Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoCapítulo IV

Nacionalización de las aguas fluviales


Inscripción del rey Hammurabi. -«Yo he construido el canal Nahar Hammurabi, bendición de los habitantes de Babilonia; yo he transformado las llanuras desiertas en campos feraces; yo he dado a los moradores la fertilidad y la abundancia y he hecho del país una morada de delicias.»



§1.º-El primer aniversario. -Señoras y señores: Al cabo de doce meses volvemos a encontrarnos casi en el mismo sitio los que en Septiembre último nos congregamos con un objeto santo y patriótico, aunque desgraciadamente no todos, que algunos de los amigos de la asociación entonces fundada han fallecido, como han fallecido también algunos de sus adversarios más poderosos, contándose entre los primeros nuestro amigo el celosísimo gradense D. Pedro Gambón, que desmentía con su entusiasmo juvenil la nieve de los años, el benemérito patricio señor conde de Guaqui, que había prestado su gran autoridad a las doctrinas de la Cámara con ocasión del meeting de Tamarite, y el Sr. D. Rafael de Castro, el malogrado escritor que se había identificado con el pensamiento económico de la propia asociación y con cuya muerte nos ha faltado el apoyo de su pluma y el del periódico que tan brillantemente dirigía. Consagremos un recuerdo piadoso a aquéllos y demás hombres de buena voluntad que estuvieron a nuestro lado y que nos han precedido por breve tiempo en el camino de la eternidad; y fijo el pensamiento en aquella regla de conducta de los libros sagrados (Eclesiastico VII, 40), in omnibus operibus tuis, memorare novissima tua, recordemos cuán presto se pasan doce meses; tengamos la certeza de que el año que viene, al conmemorar la Cámara el segundo aniversario de su fundación, algunos de los que ahora estamos aquí, amigos y socios de la Cámara, habremos fallecido, como habrán fallecido también algunos de los cuitados que en estos instantes están haciendo o preparando impía guerra contra ella; y firmes con esta convicción, recordemos cuán triste mezcla de pesares, de angustias, de tribulaciones, de contrariedades y sobresaltos es la vida; con cuánta razón el Eclesiastés tenía por más dichosos a los muertos que a los vivos, y más que a los vivos, a los que no han nacido ni venido al imperio del mal debajo del sol; como, por eso, la sociedad humana no debe ser más sino una conspiración de todos los hombres de bien contra el hado que los hace vivir; reflexionemos que nadie, en el mundo, ni aun el tenido por nos infortunado o más dichoso, se lleva de la vida otra cosa que lo que ha hecho vivir a los demás; que el modo de hacer vivir a los demás es disminuir la cantidad de muerte, esto es, de dolor, que se mezcla por ley ineludible a nuestra existencia temporal, es, principalmente, reducir las fronteras del reino de la miseria, como dijo con una frase asombrosa de verdad el sabio por excelencia, Salomón (no: el Eclesiastico, XL, 29), melius est enim mori quam indigere, vale más estar muerto que ser pobre; y que por todo esto, en presencia de las tumbas abiertas de esos compañeros nuestros, debemos afirmar una vez más que la Cámara Agrícola, sin dejar de ser una asociación con tendencia industrial, atenta al desarrollo y fomento de la riqueza agrícola del Alto Aragón por motivos de economía política, debe ser ante todo y sobre todo una sociedad benéfica, movida por impulso de misericordia y cuasi religiosos, donde todos los socios, así gobernantes como gobernados, piensen, sientan y obren como después de muertos quisieran haber pensado, sentido y obrado, por pura caridad y puesta la memoria en las postrimerías, por puro amor a sus semejantes, que es tanto como decir por amor de Dios.

En este mismo espacio de un año, ha vuelto la sequía a afligir al Alto Aragón, destruyendo en sus tres cuartas partes la cosecha de trigo, agravada por otro azote, los pedriscos, que se han cebado como nunca en nuestros viñedos, como si el cielo hubiera querido enseñarnos que estuvimos acertados el año pasado al señalar como objetivo a la Cámara y como ideal a la Agricultura alto-aragonesa la disminución prudente del cultivo cereal y arbustivo y el aumento de los pastos naturales y de los regadíos, para que el trabajo del labrador deje de ser en gran parte una lotería y siempre que plante o siembre esté casi seguro de que cogerá, tanto siquiera como ahora cuando siembra o planta está casi seguro de no coger.

§ 2º.-Domestiquemos los ríos con el freno de los diques y la cadena de los canales. -Al escribir en el artículo 1.º del Reglamento de la Cámara que el objeto principal con que se fundaba ésta era procurar la pronta salvación de la agricultura, y con ella la del país, promoviendo la construcción de canales y pantanos de riego por el Estado, ni hicimos nada de extraordinario o genial ni adquirimos concepto o categoría de iniciadores, de precursores o de Mesías; nos limitamos a llamar la atención hacia una fuente de riquezas naturales, los ríos, que hasta estos últimos tiempos no habían sido bien apreciadas en el mundo, preocupado en la explotación de otras más al alcance de la vista, tales como la minería y la pesca; obedecimos un movimiento universal que en el orden de la economía pública se advierte, favorable al aprovechamiento agrícola de las aguas fluviales como obra de excepcional interés público y a cuya realización deben aplicarse las fuerzas colectivas de las naciones, movimiento respecto del cual España se había retrasado, como en todo; por haberle absorbido en los últimos cuarenta años la desamortización y los ferrocarriles la escasa atención que le dejaban libre los combates de la política en las montañas y en el Parlamento.

La Edad Moderna no ha sentido hasta hace pocos años, la pasión que sintió la Antigua por los riegos ni ha comprendido como ella la importancia social de los ríos en la economía de las naciones. Todavía en la Edad Antigua es de notar, para que nos expliquemos ciertos retrasos, que no fue nuestra raza jafética, sino la raza maldecida de Cam, de paz con la mongólica, quien inició y desarrolló este sentido de economía, dando por fundamento a su política la dominación de los ríos, avasallados y domesticados con el freno de los diques y la cadena de los canales y entregados como dóciles y laboriosos esclavos al agricultor. El río Amarillo o Hvang-Ho y el Yangtsé-Kiang en China, el Tigris y el Éufrates en la Caldea, el Nilo en Egipto, engendraron tres civilizaciones originales y prodigiosas que llenan la historia del mundo hasta el advenimiento de Grecia y Roma, discípulas suyas y maestras nuestras. Hace cuatro mil años comenzó China su red de canales, que ha seguido desarrollándose de siglo en siglo y es hoy la más vasta del planeta, formando parte de ella alguno que mide 5.000 kilómetros de longitud, entre Cantón y Pekín, suficiente para cruzar siete veces nuestra Península. Confucio dice de Yu, fundador mítico del Imperio después del diluvio, que todos sus esfuerzos se resumían en la construcción de canales, de los cuales hizo base para la división administrativa del territorio; y así vemos que en diversas épocas de su historia, el Estado Chino ha tenido en el Gobierno un ministro llamado de las Aguas, encargado exclusivamente de fomentar los riegos, prevenir las inundaciones y reparar las obras hidráulicas de aquel vastísimo Imperio que cuenta 230 millones de habitantes, tanto, como trece veces la población de España.

Mucho más antigua que China es la nación de Egipto, pues se han descubierto y se conservan estatuas talladas hace más de seis mil años, y ya en esa fecha estaba canalizado el Nilo, pues sin tal canalización que regularizase la inundación periódica del río y la hiciera llegar a las tierras altas, el valle entero habría sido alternativamente pantano y desierto y ningún pueblo habría podido asentarse en sus orillas. Aquella civilización portentosa, que contaba los años de existencia por millares y las ciudades por cientos y los templos y palacios por miles cuando Grecia y Roma no habían empezado aún a alborear, que poseían escuelas de ciencia, literatura floreciente, teogonías riquísimas, sistemas arquitectónicos, escritura, navegación, industria, minas, bibliotecas, fue exclusiva obra de un río, el río divino, el río creador, amaestrado y dirigido por la ciencia hidráulica que allí, a fuerza de siglos de experiencia hubo de crearse al mismo compás que la nación se creaba, como condición necesaria que era de su existencia. De allí nació también, del vasto sistema de diques y canales en que descansaba la vida de todo el Estado, el que se formaran antes que en ninguna otra parte, vastas unidades políticas, pues el mantenimiento de las obras hidráulicas a lo largo de todo el río era incompatible con el desmenuzamiento de la soberanía, (y les fue preciso la los hombres sujetarse, bajo pena de muerte, a aquella condición social que la Naturaleza les imponía). Y así en su historia; siempre que alguna gran revolución se producía, siempre que la anarquía se señoreaba del país, rota la unidad del gobierno político, rota con ella la unidad de dirección de las obras hidráulicas, los diques descuidados reventaban, cegábanse los canales, el régimen de las aguas, alterado en una provincia, quedaba perturbado para todas y el desierto avanzaba sobre el Egipto para sepultarlo bajo sus arenas, hasta que obrando por fin la reacción y el instinto de conservación de la vida colectiva e individual, volvía a reconstituirse la unidad del poder y empezaba la reconquista del suelo perdido, restableciendo los diques y canales a su prístino estado. Por esto, viviendo aquel gran pueblo sólo de lo que el río le procuraba, del loto que vegetaba en sus aguas, de los peces y aves acuáticas que mantenía, del trigo y hortalizas que su fecundo tarquín y su riego hacían producir; dependiendo del río tan en absoluto como el niño recién nacido depende del pecho de la nodriza, no es maravilla que lo hubiesen divinizado y entonasen en loor suyo himnos sagrados como uno magnífico cuyo texto se conoce por cierto papyro existente ahora en el Museo británico y al cual pertenecen las siguientes estrofas: «Salve, oh río Nilo, tú que vienes pacíficamente para dar la vida al Egipto; señor de los peces, generador del trigo, creador de la cebada: lo que tú trabajas, es descanso para millones de desgraciados. Cuando tú faltas, los dioses se entristecen y los hombres se mueren. Pero cuando levantas tus aguas, la tierra se llena de alegría, regocíjanse los estómagos, todo ser vivo recibe su ración, todo diente masca. Tú haces germinar las hierbas para el ganado y el incienso para los dioses. Invades con tus aguas el Alto y el Bajo Egipto para llenar los graneros, paya surtir la despensa de los pobres. Enjugas las lágrimas de todos los ojos y prodigas la abundancia de tus riquezas...» ¡Que los labradores de la Litera Ésera y del Somontano aprendan este himno para cantarlo al Ésera y al Ara cuando estos ríos hagan a sus campos la visita que les tienen prometida el día no lejano de la inauguración de los dos canales de Tamarite y de Sobrarbe!

§ 3.º-¿Quién merecerá para sí la inscripción del rey Hammurabi? -La civilización caldeo-asyria, una de las que más han contribuido al progreso de la humanidad, nacida cerca de la desembocadura del Éufrates y el Tigris, donde la Biblia coloca el Paraíso de Adán y de Eva, donde se inventó la astronomía, donde la agricultura alcanzó tal perfección, que apenas si ha adelantado nada después en tres mil años; el país encantado de los jardines colgantes, una de las siete maravillas del mundo, asombro de los viajeros de la antigüedad, que han hecho popular el nombre de Semíramis y Nabucodonosor; esa civilización que edificó ciudades tan gigantescas como Nínive, como Babilonia, de muchas jornadas de circuito, cada una de las cuales conoció épocas de esplendor y fue asiento de dinastías reales autónomas, parece ser por lo menos tan antigua como Egipto y fue debida a sus grandes reyes agricultores e hidráulicos como Hammurabi, como Nabucodonosor, como Sennaqueril; a aquel admirable sistema de canales que ponían en comunicación los dos ríos Éufrates y Tigris, regando a su paso abundantemente las vastas planicies de la Mesopotamia; a que todos los ríos de la Asyria estaban sometidos a tributo, no dejando perder una gota de agua que cruzara por el territorio; a que, por eso, en un país como aquel donde no llovía nunca, producía la tierra cantidades increíbles de trigo, a razón de 200 por 1, como testificó el gran historiador Heródoto y han comprobado los modernos, y vegetaba frondosa la palmera, con cuyo fruto fabricaban vino como nosotros con el fruto de la vid. De ahí que en las ruinas de aquellas ciudades, que perecieron y que han desaparecido juntamente con los canales asolados por la guerra, se descubran ahora inscripciones numerosas referentes al rey Hammurabi, por ejemplo, que vivió hace tres mil seiscientos años, en las cuales se le ensalza por los canales que hizo construir tanto como por las victorias guerreras que obtuvo sobre sus enemigos. En una de ellas que tengo aquí copiada y es como de unos dos siglos anterior a Moisés, habla el rey mismo, diciendo: «Yo he construido el canal Nahar Hammurabi, bendición de los habitantes de Babilonia, yo he transformado las llanuras desiertas en campos feraces; yo he dado a los moradores la fertilidad y la abundancia y he hecho del país una morada de delicias». -El día que el ministro de Fomento pueda escribir una inscripción así en el puente colgante de Monzón, entre los dos canales de Tamarite y de Sobrarbe, la gloria del Sr. Moret o de quien sea se levantará tan alta como la del rey Hammurabi, y no la levantaría jamás ni aun a la altura de un tomillo, esta otra inscripción que la posteridad tiene reservada a nuestros estadistas, casi sin excepción, para escribirla a guisa de epitafio sobre su sepulcro: «Yo he pronunciado a todos los vientos centenares de floridos discursos, que han hecho las delicias de tres docenas de amadores de la buena literatura; las llanuras que encontré desiertas las he dejado más desiertas todavía; con mi desgobierno, he ayudado cuanto he podido a la sequía, hasta no quedar en el país más hierba que la paja de mis decretos ni otras flores que las flores retóricas de mis discursos».

Tales son, señores los tres pueblos que en los primeros albores de la historia inventaron los canales de riego y que por el riego se levantaron a la mayor grandeza y que han quedado como tipo y modelo, no superado ni igualado siquiera después por nuestras razas occidentales, hasta nuestros mismos días.

