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ArribaAbajoCapítulo XIII

Cómo Aben Aboo juntó la gente de la Alpujarra y fue a cercar a Órgiba


Cuando Aben Aboo hubo asentado las cosas de la Alpujarra, juntando el mayor número de gente que pudo, fue a reconocer el valle de Lecrín, y dio vuelta a Lobras y vista a Salobreña, y se alojó en la boca del río de Motril, y de allí ordenó de ir a combatir el fuerte de Órgiba. Habían salido de aquel presidio aquellos días ochenta soldados de la compañía de Antonio Moreno a hacer una entrada con Vilches, su alférez, y engañados por una espía que los llevaba vendidos, habían dado en una emboscada de moros, que los aguardaba en el barranco de la Negra, y los habían muerto a todos; y entendiendo el moro que debía quedar poca gente dentro, que podría ocupar aquella plaza, partió del lugar de Cádiar a 26 días del mes de otubre con diez mil hombres de pelea, y entre ellos seiscientos turcos y moros berberiscos. Y el siguiente día, víspera de San Simón y Judas, en la noche llegó cerca de nuestro fuerte; y emboscando toda la gente en unas ramblas que se hacen dos tiros de arcabuz, el otro día domingo de mañana echó cuatro moros delante que disimuladamente, como que andaban cazando, procurasen sacar a lo largo una escuadra de soldados que salían de ordinario a descubrir la tierra para poder tomar lengua. Mudábase cada mes la gente de guerra deste presidio, porque los soldados huían de ir a él por causa del mucho trabajo que padecían; y don Juan de Austria enviaba desde Granada con las escoltas las compañías que habían de quedar, y con los bagajes vacíos se volvían las que habían estado su temporada; y esto era cada mes. Con esta orden habían llegado poco antes que los moros matasen al alférez Vilches y a los ochenta soldados, en una escolta seis compañías de infantería, las tres con sus proprios capitanes, llamados Gaspar Maldonado, don Alonso   —295→   de Arellano y Gaspar Delgado, sobrino del obispo de Jaén, que servía a costa de su tío con trecientos arcabuceros; y las otras tres, que eran de Antonio Moreno y Francisco de Salante y Alonso de Arauz, capitán de los de Sevilla, llevaban sus alféreces, porque quedaban ellos ocupados en Granada; y dos estandartes de caballos, el uno de Juan Álvarez de Bohorques, y el otro que servía Lorenzo de Leiva por don Luis de la Cueva; y con el infelice suceso de aquella gente estaba Francisco de Molina muy recatado, y no dejaba salir del fuerte a nadie sin primero descubrir y reconocer muy bien toda la tierra al derredor, entendiendo que con la vanagloria de aquellas muertes no dejarían los moros de venirle a correr y a poner emboscadas. Y como aquel día saliese una escuadra a descubrir hacia la parte donde los cuatro moros andaban, y ellos diesen luego a huir, el caporal que iba con ella, llamado Francisco Hidalgo, sin considerar lo que podía haber en las ramblas, se puso en su seguimiento, y fue cebándose tanto en ellos, que dio de golpe en una de las emboscadas; y saliéndole los moros de muy cerca, le cercaron por todas partes y le mataron, y con él otros cuatro soldados que iban delante; los otros se retiraron con mucho peligro al fuerte y dieron aviso a Francisco de Molina del suceso. El cual envió luego a Lorenzo de Leiva con seis caballos suyos y cuatro del capitán Juan Álvarez de Bohorques, que estaban alojados fuera del fuerte, a que reconociese qué gente era aquella, con los cuales llegó al lugar donde los moros habían estado emboscados, y hallándolos retirados, pasó tan adelante, que llegó adonde estaba el proprio Aben Aboo con el golpe de la gente; y deteniéndose para reconocer bien, se hubiera de perder, porque le cargaron tantos escopeteros, que matando el caballo a un escudero, le hirieron el suyo, y se hubo de retirar con harto trabajo, yéndole siguiendo siempre los enemigos con grandes alaridos hasta meterle dentro del fuerte. Y este día, que fue 28 días del mes de otubre, cercaron el sitio que tenían los nuestros por todas partes, ocupando todos los lugares que le tenían a caballero para poderlos ofender con las escopetas; y haciendo un recio acometimiento, mataron algunos cristianos, y entre ellos a Cristóbal de Zayas, alférez de don Alonso de Arellano, y a un escudero de la compañía de Juan Álvarez de Bohorques, llamado Pescador. Viendo pues nuestra gente la determinación que traían los enemigos, y que los muros del fuerte eran tapias de tierra y paredejas de piedra seca tan bajas que en algunas partes no cubrían un hombre, acudiendo animosamente al reparo con sus personas y con la arcabucería puesta de mampuesto en las saeteras y traveses, mataron y hirieron muchos dellos, y les hicieron perder la furia que traían Juan Álvarez de Bohorques con sus escuderos se puso a defender un portillo que aún no estaba acabado de cerrar, entre el cuartel de Salante y el de don Alonso de Arellano, por donde a pie llano pudiera entrar un buen golpe de gente. Y cierto fue provisión divina la inadvertencia de los moros este día, porque si acometieran por tres o cuatro partes el fuerte, según los muros estaban bajos y mal reparados, y la muchedumbre que eran, fácilmente pudieran entrarle. Viendo pues Aben Aboo la resistencia que había en nuestros cristianos, retiró su gente, y repartiéndola en cuatro cuarteles, cercó el fuerte por cuatro partes; y quitando el agua de la acequia, comenzó a dar orden en los combates. En este tiempo repartió Francisco de Molina los cuarteles, señalando a cada compañía lo que habían de defender. A la parte del norte, donde sale el camino que va a Granada, puso la compañía de Arauz, y con ella a Jerónimo Casaus, su alférez; y a la mano izquierda dél a Gaspar Maldonado con la suya, teniendo a las espaldas la iglesia; a la parte del río que responde hacia poniente la de Salante con Alonso Velázquez de Portillo, su alférez; a la parte de mediodía, donde sale el camino para Motril, a don Alonso de Arellano: y entre él y el cuartel de Arauz a Gaspar Delgado. Los capitanes de caballos quedaron sobresalientes para acudir a pie donde viesen ser más necesario, y con ellos para el dicho efeto don Antonio Enríquez, Gonzalo Rodriguel, el capitán Medrano y Francisco Jiménez, soldados práticos entretenidos por haber tenido cargos en la milicia, a quién su majestad había mandado ir a servir en esta guerra, y don Juan de Austria los había enviado aquellos días a Órgiba. Lo primero que los enemigos hicieron fue ocupar la casa de un horno que estaba tan cerca, que sola una calle había entre ella y el muro; y mandando juntar mucha fagina, la echaron por una ventana en otra casa que estaba incorporada en el proprio muro para ponerle fuego y quemarla, porque dende unos traveses bajos que había hechos en ella les hacían daño los nuestros con los arcabuces, y porque también entendieron que quemando aquella casa les quedaría la entrada llana por aquella parte. Mas no les sucedió como pensaban, porque antes que hubiesen arrojado tanta fagina que bastase para hacer el efeto que pretendían, nuestros capitanes hicieron echar sobre ella muchas esteras ardiendo untadas con aceite, y se les quemó toda; y arrojando cantidad de alcancías de fuego por las ventanas en la otra casa del horno, les fue necesario desampararla y que se retirasen con daño. No por eso dejaban de acercarse los enemigos por otras partes haciendo impetuosos acometimientos; y eran tantas las piedras que echaban sobre los que estaban en las troneras y en los traveses, que fue menester que el capitán Juan Álvarez acudiese hacia aquella parte, y cubriendo los soldados con las adargas y rodelas de los escuderos, resistió el ímpetu y furia de piedras; y los moros, viendo cuán poco les aprovechaba, tomaron unos cerros al derredor que descubrían el ámbito del fuerte; y poniéndose algunos escopeteros en un palomar alto y en unas casas que habían sido de los Abulmestes, entre los cuarteles de Gaspar Maldonado y don Alonso de Arellano, mataron ocho caballos y hirieron algunos soldados y escuderos que atravesaban de una parte a otra; y para reparar este daño fue necesario hacer trincheas por donde atravesase nuestra gente encubierta. Hicieron también los moros cuatro minas, que respondían a diferentes partes. La que iba hacia el cuartel de Gaspar Maldonado pensaron meter debajo de la iglesia, donde entendían que estaban los bastimentos y municiones; mas el capitán levantó luego un caballero alto para sujetar a los trabajadores y poderles descubrir en la obra que hacían; y acudiendo hacia aquella parte los capitanes Juan Álvarez de Bohorques y Lorenzo de Leiva, fueron también de mucha importancia las adargas este día, porque resistieron con ellas la furia de las piedras   —296→   que los de fuera tiraban. La otra mina enderezaron hacia el cuartel del capitán Delgado, la cual pasó tan adelante, que llegaron a encontrarse con los soldados en una contramina que les hicieron; y peleando con ellos, mataron algunos moros dentro y se la hicieron desamparar, y les tomaron las herramientas con que cavaban. Las otras dos, que respondían al cuartel de don Alonso de Arellano, no hubieron efeto, porque toparon luego con una peña viva que las atajó. Dejando pues la obra de las minas porque vieron el ruin suceso dellas los turcos comenzaron a hacer un terrapleno de tierra, fagina y piedra en una casa junto a la muralla, que no habían tenido lugar los cristianos de derribarla. Desde allí señoreaban otra casamata que había entre los cuarteles de Gaspar Maldonado y Arauz; y fue tanta la presteza con que lo hicieron, que los nuestros no tuvieron otro remedio sino retirarse al segundo muro de la casamata, dejando el primero desamparado y el ámbito della hecho plaza. Allí hicieron nuevos traveses, porque los enemigos les cegaron los que tenían a la parte de fuera, hinchendo la calle de tierra, piedra y rama de manera, que entendían poder entrar a pie llano por encima de los terrados. Como vio Aben Aboo que los cristianos habían desamparado la casamata, creyendo que también habían dejado el muro y recogídose a la torre y a la iglesia, mandó que se les diese por allí un recio combate; y juntándose hacia aquella parte los turcos y toda la mejor gente de los moros, con muchos sones de atabalejos y dulzainas y grandes alaridos a su usanza acometieron el fuerte, día de Todos Santos. Fue tanta la presteza de los bárbaros, que antes que Francisco de Molina y los otros capitanes que andaban visitando los cuarteles acudiesen, habían entrado ya muchos dellos dentro del fuerte; y aunque Jerónimo de Casaus, alférez de Arauz, que guardaba aquel cuartel, resistió su ímpetu animosamente, andando envuelto en polvo y sangre de los enemigos, no fuera parte para defenderles la entrada, porque los soldados se retiraban, si no llegara Francisco de Molina, el cual, armado de un coselete dorado, con la espada en la mano se opuso valerosamente a los enemigos; y acudiéndole Juan Álvarez de Bohorques y Lorenzo de Leiva y el alférez Portillo, y con ellos muchos animosos escuderos y soldados, resistieron su acometimiento. Este día hizo Francisco de Molina oficio de capitán y valiente soldado, el cual, discurriendo de una parte a otra, animaba a los unos y amenazaba a los que veía que aflojaban; y peleando por su persona donde veía que era menester, retiró y echó fuera a los enemigos, que tenían ya arboladas dos banderas sobre el muro, la una de damasco blanco, y la otra de tafetán carmesí con una media luna blanca en medio bordada de oro y las borlas guarnecidas de aljófar; y cayendo los alféreces moros que las traían, se las quitaron, y mataron más de docientos moriscos. Cerca dellas un alférez destos quedó caído a la parte de fuera del muro con los muslos atravesados de un arcabuzazo, el cual, viendo huir su gente, comenzó a dar grandes voces diciéndoles que volviesen a pelear, porque más valía morir como hombres que huir como mujeres; y viendo que no acudían a retirarle, los comenzó a deshonrar de perros cobardes, y rogó a los cristianos que bajasen y le acabasen de matar, porque mayor honra le sería morir a sus manos, que vivir entre gente tan vil; y no tardó mucho que bajó un soldado del fuerte y le cortó la cabeza. Después deste, queriendo Aben Aboo dar tercero asalto, mandó que se metiesen más de dos mil moros en unas casas que estaban destechadas par del muro, los cuales, estando cubiertos con las paredes de la ofensa de los arcabuces, comenzaron a tirar por encima dellas tanta multitud de piedra, que apenas se podían defender della los soldados, porque les caía de peso encima; y estando Francisco de Molina cerca de la puerta de Granada, quitada la celada de la cabeza, le descalabraron. Fue tanta la furia de las piedras este día, que derribaron mucha parte de la pared de una casa donde posaba el capitán Delgado, con ser de cal y ladrillo, y hicieron portillos en otras, por donde pudieran entrar a placer si los soldados no los repararan luego. Acudiendo pues a esta parte el capitán Juan Álvarez de Bohorques, tomó por remedio ofender a los enemigos con sus mesmas armas; y juntando él mayor número de soldados y mozos que pudo, les mandó que volviesen a arrojar contra las casas donde se habían metido los enemigos las mesmas piedras que ellos tiraban; y como no tenían adargas ni celadas con que cubrir las cabezas, como los cristianos, fueles forzado salir huyendo y dejarlas desamparadas; y con esto cesó aquel asalto, y de allí adelante no osaron llegar más a tirar piedras. Este capitán Juan Álvarez de Bohorques era natural de Villamartín, hermano del otro capitán don Hernando Álvarez de Bohorques, de quien hice mención, y servía con una compañía de caballos de su mesmo pueblo, y don Juan de Austria le había mandado que llevase a Órgiba la escolta última que dijimos. Y porque estaba enfermo y tenía necesidad de curarse, le había dado licencia para que en llegando al presidio dejase allí sus escuderos y se volviese a Granada; el cual, como supo que había sospecha de cerco, no le pareciendo que convenía a su honra dejar la gente y volverse a Granada, dijo a Francisco de Molina que no quería usar de la licencia, sino esperar la común fortuna; el cual se lo tuvo en mucho, porque todos huían de estar en aquel presidio; y cierto fue su quedada importante, porque era hombre animoso y de muy buen entendimiento. Viendo pues Aben Aboo el poco efeto que hacían los suyos en los asaltos, y que cada día había mayor defensa en los cercados, determinó de tomar el fuerte por hambre. Veía que tomando los pasos por donde habían de venir las escoltas de Granada, de necesidad les había de faltar el bastimento, y que quitándoles el agua del río y de la acequia, perecerían de sed en acabándoseles la que tenían en los fosos, los cuales se secaban luego al principio, mas después se había ido apretando la tierra y detenían ya el agua; y poco antes que el campo de los enemigos llegase, los habían henchido, y de allí bebían los soldados, aunque salían a tomarla con peligro, hasta que se hizo una mina por de dentro para poder llegar encubiertos a ellos, y no les quedaba ya agua para dos días. Por otra parte Francisco de Molina, en retirándose los moros del asalto, dio orden como aquella noche saliesen del fuerte dos soldados que sabían la lengua arábiga y eran muy práticos en la tierra, y tocando arma por diferentes partes, para pervertir al enemigo y que tuviesen lugar de pasar adelante encubiertos, los envió a Granada con una   —297→   carta para don Juan de Austria. Y por si acaso los prendiesen en el camino, porque no se entendiese la flaqueza que había en el fuerte, decía en ella que no tuviese su alteza pena, porque aunque los moros eran muchos, con mil y quinientos hombres que allí había y cantidad de bastimentos y municiones que le quedaban para más de un mes, estaba seguro el presidio, y aun entendía salir a ofender al enemigo. Y por otra parte mandó a los dos soldados que dijesen de palabra la falta que había de lo uno y de lo otro, y lo mucho que convenía socorrer con brevedad. Estos dos soldados se dieron tan buena maña, que pasando por medio del campo de los moros, fueron a Granada y dieron aviso a don Juan de Austria del estado del cerco; mas ya se tenían otros avisos por espías, y se aparejaba el duque de Sesa para ir a hacer el socorro, como diremos en el siguiente capítulo.




