitrio de doña Juana, que viene a ser
mi madrastra póstuma.
|
—1164→
|
ISMAEL.-
Y ¿cómo no viniste a preguntar por ella
cuando estuvo tan malita?
|
ROGELIO.-
No lo supe. Ignorándolo, me libré del
oprobio de alegrarme de su enfermedad.
|
ZENÓN.- Yo sí lo supe y unas seis
veces al día me informaba de su estado, poniendo al entrar
aquí una cara muy triste2* (Hablando
con el retrato.) Noble y santa señora, yo me
permito preguntaros: ¿Por qué no procedéis con
estos tristes parientes en forma tal que nos inspiréis amor?
Unos os llevarían sobre sus hombros contando loores y otros
bailarían delante de vos, como David delante del Arca.
(Sigue hablando solo por el fondo de la
habitación y entra un rato en la
capilla.)
|
ISMAEL.- (A ROGELIO.) Ya te
habrá dicho Insúa que doña Juana quiere que te
traigas a Casandra hoy mismo.
|
ROGELIO.- Sí, y esto me llena de
confusión... ¿Qué querrá hacer con
nosotros esa mujer?... Tú has dicho que el carácter y
la conciencia de tu tía son un misterio impenetrable. Yo
creo conocer ese carácter, Ismael. Yo te aseguro que
doña Juana lleva consigo el diablo de los celos y de los
rencores de mujer contra mujer. ¿No lo entiendes?
Doña Juana aborreció a mi pobre madre; me aborrece a
mí, nacido de la infidelidad conyugal... Soy el espurio, el
maldito...
|
ISMAEL.-
Según ella, naciste malo, y la falta de
educación te hizo peor.
|
ROGELIO.-
Claro. Mi madre era muy buena, pero educar no
sabía. Murió antes de ser vieja y antes de que el
ramillete de su hermosura se ajara... Quedé solo.
Doña Juana, estéril, siguió aborreciendo a mi
madre después de muerta, porque soy el hijo que don Hilario
quiso tener fuera y lejos de ella.
|
ISMAEL.-
Basta.
|
ROGELIO.-
No he concluido. Abandonado de mi padre, mirado de
través como una vergüenza, crecí en libertad,
dejé correr la imaginación, me embriagué en
las cosas fáciles, amé la Naturaleza y en ella puse
el nido de mis creencias. Era romo el salvaje que funda su vida en
los elementos primarios: el miedo, el valor, el placer, el
misterio... me sentía en un medio mitológico y miraba
la sociedad como un mundo extranjero, al cual no había de
pertenecer nunca... En esta vida libre y desmandada conocí a
Casandra. Enamorados yo de ella y ella de mí, me la
llevé a mi vida suelta y tormentosa. Éramos felices
en nuestro desorden, y entregados al azar y al tiempo, sin conocer
de este más que el día presente, gozábamos la
tranquilidad de los pájaros errantes en país donde no
existen cazadores.
|
ISMAEL.-
No; que al fin os cazó doña Juana... a
ti por lo menos.
|
ROGELIO.-
Me cogió en las redes de una pensioncita para
vivir medianamente.
|
ISMAEL.-
Y traído a la vida regular, te has
reformado.
|
ROGELIO.-
Mi reformadora es Casandra, en quien veo una gran
maestra, educadora de pueblos, pues me ha educado a mí, que
soy todo un pueblo por la complejidad de mis
rebeldías...
|
ISMAEL.- Pues cuando doña Juana te llama,
cuando llama también a tu mujer libre, deseosa de conocerla,
será que quiere aumentar sus favores. Pretenderá
casaros...
|
ROGELIO.-
(Con expresión de
disgusto.) ¡Valiente favor!
|
ISMAEL.- La misma Casandra, que ve claro y lejos
en los horizontes de la vida, no desea otra cosa... Con tus
intransigencias no se puede vivir en sociedad, Rogelio.