§ 4.º-Emprendamos sin vacilar, urgentemente, esta obra redentora: dejemos de ser mal aventurados pródigos. -El problema ese de los riegos en grande como obra de utilidad social ha vuelto a plantearse con toda su antigua importancia en los últimos veinticinco años, así como ha ido creciendo la población y sintiéndose el vacío de la fenecida policía de abastos, y aumentando los apuros financieros de los Estados e imponiéndose la necesidad de fortalecer a la agricultura para que pueda resistir la competencia mortal de la industria y el comercio, que se le llevan los brazos y los capitales; y así vemos, en los lugares más apartados del planeta, ocupados a los Gobiernos en estudiar los aprovechamientos posibles de esa gran riqueza natural del agua que hasta ahora habían mirado con tanta indiferencia, y en hacer sangrías enormes a los ríos para emancipar vastas extensiones de tierra de la dependencia irregular de las lluvias, y en proyectar obras tan gigantescas como los canales del Rhódano y los represamientos del Nilo, y hasta en celebrar Congresos internacionales para el estudio de todo lo referente a la utilización de las aguas fluviales, como el celebrado en París en 1889. -Ni aun el Egipto se ha dormido sobre los laureles heredados, y su agricultura progresa y toma vuelos a ojos vistos, pasando rápidamente desde el cultivo tradicional por vía de inmersión, al cultivo por vía de riego, mucho más perfecto, construyendo canales como el de Ybrahimié, que fertiliza una faja de tierra de 260 kilómetros de larga por tres a seis de ancha, y ya proyecta pantanos como el de Koum-Ombos, que asegurando un caudal constante de 300 a 400 metros por segundo, extendería el beneficio del riego a casi todo el territorio de la nación. -La república de Chile, en América, heredó de los Incas y de los españoles multitud de obras de canalización para el riego; pero lejos de descansar sobre tal herencia, la ha acaudalado en muy vastas proporciones, sobre, todo después de 1850, en medio de sus eternas discordias intestinas y de sus guerras en el exterior, al extremo de que hoy posee más de 400 acequias y canales, derivadas de cuarenta ríos, que riegan unos dos millones de hectáreas, es decir, mucho más que todo la que riega España. -En la India, la gigantesca colonia de Asia, once o doce veces más grande que nuestra nación, cuando se posesionaron de ella los ingleses, existían ya infinidad de obras hidráulicas, bastando recordar, por vía de ejemplo, que sólo en la presidencia de Uadras se contaban entre chicos y medianos 50.000 pantanos, con un desarrollo de diques de unos 50.000 kilómetros por junto. -Pero a lo mejor no llovía, y sobrevenían aquellas hambres terribles que tantas veces conmovieron a Europa y algunas de las cuales costó la vida a un millón de personas. Para remediarlo, el Gobierno inglés se dio a construir canales, alguno tan colosal como el del Ganges, que deriva de este río ocho veces más agua de la que lleva el Ebro en el verano cuando pasa por Zaragoza (200 metros por segundo), habiendo gastado en pocos años 1.600 millones de reales (cifra de 1878), y suministrado riego a dos millones y medio de hectáreas, que es decir, a una extensión doble de todo lo que España riega, dos mil quinientos años después de haberle iniciado en este género de obras los fenicios. -No tardó en aprender la lección de Inglaterra el Gobierno holandés en sus islas de Java y Sumatra (?) la patria de las especias y del azúcar, donde la necesidad del riego se hacía sentir tanto como en el Indostán, y en 1886 destinó a esa especialidad una brigada de ingenieros dependientes del Vatesstaat o Ministerio de las Aguas, lo cual, ya en 1891, a donde alcanzan mis noticias, llevaba hecho el estudio de las cuencas de 14 ríos con su correspondiente plan de canales, y tenía varios de éstos en vías de ejecución, habiéndose gastado con éxito siete millones de pesetas y manteniendo el propósito de continuar sin interrupción en los años sucesivos hasta haber convertido en regadío una extensión de 300 a 400.000 hectáreas. -Francia, en los últimos veinte años, ha aumentado sus riegos en 552.000 hectáreas, tanto como la mitad de todo lo que se riega en nuestra Península, habiendo crecido con ello la producción forrajera de aquella nación desde 300 millones de quintales métricos a 500, que es decir, un aumento de 200 millones de quintales, con un valor de 2.500 millones de reales; y no satisfecha con eso, todavía sigue concibiendo canales tan gigantescos como los del Rhódano, que han de costar 200 millones de pesetas, que es más de lo que hay presupuestado para todos los canales y pantanos proyectados en España. -Hasta los Estados Unidos del Norte de América han entrado con ardor en esta nueva vía, menos de un siglo después de fundada la República y de ocupados sus inmensos territorios; y llevando a esa obra redentora el genio y la grandiosidad que pone en todo lo que emprende, ha constituido las compañías constructoras por docenas y abierto canales y acequias por cientos y gastado centenares de millones de duros, señaladamente en los Estados de Wyoming, Idaho, Vtah, Nevada, Colorado y California, habiendo convertido en regadíos en solos quince años, un millón de hectáreas, que es decir, doble de lo que se riega en el Piamonte y en Lombardía y en la vega central del Ebro, que son las zonas de regadío más extensas de Europa, con la particularidad de haberse aplicado con frecuencia los procedimientos de colonización característicos de los yanquis, que a mi juicio será preciso imitar en su día en la zona inferior de nuestros dos canales de Tamarite y de Sobrarbe, a saber: que después de concebido un plan general de riego en una comarca enteramente despoblada, y de ejecutadas las obras y preparado todo para sembrar y regar y construido el ferrocarril y los caminos, buscan los colonos que han de poblar y poner en cultivo aquellas hasta entonces áridas y vírgenes soledades.

En presencia de esta actividad tan prodigiosa y tan fecunda que abarca casi todo el planeta, desde el Egipto a América, desde el Indostán a Francia, desde Suiza a Australia, -pues todavía no os he hablado, por abreviar, del Cantón de Valais ni de la Nueva Gales del Sud, como tampoco de Bélgica;- a la vista de tantos Gobiernos previsores que saben gobernar y de tantos pueblos sanos y despiertos que saben darse Gobiernos dignos de tal nombre, yo no puedo menos de volver la vista a nuestros Poderes y a nuestro pueblo y sentir la más profunda tristeza: yo no puedo menos de recordar que antes que todos esos Gobiernos o al mismo tiempo que ellos, el Gobierno español, en los años de 1860 al 64, dispuso el estudio de las cuencas hidrográficas de la Península y la formación de un plan general de canales y pantanos; que en 1865 se promulgó una ley destinando de la desamortización 100 millones de reales para fomentar los riegos, y que en los años transcurridos desde entonces no se ha dado un sólo pico, mientras en derredor nuestro todo era animación y movimiento, sin que fuera parte a despertarnos de nuestro letargo el estampido de tantos millones de barrenos que atronaban el espacio al otro lado de nuestras fronteras, mudando el curso de los ríos y surcando de canales todo el planeta; -yo no puedo pensar sin amargura que cuando espíritus desinteresados y cristianos crearon aquí una asociación que hiciera veces de acicate y despertador, tal como la Cámara Agrícola del Alto Aragón, a impulsos del patriotismo más puro y de la compasión infinita que les inspiraban los labradores de la provincia, víctimas un año y otro año de la sequía, abriendo la puerta a todos, y más aún que eso, yendo a buscarlos a sus casas, solicitándolos y ofreciéndoles hidalgamente la dirección y las responsabilidades de la sociedad, ha habido algunos que se han puesto efectivamente en movimiento, pero no para venir a la Cámara o trabajar por el país, sino para declararse sus enemigos y hacerle la guerra, prefiriendo al papel de redentores del Alto Aragón, el de cómplices de la sequía y azotes voluntarios de Dios; -yo no puedo recordar sin pena que la miseria persistente que antes padecía Flandes decidió al Gobierno belga a colonizar las desoladas planicies de la Campine, gastando en obras de riego 100 millones de reales; y que las hambres que diezmaban periódicamente la India movieron al Gobierno inglés a construir canales para conjurarlas por valor de 1.600 millones de reales; y que a nuestros Gobiernos no les ha movido a cosa igual ni parecida la miseria crónica de este pobre país alto-aragonés, engendrada por la sequía, que el Sr. Castelar tenía con razón por dolencia más grave que las inundaciones de Levante y que los terremotos de Andalucía; -yo no puedo mirar la clara corriente del Ésera y del Cinca, cuando recorro la carretera de Barbastro a Graus, sin pensar que es la sangre y la fortuna del Alto Aragón, despreciadas y tiradas culpablemente al mar por nosotros, malaventurados pródigos, que luego gimoteamos, diciéndonos los desheredados del mundo, cuando deberíamos estar agradeciendo al cielo una de las más ricas y cuantiosas herencias que existen sin ocupar aún en toda la Europa occidental. -En ese raudal bullicioso de los dos ríos, yo no veo el simple derretimiento de aquellas montañas de nieve que en la primavera contempláis desde aquí, tan grandiosas y tan bellas: veo en él como un tren de vagones sin fin, cargados con todo linaje de riquezas, que llama a las puertas de todas las casas brindándolas hartura y descanso: tenéis hambre, alto- aragoneses, y el río es pan para alimentaros; tenéis frío, y el río es lana para cubriros; tenéis sed, y el río es sandías y melones, es tomates, es pepinos, es peras, es cardo, ciruelas y melocotones, es grosella y fresas; envidiáis las praderías de otros pueblos y su industria pecuaria, tan descansada y socorrida, y el río bullicioso transporta rebaños de vacas y cerros de forraje; tenéis la carretera ociosa, lamentando no poseer cosa alguna exportable para llevar al ferrocarril, y el río es aceite, es fruta, es queso y manteca, es cáñamo, es seda, es azúcar, es pieles; sentís falta de abonos, y el río es estiércol para vuestros campos agotados; oís estremecidos, golpeando a porfía vuestras puertas, al agente del Fisco y al usurero, conminando con la ejecución, y el río es oro para libraros de su odiosa presencia y salvar de su rapacidad el patrimonio; contempláis al país, con los ojos anublados por la tristeza, como una lámpara llegada al fin de la jornada, con la torcida seca y apagándose por instantes, y el río es aceite para renovar sus energías, infundirle nuevo espíritu y hacerle aparecer otra vez radiante y luminoso en este cielo de luceros que forma la Europa civilizada de nuestro siglo; os sentís fatigados de una lucha sin término y sin esperanza, en que trabajáis como jornaleros gratis y de afición, pues apenas si un año de cada cuatro encuentra vuestro trabajo recompensa y el río es bolsa de intendente colmada hasta los bordes, premio y corona para el joven, retiro y descanso para el viejo, y fuerza y robustez para esta pobre patria agonizante que ahora se disipa y corre a la continua, desmenuzada y exangüe, a perderse en los abismos del Mediterráneo. -Montón de nieve en la montaña es montón de harina en el llano, si sabéis abrir una arteria entre el llano y la montaña. Aquellos depósitos de deslumbrante blancura que se forman a nuestra vista en la cumbre del Pirineo, no dicen más que frío para el hombre indolente y que todo lo espera de las nubes; pero se transfiguran en relucientes barras de plata para los pueblos industriosos que trabajan con el entendimiento más que con las manos y saben encauzar las fuerzas de la Naturaleza, tomando en serio su papel de colaboradores en el plan divino de la creación.

§ 5.º-El agua que no da la vida, la quita. -Pues todavía no son eso sólo: aquellos vastos almacenes de nieve son respecto de la sequía lo que los almacenes de pólvora respecto de la guerra; y cuando hemos enterrado tantos y tantos millones en el Pirineo para levantar fortalezas en vista de una invasión eventual de bayonetas extranjeras, es ya hora de dedicar algunos millones para abrir canales en vista de una invasión cierta de abrasadores rayos de sol. Yo no veo, señores, diferencia esencial entre la invasión del territorio por un ejército y la invasión del territorio por la sequía, salvo que esta última es más segura, más frecuente y más dañosa que aquélla, y que las armas para rechazar la primera son fusiles y cañones y las armas para rechazar la segunda son las filas del agua de los ríos, de los canales y de las acequias. Pues figuraos que descendiesen por los ríos, en vez de agua, cañones y fusiles llovidos por las nubes en el Pirineo, y que tuviésemos la seguridad de que el año que viene, o a más tardar dentro de dos años, entrarían ejércitos franceses a incendiar nuestras cosechas, y que en vez de apresurarnos a salir al Cinca, al Ésera, al Gállego, a hacer provisión de material de guerra, lo dejábamos tranquilamente correr al mar, y que los franceses nos cogían desprevenidos y desarmados y nos arrasaban las huertas y nos incendiaban las mieses y los olivos y nos obligaban a emigrar en fuerza de miseria: ¿creéis, señores, que si tal hiciéramos podríamos aspirar con justicia a ser tenidos por personas en uso de razón y España por nación europea y civilizada, y que no mereceríamos más bien que Francia o Inglaterra nos hiciesen el favor de conquistarnos y de administrarnos nuestro patrimonio, como personas incapaces de gobernarse a sí propias y necesitadas de tutela? Pues eso que sería una demencia de parte nuestra en el caso de una guerra, eso estamos haciendo ahora enfrente de una sequía; que sabemos de cierto que el sol ha de abrasarnos los olivares y los campos de cada cinco años los tres, y los fusiles y la pólvora con que habríamos de ahuyentar esa plaga los miramos correr por el Cinca y el Ésera con la misma indiferencia que si fuesen cosa extraña a nosotros mismos, y nos vamos de rogativa, descalzos y llorosos, a las ermitas de los montes, para pedirle a Dios que mude de sistema de año en año en el gobierno de la atmósfera y nos riegue la tierra con agua llovida de milagro, porque a nosotros no nos viene bien regar con aquella otra que nos llovió a su tiempo y que murmura a toda hora bendiciones y promesas rodando fresca y regocijada por el lecho de los ríos. ¡Ah, señores! ¡Qué lección tan terrible, hace pocos meses, en esta nuestra provincia infortunada! Era el mes de las flores, cuando en todas partes la tierra se viste con su traje nupcial para celebrar las bodas fecundas de las plantas y rebosa la vida entre océanos de luz y orgías de colores; en el Alto Aragón se había saltado desde el invierno al estío, abortada la primavera por falla de humedad: el pueblo de Santa Eulalia, asociado con otros dos, inundada el alma de fe y de tristeza, cruzaba el río Gállego en una barca con dirección al santuario de la virgen de Murillo, a fin de implorar el beneficio de la lluvia para los campos agostados por la sequía. Habían pasado sin tropiezo en una primera barca los niños; en otra los hombres; al tercer viaje entraron en la barca las mujeres. A la mitad del río la barca se abrió de parte a parte y ochenta mujeres cayeron al agua: catorce de ellas no pudieron resistir la fuerza de la corriente, y allí, a la vista de sus padres y de sus maridos, presa del terror y de la desesperación, entre los gritos desgarradores de sus hijos que contemplaban la espantosa escena desde la orilla, quedaron ahogadas en el fondo del río, dejando 40 huérfanos que habrían sido útiles ciudadanos educados por la madre, y que privados de ese ángel tutelar, irán un día tal vez a aumentar la población penal de los presidios, si no es que alguno, ¡espanta pensarlo! no avanza hasta las gradas del patíbulo. Más afortunado un niño de pocos meses que iba en brazos de su madre, se ahogó con ésta, habiéndose encontrado su pequeño cadáver fuertemente abrazado con el de aquélla cuando los sacaron del fondo del río. ¡Ah, señores!, el agua que no da la vida, la quita. Parecía como si Dios gritara a los romeros desde la orilla, por labios de la imagen que llevaban procesionalmente al santuario: «Si no os doy lluvia, os he dado otra cosa que vale más que la lluvia: os he dado la inteligencia: año tras año venís pidiéndome agua para vuestras cosechas; pero ¿es que estáis ciegos, que no acabáis de verla? Ahí la tenéis, miradla». Y quince personas encontraron muerte cruel en aquel soberbio raudal, engrosado por las nieves, que habría bastado para regar los campos de Santa Eulalia y de cien poblaciones más y comunicar la vida a una comarca feracísima, tan extensa como la de los Monegros, y hacer de ella el primer granero de España y uno de los más hermosos paraísos de la Europa meridional.