ArribaAbajoCapítulo XIV

Cómo el duque de Sesa salió a socorrer a Órgiba, y cómo Aben Aboo alzó el cerco y le fue a defender el paso


Como se supo en Granada el aprieto en que estaba Órgiba, el duque de Sesa, a quien estaba cometido el socorro, salió con la gente de guerra que había en la ciudad y en los lugares de la Vega, y fue al Padul, y de allí pasó al lugar de Acequia. Por cabo de la infantería iba don Pedro de Vargas, y de los caballos don Miguel de León; y capitanes eran don Jerónimo Zapata y Ruy Díaz de Mendoza. En este alojamiento se detuvo muchos días, así por aguardar que llegase la gente de la Andalucía que don Juan de Austria había enviado a pedir aquellos días para que llevasen los moriscos que habían quedado en Granada, como porque le dio la enfermedad de la gota, y don Juan de Austria quiso enviar a Luis Quijada en su lugar, mas luego mejoró. Siendo pues avisado Aben Aboo que el Duque estaba en campaña y que iba a socorrer aquel presidio, al octavo día acordó de alzar el cerco y salir a esperarle en el paso de Lanjarón para defenderle la entrada y pelear con él con ventaja de sitio. Y porque los cercados no le sintiesen partir, levantó el campo a media noche, y tan a la sorda, que no se entendió en el fuerte hasta otro día de mañana, que Francisco de Molina, viendo que no bullía cosa viva en el campo, hizo abrir una puerta que salía a los fosos del agua, y envió al alférez Portillo a reconocer las trincheas de los enemigos, el cual refirió cómo se habían ido. Esta fue una alegre nueva para los cercados, y dando muchas gracias a Dios por verse libres de aquel peligro, salieron a los alojamientos, donde hallaron muchos cuartos de carne y otras cosas de comer que se habían dejado con la priesa de la partida, y lo recogieron todo; y echando la acequia en los fosos, los tornaron a henchir de agua, porque, como queda dicho, tenían ya mucha falta della. Luego envió Francisco de Molina otros dos soldados con segundo aviso a don Juan de Austria de como el enemigo había alzado el cerco, y entendía que se iba a poner en la sierra de Lanjarón para defender el paso a la gente del socorro. En este tiempo, los dos soldados que habían ido primero a Granada volvieron a Órgiba con la respuesta de don Juan de Austria, en que decía que se había tratado en el Consejo de retirar aquel presidio y dejar el fuerte, y que no se había acabado de tomar resolución hasta ver su parecer; por tanto, que avisase luego, y si le parecía que convenía defenderle, enviase las causas, con relación de la gente y de las otras cosas que serían menester para ello. A esto respondió Francisco de Molina que al servicio de Dios y de su majestad convenía que aquel fuerte se sustentase por muchos respetos, y especialmente porque los moros cobrarían ánimo viéndole retirar; que conforme a esto le parecía que se debía socorrer con brevedad, y llegando la gente del socorro, podría quedar el número que pareciese suficiente para defenderle. Mas este parecer no fue aprobado; antes el Consejo se resolvió en que se desamparase, retirando la gente que había dentro, por ser lugar más costoso que provechoso, y no de momento para el enemigo. Después desto tuvo otra carta del duque de Sesa con los segundos soldados, en que decía que, habiendo llegado hasta el lugar de Acequia para socorrer aquella plaza, estaba aguardando que llegase la gente que venía de las ciudades para ir adelante, y que le avisase luego para cuantos días tenía de comer, porque para el día y hora que le dijese iría a sacarle de allí, como estaba acordado, advirtiéndole que estuviese a punto para retirarse con brevedad, porque no llegaría más que hasta el barranco de Lanjarón. El cual le respondió que tenía solo pan para cinco días, y que para cualquiera hora que fuese menester estaría apercebido; mas que había en el fuerte ochenta soldados heridos y enfermos, y algunas mujeres y niños, y otras muchas cosas de munición, que para llevarlo sería necesario llegar hasta el lugar de Órgiba con algunos bagajes. Dejemos agora a Francisco de Molina en Órgiba, y digamos lo que sucedió en Acequia al campo del duque de Sesa estos días.




ArribaAbajoCapítulo XV

Cómo Aben Aboo, procurando que nuestro campo no pasase a socorrer a Órgiba, peleó con él entre Acequia y Lanjarón


