Escena I
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ISMAEL, trabajando
en la mesa de dibujo. Por la puerta del fondo, abierta, se ve
desfilar a los niños y niñas mayores de ISMAEL, y se oye su alegre
cháchara al salir para el colegio. ZENÓN DE GUILLARTE, que entra
por el fondo después que han pasado los chicos.
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ZENÓN.- ¡Demonio con la fecundidad!
Creí que me arrollaba el rebaño de tus hijos, que
salen para el colegio. Seis he contado.
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ISMAEL.-
Pues aún quedan aquí los dos
pequeños.
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ZENÓN.- ¡Ocho críos!
Parecen ochenta por el ruido que meten.
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ISMAEL.-
Y ochocientos por los zapatos que me rompen.
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ZENÓN.- Divertido estás, como hay
Dios. Pero, en fin, gracias a ti y a esa santa fecundísima
que tienes por mujer, no se acabará el mundo por ahora...
¿Trabajas?
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ISMAEL.-
(Sin mirarle.) Ya lo
ves.
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ZENÓN.- (Mirando el
dibujo.) Ascensores eléctricos. ¿Te
estorbo?
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ISMAEL.-
(Displicente.)
Sí.
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ZENÓN.- Pues abur.
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ISMAEL.-
No, aguárdate, amable cínico. Dime algo
que me quite esta melancolía negra.
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ZENÓN.- ¿Murrias tenemos?
(Con sonrisa de satisfacción.)
Pues yo... ¿No me ves?
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ISMAEL.-
(Vivamente.) ¿Qué?...
¿Qué dices, qué sabes?
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ZENÓN.- (Muy
risueño.) No sé si será
discreto que yo te revele la causa de mi júbilo.
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ISMAEL.-
(Irritado.) ¿Qué es?
Dilo pronto.
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ZENÓN.- Verás... Te advierto que
mi sinceridad no me permite enmascarar mi alegría con falsas
demostraciones de duelo.
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ISMAEL.-
(Airado.)
¿Acabarás?
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ZENÓN.- No acabo, sino que empiezo
contándote que el médico de doña Juana,
señor Bustamante, lumbrera de ciencia, me ha dicho hoy...
fíjate en esto, Ismael: hoy, que tu señora tía
no resistirá un segundo ataque.
|
ISMAEL.-
(Con gesto despectivo.)
Déjame en paz. Siempre viviendo de ilusiones
fúnebres. Anda, que si mi mujer te oyera, buena se
pondría. (Vuelve a su
trabajo.)
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ZENÓN.- (Fluctuando entre
la risa y la seriedad.) No es que yo me alegre del
pronóstico de Bustamante, ¡pobre doña Juana! Yo
sentiré que se pierda esa existencia preciosa.
|
ISMAEL.-
(Sin apartar los ojos de su
dibujo.) Lárgate, Zenón. Tus desatinos
me ponen de peor temple.
|
ZENÓN.- Bien dice Insúa que todos
los herederos de doña Juana están desequilibrados.
Yo, no. Zenón el cínico se mantiene en su dulce
serenidad. (Paseándose tranquilamente por la
estancia, se para frente a un gran dibujo de máquinas
colgado en la pared derecha.) Mientras tú
dibujas, yo admiraré tus magníficos proyectos.
(Hablando con el dibujo.) Hermoso
artificio, ingeniosa creación de la mecánica,
tú funcionarás con provecho cuando sobrevenga lo que
espero, lo que está al caer. ¡Ah!, en ese día
venturoso, Alfonso con su agricultura y este con su industria,
saldrán de sus estrecheces angustiosas. (Sigue
hablando solo, paseándose por el proscenio.)
Ellos serán trabajadores, yo bandolero, o lo que es lo
mismo, facineroso que acecha al caminante en las encrucijadas de la
usura.
|
ISMAEL.-
(Soltando los lápices, se vuelve
furioso hacia ZENÓN.)
¿Qué hablas ahí, majadero?
|
ZENÓN.-
(Impasible.) Yo pienso. Tú
dibujas. Veremos qué máquinas valen más, esas
o las mías. (Apuntando a su
sien.)
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—1181→
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ISMAEL.-
Pero ¿a qué vienes tú
aquí, pelmazo?
|
ZENÓN.- He venido a hacer tiempo.
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ISMAEL.-
Di que vienes a quitármelo.
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ZENÓN.- (Con gran flema,
sentándose.) Yo hago tiempo.
|
ISMAEL.-
¿Para qué?
|
ZENÓN.- Para ir a enterarme de ciertas
cosas que a todos nos interesan.
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ISMAEL.- (Con
viveza.) ¿Sabes algo? Dímelo
pronto.
|
ZENÓN.- Sé que en el segundo
ataque...
|
ISMAEL.-
¡Bah, bah!...
|
ZENÓN.- (Con
misterio.) He visto a Cayetana Yagüe entrar
presurosa y escurridiza en el palacio de doña Juana.
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ISMAEL.- Entraría como una rata que
olfatea el queso. Y ¿qué llevaba?
|
ZENÓN.- Un manojo de cirios envueltos en
un paño negro.
|
ISMAEL.-
¿Cirios? ¿Iba sola?
|
ZENÓN.- Con ella iba un ratoncillo:
Rogelio.
|
ISMAEL.-
(Asombrado.) Desde ayer
le estamos buscando, y no hemos podido dar con él. La pobre
Casandra está desolada. ¿Por qué no vas a
coger a ese pillo a la salida del palacio y nos le traes
aquí?
|
ZENÓN.- No querrá venir. Se
encuentra en una grave crisis...
|
ISMAEL.-
Crisis de infidelidad y traición.
|
ZENÓN.- Crisis de vida. El dinero es la
vida, y la vida es evolución constante... pero Rogelio, creo
yo, estudia una metamorfosis con engaño supuesto y
traición fingida. Como buen poeta, hace de lo negro
blanco.
|
ISMAEL.- Mala cosa es encender una vela al amor
o a las musas, y otra a la presa vil de los intereses.
|
ZENÓN.- Yo creo que Rogelio nos prepara
un poema en que al fin quedará burlada doña
Juana.
|
ISMAEL.-
Ella será siempre la burladora.
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ZENÓN.- Mientras viva, sí;
pero...
|
ISMAEL.- Eres la corneja agorera de muertes.
|
ZENÓN.- Di que soy profeta.
(Cerrando los ojos.) En este momento,
una visión telepática me dice que del palacio de
doña Juana sale alguien corriendo... para avisar a la
funeraria.
|
ISMAEL.-
(Sonriente.)
¡Qué celebre! ¿Has dicho que en el palacio
acecharás la salida de Rogelio?
|
ZENÓN.- No. Le cogeré en el
café de esa esquina, donde está citado con
Adrián Bermejo, otro de los parientes pobres que esperan la
caída del maná.
|
ISMAEL.-
¿En ese café?... (Con
idea repentina.) Pues te acompaño. Así
sabremos... (Nervioso, impaciente, buscando su
sombrero.) Mi sombrero...
|
ZENÓN.-
(Impasible.) No hay prisa. Aún
es temprano.
|
ISMAEL5.-
No, no puedo ir contigo. No me muevo de aquí hasta que venga
Rosaura, que también ha ido a casa de la tía. Vivo en
una incertidumbre horrible. Estoy en capilla. Mi alma es un
péndulo.