§ 6.º-Tauste dio en el siglo XVI ejemplo de virilidad y de fortaleza.-Yo no sé, yo no sé si alguno de vosotros, señores, se extrañará de que atribuya importancia tan capital y tan decisivo influjo a los canales de riego y cifre en ellos el porvenir entero del Alto Aragón. Quien tal extrañeza sintiese probaría que había olvidado que nuestros dos canales de Sobrarbe y de Tamarite extienden su acción directa a 200.000 hectáreas de secanos, que es decir, tanto como suman los otros 25 o 30 proyectos de canales y de pantanos que han pasado por el Ministerio de Fomento y que afectan a 22 provincias; sería que no había calculado lo que representan esos 2.000 kilómetros cuadrados de zona regable en relación con los mayores regadíos de España y de Europa; y sería preciso que recorriese la Península con la cinta de medir y la tabla de multiplicar en la mano y calculase por sí la cabida de las más renombradas huertas que la España moderna heredó de los árabes y que éstos habían heredado probablemente de godos y romanos. ¿Habéis oído hablar de la famosa vega de Granada? Mide unos tres kilómetros de anchura media por 25 de longitud, y aprovecha las aguas de cuatro ríos, el Dilar, el Monachil, el Genil y el famoso Darro, tan amado de los poetas, que cruza por bajo de una bóveda la ciudad de Granada, después de haberse contemplado en sus aguas la maravillosa Alhambra y el portentoso Generalife; el río Genil, surtido en el verano por la nieve de Sierra Nevada y acaudalado por numerosos afluentes; pues todo eso, aprovechando hasta la última gota a partir de Agosto, gracias al tañido de la célebre campana de la Vela, que marca con precisión matemática las horas que corresponden a cada grupo de regantes, todo eso representa unas 12.000 hectáreas de regadío. -La huerta fertilísima de Murcia se halla regada por el río Segura, uno de los mayores de España entre los que desembocan en el mar, aquel que produjo con el Guadalentín las inundaciones apocalípticas de 1884 en que perecieron más de 800 personas y pusieron en conmoción a Europa y para prevenir las cuales se celebró un Congreso especial en 1885 (en Murcia); y han consignado las Cortes este año en el presupuesto de la nación una primera partida de un millón de pesetas; constituye uno de los focos mayores de riqueza que existen en el riquísimo litoral levantino, centro de exportación de naranjas, limones, granadas, almendras, higos y pasas, palmas, lino, boniatos, etc., en cantidades increíbles; deriva del río los dos famosos canales moriscos de Aljufier y de Barreras, y la administración de sus aguas es modelo que vienen a estudiar hasta los extranjeros. Pues esa huerta mide una longitud de 25 kilómetros por 7 de anchura media, o sea 10.769 hectáreas, incluyendo la superficie ocupada por las vegas de los pueblos comprendidos dentro de aquel límite. -La huerta de Valencia, el jardín de España, tan suspirada de moros, tan envidiada de cristianos, la herencia más espléndida legada por los siglos medios a la corona aragonesa, con sus celebérrimos ocho canales antiguos de Moncada, de Cuarte, de Tormos, de Mislata, de Mestalla, de Fabara, de Rescaña y de Rovella, que consumen en junto 10 metros cúbicos de agua por segundo, con su famoso Tribunal de Aguas que ha mantenido vivas las tradiciones del Gobierno popular a través de tres siglos de absolutismo, esa huerta, una de las oficinas de producción de frutos tropicales más activas que hay alrededor del Mediterráneo, ocupa una superficie de 14.000 hectáreas. -La plana de Castellón, de donde se exportan naranjas, algarrobas, aceite, cáñamo, vinos, azúcar y hasta melones de Guardomar, que van a Inglaterra; cuya tierra vale hasta 36.000 reales hectárea, no contados los naranjales, que éstos llegan a pagarse a 4.000 duros, regada por cuatro canales, los de Villarreal y Burriana a la derecha del Mijares y los de Almanzora y Castellón a la izquierda cuyo beneficio alcanza a multitud de poblaciones importantes de 5.000, 6.000, 10.000, 14.000 y hasta de 25.000 almas; esa plana por la cual crucé un día lleno de admiración y ¿por qué no decirlo? de tristeza también, pensando que España no volverá a ser políticamente lo que ha sido mientras no sea toda ella agronómicamente Plana de Castellón; esa vega, repito, mide por junto una cabida de 10.000 hectáreas escasamente. -Sumad ahora: 10 a 12.000 hectáreas Granada, 11.000 Murcia, 14.000 Valencia, 10.000 Castellón; total, unas 45.000. Aunque rebajéis prudentemente la superficie calculada para la zona regable de nuestros dos canales de Sobrarbe y Tamarite a menos de la mitad, a 90.000 hectáreas, resulta que caben en ella a un mismo tiempo dos vegas de Granada, dos vegas de Murcia, dos vegas de Valencia y dos vegas de Castellón. ¿Veis ahora claro, señores, si valía la pena fundar una Cámara Agrícola con el objeto casi exclusivo de promover por todos los medios la construcción de esos dos canales, y si son patriotas aquellos pobres dementes que reventarían de gusto el día que vieran disolverse o fracasar en su intento patriótico nuestra sociedad?

Pues todavía quiero hacérselo comprender más claramente, buscando términos de comparación más cerca de nosotros. He hablado de los riegos antiguos de la Península: vengamos ahora a los modernos; y para hablar de riegos modernos, dicho se está que hay que venir a Aragón. La región central de la cuenca del Ebro, desde Miranda a Zaragoza y desde Calatayud a Pamplona, constituye la zona de riegos más extensa que existe en toda Europa, descontando tan sólo el Norte de Italia. Pues todas las aguas de esa región tan feraz y tan admirablemente cultivada, las acequias de Lodosa; la famosa Mejana de Tudela; el canal de Tauste comenzado en el siglo XVI que acredita a esta villa de heroica en el más alto grado y es un ejemplo de virilidad y de fortaleza que la generación presente haría bien en emular; el canal Imperial de Aragón, el mayor de España, para concluir el cual hubo que recurrir a los banqueros de Holanda y a los reyes de España, y cuya historia es una verdadera epopeya que ha valido al gran aragonés Pignatelli hace pocos meses la gloria de un centenario; las acequias del río Ega en Estella, Lerín, Azagro y Andosilla; los riegos del río Arba en Egea y Tauste; las veinte acequias del río Aragón, que riegan los términos de Murillo, Carcastillo, Villafranca, Valtierra, Puente la Reina, Peralta, Tafalla, Olite, etc., etc.; las diez acequias del río Isegua, que fertilizan la mejor parte de la Rioja, Alberite, Villamediana, Logroño y seis poblaciones más; los vastos riegos de Calahorra y su partido, derivados del río Cidacos; las innumerables sangrías del río Alhama, uno de los mejor aprovechados de España, que riega a Fitero, Corella, Alfaro, Tudela, Cintruénigo y otros más, en cuyos términos se queda entero el río en el verano, llegando seco a la desembocadura; las acequias del Queiles, a quien deben su frondosidad Cascante, Tarazona, Tudela y Monteagudo, cuyas huertas consumen todo el río hasta la última gota; el opulento Jalón, llamado el río de la fruta con sus tributarios el Giloca, el Miedes, el Piedra y otros, verdadero reino de Pomona, que pasa como nabab espléndido inundando de peras, de manzanas, de melocotones, de ciruelas, de sandías, perfumadas y olorosas de todos los gustos y de todos los colores, para el surtido de media España desde Madrid a Cádiz, desde Alicante a Bilbao, los encantados paraísos de Cetina, Monreal, Ariza, Bubierca, Nuévalos, Ateca, Calatayud, Munebriga, Campiel, Paracuellos, La Almunia, Calatorao y 20 o 30 más, todas esas acequias, todos esos canales, todos esos ríos, el Ebro, el Alhama, el Aragón, el Cidacos, el Isegua, el Jalón, el Arba, el Queiles y otros varios que se escapan a la memoria, vivifica el suelo aragonés, navarro y riojano, por una dichosa conjunción del arte con la naturaleza, riegan unas 150.000 hectáreas: nuestros dos canales de la derecha y de la izquierda del Cinca están calculados para regar más, unas 200.000 y no así como quiera, diseminadas por una vasta extensión dependiente de tres o cuatro provincias, sino juntas todas y recogidas desde Sariñena a Fraga y desde Barbastro a Lérida, formando como una nación en pequeño, de poca fachada y mucho fondo, con más población que algunas de las pequeñas nacionalidades de los Balkanes, con un cuadriculado espeso de carreteras, tranvías y ferrocarriles en continua agitación y movimiento, con una red de acequias y brazales que reproduce la red de venas y arterias del cuerpo humano; esmaltada por millares de aldeas, alquerías, cortijadas y fábricas entre ciudad y ciudad, entre villa y villa, preparando la total urbanización de ese vasto oasis, gloria y orgullo de España, que tendrá por puerto de salida para ponerse al habla con los mercados del mundo, el puerto de Tarragona, y que evitará el dolor de la emigración a esas inteligentes y laboriosas razas del Pirineo, que ahora tienen que buscarse, expulsadas por la miseria, una nueva patria en Cataluña, en Francia, en Argelia, en Cuba, y en Buenos Aires.

§ 7.º-Importancia excepcional que tienen los dos canales de la derecha y de la izquierda del Cinca. -Débese esto, señores, a la estructura privilegiada y única de esta región del planeta en que habitamos: en España, no creo que exista ninguna otra que pueda comparársele en este respecto de la relación entre agua y tierra, y en Europa solamente conozco uno, el Piamonte y la Lombardía. El establecimiento de riegos en vasta escala es imposible donde no concurran dos circunstancias esenciales que la Naturaleza ha prodigado mucho separadas, pero muy poco reunidas: montañas muy altas, coronadas de nieves perpetuas, de donde fluyan ríos de caudal copioso y constante durante el verano; y llanuras de gran desarrollo, de suelo fértil y de clima cálido, que estén cruzadas por aquellos ríos. En España, por desgracia, las nieves perpetuas son punto menos que desconocidas: apenas si pueden señalarse otras que las de Picos de Europa en Asturias y Sierra Nevada en Andalucía: en el Pirineo sólo las hay, y aun esas relativas, hacia el centro de la Cordillera, cabalmente donde tienen su nacimiento los ríos Ara, Ésera, y demás afluentes superiores del Cinca. Así, estudiando los aforos practicados por las Divisiones hidrológicas, observaréis que hasta el mes de Mayo inclusive, los ríos de España son ríos europeos, arrastran cantidades enormes de agua, expresadas por centenares de metros cúbicos al segundo; mas en llegando Junio quedan reducidos a riachuelos, aforando unos estiajes que causa pena. Pero asomaos a corto trecho de aquí y veréis que al Ara y al Ésera no les pasa otro tanto: durante los meses de Junio y Julio conservan su caudal de 25 a 50 metros cúbicos por segundo, debido a los vientos calientes que soplan de Mediodía y derriten las nieves de los picos más altos del Pirineo, determinando una crecida diaria muy curiosa que parece reproducir el fenómeno del flujo y reflujo del mar; allá por Graus, la crecida mayor tiene lugar durante la noche, porque el agua derretida con el calor del día necesita algunas horas para llegar; y así, los que tienen la buena costumbre de madrugar advierten que la arena de las orillas, que había quedado seca por la tarde está mojada a la madrugada, lo mismo que las playas del mar cuando acaba de retirarse de ellas la marea. -Resulta de aquí un hecho en que la gente no cae fácilmente, no obstante ser tan natural y lógico, por lo poco estudiadas que están estas materias. Todos sabéis que el Tajo y el Guadiana figuran entre los cinco ríos mayores de España: pues bien, en los meses de Junio y Julio, el Ésera (y quien dice Ésera dice Ara, porque vienen a ser, con corta diferencia, iguales), el Ésera lleva tanta agua como el Tajo cuando pasa por Toledo y veinte veces más agua que el Guadiana cuando pasa por Badajoz. Sabéis también que el Ebro es el río más caudaloso de la Península; pues en el mes de Julio, el Cinca, formado principalmente del Ara y del Ésera, lleva tanta agua como el Ebro cuando pasa por Zaragoza y aun después de habérsele juntado el Gállego. Y es que los tributarios del Ebro por aquella parte del Pirineo, como el Gállego mismo y el Aragón, experimentan la baja antes ya de que principie el verano, por carecer de nieves perpetuas que los alimenten, sucediéndoles en Junio y Julio lo que a los nuestros, Ara, Ésera y Cinqueta, les pasa dos meses después, en Agosto y Septiembre, que se les acaba también la provisión de nieve y disminuye su caudal en una mitad. Ved por donde, señores, habría sido una fortuna para nosotros que cuando se formó por vía de levantamiento, en las épocas geológicas, nuestro Pirineo, se hubiese levantado un poco más, hubiera quedado un kilómetro siquiera más alto, porque nevaría más en él y retendría nieve en grandes cantidades para surtir los ríos durante todo el verano, como sucede en los Alpes, que tributan al Adda, al Tesino, al Chiese, al Mincio y otros ríos 385 metros por segundo durante los mayores calores, engendrando los maravillosos riegos de Piamonte y Lombardía, que figurarán por siglos a la cabeza de todos los de E Europa.

A todo esto me diréis: -«Bueno; ya lo hemos comprendido; no se canse usted más; estamos perfectamente convencidos de la importancia excepcional que tienen nuestros dos canales de la derecha y de la izquierda del Cinca; pero ¿qué vamos a hacer de tanto regano? ¿a qué vamos a dedicarlo? Por otra parte, somos cuatro gatos en comparación de la gente que será menester para cultivar tan vasta extensión de regadío; no podremos contar ni aun con los jornaleros de ahora, porque con el canal se habrán emancipado, habrán ascendido a propietarios y cada cual trabajará lo suyo y aun se dará lustre buscando jornaleros para su servicio; ¿de dónde sacamos brazos? No tenemos ahora bastante estiércol ni aun para el secano, que sólo rinde una cosecha cada tres años: ¿de dónde lo sacaremos, para el regadío, que ha de producir tres cosechas cada año? Además, hay que preparar la tierra para recibir el beneficio del agua: el trabajo de arrobadera es muy caro; no tenemos un cuarto; estamos empeñados: ¿de dónde sacamos dinero?

A la verdad, muchas preguntas son para contestadas en poco rato y entre las prisas que tenéis para tomar el camino de vuestros pueblos; pero más o menos es fuerza contestarlas, porque constituyen otros tantos problemas parciales contenidos dentro del total problema de los canales de riego, el cual depende en buena parte de ellos, como lo prueba el que esas mismas preguntas se nos han hecho con carácter ya de objeciones, en los centros oficiales, cuando se ha presentado en ellos la Comisión de la Cámara y de los Ayuntamientos que fue a Madrid hace tres meses a remover los expedientes del pantano de Roldán y del canal de Tamarite.

§ 8.º-Destino que deben dar los labradores al agua de los canales. -Principiemos por el principio: destino que deben dar los labradores al agua de los canales, una vez que éstos se hallen en estado de funcionar. Es el problema tan grave y difícil de la transformación de los cultivos. (Yo tengo formada mi opinión sobre el particular hace muchos años; no es la primera ni la segunda vez que lo expongo en público; y aunque he seguido estudiando el problema con posterioridad, no he hallado motivo para rectificarme). En mi opinión, esos 35 o 37 metros cúbicos de agua por segundo debe destinarse a los siguientes fines y por el mismo orden que los enumero:

1.º Huerta en pequeño para la producción de hortalizas con destino al consumo local, y riego de los olivares existentes mientras no parezca conveniente arrasarlos para dedicar el suelo a cultivos más productivos.

2.º Producción de forrajes y tubérculos en grande para la cría y el recrío de ganado (vacas, ovejas y mulas) a saber: alfalfa, esparceta, trébol rojo, veza, nabos y remolachas.

3.º Producción de cereales, en grande también, trigo y cebada, y aún algo de arroz para el consumo del país, de la variedad japonesa que vegeta con riego intermitente, sin exigir el encharcamiento.

4.º Piscicultura, o cría doméstica de peces por el sistema practicado de inmemorial con tan maravilloso éxito, en Cochinchina y el Tonkín.

5.º Producción de frutas para la exportación, unas en estado fresco y otras secas, en conserva y en confituras, manzanas, peras, melocotones, cerezas, ciruelas, albaricoques, higos, grosellas y frambuesas.