Usaba de muchas mañas Aben Aboo para entretener al duque de Sesa que no pasase a socorrer a Órgiba, porque entendía que los cristianos que estaban dentro no podían dejar de perderse muy en breve, faltándoles los bastimentos. Hacía grandes representaciones de gentes por aquellos cerros, fingía cartas exagerando el poder de los moros, y aún echaba fama que ya era perdido el fuerte y que eran muertos todos los cristianos de hambre. Estas cosas divulgaban los moriscos de paz en Granada, las espías en el campo, y los unos y los otros tan disimuladamente, que tenían suspenso al duque de Sesa, no se determinando si pasaría con la gente que allí tenía, o si esperaría la que venía de las ciudades, que no acababa de llegar. Estando pues con este cuidado, deseoso de prender algún moro de quien tomar lengua, Pedro de Vilches, Pie de palo, se le ofreció que se lo traería, dándole licencia para ello. Quisiera el Duque excusarle de aquel trabajo, por ser hombre impedido y hacer la noche escura y tempestuosa de agua y viento: mas el animoso Vilches porfió tanto con él, y la necesidad era tan grande, que hubo de darle la licencia que pedía, enviando con él a Francisco de Arroyo, otro cuadrillero, con su gente. Los cuales salieron a prima noche, y emboscándose con los soldados en unas trochas que sabían, cuando vino el día tenían ya presos seis moros que venían hacia donde estaba Aben   —298→   Aboo con cartas suyas. Con esta presa volvieron al campo; y queriendo saber el duque de Sesa lo que se contenía en aquellas cartas, porque estaban en arábigo y no había allí quien las supiese leer, escribió luego al Presidente que le enviase un romanzador que las declarase; el cual envió al licenciado Castillo, que las romanzó, y eran, según lo que después nos dijo, para los alcaides de Guéjar, Albuñuelas y Guájaras, diciéndoles que al bien de los moros convenía que recogiesen luego toda la gente de sus partidos, y se fuesen a juntar con él, porque quería dar batalla al duque de Sesa, que estaba en Acequia con fin de pasar a socorrer a Órgiba, y sin duda le desbaratarían; y que se había dejado de proseguir en el cerco de Órgiba para venirle a esperar en el paso; y que los cristianos quedaban ya de manera, que no podrían dejar de perderse brevemente. Y en la carta que iba para el alcaide Xoaybi de Guéjar decía otra particularidad más: que saliese con seis mil moros de los que allí tenía, y tomando el barranco entre Acequia y Lanjarón, cuando el campo del Duque hubiese pasado, cortase el camino a las escoltas, que de necesidad habían de ir con bastimento, porque esto solo bastaría para desbaratarle. Por otra parte había hecho que se divulgase en Granada que el fuerte era ya perdido y que los cristianos habían sido todos muertos, para que don Juan de Austria mandase al duque de Sesa que retirase el campo, o a lo menos le entretuviese en aquel alojamiento; y habíalo sabido hacer de manera que, para que se diese más crédito, había escrito que lo dijese algún morisco a un religioso en forma de confesión; y estando un día don Juan de Austria solo en su aposento, llegó a él un fraile a decírselo por cosa muy cierta. Esta nueva puso en harto cuidado al animoso Príncipe, y mandando juntar luego consejo, propuso lo que el fraile le había dicho, para ver el remedio que se podría tener; y dando y tomando sobre el negocio, jamás se pudo persuadir el presidente don Pedro de Deza a que fuese verdad, diciendo que sin duda era algún trato de moros; porque si otra cosa fuera, no era posible dejar de haber venido alguna persona que depusiera de vista; y tanto más dejó de creerlo cuando don Juan de Austria le dijo de quién y cómo lo había sabido. Dando pues todavía priesa al duque de Sesa que pasase adelante, determinó de hacerlo; y enviando a Pedro de Vilches con ochocientos infantes a que reconociese el barranco que atraviesa el camino real y baja a dar a Tablate, le mandó que tomase lo alto dél, y se pusiese donde el camino de Lanjarón hace vuelta cerca de Órgiba, y desde allí diese aviso a Francisco de Molina; y para asegurarle envió luego en su resguardo ochocientos hombres, y él siguió con todo el resto del ejército, que serían poco más de cuatro mil infantes y trecientos caballos, sospechando que los unos y los otros habrían menester socorro. Luego que los enemigos vieron caminar nuestra gente, repartiendo la suya en dos partes, el Huscein y el Dali, capitanes turcos, fueron a encontrar a nuestro cuadrillero con la una, y la otra quedó de retaguardia; y encubriéndose los delanteros, antes de llegar a ellos comenzó Dali a mostrarse tarde y a entretenerse escaramuzando; y entre tanto apartaron seiscientos hombres, trecientos con el Rendati, para que se emboscase a las espaldas, y trecientos con el Macox, que fuese encubiertamente a ponerse junto al camino de Acequia, donde dicen Calat el Haxar, que quiere decir atalaya de las piedras: cosa pocas veces vista, y de hombres muy práticos en la tierra, apartarse con gente estando escaramuzando, y emboscarse sin ser sentidos de los que estaban a la frente ni de los que venían a las espaldas. Cayó la tarde, y cargó Dali reforzando la escaramuza a la parte del barranco cerca del agua, de manera que a los nuestros pareció retirarse hacia donde entendían que venía el Duque. A este tiempo se descubrió el Rendati, y fue cargando sobre ellos; los cuales, hallándose lejos del socorro y viendo que cerraba ya la noche, se retiraron a un alto cerca del barranco con propósito de parar allí hechos fuertes; y pudieran estar seguros, aunque con algún daño, si el capitán Perea, natural de Ocaña, tuviera sufrimiento; mas en viendo el socorro que les iba, desamparó el cerro, y bajando el barranco abajo, fue seguido de los enemigos y muerto peleando con parte de los soldados que iban con él. Los otros pasaron adelante, siguiéndolos los moros, hasta que llegaron donde estaba el Duque ya anochecido, el cual los socorrió y retiró; mas dando en la segunda emboscada del Macox, y hallándose por una parte apretado de los enemigos, y por otra incierto del camino y de la tierra, con la escuridad y confusión, y con el miedo de la gente que le iba faltando, fue necesario hacer frente al enemigo con su persona. Quedaron con el Duque don Gabriel de Córdoba y don Luis de Córdoba, y don Luis de Cardona, Pagan de Oria, hermano de Juan Andrea de Oria, y otros caballeros y capitanes, muchos de los cuales se apearon con la infantería, y con la mejor orden que pudieron se retiraron al alojamiento casi a media noche. Hubo algunas opiniones que si los moros cargaran como al principio, corrieran peligro de perderse todos los nuestros; mas el daño estuvo en que Pedro de Vilches partió a hora que no le bastó al Duque el día para llegar a Órgiba ni para socorrer, porque le faltó el tiempo: cosa que engañó a muchos en el reino de Granada, que no le median bien por la aspereza de la tierra, hondura de barrancos y estrechura de caminos. Murieron cuatrocientos cristianos y hubo muchos heridos, y perdiéronse muchas armas, según lo que los moros decían; pero según nosotros, que en esta guerra nos enseñamos a disimular y encubrir la pérdida, solos sesenta fueron los muertos, no con poco daño de los enemigos y con mucha reputación del Duque, que de noche, sospechoso de la gente, apretado de los enemigos, impedido de la persona, tuvo libertad para poner en ejecución lo que se ofrecía proveer a todas partes, resolución para apartar los enemigos y autoridad para detener a los soldados, que habían ya comenzado a huir.




ArribaAbajoCapítulo XVI

Cómo Francisco de Molina dejó el fuerte de Órgiba, y se retiró con toda la gente a Motril, y el duque de Sesa se volvió a Granada


En este tiempo Francisco de Molina, viendo que los cinco días en que el duque de Sesa había enviado a decir que le socorrería eran ya pasados, y otros cinco más, considerando que, pues su entrada no era para más efeto que para sacarle de allí, podría excusarse con salir él; el proprio día que recibió la carta última,   —299→   tomando consigo a los capitanes Juan Álvarez de Bohorques y Gaspar Maldonado y otros tres de a caballo, salió a reconocer el sitio donde se había puesto el campo del enemigo; y pasando por muchas centinelas de moros que estaban puestas por aquellos cerros, llegó hasta el castillo de Lanjarón, dos leguas de Órgiba, donde había una escuadra de soldados a su orden; a los cuales preguntó qué nuevas tenían del campo de los moros; y diciéndole que no sabían más de que todos aquellos cerros estaban cubiertos dellos, considerando que su intento no era más que defender aquella entrada, volvió luego al fuerte por otro camino; y aquella misma noche hizo, calentar con las astas de las picas y alabardas de la munición unas piezas de artillería de campaña que había dentro; y haciéndolas pedazos, enterró el metal y otras cosas de peso, que entendió que no se podían llevar. Y haciendo subir los enfermos y heridos y algunas mujeres en los caballos de los escuderos, lo mejor que pudo, tomando por estandarte un crucifijo, a quien todos se encomendaron con mucha devoción, sin hacer ruido con las cajas, sacó toda la gente del fuerte a las diez de la noche, y caminó la vuelta de Motril, llevando las cruces, los retablos y los ornamentos de la iglesia consigo. Dejó cuatro soldados en la torre de la campana, con orden que tañesen siempre, como se tenía de costumbre, hasta que la gente se hubiese alargado de la otra parte del río; y que en viendo cierta señal que se les haría con fuego, se retirasen. Desta manera se fueron todos por el camino de Motril, sin hallar quien les hiciese estorbo, donde llegaron otro día de mañana; y se excusó la entrada del duque de Sesa por entonces, dejando burlado al enemigo. Llegada nuestra gente a vista de Motril, los de la villa estuvieron harto temerosos, creyendo que eran moros, porque la mesma noche que salieron de Órgiba habían venido los enemigos de Dios a dar en las casas del barrio de los moriscos, y se los habían llevado a la sierra, a unos por fuerza y a otros de grado, y habían peleado buen rato con los cristianos, que tenían barreadas las bocas de las calles, y las mujeres y niños metidos en la iglesia, que es a manera de una fortaleza. Mas cuando supieron que eran los soldados de Órgiba, no se puede encarecer el contento que recibieron, así por verlos libres del cerco, como por entender que la villa estaría guardada; y porque tenían falta de bastimentos, y los nuevos huéspedes llevaban pocos, acordaron luego de salir a buscar qué comer a los lugares de Lobras, Patabra y Mulvízar. Otro día siguiente salió el capitán Juan Álvarez de Bohorques con la gente de a caballo y algunos arcabuceros de a pie, y dando sobre ellos, los saqueó, y recogió muchas cosas de comer y cantidad de paja, que era lo que más habían menester para los caballos; mas no hizo daño a los moros en sus personas, porque tuvieron aviso de cómo iba, y se subieron a la sierra. Cuando don Juan de Austria supo lo que Francisco de Molina había hecho, loó mucho su buena diligencia; y mandándole que se quedase en Motril por cabo de la gente de guerra que allí había, hizo hartos buenos efetos en los moros; y cuando hubo de ir al río de Almanzora, le mandó que fuese a servir aquella jornada. Por otra parte, el duque de Sesa, que todavía estaba con su campo en Acequia, viendo que ya no había para qué pasar adelante, dio vuelta hacia las Albuñuelas, donde se habían recogido muchos moros, y acabando de destruir aquellos lugares, dejó allí mil hombre de presidio, y se fue a Granada. El primero que dio aviso cómo Francisco de Molina había dejado a Órgiba y retirado la gente a Motril, fue un cristiano captivo que acudió a la Calahorra, y dijo al marqués de los Vélez como los moros habían hecho grandes alegrías por toda la Alpujarra, y que era tan grande su regocijo, que se había descuidado su amo con él, y había tenido lugar para poder huir; el cual despachó luego con la nueva a su majestad y a don Juan de Austria.




ArribaAbajoCapítulo XVII

Cómo Jerónimo el Maleh alzó la villa de Galera, y cómo los de Güéscar fueron a socorrer unos soldados que se hicieron fuertes en la iglesia


La villa de Galera era de don Enrique Enríquez, vecino de Baza; el cual a pedimento de los proprios vecinos, que todos eran moriscos, para defenderlos si viniesen algunos moros a hacerles que se alzasen, había enviádoles sesenta arcabuceros con Almarta, su criado, encargándole que no los alojase en las casas, porque no diesen pesadumbre a los moriscos; el cual estaba alojado con ellos en la iglesia, que está fuera de la villa a la parte del cierzo, en un llano que se hace entre las casas y el río. La torre del campanario era fuerte, en ella tenía su centinela de noche y de día. Andaba en este tiempo Jerónimo el Maleh con otro campo de moros a la parte del río de Almanzora y Baza, solicitando todos los pueblos de moriscos a rebelión, y haciendo el daño que podía en los cristianos, y traía consigo un capitán turco llamado Caravajal con docientos escopeteros berberiscos; y queriendo levantar a Galera, para recoger allí la gente de Orce y Castilleja, por ser sitio fuerte, del cual haremos adelante mención, los vecinos se excusaban con decir que no podían alzarse mientras Almarta estuviese allí con aquellos soldados; y para quitárselos de delante, había metido secretamente en la villa docientos moros armados que los matasen; cosa que pudiera hacer con mucha facilidad, según estaba Almarta confiado de que no le harían traición, porque subían cada mañana los soldados de dos en dos y de tres en tres a la plaza a comprar bastimentos, tan descuidados como si todos fueran unos, ellos y los vecinos. Ordenaron pues los enemigos de Dios de ponerse una mañana a trechos por las calles y por las casas, y como fuesen subiendo los soldados, matarlos, y acudir luego a la iglesia y ponerle fuego para quemar a los que hubiesen quedado dentro. Estando pues con esta determinación la noche antes del día que habían de hacer el efeto, un moro llamado Anrique, natural de Purchena, de los que el Maleh había enviado, que había sido monfí en tiempo de paces, pareciéndole que era buena coyuntura la que se ofrecía para alcanzar gracia y perdón de sus culpas, determinó de meterse en la iglesia, y dar aviso a los cristianos del engaño que les tenían ordenado; y arrojándose por la ventana de una casa, aunque fue sentido de las centinelas y de otros moros sus compañeros, que salieron en su seguimiento y le descalabraron, todavía corrió más que ellos, y se metió con los cristianos en la iglesia, y les descubrió lo que tenían acordado para matarlos, y cómo había   —300→   en la villa docientos moros que el Maleh había enviado, y que él era uno dellos. Almarta le agradeció mucho el aviso, y envió luego dos soldados a Güéscar, que está una legua de allí, pidiendo al alcaide Francisco de Villa Pecellin, caballero del hábito de Calatrava y gobernador de aquel estado, que es del duque de Alba, y al doctor Huerta, alcalde mayor, que le socorriesen con alguna gente para poderse retirar con la poca que tenía consigo. Los cuales juntaron a gran priesa los caballos y peones, y fueron a Galera; mas ya cuando llegaron la villa estaba alzada y los moros tenían, cercada la iglesia, y la habían combatido y puéstole fuego para quemarla; y como los de Güéscar llegaron, se retiraron escaramuzando hacia la villa; de manera que los cercados tuvieron lugar de poder salir por unas ventanas que salían hacia el río con igual trabajo que peligro; y sin hacer otro efeto más que retirar aquella gente, se volvieron el mesmo día a Güéscar, dejando aquella villa alzada y puesta en arma, con propósito de volver mejor apercebidos sobre ella.