(Balanceándose.) La
ejecución, el indulto; el indulto, la ejecución.
|
ZENÓN.- (Mirando el
reloj.) Seguiré haciendo tiempo un poquito
más.
|
ISMAEL.- (Paseándose con
gran desasosiego.) No quiero yo hacer tiempo, sino
deshacerlo. Rosaura me traerá la verdad.
|
ZENÓN.-
(Flemático.) Quizá tu
mujer no vuelva tan pronto. Yo adivino, Ismael; yo veo lo distante.
Rosaura tendrá que asistir a doña Juana, ponerle
sinapismos, prolongarle la vida con balones de oxígeno.
|
ISMAEL.- No sueñes, Zenón. Pon un
freno a tu cinismo.
|
ZENÓN.- (Tentado a la
jovialidad.) La sutileza de mis sentidos me dice,
querido Ismael, que debemos estar alegres. (Le
palmotea en el hombro.)
|
ISMAEL.-
Quita, quita; déjame.
|
ZENÓN.- Pues, chico, tú
estarás todo lo triste que quieras...
|
ISMAEL.- (Paseándose con
gran agitación.) Desesperado.
|
ZENÓN.- (Risueño.)
Pero yo, ya lo ves, no puedo ocultar6
mi contento, alegría cínica si quieres. Yo entiendo
por cinismo todo lo contrario de la hipocresía.
|
ISMAEL.-
¡Qué ansiedad! ¿Será
cierto que...? (Se golpea el
cráneo.)
|
ZENÓN.- Impaciente aguardas a tu mujer.
Pues ahora vas a ver mi poder de adivinación. Rosaura ha
entrado en el portal, y ya sube la escalera.
|
ISMAEL.- ¡Oh! ¡Si fuera verdad! La
pobre sube con lentitud; tardará un rato en llegar.
(Llégase a la puerta y pone el oído a
los ruidos de la escalera.) Me parece que has
acertado.
|
ZENÓN.- ¿Lo ves?
|
ISMAEL.- Pues, aciértame otra cosa,
cínico. Mi mujer, ¿viene triste o alegre?
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—1182→
|
ZENÓN.- ¡Ah! Rosaura trae
máscara tristísima, máscara de abatimiento. Lo
que hay debajo de esa careta, no lo sé. Mis ojos de
cínico no llegan a tanto.
|
ISMAEL.- (En la
puerta.) Pues sí que es ella. Voy a
abrirle.
|
ZENÓN.- Estos pobres tontos sufren y se
afligen porque no estudian como yo la lógica vital.
(Reclinada la cabeza, mirando al techo, se entrega a
sus meditaciones.) Ochenta mil duros me tocan,
ochenta mil, que deducido los derechos reales quedan en setenta y
dos mil. Colocada esta suma al ochenta por ciento, tendré...
(Entran por la izquierda los dos chiquillos menores
-cuatro y seis años- con la criada, SEVERIANA. Visten modestamente, con
delantalitos blancos. Corren al encuentro de la madre, gritando:
«¡Mamá, mamita!».)
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Escena II
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Los mismos y ROSAURA, que entra con ISMAEL por el fondo.
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ROSAURA.- (Fatigada y
displicente.) Gracias a Dios que me veo en mi casa.
(Se sienta. Los chiquillos la rodean; quieren subirse
a su regazo. La besan y acarician.) ¡Ay
hijos!; dejadme ahora.
|
ZENÓN.- (Saludándola
muy fino.) «Máter admirábilis,
máter fecundíssima». Celebro ver a usted tan
contenta.
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ROSAURA.- (Con acento
tristísimo.) ¿Contenta yo?
¡Qué burla! (A la
criada.) Llevátelos, Severiana. Entretenlos
allá. (Besa a los chiquillos.)
Prenditas, idos al comedor. Yo iré pronto allá.
(Vase SEVERIANA con los
niños.)
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ZENÓN.- ¿Y qué?
¿Está bien mi amada tía política?
|
ROSAURA.- No va mal. La encuentro muy
entonadita.
|
ISMAEL.- ¿Ves?
|
ZENÓN.- (Aparte, a
ISMAEL.)
¡Cómo disimula tu mujer la verdadera
situación!
|
ROSAURA.- ¡Pillo! Usted no quiere a su
tía, que es tan buena...
|
ZENÓN.- ¡Oh!... Sí la
quiero. Mi mayor gozo es que alargue sus preciosos días.
|
ISMAEL.-
Eso deseamos todos.
(Impaciente.) Bueno, Rosaura,
dime...
|
ZENÓN.- Si estorbo me retiro.
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ROSAURA.- Espere un ratito.
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ISMAEL.- Tiene que ver a Rogelio en el
café de la esquina.
|
ROSAURA.- No se ocupen ya de ese hombre, que
tengo por cosa perdida.
|
ISMAEL.- ¿Le viste en casa de la
tía?
|
ROSAURA.- Allí estaba, pero no le vi.
Oí el runrún de su voz y de la voz de Cebrián
hablando en la estancia próxima. Si no me engaño,
oí también el mosconeo de Cayetana Yagüe, la tos
perruna de Nebrija y el chillido de Amelia.
|
ISMAEL.-
Ya.
|
ROSAURA.- Yo suplico a Zenón que se
desentienda de Rogelio y me haga un recadito.
|
ZENÓN.- Estoy a sus órdenes.
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ROSAURA.- Hágame el favor de ver a
Casandra, que estará en su casa, y decirle que se llegue
acá lo más pronto que pueda. Estoy
fatigadísima, me han dado para ella una comisión, un
encargo muy delicado que debo cumplir personalmente.
|
ISMAEL.-
Anda, anda; te la traes acá.
|
ZENÓN.- Al momento... si quiere
venir.
|
ROSAURA.- Vendrá.
|
ZENÓN.- (Aparte, a
ISMAEL.) Yo
veo aquí un gran misterio. Sácale a tu mujer la
verdad. (Bajando más la voz.)
Doña Juana está moribunda.
|
ISMAEL.-
(A parte, a ZENÓN.) Todo se
sabrá. Vete pronto. (Vase ZENÓN por el
fondo.)
|
Escena III
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ISMAEL y
ROSAURA.
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ISMAEL.- Dime la verdad. ¿Ha tenido la
señora otro ataque?
|
ROSAURA.- Quita, hombre. ¡Si está
vendiendo vidas!
|
ISMAEL.-
¿Por qué has tardado tanto?
|
ROSAURA.- Porque me entretuvo con sus
divagaciones por lo terrenal y por lo místico. Tú
sabes que repite una idea veinte veces, y que nunca se explica con
claridad.
|
ISMAEL.-
(Impaciente.) ¿Para qué
te llamó?
|
ROSAURA.- Para confiarme una misión
delicada.
|
ISMAEL.-
Para fastidiar, para quitarnos el tiempo.