Cásate, y obtendrás de doña Juana favores
más positivos.
|
ROGELIO.-
Yo no quiero de tu tía más que lo que
me pertenece por disposición de su esposo. Sé que mi
padre, apiadado de mí en sus últimos años,
dispuso que una parte de sus riquezas pasara a mis manos. Ese
montoncito de oro me pertenece, es mío; lo necesito para
completar mi existencia, y doña Juana tiene la
obligación de dármelo.
|
ISMAEL.- Sí... pero...
conviértete, amigo querido, a la religión de la
flexibilidad y haz una discreta, una sutil abjuración de tus
rebeldías.
|
ROGELIO.-
(Dudando.) No sé, no
sé.
|
ISMAEL.- Ponte en la razón... no seas
imaginativo en grado de locura. Sé menos poeta y más
hombre, Rogelio.
|
ROGELIO.-
Soy lo que soy y no puedo ser de otra manera. Mis
amores son Casandra, mis hijos, el sol, mi libertad, sol y cielo de
mi espíritu. Todo esto lo poseo; me falta un bien que anhelo
y no quiere ser mío: el oro.
|
ISMAEL.-
(Alegre,
risueño.) El sol, reducido
—1165→ a cosa manejable, que se da o se
toma y se mete en el bolsillo.
|
ZENÓN.- (Hablando solo
frente a la puerta de la capilla.) Estoy conforme,
absolutamente conforme con todo lo que ha dicho el señor
predicador, que en este momento veo bajar del púlpito. Yo no
he tenido el gusto de oírle; pero...
(Óyese el órgano.)
|
ISMAEL.- (Riendo.)
¡Tonto!... ¿Con quién hablas?
|
ZENÓN.- (Avanzando hacia
sus amigos.) Decía que, sin haber oído
el sermón, lo celebro, lo aplaudo...
|
ROGELIO.-
¿Habrá dicho que doña Juana es
una santa?
|
ZENÓN.- Y si no lo ha dicho, lo digo yo,
lo sostengo, lo hago cuestión personal.
|
ISMAEL.- Así, así se gana el
cielo.
|
ROGELIO.- O la tierra.
|
Escena IX
|
|
Los mismos, CLEMENTINA y ROSAURA, que vienen de la
capilla.
|
CLEMENTINA.- Aquí respiro... El olor de
la cera y el moscosuena de la plática me han levantado dolor
de cabeza.
|
ROSAURA.- Pues yo, a media plática, tuve
que pellizcarme para no dormirme.
|
CLEMENTINA.- Ya conocí yo que tu
atención no era muy intensa y que, rezando con la boca,
tenías el pensamiento en tu cocina.
|
ROSAURA.- No pensaría en ella si tuviera
yo unos ángeles que, mientras rezo, me hicieran la comida,
como aquellos de San Isidro, que araban mientras el santo estaba en
oración.
|
CLEMENTINA.- Amiga mía, ten fe, y no te
faltarán ángeles cocineros, barrenderos...
|
ROSAURA.- Y que vayan a la compra y me arreglen
a los hijitos.
|
CLEMENTINA.- Todo eso podrás tener. Oye
otra cosa: parece que doña Juana ha citado a esa para una
entrevista familiar. ¿Conoces a esa mujer?
|
ROSAURA.- Sí; vivimos Casandra y yo en la
misma calle. No tengo por qué ocultar que somos amigas.
|
CLEMENTINA.- Y ¿qué idea has
formado de ella?
|
ROSAURA.- Que se equivocan los que ven en
Casandra una mujer desordenada y voluntariosa... Tiene bastante
gobierno, es muy viva y despierta, cariñosa de trato, pronta
de genio... empecé por compadecerla y acabé por
admirarla.
|
CLEMENTINA.- ¿Y los niños?
|
ROSAURA.- Son preciosos. En mi casa los tengo
alguna tarde jugando con los míos. Su madre los adora y los
lleva muy bien arregladitos.