ArribaAbajoCapítulo XVIII

Cómo la gente de Güéscar volvió sobre Galera, y volviendo desbaratados, quisieron matar los moriscos que vivían en Güéscar


Vuelta nuestra gente a Güéscar, creció tanto la ira popular en ver la insolencia con que se habían alzado los de Galera, y el trato que aquellos moros tan regalados de su señor tenían hecho para matar a los soldados que les había enviado para que los defendiesen, que indignados contra toda la nación morisca, quisieron matar a los que vivían entre ellos, y saquearles las casas antes que viniesen a hacer otro tanto. Y como anduviese este ruido entre la gente común, el comendador Pecellin recogió todos los moriscos en las casas de las tercias, que son unos alholís muy grandes, donde se encierra el pan que pertenece al duque de Alba de sus rentas, dejando solas las moriscas en las casas. Apaciguose el pueblo por entonces con esperanza de saquear a Galera; y enviando a llamar a los vecinos de la villa de Bolteruela para que los acompañasen, fueran luego a hacer el efeto, aunque confusa y desordenadamente, como hombres que llevaban menos celo y más cudicia de la que era menester en aquella coyuntura. Llegados a Galera, pelearon dos días con los moros sin hacer nada ni quererse retirar; y viendo la resistencia que les hacían, y que sería menester más fuerza de gente, enviaron a pedir socorro a don Antonio de Luna, que, como queda dicho, estaba por cabo de la gente de guerra de Baza. En este tiempo doña Juana Fajardo viuda, mujer de don Enrique Enríquez, porque no le saqueasen aquellos vasallos, entendiendo poderlos apaciguar, envió a don Antonio Enríquez, su cuñado, con algunos caballos, a que les hablase de su parte, y les persuadiese a que dejasen las armas y se redujesen al servicio de su majestad; el cual llegó a la villa estando sobre ellos los de Güéscar; y acercándose a las casas, llamó por sus nombres a algunos de los vecinos que conocía, y les dijo que se maravillaba mucho de ver novedad tan grande en gente que siempre habían sido leales, y que bien se dejaba entender no ser ellos los autores de la maldad, sino los moros forasteros que habían hecho que se alzasen por fuerza; que el remedio estaba en la mano, porque él venía a defenderlos, y a dar orden como tampoco recibiesen daño de la gente de guerra; por tanto les rogaba que, asegurando sus cabezas, volviesen al servicio de su majestad, y que él haría con los de Güéscar que se volviesen a sus casas sin que el daño pasase más adelante. Destas palabras escarnecieron los bárbaros ignorantes, engañados de su propria confianza y de la que les ponían los turcos que estaban con ellos; y sin dejar hablar a los llamados, algunos de los moros berberiscos respondieron que los de aquella villa no conocían más que a Dios y a Mahoma, y que se quitase de allí, porque le tirarían con las escopetas. Con esta respuesta se airaron nuestros cristianos de manera, que quisieron luego, combatir la villa contra la voluntad de los capitanes, a quien don Antonio Enríquez hacía muchos requerimientos que no lo consintiesen, diciendo que él haría con los moriscos que se rindiesen, porque no eran los vecinos, sino los moros forasteros los que habían respondido de aquella manera; y al fin pudo tanto la ira en la gente común, poco acostumbrada a obedecer, que sin aguardar orden se fueron determinadamente hacia las casas; y subiendo unos tras de otros por las calles, llegaron hasta cerca de la plaza con voz de declarada vitoria; y si fueran seguidos de toda la otra gente, pudiera ser que tomaran la villa en aquel día, y no costara la sangre que costó después ganarla; mas como los capitanes estaban suspensos, no sabiendo cómo se tomaría aquel hecho, y detenían la gente, fue necesario que los atrevidos se retirasen, y a la retirada mataron y hirieron los moros muchos dellos; los cuales no salieron de la villa, contentándose con lo hecho y con defender sus paredes, porque tenían mucho temor a los de a caballo. Los cristianos volvieron tan desbaratados a Güéscar y con tanta indignación contra la nación morisca, que entrando en la ciudad, así hombres como mujeres, comenzaron a dar voces, diciendo que por qué habían de quedar vivos los moriscos que Pecellin había recogido en las tercias, pues los de Galera sus parientes habían muerto y herido tantos cristianos, y apellidado el nombre y seta de Mahoma; añadiendo a esto que quien los defendía era peor que ellos; y a furia de pueblo corrieron unos a combatir las tercias, y otros a saquear las casas de la morería. Los que fueron a las tercias pusieron fuego a las puertas, porque las hallaron cerradas; y tirando con los arcabuces por las lumbreras de los sótanos, donde los moros estaban metidos, mataron algunos dellos; y los mataran a todos si el mesmo fuego encendido en su daño no les fuera favorable, porque creció tanto la llama con la fuerza del trigo y de la cebada que allí había, que estando ardiendo las puertas, umbrales y techos, hecho todo una llama, no hubo cristiano que osase entrar dentro, y se quedaron los moriscos metidos en las bóvedas. A este tiempo los que habían acudido a robar las casas de la morería se llevaron cuanto había en ellas, sin haber quien se lo contradijese; y como acudiesen también a la fama del despojo los que combatían las tercias, Pecellin tuvo lugar de favorecer los moriscos; y haciendo apagar el fuego, los sacó de las bóvedas y los llevó a casa de don Rodrigo de Balboa, y de allí a unos sótanos que había en el rebellin del castillo, donde los tuvo encerrados muchos días por miedo que se los matarían, hasta   —301→   que su majestad mandó que los metiesen la tierra adentro con los demás de aquel reino.




ArribaAbajoCapítulo XIX

Cómo el marqués de los Vélez fue avisado que Jerónimo el Maleh iba a cercar la fortaleza de Oria, y cómo fue luego socorrida


Sabiendo Jerónimo el Maleh que en la fortaleza de Oria había mucha gente inútil y falta de bastimentos y de municiones, quisiera mucho ocuparla, por ser plaza muy importante para su pretensión; y como anduviese juntando gente y haciendo otras prevenciones, el marqués de los Vélez fue avisado dello, el cual escribió desde la Calahorra a Baza a don Juan Enríquez, y a Vélez el Blanco a don Juan de Haro, ordenándoles que cada uno por su parte procurasen bastecer con toda brevedad aquella fortaleza, y que sacasen las mujeres y gente inútil que había dentro, y los llevasen a los Vélez y a otros lugares apartados del peligro, y que si el capitán Valentín de Quirós, cabo del presidio, hubiese menester más gente de la que tenía, se la dejasen. Don Juan Enríquez salió de Baza con ciento y cuarenta de a caballo, y dando vista al campo del enemigo que andaba junto a Canilles, envió a don Antonio, su hermano, con ciento y veinte escuderos, y otros tantos costales de harina en las ancas de los caballos, la vuelta de Oria, mientras hacía representación con los otros veinte, y burlando desta manera a los moros, hizo el efeto del socorro. También envió don Juan de Haro cuarenta de a caballo desde Vélez el Blanco, y con ellos cien arcabuceros, los cuales entraron en Oria el primero día del mes de noviembre con algunos bastimentos y municiones, y orden de retirar la gente inútil que allí había; y siendo el Maleh avisado dello, tomó consigo dos mil moros escogidos, y a gran priesa fue a tomarles un paso, donde llaman la boca de Oria, por donde forzosamente habían de volver a Vélez el Blanco. Y pudiera ser que hiciera mucho daño, si no fuera por la diligencia de un clérigo llamado Martín de Falces, beneficiado de Vélez el Blanco, hombre aficionado a la caza de montería, y por esta razón muy plático en toda aquella tierra; el cual quiso ir a reconocer el camino antes que partiese la gente de Oria, y dando con la emboscada de los moros, volvió luego a los capitanes, y les requirió que no partiesen de allí hasta tanto que el paso estuviese desembarazado, o hubiese mayor número de gente con que poder pasar. Con este aviso se detuvo la escolta, y los capitanes escribieron luego a don Juan de Haro el estado en que quedaban, para que diese orden como asegurarles el camino. Luego escribió don Juan de Haro al cabildo de la ciudad de Lorca, avisando del peligro en que estaban aquellos cristianos, y pidiendo que le acudiesen con el mayor número de gente que ser pudiese, porque convenía socorrer aquella fortaleza, y desocupar el paso que el enemigo tenía tomado a la escolta. Y como la carta fuese con alguna manera de superioridad, los regidores, enfadados de ver el término con que escribía, respondieron que enviarían primero a Murcia y a Caravaca para que se recogiese la gente, y que venida, harían el socorro. Luego se entendió en Vélez el Blanco la causa porque no habían acudido los de Lorca, y las hijas del marqués de los Vélez, doncellas discretas y de mucho valor, escribieron por su parte a la ciudad y al doctor Huerta Sarmiento, alcalde mayor, representando la mucha necesidad que había de que fuese socorrida la gente que estaba en Oria, y encargándoles que fuese con toda brevedad. Y juntándose sobre ello otra vez a cabildo, aunque de doce regidores fueron los ocho de parecer que todavía se dilatase el negocio hasta que la gente de Murcia y de Caravaca viniese, el alcalde mayor no quiso arrimarse a los más votos, sino acudir a la necesidad presente; y luego hizo avisar a las villas de los Alumbres, Totana y Librilla, para que fuesen a esperarlo en Vélez el Blanco, y recogiendo la gente de la ciudad, partió de Lorca a 5 días del mes de noviembre, con ochocientos infantes y cien caballos. Capitanes de la infantería eran Juan Navarro de Alba, Juan Helices Gutiérrez y Diego Mateo de Guevara, y de los caballos Juan Hernández Manchiron. Con esta gente llegó el alcalde mayor a Vélez el Blanco, y se alojó fuera de la villa en el arrabal, en las casas de los moriscos, que según pareció, tenían liada la ropa para caminar a la sierra, y había dentro de las casas algunos moros de los alzados de las Cuevas, que aguardaban un capitán moro llamado Francisco Chelen, que había de ir a levantarlos. En este alojamiento estuvieron los de Lorca hasta que llegó la gente de los Alumbres, Totana y Librilla; y a 10 días del mes de noviembre partieron con toda la gente en ordenanza, y fueron a dormir aquella noche a Chiribel, llevando cantidad de bagajes cargados de bastimentos y municiones para dejar en Oria. Enviaron delante dos hombres pláticos en la tierra, que reconociesen aquel paso, con orden que volviesen luego al amanecer del día por el mesmo camino. Estos hombres pasaron tan adelante, que cuando quisieron tornar a dar aviso, no pudieron, porque los moros les tomaron el paso; y metiéndose por aquellas sierras, fueron a parar desde a cuatro días a Lorca. El alcalde mayor, viendo que no venían, como se les había ordenado, llevando sus descubridores delante, prosiguió su camino, y cuando llegó al paso, halló que los moros se habían retirado aquella noche; y entrando pacíficamente en Oria, metió los bastimentos y municiones que llevaba, y sacó toda la gente inútil que allí había, y la envió a los Vélez y a otros lugares; y dejando la plaza proveída, fue de vuelta sobre Cantoria, y quemó a los moros una casa de munición que allí tenían, y peleó con ellos y los venció, como se dirá en el siguiente capítulo.