6.º Plantas industriales y granjerías rústicas relacionadas con ellas, lino, cáñamo, seda, ramié, azúcar de remolacha y glucosa de patata.

Dejaremos a un lado este último grupo, en el cual no se podría pensar probablemente hasta dentro de una generación, a pesar de que la industria azucarera se está aclimatando ya en la vega de Zaragoza y que la remolacha ha principiado a ensayarse con éxito en la zona del canal de Urgel; que la cría del gusano de seda vuelve a rehabilitarse hasta en el valle del Ésera, por consecuencia de la crisis de los viñedos; y que tengo aquí un telegrama de Mr. Delamarc al Sr. Conde de San Juan comunicándole su propósito de montar ya ahora una fábrica de glucosa en Barbastro o Monzón si encontraba labradores que se comprometieran para diez años a proporcionarle un cierto número de toneladas de patatas cada año; dejemos, digo, este grupo de plantas industriales, porque su cultivo a causa de ser muy intenso, muy agotador y requiere mucho abono y mucho trabajo manual, no podrá adoptarse por punto general, sino al término de la serie, con el progreso de la población y del capital, y vengamos a los otro grupos.

De la huerta muy poco tengo que decir, porque es cosa que cae de su propio peso. La huerta se cultiva con uno de estos dos objetos: o como cultivo doméstico, para el consumo directo de la casa del labrador, o como cultivo industrial, para producir hortalizas destinadas a la exportación. Ya hace diez y nueve siglos, hacia el tiempo en que nació Jesucristo, que los españoles exportaban cardos a Roma por valor de muchos millones. En nuestro tiempo, la exportación de cebollas, ajos, pimientos, tomates, azafrán, anís, cominos, como también melones y sandías, a Francia e Inglaterra, ha tomado gran incremento, señaladamente de la costa de Levante, Játiva y Gandía, porque son tan estimados por lo exquisitos, y sobre todo por lo tempranos, importando hoy unos 51 millones de reales el valor de lo exportado por los dos conceptos de especias y hortalizas; y son bien conocidas de todos las fábricas de encurtidos de la Rioja, cuyas latas dan la vuelta al mundo. Pues bien, ni lo uno ni lo otro es para nosotros por el momento: cultivos o industrias así requieren brazos, capitales y hábitos mercantiles de que el Alto Aragón ha de carecer necesariamente durante mucho tiempo. La habilidad técnica de los hortelanos de Barbastro, de Estada, de Monzón, de Fraga, que puede rivalizar con la de los riojanos y levantinos, servirá por el pronto como de levadura para propagar sus prácticas a los pueblos de secano que se rieguen ahora por primera vez, y serán simiente en reserva para cuando llegue la hora en que pueda pensarse en exportar hortalizas y frutas de huerta a Francia por el ferrocarril del Noguera, ya entonces construido, como ahora exportan en pequeño desde Estada a Graus, desde Monzón a Benífar, etc.; pero por el momento, repito que no hay que pensar en huerta industrial. -Por eso he dicho: cultivo doméstico de hortaliza, cultivo de huerta en pequeño para el consumo local; y más claro: huerta para echar el hambre de casa, para que la miseria no penetre en los pueblos aunque entre en ellos la pobreza, que son cosa muy distinta, como dice el más expresivo de los refranes agrícolas que he encontrado en los libros de los antiguos, y que vale él sólo por todo un libro de economía rural: «al año tuerto (ya sabéis que, en español arcaico, año tuerto significa año malo), -al año tuerto, el huerto; al tuerto, tuerto, el huerto y el puerco; al tuerto, retuerto, el huerto, la cabra y el puerco». El refrán lo dice todo, y sólo añadiré a él una cosa: entre los cultivos de huerta, en el concepto doméstico en que ahora lo considero, deberá figurar en mi opinión, como planta no conocida en la provincia, el arroz, ya sea de la variedad valenciana, donde abunda el agua para encharcarlo, como lo cultiva con éxito el Diputado Sr. Parra en la sierra de Segura, en condiciones de clima harto menos favorables que las de nuestra Litera y Somontano, ya sea de la variedad japonesa, que sólo necesita un riego por semana al principio y después dos, tal como lo ha ensayado el marqués de Camps, en Salt, cerca de Gerona, con magnífico resultado, pues le produjo 217 simientes por cada una, o sea 21.700 por 100; un poco más que el trigo como veis.

Dejemos ya la huerta y descartémosla de nuestros cálculos, dejándola reducida por ahora a ceñir de un estrecho cinturón de verde animador los suburbios de las poblaciones, de las aldeas y de los caseríos, y vengamos a otra cosa. La primera gran aplicación que el agua de nuestros dos canales debe recibir es el cultivo de plantas forrajeras y de tubérculos para el ganado. El divorcio en que ahora viven desde hace siglos, pero sobre todo desde la desamortización, la agricultura y la ganadería, es una de las causas eficientes de la crisis crónica que aflige así a ganaderos como agricultores, y para remediarla antes que acabe de ahogarnos, tres cosas son urgentes: 1.ª, reducir en los secanos el área de los cereales restituyendo a los pastos naturales una gran parte de las tierras de monte imprudentemente descuajadas: 2.ª, sembrar de leguminosas de secano los barbechos en las tierras frescas que lo consientan, aún cuando para ello fuese necesario convertir el sistema de año y vez en cultivo de tres hojas: y 3.ª y principal, sangrar los ríos por medio de canales y acequias, represar los arroyos por pantanos y dedicarse a la producción intensiva de raíces, hierba y tubérculos por medio del riego. En tales condiciones, el ganado beneficia al labrador de dos maneras: directamente, produciendo crías, carne, leche, lana y pieles; e indirectamente, haciendo producir al trigo.

Mirad qué cadena tan bien eslabonada: poca agua, poco forraje; poco forraje, poco estiércol; poco estiércol, poco trigo. Labrador que no cultive tantas fanegadas de prado como de trigo, no le trae cuenta cultivar trigo, porque le sale más caro que si lo comprase en el mercado; esto dicen a coro en toda Europa y es tan verdad como el más cierto de los axiomas. Ahí tenéis por qué en Inglaterra el trigo produce de 12 a 15 por uno y en España sólo de 5 a 7; y ahí tenéis por qué el agricultor inglés está próspero y el agricultor español en la miseria. ¡Ah! me olvidaba, y ciertamente que no es para dado al olvido, el labrador inglés cosecha doble trigo que nosotros en igual unidad de tierra, pero además cría ganado para vender, y ya podéis calcular lo que valen y representan 35 millones de cabezas de ganado lanar y tres millones de cabezas de ganado vacuno, en quienes se cifra el orgullo de la agricultura británica y su increíble prosperidad. -Hay que imitar a Inglaterra si queremos lograr sus mismos resultados, destinando la mitad de la zona regable de nuestros dos canales a prados naturales, compuestos de plantas asociadas, agróstides, roas, festuras, bromos, solios y alopécuros, a prados artificiales de esparceta, de trébol, de veza y de alfalfa según la calidad de las tierras y la cantidad de agua de que se disponga en cada mes, y por último, a campo de nabos y remolachas forrajeras, introducidas con éxito hace muchísimo tiempo en la provincia, verbigracia, en Grañén, por los señores Laguna, y hasta en la montaña, por ejemplo en Graus. -Con esto se resuelven en parte dos de los problemas que me planteaban, dándolos por insolubles; la falta de brazos y la falta de capital. La primera, porque la producción de hierba requiere mucha menos intervención del hombre que la producción de grano: está calculado que un hombre sólo basta para cuidar de 30 a 35 hectáreas de prado natural, que es decir, 200 a 250 fanegas de tierra de nuestro país; y dos personas son suficientes para cuidar todo el ganado necesario a consumir y capitalizar la hierba producida en ellos. Por esta cuenta, no podrá sentirse mucha falta de brazos. En la provincia de Santander, verbigracia, en Torrelavega, los colonos suelen tomar en arriendo dos hectáreas de tierra por cada familia, la una para huerta, en que siembran legumbres y maíz; la otra, para prado natural, que se siembra una vez cada veinte años y mantiene una vaca: la hectárea de huerta le absorbe al colono seis meses de trabajo al año, la de prado no más que ocho días, y sin embargo, vienen a producirle igual puesto que paga igual renta por la una que por la otra. Ahí tenéis una solución provisional al problema de los brazos. -Cuestión de capital. Los prados no requieren que la tierra esté precisamente llana, formando planos horizontales13, como el cultivo de huerta, pongo por caso; al contrario, se ha notado que la hierba vegeta mejor y se hace más alta cuando la tierra es algo pendiente, tanto, que en Alemania desnivelan de propio intento las tierras llanas, cuando las destinan a prados, formando planos inclinados en zig-zag, o bien arriates, ora dobles o simples a modo de tejado, gastando dinerales en el movimiento de tierras que eso requiere. Y como en los valles de nuestro Pirineo, por ejemplo en el valle de Gistau, donde lo he visto, se riega y se guadaña los prados de las laderas con una inclinación tan grande que es difícil sostenerse en ellos de pie, no veo la necesidad de gastar esos capitales que se dice en arrobar y abancalar las tierras de la zona de nuestros dos canales, las cuales, por otra parte, o están arrobadas ya, o son bastante llanas de suyo para no necesitar ese trabajo previo, al menos para prados. -Es verdad, volviendo a la cuestión de brazos, que los prados artificiales requieren más trabajo manual que los prados permanentes, pero siempre es mucho menos que el exigido por el cultivo cereal, y además, una hectárea de tales prados vale por tres o cuatro de los otros, y aun por más. La alfalfa produce de 60 a 80.000 kilogramos de forraje verde por hectárea, equivalentes a 20.000 de heno seco sustanciosísimo; el trébol rojo, de 7 a 10.000, también de heno seco; la esparceta, de 4 a 6.000; los nabos, de 50 a 60.000; la remolacha forrajera, de 80 a 150.000. Adoptando una cifra baja, de sólo 6.000 kilogramos de heno seco por hectárea como término medio de unas con otras, prados naturales, prados artificiales y campos de nabos y de remolachas, las 75.000 hectáreas que doy por supuesto deben destinarse a este capítulo, arrojan un total de 450.000 toneladas de 1.000 kilos cada una, con un valor de 18 millones de pesetas, suficientes a alimentar de 80 a 100.000 cabezas de ganado vacuno o su equivalente en cabezas de ganado lanar y mular. Tal vez alguno querrá preguntar, todo espantado, qué vamos a hacer de tantas vacas. ¡Vaya una dificultad! ¡Pues comérnoslas! Cabalmente, que no les gusta la carne a los mozos de la montaña, ni tampoco a los de la tierra baja, que cuando llega la fiesta del santo titular de cada pueblo, se calcula que en los dos o tres días que dura salen a carnero por barba. Además, y bromas aparte, ocupamos una posición privilegiada, al paso del ferrocarril que cruza el istmo pirenaico de mar a mar, con el mercado de Zaragoza a la derecha y el de Barcelona a la izquierda al alcance casi de la mano. Nunca podrá hablarse de exceso de producción de carne, tocando, como tocamos, a las puertas de un centro de consumo tan poderoso como toda la Cataluña industrial. Así pudieran decir otro tanto los gallegos, que tienen que embarcar sus vacas para Inglaterra, por no poderse costear el transporte por ferrocarril hasta Cataluña. Por otra parte, es casi una obra de caridad el producir mucha carne para que baje el precio, aquí donde el 80 por 100 de la población no puede gustarla y en que los médicos tienen que prescribirla en clase de medicamento para los enfermos; en una nación como España, donde mueren de anemia miles y miles de personas, a vista de un remedio que una agricultura mejor entendida les habría podido proporcionar.

Y basta ya de ganado. Del trigo, como cosa más conocida, poco tendré que decir. Con un riego en Septiembre u Octubre, para sazonar la tierra cuando no ha llovido, y dos en Abril y Mayo, cuando los ríos bajan llenos y por añadidura turbios, la cosecha es segura: con los cerros de estiércol formados por 100.000 vacas, la cosecha es cuantiosa, tocando el máximum de producción, 25 a 30 hectolitros por hectárea, que es lo que obtiene la agricultura inglesa con un suelo mucho peor; y no digo que 40 a 46 hectolitros, que es lo que rinden en el Mediodía de Francia las tierras que pueden regarse cuatro veces, porque no crea nadie que exagero. Dedicando a este cultivo 75.000 hectáreas de la zona regable, que es decir, una extensión igual a la de los prados, puede presuponerse un rendimiento anuo de 1.800.000 hectolitros de trigo, con un valor de 40 millones de pesetas, al precio bajo de 22 pesetas hectolitro. ¡Id a buscarlos ahora a vuestros graneros! No los encontraréis: el Ara y el Ésera los han arrastrado al Cinca, el Cinca al Segre, el Segre al Ebro y el Ebro al mar. -Si me oponéis otra vez la dificultad de brazos, os diré que en la montaña sobran muchos, y en todo caso que a donde no llegan los brazos, llega el vapor; si me objetáis con la falta de capital para adquirir maquinaria, replicaré que hay ya en la provincia quien labra con arado de vapor a destajo, como en los Estados Unidos, por un tanto alzado la fanega, el Sr. Conde de San Juan, benemérito de la agricultura aragonesa; si todavía insistierais en que ni aun el trabajo a destajo podíais pagar, lo cual, dicho así en tesis general ya no es exacto, responderé que también se ajusta el destajo a pagar en especie, con una parte de la cosecha, como se hizo la siembra hace dos años, no por la labor, sino por la simiente, que faltaba en el país. En ningún caso quedarán sin sembrar las tierras luego que tengan segura la cosecha por medio del riego; y con esa cosecha segura y abundante, los grandes productores de cereales dejarán de tener miedo al trigo norte-americano y al trigo ruso, los cuales no podrán hacerles competencia en las fábricas de harinas de Cataluña aun cuando se supriman del todo los derechos de Aduanas.