|
ZENÓN.- Por lo visto, las señoras
también se aburren ahí dentro y salen al
pórtico de la catedral a distraerse con un poquito de
cháchara y murmuración.
|
CLEMENTINA.- Ni nos aburrimos allá ni
aquí murmuramos.
|
ROSAURA.- Mientras nosotras rezamos, usted
aquí despellejando al prójimo.
|
ZENÓN.- Yo despellejo blandamente, sin
hacer daño, y también rezo... a mi modo.
|
ISMAEL.- Pues no vale rezar en el
pórtico. La función no ha concluido, y aquí
viene el señor de Cebrián reclutando a los
prófugos. Todos tenemos que ir allá.
|
ROSAURA.-
(Pesarosa.) ¡Ay Dios
mío!
|
Escena XI
|
|
ROGELIO,
ISMAEL, ZENÓN y, después,
CASANDRA.
|
ISMAEL.- Relamido es el canciller.
|
ROGELIO.- Astuto y sutil como la serpiente.
|
ZENÓN.- ¿Qué
pensáis? ¿Entramos?
|
ROGELIO.-
Yo, no.
|
ISMAEL.-
Ya está Casandra en el jardín.
Miradla.
|
ZENÓN.- (Que ha mirado por
el ventanal.) En la alameda de tilos se pasea
meditabunda. (A ROGELIO.)
Llámala. Hazle una seña.
|
ROGELIO.- (Llamando hacia
afuera.) ¡Pchs!... Ya me ha visto. Ya
viene.
|
ZENÓN.- No te enfades, chico, si me oyes
decir que posees una de las pocas mujeres deliciosas que van
quedando; deliciosa sin ser mala. Aún no hemos llegado a que
maldad y hermosura sean un solo defecto.
(ROGELIO, en
la puerta de cristales, esperando a CASANDRA.)
|
ISMAEL.- Pronto acude a la cita. Aún han
de esperar un rato.
|
ZENÓN.- ¡Linda mujer!
¡Qué majestad, qué andares de diosa
helénica!
|
ISMAEL.-
He visto una estatua muy semejante a esta mujer.
|
ZENÓN.- ¿Estatua desnuda o
vestida?
|
ISMAEL.-
Vestida, hombre. Hay diosas muy decentes.
(CASANDRA
entra por el fondo. Viste traje rojizo, de sencillez elegante;
guantes blancos. Detiénese como asustada en la
puerta.)
|
ROGELIO.-
Pasa, mujer, sin temor; estamos solos.
|
ZENÓN.- Aún no ha salido el
coco.
|
CASANDRA.-
(Avanzando.) Aún puedo
respirar.
|
ISMAEL.- Respiramos todos.
|
ZENÓN.- Casandra, por algo tiene usted
nombre de profetisa. ¿Quiere usted adivinarnos el porvenir,
descifrarnos el tremendo enigma que a Ismael y a mí nos trae
locos?
|
CASANDRA.- Yo no adivino más que lo que
ignoran los tontos y lo que olvidan les desmemoriados.
|
ZENÓN.- ¿Seremos nosotros
desmemoriados en vez de pobres?
|
ISMAEL.-
¿Seremos ricos... sin acordarnos de ello?
|
ROGELIO.-
Sois somnámbulos que aquí andáis
sobre montones de oro, creyendo que pisáis tocino del
cielo.
|
CASANDRA.- ¿Quieren que les adivine si
serán un día ricos? Bueno... Pues sí:
serán riquísimos.
|
ISMAEL
y
ZENÓN.- ¡Bien, bravo!
|
CASANDRA.- Poco a poco... He dicho que
serán riquísimos un día.
|
ISMAEL
y
ZENÓN.- ¿No más que un
día?... ¡Oh!
|
CASANDRA.- Más vale algo que nada.
|
ISMAEL.-
Parece que está usted algo medrosa.
|
CASANDRA.- No he visto nunca a doña
Juana. Vengo a su casa porque ella me ha llamado... Mientras no
sepa lo que quiere de mí, no debo afligirme ni alegrarme.