ArribaAbajoCapítulo XX

Cómo la gente de Lorca, habiendo socorrido a Oria, y pasando a Cantoria, quemado a los moros la casa de munición que allí tenían, de vuelta pelearon con ellos y los vencieron


Habiendo los de Lorca socorrido la fortaleza de Oria, y sacado la gente inútil que allí había, quisieran mucho ir luego sobre la villa de Galera, sabiendo que los moriscos della estaban alzados, y el daño que habían hecho en los de Güéscar; y juntándose con los capitanes a consejo, no vinieron en ello, diciendo que no habían salido por aquel efeto, ni era bien poner el estandarte de su ciudad debajo del de don Antonio de Luna sin orden de su majestad. Y siendo avisado, que en la villa de Cantoria había muchas mujeres, ropa y ganados, y que tenían los moros una casa de munición, donde hacían pólvora, acordaron de ir sobre ella; y repartiendo munición a los arcabuceros, a media noche   —302→   salieron de Oria con propósito de llegar a darles una alborada, por estar Cantoria cuatro leguas de allí; mas es tan áspero el camino, que no pudieron llegar hasta que ya era alto el día, porque les amaneció en Partaloba, y hallando los moros apercebidos, pasaron con la gente en ordenanza por las huertas, y caminando por el río abajo, descubrieron la fortaleza de Cantoria, y vieron estar en la muralla y sobre los terrados mucha gente haciendo algazaras con instrumentos y voces que atronaban aquella tierra, y muchas banderas tendidas por las almenas; los cuales comenzaron luego a tirar con dos tirillos de artillería que tenían. El alcalde mayor envió una compañía de arcabuceros por una ladera arriba a que tomase un peñón que está a caballero de la fortaleza; y con toda la otra gente se arrimó a la puerta del rebellin, y comenzó a pelear con los de dentro, que se defendían con escopetas y ballestas y hondas. Duró la pelea desde las siete de la mañana basta las dos de la tarde. En este tiempo nuestra gente ganó el peñón, y teniendo desde allí la muralla y los terrados a caballero, que no se podía encubrir nadie de los que andaban de dentro, mataron algunos moros, y tuvieron lugar de poder llegar los que estaban con el alcalde mayor a desquiciar las puertas primeras del rebellin con rejas de arados y con hazadones y hachas, donde los moros tenían metido todo el ganado. Y entrando dentro, aunque de las saeteras y traveses del muro principal herían algunos soldados, se metieron en la casa de la munición que estaba entre los dos muros, y desbarataron el ingenio de refinar el salitre y de hacer la pólvora, y pegaron fuego al edificio y lo quemaron todo. Y porque no se podía entrar la fortaleza sin artillería o escalas, sacaron dos mil y setecientas cabezas de ganado menudo y trecientas vacas, y se retiraron. Y enviando delante a Martín de Molina con treinta caballos y trecientos peones, que se alargase con la cabalgada y procurase llegar aquella noche al lugar de Güércal de Lorca, porque se tuvo entendido que acudirían muchos moros, según las grandes ahumadas que hacían, llamándose unos a otros por todo el río de Almanzora, caminó luego el alcalde mayor con toda la otra gente; y como cerca del lugar de Alboreas se descubriesen cantidad de enemigos, que venían al socorro de Cantoria, del río de Almanzora, y hallando nuestra gente retirada, la seguían, estuvo un rato hecho alto para que el ganado tuviese lugar de alargarse; y entre tanto envió algunos caballos a reconocer qué gente era la que parecía, y tras dellos fue él proprio, y reconoció cuatro banderas de moros que iban algo arredradas, y parecía que caminaban a meterse en las huertas de Alboreas, donde había un paso peligroso por la espesura de las arboledas y de las acequias que cruzaban de una parte a otra sin puentes. Y temiendo que si los moros tomaban aquel paso podrían hacerle daño, porque de necesidad habían de ir las hileras desbaratadas, hizo muestra de aguardarlos para pelear a la entrada de las huertas. A este tiempo había pasado ya la presa de la otra parte de las huertas, y los moros, teniendo entendido que pues aquella gente hacía alto para pelear, debía tenerles armada alguna emboscada, dejando el camino del río, que llevaban, subieron a gran priesa por encima de una venta que dicen de Bena Romana, y desde allí comenzaron a arcabucear a nuestra retaguardia. En este lugar quisieran los de Lorca dar Santiago en los enemigos; mas el alcalde mayor no lo consintió, diciendo que pasasen adelante; que él les daría orden para ello en hallando disposición de sitio donde los caballos se pudiesen revolver. Y habiendo pasado la venta y atravesado el río y un lodazar grande que se hacía par della, llegando como media legua adelante cerca de donde dicen el Corral, puso toda la gente en orden de batalla. Los enemigos llegaron hechos una grande ala, y como práticos en la tierra, enviaron tres turcos de a caballo y cinco moros de a pie que descubriesen nuestras ordenanzas y viesen la orden que llevaban y el sitio y disposición en que estaban puestos; porque, como habían venido hasta allí algo arredrados, aún no sabían bien con quién habían de pelear. Y habiéndolos reconocido y descubierto una emboscada de infantería y de caballos que el capitán Diego Mateo les había puesto a un lado del camino, pareciéndoles que era poca gente, según la mucha que ellos traían, acometieron con grandes alaridos, disparando sus escopetas y ballestas; mas los hombres de Lorca, acostumbrados a no temer, habiendo hecho su oración y encomendádose a Dios, dieron Santiago en ellos, y la caballería procuró atajarlos y entretenerlos con su acometimiento mientras llegaba la infantería; y fue tan grande el ímpetu de los unos y de los otros, que no tuvieron lugar de tirar más que una rociada de arcabucería, porque llegaron luego a las manos; y peleando esforzadamente caballos y peones, mataron algunos turcos y moros que venían de vanguardia, y pusieron los otros en huida, y les tomaron cinco banderas. Peleó este día un moro que llevaba la una destas banderas admirablemente, el cual estando pasado de dos lanzadas y teniéndole atravesado con la lanza el alférez de la caballería, con la una mano asida de la lanza del enemigo, y la otra puesta en la bandera, estuvo gran rato lidiando, hasta que el alcalde mayor mandó a un escudero que le atropellase, con el caballo, y caído en el suelo, jamás pudieron sacarle de las manos la bandera mientras tuvo el alma en el cuerpo. Estas banderas eran de los lugares de Códbar, Líjar, Albánchez, Purchena, Serón, Tavernas, y Benitagla, y venía con ellas un hijo del Maleh. Siendo pues los moros vencidos, y muertos más de cuatrocientos y cincuenta dellos, los otros se derribaron por unas ramblas abajo, y por ser ya noche, no pudieron seguir los nuestros el alcance. Murieron de nuestra parte dos soldados, y hubo heridos treinta y siete, y entre ellos cinco escuderos y catorce caballos muertos: algunos desbarrigó un moro al pasar por junto a una paredeja de piedra, estando cubierto con ella, con una lanzuela en la mano. Y siendo ya anochecido, caminaron a paso largo hasta alcanzar a Martín de Molina, y aquella noche se alojaron en Güércal de Lorca con buenas guardas y centinelas. Allí recibió el alcalde mayor una carta de su cabildo, encargándole que volviese a poner cobro luego en aquella ciudad, porque había cada hora rebatos de moros; a la cual no quiso responder más de enviar a Martín de Molina y a Pedro de Oliver con las nuevas del buen suceso. Otro día a 13 de noviembre caminó la vuelta de Lorca, donde fueron todos alegremente recebidos de los ciudadanos; y las banderas que se ganaron a los moros quedaron por trofeo en aquella ciudad en memoria desta vitoria, y votó el cabildo de los regidores   —303→   de celebrar cada año la fiesta de señor san Millán, por haber sido en el día de su festividad.




ArribaAbajoCapítulo XXI

De algunas provisiones que don Juan de Austria hizo a la parte de Granada estos días, por los daños que los moros de Guéjar hacían


La dilación en las provisiones de la guerra que de nuestra parte se habían de hacer, causaba mayor atrevimiento a los rebeldes. Habíanse recogido en Guéjar con Pedro de Mendoza el Hoscein tantos moros, que demás de la gente del presidio que allí tenía, que eran seiscientos hombres, se juntaban algunas veces tres y cuatro mil con los capitanes Xoaybi, Choconcillo, el Macox y el Mojájar, y otros que se mudaban a temporadas, por la comodidad que tenían en la aspereza de aquellas sierras para salir a robar y poderse retirar a su salvo; y como desasosegasen a Granada, llegando a todas horas cerca de los muros de la ciudad, don Juan de Austria puso alguna gente de guerra en presidios, con que asegurar la tierra y excusar los daños que hacían. A los lugares de Pinos y Cenes, que están en la ribera de Genil, envió dos compañías de infantería. En el cerro del Sol se pusieron dos cuadrillas de las ordinarias, porque desde aquella cumbre alta se descubren todos los cerros que hay hasta la sierra de Guéjar. Hizo alzar un muro de tapias, que atravesaba por la ermita de los mártires, y cerraba toda la entrada de la loma por aquella parte; y en la ermita hacía cuerpo de guardia una compañía, otra en Antequeruela, y otra en la puerta de los Molinos. Y porque se tardaba en salir, cuando había rebatos, la caballería, aguardando orden, mandó a Tello González de Aguilar que en sintiendo rebato, a cualquiera hora que fuese, saliese con sus caballos en busca de los enemigos, y que no perdiese tiempo en esperar órdenes. Y para asegurar las entradas de la Vega, demás de la gente de guerra que estaba alojada en las alcarías, envió a don Jerónimo de Padilla, hijo de Gutierre López de Padilla, a que se alojase en Santa Fe con una compañía de caballos, y otra a la villa de Hiznaleuz para que asegurase aquel paso. Desta manera estaba la ciudad de Granada rodeada de presidios, por razón de la molestia de los moros de Guéjar, cuando don Juan de Austria propuso un día en el Consejo cuán importante cosa sería que el marqués de los Vélez, pues estaba consumiendo los bastimentos en la Calahorra sin hacer efeto, fuese a expugnar aquella ladronera con la gente que allí tenía; y que a la parte de Granada podría salir otro campo que atajase los enemigos que respondiesen por allí, porque no podían en ninguna manera atravesar la sierra, que estaba cargada de nieve. Y como pareciese a todos que sería cosa acertada, y fuese el marqués de los Vélez avisado dello, previniendo a la orden, quiso hacer la jornada, y envió secretamente a Tomás de Herrera a que reconociese el lugar y la cantidad de gente que había dentro; y mientras iba y venía, escribió a don Rodrigo de Benavides que, dejando buena guardia en la ciudad de Guadix, se viniese con toda la otra gente a la Calahorra, porque pensaba hacer una importante entrada. Hizo reseña general, y apercibió todas las cosas necesarias para ella; mas venido Tomás de Herrera, fue de calidad la relación que le trajo que le hizo mudar parecer, fuese por tener poca gente, siendo menester mucha para cercar y acometer el lugar por diferentes partes, como era necesario que se hiciese, por estar repartido en tres barrios arredrados uno de otro, y metidos entre asperísimas sierras, o porque entendió que don Juan de Austria saldría luego de Granada, y llevando consigo a Luis Quijada, vendrían a juntarse de necesidad; cosa que él procuraba excusar todo lo posible. Sea como fuere, él despidió la gente de Guadix, agradeciendo la voluntad con que habían venido, y dijo a don Rodrigo de Benavides que brevemente le enviaría a llamar para otra cosa de mayor importancia; y ansí, se dejó de hacer la jornada de Guéjar por entonces, hasta que después hubo de hacerla don Juan de Austria por su persona.