(Viendo que ROSAURA saca del pecho dos sobres que
contienen billetes.) A ver... ¿Te ha dado
algo?
|
ROSAURA.- Sí... Este... no me vaya a
equivocar... —1183→
es para nosotros... Cien duros...
|
ISMAEL.- (Sarcástico,
cogiendo el sobre.) El socorro extraordinario para
estos pobres... Lo terrible es que sobre tales miserias tiene uno
que poner la flor de la gratitud.
|
ROSAURA.- Este otro es para que lo de a
Casandra, al tiempo de notificarle las amarguras que la
esperan.
|
ISMAEL.-
(Displicente.) Para esas encomiendas
de traer y llevar amarguras, estamos aquí nosotros... Y
estos burros de carga, auxiliares de sus planes malditos,
¿no merecen mejor trato?... ¿No le has dicho el
conflicto en que estoy?
|
ROSAURA.- Hoy, como siempre, le eché la
jaculatoria de tus industrias, de tu falta de capital... pero ya
sabes. Ella cumple con su risilla helada, y su frase de
letanía: «Tantas máquinas darán a Ismael
mucho dinero».
|
ISMAEL.-
Mis máquinas no darán nunca tanto
provecho como la santurronería fetichista y grosera. Yo no
adulo a doña Juana. La adulación pugna con mi
carácter honrado y leal.
|
ROSAURA.- Siempre he creído7
que debemos ser buenos, y cumplir sencillamente y sin aparato
nuestros deberes. Yo sigo adelante por mi camino estrecho, con mi
carga de obligaciones, fatigada, pero con mi conciencia bien
tranquila, eso sí, esperando lo bueno y lo malo que Dios
quiera mandarme.
|
ISMAEL.- Por eso eres tú la verdadera
santa: no ese ídolo chinesco, que se adora a sí
mismo.
|
ROSAURA.- No soy santa; pero sí creyente,
y como creyente, siempre espero.
|
ISMAEL.- ¡Esperar! No pronuncies el verbo
fatídico que creo ha de ser la inscripción del
Purgatorio: «Aquí están los que
esperan»... Pero hemos olvidado lo principal. Dime, Rosaura:
hablando con doña Juana, observándole el rostro,
olfateando el ambiente que la rodea, personas y objetos, las vagas
proyecciones de lo espiritual sobre lo material, ¿has podido
confirmar lo que anoche nos dijo Pepa?
|
ROSAURA.- Oí, vi y observé: mas no
pude confirmarlo. Tal monstruosidad no puede ser cierta.
|
ISMAEL.-
Los planes monstruosos suelen ir hacia la certeza
más aprisa que los razonables... Si hace mi tía lo
que Pepa nos anuncia, es que quiere hundirnos, quiere
aplastarnos... Quizá lo merecemos. Hace tiempo que veo en
doña Juana el mensajero del alma, el ángel terrible
que trae a la Humanidad todos los trabajos y dolores a que esta
condenada.
|
ROSAURA.-
(Medrosa.) No pienses eso, Ismael...
me da miedo ver en ti ese pesimismo negro. No, no.
|
Escena V
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ISMAEL,
ROSAURA y CLEMENTINA: aparece primero por la
derecha ROSAURA,
consternada, tapándose la boca con el pañuelo: tras
ella CLEMENTINA, que
permanece junto a la puerta en grave actitud de duelo,
rígida. Su palidez intensa revela un estado de atonía
dolorosa. Vase SEVERIANA.
|
ROSAURA.- (Avanzando hacia su
marido.) Ismael, querido Ismael...
|
ISMAEL.- (Con viva
ansiedad.) ¿Qué?
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—1184→
|
ROSAURA.- Clementina me dijo que debía
prepararte.
|
ISMAEL.-
Dilo sin preparación. Prefiero el golpe duro.
Prefiero el hachazo. ¿Es verdad lo que nos dijeron
anoche?
|
ROSAURA.- Sí.
|
ISMAEL.-
Todo acabó. ¡Maldita ilusión,
terminada en catástrofe!
|
CLEMENTINA.- (Con acento
sibilítico.) Tú lo has dicho. Es la
catástrofe de las esperanzas, del engaño sostenido
por ella misma... Conocemos todos los pormenores de este acto de
barbarie. ¡Bien nos la ha jugado! ¡Con qué
crueldad nos arroja al abismo esa... esa señora, que a ti y
a mí, cuando éramos niños, nos acariciaba con
mano blanda de madre; y después, año tras año,
nos ha hecho creer que nuestros hijos eran su natural familia, como
nacidos de sus entrañas! (ISMAEL, desesperado, cae en una silla,
y se agarra el pelo con la mano crispada.)
|
ROSAURA.- (Cariñosa,
tocando en el hombro a su marido.) No es desgracia
irreparable. Tenemos tesón y fibra para esa desventura y
para muchas más.
|
ISMAEL.- (Con cierto
desvarío.) ¡Dios omnipotente, creador
de los cielos y de la tierra, heredero de doña Juana! Con
esto pensará mi tía sacar del purgatorio al
ladrón de don Hilario... será para llevárselo
consigo al infierno... ¡Es para reír!
¡Cómo se alegrará el infierno!
|
ROSAURA.- ¡Hijo mío, no maldigas,
no blasfemes!
|
CLEMENTINA.-
(Aproximándose.) Yo
también maldije y blasfemé: yo también
perdí la razón al conocer esta iniquidad.
¡Horrible noche! Al amanecer, recobrada ya de mi locura,
lloré por mi marido y por mis hijos... La voz de Dios
resonó en mi alma, diciéndome: «Ni tú ni
tus hijos me maldigáis. Al daros vida, os entregué a
los azares del mundo. Todos habéis nacido desnudos y
pobres... La riqueza es manejo vuestro. Los humanos la
recogéis y la repartís a vuestro gusto. No por ricos,
sino por humildes, entraréis en mi reino».
|
ROSAURA.- Y, sobre todo, Ismael,
pongámonos en el terreno de la razón. Tu tía
es dueña de hacer con sus capitales lo que quiera.
|
CLEMENTINA.- Según la razón
pura... así es.
|
ROSAURA.- Has de conceder que no tenemos
derecho...
|
ISMAEL.-
Derecho, conforme al llamado Derecho, no tenemos...
eso es verdad...
|
CLEMENTINA.- Pero conforme a la ley de Dios, a
la ley de Naturaleza... entendámonos... teníamos
derecho...
|
ISMAEL.-
Teníamos derecho... Es tan claro como la
luz.
|
CLEMENTINA.-
(Enérgica.) Tan claro como el
sol que nos alumbra. Se nos ha engañado.
|
ISMAEL.-
(Dándose un fuerte golpe en la
rodilla.) ¡Se nos ha robado!
|
ROSAURA.- (Muy apurada.)
No, no, Ismael; no, Clementina. Es absurdo negar el
derecho de la tía...
|
ISMAEL.-
(Gritando.) Pero el derecho no es
razón, Rosaura. ¿O es que entiendes tú por
razón la propia sinrazón? (Se levanta,
da vueltas por la estancia.)
|
CLEMENTINA.- (A ROSAURA, con mayor vehemencia.)