Rogelio, serénate. Cada uno, dentro del castillo de sus
pensamientos y de su conciencia, es rey. ¿Crees que
sólo el dinero es la fuerza?
|
ROGELIO.- Yo no sé si es la fuerza; pero
sé qué la da.
|
CASANDRA.- Lo que importa es tener razón,
que el dinero...
|
—1167→
|
ROGELIO.- ¿Sostienes tú que la
razón da dinero?
|
CASANDRA.- Cállate la boca. Mi tema es...
razón y siempre razón.
|
Escena XIII
|
|
CASANDRA y
DOÑA
JUANA.
|
CASANDRA.- (Avanza al encuentro de
DOÑA
JUANA.) Señora...
|
DOÑA
JUANA.- Casandra, hija mía... Deseaba mucho
conocerte... Siéntate. (Se sientan las dos a
un lado y otro de la mesita.) Veo que no exageran
los que tanto alaban tu hermosura.
|
CASANDRA.- Gracias, señora.
|
DOÑA
JUANA.- (La examina con el
impertinente.) Dios ha querido darte la belleza
física en su mayor grado. Si en el mismo punto tuvieras la
belleza moral, no serías mal prodigio... Por mi edad
podré tomarme la licencia de hablar con toda franqueza.
|
CASANDRA.- Sin duda.
|
DOÑA
JUANA.- Pues te diré que ese vestido colorado y
ese sombrero no son lo más propio para una mujer de
juicio.
|
CASANDRA.-
(Gravemente.) Este vestido es el mejor
que tengo; el único presentable, debo decir. Me lo
regaló Rogelio al entrar la primavera. Pensé hacerme
otro gris o azul marino; mas no he podido pasar del deseo... Me
puse a economizar... llegué a reunir una corta cantidad...
que fue preciso aplicar a cosas más urgentes.
|
DOÑA
JUANA.- A compromisos de Rogelio quizá...
Claro, con ese desorden no extraño que sean insuficientes
los cien duros que os doy cada mes... ¿Qué
irás explicarme...?
|
CASANDRA.- Mucho más de la mitad de esos
cien duros tengo que dedicar a las deudas de Rogelio...
|
DOÑA
JUANA.- ¡Jesús, Jesús!
¡Infame libertino es el hombre con quien vives!... Tú
y él condenados sois, muy difíciles de redimir.
|
CASANDRA.- (Soltándose en
el pensar y el decir.) No es malo Rogelio,
señora. Está usted en un error, del que yo quisiera
sacarla.
|
DOÑA
JUANA.- Es para mí la encarnación de una
deslealtad que me hirió en lo más vivo. Mi esposo...
se dejó enloquecer por la gracia desvergonzada de una mujer
que cantaba coplas obscenas y alzaba la pata con indecencia en un
teatrucho...
|
CASANDRA.- Señora, si para usted pasaron
ya esas amarguras, ¿a qué viene recordarlas?
|
DOÑA
JUANA.- Lo que acabas de oír no te atañe
por ti misma, pobre criatura insignificante, sino por algo que de
ello se deriva... Yo tengo un plan... un plan de
reparación... Antes de realizarlo he querido verte y
tratarte. Vamos a nuestro asunto. (CASANDRA es toda
curiosidad.) Respóndeme... háblame
como hablarías al confesor... ¿Amas verdaderamente a
Rogelio?
|
CASANDRA.- Por lo que de él he dicho,
comprenderá usted cuánto amo a Rogelio.
|
DOÑA
JUANA.- ¿Qué has encontrado en ese
perdido? ¿Qué prendas, qué cualidades has
visto en él?
|
—1168→
|
CASANDRA.- (Resplandeciente de
ingenuidad.) Sus desdichas, el vivir suyo solitario,
sin familia ni afectos; su corazón bueno, que le sale a la
boca cuando habla; su gallardía y el fuego de su
imaginación.
