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Caracteres de la «política hidráulica»25


Concretamente, ¿en qué consiste la política hidráulica? ¿Qué es lo que la caracteriza?

-Según mi manera de ver, esta expresión es tomada por las gentes en un sentido demasiado literal y restringido, siendo la consecuencia que las soluciones preconizadas no llevan quizá el mejor camino.

«Política hidráulica» es una locución trópica, especie de sinécdoque que expresa en cifra toda la política económica que cumple seguir a la Nación para redimirse.

Nuestra economía nacional es, hoy por hoy, fundamentalmente agraria: en esto nos hallamos todos de acuerdo; y así, cuando estalló en Cataluña la crisis industrial de hace dos y hace tres años, no hubo en la copiosa literatura que provocó el fenómeno quien no señalase la causa en la insuficiencia del mercado interior, efecto de la miseria y el atraso de los agricultores, principales consumidores de los productos industriales; quien no fundase el remedio en aumentar la potencia consumidora de los labradores, fomentando activa y directamente la producción agrícola.

Ahora bien; el obstáculo mayor que se opone en nuestro país a los progresos de esta producción, es la falta de humedad en el suelo, por su insuficiencia o irregularidad de las lluvias: exactamente lo contrario de lo que sucede en Inglaterra, y sobre todo en Holanda, donde la humedad es excesiva y ahoga las plantas. Por donde lo que en Inglaterra es drenaje, que enjugue y sanee el suelo, aquí tiene que ser acequia y brazal que lo humedezca; lo que en Holanda es ministerio de las Aguas (hay uno con esta denominación) para contener la irrupción del mar y desencharcar los prados y las tierras laborables, elevando las aguas interiores y conduciéndolas al mar, tiene que ser aquí ministerio de las Aguas para lo contrario, para combatir la sequedad del suelo, para proveer artificialmente de humedad a las plantas cultivadas.

He aquí por qué el ideal de toda agricultura progresiva en climas como el nuestro, lo constituyen los cultivos de regadío, y donde éste no es posible, aquellos otros que más se le aproximan en la serie de grados intermedios que separan la agricultura de secano de la de regadío; como el labrador debe esforzarse por transformar la primera en la segunda, y cuando no, en mejorar las condiciones de ésta, aproximándola a la naturaleza de aquella; y por qué el Poder público, como agente complementario de las actividades individuales, como regulador de la vida social y como obligado e interesado en el aumento de la población, en la regeneración de la raza, en los progresos de la riqueza, pública, fuente de tributación, está en el deber de coadyuvar a esa obra, proporcionando el beneficio del riego a la mayor extensión posible del territorio, por los medios que se hallan a su alcance y no al de los particulares.

Ahí tiene usted lo que es la «política hidráulica»; una expresión sublimada de la «política agraria», y generalizando más, de la «política económica» de la Nación. Esto le explicará que, por ejemplo, con motivo de la crisis fabril a que antes aludí, preconizara el Sr. Sánchez de Toca, en el Senado, como remedio infalible de ella la «política hidráulica»; que un periódico barcelonés, El Diario del Comercio, en 1901, a propósito de la crisis obrera, registrara la observación de que otro sería el desarrollo de las industrias y no se presentaría tan amenazadora la cuestión social «si hace años se hubiese planteado la política hidráulica»; que con motivo de la crisis de las subsistencias, en el mismo año, un economista catalán, el Sr. Turró, estudiando en El Liberal de Barcelona las «causas de la carestía de la carne», concluyera que no había que buscarlas en la elevación de los cambios, ni en el impuesto de consumos, ni en los acaparadores, ni en las tarifas de transporte por ferrocarril, sino en la escasez de producción, y fundaba el remedio «en la política hidráulica»...

-¿De modo que al Estado cumple formar un plan general de obras hidráulicas y ejecutarlo, llevando el agua de riego al pie de las heredades de los particulares?

-No; porque no basta ofrecer agua de riego al labrador si no sabe hacer uso racional de ella; porque el sangrar ríos, represar arroyos ramblizos, embalsar aguas de lluvia, manantiales y derretimientos de ventisqueros, no en todas partes hay disposición para verificarlo; y porque no se encierran en esos los medios de contrarrestar la sequedad del clima: hay los pozos y las máquinas elevadoras, movidas por el viento o por el vapor; hay los arados de desfonde, que abren camino a la lluvia en el subsuelo, resguardándola de la evaporación; hay los abonos químicos, por ventura combinados con los orgánicos, que, provocando un desarrollo más rápido y una madurez más temprana del cereal, disminuyen las contingencias de la sequía; hay los cultivos pratenses de primavera, etc.

-Pero ¿también eso es política hidráulica; también en eso deben influir los Gobiernos?