No sostengas ahora que ha hecho bien.
|
ROSAURA.- ¡Si yo no digo que ha hecho
bien, Clementina!... No es eso. El proceder de doña Juana ha
sido muy malo.
|
ISMAEL.-
(Airado, manoteando.) Ha
procedido como una hipócrita malvada y cruel...
|
CLEMENTINA.- Como una madre desnaturalizada.
|
ROSAURA.- No exageréis. Cierto que no ha
sido leal, porque os hizo creer que seríais sus herederos...
pero como derecho...
|
ISMAEL.-
(Echando luego por los
ojos.) ¿Tú qué sabes?
|
ROSAURA.- Es cuestión no más que
de sentido común.
|
ISMAEL.-
(Disparándose.)
No me repliques. Yo afirmo que hemos sido estafados, y a lo que yo
digo y sostengo no tienes tú que replicar.
(Gritando.) ¿Oyes lo que
digo?
|
ROSAURA.-
(Humilde.) Sí, oigo.
|
ISMAEL.- (Ciego, fuera de
sí.) ¿Y todavía insistes?...
¡Mira que...!
|
ROSAURA.- No, hijo: no insisto. Tú tienes
razón; yo, no.
|
CLEMENTINA.- No te exaltes, Ismael... Calma,
calma. Tu mujer no merece estos chillidos: considera que la
sociedad esta llena de injusticias, contra las cuales nada
podemos.
|
ROSAURA.- Nada podemos. La miseria y el dolor
nos acechan siempre.
|
—1185→
|
CLEMENTINA.- El mundo se compone de emboscada
traicioneras. Es nidal de bandidos.
|
ROSAURA.- Lugar de sufrimiento, valle de
lágrimas.
|
ISMAEL.-
(Sombrío.)
Así lo llaman los que lloran. «Valle de risas»
debieran llamarlo los que tienen acotados para sí todos los
goces de la vida.
|
ROSAURA.- ¡Cálmate, por Dios!
|
ISMAEL.- No me resigno a ser el eterno
llorón en las partes sombrías de ese valle donde
otros ríen y gozan. (A CLEMENTINA.) Y
¿cómo ha quedado Alfonso después del
terremoto?
|
CLEMENTINA.- Alfonso es un carácter
entero y magnánimo. Acepta sin ira los hechos, y
confía en su propia voluntad para luchar con el Destino.
Esta tarde se va al Pardal, nuestro único abrigo
después del terremoto. Ha quedado en venir a recogerme
aquí. Alfonso, como yo, te dirá: «Ismael, no te
rindas; ármate de paciencia y energía; trabaja, y
Dios te ayudará».
|
ISMAEL.-
¿Cuál de los dioses?
|
CLEMENTINA.- ¿Acaso hay más de
uno?
|
ISMAEL.- Hay dos: el de doña Juana y el
de sus víctimas.
|
ROSAURA.- No hay más que uno, Ismael: el
mío. ¿No conoces el mío?
|
ISMAEL.- Le conocía... Pero
después de este cataclismo, mi mente y mis ojos me dan la
impresión de una divinidad de dos caras, como el Jano de los
antiguos... Sin duda existen dos Dioses, el Dios de los ricos y el
de los pobres. El primero es el que sostiene a todos los gobiernos
y el inspirador de los que legislan: un Dios político,
gubernamental, militar, judicial, administrativo y un poquito
burocrático. Este Dios de los ricos es el que ordena y
dirige la beneficencia pública, el que manda pagar las
contribuciones, el que distribuye libros y programas a los
maestros, fusiles a la Guardia Civil y millones a los frailes;
bendice los altares, las máquinas, las banderas, los barcos,
y me parece que bendice también la Gaceta; este Dios, en fin, es el que
nos hizo creer que seríamos ricos, y ahora nos deja en la
mayor pobreza y abandono... El otro Dios, el de los pobres, es el
que recoge a los que se pasan la vida encorvados sobre la tierra,
sobre una máquina, sobre un pupitre, trabajando sin
recompensa. Este Dios triste es invocado en los hospitales, en las
guardillas, en las cárceles. Su nombre encabeza las
cesantías, los desahucios, los embargos, y se confunde con
todo suspiro y toda expresión de congoja... Pues bien,
Clementina: tú y Alfonso, desairados por el Dios oficial,
legal y pontificio, revestido de púrpura, os
encomendáis al Dios de los pobres, andrajoso y
mísero, sin influencia en la cosa pública ni
bienestar en la privada. Yo, no, Clementina; puedes
decírselo a tu marido; yo no me paso del Dios rico al Dios
pobre; yo no quiero cuentas ya con ningún Dios grande ni
chico, rico ni pobre, sino que arramblo con todos los Dioses y los
arrojo en esta hoguera que tengo aquí encendida por la
iniquidad de doña Juana.
|
ROSAURA.- ¡Cómo estás,
Ismael!
|
ISMAEL.-
(Cruzándose de brazos ante su
mujer y CLEMENTINA.)
¿Paciencia me pedís? ¿Trabajo me
recomendáis? Si diez años ha me hubieran dicho esto,
yo habría tomado otro rumbo. ¿Puedo tomarlo ahora?...
¡Empezar de nuevo, cuando se creía llegado el fin!...
¡Imposible! ¡No me pidáis trabajo superior a las
fuerzas humanas!... Ignoro lo que haré... Por de pronto, no
se me ocurre más que gritar. Chillaré,
alborotaré dentro y fuera de casa... no puedo contenerme.
Reclutaré a todos los desesperados que encuentre, y han de
ser muchos porque estamos en la tierra de la desesperación;
reclutaré pilletes, ociosos y vagabundos, que los hay: son
contingente infinito... Me declaro revolucionario callejero entre
tantos que lo son y no se atreven a mostrarlo fuera de sus casas;
soy rebelde que chilla, para ejemplo de los miles de rebeldes
solapados que callan... (Circula por la
habitación manoteando.) Esta noche
acabaré en la cárcel... Pero ni en la cárcel
me humillaré ante ninguna divinidad rica ni pobre.
(Trata de salir; las señoras le
contienen.)
|
ROSAURA.- Juicio, Ismael.
|
CLEMENTINA.- No le dejes salir.
|
ISMAEL.- (Rechazando las manos de
su mujer, que quiere retenerle.) Quita, quita...
Dejadme, mujeres débiles, encadenadas a la mentira.
|
CLEMENTINA.- ¡Jesús!
|
ISMAEL.- (Descompuesto,
trastornado.) Quiero salir. Quiero gritar:
¡Abajo las fortalezas de injusticia y opresión!
¡Arriba —1186→
nosotros, la turba, los desesperados, los
desengañados!
|
ROSAURA.-
(Lloriqueando.) Por la Virgen, Ismael,
no pierdas la razón.
|
ISMAEL.- Suéltame, lloricona...
¡También tú!... Eres la oveja sin seso que se
humilla ante la superstición... Déjame, pasta de
bondad inútil, de clemencia vana.
|
ROSAURA.- (Sintiendo que entra
alguien.) Aguarda. Alguien entra.
¿Será Casandra?
|
CLEMENTINA.- Creo que es Alfonso.
(Va hacia la puerta.)
|
ISMAEL.- ¡Oh Alfonso, grande amigo! Ven,
ven. Tú eres de los míos, de los desengañados,
de los desesperados.
|
Escena VI
|
|
Los mismos y ALFONSO, que al entrar por el fondo ha
oído las últimas palabras de ISMAEL.
|
ALFONSO.-
Desengañado, sí; desesperado, no.
