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Gloria Fuertes, poeta

Semblanza crítica de Gloria Fuertes

Por Eva Álvarez Ramos (Universidad de Valladolid)

Gloria Fuertes escribiendo en su mesa de trabajo en los años 70 (Foto: «Escuela Española», 1925, 5 de mayo de 1971, p. 6. Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes).

Gloria Fuertes García nace en Madrid un 28 julio de 1917, en una pequeña buhardilla del barrio de Lavapiés. Sus padres, de origen humilde, tuvieron nueve hijos, de los que sobrevivieron solo cinco. Fue escolarizada a los tres años en el colegio de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Con posterioridad pasó por otros centros públicos hasta ser matriculada a los catorce años en la Escuela del Hogar y Profesional de la Mujer, donde cursaría las materias femeninas propias de la época: Mecanografía, Cocina, Higiene y Fisiología, Puericultura, Gramática, Literatura y Taquigrafía, entre otras.

Es en este momento, cuando vio la luz su primer poema, «Niñez, juventud, vejez», en la revista Lecturas (1932). A los dieciséis años se frustró su intención de publicar La luna y el amor, poemario que, finalmente, aparece recogido, bajo el epígrafe Mis primeros versos, en Isla ignorada (1950). Dividido en cuatro secciones, el volumen contiene los incipientes versos de una Gloria adolescente. Presenta la poesía como nació, [...] descalza, desnuda, rebelde, sin disfraz ([1950] 2007: 5). Se observan los rasgos propios de una edad temprana y las reminiscencias de un modernismo tardío, con algunos rastros noventayochistas en ciertos momentos, ora históricos, ora castellanos. No obstante se apuntalan ya algunos de los temas recurrentes en su obra: la soledad, la mujer poeta, el sufrimiento o la fugacidad del amor; así como su primer poema autobiográfico, escrito a los diecisiete años y con el que inicia esa tradición «yoísta» o «glorista» (1975: 22) de su obra. En lo que respecta a la forma y al ritmo se atisban, entre metros clásicos, los iniciales intentos de evitar apresar su sentir en moldes fríos ([1950] 2007: 5) apostando, en algunos casos, por ritmos libres y nuevos. El poema «Momentos» abre paso a otra querencia fuertiana, la de los micropoemas, todavía algo alejados de los poemas aforísticos o de sus Glorierías (2001), homenaje a Ramón Gómez de la Serna, con claras reminiscencias de sus greguerías.

La propensión a la miniaturización lírica despunta también en los «Mini-poemas» de Poeta de guardia (1968) y en Sola en la sala (1973), donde obtiene la mayor expresión con el menor material, en tanto que decía lo que tenía que decir con la rapidez de un dardo, un navajazo, una caricia (1975: 30-31). El póstumo Poemas prácticos más que teóricos (2011) se incluye, también, en esta línea de lo mínimo.

En 1937, bastantes años antes de la publicación de Isla ignorada y en el contexto de la Guerra Civil, había empezado a trabajar como contable y secretaria en Talleres Iglesias, donde se fabricaba armamento para el ejército popular. Así, trabajando sin cesar en diferentes oficios (y sin dejar de escribir un solo día poesía) (1975: 27), una vez terminada la guerra pasó a colaborar, en 1939, en la publicación periódica infantil Flechas y Pelayos y en Maravillas, su suplemento. Posteriormente accedería a otras revistas infantojuveniles como Chicos o Chicas: la revista de los 17 años. Desde entonces, su obra se orienta a dos públicos delimitados: el adulto y el infantil.

En 1951 funda, junto con Adelaida Las Santas y María Dolores de Pablos, la tertulia de poesía «Versos con faldas», que estaría activa hasta 1953 y que intentó dar espacio y voz a las poetas del momento. En ella participarían autoras como Ángela Figuera, María Ontiveros, Carmen Barberá o Josefina de Silva.

Mediados los años cincuenta, sale a la luz Aconsejo beber hilo (1954), volumen que, por sus vetas humorísticas y su tono desenvuelto, relaciona la producción fuertiana con la generación postista anterior. Con una escritura preferente en primera persona (singular y plural), el libro se pensó con el título de Diario de una loca, pero finalmente se vio sustituido por el verso de uno de sus poemas, por resultarle más poético a la autora. La presencia activa del «yo» se ve reforzada, más allá del uso de los pronombres, por el carácter autobiográfico de muchos de sus poemas: «Autobiografía», «No dejan escribir» o «Cosas que me gustan». El «yoísmo» iría in crescendo hasta borbotear en obras posteriores como Historia de Gloria (1980) o Mujer de verso en pecho (1983).

