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ArribaAbajoLibro octavo


ArribaAbajoCapítulo I

Cómo don Juan de Austria fue a la jornada del río de Almanzora, y el marqués de los Vélez alzó el cerco de sobre Galera


Para la salida que don Juan de Austria había de hacer se apercibieron y aprestaron muchas cosas. Hiciéronse gran cantidad de provisiones en los pueblos comarcanos al reino de Granada, cometiéndolas a los proprios concejos, y enviándoles dineros para ello, por excusar los robos, sobornos y cohechos, que con mayor disolución de lo que aquí podríamos decir hacían los comisarios y los alguaciles de las escoltas. Y porque convenía quedar recaudo en la ciudad de Granada, antes de su partida diputó cuatro mil infantes que le guardasen; con los cuales, estando ya los moriscos fuera, Guéjar por nosotros, la Vega con su guarda, y andando las cuadrillas corriendo la tierra, quedó suficientemente asegurada, y lo estuvo todo el tiempo que duró la guerra. Partió don Juan de Austria a 29 días del mes de diciembre del aho del Señor 1569 con tres mil infantes y cuatrocientos caballos, llevando consigo a Luis Quijada y al licenciado Birviesca de Muñatones, del consejo y cámara de su majestad, que por su mandado asistía en el Consejo, y dejando lo de aquella ciudad a cargo del duque de Sesa hasta que fuese tiempo de salir con el otro campo; el cual se pasó luego a su aposento, y comenzó a dar orden, juntamente con el Presidente, en la provisión y en las otras cosas necesarias para la expedición de la guerra. El primer día fue don Juan de Austria a la villa de Hiznaleuz; que está cinco leguas de allí, el segundo a Guadix, que los antiguos llamaron Aciurge, y los moros Guer Aix, el tercero a Gor, donde hallaron a don Diego de Castilla con todas las moriscas del lugar encerradas en el castillo, porque no se las llevasen a la sierra, y aun para tener seguridad de los moriscos que no se alzasen. El cuarto día llegó a la ciudad de Baza, que los moros llaman Batha, y los antiguos Basta, y a la provincia bastetana. Allí estaba el comendador mayor de Castilla esperando; el cual había venido de Cartagena, y traído la artillería, armas, munición y bastimentos que dijimos, y de paso se había visto con el marqués de los Vélez y proveídolo de algunas cosas destas, que le había pedido. Estuvo don Juan de Austria en aquella ciudad pocos días, esperando gente y proveyendo otras cosas que convenían, siendo mucha la priesa que llevaba; y porque para ir a combatir a Galera se había de hacer la máquina de la guerra en Güéscar, envió delante, dos días antes que partiese, todos los carros y bagajes que había en el ejército, cargados de los bastimentos y municiones, con orden que volviesen luego a llevar lo que quedaba en su partida. Toda esta diligencia se hacía con recelo que el marqués de los Vélez, agraviado de la idea de don Juan de Austria, en sabiendo que partía de Baza, alzaría el cerco de sobre Galera; y por ventura le habían oído decir algunas palabras personas que habían avisado dello; porque fue ansí, que la noche antes que partiese la primera escolta de Baza, despojó aquel alojamiento, donde con adverso favor de la fortuna había estado muchos días, y alzó el campo y se retiró a Güéscar, dejando a los moros libres para poder salir donde quisiesen; y pudiera correr riesgo de perderse la escolta, donde iban setecientos carros y mil y cuatrocientos bagajes cargados de armas y municiones si tuvieran aviso de dar en ella, porque no llevaba más de trecientos caballos de guardia y ninguna infantería. Esta escolta iba a mi cargo, y siendo avisado en el camino de la retirada del marqués de los Vélez y de como los moros andaban fuera de Galera, no quise aventurarme a pasar sin que se me enviase mayor número de gente de guerra, y me recogí aquella noche al cortijo de Malagón sobre el río de Benzulema y avisé a don Juan de Austria y al marqués de los Vélez, para que me asegurase el paso de una atalaya que estaba cerca de Galera; y con dos compañías de infantería, que estaban alojadas en Benamaurel, y una de caballos que don Juan de Austria me envió, proseguí otro día bien de mañana mi camino; por manera que en medio día de dilación se aseguró la escolta; y llegando a Güéscar aquella noche, torné a enviar luego los carros   —310→   y bagajes a Baza. Partió don Juan de Austria con todo el campo, y en una jornada fue a Güéscar, que son siete leguas por el camino derecho, y nueve por el carril. Pasose grandísimo trabajo este día, porque los moros, soltando las acequias, habían empantanado todas las vegas, y héchose tan grandes atolladeros, que no podían salir los carros ni los bagajes. Salió el marqués de los Vélez a recebir a don Juan de Austria como un cuarto de legua con algunos caballeros, dejando mandado a sus criados que mientras iba y volvía cargasen su recámara para irse a su casa, porque aun no había desocupado los aposentos del castillo, donde había de aposentarse don Juan de Austria, y había entretenido al licenciado Simón de Salazar, alcalde de casa y corte, que tres días antes había ido a hacer el alojamiento. No podía el marqués de los Vélez disimular el sentimiento que tenía de la ida de don Juan de Austria; y aunque se había visto con el comendador mayor de Castilla y dádose buenas palabras de ofrecimientos, sabía muy bien que le hacía poca amistad, y que había escrito a su majestad que no le parecía a propósito para dar fin a aquella empresa; y por ventura habían venido a su noticia las cartas primero que a las de su majestad, y lo había disimulado; y por esta causa huía de hallarse en un consejo con él y con Luis Quijada, y solamente quiso hacer el cumplimiento de salir a recebir a don Juan de Austria, y sin apearse tomar el camino para su casa, como en efeto lo hizo; porque habiendo llegado a besarle las manos y a darle el parabién de su venida, volvió con él hasta la puerta de la fortaleza, dándole cuenta del estado de las cosas de la guerra; y sin apearse se despidió dél y de todos aquellos caballeros que le acompañaban, y se fue de camino a la villa de Vélez el Blanco con la gente de su casa y una compañía de caballos de Jerez de la Frontera, cuyo capitán era don Martín de Ávila.




ArribaAbajoCapítulo II

Cómo don Juan de Austria fue sobre la villa de Galera, y la cercó


Habiéndose acrecentado el campo a número de doce mil hombres, don Juan de Austria mandó al capitán Francisco de Molina, que había venido de Motril por su mandado a servir en la jornada, que con diez compañías de infantería se fuese a poner en la villa de Castilleja, una legua de Galera, que estaba despoblada, porque era importante tenerle tomado a los enemigos aquel paso, por donde había de ser la entrada del socorro o se habían de retirar. Luego partió con el resto de la gente, y a 19 días del mes de enero de 1570 años caminó la vuelta de Galera. Esta villa era muy fuerte de sitio: estaba puesta sobre un cerro prolongado a manera de una galera, y en lo más alto dél, entre levante y mediodía, tenía los edificios de un castillo antiguo cercado de torronteras muy altas de peñas, que suplían la falta de los caídos muros. La entrada era por la mesma villa; la cual ocupando toda la cumbre y las laderas del cerro, se iba siempre bajando entre norte y poniente hasta llegar a un pequeño llano, donde a la parte de fuera estaba la iglesia que dijimos, con una torre nueva muy alta, que señoreaba el llano, y un río que bajando de la villa de Orce, se junta con el de Güéscar, y viene a romper las aguas en la punta baja de Galera, y desviándose luego, cerca el llano donde estaba la iglesia, y poco a poco corre hacia la villa de Castilleja. No estaba cercada de muros, mas era asaz fuerte por la dificultosa y áspera subida de las laderas que había entre los valles y las casas, las cuales estaban tan juntas, que las paredes eran bastante defensa para cualquier furioso asalto, no se pudiendo hacer en ellas batería que fuese importante, porque estaban puestas unas a caballero de otras en las laderas, de manera que los terrados de las primeras igualaban con los cimientos de las segundas, y el fundamento era sobre peñas vivas, alzándose hasta la más alta cumbre; y por esta causa eran los terrados tan desiguales, que no se podía subir ni pasar de uno en otro sin muy largas escalas; y teniendo los moros hechos muchos reparos y defensas en las calles, tampoco se podía andar por ellas sin manifiesto peligro. Había dos calles principales que subían desde la puerta de la villa que salía a la iglesia, hasta el castillo; las cuales, demás de ser muy angostas, las tenían los moros barreadas de cincuenta en cincuenta pasos, y hechos muchos traveses de una parte y de otra en las puertas y paredes de las casas, para herir a su salvo a los que fuesen pasando; y para poderse socorrer los unos a los otros en tiempo de necesidad, las tenían horadadas y hechos unos agujeros tan pequeños, que apenas podía caber un hombre a gatas por ellos: por manera que aunque faltaban los muros, no se tenían por menos fuertes con esta fortificación que si los tuvieran muy buenos. Y porque dentro no había pozos ni fuentes, habían hecho una mina, que iba cubierta desde las casas bajas hasta el río, donde salían a todas horas a tomar agua, sin que se les pudiese defender. Habiendo pues de cercar don Juan de Austria esta fuerte villa, donde había más de tres mil moros de pelea, y algunos turcos y berberiscos entre ellos, antes de asentar su campo quiso reconocerla por su persona; y tomando consigo al comendador mayor de Castilla y a Luis Quijada, con toda la gente de a caballo y algunos arcabuceros sueltos, la rodearon por unos cerros altos que la señorean a lo largo. Y puestos en una cumbre, donde mejor se descubría, entendieron que para tenerla bien cercada convenía repartir la gente en tres partes y ponerle tres baterías: la una hacia el mediodía, por la parte del castillo; la otra hacia levante, donde había un padrastro que tomaba la villa por través; y la tercera al norte, hacia la iglesia. Y para que se pudiesen socorrer mejor estos cuarteles, y los alojamientos estuviesen más acomodados, asentó el campo poco más arriba de donde el marqués de los Vélez había tenido el suyo, cubierto con un cerro que cae a la parte de levante cerca del río, y seguro de los tiros de los enemigos; y mandando al maese de campo don Pedro de Padilla que se pusiese con su tercio a la parte del norte por bajo de la iglesia, quedó la villa cercada por todas partes. Este mesmo día murió en Güéscar el licenciado Birviesca de Muñatones, de enfermedad; cuya muerte se sintió mucho en el campo, porque era hombre de valor y de consejo; y habiendo andado mucho tiempo fuera destos reinos en servicio del cristianísimo emperador don Carlos, había dado buena cuenta de los cargos que había tenido, y era muy prático y experimentado en las cosas de la guerra y de gobernación.



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ArribaAbajoCapítulo III

Cómo se plantaron las baterías contra la villa de Galera y se dieron dos asaltos, uno a la iglesia y otro a la villa


Teníanse todavía los enemigos la iglesia y la torre del campanario; y porque hacían daño en el cuartel de don Pedro de Padilla con las escopetas, y convenía echarlos luego de allí, don Juan de Austria mandó que ante todas cosas Francisco de Molina, que ya servía el oficio de capitán de la artillería, y en su lugar había ido a Castilleja don Alonso Porcel de Molina, regidor de Úbeda, hiciese traer de Güéscar la artillería que había venido de Cartagena y estaba a cargo de Diego Vázquez de Acuña, y les plantase batería; el cual puso tanta diligencia en hacer lo que se le mandó, que en una noche hizo un carril desde Güéscar a Galera, y dos pontones de madera sobre el río, por donde pasaron las carretas, y una plataforma cubierta con sus cestones de rama terraplenados; y antes que amaneciese comenzó a batir la iglesia con dos cañones gruesos. A pocos tiros se hizo en la pared un portillo alto y no muy grande, y juntándose con don Pedro de Padilla, el marqués de la Favara y don Alonso de Luzón y otros caballeros animosos, dieron el asalto y la entraron con muerte de los moros que la defendían, y no sin daño de los cristianos; y metiendo en la torre dos escuadras de arcabuceros, hicieron una trinchea, por donde podían llegar los soldados encubiertos de los tiros de los enemigos. Luego se puso en obra otra trinchea a la parte de mediodía, que bajaba por la ladera abajo, dando vueltas hasta el valle cerca del castillo, donde se hizo otra plataforma y se plantaron seis piezas de artillería para batir un golpe de casas que estaban a las espaldas dél, puestas sobre la torrontera que le cercaba a la parte de fuera. A esta obra atendía personalmente y con grandísimo cuidado don Juan de Austria, haciendo oficio de soldado y de capitán general, porque habiéndose de ir por la atocha de que se hacía la trinchea a unos cerros algo apartados, a causa de que los enemigos habían quemado la que había por allí cerca, para que los soldados se animasen al trabajo, iba delante de todos a pie, y traía su haz a cuestas como cada uno, hasta ponerlo en la trinchea. Demás desta plataforma se puso otra con diez piezas de artillería en el padrastro que dijimos, que tomaba la villa por través a la parte de levante, para batir por allí las casas y unos paredones viejos del castillo, y quitar las defensas a los enemigos, echándoles los edificios encima cuando se diese el asalto por las otras baterías, porque por esta no había arremetida, aunque se tenía todo el costado de la villa a caballero, porque había en medio un valle muy hondo fragoso. Estando pues las cosas en estos términos, no faltaron animosos pareceres que importunaron a don Juan de Austria que mandase dar un asalto por el cuartel de don Pedro de Padilla, diciendo que pues los de Güéscar habían entrado por aquella parte hasta cerca de la plaza, lo mesmo harían nuestros soldados; y sería de mucha importancia ir ganando a los moros algunas casas, y llevarlos retirando a lo alto. Este consejo parecía ir fundado en alguna manera de razón a lo que se veía desde fuera, porque todas las casas que estaban delante de la iglesia eran de tapias de tierra y no se descubría otra defensa; mas entrando dentro, estaba la fortificación bien diferente de lo que parecía, porque ni la artillería podía hacerles daño ni los nuestros ir adelante; y ellos podían hacer mucho mal a los que iban entrando, con las escopetas y con piedras desde lo alto, estando siempre encubiertos. Diose el infelice asalto, habiendo hecho algunos portillos en las paredes con la artillería; y como los capitanes y soldados hallasen los impedimentos dichos, y grandísima resistencia en los enemigos, después de haber peleado un buen rato, se hubieron de retirar con daño, dejando dentro acorralados muchos hombres principales, que porfiaron por ir adelante. Uno dellos fue don Juan Pacheco, caballero del hábito de Santiago y vecino de la villa de Talavera de la Reina, el cual fue preso por los enemigos, y viendo el hábito que llevaba en los pechos, le despedazaron miembro a miembro con grandísima ira. Había llegado este caballero al campo dos horas antes que se diese el asalto, y no había hecho más de besar las manos a don Juan de Austria en la trinchea, y bajar a visitar a don Pedro de Padilla, que era su deudo y de su tierra; y hallando que querían dar el asalto, quiso hacerle compañía; y pasó tan adelante, que cuando se hubo de retirar no pudo.