Temblé de sorpresa y coraje al saber por Insúa la
tremenda verdad. Pero, pasada la tormenta, el alma se me
despejó como un cielo que recobra todas sus luces. Ya vivo
en mi propio ser. Ya he roto todo lazo con el ser de doña
Juana. Ya no me cuido del Destino que llevan riquezas que no fueron
mías ni lo serán jamás.
|
ISMAEL.- Yo no me resigno; yo protesto...
|
ALFONSO.-
¿No me ves tranquilo? ¿No me ves
contento?
|
ROSAURA.- Mírate en mí espejo,
marido mío.
|
ISMAEL.- Alfonso es un alma grande; el alma
mía es enana y rastrera.
|
CLEMENTINA.- Los pequeños, hermano
mío, debemos ponernos al abrigo de los grandes.
|
ROSAURA.- Sí, sí.
|
ALFONSO.-
(Abrazándole.)
Con este abrazo, querido Ismael, te infundo valor y dignidad.
|
ISMAEL.-
Bien quisiera ser como tú: pero no puedo...
Tú al menos tienes un Pardal en que refugiarte con tu mujer
y tus hijas. Para mi familia y para mí no habrá ya
más campo que el campo santo.
|
ROSAURA.-
(Abrazándole.) No me
atormentes.
|
ISMAEL.-
Antes la muerte que la miseria degradante.
|
CLEMENTINA.- No, no.
|
ROSAURA.- No... Alfonso, por Dios,
llévatele contigo, distráele.
|
ISMAEL.-
Saldremos a maldecir en medio de la calle; pero
antes, dime, Alfonso: ¿sabes algo más de doña
Juana?
|
ALFONSO.- No nos ocupemos ya de esa
señora.
|
CLEMENTINA.- Considerémosla ya muerta y
enterrada.
|
ALFONSO.- Acaban de decirme que ha despedido a
todos sus criados.
|
ROSAURA.- Ahora me explico... Esta mañana
noté en la casa cierta soledad.
|
ALFONSO.- Me han asegurado que esta tarde, a las
cuatro, se firmará el convenio con el Banco General, y
mañana la escritura de donaciones «inter
vivos».
|
ROSAURA.- Allá se las haya.
|
CLEMENTINA.- Ya ha comenzado el ajetreo de
llenar baúles y embalar imágenes y muebles...
|
ALFONSO.- Preparando el tránsito de la
señora al convento de Medina de Pomar.
|
ISMAEL.-
(Con amarga ironía,
exaltándose otra vez.) Y de allí al
cielo, a un cielo empedrado de intenciones piadosas.
(Abatido, se sienta.)
|
CLEMENTINA.- Sosiégate, hermano
querido.
|
ROSAURA.- (Acariciando a
ISMAEL, que permanece
taciturno.) Marido mío, nosotros nos
arreglamos muy bien en el cielo de nuestra casita.
|
ALFONSO.- Traedle a los chiquillos, que
alegrarán su espíritu.
|
CLEMENTINA.- Sí, sí: voy por
ellos.
|
ROSAURA.- Están en el comedor. Dales
alguna golosina y tráelos acá. (En la
puerta del fondo aparece CASANDRA. CLEMENTINA, que se va hacia la
derecha, se detiene asustada.)
|
CLEMENTINA.- ¡Ah! ¡Casandra!
|
ROSAURA.- Pasa, mujer. (Seguida de
ZENÓN, entra
CASANDRA, despacio. La
blancura de su rostro, su ceño y su mirada, su rigidez
escultórica, dan impresión de sorpresa y temor a las
cuatro personas presentes. Viste traje sencillísimo,
enteramente blanco.)
|
Escena VII
|
|
Los mismos, CASANDRA y ZENÓN.
|
CASANDRA.- Creí que estabas sola.
|
CLEMENTINA.- Reunidos estamos aquí todos
los tristes. (Cariñosa.) El
Destino nos ha igualado a toctos en la desgracia. Sea usted bien
venida, y reciba el homenaje de nuestra simpatía y nuestra
compasión.
|
CASANDRA.-
(Secamente.) Gracias,
señora.
|
ISMAEL.- Compadezcamos para que nos compadezcan.
(Vase CLEMENTINA por la
derecha.)
|
ROSAURA.- (Acudiendo a
CASANDRA.)
Te mandé llamar. Te esperaba... Vente aquí.
(La lleva a la derecha del proscenio y se sientan
juntas. ZENÓN pasa
a la izquierda, donde están sentados ISMAEL y ALFONSO, y permanece8
en pie tras ellos.)
|
ALFONSO.-
(Aparte, a ISMAEL y ZENÓN.) Su dolor
le da una hermosura terrible.
|
ZENÓN.- ¡Lástima de
mujer!
|
ALFONSO.- ¿Qué será de esta
infeliz sin hombre y sin hijos?
|
ZENÓN.- Para mí, que tiene un
camino florido y brillante: puede hacerse actriz.
|
CASANDRA.- ¿Para qué me has
llamado?
|
ROSAURA.-
Te lo diré... pero has de prometerme tener
juicio... Sabes que Rogelio, al fin...
|
CASANDRA.- Sí. Anoche su demencia ha sido
espantosa. Esta mañana, muy temprano, sacó de paseo a
los niños. (Pausa; se miran las
dos.) No ha vuelto.
|
ROSAURA.- Quizá tarde en volver. No te
aflijas demasiado... Resígnate, como nos resignamos
nosotros. (Atenuando.) Todavía
puedes... tu situación no es desesperada.
|
CASANDRA.- (Con gran viveza y
energía.) No me des cloroformo. Corta por
donde quieras. Sé resistir el dolor, por terrible que
sea.
|
ROSAURA.- Como sospechábamos, pasa
Rogelio a formar nueva familia... conforme al testamento de don
Hilario.
|
CASANDRA.- Le separan de mí.
|
ROSAURA.- Para casarle con una señorita
de la familia... conforme al maldito testamento... Doña
Juana quiere colocar a su predilecta, Casilda Nebrija, que es un
coquito de santidad... Para coger al «leopardo
vagabundo», como dice doña Juana, han armado una
trampa con cebo de dos millones de pesetas.
|
CASANDRA.- Pero él... parece que
aún duda.
|
ROSAURA.- Siento decirte, amiga del alma, que el
leopardo no es digno de ti (CASANDRA permanece
muda.) ¿Qué piensas?
|
CASANDRA.- Pienso que Rogelio, caiga o no caiga,
nunca dejará de amarme.
|
ROSAURA.- ¡Pero te abandona! ¿Eres
capaz de conceder tu cariño a un hombre semejante?
|
CASANDRA.- No puedo querer a otro. Ni aun
volviendo a nacer podría.
|
ROSAURA.- Y en su conducta, ¿no ves una
traición villana?
|
CASANDRA.- Enamorada estoy de sus defectos.
Vamos a otra cosa, Rosaura... ¿Y mis hijos?
