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Elisabeth Mulder

Semblanza crítica de Elisabeth Mulder

Por Christine Arkinstall1 (The University of Auckland)

Elisabeth Mulder a mediados de la década de 1930. Fuente: Imagen cortesía de Enrique Dauner (archivo personal).

Nacida en Barcelona, Elisabeth Mulder (1904-1987) inició su carrera literaria a los quince años con un poema galardonado, «Circe», título que revela su fascinación por las mitologías y las creencias heterodoxas que pululaban en el ambiente cultural de la época. Gracias a su esmerada formación cosmopolita, era bilingüe en inglés y castellano, mientras que su dominio del francés, alemán, italiano y ruso la capacitaría para llevar a cabo más adelante traducciones de Pushkin, Baudelaire, T. E. Lawrence, Pearl S. Buck, Shelley y Keats, entre otros.

Casada muy joven en 1921, madre de un hijo único en 1923 y viuda en 1930, Mulder se granjeó renombre por sus cuentos, que empezó a publicar ya a partir de 1930, y especialmente por sus novelas, aclamadas y traducidas a múltiples lenguas. Su producción poética, generalmente ausente de antologías y carente de estudios hasta hace bien poco, asombra por su riqueza de imágenes y sus propuestas innovadoras. La valiosa antología de Juan Manuel de Prada (2018), que recopila una selección de poesía y la producción en prosa de Mulder, junto con los trabajos de María del Mar Mañas Martínez y Fran Garcerá, entre otros, han servido para proporcionar una mayor visibilidad a la obra de la escritora, aunque en general los estudios siguen poniendo énfasis en sus publicaciones en prosa. Todavía falta por escribirse un estudio enjundioso sobre su poética que realce las visiones caleidoscópicas y las densas capas de significación que abarca. Entre 1927 y 1933, Mulder publicó cinco colecciones de poesía: Embrujamiento (1927), La canción cristalina (1928), Sinfonía en rojo (1929), La hora emocionada (1931) y Paisajes y meditaciones (1933). Luego de un largo hiato, apareció una colección más breve, Poemas mediterráneos (1949).

Embrujamiento transforma muchos conceptos y tropos propios de las corrientes modernistas protagonizadas por los hombres. Aunque reaparecen las musas, esfinges y vampiros del decadentismo, ahora vuelven revestidos de otros ropajes significativos como símbolos de una feminidad empoderada, engendradora de universos nuevos.

Sumamente lograda, La canción cristalina pone en primer plano el símbolo del agua para expresar la musicalidad y el movimiento dinámico de la poesía, y entra en diálogo con obras de Rubén Darío, Antonio Machado y Ramón del Valle-Inclán. Dicho énfasis en el movimiento, ya notado por Melissa Lecointre, es una constante en toda la obra de Mulder, constituyendo parte integral de su percepción de la creación poética como un renovador acto divino, equiparado tanto con la Inmaculada Concepción como con un Dios cultivador de jardines metafóricos. En bastantes composiciones la pasión creativa, con sus consiguientes sufrimientos y triunfos, se expresa mediante los tropos de la crucifixión y la resurrección de Cristo, peregrino incesante por terrenos liminales.

Sinfonía en rojo retoma las teorías decimonónicas relativas a las correspondencias y, en especial, la imagen romántica conservadora de la mujer promovida por Théophile Gautier en «Symphonie en blanc majeur», para presentar una visión iconoclasta de la feminidad que exalta el placer, tanto creativo como físico, al mismo tiempo que subraya los sufrimientos experimentados por la poeta en un contexto sociocultural que proscribe su ambición.

Mulder sigue haciendo eco de los tropos decadentistas y simbolistas en La hora emocionada, aunque ahora los entremezcla, en una primera sección, «Rimas a flor de piel», con figuras provenientes de múltiples culturas, épocas y tradiciones, como las diosas paganas, Teresa de Ávila, Madama Butterfly, la Dama de las Camelias y la Virgen María. En la segunda sección, «Nuestra Señora de la inquietud», se vuelve más intimista, atestiguando de modo conmovedor los dolores, esperanzas y credos de la voz poética.

Elisabeth Mulder a mediados de la década de 1930. Fuente: Imagen cortesía de Enrique Dauner (archivo personal).

En Paisajes y meditaciones Mulder desarrolla toda una topografía que encarna el amor que siente por un paisaje o lugar, un ser deseado y la vocación poética. La ambigüedad intencional que caracteriza muchas composiciones se presta a una multiplicidad de lecturas, en las que elementos como el alba, el faro, la ceniza, la bruma o la lluvia expresan la esperanza, la angustia y el gozo de amar.

Por último, Poemas mediterráneos, prologado por Concha Espina, plasma imágenes deliciosas de una insólita belleza y originalidad, con alguna reminiscencia de otros vanguardistas como Federico García Lorca, Rafael Alberti y Ramón Gómez de la Serna. Rinde homenaje a la tierra y la mar mediterráneas, impregnadas de un impactante erotismo sensorial.

En los mundos imaginarios creados por Mulder, lo natural y lo humano se colapsan y se confunden, para así subrayar en todo momento la construcción sociocultural de nuestras realidades y ofrecer remodelaciones apasionantes de caminos ya trillados. Siempre adelantada a su época, Mulder impulsa perspectivas desafiadoras de toda limitación.

(2023)

1. Agradezco al heredero de los derechos de la obra de Elisabeth Mulder su enorme generosidad y amabilidad al conceder la autorización debida para publicar esta antología de poemas y al proporcionar las fotografías incluidas en estas páginas.

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