ArribaAbajoCapítulo IV

Cómo se dio otro asalto a la villa de Galera, en que murió mucha gente principal


Con el infelice suceso deste asalto no se alteró nada don Juan de Austria; antes viendo que la artillería hacía poco efeto en las casas, y que solamente horadaba las paredes de tapias, y no derribaba tanta tierra que pudiese hacer escarpe por donde poder subir la gente, acordó de hacer una mina al lado derecho de la batería alta, que entrase por debajo dellas y alcanzase parte del muro del castillo; porque se veía que volando todo aquel trecho, haría escarpe suficiente la ruina, por donde la infantería pudiese subir arriba y tomar a caballero a los enemigos en la villa. Esta obra se cometió al capitán Francisco de Molina, el cual hizo la mina con mucha diligencia; y habiendo acabado el horno y metido dentro cantidad de barriles de pólvora, y algunos costales llenos de trigo y de sal para que el fuego surtiese con mayor furia, a 20 días del mes de enero se mandó a las compañías de la infantería que bajasen a las trincheas, y diesen muestra de querer acometer a subir por unos portillos que había hecho la artillería, y por las casas que estaban a las espaldas del castillo, que caían encima de la mina, para llamar a los enemigos hacia aquella parte y poderlos volar; y por si fuese menester acudir con mayor fuerza para cualquier suceso, se puso don Juan de Austria con un escuadrón de cuatro mil infantes a la mira de lo que se hacía por frente del enemigo. Estaban los moros muy descuidados de que los nuestros pudiesen minar por aquella parte, donde había tan grande altura de peñas, que parecía cosa imposible poderlas levantar el fuego; los cuales, viendo entrar las banderas en las trincheas y ponerse las otras en escuadrón, entendieron que sin duda querían darles algún asalto por los portillos de la batería; y acudiendo luego a la defensa, se metieron más de setecientos escopeteros y ballesteros en las casas que estaban sobre la mina, y comenzaron a tirar con las escopetas a unos soldados que andaban descubiertos.   —312→   Cuando pareció ser tiempo, dio señal para que se pusiese fuego a la mina, la cual disparó con tanta violencia, que voló la peña y las casas y mató más de seiscientos moros, y hizo una ruina tan grande de la tierra, piedras y maderos que voló, que parecía que el escarpe daba entrada larga y capaz para cualquier número de gente. Luego envió los reconocedores, por si fuese menester quitar algunas defensas antes que la gente acometiese el asalto; y había sido bien acordado, si los animosos soldados que estaban en las trincheas no quisieran serlo ellos mismos. Era gran contento ver salir algunos moros de entre el polvo, como cuando se cae alguna casa vieja; mas presto se aguó, porque los soldados se desmandaron tras dellos, y comenzaron a subir por la ruina de la mina sin orden, hasta llegar al muro del castillo. A este tiempo don Juan de Austria mandó dar la señal del asalto, y acometiendo los alféreces con las banderas en las manos, se comenzó una pelea menos reñida que peligrosa. Los nuestros trabajaban por ocupar un portillo que la artillería había hecho en el muro del castillo, no hallando entrada por otra parte, porque la mina no había pasado tan adelante como convenía, y solamente había volado la peña y las casas que estaban a la parte de fuera, dejando los enemigos más fortalecidos; los cuales estaban prevenidos de manera, que para cada casa era menester un combate, según las tenían atajadas y puestas en defensa. Acudiendo pues los enemigos a la defensa del portillo, y siendo forzoso que los alféreces y soldados reparasen al pie del muro, era grande el daño que recebían de los traveses y de las piedras que les arrojaban a peso desde un reducto alto donde estaban los moros berberiscos, y entre ellos algunas moras que peleaban como varones, siendo bien proveídas de piedras de las otras mujeres y de los muchachos, que se las traían y daban a la mano. Habiendo pues estado detenida nuestra gente recibiendo el daño que hemos dicho, los animosos alféreces se adelantaron, y subiendo a raíz del muro uno tras de otro, porque no podían ir de otra manera, fueron a entrar por el portillo, siendo el delantero el de don Pedro Zapata, que puso su bandera sobre el enemigo muro con tanto valor, que si la disposición de la entrada diera lugar a que le pudieran seguir dos o tres de los otros se ganara la villa aquel día; mas como no pudo ser socorrido, los moros cargaron sobre él, y dándole muchas heridas, le derribaron por la batería abajo, llevando siempre la bandera entre los brazos, que no se la pudieron quitar, aunque le tiraban reciamente della. Luego cerraron a gran priesa el portillo con maderos, tierra y ropa, y le fortalecieron de manera, que no se pudo llegar más a él. Estaba en este tiempo don Juan de Austria mirando todo lo que se hacía, y pareciéndole que se podía entrar la villa por los terrados de las casas que caían a la parte de levante, mandó a los capitanes don Pedro de Sotomayor, don Antonio de Gormaz y Bernardino de Quesada, que con los arcabuceros de sus compañías fuesen a intentarlo, y que procurasen quitar del reducto del castillo los moros y moras que hacían daño con las piedras; los cuales, aunque conocían el peligro que llevaban, rindiéndole las gracias por la merced que les hacía en darles muerte tan honrosa, se adelantaron luego, y llegando a la batería, procuraron hacer lo que se les mandaba, tentando la entrada por diferentes partes; mas era por demás su trabajo, porque los enemigos, esperándolos encubiertos con sus reparos, los herían de mampuesto desde los traveses con las escopetas y ballestas, y matando más de ciento y cincuenta soldados, fueron también los capitanes heridos. Estando pues nuestra gente con esta dificultad descubiertos a la ofensa de los enemigos sin hacer otro efeto, y habiendo durado el asalto más de dos horas, don Juan de Austria, viendo la resistencia que había, y que convenía hacer mayor batería, mandó tocar a recoger, y se retiró la gente a tiempo que no iba mejor a los soldados del tercio de don Pedro de Padilla, que habían acometido a entrar por su cuartel. Murieron este día muchas moros, aunque fue mayor el daño de los cristianos, porque mataron cuatrocientos soldados y hubo más de quinientos heridos, y entre ellos muchos hombres de cuenta, que como el ánimo es de personas nobles que desean honra, mataban y herían en ellos como en hombres destroncados, antes de poder llegar a mostrar su valor. Murieron los capitanes Martín de Lorite, Juan de Maqueda, Baltasar de Aranda, Alonso Beltrán de la Peña, Carlos y Fadrique de Antillón, hermanos, y Pedro Mírez, alférez de don Antonio de Gormaz, y otros; y fueron heridos don Juan de Castilla, de escopeta en un brazo; don Antonio de Gormaz, vecino de Jaén, de muchas pedradas, y el capitán Abarca, de otra escopeta en el rostro, y murieron dentro de pocos días de las heridas. Fueron también heridos don Pedro de Padilla y su alférez Bocanegra, el marqués de la Favara, don Luis Enríquez, sobrino del almirante de Castilla; Pagan de Oria, don Luis de Ayala, y los capitanes don Alonso de Luzón, Juan de Galarza, Lázaro de Heredia, don Antonio de Peralta, y su alférez y sargento don Pedro de Sotomayor, y don Diego Delgadillo, su alférez; Bernardino de Quesada, Diego Vázquez de Acuña, don Luis de Acuña, su hijo; Bernardino Duarte, Bernardino de Villalta y su hermano Melchor de Villalta, Francisco de Salante y su alférez Portillo, Alonso de Alvarado, alférez de don Alonso de Vargas; Velasco, alférez de don Juan de Ávila Zimbrón, y otros muchos que por excusar prolijidad no ponemos aquí.




ArribaAbajoCapítulo V

Cómo don Juan de Austria mandó hacer otras dos minas en la villa de Galera, y la combatió y ganó por fuerza de armas


No paró en lágrimas ni en gemidos el dolor que don Juan de Austria sintió cuando vio tantos cristianos muertos y heridos; antes, furioso, con justa y santa piedad hizo enterrar a los unos y llevar a curar los otros. Y mandando juntar luego a los del Consejo, les dijo desta manera: «La llaga de hoy nos ha mostrado la cierta medicina. Yo hundiré a Galera y la asolaré y sembraré toda de sal, y por el riguroso filo de la espada pasarán chicos y grandes, cuantos están dentro, por castigo de su pertinacia y en venganza de la sangre que han derramado. Apercíbanse luego los ingenieros, y el capitán de la artillería no repose hasta tener hechas otras dos minas, que entren tanto debajo del castillo, que vuelen el rebellin de donde hemos recebido el daño, por manera que quede la entrada abierta a nuestra infantería por aquella parte; que sin duda no habrá resistencia que se lo impida. Y si se pone la diligencia   —313→   que conviene en ello, yo espero en Dios que con la infelice nueva llegará juntamente la de la vitoria a oídos del Rey mi señor». Diciendo estas palabras el animoso mancebo, su voz fue recebida del consentimiento de todos y muy loada; y acrecentó tanto el ánimo y ardor del ejército, que los capitanes y soldados, menospreciando el peligro, no deseaban cosa más que volver a las armas con los enemigos para tomar entera venganza por sus manos. Mientras de nuestra parte se trabajaba en las minas, los cercados no se descuidaban en la obra de sus reparos y en todo aquello que entendían serles necesario para su defensa; mas faltábales ya la munición, que era lo principal, habiéndola gastado en los asaltos, y habían perdido la mayor parte de la gente de guerra; y con todo eso pensaban poderse defender, confiados en la vana promesa que el Maleh les había hecho, de que los vendría a socorrer con todo el poder de los moros. Salieron una noche docientos moros a impedir la obra de una de las minas, donde acertó a hallarse el capitán Francisco de Molina, y con él el alférez Rincón y obra de veinte soldados, que todos hubieron menester menear bien las manos, porque llegaron determinadamente a la boca della y hirieron algunos de los nuestros; mas como se tocase luego arma, fueron retirados con daño, y no se atrevieron a salir más, ni contraminaron, teniendo por imposible que la pólvora pudiese volar un monte tan grande y tan alto como aquel sobre que estaba edificado el castillo, y entendieron que reventaría por lo más flaco antes de llegar a él. Esto es lo que después nos dijeron algunos moros, aunque lo más cierto fue que no se atrevieron a hacer la contramina, porque fuera necesario cavar más de cuarenta estados en hondo para ir a dar con ella. Sea como fuere, ellos no hicieron diligencia en este particular, habiendo hecho muchas en las otras defensas. Estando ya a punto las ruinas para poderlas volar, don Juan de Austria mandó batir con la artillería todas las defensas por cuatro partes. Don Luis de Ayala batió con cuatro cañones a la parte de mediodía, las casas y los muros del castillo que se podían descubrir. Los capitanes Bernardino de Villalta y Alonso de Benavides batieron con otras cuatro piezas el castillo por través, y las casas que se descubrían de un cerro algo relevado que está a la parte de poniente. Don Diego de Leiva, con dos piezas, las casas y defensas bajas por el cuartel de don Pedro de Padilla, a la parte del norte; y Francisco de Molina con diez piezas de artillería batía por través el castillo y unos paredones antiguos de la torre del homenaje, donde los enemigos tenían puesta la cabeza del capitán León de Robles, natural de Baza, que lo habían muerto estando allí el marqués de los Vélez, y todas las casas de la villa que caían en la ladera que responde a la parte de levante. Habíase salido de Galera huyendo estos días un muchacho morisco, y dado muy cierto aviso del estado en que estaban las cosas de los moros, y de la fortificación que tenían hecha, certificando a don Juan de Austria que la mina pasada había muerto más de setecientos moros escopeteros y ballesteros. El cual, entendiendo que acudirían a ponerse a la defensa en parte que las nuevas minas pudiesen volar, los que quedaban, a 10 días del mes de febrero mandó que toda la infantería bajase a las trincheas, y que la gente de a caballo se pusiese al derredor de la villa, por si los enemigos acometiesen a salir; y estando todos a punto con las armas en las manos, los que tenían cargo de las minas pusieron fuego a la primera, que estaba junto con la mina vieja; la cual salió con tanta furia, que voló peñas, casas y cuanto halló encima; mas no llegó al Castillo ni hizo daño en los moros, que, escarmentados de lo pasado, se habían retirado a la parte de dentro en una placeta que se hacía allí junto, dejando solos tres hombres de centinela en lo alto, echados de pechos, que no podían estar de otra manera, con orden que en viendo subir a nuestra gente les diesen aviso, para acudir con tiempo a la defensa. Volada la una mina, la artillería no dejó de tirar sin intervalo, y dende a un rato salió la otra, que estaba hacia poniente; la cual hizo tanta ruina, que los enemigos, atemorizados del gran terremoto y temblor de tierra que hizo estremecer todo el cerro, no subieron a descubrir al castillo, creyendo por ventura que aun no eran acabadas de salir todas las minas, ni las centinelas osaron aguardar en lo alto, porque venían tan espesas las pelotas sobre ellos de todas partes, que no tenían donde poderse guarecer. A este tiempo envió don Juan de Austria tres soldados a que reconociesen si las minas habían hecho suficiente entrada para el asalto, y si quedaba algún impedimento que lo estorbase; uno de los cuales llegó hasta el proprio muro del castillo, donde a la parte de poniente tenían los enemigos puesta una bandera grande colorada; y sin hallar quien se la impidiese, la tomó y se bajó con ella en la mano hasta la trinchea. Viendo pues los soldados que el capitán Lasarte, que así se llamaba el que trajo la bandera a la trinchea, había subido hasta arriba y tomádola sin resistencia, pareciéndoles que no había para qué perder tiempo, sin esperar otra señal salieron de las trincheas; y subiendo por las baterías, antes que los enemigos acudiesen a la defensa, ya tenían ocupado lo alto del castillo; y tomándolos a caballero, les fueron ganando las calles y las casas, saltando de unos terrados en otros por los mesmos pasos que ellos se retiraban. Ayudó mucho para divertirlos y desanimarlos el acometimiento que a un mesmo tiempo hizo por la parte baja don Pedro de Padilla con su tercio; el cual pasando a largo de la villa por la ladera de poniente, entró animosamente por los portillos que la artillería había hecho en las paredes de las casas; por manera que siendo los moros cercados y combatidos por muchas partes, desatinados con la niebla del temor, se iban a meter huyendo por las armas de nuestros soldados; y temiendo de caer en ellas, daban ellos mesmos consigo en la muerte. Estaba una placeta junto a la puerta principal, donde se iban recogiendo, y en ella acabaron de morir la mayor parte dellos. Fueron de mucho efeto las diez piezas de artillería con que batía Francisco de Molina, porque entró por allí el golpe de la gente; y como se descubrían los terrados por través, no dejaban parar moro en ellos, y los soldados, con las proprias escalas que tenían los enemigos aparejadas para ir de unos terrados en otros, subieron y se los fueron ganando; y horadando los techos de las casas con maderos, los arcabuceaban y se las hacían desamparar, y les fueron ganando la villa palmo a palmo, hasta acorralar más de dos mil moros en aquella placeta que dijimos, Recogiéronse algunos en una casa pensando darse a partido;   —314→   mas todos fueron muertos, porque aunque se rendía, no quiso don Juan de Austria que diesen vida a ninguno; y todas las calles, casas y plazas estaban llenas de cuerpos de moros muertos, que pasaron de dos mil y cuatrocientos hombres de pelea los que perecieron a cuchillo en este día. Mientras se peleaba dentro en la villa, andaba don Juan de Austria rodeándola por defuera con la caballería; y como algunos soldados, dejando peleando a sus compañeros, saliesen a poner cobro en las moras que hablan captivado, mandaba a los escuderos que se las matasen; los cuales mataron más de cuatrocientas mujeres y niños; y no pararan hasta acabarlas a todas, si las quejas de los soldados a quien se quitaba el premio de la vitoria, no le movieran; mas esto fue cuando se entendió que la villa estaba ya por nosotros, y no quiso que se perdonase a varón que pasase de doce años: tanto le crecía la ira, pensando en el daño que aquellos herejes habían hecho, sin jamás haberse querido humillar a pedir partido; y ansí hizo matar muchos en su presencia a los alabarderos de su guardia. Fueron las mujeres y criaturas que acertaron a quedar con las vidas cuatro mil y quinientas, así de Galera como de las villas de Orce y Castilleja y de otras partes. Hallose tanta cantidad de trigo y cebada, que bastara para sustento de un año, y ganaron los capitanes y soldados rico despojo de seda, oro y aljófar, y otras cosas de precio, que aplicaron para sí. Luego despachó don Juan de Austria correo con la segunda nueva de la vitoria, que no fue menos bien recebida en la corte de lo que había sido mal oída la primera. Alcanzó a su majestad en Nuestra Señora de Guadalupe, que iba de camino para la ciudad de Córdoba, donde había hecho llamamiento de cortes con deseo de ver los pueblos de la Andalucía, cosa que no había podido hacer hasta esta ocasión desde que el cristianísimo Emperador su padre le había hecho dejación de los reinos, por las muchas y grandes ocupaciones que había tenido; más no se hicieron por ello alegrías ni otra demostración de placer; solo dar gracias a Dios y a la gloriosa Virgen María, encomendándoles el católico Rey aquel negocio, por ser de calidad que deseaba más gloria de la concordia y paz que de la vitoria sangrienta. Don Juan de Austria me mandó a mí que hiciese recoger el trigo y cebada que tenían allí los moros, y que la villa fuese asolada y sembrada de sal, y partió con todo el campo la vuelta del río de Almanzora.