¿Qué hace de mis hijos esa mujer, que aquí
reparte bienes y males, alegrías y dolores, paz y guerra,
quitándole a Dios el cetro del mundo?
|
ROSAURA.- Pues tus hijos... Doña Juana se
encarga de su educación cristiana... Sospecha que no
están bautizados.
|
CASANDRA.- Lo están.
|
ROSAURA.- Por si acaso, quiere repetir... Y les
criará y educará... les dará carrera.
|
CASANDRA.- ¿Lejos de mí?
|
ROSAURA.- (Después de una
pausa, temerosa de decirlo.) Así parece.
|
CASANDRA.- Por la ley, ¿no debe
encargarse de criarlos su padre, o yo, yo misma, aun siendo tan...
deshonrada como doña Juana quiere que sea?
|
ROSAURA.-
(Afligida.) Doloroso es
decírtelo... Comprenderás que... el hecho de acceder
Rogelio a...
|
CASANDRA.- A quitarme los cachorros... Ese
hecho, según tú, todo lo justifica. ¿Sobre eso
te habló doña Juana concretamente?
|
ROSAURA.- No con toda claridad.
|
CASANDRA.- Pues alguien tendrá que
explicármelo.
|
ROSAURA.- Rogelio.
|
CASANDRA.- No... Ella, ella, que es quien arma
las trampas y todo lo dispone. (Clava los ojos en
ROSAURA.)
¿No crees que es ella... ella, la que debe decírmelo?
(Cruza los brazos, frunce más el entrecejo, y
permanece un rato mirando al suelo.)
|
ALFONSO.- (En voz baja, en el
grupo —1188→
de la izquierda.) Va tragando el
acíbar con paciencia estoica.
|
ISMAEL.- Paréceme que tiene menos
paciencia que nosotros.
|
ZENÓN.- En su actitud veo yo la fiera
que se recoge para dar el salto... Ea, ¿me dejáis
profetizar?
|
ISMAEL.-
No, no profetices.
|
ALFONSO.-
Cállate ahora.
|
ROSAURA.-
(Sobrecogida.) ¿Qué
piensas, amiga mía? (Pausa.) En
otras cosas fue más explícita doña Juana.
|
CASANDRA.- ¿En qué?
|
ROSAURA.- (Saca de su seno el
sobre.) Mira también por ti... Cuidará
de ti... Al encargarme que te pusiera al tanto de sus resoluciones,
me dijo que es obligación suya el ampararte.
|
CASANDRA.- Y te ha dado una cantidad para que me
la entregues. Con el dinero, con una sola llave, abre esa mujer
piadosa las puertas del cielo para sí; para mí, las
del infierno.
|
ROSAURA.- (Creyendo notar en
CASANDRA repugnancia del
donativo.) Cuando me dio esta comisión de
entregarte el dinero, le dije que tú, quizá por
dignidad, no querrías tomarlo.
|
CASANDRA.- Y a eso, ¿qué
respondió?
|
ROSAURA.- Pues dijo: «Ella no tiene
dignidad; pero si la fingiera y no gustase de recibir dinero
mío, vendrás a devolvérmelo».
|
CASANDRA.- Pues... ajustándome a la idea
de la santa, no tengo dignidad y tomo el dinero.
(Arrebata vivamente el sobre de manos de ROSAURA.)
|
ROSAURA.- Cuéntalo. Son diez mil
pesetas.
|
CASANDRA.- No me importa la cantidad.
(Lo guarda en su seno.)
|
ROSAURA.- Veo que te resignas, que tienes juicio
y calma...
|
CASANDRA.- Lo que yo no entendía cuando
me hablaba esa mujer, ahora lo veo muy claro. Me empuja, me arroja.
Puedo seguir ahora dos caminos, que para ella son carreras, como
las que siguen los hombres: la carrera de mujer mala o la de mujer
arrepentida.
|
ROSAURA.- Así es. Si vas por el camino
del bien y quieres abrazar vida religiosa, te facilitará
cuanto para esa vida sea menester... Si te lanzas al mundo, no
podrá seguirte más que con su compasión y el
socorro de sus oraciones. (Observa con atento examen
el rostro de CASANDRA; mas
en él sólo ve una profunda concentración del
pensamiento.) Hay otro camino, Casandra; otra
carrera... y es que vivas de un honrado trabajo. Ya ves: con ese
dinero podrás establecerte. Doña Juana me
indicó que si adoptabas ese partido seguiría
socorriéndote... siempre que te establecieras fuera de
Madrid y dieras garantías de moralidad intachable...
(Pausa.) Esta solución me
parece la mejor para ti... Yo, que te quiero, que soy tu mejor
amiga, puedo y debo aconsejarte...
|
CASANDRA.- (Con voz
lúgubre.) Tomaré consejo de mí
misma. Mi dolor me ilumina. (Entra por la derecha
CLEMENTINA con los
chiquillos. Cada uno trae en la mano un pedazo de
pan.)
|
CLEMENTINA.- Venid, nenes, a dar alegría
y consuelo a vuestro papá.
|
CASANDRA.- ¡Ah, tus niños!
Déjame que los bese. (Llévanle los
chiquillos. Los abraza.)
|
ROSAURA.- ¡Pobrecilla!... Por un instante
figúrate que son los tuyos.
|
CASANDRA.- Hijos míos,
¿dónde estáis?... Ya no os veré
más. (La escena hasta fin del acto es muda.
CASANDRA besa y acaricia a
los dos niños, derramando sus lágrimas sobre las
cabecitas de ellos. ISMAEL
y ALFONSO y ZENÓN contemplan con
emoción viva el cuadro tiernísimo. Los gemidos de
CASANDRA son lo
único que rompe el grave silencio. ROSAURA y CLEMENTINA, en pie tras ella, lloran
también, el pañuelo en los ojos. Levántase
CASANDRA de súbito.
La expresión de la idea impulsiva que estalla en su
pensamiento, y que hace vibrar todo su ser, queda encomendada al
talento de la actriz. Lanzando un gruñido, sale con la
velocidad del rayo por la puerta del fondo. Telón
rápido.)
|
Escena III
|
|
DOÑA JUANA
y después CASANDRA.
|
DOÑA
JUANA.- (Apuntando en la
carterita.) Para Rosaura, la sortija de perlitas y
esmeraldas... Docena de cubiertos para Ventura Nebrija... Los
pendientes de rubíes para la hija mayor de Clementina...
Para Beatriz, los de zafiros... (Fatigada, suelta el
lápiz.) ¡Cómo me hastían
estos cuidados menudos de la vida temporal!
(Ávida del manjar mítico, abre un libro
de rezos y lee.) «Levántate ¡oh
alma que me visitas!... Abandona tus riquezas, que aquí
estoy para enriquecerte de gracias... Date prisa; llégate a
mí; no temas mi majestad... eres 'mi amiga', no im enemiga;
eres mi 'hermosa' porque mi gracia te ha embellecido... Ven
acá; abrázate conmigo, y pídeme cuanto
quisieres con toda confianza».
(Súbitamente, requiriendo la
lista.) Otro esfuerzo y arrojaré el
último puñado de estas porquerías. Los dos
solitarios, a Clementina. La tercera bandeja de plata, ¿para
quién será? Para Cayetana. A Casilda Nebrija
dejaré el collar de perlas. Bien se lo merece la pobre...