Y llego a la piscicultura o cría de pescado. Es éste un género de ganadería más descansada y al propio tiempo más lucrativa que la cría de vacas y de ovejas, y por de contado, mucho más que la cría de conejos y gallinas, se halla al alcance de todos, por muy insignificante que sea la pieza de tierra que cultiven: fue inventada hace miles de años por la misma raza que inventó los riegos, la raza mongólica, de la cual ha recibido en la práctica toda la importancia de una segunda agricultura; y no había llamado gran cosa la atención de los europeos hasta mediados de este siglo. Hoy existen en Europa y América multitud de establecimientos destinados a procurarse en grandes cantidades freza o huevecillos de salmón, trucha, barbo, rollo, carpa, ostra y otras especies y ponerlos a la disposición de las corporaciones y particulares para repoblar los ríos, lagos, albuferas y ensenadas. En España se ha creado uno de esos establecimientos piscícolas, precisamente en Aragón, en el Monasterio de Piedra, cerca de Alhama. Lo que no se ha generalizado, ni apenas introducido todavía, y ya tarda demasiado, es la piscicultura doméstica tal como se usa en el continente asiático frontero a nuestras Islas Filipinas. -En el Congreso de Aguas fluviales celebrado en París en 1889, el general chino Tchenkitong, representaba la cría de peces en su país como íntimamente ligada con la agricultura: luego de alzada la cosecha del arroz, en vez de dejar la tierra de barbecho durante el invierno, convierten los tablares o eras en otros tantos estanques, dejando penetrar el agua en ellos, y les arrojan una escudilla de carpas recién nacidas, tomadas al efecto en las balsas donde se detiene el agua para el riego: así cosechan millones de kilos de pescado que se exporta ora en fresco, ora en seco o salado, a todos los puntos del Imperio. -En Europa no es del todo desconocido este sistema: en algunos puntos del Palatinado, al Mediodía de Alemania, los agricultores observan esta curiosa rotación: durante dos años, la tierra está encharcada y produce carpas, a razón de 1.000 (?) kilogramos por hectárea término medio de unas con otras; al tercer año se desagua para sembrar trigo, que da una soberbia cosecha con el abono de las deyecciones de los peces y los residuos orgánicos depositados por el agua; hecha la siega, se encharca otra vez para poblarla nuevamente de carpas. -No es éste el género de piscicultura a que entendí referirme al registrar la cría de peces entre los modos de utilización del agua de nuestros dos canales: la piscicultura que recomiendo por su sencillez, que la hace accesible a todo el mundo, por los beneficios que da, rinde y produce, incomparablemente superiores a los de toda otra granjería rústica, y por haber causado estado en las prácticas de millones de hombres y llevar la sanción de la experiencia de muchos siglos, es la piscicultura usada en un país de Asia muy conocido de los españoles, por haber ayudado nuestro ejército al de Napoleón III para realizar su conquista allá por el año 1865, y porque una parte de él se halla gobernada en lo religioso por dominicos españoles, divididos en tres vicariatos, con otros tantos obispos de la orden a su cabeza, que han cristianizado unos 200.000 indígenas. El país en cuestión es el Tonkín y la Cochinchina. El sistema de explotación de estanques que practican aquellas gentes me es conocido por un misionero, Fray Manuel de las Rivas, que lo expuso en 1859 en un libro sobre el Imperio de Annam, y por un compañero suyo de orden, el Padre Martínez Vigil, que lo confirmó en un discurso del Congreso de Geografía Mercantil celebrado en Madrid en 1883, donde lo oí. Si vale o no vale la pena dar importancia a esto, lo comprenderéis con sólo saber que el pescado criado en los estanques del Tonkín y de Cochinchina equivalen «a una tercera y abundante cosecha de arroz que se cogiese en todo el Imperio», o más claro, que el producto de esa granjería basta para alimentar la tercera parte de la población, que es de 30 millones, y que a eso precisamente se atribuye su densidad que es un 150 por 100 mayor que en España (11.000 leguas cuadradas de territorio). Cada familia tonquinesa, lo mismo en las ciudades que en los pueblos, explota uno o más estanques, excavados en tierra, que miden generalmente de 40 a 80 varas de longitud los lados y de dos y medio a tres de profundidad, formando rampa o declive las paredes de la excavación. Alrededor plantan cañas bambúes de las más gruesas para que la den sombra y eviten la evaporación demasiado activa del agua y el que ésta se caliente con la fuerza del sol: a igual fin siembran en el agua cierta planta semejante a nuestros berros que flota en ella y sirve de abrigo y de quitasol a los peces. Seguidamente pueblan el estanque con un enjambre de pececillos cogidos con una criba en otro estanque ya poblado. Los mantienen con los desperdicios de la cocina, con los frutillos de algunos arbustos que plantan de propósito cerca del estanque, y con los gusanos que se crían al pudrirse grandes fajos de paja de arroz colocada con ese objeto en los declives del estanque. Resultado al cabo de un año: 1.500 a 2.000 peces como el brazo de peso de tres a cuatro libras cada uno. Ahí tenéis una de las aplicaciones de nuestros canales en proyecto, en que seguramente no pensaron sus autores. Mi aspiración es ésta: 20.000 familias, 20.000 estanques de dos a tres almudes de cabida cada uno, en junto, 500 hectáreas: producción, 250 kilogramos por estanque, o sea en total, cinco millones de kilogramos equivalentes a 5.000 vacas cebadas para el matadero, carne sana y barata, disponible en todo tiempo, mejor que el conejar y el gallinero. Suponiendo que consuman la mitad los mismos productores, a razón de diez arrobas por familia al año, quedan dos millones y medio de kilos para exportar a los demás pueblos de Aragón y de Cataluña, con un valor de 10 millones de reales, al precio ínfimo de una peseta por kilo.

Y vengo a la última de las aplicaciones que en mi opinión ha de recibir el agua de los canales y pantanos de la provincia: la producción de frutas para la exportación. El comercio, de fruta aragonesa alcanza hoy una gran importancia, pero no tiene, ni con mucho, la que debe tener, porque todo él es comercio interior, de provincia a provincia, no pasando la frontera, sino por rara excepción. Desde las riberas del Jalón y del Giloca derrámanse las peras, las manzanas, los melocotones y duraznos por Madrid, Córdoba, Sevilla, Cádiz, Málaga, Valencia, Alicante, San Sebastián y Bilbao, esto es, por más de la mitad de la península, pero no van a Francia, ni a Inglaterra, ni a Alemania, ni a los Estados Unidos, ni a Rusia, no obstante hallarse abiertos y trillados los caminos de esos mercados por las frutas de nuestro litoral, que se colocan allí en grandes cantidades. Lo que España vende cada año al extranjero importa por junto unos 3.729 millones de reales: las partidas de más consideración entre las 60 (?) que arrojan ese total, son tres: 1.º, los vinos; 2.ª, los metales y minerales, y 3.ª, las frutas: los vinos apreciados en 1.241 millones; los metales y minerales en 729; y las frutas en 227. De estos 227 millones de fruta, las naranjas y los limones entran por 44 millones; las uvas por 42; las almendras por otros 42; las pasas por 58; las avellanas por 17; las aceitunas por 11, y las demás, nueces, peras, manzanas, albaricoques, ciruelas, etc., por 12 millones. ¿Os parece mucho? Pues es poquísimo en comparación de lo que debe y de lo que puede ser. Los cónsules de España en el extranjero están clamando siempre en sus Memorias: «¡fruta! ¡fruta! traigan ustedes más fruta». El cónsul de Glasgow, en Escocia, nos dice: «traigan sobre todo higos secos, que se venden en la Gran Bretaña y en todo el Norte de Europa en cantidades fabulosas, merced a lo cual, los labradores del Algarbe que antes no podían comer, se han hecho ricos plantando de higueras los vastos eriales de aquella provincia portuguesa». El cónsul de Londres escribe: «traigan peras, melocotones y manzanas pues los corredores de esta clase de fruta dicen que tendrán tan buena acogida como la tienen hace muchos tiempos las naranjas de Valencia, los melones de Guardamar y las uvas de Almería, únicas frutas que aquí, como en Glasgow, llegan de España en estado fresco». El cónsul de Nueva-Orleans, en la América del norte, dice: «traigan melocotones y peras de Aragón, que harán aquí seria competencia a las insípidas frutas en conserva con que tiene inundada esta plaza Chicago y California». -Y ya que nombro los Estados Unidos, un dato a ellos referente nos dará mejor idea de la importancia que tiene ya hoy en el mundo la producción frutera: hace ya algunos años se calculaba para cada cosecha de manzanas, melocotones, peras y demás frutas congéneres en la gran república norteamericana un valor de 800 millones de pesetas, casi tanto como la mitad de su cosecha de trigo, que, como sabéis, es la más colosal del mundo. De esa cosecha traen a Europa inmensas cantidades, pero no en estado fresco, sino seca. Para secar tan enormes montañas de frutas empleando pocos brazos, pues de otro modo no sería posible, han tenido que renunciar a la desecación al aire libre, que es la que practicamos en España, apelando a la desecación artificial, a cuyo efecto, han inventado grandes máquinas a vapor que pelan de dos a tres hectolitros de fruta por hora, dejando a un lado la parte útil y a otro las mondaduras y corazones con que fabrican sidra para que nada se pierda: luego de mondadas las frutas, pasan a otras máquinas colosales, compuestas en sustancia de un gran número de zarzos de alambre que se mueven dentro de una columna por donde circula una corriente de aire caliente, salvo en los Estados del Sur, que allí aprovechan el calor solar mediante un sistema de hornos construidos a propósito. Las casas de labor poseen una de estas máquinas como cosa corriente y ordinaria, al lado de las de segar y trillar, con lo cual no se ven obligados a malvender la cosecha en los años de abundancia. Seca ya la fruta, la embalan en cajas de a 25 kilogramos y ya está lista para la venta. Allí, en América, la venden a cuatro o seis reales el kilo; traída a Europa, vale de ocho a diez. Este sistema de desecación conserva a la fruta su color primitivo y su sabor natural: para usarla, se la macera en agua durante unas cuantas horas, a fin de restituirle la parte acuosa que se le quitó.

§ 9.º-España no tendrá base de sustentación, mientras su agricultura no descanse en cuatro distintas producciones. -Expongo estas cifras y doy estas explicaciones para que se vea que al señalar la fruta entre las grandes fuentes de producción para la zona de nuestros dos canales, al par de la ganadería y de los cereales, y recomendarlas a la atención de los hacendados, no creo hacer agricultura de fantasía, tal como suele aprenderse en los libros de los agrónomos, sino que procedo más bien como práctico, a vista de las corrientes comerciales del mundo. Pues no ha de entenderse sea mi pensamiento que debamos traer al Alto Aragón las máquinas mondadoras y hornos de secar de los Estados Unidos, y ni siquiera que hayamos de pensar por el momento, ni en mucho tiempo, en enviar fruta a América ni al Norte de Europa: nuestras aspiraciones deben limitarse por ahora a dos solos mercados: uno interior, Cataluña y Valencia, susceptible de mucho desarrollo, y otro exterior, Francia, aprovechando la facilidad de las comunicaciones por los ferrocarriles ya construidos a Barcelona y Tarragona, por los de Canfranc y Noguera-Pallaresa a Francia, y por el de Graus a Monzón, Fraga, Falset, Reus, y Tarragona, que, aunque suprimido del plan general de ferrocarriles secundarios por la Comisión informadora, se construirá indefectiblemente, con otros más, como se ha construido los de la provincia de Valencia y los de la de Vizcaya, aun sin necesidad de subvención, el día que los canales se hallen terminados y se desarrolle la riqueza con el regadío.

Por otra parte, al hacer estas prevenciones, que conviene dejar estampadas en estos primeros pasos preliminares, de la vida de la Cámara para que no se extravíe la opinión y sufra el país un desengaño el día ya próximo en que el agua, del Ésera y del Ara esté canalizada, he tenido en cuenta una consideración que no me canso de repetir, porque de ella depende en buena parte el porvenir o la ruina de nuestra patria. La vida de España estriba principalmente, como sabéis, en su agricultura: si la agricultura descansa en una sola planta, su equilibrio es inestable, semejante a una mesa que no tuviera más que un pie para sostenerse: esa ha sido la desgracia de Castilla por cultivar sólo trigo, cuando ha llegado la competencia de los granos americanos; esa ha sido la ruina de la costa de Málaga, por cultivar sólo uva para pasas, cuando la ha invadido la filoxera; esa ha sido la ruina de Galicia, por dedicarse sólo a la cría de ganado, cuando ha principiado a decrecer o a ponérsele difícil el mercado de Inglaterra; esa será la ruina del litoral valenciano, por fiar demasiado su suerte del naranjo, el día que mejore la clase y aumente la cantidad, ya hoy tan grande, de naranjas de la Florida; esa ha estado a punto de ser la ruina de la mitad de la nación, por haber dado excesivo desarrollo al cultivo de la viña, con el triunfo de las ideas proteccionistas en Francia y la subida de los derechos arancelarios a nuestros vinos, y puede temerse que de todos modos lo sea muy en breve, con la creciente invasión de la vid en África, en América y en Australia. España no tendrá una base de sustentación sólida y robusta, y quien dice España dice una de sus provincias, dice el Alto Aragón, dice un pueblo cualquiera o un agricultor; España digo, no tendrá base de sustentación bastante sólida, mientras su agricultura no descanse en cuatro distintas producciones bien equilibradas, a saber: los cereales, la viña, el arbolado frutal y la ganadería, para que cuando los cereales falten por la sequía, o la viña por los pedriscos o la crisis, o las frutas por la helada, o el ganado por la competencia mercantil o por la glosopeda, queden en pie las otras tres producciones, y cuando tres no, siquiera dos, y no se quede nunca el labrador, como tan a menudo se queda ahora, desamparado y sin recursos, semejante a un niño que no sabe andar aún, a quien le quitan el carro o la silla con que se sostenía de pie en medio de una sala. -Ahí tenéis una de las razones por las cuales he debido acordarme del arbolado frutal en esta conferencia de economía rural aplicada a nuestros canales en proyecto.

Todavía he obedecido en esto a otra consideración, nacida del estudio que he hecho prácticamente sobre el terreno, en las provincias clásicas de cada especie de arbolado: en Alicante, del almendro; en Asturias, del manzano; en la ribera del Jalón, del peral y del melocotonero, etc.; pero se haría muy tarde y tenemos que hablar todavía de otras cosas. Por de pronto, una hectárea de arbolado produce tanto como dos de trigo en igual clase de terreno y con los mismos riegos, y en cambio no exige ni la mitad de mano de obra que aquél. Calculo que se dediquen a frutales no más que 4.000 hectáreas o su equivalente en líneas alternadas con los demás cultivos: son un millón de árboles (400 por hectárea, a 5 metros de distancia plantó lord Sudelay en Toddigton, Cornualles: en Morata 200; 100 perales y 100 melocotoneros: yo 250), computando cuatro arrobas de fruta, unos con otros, término medio de un quinquenio, y el precio de la fruta peseta y media por arroba, arrojan un total de 24 millones de reales al año. Es menos de lo que importa sólo en Londres la fruta fresca de España, no contando la naranja. Si a alguno le pareciesen muchos árboles, le diré que hay en Cornualles una sola finca de 200 hectáreas, dedicada exclusivamente al cultivo de árboles y arbustos frutales, en la cual se plantaron sólo en dos años 300.000 y pico de pies en filas de dos kilómetros de largas, alternando las de los árboles, o sea, de perales, manzanos, ciruelas y cerezos, con otras más espesas de arbustos, principalmente frambuesas, grosellas y avellanos, para obtener producto de éstos mientras se desarrollaban y producían aquéllos. Este sistema de cultivos escalonados se halla también en uso en los pueblos del Jalón, donde plantan las líneas de perales a 10 metros de distancia, pero poniendo entre cada dos una de melocotoneros: en los primeros tres o cuatro años, la cosecha del suelo, hortalizas, cereales o tubérculos, no disminuyen sensiblemente por causa de la plantación; cuando aquélla principia a mermar, ya producen los melocotoneros; cuando los melocotoneros se mueren por vejez, ya principian a producir los perales. Digo esto al tanto de la falta de brazos y de la falta de capital. Yo siento, señores, marear a ustedes tanto y tanto con estos pormenores de agronomía; pero no hago lo que quiero, sino lo que puedo, y en todo caso, lo que creo deber hacer. Si alguno creyó venir a una solemnidad de juegos florales, se ha lucido; buscaba flores y se encuentra con frutas. España está muy necesitada de prosa por este estilo; el pueblo está harto de jardinería política, y prefiere, señores oradores parlamentarios, al olor de todas vuestras flores retóricas el olor de un estercolero. Si me pidierais arpa y rabel, metáforas y poesía y fuegos artificiales ¿cómo os contestaría a aquella desesperada exclamación: «no podremos cultivar trigo en los secanos porque no tenemos dinero para desfondar, ni transformarlos en huerta porque no tenemos dinero para arrobar y abonar, ni en prados porque no tenemos dinero para comprar ganado»?