ArribaAbajoCapítulo VI

Cómo don Juan de Austria fue a Baza y envió a reconocer a Serón


Habiendo mandado don Juan de Austria asolar todas las casas de Galera y sembrarlas de sal, partió de aquel alojamiento con toda la gente de guerra para el lugar de Cúllar. Mas comenzando a caminar la vanguardia, se entendió que no podrían por aquel camino las carretas de la artillería ni los bagajes, porque había llovido y nevado mucho la noche pasada, y estaba la tierra hecha pantanos y barrizales, y había grandes atolladeros; y así fue necesario que las tiendas y todo el carruaje del campo se llevase a Güéscar; y dejándolo a mi cargo, prosiguió su camino con sola la infantería y caballos, mandándome que se enviase pan y cebada para sola aquella noche, y que otro día luego siguiente juntase carros y bagajes en que fuese todo el bastimento, armas y municiones que allí había, y lo llevase a la ciudad de Baza, donde le hallaría. Alojose aquella noche en Cúllar, y allí le envié cantidad de pan y cebada; y llegando el día siguiente a la ciudad el carruaje, se juntó allí todo el campo, y se dio luego orden en la ida del río de Almanzora. Lo primero fue mandar a don García Manrique y a don Antonio Enríquez y a Tello González de Aguilar, que con ciento y sesenta lanzas y cincuenta arcabuceros de a caballo de la compañía de don Alonso Portocarrero, llevando consigo los capitanes Jordán de Valdés y García de Arce, fuesen la vuelta de Serón, que era la primera plaza que se había de combatir, y reconociesen la disposición de la tierra y el sitio de aquella villa y el lugar donde se podría poner bien el campo; porque, aunque se había enviado a reconocer desde Galera, no se había podido hacer el reconocimiento, a causa de que acudieron muchos moros a defenderlo. Estos capitanes llegaron al lugar de Canilles de Baza al anochecer, y a las nueve de la noche, después de haber dado cebada a los caballos, caminaron la vuelta de Serón; mas era tan grande la escuridad que hacía, que la guía que llevaban perdió el uno de la tierra; y viendo que iba perdido, tomó por remedio descabullirse de la gente y dar a huir por los montes. Sucedió pues que apartándose don García Manrique a beber en una laguna de agua que estaba junto al camino con solos dos de a caballo, y no acertando después a volver a él, convino que diesen voces, y que la otra gente les respondiese para atinar adónde estaban, y por esta causa vinieron a ser sentidos de los moros, según lo que después se entendió. Hallándose don García sin guía con una escuridad tan grande, acordó de hacer alto hasta que amaneciese en un monte que está antes de llegar a la Fuen Caliente; y en siendo de día claro, comenzó a caminar, enviando delante sus atajadores. Y como no parecía moro por todo el camino, entendiendo que habían dejado a Serón, pasaron los corredores tan adelante, que llegaron cerca de la villa, yendo siempre el río abajo. Tenían los enemigos hecha una empalizada en la entrada del camino, por donde se sube al río de Serón; y estando puestos allí de emboscada, habían echado doce vacas y seis bagajes hacia el río, para mientras los cristianos fuesen a tomarlas salir a ellos; mas luego fueron descubiertos, porque llegando los atajadores al ganado, los moros salieron de la emboscada y los fueron retirando el río arriba hasta la otra gente. Estos eran doce escuderos de la compañía de Tello de Aguilar; los cuales refirieron a don García Manrique como detrás de aquella empalizada había mucho número de enemigos; y entendiendo que debían de tener más emboscadas que aquella, no quiso pasar adelante ni volver por donde había entrado; y tomando una vereda que don Antonio Enríquez sabía, dieron vuelta por la halda de la sierra hacia Canilles, dejando de retaguardia los arcabuceros de a caballo de don Alonso Portocarrero y los escuderos de Écija. Los moros saltaron fuera de aquellos valles, viendo retirar nuestra gente, y con grandes alaridos fueron siguiéndolos hasta que salieron de la sierra; mas aunque tenían ochenta de a caballo, no osaron apartarse de la escopetería, temiendo que nuestra caballería daría la vuelta sobre ellos; lo cual quisieron hacer muchas veces,   —315→   mas los capitanes no se lo consintieron. Esta retirada por diferente camino del que los nuestros habían entrado fue de mucha importancia; y si salieran por el camino derecho, hubieran bien menester las manos, porque les habían ya tomado el paso más de dos mil moros; de donde se entendió que habían sido sentidos aquella noche cuando don García Manrique se apartó de la gente. Este día un escudero de los de la compañía de Tello de Aguilar, llamado Leiva, yendo a retirar unos compañeros que habían quedado haciendo atalaya sobre un cerro, vio estar en una ladera diez o doce hombres de a caballo, vestidos de colorado; y entendiendo que eran escuderos de su compañía, porque traían todos aquella divisa, se fue para ellos y les dijo: «Ea, compañeros, retiraos; que hay emboscada». Los cuales le rodearon, y tomándole en medio, le prendieron y le llevaron a Serón, porque eran turcos y moros berberiscos; y no quisieron matarle. Retirado don García Manrique sin hacer el reconocimiento, volvió a puesta de sol al lugar de Canilles, donde estaba ya don Juan de Austria con todo el campo esperándole para ir a cercar a Serón; y viendo que habían dejado de reconocer la villa por ir poca gente, se acordó en el Consejo que fuesen mayor número de caballos y de infantes a hacer aquel efeto.




ArribaAbajoCapítulo VII

Cómo don Juan de Austria fue a reconocer a Serón y los moros le desbarataron, y la muerte de Luis Quijada


La propria noche que don García Manrique volvió a Canilles, se tomó resolución de que fuesen a reconocer a Serón dos mil arcabuceros escogidos y docientos caballos, porque convenía mucho entender bien la disposición que había, para cercar la villa de manera que no le pudiese entrar socorro, y que los cuarteles se pudiesen socorrer los unos a los otros cuando fuese menester; cosa que dificultaban mucho todos los que habían estado en aquel pueblo, diciendo que era tierra muy quebrada, y que por haber falta de agua en algunas partes, no se podía bien cercar. Don Juan de Austria quiso ir personalmente con esta gente, y acompañado del comendador mayor de Castilla y de Luis Quijada y de otros caballeros y gentileshombres de su casa, partió del lugar de Canilles a las nueve de la noche. Llevaba tres compañías de caballos, una del duque de Medina-Sidonia, cuyo capitán era Francisco de Mendoza, vecino de Gibraltar; otra de la ciudad de Jerez de la Frontera, que llevaba don Luis de Ávila, por indisposición de don Martín de Ávila, su hermano, que era el capitán; y la tercera del adelantamiento de Cazorla, y capitán della Hernando de Quesada. Con la infantería iban el maese de campo don Lope de Figueroa, y don Miguel de Moncada, y Juan de Espuche, y otros capitanes y gentileshombres de cuenta. Caminando pues toda aquella noche sin parar, a la hora que amanecía se emboscó la infantería en unas quebradas que están antes de llegar a Serón en la propria falda de la sierra; y pasando adelante don García Manrique con cien lanzas de la compañía del duque de Medina, se le dio orden que entrase al galope por el río abajo, dando muestra a los enemigos que iba a reconocer la villa, porque si hubiese algunos moros emboscados, saliesen a él; el cual llegó desta manera hasta la empalizada que dijimos; y viendo que no salía nadie, volvió hacia donde había dejado la otra gente. Viendo pues don Juan de Austria que los moros no habían salido como la otra vez, mandó a don Francisco de Mendoza que con sus cien lanzas y algunos caballos más fuese por el río abajo, y se pusiese de la otra parte de Serón en el paso por donde podían venir moros de Tíjola y de Purchena. Y haciendo de la infantería dos escuadrones, el uno dio a Luis Quijada para que fuese por la ladera de la mano derecha del río, y con él Juan de Espuche; y el otro dio al comendador mayor de Castilla para que fuese ocupando la otra parte del río hacia la mano izquierda, y con él don Lope de Figueroa; y por el lecho del río mandó ir la gente de a caballo con su guión, quedándose él con los alabarderos de la guardia y algunos gentileshombres, y obra de cien soldados en un cerro que descubría toda aquella tierra; porque el Comendador mayor y Luis Quijada no le consintieron pasar adelante, hasta que se entendiese que estaba todo el río seguro de emboscada, y que podría llegar cerca de la villa sin peligro de su persona, que era lo que más se procuraba. Con esta orden caminó toda la gente, y comenzando los moros a hacer ahumada, acudieron muchos de todos aquellos cerros con sus banderas; y así los de Serón como los que venían de otras partes, poniéndose en los recuestos, comenzaron a tirar de mampuesto con las escopetas a la gente de a caballo que iba por medio del río; de cuya causa mandó don Juan de Austria que se subiese su guión donde él estaba, porque recebían daño los que le acompañaban, tirándoles los enemigos como a terrero. Tello González de Aguilar, que iba esta jornada con solos cuatro escuderos de su compañía cerca de la persona de don Juan de Austria, y acompañaba el estandarte, con otros caballeros y gentileshombres, pasaron adelante, y fueron a juntarse con el escuadrón de Luis Quijada, que marchaba poco a poco buscando lugar dispuesto para poder acometer a los moros, que ocupaban las cumbres de aquellos cerros; el cual llegando en el paraje de una atalaya antigua, que estaba frontero de la villa en un cerro antes de llegar al camino que sube del río, repartió la gente en dos partes: la una dio a Tello González de Aguilar para que subiese derecho a la torre; y con la otra subió él por cerca del camino que va a Serón. Y subiendo animosamente los soldados escaramuzando con los enemigos, fueron retirándolos hasta la propria villa; y no osándolos tampoco aguardar allí, la desampararon, y se subieron a una sierra alta que está por cima de las casas. Las moras corrieron luego a meterse en el castillo, donde estaban muchos moros, que no cesaban de hacer ahumadas llamando socorro. A este tiempo llegó la gente del escuadrón que llevaba don Lope de Figueroa, y entrando los soldados por las casas, comenzaron a desmandarse, y algunos fueron por las calles hasta llegar a las puertas del castillo y captivaron muchas moras de las que iban a meterse dentro; y muchos cudiciosos, teniendo más cuenta con el interese que con la honra de la nación, se encerraron en las casas para guarecer la presa que habían ganado. Mientras esto se hacía, el Comendador mayor y Luis Quijada comenzaron a reconocer la villa, y andando mirando la disposición de aquella tierra, se descubrieron más de seis mil moros, que   —316→   acudieron a las ahumadas de Tíjola y de Purchena y de los otros lugares del río, con Hernando el Habaquí y el Maleh y otros capitanes moros; los cuales llegaron donde estaba el capitán Francisco de Mendoza a tiempo que la mayor parte de los escuderos se le habían ido a saquear las casas de la villa; y no se hallando poderoso para resistir a tan gran golpe de enemigos, comenzó a retirarse, tocando arma, por el río arriba. El Comendador mayor y Luis Quijada enviaron a don Miguel de Moncada con cantidad de caballos y de infantes a que le socorriese y reforzase la guardia de aquel paso; mas ya cuando llegó era tarde, porque encontró los caballos que venían retirándose a más andar; y los unos y los otros se retiraron, dejando libre el paso a los enemigos. A esto acudió luego el Comendador mayor en persona, y con mucha brevedad y presteza hizo un cuerpo de los soldados y caballos que pudo recoger, donde se favorecieron los que venían desmandados. Por otra parte los moros, hallando el paso desocupado, subieron hacia Serón; y juntándose con ellos los que habían salido huyendo de la villa, entraron por la parte alta; y hallando a nuestra gente desordenada, ocupados los soldados en robar, mataron muchos de los que se les opusieron; otros arrojaron vilmente las armas y dieron a huir, no siendo parte los más animosos para detenerlos. Don Lope de Figueroa fue herido de un escopetazo en un muslo; y matáranle si los escuderos de Écija no le retiraran. Estos escuderos libraron también al compañero, que los turcos de a caballo habían captivado y le tenían en una mazmorra. Fue tanto el temor y poca vergüenza de algunos soldados este día, que pareció ira del cielo, porque sin aguardarse unos a otros, no sabiendo por dónde poner las espaldas a los enemigos huyendo, ni por dónde el pecho peleando, iban de corrida hasta el río un buen cuarto de legua, y aun allí no se tenían por seguros. En tanta desorden don Juan de Austria bajó del cerro donde estaba, y acudió animosamente a mostrarse a nuestros cristianos, para que hiciesen rostro, o a lo menos se retirasen con orden, diciéndoles: «¿Qué es esto, españoles? ¿De qué huís? ¿Dónde está la honra de España? ¿No tenéis delante a don Juan de Austria, vuestro capitán? ¿De qué teméis? Retiraos con orden, como hombres de guerra, con el rostro al enemigo, y veréis presto arredrados estos bárbaros de vuestras armas». Con estas y otras palabras animaba y recogía los soldados, metido en el común peligro, porque los moros crecían, yendo siempre ejecutando su vitoria. Este día, andando Luis Quijada recogiendo la gente y poniéndola en escuadrón, fue herido de un escopetazo en el hombro, que le entró la pelota en lo hueco; y don Juan de Austria mandó retirarle luego y que Tello González de Aguilar con los caballos de Jerez de la Frontera le llevase a curar a Canilles; y con toda la otra gente se fue retirando lo mejor que pudo con grande ejemplo de su invicto valor, acudiendo a todas las necesidades con peligro de su persona, porque le dieron un escopetazo en la cabeza sobre una celada fuerte que llevaba, que a no ser tan buena, le mataran. Finalmente los moros, habiendo seguido más de un cuarto de legua a nuestros cristianos y hecho poco daño en la retaguardia, se volvieron aquella noche a Serón, y don Juan de Austria pasó a Canilles. Hubo algunos soldados de los que entraron en la villa, que no se pudiendo retirar, se hicieron fuertes en las casas y en las iglesias, y pelearon tres días con los moros, defendiéndose hasta que les pegaron fuego y los quemaron dentro. Murieron este día seiscientos hombres de nuestra parte y de los enemigos hubo fama que cuatrocientos, y hubo muchas moras captivas. Perdimos con la reputación más de mil arcabuces y espadas. Teniendo ganada la villa, los moros quedaron ufanos por aquella vitoria, y hicieron grandes regocijos. Estuvo nuestro campo algunos días en Canilles; y en este tiempo murió Luis Quijada de la herida, cuya muerte sintió don Juan de Austria tiernamente, porque era muy buen caballero, y había servido al Emperador su padre desde niño, y halládose con él en todas las ocasiones de las guerras que se le habían ofrecido, y por la mucha confianza que de su virtud tenía, se lo había encomendado y lo había criado desde su niñez, cuando aun no sabía cuyo hijo era, y así le llamaba tío, y él a él sobrino. La nueva deste suceso tuvo su majestad en Córdoba por carta de don Juan de Austria de 19 de febrero, dándole cuenta como por la desorden de los soldados se había dejado de ganar la villa de Serón, y pidiendo mayor número de gente con que poder proseguir adelante; y luego se despachó correo a las ciudades de Úbeda y Baeza y Jaén, por donde habían de pasar dos mil infantes que iban de Castilla y del reino de Toledo, con orden que donde quiera que los alcanzase, parasen; y dejando de ir a Granada, como les había sido ordenado, fuesen al campo de don Juan de Austria. Y al duque de Sesa se le escribió que le enviase el mayor número de gente que pudiese, quedando él proveído de manera que por falta della no dejase de hacer los efetos que se pretendían por aquella parte; encargándole brevedad en su entrada en la Alpujarra, por ser cosa que daría mucho calor a lo que don Juan de Austria había de hacer en el río de Almanzora. Mas ya cuando le llegó este mandato había salido de Granada, y estaba recogiendo su campo en el lugar del Padul, como diremos en el siguiente capítulo. Dejemos agora a don Juan de Austria rehaciendo su campo, y vamos a lo que se hizo en este tiempo a la parte de Granada.