Las armas y los arreos de caza, ¿a quién se los
doy?... (Con hastío, deseando
acabar.) Ea, sean todos para Alfonso, y así
concluyo de una vez. (Escribe dos palabras y suelta
con alegría el lápiz.) ¡Ay,
gracias a Dios, ya acabé! Ya estoy libre; ya eché
lejos de mí la última de estas menudencias, bagatelas
frívolas con que sueñan los niños grandes.
Todo lo doy, todo quiero entregarlo. Soy pobre, quiero serlo...
¡qué alegría inefable! Mis riquezas caudalosas,
que para nada me sirven, pronto volverán al legítimo
dueño de todo, que sabrá despojarlas de su original
vileza y aplicarlas al bien de las almas. (Entreabre
CASANDRA la puerta de la
derecha; asoma la cabeza, el busto explorando la
estancia.) La mía, ¡oh mi Dios amante y
misericordioso!, te da infinitas gracias por haberme inspirado esta
resolución. (Avanza CASANDRA pasito a
paso.) Monarca de los Cielos y de la Tierra, dale a
tu esclava humildes alas para volar hacia ti.
(CASANDRA
retrocede hacia la puerta para cerrarla. El ligero ruido que esto
hace llega al oído de DOÑA JUANA.)
¡Martina! (Alarga el cuello, creyendo que es la
criada quien entra. CASANDRA avanza
lentamente.) ¿Ocurre algo?
(CASANDRA se
detiene mírandola. DOÑA JUANA la
reconoce.) ¡Ah!...
|
CASANDRA.- No es Martina, soy yo.
|
DOÑA
JUANA.- Casandra... (Con ligero
temor.) ¿Cómo has llegado aquí?
¿No había nadie en el jardín?
|
CASANDRA.- Nadie... Entré por la puerta
de servicio.
|
DOÑA
JUANA.- Pero... yo no te he llamado.
|
CASANDRA.- Hay ocasiones en la vida,
señora, en que es forzoso venir aunque a una no la
llamen.
|
DOÑA
JUANA.- Ya... vienes aquí después de
hablar con Rosaura.
|
CASANDRA.- He hablado con Rosaura. Me ha dicho
lo que usted le mandó...
|
DOÑA
JUANA.- Yo le encargué que te lo dijese con
dulzura, procurando no herirte.
|
CASANDRA.- Ha cumplido el encargo con dulzura
infinita.
|
DOÑA
JUANA.- Un poco duro ha sido, pobrecilla... Pero has
de conformarte con la voluntad de Dios... ¿Vienes
resignada?
|
CASANDRA.- Vengo convencida.
|
DOÑA
JUANA.- Yo... he procedido conforme a mi conciencia,
oído el parecer de personas sabias, que no podían
engañarse ni engañarme... Y aún no me has
dicho si Rosaura te entregó...
|
CASANDRA.- Sí; el dinero...
(Saca de su seno el sobre. Pausa. Alarga lentamente
hacia DOÑA JUANA la
mano con el sobre.)
|
DOÑA
JUANA.- ¿Qué? ¿No aceptas?
¿Crees que te ofendo? Ese rasgo de dignidad, con apariencias
de gallardía, no viene al caso... Podría parecer un
poquito afectado, artificioso... (CASANDRA alarga más la mano,
sin decir nada.) Pero... ¿de veras... no
aceptas? Aunque no fuera más que por gratitud...
|
CASANDRA.- No es eso, señora. Acepto y
agradezco. Pero es que... (Encontrando una
idea.) Como he de estar errante algún
tiempo... yo le ruego que me guarde ese dinero.
|
DOÑA
JUANA.- ¿Hasta cuándo?
(Sin quitar los ojos del rostro de CASANDRA, coge el
sobre.)
|
CASANDRA.- Hasta que venga yo a
pedírselo.
|
—1191→
|
DOÑA
JUANA.-
(Tranquilizándose.) ¡Ah!;
eso es otra cosa. (Después de examinar el
contenido del sobre, deja este sobre la mesita.)
¿Y has dicho que vivirás errante? ¡Qué
locura! Pobre mujer, ¿por qué no adoptas vida
tranquila y resignada, de pura honestidad y modestia?
|
CASANDRA.- No podré, señora.
(Con siniestra ironía.) Soy muy
mala. La perversidad me dio el ser... Bien conoció usted mi
condición maligna... Yo quería fingir... hacerme
pasar por buena... pero no me valió el disimulo... no pude
engañar a usted.
|
DOÑA
JUANA.- (Sin comprender la cruel
ironía.) Hija mía, un arrepentimiento
sincero ya sabes lo que vale. Proponte ser buena...
Acércate... Yo te aleccionaré... yo te
enseñaré los caminos para llegar a Dios... Ven,
hablaremos... siéntate.
|
CASANDRA.- (Secamente, sin
desclavar de ella los ojos.) Estoy mejor en pie.
|
DOÑA
JUANA.- (Desalentada y otra vez
recelosa.) ¡Con qué desdén
orgulloso rechazas mi mediación para salvarte!
|
CASANDRA.- Soy orgullosa, sí,
señora.
|
DOÑA
JUANA.- Pues ya que no seas bastante humilde para
entrar en vida religiosa, ten el orgullo de ser una mujer oscura y
honrada. Con ese dinero podrás establecerte. Me ha dicho
Rosaura que eres hábil para los trabajos de modas y
sombreros.
|
CASANDRA.- Algo entiendo de eso y de otras
cosas; pero no quiero establecerme.
|
DOÑA
JUANA.- Pues entonces, si no te arrepientes ni piensas
trabajar, ¿qué consejo vienes a pedirme, qué
buscas? Dímelo pronto.
|
CASANDRA.- (Empezando con mucha
calma su conminación.) He venido... he venido
para pedir cuentas a la mujer santa de la conducta que ha observad
conmigo, que no soy santa, pero soy mártir de usted...
(Gradualmente llega al tono iracundo.)
Quiero decírselo, y arrojarle a la rostro toda mi
amargura.
|
DOÑA
JUANA.- (Con alarma
súbita.) ¿Qué dices,
desgraciada?
|
CASANDRA.- Verdades diré que usted no ha
oído nunca. No es justo que usted se muera sin oír
otras voces que las de la adulación y la mentira
|
DOÑA
JUANA.- Vete pronto. Sal de aquí.
|
CASANDRA.- Calma. No me iré tan pronto.
Tenga usted paciencia. Virtud primera de los santos de la
paciencia.
|
DOÑA
JUANA.- (Llamando.)
¡Martina!... (Intenta
levantarse.) ¿Pero no hay nadie en esta casa?
¡Martina!... (Vuelve a caer en el
sillón.)
|
CASANDRA.- No hay nadie. Dios la deja a usted
sola; Dios la abandona a usted a la justicia, que ahora soy yo.
|
DOÑA
JUANA.- Sal de aquí, te digo.
|
CASANDRA.- (Impetuosa,
elocuente.) Mujer idiota y perversa, vengo a pedirte
cuenta del mal que me has hecho, y a devolvértelo con mi
odio, que es por lo menos tan respetable como tu falsa
santidad.
|
DOÑA
JUANA.- (Abrumada.)