-Sí; la política hidráulica lleva consigo la nacionalización del agua para riego y su alumbramiento o embalse por el Estado; pero implica, además, y no así como quiera, sino también en un primer término, al par de eso y con su misma importancia, el establecimiento de escuelas prácticas de cultivo, pero prácticas de verdad, para gañanes, capataces e hijos de labradores, donde se enseñe, con enseñanza que entre por los ojos más que por el oído, y donde se aprenda trabajando, todo eso que acabo de indicar, el uso de los abonos químicos, la alternativa de cereales con prado artificial de leguminosas, ora de regadío, ora de secano, sin barbecho, los cultivos intensivos de prado y huerta y la combinación de la labranza con la cría de ganado; -escuelas en número muy considerable, así como de un millar, y acaso de asistencia obligatoria.

Sin esto segundo, lo primero sería imposible o resultaría ineficaz. Y, desgraciadamente, nuestros hidraulistas no cuentan con ello para nada. Añada usted todavía la repoblación forestal de las cabeceras de las cuencas hidrográficas.

-Pero eso ha de requerir un presupuesto enorme...

-Más de todo cuanto usted pueda figurarse. Suponiendo que los canales y pantanos del plan general a cargo del Estado absorban 350 millones de pesetas, puede usted apreciar en otro tanto la formación del personal docente para las escuelas prácticas, la instalación de éstas y su sostenimiento en los primeros años. Si se gastara menos saldrían muy caras, porque no servirían de nada y todo el dinero sería perdido y España defraudada en sus esperanzas de resurrección.

Acaso creerá usted que ahí acaba todo... Pues no: hay más que eso en la política hidráulica. En el cuerpo social, lo mismo que en el del individuo, todo es orgánico, todo se concatena y no es posible sanar o reformar un miembro aisladamente, dejando enfermos los demás. Así, nada habremos adelantado con proveer al labrador de agua de riego y de instrucción técnica, si carece de capital mueble para operar la transformación de los cultivos, o lo obtiene en condiciones tan onerosas que la transformación no le tenga cuenta. La política hidráulica tiene, pues, que preocuparse tanto como de aquellos dos problemas, de este otro: el abaratamiento de los préstamos, que es decir, instituciones de crédito territorial y agrícola, libertad bancaria, fomento del crédito cooperativo, y, sobre todo, movilización jurídica de la propiedad inmueble e hipoteca preconstituida a nombre del propietario, de que he disertado largamente en otra parte.

Ni se agotan con esto las exigencias de la política hidráulica firme en su propósito de capacitar rápidamente a la agricultura española para duplicar la producción actual por unidad de área; que de eso se trata. Una red de embalses y acequias que no se cruzase y compenetrase con otra de caminos carreteros, sería algo así como una caldera de vapor sin émbolos ni correas de transmisión; una red sólida y más tupida de escuelas de instrucción primaria, con su obligado cortejo y complemento de universidades y escuelas normales, sería como un edificio suntuoso fundado sobre arena. Con el plano inclinado del canal, con la fuerza del viento aplicada a la elevación de aguas subyacentes, con la labor de desfonde, con la bacteria reductora del ázoe atmosférico, tiene que concurrir la rueda del vehículo: es preciso retocar y perfeccionar los caminos de herradura heredados del pasado, convirtiéndolos en caminos carreteros baratos, de forma que todos los pueblos puedan disfrutar el beneficio del transporte por ruedas, y la nueva agricultura intensiva disponga, en plazo muy breve, de un instrumento tan potente como el que representan 175.000 o 200.000 kilómetros de caminos vecinales. Con la creación de las escuelas prácticas de agricultura, militares y civiles, debe coincidir (mejor sería que le hubiesen precedido) el acrecentamiento rápido y muy intensivo de las escuelas de niños y la transformación de sus métodos por el patrón de lo experimentado y que ha causado ya estado en Europa; escuelas donde se haga hombres, donde se haga nación, restaurando el organismo corporal, tan decaído en nuestra raza, y educando tanto o más que el entendimiento la voluntad; lo cual supone, entre otras cosas, mejorar, a fuerza de genio y de millones, el personal de maestros existente, y formar otro nuevo conforme a superiores ideales.

-Pero eso es toda una revolución...

-Sí. Como todo está tan trabado en el organismo de la nación, cualquiera que sea el camino que usted tome, sea la política hidráulica, sea la política pedagógica, sea la política militar, sea la política social, siempre vendrá a parar a esta conclusión: la urgente necesidad de una revolución general en el Estado.

Teóricamente, para usos de ciencia, de administración y de propaganda, puede abstraerse una cualquiera de esas políticas, hacer de ella una a manera de Álgebra, como se disecan en el animal, separándolos unos de otros, el músculo, el nervio, el tendón, la vena, la arteria; pero en la vida, en la realidad, semejante abstracción es irrealizable: ni la política hidráulica ni la política pedagógica pueden por sí solas prestar base a un programa político, servir de bandera a un partido; la bandera, el programa, tiene que ser genérico: la revolución.