ArribaAbajoCapítulo VIII

De lo que proveyó el duque de Sesa en Granada, y cómo salió a juntar su campo en el lugar del Padul para entrar en la Alpujarra


Antes que el duque de Sesa saliese de Granada, porque en la ciudad y presidios comarcanos hubiese la guardia y seguridad que convenía, proveyó las cosas siguientes: que en la fortaleza de la Alhambra quedasen los capitanes Lorenzo de Ávila y Gaspar Maldonado con sus compañías, y Antonio Martínez Camacho, con cincuenta soldados, a orden del conde de Tendilla; en la ciudad seis compañías de infantería, capitanes Juan Núñez de la Fuente, don Cristóbal de León, don Diego de Vera, Francisco Montesdoca, don Lope Osorio y Bartolomé Pérez Zumel, capitán y cabo de toda esta gente, y Juan Franco, sargento mayor; y tres estandartes de caballos del marqués de Mondéjar, de don Bernardino de Mendoza y de Martín Noguera, y Jerónimo López de Mella con su gente. Éste era vecino de Medina de Rioseco, hombre caudaloso en aquella tierra, y había venido con un hermano suyo, llamado Blas López de Mella,   —317→   ciento y sesenta leguas, a servir en esta guerra a su costa con ocho escuderos de a caballo y diez arcabuceros de a pie, y después se le había acrecentado el número de la gente. En la Vega mandó quedar las compañías de Antonio de Baena y Pedro Navarro, con seiscientos infantes, y con orden que en la ciudad de Santa Fe pusiesen cincuenta soldados, que estuviesen allí de ordinario con la caballería del duque de Arcos. Quedaron asimesmo en la Vega dos estandartes de caballos de Lázaro de Briones y de Gaspar de Aguilera. En Alfacar, la Zubia y Gójar Hernán López con trecientos hombres de las cuadrillas. En Guéjar cuatro compañías de infantería, capitanes Pedro de la Fuente, Luis Coello de Vilches, Hernando Becerra de Moscoso y don Francisco Hurtado de Mendoza, capitán y cabo del presidio; el cual pusiese cien soldados en Pinillos para guardia de aquel paso, y en Níbar la compañía de don Francisco, del partido de Alcántara. Dio orden al corregidor Juan Rodríguez de Villafuerte, que apercibiese de nuevo los capitanes de cada colación, para que tuviesen la gente de la ciudad a puño, así la de a pie, como la de a caballo, señalando por cabo de las compañías de infantería a don Pedro de Vargas, veinticuatro de aquella ciudad, y por sargento mayor a Jorge de Baeza; y que las guardas, rondas y centinelas se hiciesen de la mesma manera que hasta allí. Quedó el gobierno de paz y de guerra al presidente don Pedro de Deza, y que don Gabriel de Córdoba, como superintendente de la gente de guerra, asistiese en el Consejo con él, y se ejecutase lo que allí se ordenase, haciendo oficio de capitán general; asistiendo asimesmo con ellos el Corregidor y los que más pareciese al Presidente, según las ocasiones que se ofreciesen. Todas estas cosas proyectó el duque de Sesa antes de salir de Granada; y cuando le pareció tiempo, a 21 días del mes de febrero deste año de 1570, partió de aquella ciudad, y aquel proprio día llegó al Padul, donde se había de juntar toda la gente. Estaba don Juan de Mendoza en las Albuñuelas, que había ido a recoger las compañías que iban viniendo de las ciudades y señores; el cual vino al Padul a 23 de febrero. Detúvose el Duque en aquel alojamiento muchos días con harta importunidad, esperando gente y vituallas y armas, que habían de venir de Málaga, y haciendo reductos en Acequia y en las Albuñuelas y en las Guájaras. En las Albuñuelas puso de presidio a don Gutierre de Córdoba con mil infantes y un estandarte de caballos; a las Guájaras envió al capitán Antonio de Berrio con quinientos arcabuceros, sin caballería, por no ser la tierra dispuesta para ella; y en el Padul y Acequia ordenó otros presidios para en su partida. A Jayena envió a don Alonso de Granada Venegas con cincuenta arcabuceros y el estandarte de caballos de Baeza de Juan de Carvajal, porque su majestad había mandado que se pusiese allí con alguna caballería, para que por su medio, como persona de confianza, de quien la podían tener los rebeldes, se pudiese tener alguna inteligencia con ellos para que se redujesen, como él lo había ofrecido, que era el lenguaje que más se trataba; porque su majestad, como atrás dijimos, deseaba más la concordia que la vitoria de sus vasallos. Y porque la gente no estuviese ociosa comiendo el bastimento en el Padul, mientras se engrosaba el campo, y llegaban los bastimentos, armas y municiones que esperaba de Granada y de Málaga y de otras partes, mandó hacer el Duque algunas correrías, y se pusieron emboscadas a los moros que andaban por el valle, y fueron presos algunos, de quien se entendió el desinio del enemigo, y como había enviado al Habaquí a lo del río de Almanzora con autoridad de capitán general, y puéstose él con toda la gente de la Alpujarra en Andarax, no con propósito de defender la entrada a nuestro campo, sino para molestarle, dando en la retaguardia y en las escoltas de los bastimentos, y necesitándole a que, fatigado de hambre, de cansancio, y sin ganancia, le dejasen, porque deste parecer eran el Habaquí y los capitanes turcos. Y que a la parte de poniente había enviado cuatro mil moros con el Rendati y el Macox y con otros, la mayor parte de los cuales eran de aquellas comarcas y de la sierra de Bentomiz, para el mesmo efeto; mandándoles que metiesen cuatrocientos hombres en el castillo de Lanjarón, y procurasen defenderle, para desde allí salir a hacer sus saltos cuando el campo del duque de Sesa pasase, ofreciéndoles que los socorrería con todo su poder cuando fuese menester, y que estaba confiado en el socorro que le prometía su esperanza que había de venirle de Argel. En este lugar ponemos dos cartas, una que Aben Aboo escribió al menfti7 de Constantinopla, que es como obispo; y otra del secretario de Aluch Alí, a fin de que se entienda que no se descuidaba en este particular; y luego volveremos a nuestra historia.

CARTA DE ABEN ABOO AL MENFTI DE CONSTANTINOPLA, PIDIENDO SOCORRO DEL GRAN TURCO

«Loores a Dios. Del siervo de Dios, que está confiado en él, y se sustenta mediante su esfuerzo y poderío. El que guerrea en servicio de Dios, el gobernador de los creyentes, ensalzador de la ley, y abatidor de los herejes descreídos, y aniquilador de los ejércitos que ponen competencia con Dios, que es Muley Abdalá Aben Aboo; ensálcele Dios ensalzamiento honroso, y haga señor de notorio estado y señorío. El que sustenta el alzamiento de la Andalucía, a quien Dios ayude y haga vitorioso, mediante la fuerza de su brazo, que es el que tiene el cuidado y el poderío para ello; a nuestro amigo y especial querido nuestro, el señor engrandecido, honrado, generoso, magnífico, adelantado, justo, limosnero y temeroso de Dios, a quien Dios gualardone con la felicidad del perdón, y después desto la salud de Dios general y comprehendiente sea con vuestro estado alto, y la gracia y bendición abundante de Dios. Hermano y amigo muy preciado nuestro, ya hemos tenido noticia de vuestro estado alto y ser tan generoso, y como de compasión que habéis tenido de la desamparada y abatida gente, habéis siempre preguntado con cuidado por nosotros para certificaros de nuestros sucesos, y os habéis dolido de todo nuestro trabajo y aprieto en que nos han puesto estos cristianos; y también nos envió una carta el alto y poderoso Rey, sellada con su sello, prometiéndonos socorro de   —318→   gran número de gente con su armada, y todo lo que más hubiésemos menester para sustentar esta tierra. Y porque estamos con estos malos en gran congoja, ocurrimos de nuevo a las altas y muy poderosas puertas, y pedimos el socorro de vuestra parte y la vitoria por vuestra mano. Por tanto socorrednos; socorreros ha Dios altísimo sobre todas las gentes. Y vuestra señoría informe de nuestro negocio al Rey poderoso, y le haga saber de nuestro ser y estado, y de la grandísima guerra que de presente tenemos entre las manos. Y dígasele a su alteza que si es servido de nos favorecer, nos socorra presto y se dé mucha priesa, antes que perezcamos, porque vienen dos ejércitos poderosos contra nosotros para acometernos por dos partes; y si nos perdemos, le será pedida cuenta de nosotros, y terná largo juicio el día de la resurrección; y la razón desto se podría alargar en esta parte; y porque el hombre no tiene más poder ni esfuerzo para hablar, ceso. La salud de Dios y su gracia y bendición os acompañe. Que es escrita martes a 11 días de la luna de Xahaban el acatado del año de 977; que conforme a nuestra cuenta, fue a 11 días de la luna de febrero en el año de 1570. Y decía en el sobrescrito: Sea dada al señor alto vicario y consejero mayor de Constantinopla, que está debajo del amparo de Dios». El registro desta carta se tomó en la cueva de Cástares entre los papeles de Aben Aboo, y se mandó romanzar después en Granada, dándola el comendador mayor de Castilla a don Juan de Austria; el cual la envió al presidente don Pedro de Deza para aquel efeto.

CARTA DEL SECRETARIO DEL REY DE ARGEL PARA ABEN ABOO

«Con el nombre de Dios poderoso y misericordioso. Guarde Dios el estado alto, cumplido, generoso, venturoso del rey Mahamete Abdalá Aben Aboo. La salud de Dios sea con vos, y su gracia y bendición. Hacémoos saber que recibimos el recaudo que nos enviastes acerca de los negocios de vuestro estado y de los enemigos de nuestra ley, y entendimos lo que nos dijistes que dijo el señor de España, que está determinado de acabaros. Nosotros seremos aquellos que con el ayuda de Dios le acabaremos a él; y para esto os enviamos la s armas, escopetas, pólvora y plomo que veréis, en lo cual hicimos de presente toda nuestra posibilidad; y en lo que decís, que no os hemos socorrido porque las ciudades que tenemos están flacas de gente, juro por Dios que tal acá no he sabido que se haya dicho; antes os queremos socorrer por el grande amor que os tenemos, y por el grande amor que el Rey, Dios le ensalce, os tiene. Por tanto no temáis, que el Rey tuvo necesidad de ir a las ciudades de África, que es la ciudad de Túnez, y no se partió hasta que envió una galeota a la costa de Turquía a la casa alta del Rey, que Dios ensalce, haciéndole saber el estado en que estáis; y nuestro rey, que Dios conserve su estado, acabado este viaje partirá luego para esa tierra, mediante Dios. Hemos sabido que se ha visto con el rey de Túnez sobre una ciudad que se llama Bexa, y que le echó de ella, y dio Dios la vitoria a nuestro rey y le rompió su ejército, y le mató cantidad de dos mil hombres, y huyó el rey de Túnez con número de docientos de a caballo, y entró el rey nuestro en Túnez, y prestamente vendrá a esta ciudad y irá a socorreros, y enviará la armada que baja para vuestro intento y socorro, mediante Dios. Hemos oído decir que captivastes al hermano del Marqués: si es así y ha venido a vuestra mano, enviadlo al Rey, y enviad con él otra cosa antes que venga, para que el día que llegare se lo presentemos, diciéndole: Veis aquí el presente que os envía el rey de la Andalucía; y con esto le aumentaremos el deseo que tiene de ayudaros, porque vosotros el día de hoy sois un cuerpo con nosotros. Y por Dios os encargo que lo hagáis ansí, y esta es la verdad que os certificamos; y lo demás os informará nuestro amigo Cacim, criado nuestro; y no sigáis las palabras de las gentes, y haced lo que Cacim os dijere. Esto es lo que os hacemos saber. Dios os haga saber todo bien. La salud sea con vuestra alteza, y la gracia y bendición de Dios. El que tiene necesidad de su socorro, secretario de nuestro señor el Rey, que Dios ensalce». Estaba puesto en la carta el sello de Aluch Alí, que conocimos; y decía en el sobrescrito: «Guarde Dios al gobernador grande, ensalzado, acatado, Mahamete Abdalá Aben Aboo». También vino esta carta originalmente a poder de don Juan de Austria, y la romanzó el licenciado Castillo en Granada por su mandado.




ArribaAbajoCapítulo IX

Cómo don Antonio de Luna corrió la sierra de Bentomiz y puso presidio en Zalia, y retiró los moriscos de algunos lugares de la jarquía de Málaga