§ 10.-El principio, base principal del crédito territorial y agrícola. -Señores, la construcción de los dos canales y aun de uno sólo, y la consiguiente transformación de los cultivos de secano en cultivos de regadío, y el desfonde de los que no puedan regarse, requieren como obligado auxiliar el establecimiento de un Banco territorial y agrícola que libere las tierras de la deuda usuraria que ahora las oprime y suministre capital flotante barato al agricultor; pero a su vez el establecimiento de un Banco territorial y agrícola, requiere como necesaria condición, si ha de dar resultado, que se construyan los canales, para que las operaciones del Banco recaigan sobre regadío. El regadío y el crédito agrícola son cosas que se coengendran: el Banco y el canal deben venir juntos y ayudarse mutuamente. La razón no puede ser más sencilla. Durante la Edad Antigua, y aun en los siglos medios, la propiedad inmueble tuvo mayor estimación que la mueble, a punto de ser tachada ésta con un «estigma de inferioridad y envilecimiento» que hacía decir a los romanos, mobilium vilis possessio. Pero en la Edad Moderna, los progresos maravillosos de la industria, la gigante expansión del comercio por todo el planeta, la invención de las Compañías anónimas por acciones y la construcción por ellas de ferrocarriles y la explotación en grande de las minas, las deudas contraídas por los Estados en cantidades tan fabulosas, la evolución social que ha separado el poder político de la propiedad inmueble, antes tan estrechamente unidos, todo esto ha sido causa de que se invirtieran los términos, a punto de que hoy tenga mayor estimación en el mundo la riqueza mobiliaria que la inmueble, como de producto más cierto y de transmisión más fácil y sencilla, y de ahí que los capitales se vayan todos a las empresas industriales y al comercio, a las acciones del Banco y al papel de Bolsa, volviendo la espalda a la propiedad territorial, tenida, si no como cosa vil, como cosa de poco más o menos; de ahí también que sea frecuente el caso de que un labrador dedique sus hijos al comercio y a la industria y no pueda citarse uno de comerciante que dedique sus hijos a la labranza. -¿Qué hay que hacer para poner remedio a esta situación preñada de tantos peligros? Aproximar los valores inmuebles a la naturaleza de los valores mobiliarios en un doble sentido cuanto a la facilidad, prontitud y baratura de las transmisiones y de los préstamos, y en cuanto a la frecuencia, seguridad, regularidad o intensidad de la producción. En Europa se ha expresado esto (lo primero) con una frase conocida de vosotros: movilizar la tierra, y para movilizarla, se ha inventado modernamente el sistema de títulos reales de propiedad, vigente en Australia, y el sistema de cédulas hipotecarias transmisibles por endoso vigente en Alemania, las cuales han afinado y como espiritualizado la antigua hipoteca, que inventaron los griegos y romanos para que sirviese de instrumento de crédito y que no obstante los perfeccionamientos que ha recibido desde el siglo XVI acá, y sobre todo desde hace cuarenta años, mediante la especialidad, el registro y la publicidad, ha sido impotente para remediar los males de la agricultura, y lejos de facilitar y abaratar los préstamos, los ha encarecido y dificultado. Por esto, la Junta directiva de nuestra Cámara ha solicitado del Gobierno, como sabéis, que se sustituya el sistema notarial o hipotecario vigente tan imperfecto, por otro más suelto, más ligero, más fácil de manejar y también más barato, acomodando el australiano y el alemán al modo de ser de la propiedad inmueble en nuestro país, de modo que la transmisión de una finca o la constitución de una hipoteca no ofrezca mayor dificultad que el endoso de una letra, para que la creación de Bancos agrícolas no sea ineficaz y sirva tan sólo para desacreditar la institución.

Pero en España no basta eso para movilizar la propiedad inmueble, para facilitar su circulación y poner a la agricultura en situación de poder luchar con la industria, con el comercio y con los valores públicos en el respecto del crédito. Mientras no pueda ofrecerse otra garantía que la de los secanos, el problema de los Bancos será insoluble, y si por ventura se fundan, será pan para hoy y hambre para mañana; porque fijaos bien; la cuestión no se reduce únicamente en proporcionar dinero a la agricultura, sino además, en que ésta sea remuneradora, en que produzca lo bastante para pagar el interés y el tanto de amortización: de lo contrario, el Banco principiará por cargarse con las tierras y acabará por quebrar, no habiendo quién se las compre ni quién se las arriende; y al labrador, si de todos modos ha de perder el patrimonio, lo mismo le da que se lo lleve el Banco como que se lo lleve el prestamista de su pueblo, y aun tal vez prefiera esto último, por aquello de que hasta con el diablo caben componendas cuando vivo cerca y no tiene oficina ni instruye expedientes. ¿Qué es, pues, lo que hace falta en España, además de la reforma de nuestro régimen hipotecario, para movilizar la tierra y hacer de ella instrumento de crédito en competencia con los valores del Estado? ¿Será preciso que lo diga? Es cosa de sentido común: transformar los cultivos de manera que la tierra produzca una cosecha segura cada tres meses, lo mismo que la producen esos valores del Estado; o dicho en menos palabras: hace falta regarla. El suelo que se planta de bosque, semeja en lo inmueble al asiento granítico sobre que descansa: no dará renta hasta los cuarenta o los cincuenta años; el suelo de secano que se siembra de trigo, produce su cosecha cada dos o cada tres años, es 15 o 20 veces menos inmueble, pero todavía es inmensamente inmueble y con dificultad le prestará nadie por miedo de tener que quedarse con ella; pero la tierra de regadío, que produce en forraje, en cereales, en tubérculos, en hortaliza, en frutas, en peces, en vacas, en ovejas, en cerdos, en cáñamo, en azúcar, una cosecha cada tres o cuatro meses, parece que tiene pies y que anda: el agua que corre por su superficie la comunica su movimiento y la hace propiamente representable por cédulas circulantes, negociables por endoso y aun al portador. En climas como el nuestro, no hay cosa como el agua de riego para movilizar la tierra: suponiendo que una finca de regadío valga 10 está admitido que los 9 corresponden al agua y sólo uno al suelo; y como el agua es cosa mueble por su naturaleza, resulta que la tierra regada es raíz sólo, en una décima parte, y mueble en las nueve restantes. Por eso se parece al papel del Estado: en el mismo tiempo que éste tarda en madurar sus cuatro cupones trimestrales, madura aquél sus tres o cuatro cosechas al año. Por eso también, de la misma manera que hay Bolsas para negociar papel del Estado, el cual se cotiza diariamente subiendo o bajando su precio conforme a la marcha de los sucesos y a las oscilaciones que experimenta en su crédito la nación, hay también Bolsas para negociar el agua de riego, allí donde, como en Canarias, en Elche, en Lorca y en Albacete, el agua de riego y el suelo regable constituyen dos propiedades distintas, cotizándose todos los días y bajando o subiendo el precio, según la mayor o menor abundancia de agua disponible y el grado de sequedad mayor o menor del suelo14. -En conclusión, señores, que tras del canal vendrá el Banco agrícola; que sobre la base del riego, ese Banco se asentará en condiciones de viabilidad, de robustez y de vida; y que la zona regable encontrará en él crédito suficiente para emprender con éxito la transformación de los cultivos.

§ 11-Las grandes mejoras, como los frutos de los árboles, no cuajan ni maduran solas. -Hasta aquí la parte que diríamos técnica de mi discurso, y vengo a la política. Os he dicho cómo se hace la tortilla: están preparados los huevos y el aceite: el aceite es el agua que corre Cinca abajo desde el Ésera y desde el Ara: los huevos, la simiente que tenéis dispuesta en las trojes para esparcirla a la ventura delante de las cansadas mulas que la entierran: no falta más que la sartén, que es decir el canal mediador por obra y gracia del cual han de juntarse el agua y la simiente en el surco que hará fecunda su unión. -Para que el canal se construya, es preciso que lo tome a su cargo la nación, y para procurar que la nación lo tome a su cargo, se ha fundado la Cámara Agrícola Alto-Aragonesa. Sus gestiones en este primer año de su existencia no han sido del todo estériles: en la Junta general de mañana nos dirán hasta qué punto ha quedado todo bien preparado para dar un resultado favorable e inmediato. Pero las grandes mejoras, como los frutos de los árboles, no cuajan ni maduran solas: necesitan calor: sin el calor de los pechos de los zaragozanos, no se habría trazado por Canfranc el ferrocarril internacional que se inauguró hace pocos meses. Se necesita, por esto, que el país coadyuve, que despierte y no vuelva a dormirse, como se durmió en 1861. Por una ley de 7 de Abril de aquel año se destinaron, con cargo a la venta de bienes eclesiásticos, 100 millones de reales para fomento de los riegos y 250 para buques de guerra. Parecerán muchos millones para marina y pocos para canales; pero es lo peor, que el dinero destinado a escuadra se gastó y el destinado a canales no, porque la escuadra se encargó de construirla el Gobierno mismo y no se encargó de igual modo de construir los canales, limitándose a esperar que lo hicieran los mismos terratenientes o concesionarios particulares, a quienes se proponía subvencionar. Y es porque el país dormía y sus representantes en el Parlamento eran poco más o menos lo mismo que ahora. Con aquellos 250 millones habrían podido construirse los dos canales de Tamarite y de Sobrarbe, y España poseería hoy una de las fincas más soberbias de Europa, de 1.000 a 2.000 kilómetros cuadrados de regadío y 2.000 millones de reales de valor: se construyeron los buques, y buques y millones han desaparecido, sin más fruto que aquella gloriosa cuanto estéril jornada del Callao que luego ha sido preciso borrar de la memoria para que no se hiciera imposible la aproximación de dos pueblos hermanos, divididos entonces por una guerra que muy pronto la historia habrá de llamar guerra civil. Pues hace cinco años, en 1888, hemos hecho todavía peor: las Cortes votaron pasa de 680 millones de reales, para construir otra escuadra, esto es, para tirarlos al agua lo mismo que entonces, y ni el país ni sus representantes se cuidaron de pedir que, como entonces también, se votase otra partida para canales, siquiera para equilibrar la política de la guerra con la política de la paz. ¡Ah, señores! Es que ningún país tiene otros canales que los que se merece, y el Alto Aragón no ha hecho nada para merecer ninguno, y la Hacienda española sigue gimiendo más que nunca, bajo el peso abrumador de la marina y del ejército, en el instante mismo en que se bautiza el presupuesto nacional con el simpático inri de «Presupuesto de la paz».

§ 12.-Desastrosos efectos de la política de la guerra. -Ha sostenido España en lo que va de siglo una guerra gigante por su independencia propia, y otra más gigante aún contra la independencia de sus colonias de América; tres guerras civiles dinásticas en la Península y una separatista en Cuba; seis guerras extranjeras y coloniales y seis revoluciones; y al cabo de tanto batallar nos encontramos lo mismo que el primer día: tres guerras civiles dinásticas (¡catorce años!) y está pesando sobre nuestras cabezas la amenaza de una cuarta; seis revoluciones desde 1808 a 1868, y se afirma por grupos numerosos de hombres la necesidad de una nueva y más radical revolución; seis guerras extranjeras y coloniales, en Marruecos, en Portugal, en Méjico, en Santo Domingo, en el Perú y en Chile y en Cochinchina, y no hemos adquirido una pulgada de territorio en el planeta; una guerra enconada de años y decenas de años contra la independencia de América, quedándonos sólo dos pequeños pedazos, que están a punto de escapársenos de las manos15; otra guerra inmensamente popular con Francia por la independencia del territorio, y el pueblo, desesperado y hambriento, víctima de la sequía, juguete de los políticos y siervo del fisco, se ve obligado a emigrar a Francia o a las posesiones francesas de Argelia, en demanda de limosna o de jornal, y en todo caso de pan, que es decir de patria; sin que les falte mucho para dolerse de que sus padres no se hubiesen dejado conquistar, porque estarían bien gobernados, tendrían regado el suelo, como lo está al otro lado del Pirineo, cruzadas de carreteras y carriles las montañas, como lo están las montañas de Francia; bien vestido y bien alimentado el jornalero español como lo está el jornalero francés; cuadruplicado su comercio exterior, nivelado el presupuesto, libre el sufragio y florecientes sus Universidades, laboratorios de ciencias y focos de progreso, en vez de ser, como son, asilo de holgazanes y focos de tinieblas. ¡Doce guerras16 y seis revoluciones, señores! El cauce del Ebro sería estrecho para contener tanta sangre, derramada en sólo dos generaciones; y ¿de qué han servido? ¿De qué le han servido al pueblo tantos sacrificios, tanto heroico arrojo, tantos caudales devorados, tantas poblaciones incendiadas, tantas pirámides de muertos que llegarían al cielo, tantos millones de huérfanos y viudas que en su abandono han muerto antes de tiempo tras lento y angustioso calvario? ¡Ah, de qué le han servido! Oíd lo que decía el actual Ministro de Fomento en el Congreso, hace cinco años, siendo Ministro también: «El colono de nuestros días no existe. El labrador de hoy pasa peor la vida que el siervo de la gleba. Entonces la vida era dura, pero cierta; hoy el labrador vive en la incertidumbre...» «De toda esa civilización que hemos ido creando y de que estamos tan orgullosos, aquellos pobres labriegos que carecen de todo, que viven tan pobremente, que trabajan tanto, que son tan dignas de interés, no conocen realmente sino el aspecto peor, las cargas y las corrupciones de nuestro modo de ser. El Estado llega a ellos representado por el recaudador de contribuciones, que les apremia para el pago y que les vende, si se retardan, el ahorro, y si no su triste pedazo de tierra; ven al sargento que viene a buscar a su hijo para llevarlo al ejército. Y Itiego un « día, precedido de recomendaciones y aun de apremios, se les presenta un candidato que llega con palabras sonoras en los labios derramando promesas, halagando pasiones antes dormidas, y que acaba por pedirle su voto, con lo cual, se le dé o no se le dé, es igual; ya el infierno ha entrado en aquel pequeño rincón...»17.

¿No os parece, señores, que sería ya hora de que el Estado haga algo por ese pobre pueblo que ha pagado tan cara una civilización que él no disfruta, que sólo disfrutan unos cuantos? ¿Será hora ya de que el régimen constitucional piense en dar al pueblo algo en sustitución de la sopa de los conventos, ya que no ha sabido darle siquiera libertad, y que deje de mirarlo como rebaño a quien no se contenta con trasquilar, sino que lo desuella? ¿Parecerá hora de que así como el Ministro de Hacienda se da a investigar riqueza, para hacerla contribuir, los Ministros de Fomento se den a investigar pobreza para socorrerla, y tratarla como enfermedad y sanar de ella al cuerpo social? ¡Ah! Pudimos creer que sí por un momento. En el discurso de la Corona leído el día 5 de Abril último en el acto de apertura de las Cortes, anunciaba el Gobierno dos cosas: 1.º Que nivelarían los presupuestos, reduciendo los gastos y aumentando los ingresos: 2.º Que se fomentaría la riqueza, legislando los medios de impulsar rápidamente las obras públicas. Pues bien, se redactó inmediatamente la ley de Presupuestos y en ella atendió el Gobierno bien y cumplidamente, como sabéis, a lo primero, a aumentar los tributos, pero no se acordó ni en un mal artículo de lo segundo, de impulsar las obras públicas, pareciéndose a aquel gobernador a quien el pueblo amotinado pedía pan o trabajo! que contestó presuroso: «los trabajos concedidos; el pan, ya iremos viendo». Si a eso llaman presupuesto de la paz, nosotros debemos pedir a los poderes un presupuesto de guerra. Sí; España necesita recobrar su temperamento guerrero de otros días, salvo esgrimir, en vez de espadas, arados; en vez de fusiles, barrenas; en vez de lanzas, lanzaderas. Como en otro tiempo el Sr. Castelar, quiero yo ahora mucha infantería, mucha caballería y mucha artillería; pero artillería cuyos cañones sean barrenos de pólvora y dinamita para horadar montañas y abrir paso a la locomotora del tren y al agua de los ríos; caballería, compuesta de escuadrones de mulas tirando de carros cargados con la tierra de los desmontes y el trigo y la lana, y la fruta, y el vino, y la carne sobrantes que se envíen a los puertos de embarque para la exportación; infantería compuesta de ejércitos de braceros que se dirigen contentos y animados a la obra en construcción; de ejércitos de pastores que llevan los rebaños a los pastos; de ejércitos de obreros que se dirigen a la fábrica; de ejércitos de niños que se dirigen a la escuela; de ejércitos de turistas que dejan un día o dos el trabajo y se dirigen con sus familias a disfrutar al campo los puros goces de la Naturaleza, tendidos sobre la hierba o debajo de los árboles, a orillas de las acequias murmurantes, recordando a ratos la feliz Arcadia de los griegos y bendiciendo al mismo tiempo que a Dios, que construyó los ríos, al ministro que haya construido el milagroso canal, cuyas aguas habrán convertido este abrasado infierno de Somontano y la Litera en el más hermoso paraíso de la Península.