¡Jesús, Jesús!
|
CASANDRA.- (Acercándose a
ella hasta ponerle cerca de los ojos sus manos, que acentúan
vivamente la imprecación.) Yo soy la
más ofendida de tu maldad; yo. Pobre mujer que no te hice
ningún daño, que merecía más que
ninguna tu protección y tus consejos. A todos ofendiste, a
todos lastimaste, y a mí me has arrancado el corazón,
porque yo esperaba de ti que legalizaras mi unión con el
hombre que amo... Era tu deber... tu conciencia te lo dictaba...
¿Pero a qué hablar de conciencia? Alma llena de
telarañas, voluntad cruel y sin amor, me has robado mi
único bien, porque yo he dado a Rogelio mi vida, y sin
él no hay para mí paz ni alegría, ni puede
haber virtud.
|
DOÑA
JUANA.- (Balbuciente.)
Rogelio... un perdido... Yo no le quiero, no le quiero... Esto que
se ha hecho con él es... por cumplir voluntades de su
padre... mi marido... que dispuso... ya lo sabes. Si Rogelio
consiente, pídele cuentas a él... a ese loco...
|
CASANDRA.- A ese loco, yo con mi cariño y
mis cuidados le dominaba, le corregía. Yo enfrené su
imaginación desbordada; yo iba trocando sus defectos en
virtudes... ¡Y esta obra de piedad y de amor has destruido
tú con malas artes, con la hechicería de tu infame
riqueza!... A él le has hecho peor de lo que era, y en
mí has encendido las llamas del infierno.
|
DOÑA
JUANA.- A él le mejoro, y a ti, rebelde y
descreída, te dejo en lo que eres: una mala mujer.
|
—1192→
|
CASANDRA.- Yo he sido y soy una mujer buena... A
la calle me arrojas. Si yo te pervirtiera, mis malas acciones
serían virtudes en ti, monstruo de hipocresía y de
crueldad.
|
DOÑA
JUANA.- ¡Virgen santa, Jesús
mío!... (Llamando.)
¡Martina!...
|
CASANDRA.- No llames... no te oirán. Dios
ha ensordecido las paredes de tu casa, y a tus sirvientes, y al
mundo entero, para que no acudan a ti... Dios está
conmigo.
|
DOÑA
JUANA.- (Furiosa.)
¡Mentira!...¡Mujerzuela!...
¡Sacrílega!
|
CASANDRA.- Aunque tu voz clame como mil truenos,
no te oirán. Aunque extremes tus ridículas
devociones, no engañarás a Dios. (La
coge de un brazo y la sacude violentamente.)
¡A Dios no le engañas tú, miserable!
|
DOÑA
JUANA.- (Aterrada, vencida del
miedo.) ¡Oh!... no quise ofenderte...
perdóname.
|
CASANDRA.- ¿Para qué invoca el
perdón quien no tiene ni chispa de cristiandad en su
corazón resecado por la santurronería? Para ti no hay
piedad, ni es justo que la haya. Has hecho mucho mal; has
trastornado las conciencias de tus parientes,
engañándoles con promesas falaces; me has robado mis
amores, y todo esto has de pagarlo.
|
DOÑA
JUANA.- (Con terror
supersticioso.) Diablo... diablo que me atormentas,
vete... déjame. (Se santigua; murmura una
oración, elevando los ojos.)
|
CASANDRA.- No me voy, porque aún tengo
algo que decirte y tu que responderme. No te dejo sin que me digas
qué has hecho de mis hijos. ¿Dónde
están? ¿Me los has quitado para devolvérmelos?
Si es así y los tienes en tu casa, ordena que me los
entreguen... pero al instante.
|
DOÑA
JUANA.- (Con torpe lengua sobreponiendo
la terquedad al miedo.) No puede ser... Esa pobres
criaturas... ¡Oh, no! Sus tiernas almas a tu lado se
perderían para siempre. Es mi deber, es mi gloria apartarlas
de ti... y criarlas para Dios.
|
CASANDRA.- (Apretando los
puños.) No, no irán mis niños a
ese Limbo de tu falsa santidad... ni a ninguna clase de
educación irán sin su madre. ¿Están
aquí? Dámelos, dámelos pronto.
|
DOÑA
JUANA.- (Atontada,
medrosa.) ¿Yo?... Yo no. Pídelos a
Rogelio. Él te los dará, si quiere.
|
CASANDRA.- Cierto que Rogelio los sacó de
mi casa pretextando llevarlos de paseo; pero lo hizo por
instigación tuya. Con tu dinero maldito le has corrompido y
le has cegado; le has traído a la maquinación de
casarle con otra mujer, y de llevarse a mis hijos... A él,
no, a él, que tan sólo ha sido un instrumento de tu
hipocresía, no tengo que pedirle las criaturas que me ha
robado; a él, no; sino a ti, que con extraña mano has
cometido este crimen... La infamia no es tanto del que la ejecuta
como del que la compra.
|
DOÑA
JUANA.- ¡A él... a mí, no!
|
CASANDRA.- A ti, a ti los pido. Son mis hijos,
de mis entrañas nacidos, no de las tuyas
estériles.
|
DOÑA
JUAN.- De tus entrañas de pecado nacieron.
Hijos tuyos son... No puedo asegurar que sean hijos de Rogelio.
|
CASANDRA.- (Su indignación
llega al delirio.) ¡Ah, víbora!... Me
robas, y encima me ultrajas... Espérate... llegó tu
hora. (Con mirada rapidísima y ágiles
manos, busca un arma sobre las mesas, llenas de objetos diferentes.
Encuentra un cuchillo de fino puño damasquinado. Lo
coge.)
|
DOÑA
JUANA.- (Temblando.)
¿Qué haces?
|
CASANDRA.- ¡Matarte!... He venido con la
resolución de matarte si no me devolvías mis
hijos.
|
DOÑA
JUANA.- Casandra... mujer...
|
CASANDRA.- (Frente a ella, en
actitud arrogante y trágica.) Si no
estás preparada, preparate pronto, arregla brevemente tus
cuentas con Dios.
|
DOÑA
JUANA.- (En el colmo del
terror.) No estoy preparada, no... no. Tu presencia
ha despertado en mi el pecado de la ira.
|
CASANDRA.- Pues deséchalo pronto. A los
condenados a muerte se les concede espacio para el arrepentimiento.
Yo te lo concedo, condenada. Soy menos dura que tú.
|
DOÑA
JUANA.- (Preparando un quiebro para
esquivar el golpe.) ¡Morir! No podrás
matarme... Dios no lo consentirá...
|
CASANDRA.- Si ha consentido tus crímenes,
¿cómo no consentir este? Pronto... mis hijos o la
muerte.
|
—1193→
|
DOÑA
JUANA.- Muerte, no... Tus hijos, tampoco.
(Huye.)
|
CASANDRA.- (Corre tras ella;
alcánzala detrás del sillón.)
Muere, santa de caña y de hielo. Dios te dará lo que
mereces. (La hiere.)
|
DOÑA
JUANA.- ¡Ay! ¡Misericordia!...
(Cae; expira.)
|
CASANDRA.- (Arroja el
cuchillo.) ¡Monstruo, ya no harás
más daño en el mundo que te crió!
(Examina el cadáver.) No
respira, no tiene sangre. Su veneno no es rojo. (Se
mira las manos y la ropa.) Nada... su veneno no me
ha manchado. (Entran precipitadamente por la derecha
MARTINA y CEBRIÁN.)
|