Demás de las provisiones que dijimos que hizo el duque de Sesa cuando salió de Granada, fue una, que pudiera ser muy importante si la gente no faltara al mejor tiempo, que fue enviar a don Antonio de Luna a correr y asegurar la sierra de Bentomiz y la tierra de Vélez Málaga, donde el Darra y los otros caudillos de los moros hacían muchos daños, y a recoger los moriscos de paces de los lugares del Borge, Comares, Cútar y Benamargosa, y enviarlos la tierra adentro, y hacer tres fuertes, y poner presidios en Zalia, Competa y Nerja, y entrar luego corriendo la costa hacia Almuñécar para divertir a los enemigos, y quemarles los bastimentos y necesitarlos con hambre. Para este efeto se ordenó a los corregidores de Antequera y Málaga que le acudiesen con su gente de a pie y de a caballo; los cuales acudieron luego, don Fadrique Manrique con la de Antequera, don Gómez Mejía de Figueroa con la de Loja, Alhama y Alcalá la Real, y Arévalo de Zuazo con la de Málaga y Vélez, y el licenciado Soto con la de Archidona, que serían todos al pie de cinco mil hombres. Y juntándose en Canilles de Aceituno a l.º de marzo, fue a Competa, pensando hallar alguna resistencia; y no hallándola, pasó a Nerja, y de camino corrió el fuerte de Fregiliana, donde se mostraron al pie dél hasta cien moros, que escaramuzaron con los soldados sueltos de la vanguardia; y volviendo luego huyendo al fuerte con una bandera, subieron tras dellos los nuestros, y matando seis moros, se derrocaron los otros por aquellas sierras, de manera que no fueron más vistos, y captiváronse doce moras. Aquella noche durmió el campo en Nerja, y estuvo el siguiente día en aquel alojamiento, aguardando las vituallas que iban de Vélez y de Loja; y en este tiempo envió don Antonio   —319→   de Luna dos mangas de arcabuceros a correr la sierra por dos partes, que mataron otros dos o tres moros y captivaron otras seis mujeres, y siendo avisado que el Darra tenía hecha una fusta para pasarse a Berbería, llevando el moro que le dio el aviso a que se la mostrase, la halló en una rambla metida, y en otra rambla halló otra comenzada a labrar, y una caldera de brea para brearla, y madera, y lo hizo quemar todo. El sábado 4 de marzo, queriendo partir de allí, halló que se le había ido casi toda la gente, unos con achaque que les faltaba la comida, y otros por entender que era jornada de poca ganancia, por haber ya poco que saquear en aquella tierra. Decía después don Gómez Mejía de Figueroa que don Antonio de Luna le había mandado que se fuese a Loja con la gente de aquellas tres ciudades, pareciéndole que bastaba la de Antequera, Málaga y Vélez, por el poco bastimento que había. Sea como fuere, hallándose con solos mil hombres, determinó pasar adelante con ellos por el camino de la marina derecho a Almuñécar; y porque no se podía ir por otra parte con los caballos y bagaje, hizo noche en el camino en la boca del río de la Miel. Llegado a Almuñécar, tomó algún refresco de vitualla para ir al lugar de Lentejí, donde dijo una espía que había más de cinco mil moros, y era mentira, porque no había sino obra de quinientas almas. Estuvo la gente algo temerosa con esta nueva, y tomando docientos soldados de los de aquel presidio, fue aquella noche a alojarse legua y media de allí en la mitad del camino. Otro día martes, a 7 de marzo, tomó la mañana, y llegó a las nueve al lugar, donde pensaba hallar los enemigos; mas halló que habían huido de media noche abajo. Mataron los soldados cinco que hallaron en el lugar, y captivaron uno, y tomáronse algunos bagajes. Los soldados de Almuñécar, que estaban algo lastimados de aquellos moros, pusieron fuego al lugar y le quemaron todo. Hallose cantidad de pasa y mucho aceite, y poco pan en las casas y cuevas, que todo se quemó y derramó; y lo mesmo se hacía en los lugares donde llegaban, destruyendo y quemando todos los bastimentos. Súpose del moro que se prendió como los moros iban la vuelta de los prados de Lopera, y por ser temprano, determinó don Antonio de Luna de ir tras dellos, y fue a dormir aquella noche a un cortijo del marqués de Mondéjar. Los moros que iban delante echaron sobre mano izquierda antes de llegar a los prados, y fueron la vuelta de Almijar. Aquella noche, estando en el cortijo, se le fueron más de quinientos hombres, y cuando quiso partir, hallándose solamente con obra de seiscientos soldados de Vélez y de Málaga, y pocos de los de Antequera, pasó a la ciudad de Alhama, donde llegó a 9 de marzo; pidió a la ciudad bastimentos y docientos hombres; y con ellos, y con otros docientos que escribió al corregidor de Loja que le enviase, y la gente que le había quedado, volvió al castillo de Zalia, donde dejó al capitán Cristóbal de Reinoso con los caballos contiosos de Andújar y alguna infantería; y entrando en la Jarquía, retiró los moriscos de los lugares sospechosos sin escándalo ni alboroto, porque los hallaron descuidados. A los del Borge retiró Arévalo de Zuazo, don Fadrique Manrique a los de Comares, y don Antonio de Luna a los de Cútar y Benamargosa; los cuales caminaron la tierra adentro a 16 de marzo. Y porque no llevaba gente que poder dejar en Competa, no se puso aquel presidio desta vez.




ArribaAbajoCapítulo X

Cómo se comenzó a hacer negociación para que los alzados se redujesen


Deseaba su majestad mucho que se efetuase la redución de los alzados, movido de su natural clemencia, y por ver que había muchos entre ellos que ni se habían alzado con voluntad, ni cometido los sacrilegios y delitos que otros; y demás desto se trataba de la liga y confederación de los príncipes cristianos contra el Gran Turco, que amenazaba los pueblos de levante con su poderosa armada; y habiendo de ir don Juan de Austria por generalísimo del ejército de la liga, convenía que diese fin a lo que tenía entre manos; porque papa Pio V, de felice memoria, había enviádole su embajada con el maestro don Luis de Torres, natural de la ciudad de Málaga, que después fue arzobispo de Monreal, exhortándole, como verdadero pastor, a la general concordia y defensa del pueblo católico. Con este aviso fue al campo Juan de Soto, y a servir de secretario a don Juan de Austria. Y entendida la voluntad de su majestad, se trataba con calor el negocio de la redución; y hubo algunas personas principales, que solían tener amistad con los caudillos de los moros antes que se alzasen, que se ofrecieron a reducirlos, especialmente don Alonso de Granada Venegas, que, como dijimos, se había ido a poner de presidio en Jayena, para desde allí procurar alguna inteligencia con ellos; y don Hernando de Barradas, vecino de Guadix, y otros que deseaban hacer algún buen efeto en este particular, y con la paz y redución excusar la saca que se trataba de los moriscos de paces del reino. Don Hernando de Barradas había tenido licencia de don Juan de Austria para poder escrebir a Hernando el Habaquí, que era grande amigo suyo, y aun se había visto con él en 15 días del mes de febrero en un monte de Sierra-Nevada sobre el lugar del Deyre, viniendo el moro hecho ya capitán general en lugar de Jerónimo el Maleh, que era fallecido de enfermedad, con quinientos escopeteros, y entre ellos cien turcos con un sanjaque o estandarte colorado; y llevando don Hernando de Barradas solos cinco de a caballo, había tratado con él del negocio, y aconsejádole que ganase perdón y gracia con su majestad, pues tenía buena ocasión para ello; y él le había prometido que lo trataría con sus amigos por los mejores medios que pudiese, y dádole a entender que nadie lo deseaba más que él, y que había muchos de esta opinión entre los alzados; y con estos principios se hicieron algunas diligencias para atraerlos a este propósito por algunas vías. El presidente don Pedro de Deza, para que generalmente entendiesen los alzados que tenían lugar de misericordia con su majestad si dejaban las armas, cosa que les desviaban de creer los monfís y los que tenían las conciencias cargadas de gravísimos delitos, industriosamente mandó al licenciado Castillo que escribiese en lengua árabe una carta persuatoria, disminuyéndoles el ayuda y favor de los turcos, deshaciendo los pronósticos que tenían, encareciendo mucho el poder y clemencia de su majestad, y aconsejándolos con buenas razones que tratasen de algún medio   —320→   para reducirse; el cual la escribió, y sin poner en ella nombre de autor, porque entendiesen que era algún morabito o alfaquí que se condolía de sus trabajos y de ver su perdición, se sacaron muchos traslados della, que llevó una espía a los lugares de la Alpujarra, y echó en parte donde pudo ser hallada y leída. La cual fuimos después informados que hizo mucho efeto en los hombres de buen entendimiento, y generalmente en todos los que deseaban quietud; y por esta razón la pornemos en este lugar, que traducida en lengua castellana a la letra, decía desta manera:

CARTA PERSUASORIA

«Con el nombre de Dios piadoso y misericordioso. No hay esfuerzo ni poderío sino en Dios, y la santificación sea sobre el mejor de sus mensajeros y sobre su gente y familias. La salud cumplida sea con aquellos que honró, y no les desamparó el bien; que son en este mundo dichosos, y en el otro serán con su ayuda gozosos. Los caudillos, ancianos, alcaides, alguaciles belicosos, y otros señores y amigos, vecinos y conquistadores de la Alpujarra y de sus anejos, salud en Dios, y gracia y bendición sea con todos nosotros, y nos esfuerce con su favor y ayuda. Esto es lo que os desea un especial amigo vuestro, que de nuestro general bien y conservación de nuestras vidas y honras está muy solícito y congojoso; el cual ha tenido siempre cuidado de considerar los sucesos desta nuestra guerra, y lo que della pretendemos sacar, andando siempre entre vosotros tanteando las cosas que suceden y las que podrán suceder adelante para amparo de nuestras vidas y honras. Y habiéndome desvelado para hallar manera como se pueda sustentar y continuar lo comenzado, es verdad que me obliga vuestro grande amor, y lo que debo al servicio de Dios altísimo, a que os declare lo que en realidad de verdad siento dello, mediante lo cual pienso alcanzar gracia ante el acatamiento divino, en el día que a ninguno aprovechará la hacienda ni las familias, sino limpieza de corazón de toda mácula y culpa. Y lo que con mis fuerzas he alcanzado a saber es, que andamos muy errados y fuera del camino de la verdad en esta conquista que pretendemos todos, confiados, miserables y desventurados de nosotros, en razones flacas, y fuerzas inválidas y vanas promesas, que no pueden guiarnos al fin que pretendemos. Y si nos atendemos a ellas, sed ciertos que nos perderemos confiando en el socorro de los turcos, y asegurándonos dellos; los cuales vemos claramente que nos burlan y engañan y desean nuestra perdición; porque ellos no pretenden más que aprovecharse de nuestras riquezas y de nuestras mujeres y hijas, como lo hemos visto; y cuando se hallaren ricos, se irán a sus tierras, y nos dejarán cargados de molestias y vejaciones, usando de su acostumbrada tiranía y maldad, que lleva su natural condición; y después se reirán de nosotros, como lo han hecho y hacen muy de ordinario donde llegan. Y ciertamente os digo que ha pasado así en efeto, y que muchos dellos me han dicho, que si no ven en nosotros más provecho del que han visto hasta agora, nos han de saquear y tomar cuanto tenemos, y se han de ir, y que más vale que lo lleven ellos que no que quede a los cristianos. Y no dudéis en ello, que ya lo han comenzado a hacer, por ser, como son, estas gentes extranjeras, bárbaras, y que carecen de toda lealtad y misericordia, y de condición tiranos y muy avarientos; lo cual es muy ordinario en los levantiscos y en la gente de Berbería; y así dice nuestro antiguo proverbio, que tenemos acerca desto, que todo lo que viene de levante es bueno, salvo el hombre y el aire. Esto es ansí, y se comprueba por lo que vemos que hacen cada día y por lo que han hecho en otras partes, como fue en Argel, que, so color de socorrer el Rey de aquella ciudad, vimos todos que se le alzaron con el reino, y sujetaron toda la gente dél, y hasta hoy está debajo de su dominio, tiranía y tributo; y es cierto que los naturales querrían más ser tributarios de otro cualquier rey cristiano que dellos. Lo mesmo hicieron en Túnez en tiempo de Hayredin Barbarroja; el cual, fingiendo querer socorrer a un rey de aquella ciudad, se alzó con el reino, y fue causa de la destruición de los moros, como todos sabemos. Estas y otras cosas semejantes se han hecho en nuestros días. Y pues lo sabemos, y entendemos lo que se puede fiar de los turcos, miremos bien lo que hacemos y lo que nos cumple; no se venga a cumplir en nosotros lo que nuestra profecía dice, que nuestra generación ha de perecer beyn barbar y agem, que quiere decir entre bárbaros y advenedizos8. Asimesmo me parece que las causas que nos movieron a seguir esta conquista, como son los pronósticos que nos prometen los juicios que tenemos della, no son ciertas ni bastantes; porque en estos pronósticos más se promete nuestra perdición que otra cosa. Y los socorros que dicen que ternemos no consta cómo ni cuándo, ni hay en ellos tiempo limitado; y lo que dicen unos, deshacen y contradicen otros. Y en cuanto al año que ha de entrar en sábado, también hubo yerro y falta por nuestro poco saber; porque el año que dice el pronóstico es conforme a nuestra computación lunar, y no a la computación del año solar, como lo fue el año que comenzamos esta guerra, que es año de los cristianos, del cual no habla nuestro pronóstico. Y dado caso que entrase el año en sábado, no hay razón que satisfaga a que fuese aquel día más que otros muchos sábados, en que ha comenzado muchas veces el año, y comenzará de aquí adelante; en los cuales no nos movimos a comenzar esta guerra. Demás desto, vemos claramente la contradición que hay en los pronósticos, y, no se ha de dar crédito a cosas semejantes, contrarias y diferentes en todo género de contradición; porque en uno de los juicios dice que en esta nuestra conquista no perecerá más de un solo hombre de nosotros, de oficio bajo, y que será molinero; y el otro, que es el juicio de Zaid el Guergali, que es el más cierto de los juicios que tenemos, dice que serán muy pocos en número los que de nosotros quedarán en esta conquista.   —321→   Otras contradiciones y repugnancias hay, y cosas imposibles, que parecen fabulosas ficciones para engañar a los que saben poco, como es lo de las nubes y de las aves, y del arcángel Gabriel y de Miguel, y de la mano de Josef, y de la espada de Idris, rey de Fez, y otras fábulas que se refieren en ellos; y no es de creer que sean profecías ni dichos de nuestro Profeta ni de otro ninguno que tuviese espíritu de profecía; antes deben ser consuelo y entretenimiento que algunos alfaquís modernos compusieron para entretener con esperanza a nuestros antepasados y a nosotros en estos reinos de la Andalucía. Y por Dios todo poderoso os juro que esto me certificaron personas de grande erudición y saber, diciendo que esta fue la intención y la razón destos pronósticos. Y si otra cosa fuera, no hubiéramos dejado de hallar alguna minción dellos en el Alcorán o en alguna otra dotrina de la Zuna y ley que tenemos aprobada por los halifas y sucesores de nuestro Profeta; la cual no se halla, y es lo que totalmente quita la devoción de darles crédito en poco ni en mucho; antes es en contrario dellos lo que se halla en la Zuna acerca desto, porque es nuestra total destruición, y triunfo perpetuo que los cristianos ternán de las tierras de Europa, como se refiere por estas palabras que nuestro Profeta dice: -Sacaros han los rumís9 della en diversas juntas a las partes más ásperas de sus tierras. -Demás desto, no sé yo quién pone duda en el poder del gran rey de España, y en que nosotros comparados con él somos como la mosca con el elefante. Y por el descomedimiento que le hemos hecho podría decirnos, como nos lo dice la lengua de la representación desta guerra, lo que el grandísimo roble dijo al mosquito, que habiendo susurrado dentro dél un buen rato, pidiéndole perdón por el ruido que le parecía que había hecho, le respondió el roble: -Por cierto no tienes que pedirme perdón, porque ni sentí cuando entraste entre mis ramas ni cuando saliste dellas. -En verdad os digo, hermanos, que si este poderosísimo rey no tuviera en más nuestra locura que el ruido del mosquito, y pretendiera de nosotros alguna venganza, que en una hora diera cabo de nuestras vidas, aunque no enviara de sus pueblos más que los cojos. Y si nos confiamos en los socorros que estos mentirosos burladores nos prometen, tanto más le enojaremos, y daremos causa para que haga lo que hizo Hércules con los Pigmeos, que los hizo pedazos a todos, viendo su contumacia de querérsele poner encima estando durmiendo. También os quiero desengañar, que aunque todos los socorros de turcos y árabes y reyes de África vengan, no podrán ganar nada con el rey de España, porque es invencible, y el día de hoy le temen todos los reyes de levante y de poniente, y ninguno hemos visto que le haya osado acometer; antes piensan no hacer poco en guardarse y defenderse dél, y les ha ganado sus fronteras; las cuales no han podido recuperar con todo el poderío que tienen, estando dentro de los límites de sus reinos. Pues si esto es así, ¿qué confianza tenemos, o en qué podemos fundarnos, para pensar que le han de ganar las tierras que él tiene y posee dentro de sus límites en España? Considerando pues estas tan válidas y convencibles razones, me parece, hermanos míos, que miremos muy bien lo que hacemos, y que alcemos la mano de la guerra, procurando algún medio que menos dañoso nos sea, siguiendo la dotrina de los cuerdos, que dicen que de dos males se debe escoger el menor, que más vale tuertos que ciegos. Yo entiendo, por la mucha equidad y templanza que hemos visto en este rey, que se nos concederá, procurándolo con tiempo y no enojándole más; porque la culpa del yerro hecho inconsideradamente, cuanto al principio tiene la puerta del remedio abierta, la tiene después cerrada con la perseverancia y contumacia; y como dice nuestro refrán antiguo, «el que no pudiere ganar el juego, bien es que lo haga maña». Bien sé que nos concederá esta maña, por lo que hemos visto que nos ha esperado; porque si otra cosa hubiera pretendido, en un almuerzo o cena nos despachara; y a mi juicio debe de haberlo hecho de lástima y de compasión que de nosotros tiene, a lo menos de algunos que entiende no haber sido participantes deste mal en poco ni en mucho, como en efeto es la verdad. Atengámonos pues a la buena razón y al buen consejo, y alcemos este juego antes que nos dé mate, y tal, que no podrá ser mayor ni más malo ni de tanta perdición, porque será pérdida de haciendas, de honra y de cabezas; y por ventura valdrá más mi consejo que las vanas promesas de los turcos y moros de Berbería y que los pronósticos en que tan neciamente hemos puesto nuestra confianza. Por ventura podrá ser que este rey, a cuyo cargo estábamos, terná compasión de nosotros, especialmente de los que entiende y es informado que están inocentes desta liviandad que hemos intentado, como lo ha hecho con los granadinos; a los cuales ha mandado amparar y recoger en sus tierras, no permitiendo que se les haga mal ni daño en poco ni en mucho, por la constancia que tuvieron en no alzarse ni venir a estos desesperaderos de sierras a padecer tanta malaventura como padecemos, esperando la miel del vientre de las hormigas. Dios sea el que nos guíe por el camino que más sea servido, y nos esfuerce para ello, y agradezca la voluntad con que os significo todas estas cosas, y se apiade de nosotros y de nuestros hijos. Y perdonadme que no os declaro quién soy, declarándoos mi intención, porque lo hago de miedo de la calumnia de los que quieren seguir esta mala ventura, y porque la verdad fue siempre odiosa a los que no se precian della. Que es escrita en esta Alpujarra por uno de vuestros especiales amigos, que el bien general de todos desea, a 20 días de la luna de Ramadán el grande del año de 977. Dios nos haga participantes de sus bienes y bendición por su infinita misericordia». Y en el sobrescrito decía: «A los señores caudillos, alguaciles, regidores de la Alpujarra, que Dios altísimo tenga debajo de su amparo. Esto es lo que decía la carta. Volvamos al campo de don Juan de Austria.