Le he dicho antes que los alumbramientos de agua para riego serían estériles si no los fundase una política pedagógica muy intensa y bien encaminada. Pues ahora le diré más en abono de aquel aserto mío; a primera vista, parece que no existe relación alguna directa entre el problema del caciquismo y el problema de los canales; que pueden estos construirse y surtir sus efectos sin que precisamente haya de desaparecer el caciquismo. ¿No es eso?

-Así parece, con efecto. ¿No se han construido las carreteras?

-La pregunta de usted no es pregunta sino respuesta. Por que el 60 por 100 de las carreteras construidas son lo que se llama carreteras parlamentarias; uno de los manantiales de nuestra Deuda pública y de nuestra ruina. Vea cómo, subsistiendo la causa, nos hallamos amenazados de un aluvión de pantanos electorales, de canales parlamentarios. Y los hidraulistas, a quienes no se les ha ocurrido llevar la atención a la pedagogía y a la ley hipotecaria, menos ha de ocurrírseles pensar en la extirpación quirúrgica del caciquismo.

-¿Y de dónde piensa usted que deberían salir los recursos para esa política compleja que se nos impone por fatalidades de nuestra geografía?

-De donde apuntaba Catón: bellum se ipsum alit. La revolución ha de alimentarse a sí propia, haciendo una muy profunda en el presupuesto de gastos; «entrando en él como Atila en Roma», según frase de la Cámara Agrícola alto-aragonesa, en su programa. La Deuda pública, las clases pasivas, la lista civil, las obligaciones eclesiásticas, el presupuesto de guerra, la nómina de empleados: he ahí la cantera de donde ha de extraerse el oro necesario para acaudalar las fuentes de nuestra producción, para levantar una España nueva.

-En el pensamiento de usted, el plan general de canales y pantanos, ¿habría de ejecutarse todo a la vez?

-No, ni mucho menos: también en economía hidráulica se impone proceder con método. Ha de principiarse por lo que he denominado «pequeña política hidráulica» (gemela de la «pequeña propiedad» y del «pequeño cultivo»), consistente: 1.º en ir ensanchando cuanto se pueda las actuales zonas regadas, donde el arte del riego y el gusto por esta clase de agricultura no son ya un problema, aumentando el caudal de agua disponible; 2.º, en construir los Ayuntamientos, como servicio municipal, o los vecindarios asociados en forma de comunidad o de sindicato, depósitos modestos de aguas manantiales o de lluvia en los arroyos y en las cañadas o vaguadas próximas a las poblaciones, mediante paramentos de tierra, con destino a fertilizar huertos de ocho o diez a 50 áreas, uno para cada familia pobre, donde los jornaleros puedan capitalizar sus días de paro y el trabajo de las mujeres, de los ancianos y de los niños, y producir la cantidad de sustancia alimenticia necesaria para mejorar o completar su ración actual, tan deficiente como todos sabemos. Las municipalidades deben ser autorizadas para adquirir o expropiar tierras con ese objeto y suministrarles riego, como lo están desde hace pocos años las de Inglaterra para adquirir y expropiar tierras y drenarlas. Acaso la mera autorización no sea bastante: se las debe excitar, y tal vez obligárseles. Un Ayuntamiento conozco, el de Jaca, que posee 176 huertos de ocho a 18 áreas, con dos acequias para su beneficio, procedentes de una antigua fundación y que los jornaleros y sus viudas usufructúan de por vida, y el resultado es que en aquella población no se conoce la mendicidad. En Francia y Bélgica se van difundiendo por asociaciones católicas (Oeuvre des jardins ouvriers), presididas ordinariamente por sacerdotes, como las de Sain-Etienne y Reims.

Esos pantanos municipales y esas sangrías de arroyos o ríos, obra de los vecindarios o de sus Ayuntamientos; esos huertos comunales, política hidráulica de carácter social más bien que económico, se dan la mano por un lado con la antigua policía de abastos y por otro con lo que ahora se denomina «municipalización» de los servicios públicos, tan en boga desde hace poco tiempo y cada día más en Europa y América; y ha de iniciar a la población en los secretos del riego, preparando el advenimiento de los grandes embalses y canalizaciones.

-Según eso, la «gran política hidráulica» ¿debería aplazarse hasta la generación siguiente?

-No es eso precisamente; cuanto he dicho que entra en el concepto «Política hidráulica» debe, en mi sentir, ejecutarse desde luego y lo más rápidamente que sea posible, con sólo una excepción: las grandes obras hidráulicas; que éstas requieren mayor estudio de parte del Poder público y una preparación sólida de parte del país. El aplazamiento no debe durar más de lo que esta preparación y aquel estudio tarden en madurarse. Ya le he adelantado a usted algunas de las razones que justifican la excepción; pero no son únicas.