ArribaAbajoCapítulo XXII

De la entrada que el marqués de los Vélez hizo en el Boloduí


Cuatro días después desto vinieron unas espías al marqués de los Vélez con aviso como Aben Aboo había enviado gran número de mujeres a coger la aceituna en los lugares del río del Boloduí, y ochocientos moros de guardia con ellas; y tornando a enviar a llamar a don Rodrigo de Benavides con su gente, y a los caballeros de la ciudad de Guadix, juntó un campo de dos mil y quinientos infantes y trecientos caballos, con el cual partió de la Calahorra dos horas antes de mediodía, sin dar parte a nadie de lo que iba a hacer. Aquella tarde llegó a la villa de Fiñana, y a las nueve de la noche, cuando entendió que la gente había ya cenado, mandó tocar las cajas y las trompetas a recoger, y que luego marchasen los escuadrones de la infantería, llevando don Pedro de Padilla la vanguardia y don Juan de Mendoza la retaguardia; y con la caballería y las guías por delante tomó la vuelta de Santa Cruz del Boloduí, donde decían las espías quedaban las moras y los moros que Aben Aboo había enviado. Este camino quisiera hacer el marqués de los Vélez con mucha brevedad para ir a amanecer sobre los enemigos, que estaban cinco leguas de allí; mas iban los soldados tan desmayados de hambre y de enfermedad, y hacía una noche tan áspera de frío, que no fue posible, especialmente habiendo de pasar el río más de diez veces por aquel camino. El cual, viendo que la infantería se iba quedando y que aclaraba ya el día, envió a decir a don Pedro de Padilla que anduviese todo lo que pudiese; y poniendo las piernas a su caballo, corrió al galope hasta meterse en la rambla donde están aquellos lugares del Boloduí y Santa Cruz; mas con toda esta diligencia, cuando llegó habían descubierto las atalayas y comenzado a hacer ahumadas por las sierras, apellidando la tierra. Viendo pues que había sido sentido, envió a don Rodrigo de Benavides con cien caballos por la rambla abajo; y atajando él por una vereda harto áspera y fragosa, fue a ponerse encima del lugar del Boloduí sobre el proprio río, en un cerro alto que descubría toda aquella tierra. Desde allí hizo ir los caballos en seguimiento de los moros, que iban huyendo por aquellas sierras arriba, llevando las mujeres por delante; los cuales alcanzaron algunos hombres y los mataron, y captivaron mucha cantidad de moras, y tomaran muchos bagajes. Don Rodrigo de Benavides fue siguiendo el alcance por la rambla abajo hasta cerca de Guécija, y recogió muchas mujeres, y mató algunos moros de los que habían   —304→   acudido hacia aquella parte; porque siendo sobresaltados de aquella manera, huían cada cual hacia donde la fortuna le echaba, y andaban los cristianos como en montería tras dellos. En este tiempo los moros que había enviado Aben Aboo en guardia de las mujeres acudieron a las ahumadas, y entreteniendo la caballería con escaramuza, hicieron alguna resistencia, y dieron lugar a que se pusiesen en cobro muchas dellas. Llegó la infantería como a las nueve de la mañana, y viendo el marqués de los Vélez que no era ya de efeto, y podría serlo si los moros acudiesen, mandó que hiciese alto en la rambla, puesta en su ordenanza, y que ningún soldado se desmandase de las banderas, so pena de la vida, hasta que, siendo ya más de mediodía, hizo que las trompetas tocasen a recoger. Venía a este tiempo don Rodrigo de Benavides retirándose por unas lomas abajo a dar a un paso, por donde forzosamente había de bajar al río; el cual, era tan angosto, que de necesidad habían de pasar los caballos uno a uno a la hila, y venían siguiéndole muchos moros con tanta determinación, que algunos llegaban a echar mano de las colas de los caballos. Y como el Marqués los vio venir de aquella manera, mandó a gran priesa que veinte soldados arcabuceros tomasen un cerro, donde le pareció que estarían bien para asegurar el paso a los nuestros; los cuales llegaron a tan buen tiempo, que repararon el daño, y don Rodrigo de Benavides y los que con él venían se pudieron retirar. Recogida la gente y la presa, mandó el marqués de los Vélez al auditor Navas de Puebla que con treinta de a caballo fuese a tomar un paso de la vereda, por donde dijimos que había entrado, temiendo que se irían por allí los soldados desmandados con las moras, y causarían al desorden; el cual llevó consigo al capitán Juan Zapata, vecino de Albacete, y otros capitanes sus amigos; y deteniéndose en el camino más de lo que convenía, cuando llegó a lo alto halló que los moros le tenían tomado el paso; y, queriendo romper por ellos para juntarse con la otra gente, al pasar mataron de un escopetazo en la frente al capitán Juan Zapata, y desbarataron a los demás. Hubo algunos que acudieron a la retaguardia de la infantería, donde iba don Pedro de Padilla; y otros, tomando por guía un escudero que sabía la tierra, volvieron el río abajo y fueron a parar a la ciudad de Almería, y con ellos el licenciado Navas de Puebla. El marqués de los Vélez no pudo volver a socorrerlos, aunque se tocó arma, porque iba muy adelante y se daba priesa por subir a tomar lo alto antes que fuese de noche, y dejar aquellos lugares angostos, donde no podían los caballos rodearse. Y no siendo más seguido de los enemigos, fue a alojarse aquella noche a la venta de Doña María, donde estuvieron los soldados con las armas en las manos, y con una tempestad de nieve de viento tan grande, que perecieron de frío algunas criaturas de las que llevaban las moras. Otro día pasó a Fiñana, y allí se detuvo dos días, y al tercero llegó a la Calahorra. Murieron en esta jornada docientos moros, y fueron captivas ochocientas mujeres y niños, y tomáronse mucha cantidad de bagajes. De los cristianos faltaron diez y ocho, y hubo algunos heridos.




ArribaAbajoCapítulo XXIII

Cómo el marqués de los Vélez tuvo orden de su majestad para acudir al partido de Baza, y cómo el Maleh fue sobre Güéscar, y lo que sucedió estos días hacia aquella parte


Vuelto el marqués de los Vélez a la Calahorra, tuvo orden de su majestad para ir a lo de Baza, y que con la gente que allí tenía, y la que había en aquella ciudad a orden de don Antonio de Luna, y mil hombres que el marqués de Camarasa había enviado aquellos días de las villas del adelantamiento de Cazorla, procurase poner freno al enemigo, que andaba campeando. El cual partió de aquel alojamiento a 23 días del mes de noviembre deste año de 1569, con mil infantes y docientos caballos, porque ya no le habían quedado más. Don Antonio de Luna salió de Baza con orden de don Juan de Austria, y volvió a servir su oficio de general de la gente que estaba alojada en la vega de Granada. El marqués de los Vélez estuvo algunos días en aquella ciudad apercibiendo las cosas necesarias para ir adelante. Y en este tiempo Jerónimo el Maleh fue con más de seis mil hombres a la villa de Orce, y sacando todos los moriscos que vivían en ella, los envió con sus mujeres y hijos y bienes muebles a la villa de Galera; y no pudiendo ocupar la fortaleza de Oria, que se la defendió el alcaide Serna, y le mató algunos moros, pasó a Castilleja y recogió también los moriscos de aquella villa, y los metió en Galera; y pensando hacer allí la masa de la guerra, encerró dentro gran cantidad de trigo, cebada y harina y otros bastimentos. Ordenó un molino de pólvora, y atajando las calles, comenzó a fortalecer aquella villa con toda diligencia, entendiendo en la fortificación aquel capitán turco que dijimos, llamado Caravajal, que era hombre ingenioso en cosas de guerra; y pareciéndole buena ocasión para ocupar a Güéscar, fue a ponerse una noche en emboscada en unas viñas cerca del pueblo con más de cinco mil hombres, para en amaneciendo, antes de ser sentido, hallarse en las calles y casas, y ponerles fuego y cercar la fortaleza, donde sabía que estaban los moriscos encerrados en los sótanos; y cuando no los pudiese sacar de allí ni ganarla, hacer todo el daño que pudiese en los cristianos y llevarse las moriscas. Sucedió pues que a 18 días del mes de diciembre entre las siete y las ocho horas de la mañana, estando veinte de a caballo forasteros en la plaza, que habían madrugado para irse a la fortaleza de Orce, vieron venir corriendo la calle adelante un fraile de santo Domingo, revestido para decir misa, tocando arma y diciendo que los moros entraban por las calles; y como se hallaron a punto, juntándose con ellos otros diez o doce de a caballo de los vecinos, corrieron hacia donde les dijo que venían, y cuando llegaron, andaban ya muchos moros poniendo fuego a las casas, y apenas habían sido sentidos, porque Güéscar es un pueblo grande, llano y desparramado, y no tiene cercado más que la villa vieja y el castillo, y habían podido llegar encubiertos a entrar por las calles, donde no había guardias ni defensa de muros que se lo impidiese. Mas presto acudió el verdadero muro, que son los ánimos de los hombres esforzados, y recogiéndose obra de docientos arcabuceros con calor de la gente de caballo, se les opusieron, y pelearon valerosamente con ellos más de tres horas y acudiendo siempre gente   —305→   de refresco en favor de los cristianos, que peleaban por sus proprias casas, mujeres y hijos; y al fin los enemigos fueron desbaratados y puestos en huida, con muerte de más de cuatrocientos dellos y de solos cinco cristianos. Traía el Maleh docientos turcos escopeteros, que fueron siempre haciendo rostro mientras su gente se retiraba, y si no fuera por ellos recibiera mucho más daño; el cual se recogió a Galera, y dejando bastante número de gente dentro, y a Caravajal con ciento y cuarenta turcos, pasó con la otra gente al río de Almanzora. Los de Güéscar quedaron alegres y muy regocijados, dando infinitas gracias a Dios por haberlos librado de aquel peligro y dádoles tan señalada vitoria. Tres días después desto les llegó el socorro de Caravaca, Cehegín y Moratalla, que eran cuarenta de a caballo y quinientos infantes muy bien en orden; y queriendo el alcalde mayor ir a cercar a Galera, le envió a mandar el marqués de los Vélez que no fuese. Y dende a ocho días partió él de Baza con cuatro mil infantes y docientos caballos, y pasando por junto a Galera, dejó allí al capitán Diego Álvarez de León con cantidad de gente, entendiendo que los moros se irían y no osarían aguardar el cerco; y fue a media noche a Güéscar a dar orden en las cosas que le pareció convenir. Y dende a tres días, viendo que se estaban quedos los moros, salió con todo el campo y cercó aquella villa, y la batió con seis piezas de bronce y dos lombardas de hierro, aunque con poco efeto, porque salían los moros fuera cada día, y hacían daño sin recebirlo, y no hubo asalto ni cosa memorable. Dejémosle agora aquí, y vamos a lo que se hacía a la parte de Granada.




ArribaAbajoCapítulo XXIV

Cómo Tello González de Aguilar desbarató los moros de Guéjar que venían a correr a Granada


Estos mesmos días salieron de Guéjar cuatrocientos moros con el Choconcillo, y llegaron hasta la casa de las Gallinas cerca de la ciudad de Granada, día de San Nicolás, a 16 de diciembre. Y como las centinelas del cerro del Sol los descubrieron y tocaron arma, Tello González de Aguilar salió con los escuderos de Écija, de su cargo, por la puerta de Fraxal Leuz, y bajando al río Darro, subió luego al cerro donde estaban las cuadrillas, y siendo avisado que los moros se iban retirando la vuelta de Guéjar y que iban cerca de allí, tomó consigo veinte arcabuceros y se puso en su seguimiento. Los moros iban recogidos, caminando poco a poco, y como descubrieron los caballos, comenzaron a echar ahumadas por los cerros, y dando muestras de querer pelear, reparar en la cumbre de un cerro, haciendo las algazaras que suelen. Tello de Aguilar, porque venían los escuderos atrás, que no le habían podido seguir más de veinte caballos, hizo también alto, y mandó tocar las trompetas para que se diesen priesa a caminar. No tardó mucho que se juntaron ochenta de a caballo; y porque algunos decían que detrás del cerro donde los moros se habían parado había emboscada, envió dos escuderos que le reconociesen, el uno hacia el río Genil, donde había grandes quebradas, y el otro a la parte alta del cerro, los cuales partieron sin saber uno de otro. Y venido el que había ido a la parte de Genil, dijo que no había en todo aquello más moros de los que se descubrían; y el segundo diferentemente refirió que había más de cuatro mil moros emboscados detrás del cerro; mas luego se entendió que el primero decía verdad, porque si hubiera gente emboscada, era cierto que los enemigos no hicieran ahumadas; y que si las hacían, era llamando socorro. Poniendo pues Tello de Aguilar los caballos en orden, mandó tocar las trompetas y dio Santiago. Los moros hicieron rostro, y en la primera rociada de las escopetas, porque no se les dio lugar a tirar otra, hirieron dos escuderos y mataron tres caballos, y a él le pasaron el adarga por la embrazadura; mas luego los atropelló la caballería, y desbaratándolos, mataron cincuenta moros y hirieron muchos: los otros dieron a huir echándose por aquellas quebradas hacia Genil, y dejaron muchas escopetas y ballestas por ir más ligeros. Los caballos los siguieron gran rato, y del pie de las sierras de Guéjar les tomaron cien vacas y treinta bagajes vacíos, y con esta presa no pensada se retiraron la vuelta de Granada. A este tiempo acudieron muchos moros a las ahumadas, y cargando a nuestra gente, fueron escaramuzando con ellos, y les necesitaron a que dejasen parte de la presa, no la pudiendo guiar toda por aquellos lugares ásperos y fragosos; mas llegando al cerro del Sol, donde los caballos podían mejor revolverse, no osaron pasar adelante. Este efeto fue importante para refrenar los moros del presidio de Guéjar, porque de allí adelante salían menos veces, y no se atrevían llegar a hacer daño tan cerca de la ciudad.