§ 13.-De Aragón es el deber de encauzar la política económica. Tiene Aragón en este respecto grandes deberes que cumplir para con la patria española; y el primero y mayor de todos, cultivar e impulsar y encauzar la política económica que principia a abrirse paso tan perezosamente en la conciencia adormecida de nuestros estadistas desde hace tres o cuatro años; combatir la política abstracta, egoísta y antipatriótica en que por lo general siguen todavía distrayendo y consumiendo sus fuerzas los partidos; ganar para la agricultura, para la industria, y en general para el trabajo, la parte que le corresponde en la gobernación del país y en el disfrute de los beneficios de la civilización, ya que tan grande la tienen en sus responsabilidades, en sus gravámenes y en sus inconvenientes. Lo que Aragón ha hecho siempre respecto de España, eso debe hacer ahora, o de lo contrario, será muy difícil que se salve. Ha de pedir a lo pasado la norma de conducta para lo venidero. Estudiad atentamente la historia de la nacionalidad española y de los componentes que han venido a formarla, y observaréis un hecho constante que parece envolver una de las leyes primordiales a que obedece la vida nacional en su desenvolvimiento a través de los siglos; veréis cómo Aragón desempeña en el organismo de la nacionalidad española el mismo ministerio educador que Inglaterra cumple en el organismo general europeo: iniciador de los grandes progresos sociales de nuestra Península: fuerza de resistencia contra los desbordamientos del espíritu progresistas y contra los desbordamientos del espíritu reaccionario: fuerza de impulsión contra el desaliento y la inercia del país y contra la inacción de los poderes públicos.

Inició a España en la verdadera política que debía seguir con respecto al Islam, con Jaime I el Conquistador, monarca que comprendió su misión mejor que otro monarca español alguno.

La inició en el modo de conservar el orden interior y la seguridad personal cuando todavía los Gobiernos eran impotentes para ello, con la famosa Hermandad de Ainsa.

La inició en el Gobierno representativo, llevando a las Cortes el brazo popular ya en el siglo XII, antes que ninguna otra nación de Europa, equilibrando los poderes y las clases y encerrando en sus debidos límites la autoridad Real, en aquel famosísimo «privilegio general», -«base de la libertad civil, dice un historiador inglés (Hallam), acaso más amplia y más cumplida que la de la Carta magna de Inglaterra.»

La terapéutica política había discurrido curar la anarquía con el despotismo y el despotismo con la revolución, un mal con otro mal. Aragón halló dentro del derecho un preventivo y puso entre la anarquía y la tiranía la magistratura de Justicia, piedra angular de su constitución política, creando la única forma nueva de Gobierno que ha aparecido desde Cicerón y Polibio hasta nuestros días.

Aplicó el jurado a lo político antes que Europa pensara en aplicarlo a lo civil, en aquel admirable Parlamento de Caspe, espectáculo nuevo en la historia de la humanidad, donde cinco pretendientes al trono vacante defendieron su pretensión como en un pleito ordinario, delante de nueve jueces compromisarios salidos del claustro y del foro que adjudicaron la corona, no al más fuerte, sino al que acreditó mejor derecho.

Con Pedro el Grande y sus sucesores, aceptó la herencia de Conradino, y con ella la representación que el Imperio germánico había iniciado con los Suabias, de mantener encendida la protesta de la Europa civil enfrente del Pontificado, y a evitar que fuera a perderse su incipiente civilización, como los ríos en el mar, en el seno de un absolutismo teocrático.

Con Alfonso III y Fernando II sacó de los cauces trillados la vida pública de la cristiandad, y puso en mutua comunicación y relación de derecho a las naciones europeas por medio de conferencias, entrevistas de soberanos, congresos, embajadas, arbitrajes, todo eso que constituye la diplomacia y el derecho internacional público moderno.

Inició la redención de las nacionalidades históricas, lanzando sus compañías de fieros almogávares desde Mesina y Palermo a Nápoles y Calabria, desde Nápoles y Calabria a la Tesalia y al monte Olimpo, desde Atenas y las Termópilas a Macedonia y el Helesponto, desde el Helesponto a la Frigia y al monte Tauso, para que llenaran el mundo con la fama de sus invencibles hazañas, llevadas a cabo en combates homéricos y convirtiesen en historia real y humana los legendarios triunfos que la fantasía griega atribuyó a sus héroes, asistidos por los dioses, y las milagrosas victorias que la fe de nuestro pueblo atribuyó a los santos guerreros armados con la gracia de Dios.

Inició la era de los grandes descubrimientos geográficos, armando con fondos de su Tesoro las carabelas de Colón, que habían de revelar a Europa un Nuevo-Mundo, adivinado tres siglos antes por un hermano nuestro de raza, el mallorquín Raimundo Lulio.

Cuando otros países se consagraban a fundar órdenes religiosas para la contemplación y el misticismo, organizando la mendicidad y dando condiciones de perpetuidad a la ignorancia del pueblo, Aragón dio principio, con San José de Calasanz y sus Escuelas Pías a la obra más grande de los tiempos modernos, la educación de los niños pobres, adelantándose a nuestro siglo esencialmente democrático e igualitario, como si hubiese comprendido que en las abigarradas páginas del silabario más que en las relucientes hojas de las espadas estaba la suerte de las naciones y el porvenir de la humanidad.

Con el Arzobispo Antonio Agustín, glorioso fundador de la numismática y de la historia externa del derecho canónico, cuyo genio, cuyas intenciones, cuya fecundidad espantan aún en un siglo tan fértil en hombres prodigiosos como su siglo, dio Aragón el único gran romanista y jurisconsulto español cuyo nombre haya perdurado y causado estado en la historia del Renacimiento europeo.

En el ardor de las luchas religiosas que conmovieron al mundo durante dos siglos, Aragón lanzó su grande alma a través de la Europa central, con aquel Miguel Servet de Villanueva que después de haber creado una ciencia, la Geografía comparada, y de haber sentado las bases de la Medicina moderna, mediante el descubrimiento de la circulación pulmonar, siendo, como dice Réclus, el único sabio español cuyas obras hayan formado época en la historia del progreso humano, proclamó por primera vez, enfrente de la Inquisición romana y enfrente de la Inquisición protestante, el principio de la libertad religiosa y de la inviolabilidad del pensamiento, y lo afirmó a precio de su vida, prefiriendo, antes que retractarse, perecer, en medio de espantosos tormentos, en la hoguera que había encendido para él la cobarde y execrable rivalidad de Calvino.

Con el Conde de Aranda adivinó el advenimiento de la España moderna y fue uno de sus más gloriosos y activos precursores, introduciendo en el gobierno del Municipio un principio de sufragio y llamando a él al elemento popular, alejado de la vida pública desde la derrota de Villalar, creando las escuelas públicas de primeras letras, gratuitas para los pobres, emprendiendo la colonización de Sierra Morena, oponiéndose a que se declarase la guerra a la República francesa y proyectando la emancipación administrativa de las colonias antes de que fuese doctrina en Inglaterra, antes de que se vislumbrase siquiera en Europa, en aquel vasto plan político de tanta elevación, tan superior al pensamiento de un siglo, que por mucho tiempo se ha dudado de su autenticidad.

La heroica resistencia de Zaragoza de 1808 y el sublime martirio y suicidio de 1809 iniciaron a España primero, y después a Europa, en el arte de conservar o de reconquistar su independencia: «la toma de esta ciudad, decía Chateaubriand, anunció la libertad al Universo»: las últimas llamas de sus casas incendiadas sirvieron al Emperador Alejandro para prender fuego a Moscow; y todavía sesenta años más tarde, Víctor Hugo quiso encender con aquella lumbre aún inextinta el sentimiento patriótico de los franceses, para arrojarlos contra los alemanes que señoreaban su territorio.

Cuando altar y trono se conjuraron contra España para restituirla al sepulcro de donde acababa de salir tras lenta y laboriosa resurrección, Aragón fue el vedado de la reina y de la libertad y sus fronteras muros impenetrables donde estrelló su furia y encontró su muerte el absolutismo.

Cuando éste principió a retoñar hipócritamente en la gradas mismas del trono constitucional, con aquellos ministerios francamente reaccionarios y ultramoderados, como el de Bravo Murillo, o palaciegos y serviles, como los de Lersundi, Roncali y Sartorius, Zaragoza despertó a España con su alzamiento y se hizo la revolución de 1854, que llevó a cabo una de las más grandes reformas económicas de nuestro siglo, la desamortización eclesiástica.

Cuando la nación estuvo a punto de disolverse, herida de muerte por la anarquía cantonal, las provincias aragonesas, fueron el elemento de conservación, como antes lo habían sido el elemento de reforma, y los mismos federales expulsaron a sus correligionarios de otras provincias que acudían a proclamar el cantón de Zaragoza, y los paisanos acometieron a palos a los soldados indisciplinados para sujetarlos a la obediencia, y Aragón fue una vez más baluarte y propugnáculo de la nacionalidad, no esgrimiendo las armas sino para sacrificarse, como los devotos de Sertorio, por los manes de aquella contrariada democracia muerta en flor por los exaltados de Levante y de Mediodía.

En 1880, cuando la reacción había hecho de España un cuerpo sin voz y sin voluntad, enturbiadas más que nunca las fuentes del sufragio, muda la prensa, ciegos los gobernantes proclamado oficialmente el estado de conjuración por los conjurados mismos, una provincia aragonesa, cabalmente nuestra provincia, inauguró una nueva era en la historia del Gobierno representativo de nuestra patria, aprovechando las elecciones provinciales para demostrar a España, vencida en las otras 48 provincias por el Gobierno, que para ser libre basta querer serlo, y que los pueblos que tienen viva y despierta la conciencia de su derecho, vencen, como la Justina de Calderón, con no dejarse vencer.

En otro orden, cuando el arte se arrastraba en España enteco y enfermizo, víctima del gusto galo-griego del francés David y su escuela clasicista, postrado el genio nacional y dados al olvido sus grandes maestros, Velázquez, Zurbarán, Ribera y Murillo, Aragón representó la protesta y el renacimiento con el áspero pincel de Goya, que ahuyentó, terrible clava de Hércules, los convencionalismos y amaneramientos de sus coetáneos, rompió con todo género de cánones y restituyó a su cauce propio naturalista la desbordada corriente del genio nacional, reconciliando el arte con el siglo y siendo el iniciador de la gran escuela moderna de pintura de nuestra patria.

Y cuando más tarde, el pseudo-clasicismo del Renacimiento volvía a avasallar con su yugo tiránico letras y artes, otro aragonés, Carderera, se dio al estudio objetivo de la Edad Media en sus monumentos y la rehabilitó y la hizo amar y considerar de los artistas, y cuando llegó la hora de que desapareciese aquella inmensa labor heredada entre las llamas de la guerra civil y la piqueta demoledora de la desamortización, Carderera vino a completar la obra emprendida por Goya, siendo el elemento conservador, como éste había sido el elemento progresista, salvando las últimas reliquias artísticas de los siglos medios ignorados hasta entonces, ora en imagen, recorriendo palmo a palmo, armado de lápiz, toda la Península, para formar aquella Iconografía de reputación europea y aquella colección incomparable de estampas que representan por sí solas todo un museo, ora en realidad y en especie, desde la Comisión central de Monumentos, o dirigiendo la creación del Museo de la Trinidad.

Cuando fermentaba la idea de formar un Código civil par toda la nación, allá en 1880, los jurisconsultos aragoneses, sacudiendo aquel estado de indiferencia y sopor de que hacían criminal alarde los de unas provincias y sin el espíritu de apasionamiento y de intransigencia que ha esterilizado sus propósitos en otras, estuvieron cinco meses congregados en asamblea deliberante, revisando su derecho civil, para adoptarlo al propósito y a las necesidades de la codificación nacional.

Cuando han terminado las luchas de la independencia y de la libertad, ya para siempre aseguradas (¿?), y la grandeza que antes se cifraba en la guerra se cifra en el trabajo, y ha sido menester abrir nuevos cauces a la actividad española, también ha sido Aragón el primero a entrar por esa senda y a iniciar a España con su ejemplo en este nuevo sentido, construyendo el ferrocarril de Canfranc, pues como dice un periódico de Madrid a raíz de la famosa subasta, España entera debe convertir su mirada a las provincias aragonesas y tomarlas por modelo, no necesitando en adelante recurrir a extrañas naciones para recordar a los españoles cuánto puede el esfuerzo de un pueblo animado por el amor al bien y sostenido por la conciencia de su derecho.

Cuando poco después, en 1885, el cólera se cebaba en España, y el pánico había cundido por todas las provincias, en tal extremo, que no parecía sino que se hubiese relajado todo vínculo social, presa del miedo las ciudades, señal de triste decadencia para una nación que ha sido grande más que por nada como despreciadora de la muerte, Zaragoza se levantó serena y grandiosa en medio de aquel inmenso duelo, más grande enfrente, del enemigo invisible que lo había sido en la epopeya gigante de sus sitios, y aquellos heroicos aragoneses, a quienes debemos venerar como maestros en todo género de disciplina social, protestaron del miedo de las demás provincias abrazándose a los coléricos y durmiendo con ellos, y parándose los transeúntes para ayudar a colocarlos en los coches, cuando los llevaban al Hospital, conduciendo los cadáveres a hombros, organizando fiestas y concurriendo a los teatros y paseos como en los tiempos ordinarios, no permitiendo que ni una sola tienda ni un solo taller se cerrase, organizando Juntas de socorro por barrios, con que la caridad hizo de todo el vecindario una sola familia, salvando miles y miles de vidas que el terror y el hambre habrían devorado; y la prensa de Madrid propuso a las demás ciudades epidérmicas como ejemplo de virilidad, de temple de alma y de virtudes cívicas a la ciudad del Ebro para que levantaran sus abatidos alientos, y el poder central la condecoraba, para memoria y ejemplo de los venideros, con el dictado de muy benéfica, añadido a la muy heroica que le habían confiado los siglos.