|
DOÑA
JUANA.- ¡Cuánta baratija, sin ninguna
joya entre ellas!... ¿Puede ser eso causa de verdadero
amor?
|
CASANDRA.-
(Vehemente.) Señora, yo le
juro...
|
DOÑA
JUANA.- No jures, que es pecado.
|
CASANDRA.- Yo tengo el orgullo de decir
que...
|
DOÑA
JUANA.- (Cortándole la
palabra.) No seas orgullosa, que también es
pecado... Respóndeme a otra pregunta: ¿ha sido
Rogelio tu primer amor?
|
CASANDRA.- (Suspensa y
grave.) Primero y único. Pensar otra cosa es
ofenderme.
|
DOÑA
JUANA.- No hay ofensa en lo que te digo...
Estás enamoriscada, encandilada, como quien dice, con los
resplandores, con las desdichas y el hablar gracioso de ese
hombre... Pero no me sorprenderá que el mejor día te
canses de sus vicios y de sus dicharachos y traslades tus
entusiasmos a otro... más bonito o más feo,
más formal o más pillo... a otro cualquiera, en fin,
de los muchos que hay.
|
CASANDRA.- Sin quererlo, señora, usted me
ofende más con esa explicación. Yo respeto a usted...
la respeto sin olvidar mi dignidad y el respeto que me debo a
mí misma.
|
DOÑA
JUANA.- Está muy bien, está muy bien que
te respetes. Eso me gusta... Yo vuelvo a decirte que no fue mi
ánimo lastimarte. (Examinándola con el
impertinente, se levanta y da una vuelta en derredor de
CASANDRA, que
también se pone en pie.) Pero también
debo decir que el tipo de tu hermosura de museo, que es algo de
hermosura pública para recreo de la muchedumbre; la
arrogancia de tu actitud y de tu mirada, parecen... no digo que
sean... parecen revelar a la mujer enamorada de sí propia y
atenta no más que al arte de agradar... de esas que no ven
en la vida más que un perpetuo motivo de lucimiento...
(Notando que CASANDRA se enoja
más.) sin que esto quiera decir que sean
malas... Dios me libre... ¿Qué?
¿También esto es ofensivo?
|
CASANDRA.-
(Sollozando.) Sí,
señora: y tanto, que le pido permiso para retirarme.
(Aléjase hacia el fondo.)
|
DOÑA
JUANA.- (Buscando la atenuación
festiva.) Vamos... ya una persona experimentada,
cargada de años y de autoridad, no puede aventurar una
opinión sobre estas mocosas.
(Autoritaria.) No te doy permiso para
retirarte... Basta de mimo... No es para llorar... Siéntate,
que aún tengo mucho que decirte. (Coge a
CASANDRA de la mano y la
obliga a sentarse.) Vamos, siéntate...
(CASANDRA se
sienta.) Ya no hablo más de Rogelio...
Hablaré de ti misma. Dime otra cosa. Era lo primero que
pensé preguntarte y se me fue de la memoria... Ese nombre
tuyo de Casandra, ¿es nombre cristiano?
|
CASANDRA.- No sé, señora... Por
cristiano lo tuve siempre.
|
DOÑA
JUANA.- Yo no he visto en las Vidas de los santos ni
en ninguna relación de mártires el nombre de
Casandra... Sólo recuerdo haberlo visto en algún
novelón... no sé si en una tragedia.
|
CASANDRA.- (Turbada, sin saber
qué decir.) Pues... no sé... Ahora
recuerdo que una vez pregunté lo mismo a mi padre... y mi
padre me dijo que había una Santa Casandra...
|
DOÑA
JUANA.- Como buen escultor, se guiaba por algún
almanaque gentil. Dime otra cosa: ¿te enseñó
alguien la doctrina?...
|
CASANDRA.- (Insegura en la
respuesta.) Sí... creo... Sí,
señora... algo... me enseñaron.
|
DOÑA
JUANA.- ¿Nada más que algo? ¿Tu
madre?...
|
CASANDRA.- Yo no conocí a mi madre.