Nuestros ríos, en lo general, son ríos de primavera: no hay sino pasar la vista por los aforos que ha publicado el ministerio de Fomento. Por falta de nieves perpetuas en llegando Junio, cuando más necesario sería el riego, el mayor número se quedan sin agua. Ahora bien, todavía no hemos estudiado sistemática y experimentalmente, cuenca por cuenca, los géneros de cultivo susceptible de adaptarse a ese régimen fluvial y que pudieran compensar y hacer reproductivos los caudales del común, invertidos en tan costosa necesidad; y tal estudio no es de los que pueden improvisarse. Por otra parte, en los canales que en la actualidad posee el Estado, cobra éste o su representación un canon anuo por el uso del agua; pero tal vez en los nuevos alumbramientos debería procederse de modo distinto; tal vez el dominio del agua debería incorporarse al dominio del suelo, como lo está en la huerta de Valencia, cediendo el cauce, el vaso y sus anejos en propiedad a los terratenientes a cambio de una parte alícuota del suelo regable (que el Estado destinaría a colonización interior, alivio de la cuestión social agraria, etcétera), -aplican do el principi o en que está informada la institución consuetudinaria conocida con el nombre de «postura o plantación a medias», común en toda la Península y que en Francia y Prusia es ley para la repoblación forestal. Pues bien, tampoco sobre esto se ha discurrido nada; y es uno de los puntos que como previos había que ventilar y decidir, según nuestro proyecto de ley sobre preparación del Plan general de pantanos y canales de riego, impreso en Junio de 1896.

Por este estilo, la Política hidráulica se halla preñada de interrogaciones de que no nos hemos preocupado, y por encima de las cuales la prudencia política más elemental nos impide saltar.

-¿Juzga usted capaces a los políticos del turno para resolver a derechas tantos arduos problemas y llevar la solución a la Gaceta y a la realidad?

-Quisiera que no fuese tan inocente la pregunta ni tan obvia y llana la respuesta. Ha podido usted ya apreciar el aspecto financiero de la política hidráulica; la masa enorme de capitales que requiere su realización y habría de arbitrar el Estado. Pues tanto como dinero, hace falta hombre. Y aún estimo más difícil encontrar hombre que dinero. He aquí ahora mi respuesta: si vis monumentum adspice: contemple el género de ministro que, en un Gabinete de altura, le ha tocado a la agricultura. Tan ayuno de preparación, tan ajeno a los problemas de la política agraria como el labriego más analfabeto, cae, sin embargo, en la tentación de mostrar iniciativas y juzgando, que un segundo cañonazo llegará a donde no alcanzó el primero, erige al lado del Consejo de agricultura un Consejo nuevo para que le estudie las conclusiones de los Congresos agrícolas nacionales y extranjeros, que ni siquiera él debería tener necesidad de estudiar, que debía tener ya estudiados cuando aceptó un cargo como ese, no honorario ni gratuito y que no es obligatorio desempeñar. Un ministro que en vez de ganar terreno sobre sus antecesores, echa a andar para atrás; ¡y una Comisión especial encargada de estudiar los estudios de los Congresos agrícolas! ¡A estas alturas! ¡En 1903! Cuando un país sufre tales burlas, las merece.

-Habrá sido inocente mi pregunta, pero todavía no me ha contestado usted.

-Sí, porque yo no he mirado al ministro como individualidad, sino como tipo. Los que puedan venir detrás, conservadores o liberales, no lo mejorarán, aunque tampoco creo que puedan hacerlo bueno. Nos los sabemos a todos de memoria. Por confesión propia, ya antes de 1898 habían fracasado; después de 1898 se han limitado a fracasar otra vez. Por confesión propia también, necesita España una revolución muy honda hecha desde el Gobierno, y tan urgente, que acaso fuera ya tardía; pero esa revolución no se halla al alcance de su mano. Por amor de España, hace tiempo que debieron retirarse: por instinto de la propia conservación, hace tiempo que debimos jubilarlos.

-¿Y sustituirlos por otros dentro del actual régimen político?

-No, que tanto o más que ellos ha fracasado la dinastía. En más de cien años no ha tenido ésta un solo hombre que dar a su país de adopción: con ella España carece, como ha carecido durante cuatro generaciones, de uno de sus órganos más esenciales; ha carecido y sigue careciendo de poder moderador. Además, ¿dónde encontraría hombres inculpables para verificar la sustitución? ¡También las clases neutras han fracasado!

-Quiere eso decir...

-Que se ha hecho precisa, desgraciadamente, una revolución de abajo: lo primero para que abra camino a la revolución de arriba, desbrozándoselo de obstáculos, y luego para que renueve el personal gobernante de los últimos veintinueve años, poniendo término a la interinidad que dio principio en el Protocolo de Washington.