Y en días más cercanos al de hoy, cuando la pena de muerte ha ido desapareciendo paulatinamente de las conciencias, señal cierta de que no tardará en borrarse de las leyes, y las ciudades españolas, la víspera de una ejecución, se visten de luto, cierran oficinas y comercios, y ayuntamientos, prelados, párrocos, gremios, diputados y senadores, ponen en vibración el telégrafo impetrando la gracia de indulto, que unas veces consiguen y otras no, el instinto justiciero de Aragón le ha hecho iniciar procedimientos más eficaces y seguros hace pocos meses, con motivo del crimen de Conesa, en el cual, por primera vez el pueblo de Zaragoza, sin violencias, sin motines, sin amenazas ni disturbios, por un alarde viril de su voluntad, ha arrebatado dos vidas al verdugo y desagraviado al derecho, demostrando prácticamente que así en la monarquía como en la república, el pueblo puede de hecho hacer prevalecer su soberanía por encima de la soberanía de los poderes y ejercer su prerrogativa propiamente regia por encima de la prerrogativa de los reyes, hasta para indultar procesados, con una sola condición: a condición de que tal pueblo sea pueblo de verdad, como el aragonés, no pueblo de similor, como el de Galicia, que ha estado dos meses bandera en mano, organizando Juntas de defensa y amenazando a la nación hasta con separarse y anexionarse a Portugal, sólo porque la Hacienda, en su desesperación, trataba de restarle un par de garbanzos del puchero.

Ése es el espíritu de Aragón, señores; ese es el ministerio que ha desempeñado en la historia de la nacionalidad española; esa también su parte en la obra de la civilización universal; y ahí tenéis por qué os decía que a Aragón corresponde iniciar, desarrollar o imponer la política económica cuya necesidad siente con tanta intensidad la nación entera, política económica que desde el punto de vista especial de una Cámara agrícola, llamaremos política agraria, y todavía con una especialidad desde el punto de vista de la Cámara alto-aragonesa, política hidráulica. Y que no me equivoco en esta apreciación; que realmente el pueblo aragonés debe ser el iniciador de este aspecto de la política económica lo prueba el que ya lo ha sido. Aragón es el país clásico de los riegos: el valle del Ebro constituye la zona de regadío más vasta que existe en Europa, descontando sólo el norte de Italia. Los árabes en la Edad Media crearon las pequeñas vegas del Guadalhorce, de Granada, de Murcia, de Lorca y Orihuela, de Játiva y Denia, de Valencia y de Castellón; pero después, fundada la nacionalidad, no se ha hecho otra cosa de importancia más que lo hecho por Aragón: el Ebro es el río de las grandes canalizaciones modernas; a su cuenca pertenecen el canal Imperial, el más grande de España, el canal de Tauste, el canal de Urgel, el canal de Cherta o sea de la derecha del Delta, total, cuatro canales construidos, y siete más en proyecto o en ejecución, el de Alcanadre, en la provincia de Logroño, el de Cinco Villas, en la Rioja, el de Pastriz o Gelsa, el de Sobrarbe, el de Tamarite y el de Tortosa, o sea de la izquierda del Delta. La vega de Zaragoza no es una dádiva gratuita de la Naturaleza; ha surgido por una evocación del genio aragonés en medio de la abrasada estepa aragonesa. Por eso, por eso, cuando los pueblos comenzaron a erigir estatuas a sus grandes hombres, Madrid dedicó la primera a un novelista inmortal, a Cervantes; Zaragoza al intendente de las obras de un canal, a Pignatelli; lección elocuente que Aragón ha escrito con bronce al ingreso de España en las nuevas corrientes de la vida europea, y que España ¡cuitada! no ha escuchado todavía al cabo de una generación.

Fue Aragón quien produjo el último de los grandes hombres de Estado que han ilustrado la historia política de España, y con él juntamente el tipo del estadista moderno que España necesita para regenerarse: me refiero al Conde de Aranda, glorioso hijo del Alto Aragón, que inauguró su ministerio haciendo el primer llamamiento del pueblo a la vida pública y a la gobernación del país, cuyo acceso le estaba vedado desde el día nefasto de Villalar, y que acabó sus días en su destierro de Épica, proyectando canales y fundando escuelas. El hombre de más viveza de ingenio, de más presteza en la ejecución entre cuantos han ejercido el poder en España en los últimos cien años, jefe de un partido de acción, el partido llamado aragonés, frente al partido de los golillas; manejaba sin embargo con dificultad suma la palabra, no pareciendo, sino que toda la lengua se le había trasladado a los dedos y que era mudo. Ese es el hombre, señores; ese es nuestro hombre. Yo no sé si el mal de España tiene remedio todavía; pero si lo tiene, ese remedio no puede ser otro que el silencio. Los ruiseñores producen poco: los perros que ladran son poco mordedores. Sólo el silencio es fecundo. No podemos regenerarnos sino por la santa, por la creadora virtud del silencio. España necesita antes que nada y por encima de todo, un Parlamento silencioso, un Gobierno silencioso y un pueblo silencioso. Yo aborrezco a los almendros por lo que se parecen a nuestros Gobiernos y a nuestros Parlamentos al uso; llega el mes de Febrero: aún no ha terminado el invierno, y ya ellos se visten de primavera; los rayos del sol se filtran a través de la enramada, tomando matices de rosa y nácar; las abejas sorprendidas vuelan de flor en flor, refrescando sus bocas fatigadas de no comer más que conserva durante tantos meses: sin miedo a la nieve, que se exhibe no lejos, colinas y cañadas se cubren con su manto más vistoso y espléndido, ceñida la cabeza con corona de azahar, como si las hubieran convidado a alguna boda; no hay sinfonía comparable a aquella sinfonía que forman tantos pintados pétalos, tantos susurros armoniosos, tantos aromas penetrantes, tanta luz difusa en la atmósfera, que parece irradiar de los árboles y no del cielo: fascinada el alma por el hechizo de aquel cuadro ideal, que no parece de este mundo, siente como un arrobamiento místico que lo transporta al país de las leyendas y los sueños, de donde es tan tris te y amargo regresar; entonces, cada almendro nos parece un discurso pomposo y perfumado de Castelar, rebosante de tropos, lleno de flores retóricas, del cual fluyen como gotas de un panal, promesas enloquecedoras; cada rama es como un brazo que se agita en los aires, florido y hermoso, para dar más acento a la frase y llevar la persuasión a vuestro ánimo: dícenle al labrador que ahora va, de veras, que al fin va a salir de apuros; por grande que sea la troje, descuide, que no bastará para almacenar tanto fruto como van a darle; le hacen la cuenta de la lechera: son los tantos cientos de árboles a fanega por cada uno, son tantos cahices; tantos cientos de cahices, a ocho duros cada uno, son tantas onzas de oro; de oro, cónstele bien, que no de plata; la plata es cosa despreciable; con eso recogerá pagarés, levantará embargos, alzará un piso de la casa, pondrá balcones de hierro, embaldosará la sala, casará las hijas, comerá principio, empleará la vinada para amasar yeso, alejará para siempre la odiosa plaga del recaudador, del agente ejecutivo y del logrero. ¡Ah!, todo era una pura retórica: ocho días después pasa un pequeño cierzo, hiélase la flor, y de tanta conversación no queda nada, si no es otra conversación, salvo ser verde como era antes blanca: el árbol se engalana con un manto fastuoso de hojas que al labrador no le sirven de nada, pero que en cambio hacen sombra y roban substancia al modesto arbusto de la vid, que, más previsor y menos fanfarrón estaba recogido y callado mientras el almendro discurseaba al aire libre, y se carga de frutos a su hora y los madura entre los pámpanos, más atento a servir a su dueño que a cacarear sus servicios y a adornarse a sí propio. -He aquí por qué, allá cuando Dios quería que el vino valiese, se dieron los labradores a cortar los almendros de las viñas, no obstante la hermosura ideal de su floración, como se escarda y briva la mies purgándola de amapolas, a pesar de constituir ellas el más brillante adorno de los campos en primavera. Y es que el pueblo está harto de retórica vegetal, como está harto de retórica parlamentaria, deseando ver sustituidas las actuales Cortes, tan lenguaraces como manirrotas, por otras Cortes y por otro Gobierno en quienes reviva el Conde de Aranda, manos sin lengua, que no ofrezcan, pero que den. Sólo cabe preguntar: y los políticos nos preguntan (ya veremos la respuesta): si el pueblo (al parecer) lo desea, ¿por qué no lo hace y se contenta con llorar y quejarse, semejante al baturro de Ricla, para quien todo eran incominientes? Esa limpia que hacéis en la viña, quitándole los tontos y vanidosos almendros (estos incorregibles parlamentarios del arbolado); esa briva que hacéis en la mies, quitándole los escandalosos ababoles y margaritas, ¿por qué no sabéis hacerla en las Cortes? ¿por qué, al revés, pudiendo sembrar en las urnas trigo bueno y bien porgado, sembráis en ellas almendros y ababoles, cuando no otra cosa peor, cardos y mielga, que chupan lo mismo y ni siquiera adornan? ¿Con qué derecho nos quejaremos si luego no tenemos cosecha más que de discursos, de programas, de disidencias, de resellamientos, de crisis, que es decir de atraso, de sequía, de hambre, de embrutecimiento, de servidumbre económica, de embargos ejecutivos, de emigración, de bancarrota, de Cavites y de Santiagos de Cuba, de desfiles siniestros de repatriados, que parecen no haber nacido más que para marcar con sus huesos el triste viacrucis de la patria, a cuyo término habíamos de encontrarla agonizante en la cruz, dirigiéndonos con voz apagada este dulce reproche: «Hijos míos, hijos míos, por qué me habéis abandonado»?

Os he mostrado como tipo de candidato al Conde de Aranda y he hecho mal, porque tengo otro modelo mejor: Jesús de Nazareth. Una de las veces que le seguía inmensa muchedumbre de gentes, al cebo de los milagros que hacía sanando toda suerte de enfermedades, se encontró en un lugar despoblado donde no había que comer ni tienda que lo vendiesen; y eran nada menos que 5.000 hombres, sin contar las mujeres y los niños. -«¡Señor!, le dijeron los discípulos; no tenemos más que cinco panes y dos peces». ¡Qué problema, señores, qué problema de abastos para planteado en nuestro Parlamento! ¡Qué de turnos consumidos en pro y en contra, qué de millares de cuartillas emborronadas por los taquígrafos, qué de exhumar historias y de abrir informaciones parlamentarias y nombrar Comisiones y consultar Academias, y constituirse el Congreso en sesión permanente, hasta el instante preciso en que los 5 000 hombres con sus mujeres y niños se hubieran ido muriendo de inanición y los dos peces se hubiesen podrido atados con balduque al expediente! -Pues Jesús, ni siquiera despegó los labios: se contentó con mover las manos: tomó en ellas los cinco panes y los dos peces y empezó a partirlos; así como iba partiendo, daba las raciones a sus discípulos para que las distribuyeran entre la muchedumbre que se había tendido por grupos sobre la hierba; y tantos pedazos cortó, que después de haberse hartado todos, aún se llenaron con las sobras doce grandes canastas. -¿Creéis, señores, que no tiene esto aplicación a los gobiernos humanos? Pues la tiene: en un libro de política que el gran Quevedo escribió siguiendo paso a paso los Libros Sagrados, dice que no merece ser rey quien no imite a Cristo dar a todos lo que les falte. «Cristo daba vista a los ciegos y lengua a los mudos, sanaba a los enfermos, resucitaba muertos, y esto ha de hacer el rey, imitando los milagros de Jesús en sus efectos.» Dice así, por ejemplo: -«Si socorriendo los pobres y disponiendo la abundancia con la blandura del Gobierno, estorbáis el hambre y la peste, y con ellas todas las enfermedades, ¿no sanáis los enfermos?» Tiene razón, señores; tiene mucha razón Quevedo: imitar el milagro de los panes y de los peces es lo primero que necesita saber hacer hoy por hoy, el estadista español: que responda a la rogativa del atribulado campesino hiriendo la roca, como Moisés, para que brote pura y cristalina la onda en medio del desierto y lo transforme en pradera, en huerta y en estanque, y el puñado de trigo enterrado en el surco produzca veinte panes en lugar de uno, y la humilde sardina del pobre se convierta en unas cuantas arrobas de pescado fresco y saludable, y libre la muchedumbre de las crueles preocupaciones del estómago, pueda escuchar atenta la voz de la ciencia, de la religión y de la política, y presentarse erguida la frente en medio de la Europa como pueblo instruido, como pueblo honrado, como pueblo feliz y como pueblo libre.

Para lograr tales estadistas (en cuanto es posible lograrlos en el estado de infecundidad de que parece doliente nuestra patria, incluso, y más que ninguna otra provincia, Aragón); para merecer tales estadistas taumaturgos, sin los cuales España no convalecerá jamás ni se levantará del estado de postración y de abatimiento en que se encuentra, dos cosas considero precisas por el momento:

§ 14.-Unión de todos para la obra común: el hambre no es católica ni protestante, republicana ni monárquica. -Es la primera, que trabajemos unidos todos, sin distinción de colores, en pro de eso que nos es común a cuantos tenemos alguna idea política y que es al propio tiempo lo que piden aquellos que no tienen ninguna, y que son arriba de 17 millones de españoles. El famoso Doctor Descomtins, Jefe del socialismo católico de Suiza, amigo personal del Papa, para justificarse de las censuras que algunos intransigentes le dirigían por haberse unido a los librepensadores en el Congreso de Asgovia, dedicado a tratar las cuestiones sociales, decía: «es que el hambre no es católica ni protestante». Y eso repito yo: el hambre no es monárquica ni republicana, y así se explica el hermoso espectáculo que daba el Ayuntamiento de Madrid hace pocos meses, días antes de la caída del Gobierno conservador; que la minoría republicana, y a su cabeza el Sr. Chíes, director de Las Dominicales, apoyaba con ahínco patriótico al alcalde Sr. Marqués de Cubas, conservador de la fracción llamada mestiza o neo católica; y el Sr. Marqués de Cubas, conservador y monárquico hasta la idolatría, declaraba en un banquete dado en su obsequio, que el pueblo de Madrid debía llevar al Ayuntamiento hombres honrados y de buena voluntad sin atender a si eran republicanos o monárquicos. En ese espejo debe mirarse el Alto Aragón, que aunque tiene menos población que Madrid, no merece menos, ni menos necesita gobernantes celosos, inteligentes y honrados que el pueblo madrileño.

Lo que en segundo lugar necesita el país, es entrar resueltamente pero de verdad, en el Parlamento, del cual depende casi exclusivamente el problema de nuestros canales, que es decir el problema de nuestra agricultura, haciéndose representar por diputados y senadores de mucho suelo y mucho vuelo, cortados por el Patrón del Conde de Aranda, que callen tanto como los otros hablan y que obren tanto como los otros se están quietos; que como el gran alto-aragonés miren hacia fuera, que es decir hacia el país, no hacia sí, como los otros miran; que se ciernan a grandes alturas y penetren hondo; que remuevan aquel terreno virgen y tan bien preparado del Parlamento, volteándolo, como voltea la tierra el arado de vertedera. Es preciso, además, que esos diputados de vertedera sean al propio tiempo de vapor, como los arados de nuestro amigo el Conde de San Juan, para que sus proyectos de reformas arrollen como ciclón asolador todos los obstáculos que les oponga el viciado parlamentarismo al uso y fructifiquen instantáneamente; que hemos llegado a tan desesperada situación, que no podemos pensar en regenerarnos por vía de evolución lenta y progresiva, a estilo de Inglaterra, sino a gran velocidad, forzando el vapor, diría por arte de milagro.

Los antiguos representaban los ríos por un anciano de luenga barba, recostado entre juncos y espadañas, sobre una urna, de la cual salía a borbotones la onda impetuosa para abrirse paso a través de las tierras, entre cordilleras y precipicios, y desaguar en el mar. -La fábula se ha hecho realidad ahora para nosotros: en el fondo de una urna están los canales; si los queréis, meted la mano y sacadlos.

Y ahora respiren ustedes, que ya he concluido18.