Cuando murió tenía yo diez meses. Las criadas de mi
casa me enseñaron a rezar, y luego en el colegio... Doctrina
y mucha Historia Sagrada, que se me ha olvidado.
|
DOÑA
JUANA.- ¿Y tu madre...? Perdona esta pregunta,
que es penosa, pero necesaria... Tu madre... ¿estaba casada
con tu padre?
|
CASANDRA.-
(Turbada.) Sí... no... no
sé... ¡Ah! Ya me acuerdo... Se casó cuando
estaba malita... para morirse.
|
DOÑA
JUANA.- Vamos... menos mal. Llénate de
paciencia para responderme a otra pregunta. Tu madre...
¿qué era?
|
CASANDRA.-
(Sofocada.) ¿Cómo que...
qué era? Era... mi madre.
|
DOÑA
JUANA.- Quiero decir que cuál
—1169→
era su clase y condición... ¿No lo sabes, o no
quieres decirlo? (Pausa.)
|
CASANDRA.- No lo sé.
|
DOÑA
JUANA.- ¿Era tu madre de clase humilde?...
Acaso... acaso fue criada de tu padre... modelo de tu padre.
|
CASANDRA.- No sé...
(Balbuciente.) No me pregunte usted
cosas que ignoro... y... que son para mí sagradas,
desconociéndolas.
|
DOÑA
JUANA.- Quizá tu padre... esto es un suponer...
conoció a tu madre en alguna fiesta pública o
privada... quizá en algún lugar adonde van los
hombres en busca... de alegría, de libertad.
|
CASANDRA.- (Defendiéndose
con la sinceridad.) Mi padre, al hablar de mi madre,
no me ha dicho más sino que era muy hermosa. Retratada la
tenía en varios bustos y figuras.
|
DOÑA
JUANA.- (Implacable.)
¿Desnudas?
|
CASANDRA.- El busto de mi madre no tiene
más que... hasta aquí... (Marcando el
seno.) y esto vestido.
|
DOÑA
JUANA.- Pero la representaría tu padre en otras
figuras.
|
CASANDRA.- Sí, señora...
Había en el estudio muchas que a mi madre se
parecían: una Diana, una Astarté.
|
DOÑA
JUANA.- ¿Es cierto que has pasado toda tu
infancia en el estudio de tu padre? Alguna vez también
tú servirías de modelo.
|
CASANDRA.- Alguna vez.
|
DOÑA
JUANA.- (Después de una
pausa.) ¿Desnuda?
|
CASANDRA.- ¡Ay, no!
|
DOÑA
JUANA.- No te ofendas. Dicen los artistas que, en la
estatuaria, la desnudez es honesta, casta... ¡Qué cosa
más rara!
|
CASANDRA.- Por honesta la tenía yo. Pero
mi padre no me desnudaba cuando yo le servía de modelo. Una
vez me puso para el grupo alegórico de un sepulcro... Yo
representaba la Inocencia.
|
DOÑA
JUANA.- (Irónica.)
¡Famosa inocente serías! Y dime otra cosa: ¿tu
padre no te llevaba a la iglesia, a misa, a confesar?...
|
CASANDRA.- (Declarando
penosamente.) No... señora... no me llevaba.
Ya ve usted con qué sinceridad le respondo... Mi padre...
era... poco creyente... o lo decía. En general, los
hombres... apenas creen.
|
DOÑA
JUANA.-
(Sarcástica.) ¡Vaya,
vaya! Has aprovechado bien la edad inocente.
|
CASANDRA.- Muerto mi padre, las tías que
me recogieron y con quienes viví muy mal, no me hablaron
nunca de cosas de fe ni de doctrina. Abandoné todo acto
religioso y... (Se interrumpe
temerosa.)
|
DOÑA
JUANA.- (Iracunda.)