ArribaAbajoCapítulo XXV

Cómo su majestad mandó formar dos campos contra los alzados, y que don Juan de Austria fuese con el uno


El poco efeto que nuestro campo hacía en Galera, y la dilación del castigo de los alzados, dio materia a que don Juan de Austria, mancebo belicoso y de grande ánimo, cargase la mano con su majestad, como agraviado de que le hubiese enviado a Granada, y le tuviese allí metido en tiempo que todos andaban ocupados, y él solo estaba ocioso, siendo el que menos convenía holgar. Representábale el deseo que tenía de emplear su persona, el entretenimiento de los moros en la Alpujarra, el espacio con que se hacía la guerra en el río de Almanzora, el peligro que había de que el rebelión pasase a los reinos de Murcia y Valencia si los enemigos se afirmaban en las plazas de Serón, Tíjola, Purchena, Tahalí, Gérgal, Cantoria, Galera y otras que tenían ocupadas, lo mucho que convenía tomar el negocio de la guerra con calor, y la merced tan particular que recibiría en que se le diese licencia para salir de Granada y ir a acabarla por su persona. Considerando pues su majestad todas estas cosas, y condescendiendo con tan buenos deseos, ordenó que se formasen de nuevo dos campos, uno a la parte del río de Almanzora, donde andaba el marqués de los Vélez, y que fuese en su lugar don Juan de Austria, y otro a la parte de Granada, para que entrase en la Alpujarra el duque de Sesa por aquella parte. Hiciéronse grandes prevenciones, y proveyéronse muchos bastimentos, armas y municiones para esta jornada. Salieron alcaldes de corte y de chancillería a proveer en las comarcas todas las cosas necesarias, y a mí se me ordenó que fuese a las ciudades de Úbeda y Baeza y al adelantamiento de Cazorla, a dar orden en la provisión de bastimentos y municiones,   —306→   que de allí habían de ir, y los cabildos nombraron comisarios de sus ayuntamientos, y se les dejó dinero para ellos y para los bagajes. El comendador mayor de Castilla fue a traer de Cartagena artillería, armas y municiones, y mucha cantidad de bastimentos por tierra. Nombráronse nuevos capitanes con condutas para hacer gente. Apercibiose a las ciudades que rehiciesen las compañías con que servían, y a las que no las habían enviado, que las enviasen. Fue grande el regocijo de la gente de guerra cuando se publicó la salida de don Juan de Austria en campaña. Acudieron al campo muchos caballeros y soldados particulares que hasta entonces no se habían movido: hinchiéronse los ánimos de las gentes de buena esperanza, y temieron los moros, pronosticando su perdición, por ver que con la autoridad de un tan gran príncipe cesaría la dilación que los entretenía y les era tan favorable. Y porque, habiendo de salir de Granada don Juan de Austria, no era bien dejar atrás a Guéjar, determinó de ir por su persona a expugnar aquella ladronera antes que partiese; y aunque tuvo algunas contradiciones en ello, la expugnó, como diremos adelante. Vamos a lo que en este tiempo se hacía a la parte de Bentomiz.




ArribaAbajoCapítulo XXVI

Cómo los moros de la sierra de Bentomiz volvieron a poblar sus casas, y quemaron la fortaleza de Torrox, y hicieron otros daños en la tierra


Luego como el comendador mayor de Castilla ganó el fuerte de Fregiliana, Martín Alguacil y Hernando el Darra y los otros caudillos de los moros de la sierra de Bentomiz se recogieron a la Alpujarra; los cuales anduvieron muchos días con Aben Humeya, y después con Aben Aboo, ganando sueldo; y todo lo que hay desde 11 de junio hasta 13 de diciembre estuvo despoblada la sierra, y tan segura, que andaban los de Vélez por ella sin peligro ni sospecha dél, buscando las cosas que habían dejado los alzados escondidas; y como había ganancia, a esta fama acudió tanta gente a la ciudad, que parecía haber en ella un grueso presidio, de cuya causa los moros no osaban volver a la tierra; y ansí padecían trabajo y hambre los que estaban en la Alpujarra; y andaban ya tan necesitados por tierras ajenas, que el Xorairan se determinó de ir con sesenta compañeros a reconocer la sierra y ver cómo estaba; y hallándola sola y llena de frutos, volvió a ellos y les dijo como sus casas estaban solas, los árboles que se desgajaban de fruta, y que aun pájaros no había que les enojasen; y con esta nueva se vino luego el Darra con toda la gente a Competa, y de allí se repartieron el Xorairan a Sedella, y los capitanes cada uno a su lugar. Lo primero que hicieron con ejemplo de lo que habían visto en la Alpujarra, fue quemar las iglesias, y corriendo la tierra, de allí adelante hicieron grandes daños, captivando y matando cristianos, y llevándoles los ganados; y demás desto, pusieron en tanto aprieto la fortaleza de Canilles de Aceituno, que era menester gruesa escolta para proveería, y obligaron a que el marqués de Comares viniese en persona con más de mil hombres de la villa de Lucena a. requerirla y proveerla, porque el Darra vino a tener más de siete mil hombres de pelea en la sierra, con que desasosegaba a todas horas la ciudad de Vélez, llegando hasta las proprias casas, y retirándose a su salvo, por serles el tiempo y la disposición de la tierra favorables. Luego se publicó que fortalecían a Competa para poner allí su frontera contra Vélez, y que no aguardaban otra cosa los lugares de la jarquía y hoya de Málaga para alzarse; mas fue nueva fabricada por personas a quien pesaba de ver aquellos pueblos pacíficos, por el provecho que de su inquietud les podía venir. Arévalo de Zuazo, entendiendo ser verdad lo que le decían de Competa, juntó mil y seiscientos infantes y ciento y sesenta caballos de su corregimiento, y trecientos soldados de las galeras, que le dieron don Sancho de Leiva y, don Berenguel Dornos, y con toda esta gente fue a amanecer sobre aquel lugar; mas los moros fueron avisados con tiempo, y no osando aguardar, se retiraron a la sierra. Tomáronseles muchos bastimentos, bagajes y ganados; y no consintiendo que la gente pasase del puerto Blanco en su seguimiento, mandó destruir el lugar, donde no había fuerte ni señal de quererle hacer, y se volvió a Vélez. No mucho después envió el Darra novecientos moros, que quemaron el lugar de Alfarnatejo, y de vuelta mataron veinte soldados que el alcaide de Canilles enviaba de escolta con un alguacil, donde dicen la Tinajuela de Canilles. Y teniendo aviso como los cristianos que vivían en Torrox se recogían en la fortaleza, y que de día salían a hacer las labores en el campo, y dejaban un hombre solo con las mujeres, envió cantidad de moros que de parte de noche se emboscasen en las casas del lugar, y aguardando a tiempo que estuviesen fuera los cristianos, la ocupasen. Los cuales se emboscaron, y cuando les pareció tiempo, hicieron ladrar un perro, y saliendo a ver qué ruido era aquel un hombre poco avisado, llamado Hernando de la Coba, le mataron de una saetada; y poniendo fuego a la puerta de la fortaleza, las temerosas mujeres, que no tenían quien las defendiese, se rindieron, y las llevaron captivas a la Alpujarra; y no les pareciendo que podrían defender la fortaleza, le pusieron fuego y se volvieron a la sierra.