ArribaAbajoCapítulo XI

Cómo don Juan de Austria fue sobre la villa de Serón y la ganó


Cuando don Juan de Austria hubo reforzado su campo en Canilles de Baza, donde estuvo algunos días, y proveídose de bastimentos, artillería y municiones   —322→   para ir al río de Almanzora, sabiendo que ya el duque de Sesa había salido de Granada con el otro campo, partió de aquel alojamiento con ocho mil infantes y quinientos caballos. La primera jornada que hizo fue a la Fuen Caliente, y a la hora que llegó, que sería a vísperas, mandó a Tello González de Aguilar que con los caballos de su cargo diese vista a Serón desde unos cerros que están de la otra parte del río por frente de la viña, y que no se quitase de allí hasta que el campo estuviese alojado. Los moros pensaron hacer lo que la vez primera, y en descubriendo la caballería salieron huyendo la vuelta de la sierra para aguardar el socorro y volver a dar sobre nuestra gente; mas como vieron que no iba nadie a ocupar la villa, volvieron aquella noche a meterse dentro. Otro día de mañana marchó nuestro campo en su ordenanza por el río abajo, llevando la vanguardia de la infantería el capitán Antonio Moreno con el tercio de su cargo, y la caballería delante; y como los enemigos entendieron que se les iba a poner cerco de propósito, no se asegurando en la villa ni en el castillo, le pusieron fuego de parte de noche; y dejándole ardiendo, tornaron a subirse a la sierra, como de primero. Viendo pues don Juan de Austria que el castillo ardía, y entendiendo que los moros le habían desamparado, mandó a Tello González de Aguilar que fuese a ponerse en el proprio paso donde había estado Francisco de Mendoza, y a don García Manrique que con mil y quinientos arcabuceros tomase lo alto de la sierra sobre la villa a la parte de Tíjola, que eran los pasos por donde los moros habían de entrar con el socorro. Habíanse recogido a las almenaras que toda la noche habían hecho los de Serón, más de siete mil moros en Purchena, donde había venido Hernando el Habaquí; y al tiempo que nuestra gente caminaba la vuelta de la villa, comenzaron a descubrirse como venían el río arriba puestos en sus escuadrones, con sus banderas tendidas, tocando sus atabalejos y dulzainas, a manera de representación de batalla. Don Juan de Austria envió luego a don Martín de Ávila que fuese a reconocerlos con las cien lanzas que servía Jerez de la Frontera; el cual los reconoció, y refirió que era mucha gente, y que le parecía traer determinación de pelear. Entonces mandó cesar el alojamiento, y ordenó sus escuadrones y exhortó los capitanes y soldados; y apeándose del caballo, se puso en la vanguardia delante del escuadrón de la infantería. El Habaquí traía la vanguardia de su campo con ochenta caballos, y luego seguía un escuadrón de infantería a veinte y cinco por hilera, puestos en tan buena orden como si fueran soldados muy práticos, y dos mangas de escopeteros sueltas, que fueron acercándose hacia nuestra caballería, tirando con las escopetas para provocar a que los nuestros hiciesen algún acometimiento desordenadamente. Y hiciérale Tello González de Aguilar si don Juan de Austria quisiera darle licencia para ello; el cual le mandó que se estuviese quedo; y haciendo apartar el escuadrón de la vanguardia sobre mano izquierda para que pudiese tirar la artillería contra los enemigos, bastó aquello para que dejasen el camino que llevaban y tomasen la vuelta de la sierra hacia donde don García Manrique estaba; y cargándole con grandísima furia, comenzaban ya nuestros soldados a aflojar y muchos dellos a huir; y perdiéranse todos si don Juan de Austria viendo ir al enemigo la vuelta dellos, no enviara dos mil arcabuceros en su socorro, los cuales reforzaron la pelea por nuestra parte cargando animosamente a los enemigos, que firmes se sustentaron más de una hora. En este tiempo mandó don Juan de Austria a Tello González de Aguilar que con sus cien lanzas subiese la sierra arriba, y con él dos adalides que guiasen, porque era tan fragosa, que apenas parecía poderla hollar caballos: tardó en subir más de media hora por la parte hacia donde nuestra gente peleaba; y cuando llegó arriba no llevaba más de cuarenta caballos con su estandarte, porque no le habían podido seguir los otros. Y siendo a tiempo que don García Manrique tenía frente a los enemigos y los comenzaba a arrancar con la gente del socorro, hizo tocar las trompetas y los acometió. Fue tanta la turbación de los moros en ver caballería donde entendían que no podía subir, que perdiendo la furia y el ánimo juntamente, dieron a huir. Siguiose el alcance por nuestra parte, matando y hiriendo muchos dellos, y prendiendo algunos, les tomaron siete banderas, y el Habaquí, dejando muerto el caballo, se escapó huyendo a pie. Habida esta vitoria, la villa y el castillo quedó por nosotros: alojose nuestro campo en unas viñas junto al río, y mandose a los gastadores que terrasen los cuerpos de los cristianos muertos, que aun estaban tendidos por aquellos campos desde la rota pasada. Detúvose don Juan de Austria allí algunos días, porque comenzaban a faltar los bastimentos para ir adelante, mandándome a mí que fuese a las ciudades de Úbeda y Baeza y al adelantamiento de Cazorla a proveer el campo, como lo hice. Y cuando fue tiempo, partió sobre Tíjola, dejando de presidio en Serón al capitán Antonio Sedeño con cuatro compañías de infantería y una de caballos para asegurar las escoltas, y en el castillo a Cristóbal Carrillo, criado del marqués de Villena, con docientos soldados que había enviado a su costa para aquel efeto. Vamos a lo que en este tiempo hacia el duque de Sesa.




ArribaAbajoCapítulo XII

Cómo el duque de Sesa fue con su campo a Órgiba, y de algunas escaramuzas que tuvo con Aben Aboo estando en aquel alojamiento


Treinta días estuvo el duque de Sesa en el primer alojamiento aguardando la gente, armas y bastimentos, que con harta importunidad se le enviaba desde Granada; tanto, que fue necesario dar por coadjutores al Proveedor general, al licenciado Pedro López de Mesa y al Corregidor Juan Rodríguez de Villafuerte. Y como todo estuviese ya aprestado, y su majestad diese prisa por razón de que don Juan de Austria estaba ya en el río de Almanzora, y cualquiera dilación era muy dañosa, especialmente que enfermaba la gente y se consumían los bastimentos, don Pedro de Deza fue a visitarle y a solicitar su partida; y a 9 días del mes de marzo, yendo con él el contador Francisco Gutiérrez de Cuéllar, marchó con todo el campo, en que iban diez mil infantes y quinientos caballos y doce piezas de artillería de campaña y muchos caballeros del de Andalucía y de Granada, parte con cargos, y otros que de su voluntad le acompañaban. Aquella noche se alojó en Béznar, donde llegó la retaguardia muy tarde, por ser mucho el bagaje y el camino malo. Estuvo en aquel alojamiento   —323→   dos días, y en este tiempo se descubrieron algunas banderas de moros, con más ánimo de espantar y entretener que de pelear, porque encargándoles nuestra gente, se retiraron y fueron a meterse en el castillo de Lanjarón, flaco de muros, aunque de sitio fuerte para batalla de manos. Y como fuesen algunos de parecer que lo combatiesen, el duque de Sesa no lo consintió, diciendo que los moros no tenían agua ni bastimento dentro, y que de necesidad se habían de ir de allí aquella noche, y le dejarían el paso libre y desembarazado, que era lo que se pretendía, como en efeto lo hicieron. Pasó otro día, 12 de marzo, nuestro campo a Lanjarón, y los moros mostraron querer hacer algún acometimiento; mas don Martín de Padilla con la caballería de la vanguardia les dio la carga hasta el lugar de Cáñar, y los escarmentó de manera, que no parecieron más. Y de un moro que se prendió se supo como Aben Aboo había encomendado el castillo de Lanjarón al Rendedi con cuatrocientos moros, con orden que lo sustentase, mas no se atrevió a parar en él; antes en viendo llegar nuestra vanguardia, salieron huyendo los que estaban dentro, y se pusieron a dar grita a los cristianos desde la otra parte del río. No pudo llegar la retaguardia aquella noche a Lanjarón, y para esperar la escolta que iba de Acequia se detuvo un día en este alojamiento, y a 14 de marzo caminó la vuelta de Órgiba. Desde este alojamiento fue Francisco Gutiérrez de Cuéllar a informar a su majestad del estado de las cosas de la guerra, y volvió luego a Granada con la orden de lo que se había de hacer, y asistió en el Consejo con el Presidente hasta que se acabó de allanar la tierra. Llevaba el Duque su campo bien ordenado conforme a la disposición de la tierra por donde iba, que era difícil de hollar por su aspereza. Iban los escuadrones de la infantería prolongados de a once soldados por hilera para formarlos con brevedad cuando fuese menester, y las mangas de arcabucería ocupando de un cabo y de otro las cumbres y los pasos peligrosos; el bagaje muy recogido, y guarnecidos los lados de arcabucería, y la caballería puesta siempre en parte que pudiese salir a hacer sus acometimientos sin turbar las ordenanzas, y las cuadrillas de la gente del campo sueltas delante descubriendo la tierra, y algunos caballos con ellas. Y llegando al paso donde se entendía que habría alguna resistencia, el Rendedi y otros capitanes con él, que tenían tomadas las cumbres de las sierras, se descubrieron con más de tres mil moros; y dando muestra de querer defender el paso, comenzaron a desvergonzarse y a hacer algunos acometimientos animosos, aunque de poco efeto, porque el Duque les mandó dar una fuerte carga; y se les dio tal, que no pararon hasta meterse en las sierras, recibiendo daño y haciendo poco, y dejando algunas armas, y entre ellas la más hermosa escopeta turquesca que se había visto en estas partes, porque tiraba onza y cuarta de pelota, y tenía diez palmos de cañón. Desocupado el paso, nuestro campo fue a alojarse a Albacete de Órgiba, donde estuvo más de veinte días haciendo un fuerte en que poder dejar mil hombres de presidio, por causa de las escoltas. En este tiempo Aben Aboo llegó algunas veces a desasosegar nuestro campo: envió cuatrocientos escopeteros, a 19 días del mes de marzo, a que procurasen prender algún cristiano para tomar lengua; los cuales llegaron a tiempo que pudieran hacer algún efeto si el duque de Sesa no previniera, enviando luego cien caballos y docientos arcabuceros, que pelearon con ellos un buen rato y los desbarataron; y matando diez y siete moros, les ganaron una bandera y captivaron dos alpujarreños, de quien se supo la cantidad de gente que Aben Aboo tenía en Poqueira, y como pensaba pelear en aquel paso y le tenía reparado. Dos días después desto envió dos mil hombres; y estando el duque de Sesa en misa, que quería recibir el Santísimo Sacramento, hincado de rodillas delante el preste, se descubrieron de la otra parte del río como trecientos moros escopeteros con una bandera blanca, puestos en tan buena orden como si fueran soldados práticos. Y como los atambores tocasen arma y los soldados se recogiesen alborotadamente a las banderas viendo que llegaban los enemigos cerca de los alojamientos, el Duque, conociendo del sacerdote que se había alterado, le dijo mansamente que se reportase y que prosiguiese en el oficio sin alteración; y cuando hubo comulgado con mucha devoción, salió luego a poner su gente en ordenanza. Mandó a don Jorge Morejón, vecino de Antequera, que con la caballería de su cargo y algunos arcabuceros a las ancas fuese la vuelta de los moros, los cuales les hicieron rostro, y hechos una muela sobre un cerrillo, comenzaron a escaramuzar con ellos, saliendo de diez en diez con tan buena orden, como si fuera gente disciplinada en la milicia. Desta manera tuvieron suspenso y puesto en arma nuestro campo hasta las cuatro de la tarde, y a esta hora, dando muestra que se retiraban a la sierra que cae a la parte de mediodía, asomaron las banderas con el golpe de la gente hacia Poqueira. Mas ya a este tiempo el duque de Sesa, sospechando el ardid del enemigo, y que llamaba por una parte para acometer por otra, se había puesto a su frente; y mandando a don Jorge Morejón que se retirase, estaba con sus ordenanzas aguardando a que los enemigos bajasen. Luego se entendió que no venían a pelear y que aquella representación que hacían, solamente era para desasosegar nuestro campo y para que no se entendiese la flaqueza que de su parte había. Desta manera estuvieron los unos y los otros puestos en arma. Los moros hicieron gran cantidad de fuegos por todos aquellos cerros al derredor, y estuvieron haciendo algazaras hasta media noche y tocando los atabalejos y dulzainas, y al cuarto del alba se retiraron a Poqueira. El duque de Sesa estuvo siempre puesto en arma hasta que supo que el enemigo estaba retirado, y entonces mandó que se fuesen las banderas a sus cuarteles. Dejemos agora al duque de Sesa; que adelante diremos otras cosas que sucedieron en este alojamiento, y digamos la orden que se tuvo en este tiempo en sacar los moriscos de paces de la vega de Granada.