Acaba... Aún te falta lo peor, lo más ignominioso...
Que te uniste a Rogelio sin ley ni religión, casamiento de
animales... que con él has vivido en las tinieblas del
ateísmo! ¡Qué horror!
|
CASANDRA.- Me pide usted la verdad... se la
doy... Desde que me uní a Rogelio, los afanes de cada
día me embargaron la voluntad de tal modo, que no he tenido
tiempo para pensar en cosa distinta de las realidades de la
vida.
|
DOÑA
JUANA.- ¡Desgraciada!... No sé
cómo tengo paciencia para oírte. Y ¿es cierto,
como dicen, que tus hijos no están bautizados?
|
CASANDRA.- Lo están, señora,
aunque Rogelio diga lo contrario y de ello se envanezca. Yo les
mandé secretamente a la pila del bautismo... sin que Rogelio
se enterase. Es la única cosa... puede creérmelo,
señora... la única cosa en que le he
engañado.
|
DOÑA
JUANA.- (Agriamente.)
¡Tu único engaño!... El bautismo de tus hijos,
administrado con sigilo y vergüenza, no me inspira confianza.
Será forzoso renovar el sacramento. Yo me encargo de
eso.
|
CASANDRA.- Como usted quiera.
|
DOÑA
JUANA.- (Con sequedad.)
Has de saber que, aunque no amo ni estimo a Rogelio, es mi
ánimo protegerle, aliviar su vida.
|
CASANDRA.- Hará usted una buena obra.
|
DOÑA
JUANA.- Hágola por mandato de mi conciencia,
cumpliendo la voluntad de mi esposo... Rogelio ama las riquezas...
las tendrá. Escoria es el oro; escoria humana, sois
vosotros... Arrastraos por el suelo hasta que os barra la
muerte.
|
CASANDRA.- (Afanada,
medrosa.) No nos maldiga, señora... Deseo que
Rogelio sea mi marido con posición o sin ella. Lo mismo le
amaré rico que pobre. Pobre le amé: mi vida es suya,
y lo será siempre, siempre, aunque lleguemos a la miseria, a
la mendicidad.
|
—1170→
|
DOÑA
JUANA.- (Irónica.)
Muy bien... Veo que tienes más mundo de lo que yo
creía. Sabes tomar actitudes airosas... De casta le viene al
galgo... Dígolo porque conservas los hábitos de
escultura, de modelo de estatuas...
|
CASANDRA.-
(Afligida.) En mí no ve usted
más que la estatua de la mujer ambiciosa, deshonrada y sin
juicio.
|
DOÑA
JUANA.- No es eso, no. Estatua o mujer, me inspiras
compasión. Yo miraré por ti.
|
CASANDRA.-
(Llorosa.) Lo agradezco,
señora... y si le parece bien, daremos la audiencia por
terminada. (Se levanta.)
|
DOÑA
JUANA.- Como gustes. A mí no me molestas.
¿Tienes que hacer en tu casa?
|
CASANDRA.- Sí, señora.
|
DOÑA
JUANA.- Yo te ampararé...
(Fríamente.) Ten confianza en
mí... Recibirás aviso para que vuelvas a verme y
hablemos otro poquito... En mí tendrás la mejor
consejera, la maestra más cariñosa.
(Levántase.)
|
CASANDRA.- ¡Maestra!
|
DOÑA
JUANA.- Yo te guiaré en tu camino doloroso.
|
CASANDRA.- (Sin
comprender.) ¡Caminos dolorosos!
¿Cuáles son? ¿Iré por ellos?
|
DOÑA
JUANA.- Todos los caminos del mundo son dolorosos,
cuando no conducen al fin infinito...
|
CASANDRA.- (Con vago mirar,
hablando sola.) Tristeza sin fin...
|