ArribaAbajoCapítulo XXVII

Cómo don Juan de Austria fue sobre el lugar de Guéjar, y lo ganó


Guéjar es un lugar grande, que, como queda dicho, está repartido en tres barrios, metidos en el seno de una sierra muy fragosa que procede de la Sierra Nevada, al pie de la umbría que los moros llaman Hofarat Gihenen, de donde proceden las fuentes principales del río Genil; el cual corriendo por entre aquellas sierras, baja por asperísimas peñas con el lecho pedregoso y desigual, hasta llegar al lugar de Pinillos, y poco más abajo se junta con Aguas Blancas, que viene por los lugares de Quéntar y Dúdar, por un valle más llano y apacible; y juntos van a dar a la alcaría de Cenes, y de allí a la ciudad de Granada; y sale a una vega llana, la más fresca y graciosa que puede ser para el deleite de la vista, porque sus huertas y arboledas parecen un solo jardín en que naturaleza, con la diversidad de frutas que allí puso, se quiso deleitar en su pintura; por manera que la sierra de Guéjar es la que cae entre estos dos ríos, y fenece donde se vienen a juntar. Queriendo pues don Juan de Austria salir en campaña a la parte de Baza y río de Almanzora, y estando acordado que se hiciese primero la empresa de Guéjar, nacieron algunas   —307→   dificultades en el Consejo. Los que habían diputados para el efeto principal quisieran desviarla, como cosa que podría ser menos útil que dañosa; porque, si sucedía bien, paraba en solo expugnar aquel presidio, y no había donde ir adelante por aquella parte; y si mal, se venía a perder mucha reputación, siendo aquella la primera jornada que don Juan de Austria hacía por su persona. Y el presidente don Pedro de Deza, a cuyo cargo había de quedar lo de Granada, decía que convenía ante todas cosas quitar de allí aquella ladronera para asegurar la ciudad de correrías y no dejar enemigo atrás; que no era tanta la aspereza del sitio, la fortificación que los moros habían hecho, ni el presidio era tan grande como se publicaba, y que parecía cosa impertinente querer ir a buscar al enemigo a otra parte tan lejos, dejándole cerca de casa. Era negocio de mucha consideración este, especialmente en aquella coyuntura; y por dificultarse tanto, don Juan de Austria mandó llamar al Consejo a don Antonio de Luna, y a don Juan de Mendoza Sarmiento, y a don Diego de Quesada, hombre nacido y criado entre aquellas sierras y muy plático en todas ellas, para que, juntamente con los del Consejo, platicase lo que más convenía hacer en él. Y como no se acabasen de resolver, por no tener certidumbre de lo que había en Guéjar, don Diego de Quesada se ofreció de traerles dos o tres moros del proprio lugar, que pudiesen dar razón de lo que se deseaba; y como don Juan de Austria le dijese que no quería ponerle en aquel peligro, respondió que peligro no lo había, trabajo sí; mas que los pies lo pagarían. Esto pareció muy bien a todos, y quedando a su cargo la diligencia, se mandó también a don García Manrique y a Tello González de Aguilar que con docientos caballos fuesen a reconocer el lugar por el camino de Aguas Blancas; mas este reconocimiento solamente sirvió para aventar parte del presidio que allí había, como adelante diremos. Don Diego de Quesada tomó consigo doce hombres bien sueltos, y rodeando por la villa de Hiznaleuz, y por las sierras de la Peza, donde era natural, fue a pie a dar a unas trochas que él sabía a las espaldas de la sierra de Guéjar, y prendiendo tres moros que venían del mesmo lugar, dio luego vuelta con ellos a Granada. Estos dieron noticia de la fortificación que los moros hacían, y dijeron como estaba dentro el Xoaybi con cuatrocientos escopeteros de la tierra y sesenta turcos y moros berberiscos, con aquel capitán turco llamado Caravajal, que dijimos que andaba con el Maleh el cual se había salido estos días de Galera, diciendo a los moros que la desamparasen, porque se perdería y que también estaba allí el Rendati y el Partal, y otros capitanes moros con sus cuadrillas; que todos se velaban con mucho cuidado, y tenían atajado el camino que sube de Aguas Blancas con una trinchea de piedra ancha y más alta que un estado, que atajaba la silla del portichuelo de un cerro a otro, que está como un tiro de ballesta del primer barrio a la parte del cierzo; y que en el barrio de en medio, donde antiguamente estaba el castillo, andaban haciendo un muro de tapias en la frente del cerro, por donde era menos dificultosa la entrada, por estar todo lo demás cercado de una alta peña tajada que asombra las aguas de Genil. Habiéndose pues tomado lengua de los tres moros, que fueron conformes en lo que dijeron, cosa pocas veces vista en esta guerra, don Juan de Austria mandó llamar los adalides y algunos hombres pláticos en la tierra; de los cuales se entendió que, poniéndose un poco de más trabajo, se podría entrar en el lugar por dos partes, sin tocar en los caminos ni en la trinchea, partiendo la gente de manera, que mientras los unos subiesen por el cuchillo de la sierra que sube de la parte del río de Aguas Blancas, los otros, tomando un largo rodeo, viniesen a entrar por la parte de levante a un mesmo tiempo, salvando los unos y los otros la entrada de la Silla, y bajando entre ella y el lugar por las laderas de los dos cerros, sin que los enemigos diesen en ello, estando confiados en que no era posible entrarles por otra parte que por los caminos. Finalmente, se tomó resolución en que la jornada se hiciese, y porque se ofreció una diferencia honrosa entre el conde de Tendilla y el corregidor Juan Rodríguez de Villafuerte sobre cuál había de llevar a su cargo la gente de la ciudad, el uno como alcaide, y el otro como corregidor, y se hubo de remitir esta duda al supremo Consejo, se dilató hasta que vino orden que el Corregidor fuese con ella. Estando pues todo puesto a punto para partir, don Juan de Austria hizo dos partes de la gente de guerra, que eran nueve mil infantes y setecientos caballos; y con la una, en que iban cinco mil infantes y cuatrocientos caballos, salió de Granada viernes a 23 días del mes de diciembre a las tres de la tarde, para tomar el rodeo que se había de hacer, y entrar por la parte de levante; y por el lugar de Veas, donde cenó y reposó un rato aquella noche, prosiguió su camino. La otra dejó a cargo del duque de Sesa con cuatro mil infantes y trecientos caballos, y con orden que partiese a medianoche, porque tenía menos camino que andar. Iban con don Juan de Austria los tercios de la infantería pagada y parte de la gente de la ciudad. Llevaba la vanguardia Luis Quijada con dos mil infantes, y él con ella; don García Manrique iba con la caballería, y en la retaguardia, donde iba su guión, el licenciado Pedro López de Mesa, y con la artillería y bagaje don Francisco de Solís, proveedor general. El duque de Sesa llevaba las compañías de milicia de la ciudad; de vanguardia iba don Juan de Mendoza y su persona; el Corregidor con la caballería; el artillería y bagaje a su cargo, y algunas compañías de infantería de retaguardia, y delante de todo el campo las cuadrillas de la gente suelta. Detúvose un gran rato el duque de Sesa en el camino para que don Juan de Austria tuviese lugar de hacer su rodeo, y cuando le pareció tiempo, por junto a la puente que dijimos, que está donde el río de Aguas Blancas se junta con Genil, tomó una cordillera y cuchillo de la sierra de Guéjar, yendo siempre por las cumbres más altas, y mandando hacer almenaras de fuegos para que don Juan de Austria, que iba de la otra parte, viese dónde llegaba, y hiciese la diligencia de manera, que por las señales de los fuegos pudiesen llegar a un tiempo. Los adalides que don Juan de Austria llevaba guiaron por camino tan fragoso y rodearon tanto, que no fue posible llegar al cerro de levante de la Silla hasta que ya el día iba bien alto; y en este tiempo los soldados de las cuadrillas que guiaban la vanguardia del Duque, como tuvieron menos que andar y por mejor camino, llegaron más presto al cerro de poniente, por donde había de bajar, y entre dos albas   —308→   fueron a dar con las centinelas de los moros, que estaban en la cumbre dél; y por la parte de dentro, como si les fueran mostrando ellos mesmos el camino por donde habían de entrar, fueron huyendo a dar rebato en el cuerpo de guardia que tenían puesto en la trinchea. Siguiéronlos los soldados sin orden y con tanta determinación, que no les dieron lugar a poder resistir, y dieron todos a huir la vuelta del lugar. Cargando pues toda nuestra gente, caminaron al otro fuerte, que también desampararon luego los moros; y llevando por delante las mujeres y algunos bagajes cargados de ropa, se subieron a la Sierra Nevada, cuya guarida tenían tan cerca, que no hay más que el cristalino Genil en medio. El Duque, viendo entrado el lugar y el fuerte, pasó al barrio bajo y al vado del río, donde los moros escopeteros hacían rostro para dar lugar a que las mujeres se adelantasen. Aquí mataron al capitán Quijada de una pedrada en la cabeza, y treinta y cinco soldados que con cudicia de atajar las moras y los bagajes que iban huyendo se desmandaron; y fuera mayor el daño si el día que llegó don García Manrique no se hubieran ido los turcos, y después el Rendati y el Partal y los otros caudillos con la mayor parte de los tiradores; porque estos hombres ladrones, que no buscaban más que robar, y para esto habían ido allí por la comodidad de las sierras, no quisieron ponerse en peligro de defender el lugar, tomando por ocasión que iban a recoger más gente para dar en las espaldas de nuestro campo, si fuese sobre él. Murieron este día cuarenta moros, y fue poca la presa que nuestros soldados hicieron, habiendo poco que saquear. Con todo eso se les tomó cantidad de ganado mayor y menor, y algunos bastimentos y ropa que tenían metido en sitos. En la casa donde posaba el alcaide Xoaybi, hallé yo muchos papeles, y entre ellos la carta que Aben Humeya le había escrito mandándole que no alzase más alcarías hasta que se lo mandase, como queda dicho atrás. Ya los moros eran idos y el lugar ganado cuando don Juan de Austria asomó por el cerro donde había de bajar; y viendo que no le había dejado el Duque nada que hacer, mostró mucho sentimiento dello. Pusiéronsele los ojos encendidos como brasa, de puro coraje; no sabía si culparía a los adalides por haberle guiado mal, o al Duque por no haber aguardado a que llegase; el cual se desculpó y satisfizo muy bien con que desde el camino le había enviado un billete con un soldado, diciendo que le parecía que se detenía mucho, y si aclaraba el día y los moros habían sentimiento, podría perderse ocasión; que viese lo que era servido que hiciese; y le había respondido que hiciese lo que mejor le pareciese; no embargante que tampoco había sido en su mano, porque los soldados de las cuadrillas habían dado de improviso sobre las centinelas de los enemigos, y no se había podido dejar de seguirlos. Con todo eso don Juan de Austria no quiso detenerse allí, y mandando a don Juan de Mendoza que se quedase en el fuerte que los moros habían comenzado a hacer en el barrio de enmedio, mientras se proveía quien había de estar en él de presidio, sin comer bocado en todo aquel día se volvió a la ciudad de Granada. No mucho después fue allí don Juan de Alarcón, señor de Buenache, con cuatro compañías de su cargo y algunos caballos; el cual estuvo hasta que don Luis de Córdoba y el capitán Oruña redujeron el fuerte en menor ámbito, y quedó en él don Francisco de Mendoza con quinientos infantes.




ArribaAbajoCapítulo XXVIII

Del fin que hubo el traidor de Farax Aben Farax


Bien vemos que habrá ido pidiendo cuenta el letor de lo que hacía en este tiempo Farax Aben Farax, habiendo sido principal autor deste rebelión, creyendo que nos hemos olvidado dél; y porque no quede atrás cosa que se pueda desear, diremos su discurso en este lugar, que no será lo menos agradable desta historia. Ya dijimos como Aben Humeya, cuando en el valle le dieron los de Béznar el vano nombre de rey, por desechar de sí este mal hombre, le envió a que recogiese la plata, oro y dinero que los alzados hubiesen tomado a los cristianos de la Alpujarra y de las iglesias; el cual hizo tantas tiranías y crueldades por toda la tierra, con favor de docientos monfís que traía consigo, que temió que se le alzaría con el gobierno y mando de los moros. Y haciéndole venir al lugar de Láujar, le mandó que entregase todo el dinero, oro y plata que tenía recogido, a Miguel de Rojas, su suegro, que, como queda dicho, le había hecho su tesorero; y enviando los docientos monfís a diferentes partes, so color de servirse dellos y aprovecharlos, le mandó a él que no se partiese del campo sin su licencia y mandado, so pena de la vida; y desta manera le trajo consigo muchos días, hasta tanto que el marqués de Mondéjar desbarató el campo de los moros y se comenzó a reducir la tierra. Entonces el solene traidor, hallándose tan aborrecido de los moros como de los cristianos, por las insolencias y crueldades que con los unos y con los otros había usado, se retiró al lugar de Guéjar, Y allí estuvo encubierto hasta que Aben Humeya se hizo con nuestras desórdenes y tornó a resucitar la guerra. Y viendo que si volvía a él le iría mal, y si se iba a los cristianos peor, no sabiendo a qué parte se echar, tomó por remedio presentarse en el santo oficio de la Inquisición y pedir misericordia de sus culpas, entendiendo que allí no le matarían, dándole alguna pena corporal. Dando pues cuenta de su determinación a un mal cristiano tintorero que andaba en su compañía, le dijo desta manera: «Hermano, nosotros andamos ya aborrecidos de las gentes; nuestro negocio no ha correspondido como pensábamos, porque los moros, malamente conformes, no se han sabido gobernar; hannos despreciado, y traemos el cuchillo de Aben Humeya cerca de las gargantas. Si los cristianos nos prenden o nos vamos a ellos, tampoco nos faltará la soga. Solo un remedio tenemos para sustentar algunos días esta miserable vida, y es irnos a poner en manos de la Inquisición, donde si nos dieren algún castigo en penitencia de nuestras culpas, no nos matarán. Yo soy muy conocido en Granada, y no podrá ser menos sino que entrando por la ciudad me maten o prendan, y lo mesmo harán a ti yendo conmigo. Pues para evitar este inconveniente, me parece que vayas tú solo delante, y presentándote ante los inquisidores, les pidas de mi parte que manden venir un familiar o dos por mí, con quien pueda ir seguro». Esto pareció bien al compañero, y quedaron de acuerdo que en anocheciendo partiría de una cueva donde estaban escondidos, y iría a Granada. Mas en este tiempo, Farax Aben Farax se echó a dormir, y el compañero, enfadado   —309→   de traerle tanto tiempo consigo, o por ventura pensando ganar el perdón más fácil con su muerte, determinó de acabar con él y con sus maldades; y alzando una piedra muy grande que halló par de sí, le dio en la cabeza tantos golpes, que le quebró los dientes y las muelas y las quijadas, y le deshizo las narices y la boca y los ojos y toda la cara; y creyendo que le dejaba muerto, se fue derecho a Granada, y no parando hasta la sala del aposento del Arzobispo, dijo a un paje que entrase a su señoría, y le dijese como estaba allí un soldado que quería darle parte de cierto negocio importante en confesión; el cual le oyó, y le envió luego a los inquisidores, en cuyo poder le dejaremos. Volviendo pues a Aben Farax, estuvo dos noches y un día en la cueva sin sentido, como hombre muerto, hasta que llegando acaso por allí unos moros de Guéjar, y viendo aquel hombre tendido con la cabeza y la cara hinchada, y las heridas llenas de gusanos, llegaron a reconocer si era moro o cristiano, y hallándole vivo y retajado, le llevaron a su lugar sin poderle conocer; y siendo curado, vino a sanar de las heridas, y quedó como monstruo tan disforme, que no tenía después semejanza de hombre humano; y cuando había de comer o beber, le habían de echar el agua y el mantenimiento con un cañuto de caña por un pequeño agujero que le había quedado en el lugar de la boca. Y cuando don Juan de Austria ganó a Guéjar, como queda dicho en el capítulo precedente, estaba allí, y huyó con los otros moros, y anduvo después por la Alpujarra pidiendo limosna; y en la redución general se redujo con los moros del valle de Lecrín, y con ellos le metieron la tierra adentro. No pudimos saber lo que fue dél ni en qué paró, aunque lo procuramos con toda diligencia entre los que fueron con él.





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