ArribaAbajoCapítulo XIII

Cómo se sacaron los moriscos de paces de los lugares de la vega de Granada, y los llevaron la tierra adentro, y la orden que en ello se tuvo


Para necesitar a los rebeldes y reducirlos a extrema miseria, ninguna cosa convenía más que quitarles los moriscos de paces que quedaban en el reino de Granada; porque metiéndolos la tierra adentro, se les quitaba de todo punto la comodidad de poderse rehacer de   —324→   gente, y especialmente de avisos, armas y bastimentos, que les daban secretamente. Deste parecer había sido siempre el licenciado Alonso Núñez de Bohorques, y lo estaban ya los del Consejo, y especialmente el duque de Sesa y don Pedro de Deza; y habiéndose dado y tomado sobre el negocio, y consultádolo a su majestad, se resolvió en que se hiciese ansí. Quisiera mucho su majestad que don Juan de Austria sacara los de Guadix y Baza y de los lugares de su jurisdición antes de entrar en el río de Almanzora; y así lo había escrito por carta de 24 de febrero, que los recogiese con el menor escándalo que ser pudiese, dándoles a entender que se hacía por su bien, y dejándoles llevar sus mujeres y hijos y bienes muebles; el cual había dejado de hacerlo por hallarse ya en el alojamiento de Serón cuando recibió la carta, y parecerle que no convenía volver atrás ni dividir el campo, y que se podría hacer con mejor comodidad cuando llegasen las banderas de los dos mil infantes que venían de Castilla y del reino de Toledo a cargo de don Juan Niño de Guevara, deteniéndolos algún día en aquellas ciudades con achaque de tomarles muestra, porque de necesidad los habían de encerrar en las iglesias en un mesmo día, como se había hecho con los del Albaicín de Granada, para quitarles la comodidad de poderse ir a las sierras; cosa que ninguno dejara de hacer pudiendo, según lo mucho que sentían haber de dejar sus casas; y ansí lo escribió a su majestad. Después desto, por carta de 5 de marzo su majestad replicó que le había parecido bien lo que decía; y que después de haberle enviado la primera orden, se había acordado en el Consejo que en todo el reino de Granada no quedase morisco de paces; y que pareciéndole, lo remitiese al presidente don Pedro de Deza, dándole calor y gente para que lo ejecutase, por estar menos ocupado que él ni el duque de Sesa. Y aunque todavía don Juan de Austria dificultaba el negocio por el poco número de gente que había fuera de los dos campos, y decía que en la forma de ponerlo el Presidente en ejecución se le representaban las mesmas dificultades que a él, y que en ninguna manera se podía desmembrar parte de la gente que llevaba, sin la fuerza de la cual no se debía intentar negocio tan arduo como era sacar los moriscos de sus casas; y que todavía sería bien aguardar a que llegase la gente de Castilla, como había dicho, y a que se hiciese algún buen efeto en lo que traía entre manos, como hombre que deseaba hacerlos todos por su persona, todavía su majestad, resuelto en que no convenía dilación, por otra carta de 21 de marzo le avisó como, por excusar que no se dividiese el campo, se había cometido al Presidente que lo hiciese él con la gente de las ciudades y de los señores que estaban cerca de Granada; y que por no perder ocasión había parecido no aguardar a la que venía de Castilla. Con esta carta se le envió la orden para que la enviase al Presidente y le advirtiese de lo que le ocurría sobre ello. Hubo duda si quedarían algunos moriscos principales regidores, y que tenían privilegios particulares para traer armas, y otros que no las traían y habían servido extraordinariamente después del levantamiento, o si sería el llevarlos cosa general, de manera que no quedase ninguno; y su majestad, como príncipe justo, quiso guardar las preeminencias a los que lo merecían, y ansí mandó que se hiciese. Llegada esta orden a don Pedro de Deza, luego puso en ejecución lo que tocaba a despoblar las alcarías de la vega de Granada. Nombró por comisarios, regidores y personas principales de la ciudad, que fuesen a encerrarlos en las iglesias, y les dijesen cómo su majestad, por hacerles bien, los quería apartar del peligro en que estaban, y meterlos la tierra adentro, donde viviesen seguros mientras se acababan aquellos trabajos; y mandó que les dejasen vender todos sus bienes muebles, y que no les consintiesen hacer molestia ni vejación alguna. Y para que tuviesen mejor despacho en el pan y ganados, que no podían llevar consigo, mandó al Proveedor general que lo tomase para provisión de la gente de guerra, pagándoles el trigo y cebada de contado a la tasa, y los ganados a precios justos y moderados. Con estas cosas se aseguraron, y con igual quietud y desconsuelo se encerraron en las iglesias domingo de Ramos, 19 días del mes de marzo deste año de 70, y los llevaron al hospital real de Granada. Juan Sánchez de Obregón, veinte y cuatro de aquella ciudad, sacó los de Otura con la gente que allí estaba alojada. Los de Ugíjar, la alta y la baja, retiró don Pedro de Vargas con la gente que estaba alojada en las proprias alcarías y otra que se le dio de la ciudad; y don Martín de Loaysa, con una compañía de infantería de Villanueva de la Serena, recogió los de Churriana. Este fue el primer tercio, y en el segundo fueron para el mesmo efeto Pedro Nuño, con infantería de la ciudad, a Albolote; Alonso López de Obregón, con la gente de la hermandad y la de su parroquia, fue a Armilla; Juan Moreno de León, a Belícena, y don Diego Zapata al Atarfe; y a Pinós, Luis de Béjar, alguacil mayor de Granada, con gente que a todos estos se dio de la que había en la ciudad y la que don Diego Zapata traía consigo. En el otro tercio fueron el capitán don Antonio de Tejeda, vecino de Salamanca, con su compañía de infantería, a Alhendín, y don Pedro y don Miguel de León, con la gente de Medina del Campo, a Gabia la Grande. Hecho esto se echó un bando general, que todos los moriscos que habían quedado en Granada y en las otras alcarías y cortijos de su jurisdición, saliesen luego del reino, so pena de la vida. Los del primer tercio se juntaron en Churriana, y el siguiente día fueron con escolta a Santa Fe, y de allí a Illora y a Alcalá la Real con otra escolta de gente de la tierra. En esta ciudad los detuvieron un día, esperando que llegasen los del segundo tercio, que se habían juntado en el Atarfe y salido por Pinós a Moclín, y con la gente de aquella villa y de sus cortijos, volviéndose la escolta, los llevaron a Alcalá la Real, donde se juntaron con ellos, y juntos fueron a Alcaudete, a la Torre de don Jimeno, a Mengíbar, a Linares, a las ventas de Arquillos, a Santisteban del Puerto, al Castellar, a Villamanrique, a Valdepeñas, a Almagro y a Ciudad Real, donde los entregaron a las justicias para que tuviesen cuenta con ellos, y allí quedaron hechos moradores. El postrer tercio de los de Alhendín y Gabia fueron el siguiente día con escolta a Colomera, y los de aquella villa los llevaron al Campillo de Arenas, y de mano en mano a Jaén, a Baeza, a la torre Perogil, a Villacarrillo, y a la Torre de Juan Abad, donde los entregaron al gobernador del partido de Montiel para que los repartiese en aquellos lugares. Esta nueva llegó a su majestad estando en Córdoba, y holgó extrañamente de ver la facilidad   —325→   con que se había hecho, porque le ponían mil inconvenientes, y loó la buena diligencia y la resolución que se había tenido en la ejecución de aquel negocio. Dejemos agora la saca de los otros moriscos de paces, que a tiempo seremos, y vamos a don Juan de Austria, que ha rato que nos espera en el río de Almanzora.




ArribaAbajoCapítulo XIV

Cómo don Juan de Austria fue sobre la villa de Tíjola, y cómo el capitán Francisco de Molina y don Francisco de Córdoba tuvieron pláticas con el Habaquí, persuadiéndole a que se redujese


Partió don Juan de Austria del alojamiento de Serón, donde se detuvo algunos días dando orden en la provisión de los bastimentos, a 11 días del mes de marzo, y fue el mesmo día a poner su campo sobre Tíjola. Esta villa está una legua de Serón, yendo el río abajo en la propria acera. Fue antiguamente edificada por los moros sobre un monte áspero y fragoso, cercado todo de peñas muy altas, que no dan más de una entrada bien dificultosa a la parte de la sierra; y los moradores, por caerles tan a trasmano la morada antigua para sus labores, habían bajádose a vivir al pie del monte, cerca de las huertas y del río. Los cuales en la ocasión de este levantamiento repararon los caídos muros, y se recogieron a lo alto con sus mujeres y hijos; y fortaleciéndose lo mejor que pudieron, cuando supieron que don Juan de Austria iba sobre ellos, metieron dentro a Caracax con cincuenta turcos de guarnición; y estando confiados en la fortaleza del sitio, y proveídos de bastimentos, pensaban defenderse dentro de cualquier impetuoso acometimiento. Alojose nuestro campo en el lugar bajo y las huertas; y para tener cercados a los enemigos y quitarles el socorro, mandó luego don Juan de Austria que don Pedro de Padilla con su tercio ocupase la montaña que cae a la parte de Purchena, por donde les podía venir; y que mil arcabuceros del tercio de don Lope de Figueroa ocupasen otra montaña que cae hacia Serón, donde se habían de poner las baterías. Había dentro del fuerte mil moros de pelea, y entre ellos trecientos escopeteros; los demás todos eran de armas enhastadas de poca importancia; los cuales salieron algunas veces a escaramuzar, queriendo defender el alojamiento, y siempre se retiraron con daño. Atendió don Juan de Austria a plantarles la artillería por dos partes, y no se pudo comenzar a batir hasta 21 de marzo, por ser muy dificultoso el subirla a lo alto; tanto, que fue necesario desencabalgar cuatro piezas de bronce, de las que llamaban de la nueva invención, de peso de diez y ocho quintales cada una, para subirlas con un nuevo artificio en el aire, arrimando dos árboles gruesos y muy largos a una peña tajada, y por cima de ellos tiraban las piezas arriba con carruchas y maromas: tanto puede el ingenio y la fuerza de los hombres; y de la mesma manera subieron las cureñas y las ruedas, y los tablones y maderos para hacer la plataforma. Mientras esto se hacía, el capitán Francisco de Molina, que tenía conocimiento con Hernando el Habaquí, general de los moros, y había posado en su casa en el lugar de Alcudia siendo cabo de la gente de guerra de Guadix, y héchole algunas buenas obras antes que se fuese a la sierra, pidió licencia a don Juan de Austria para escribirle una carta aconsejándole que se redujese, porque entendía que tomaría su consejo. Estaba el Habaquí en Tíjola poco antes que nuestro campo llegase; y como hombre poco amigo de estar cercado, había ídose a meter en Purchena, y allí tenía recogida la fuerza de los moros del río de Almanzora; y como Francisco de Molina sabía los tratos que había entre él y don Hernando de Barradas, quisiera que se efectuara el negocio por su mano, confiado en la amistad que con él tenía. Y siéndole concedida la licencia que pedía, le escribió luego que holgaría mucho que se viesen, con ocasión de tratar algunas cosas convenientes y muy necesarias al bien de los cristianos y de los moros, y de dar orden en lo de los prisioneros, porque los turcos se quejaban que en prendiendo alguno dellos le ahorcaban, y que se les hacía mala guerra, siendo soldados aventureros, y no vasallos rebelados. Esta era la letra de la carta; mas el moro, que tenía buen entendimiento, coligió el fin a que se le escribía, y respondió que el siguiente día saldría media legua de Purchena con cuarenta de a caballo y cincuenta escopeteros de a pie, y que fuese de su parte con otros tantos, porque allí tratarían de lo que decía. Salió Francisco de Molina al puesto con cuarenta caballos, y entre ellos algunos caballeros y capitanes, que holgaron de acompañarle por ver al Habaquí y a los turcos que venían con él; y hallando al moro que le estaba esperando con cuarenta de a caballo y quinientos peones escopeteros, le envió a decir que no era razón que llegase con más gente de la que él llevaba; que dejase atrás los peones, y se adelantase con sola la caballería. El moro holgó dello, y adelantándose los dos capitanes, el nuestro solo, y el Habaquí con dos turcos aljamiados a los lados, que como gente sospechosa, no se fiando de su capitán, quisieron hallarse presentes y oír lo que trataban, estuvieron un rato hablando en conformidad de lo que Francisco de Molina había escrito, y concluyeron su plática con que era cosa razonable hacer buena guerra a los prisioneros, y lo contrario crueldad; y que se hiciese ansí, porque ellos holgarían mucho dello. Queriendo pues Francisco de Molina apartar al Habaquí de los turcos para decirle el negocio principal, como por vía de amistad le dijo: «Estos gentileshombres turcos tendrán gana de beber; a mí me traen ahí unas conservas: comámoslas y bebamos en buena conversación; que no es inconveniente para que mañana dejemos de darnos de lanzadas». El moro entendió el fin a que lo decía, y dijo que le placía; y haciendo traer allí Francisco de Molina una acémila en que llevaba cosas de comer y unos frascos de vino, llegaron los turcos a comer y beber de lo que iba en los cestones. Y mientras comían y bebían tuvo lugar de apartar al Habaquí, y le dijo desta manera: «Señor Hernando el Habaquí, sabed que no me trae aquí otro negocio sino el amor que os tengo por el regalo que recebí en vuestra casa; y como amigo os aconsejo que volváis al servicio de su majestad, teniendo consideración cuán estrecha cárcel es la en que están los que sirven a tiranos si se quieren conservar en la tiranía, y a que los que sirvieron a los Reyes Católicos y perseveraron en lealtad se les hizo mucha merced, y los que dellos descienden están hoy en día ricos y muy honrados. Y pues tenéis buena ocasión para entrar en este número, no será bien que la dejéis pasar». A esto respondió el moro que le agradecía mucho el buen consejo que como verdadero amigo le daba, y   —326→   que holgaría de tomarle; mas que había de ser de manera que los turcos ni los moros no recibiesen daño por su respeto. «Muchos medios habrá, dijo Francisco de Molina, por donde eso se pueda conservar, y el servicio que de presente podréis hacer, es que aconsejéis a los moros que dejen las fuerzas del río de Almanzora y se recojan todos a la Alpujarra; y después de juntos podréis persuadirlos a que se reduzgan, pues ven cuán mal pueden sustentarse contra el poder de un rey tan poderoso, que tan aparejado está para usar con ellos de clemencia si se ponen libremente en sus manos, siendo, como son, sus vasallos y naturales de su reino». El Habaquí le respondió que en cuanto a las fortalezas, él haría de manera que su majestad entendiese que le deseaba servir, y en cuanto a lo demás se vería con Aben Aboo y con sus deudos y amigos, y le respondería dentro de diez días. Y con esto se despidieron el uno del otro sin que los turcos entendiesen la materia de que habían tratado, según nos certificó después el Habaquí; el cual escribió a 20 días de marzo otra carta a Francisco de Molina, diciéndole que se tornasen a ver; y por estar ocupado en plantar la artillería, mandó don Juan de Austria a don Francisco de Córdoba, que por mandado de su majestad había venido aquellos días al campo para asistir en el Consejo en lugar de Luis Quijada, fuese a ver lo que quería; el cual se fue a ver con él, y confirmó el moro lo que había prometido a Francisco de Molina, y quedó muy contento de la oferta que don Francisco de Córdoba le hizo de parte de don Juan de Austria.