Dos de sus poemarios tempranos, Antología y poemas del suburbio (1954) y Todo asusta (1958), se publican en Venezuela, en la colección Lírica Hispana, para salvar los condicionantes del momento político español. En esta colección, centrada en la difusión de la poesía, habían publicado y publicarían autores como Concha Zardoya, Gerardo Diego, Concha Lagos, José Hierro, Leopoldo de Luis, Vicente Aleixandre o Ángela Figuera.

Gloria Fuertes en su casa en 1977 (Foto: «Mundo Hispánico», 349, extr., 1977, p. 72. Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes).

Antología y poemas del suburbio muestra el locus como asunto poetizable, contexto en el que poner de manifiesto su característico pensamiento disidente y reivindicativo con claros tintes sociales: No puedo vivir sin paisaje, pero en mi poesía prefiero el hombre al monte, el niño al árbol [...] y en la ciudad me dirijo a todo ser que sufre o goza sobre el asfalto (1975: 32).

En Todo asusta, primera mención del concurso internacional de Lírica Hispana 1958, brotan con ímpetu los miedos que no se asumen desde la cobardía o la inacción, a los que se responde de manera contestataria al amparo, muchas veces, de una parodia subversiva y desmitificadora. Es aquí donde apelativamente enuncia su «¡Hago versos, señores!», reivindicando su sentir como poeta más como modo de vida que como profesión.

Ya en la década del sesenta aparecen los poemarios Ni tiro, ni veneno, ni navaja (1966), Poeta de guardia (1968) y Cómo atar los bigotes al tigre (1969). Coinciden con su regreso a España, en 1965, tras una estancia norteamericana, en la que ejerció como docente de la asignatura Poetas Españoles en la Universidad de Buchnell, Pennsylvania, gracias a la concesión de una Beca Fulbright (1961).

Ni tiro, ni veneno, ni navaja obtuvo el premio Guipúzcoa de poesía en 1965. El libro se abre con «Telegramas de urgencia escribo» ([1966] 2012: 17), toda una abierta declaración poética. Su libertad expresiva, huyendo del molde métrico («-nunca sílabas contar-»), recurre a la necesaria y obligada interpelación al tú («Telegramas», «Destino: la humanidad»), al coloquialismo desmitificador («la habilidad de poner aquello en claro») y al caldo de cultivo de sus versos (Ingredientes: Mucha pena / mucha rabia / algo de sal), subrayando su vertiente social: «Y así contar lo que pasa». Recibió elogios del mismo Vicente Aleixandre, en carta manuscrita a la poeta, de fecha 29 de marzo de 1965: Tienes razón: ni tiro, ni veneno, ni navaja, sino vida (2012: 13). Estamos ante una confesión firme de Gloria Fuertes, que interpela, ya desde el título, a su presencia y a la inmortalidad y sanación, esquivando cualquier arma, de la poesía.

Estas intenciones vitales se refuerzan y desnudan en Poeta de guardia, peculiar poemario que la situaría en el primer plano del ámbito poético y que era una declaración de intenciones en toda regla con la que velar por la humanidad de día y de noche. Entendiendo que la labor del poeta consiste en reflejar lo que acontece, escuchar y sanar tanto dolor, mantiene los temas propios dándoles un aire nuevo a través de recursos intertextuales.

Cómo atar los bigotes al tigre mereció un accésit en el premio Vizcaya. Entre los poemas que conforman este libro destacan los que se empapan de soledad; una soledad que viene marcada por la ausencia o la madrugada y que se asume con naturalidad: soy sola sin vocación (1975: 262).

A partir de 1970 simultanea sus apariciones televisivas con la escritura, a la que se dedicará en exclusiva iniciados los años ochenta.

Los terrores, ya mostrados en Todo asusta (1959), laten con ritmo acompasado en toda su obra y renacen sin pudor en Sola en la sala (1973). Aquí el dolor se cotidianiza, evitando su vertiente filosófica, para hallar al final un resquicio de optimismo -no soy pesimista (1975: 293)- que lo amortigüe. Vuelve el leitmotiv de la escritura como medio de vida, la escritura como salvación: Me pagan y escribo. / Me pegan y escribo, / me dejan mirar y escribo, / veo a la persona que más quiero con otra y escribo / sola en la sala, llevo siglos, y escribo, / hago reír y escribo (1975: 293).

En 1975 publicó, por invitación de la editorial Cátedra, Obras incompletas, un volumen prologado por la propia autora en el que se recoge toda su producción anterior, a excepción de Isla ignorada.

Los dos últimos poemarios publicados en vida, Historia de Gloria (amor, humor y desamor) y Mujer de verso en pecho, de 1980 y 1983 respectivamente, se centran en la tendencia humorista que circula palpitante en sus versos, desde sus contactos con el postismo: fui surrealista, sin haber leído a ningún surrealista; después, aposta, "postista"-la única mujer que pertenecía al efímero grupo de Carlos Edmundo de Ory, Chicharro y Sernesi- (1975: 27). Juega polisémicamente con el lenguaje y con su figura como mujer, como poeta y como persona, manteniendo sus constantes poéticas: soledad, hambre, opresión e injusticia. Ante la lacerante herida del dolor, la respuesta sigue siendo el humor deslegitimante y la escritura; de nuevo, la palabra poética como salvación colectiva.

Gloria Fuertes en los años 90 (Foto: «CLIJ: Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil», 22.224, 2009, p. 7. Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes).

Tras su muerte, se publican Glorierías (para que os enteréis) (2001), Es difícil ser feliz una tarde (2005), Se beben la luz (2008), Los brazos desiertos (2009) y Poemas prácticos más que teóricos (2011). Son libros que nacen de la documentación y catalogación de materiales elaborados y recogidos en carpetas por la propia poeta, y que se hallaron en su escritorio.

Los poemas dedicados a Carlos Edmundo de Ory que conforman Los brazos desiertos, aunque publicados en 2009, fueron compuestos en 1944 y muestran a una Gloria enamorada, alejada de su voz lírica más conocida y reivindicativa. En una primera sección, de metro tradicional -sonetos y cuartetos-, la voz poética se muestra juvenil y algo ingenua, rememorando, mediante el intertexto del título «La luna y el amor», los poemas adolescentes de Gloria y esos sentimientos desbordados de las pasiones juveniles. Cierra el libro un compendio de «Canciones» de corte popular tradicional, inmersas en la senda fuertiana de la miniaturización poética. La misma en la que se centran Poemas más prácticos que teóricos y sus Glorierías (para que os enteréis).

Los fantasmas pasados recobran vida en Se beben la luz (2008), donde la poeta rememora viejos dolores sufridos en la guerra y posguerra. En la línea general de su poesía, logra asirse al humor desmitificador que palia y aligera el sufrimiento.

Cultivó en menor grado el cuento y el teatro para adultos. De ello son producto su colección de relatos El rastro, ilustrada por Antonio Mingote, y las cuatro obras teatrales recogidas en El caserón de la loca y otras obras de teatro.

La voz poética de Gloria Fuertes fue una rara avis en el panorama poético español. Su querencia al uso del verso libre, los juegos líricos empleados, así como la asunción de lo doloroso a través de lo humorístico y cotidiano, dotan a su poesía de frescura y naturalidad. Su figura no aparece adscrita a ninguna generación poética de la posguerra, aunque por proximidad se la haya ubicado en la corriente de la poesía social. No parece pertinente buscar influencias en la lírica de Gloria Fuertes. Algunos estudios apuntan a la presencia de poetas sociales como Blas de Otero o Gabriel Celaya, así como de Unamuno y Machado, Santa Teresa, Ory... Lo cierto es que la especial configuración de su lírica la hace única, a pesar de que puedan hallarse concordancias concretas y particulares en su producción: leí y leo poemas, a mí no hay quien me influya, así que [...] sigo siendo huérfana e independiente (1975: 29). Su peculiar personalidad relampaguea en sus versos, mientras recrea un mundo circundante ingrato, al que parodia y dota de color, sacando a la luz la injusticia con voz contestataria.

Los poemas de Gloria Fuertes se construyen con elementos de la oralidad cotidiana, que mezcla con otros de la alta cultura. Se nos muestran desnudos con original estilo, que no por sencillo resulta trivial. Su poesía nunca será oscura, difícil, cerebral, culta (1975: 31). Los mecanismos poéticos ponen en marcha la creación de imágenes, la composición de sonoridades y juegos léxicos, así como la creación de parodias discursivas que buscan huir de lo esperado, del encasillamiento desafortunado del estereotipo. Y siempre en busca de un destino: la humanidad.

Murió en Madrid, un 27 de noviembre de 1998. En su epitafio, además del apelativo de «Poeta de guardia», se puede leer: yo creo que lo he dicho todo / y que ya todo lo amé.

(2023)

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