ArribaAbajoCapítulo XV

Cómo don Juan de Austria combatió y ganó la villa de Tíjola


Vuelto el Habaquí a Purchena a 21 días del mes de marzo, hizo pregonar que todos los moros se recogiesen a la Alpujarra, diciendo que no les convenía defenderse en las fortalezas, porque los cristianos los degollarían a todos, como habían hecho a los de Galera, y harían a los de Tíjola si no se salían con tiempo antes que les echasen los muros encima; y despachó aquella noche un moro a los cercados, a que les dijese que se saliesen del fuerte lo más secretamente que pudiesen, porque en ninguna manera los podía socorrer. En este tiempo estuvo toda la artillería a punto para poder batir, y se tuvo aviso cierto del estado de los cercados por un renegado siciliano, natural de la ciudad de Trapana, llamado Felipe, y en turquesco Mami, que se vino a nuestro campo. Este dijo la gente que había dentro, y como estaban los moros tan acobardados, que a palos no podían los turcos hacerlos ir a la muralla, por miedo de la artillería. Que habían intentado de huir la noche pasada cuando llegó el hombre del Habaquí; y no habiendo podido, pensaban salir huyendo la siguiente noche por la puerta del lugar que sale al río, desconfiados del socorro de Purchena; aunque algunos había que no tenían perdida la esperanza de ser socorridos. Que tenían trigo y cebada en abundancia, y unos molinillos de mano en que lo molían; carne poca, y no otro género de bastimentos. Que bebían del agua de una cisterna después que se les había quitado poderla tomar del río, y la repartían por una medida pequeña; y había tanto número de mujeres y niños, que no les podía durar dos días, y que los moros estaban inclinados a rendirse, si no fuera por los turcos que se lo defendían. Habían batido los nuestros este día, que fue miércoles de la Semana Santa, 22 días del mes de marzo, la villa y el castillo por seis partes desde la mañana hasta la tarde; y aunque la una batería, que estaba puesta a la parte del castillo, había hecho muy grande efeto, y parecía que se podría entrar por ella, no se resolvió don Juan de Austria en que se hiciese, por los inconvenientes que suelen suceder en los asaltos que se dan de noche; y como el principio de la presente fuese con muy grande niebla y oscuridad y con alguna agua, los moros, que se vieron perdidos, aprovechándose de la ocasión del tiempo, salieron por diferentes partes del lugar, y se repartieron, huyendo por las cañadas y quebradas de los montes, cada cual hacia donde su fortuna le echaba, dejando las riendas de su huida al antojo, que guiase por do quisiese. La gente que estaba de guardia sintió el ruido, y tocando arma, cuando entendieron que los moros se iban, corrieron los soldados a la batería, y entraron por ella sin hallar quien la defendiese; de manera que en muy poco espacio el lugar fue lleno de cristianos; y de los enemigos que cayeron en manos de las guardas que estaban puestas a todas partes por el aviso del renegado, fueron muertos muchos; captiváronse muchas mujeres, y ganose un rico despojo que habían recogido los moros en aquel lugar fuerte. Y hiciéraseles mucho mayor daño si la escuridad de la noche no fuera tan grande, que con ella y con tomar el nombre y contraseño a los cristianos, se salvaron muchos moros aljamiados, ellos y sus compañeros. Hubo muy grande desorden en nuestra gente, porque dejó la artillería y los cuarteles, y se fue a saquear el lugar; coyuntura bien importante al enemigo, si llegara con algún socorro; aunque don Juan de Austria mandó recoger los más soldados que se pudieron haber, y envió personas de recaudo que estuviesen en la artillería; y porque se iban muchos con la presa, proveyó luego cuarenta caballos que corriesen la vuelta de Serón, con orden que no dejasen pasar ningún soldado. Escribió a don Juan Enríquez a Baza, y a Antonio Sedeño a Serón, que todos los que acudiesen hacia aquella parte los prendiesen y se los enviasen; lo cual todo proveyó con increíble presteza aquella noche. Otro día en amaneciendo subió al lugar, y al parecer era tan fuerte, que si se hubiera de tomar por asalto, no pudiera ser sin gran daño de nuestra gente. Luego se entendió como los moros que se habían ido había sido por ciertas quebradas que fuera imposible podérselo estorbar los soldados; con todo eso fueron muertos y captivos más de cuatrocientos, y los que huyeron aportaron a Purchena con tanto miedo y espanto, que fue causa que huyesen la mayor parte de los que allí había, como lo hicieron; y los que quedaron se dieron a merced de su majestad a don García Manrique, a quien don Juan de Austria envió con la gente de a caballo a saber lo que pasaba; el cual se metió luego en la fortaleza, y recogió dentro todas las mujeres y ropa, pareciéndole pertenecerle por haberse rendido a él; mas don Juan de Austria gustó poco de aquella diligencia, y envió a don Jerónimo Manrique que se fuese a poner en ella con cuatro compañías de infantería mientras llegaba el campo; y ordenó a Lorenzo del Mármol, mi hermano, que se apoderase de todas las moras y de los bienes muebles que había   —327→   en la fortaleza, en nombre de su majestad, para repartirlo todo por su mano, como lo hizo.




ArribaAbajoCapítulo XVI

Cómo don Juan de Austria pasó a Purchena


Sábado víspera de pascua de Resurrección, a 25 días del mes de marzo, partió don Juan de Austria con su campo de Tíjola, dejando destruida y asolada aquella villa, y fue a alojarse en las huertas que están debajo de Purchena: pareciole el lugar tan fuerte, que holgó de ver que los enemigos hubiesen hecho tan buena obra en dejarle y irse. Habían quedado dentro como docientas personas, los más dellos impedidos, que no pudieron huir. Señaló cuatro compañías de infantería y una de caballos para la guardia della y seguridad de las escoltas, a orden de Antonio Sedeño, que mandó venir allí de Serón, y en su lugar envió al capitán Hernán Vázquez de Loaysa. Mandó repartir las moras y todos los bienes muebles que había dentro de la fortaleza entre los capitanes y gentileshombres que andaban cerca de su persona, y el siguiente día envió a don Francisco de Córdoba con dos mil infantes y algunos caballos a la fortaleza de Oria, donde fue avisado que el alcaide no había querido recebir ciertos moros que se le venían a reducir, por no concederles las vidas; aunque lo más cierto era que los entretenía hasta dar aviso a algunos capitanes sus amigos que saliesen a esperarlos en el camino, y los captivasen cuando fuesen a reducirse. Esto se entendió luego en nuestro campo, y don Juan de Austria mandó a los capitanes que estaban aparejados para ir a correr, que no fuesen, y a don Francisco de Córdoba que se informase si había alguna cautela o engaño en el negocio; y si acaso viniesen a reducirse, los admitiese, y no consintiese hacerles daño, porque no convenía que se siguiese tan grande inconveniente en coyuntura de la redución que el Habaquí comenzaba a tratar. Llegó don Francisco de Córdoba a Oria, y halló en una rambla junto al castillo algunos moros, que se le dieron luego llanamente a merced de su majestad con sus mujeres y hijos; y queriendo saber del alcaide con qué orden trataba de reducir los moros, y cómo no había dado aviso a don Juan de Austria, dio por descargo que ellos mesmos se le habían ofrecido, que entendiendo que no le decían verdad, no había dado noticia. Luego entendió don Francisco de Córdoba la malicia, y llevando el negocio cuerdamente admitió aquellos moros, y dejó orden al alcaide que los recogiese allí hasta que se le enviase a mandar lo que había de hacer dellos, y que admitiese todos los que viniesen a reducirse, y les hiciese todo buen tratamiento. Y con esto, viendo que los moros habían desamparado la fortaleza de Cantoria, volvió aquel día a Purchena, donde dejaremos agora a don Juan de Austria, para acudir a lo que hacía en este tiempo el duque de Sesa con el otro campo que tenía en la villa de Órgiba, y decir lo que don Diego Ramírez, alcaide del castillo de Salobreña, y don Juan de Castilla hicieron sobre el castillo de Vélez de Ben Audalla y el fuerte de Lentejí.




ArribaAbajoCapítulo XVII

Cómo se ganaron estos días el castillo de Vélez de Ben Audalla y el fuerte de Lentejí


Estando el duque de Sesa en el alojamiento de Órgiba, supo cómo los moros habían puesto gente de guarnición en el castillo de Vélez de Ben Audalla, y que salían a hacer daño a los que pasaban por el camino de Motril y por toda aquella costa; y luego envió sobre él a don Juan de Castilla con mil infantes y docientos caballos, y escribió a don Diego Ramírez, alcaide de Salobreña, avisándole del efeto para que enviaba aquella gente, y pidiéndole con mucha instancia que fuese a hacer aquella jornada por su persona, porque convenía mucho al servicio de su majestad quitar de allí aquella ladronera. Llegado don Juan de Castilla a Salobreña, don Diego Ramírez puso en orden dos piezas de batir, una culebrina y un cañón reforzado, y otras dos pequeñas, para tirar a las defensas; y porque los moros no se fuesen antes que llegase, mandó a Francisco de Arroyo el cuadrillero que se adelantase con la gente de su cuadrilla y una compañía de caballos, y se fuese a meter de parte de noche en las casas del lugar, que estaban despobladas, por bajo del castillo al pie del cerro; y con toda la otra gente partió de Salobreña a 26 días del mes de marzo cuando anochecía. Y porque no podía ir la artillería encabalgada, a causa de la mucha aspereza del camino, la hizo desencabalgar y llevar arrastrando sobre tablones a fuerza de brazos al pie de dos leguas por el río de Motril arriba. Francisco de Arroyo se metió harto encubiertamente en las casas, conforme a la orden que llevaba; mas los soldados no tuvieron el silencio que convenía, y fueron sentidos por los moros, que estaban escandalizados de haber visto pasar la gente que llevaba don Juan de Castilla; mas luego se aseguraron, porque Francisco de Arroyo tuvo habla con ellos, y les dijo que era una escolta grande que iba por bastimentos. No pudo allegar nuestra gente hasta otro día, por el embarazo de la artillería, y aquella noche despachó don Juan de Castilla al duque de Sesa un peón pidiéndole más gente y vituallas; el cual le envió quinientos arcabuceros con los capitanes Juan de Borge, Íñigo de Arroyo Santisteban y Luis Álvarez de Sotomayor. Y poniendo luego cerco al castillo, que está sobre un cerro redondo, alto y fragoso, tan exento, que no se podía subir arriba sin manifiesto peligro, fueron luego los capitanes a reconocerle, y determinaron de plantar la artillería en lo alto del cerro, en un sitio harto llano a cincuenta pasos del muro, y porque no podía subir en las carretas, la llevaron los soldados sobre los tablones y puertas que hicieron quitar de las casas del lugar, allanando con fagina y piedra algunos pasos dificultosos. Plantada la artillería, comenzaron a batir la mesma tarde, siendo ya la oración; y estando repartiendo la pólvora a sus soldados el capitán Luis Godínez de Sandoval, prendió fuego en ella, y se quemaron él y los que estaban allí cerca. Los moros se defendían, y mataron dos soldados desde los traveses con las escopetas; y viendo que les aprovechaba poco su vana defensa, tuvieron habla con algunos soldados de los que hacían guardia delante de la puerta del castillo, y dándoles buena suma de dineros, los dejaron ir a media noche con sus mujeres y ropa. Esto se entendió ser trato, porque aunque las centinelas tocaron arma, los que iban guiando a los moros les dijeron que era la ronda que andaba requiriendo las centinelas, y desta manera pasaron, dejando burlados a los capitanes, sin que se pudiese saber quién fueron los autores del negocio, aunque hubo algunos indiciados,   —328→   que después los tuvo presos el duque de Sesa sobre ello. Otro día de mañana, viendo que los moros no tiraban, envió don Juan de Castilla a reconocer el castillo; y hallándole solo, que no habían quedado dentro sino un moro viejo y tres moras que no se podían menear, le ocuparon; y dando aviso al duque de Sesa del suceso, holgó que no le hubiesen batido, y mandó meter cien soldados dentro de guarnición, por estar en paso conveniente, dando orden a Juan González Castrejón que levantase ciento y cincuenta hombres para aquel efeto, porque no fuese menester dejar allí la gente del campo. No fue pequeño el daño que hicieron los codiciosos en dejar ir aquellos moros; porque, demás de estar dentro siete capitanes de cuadrillas, en quien se pudiera hacer ejemplar castigo, en saliendo de allí fueron a tomar los pasos por donde habían de volver nuestros soldados al campo del duque de Sesa; y como fuesen muchos desmandados, dieron en ellos, y mataron y captivaron tantos, que se pagaron bien del daño recebido. En este mesmo tiempo el capitán Antonio de Berrío, que estaba de presidio en las Guájaras, fue sobre el lugar de Lentejí, donde los moros tenían hecho un fuerte, en que se habían metido algunos dellos, y acometiole con tanta determinación, que no osaron aguardalle. Desmandáronse los soldados con cudicia de captivar cantidad de moras que iban huyendo; y hubiéranse de perder, si el capitán, como hombre prático y experimentado, no mantuviera cuerpo de gente junta, porque los moros, viendo sus mujeres y hijas captivas, tornaron a rehacerse, y dando en los desordenados, mataron y hirieron algunos dellos; mas Berrio socorrió animosamente su gente, y desbaratando a los enemigos, recogió la presa y se retiró con ella a su alojamiento.




ArribaAbajoCapítulo XVIII

De un ardid que usó Aben Aboo para romper una escolta que iba al campo del duque de Sesa con bastimentos


Estaba el duque de Sesa a punto para arrancar de Órgiba con un hermoso campo bien armado y de gente muy lucida; solamente le faltaban bastimentos, porque había consumido una infinidad dellos en aquel alojamiento; y para efeto que viniese una gruesa escolta, envió al capitán Andrés de Mesa con quinientos arcabuceros y algunos caballos y todos los bagajes, a que los hiciese cargar en Acequia y en el Padul, y acompañase los que venían de la ciudad de Granada. Siendo pues avisado el enemigo como iba tan grande escolta la vuelta del Padul, pareciéndole que ninguna cosa haría más a su propósito que romperla, determinó de dar en ella; y para poderlo hacer más a su salvo, mandó a Pedro de Mendoza el Xoayby y al Macox y al Dali que fuesen a meterse en emboscada con dos mil moros y le atajasen el camino a la vuelta; y mientras ellos hacían el efeto, fue con la otra gente que tenía a dar vista a nuestro campo para entretener al duque de Sesa. Había nueve días que no se descubría moro ni se tenía nueva cierta de donde estaba el enemigo; y aquella mañana una cuadrilla que había ido a correr trajo dos moros presos, de quien se supo como estaba todavía en Poqueira, y que se habían venido para él muchos moros del río de Almanzora. Este día, 4 de abril, a las cuatro de la tarde se descubrieron los enemigos en tres emboscadas, a la parte de la sierra de Bujol y sobre el camino a la mano derecha que va al puerto de Jubiley. El Duque envió a don Jorge Morejón con algunos caballos y arcabuceros de a pie a que los alargase de donde estaban; con los cuales tramó escaramuza, y los moros se fueron retirando a lo alto, yendo tan cebados en ellos los caballos, que entendiendo el duque de Sesa lo que fue, mandó que les hiciesen espaldas mayor número de arcabuceros; porque los moros, reconociendo su ventaja y que los de a caballo no se podían aprovechar en la tierra donde estaban, acometieron a darles una carga; mas no les fue bien dello, porque nuestros arcabuceros se hubieron valerosamente con ellos y los retiraron con daño, quedando un solo cristiano herido. En este tiempo parecieron hacia Poqueira gran cantidad de enemigos, tan tarde, que no había ya una hora de sol, y hasta tres o cuatro caballos con ellos; y comenzando a bajar hacia donde los otros estaban, dieron muestra de querer ceñir nuestros alojamientos. Por otra parte el Duque hizo poner en Orden los escuadrones: reforzó unos cerrillos donde tenía gente y artillería, y asestándola contra los enemigos, trabó la arcabucería una buena escaramuza con ellos, habiendo un solo valle en medio. Los moros estuvieron arredrados; que no se osaron acercar hasta que, siendo ya tarde, nuestra gente pasó el barranco; y cargándoles la sierra arriba, los fueron siguiendo gran rato, matando y hiriendo muchos dellos; y como fuese ya muy tarde, el Duque mandó tocar a recoger, y Aben Aboo, sin hacer otro efeto, se retiró a la sierra, dejando más de cincuenta moros muertos. Hernando de Oruña, capitán viejo por edad y por larga experiencia, sospechando el desinio del enemigo, dijo al duque de Sesa este día que sin duda aquel había sido ardid de guerra, y que debía de haber enviado gente a tomar el paso a la escolta, y convenía enviar luego infantería y caballos que la asegurasen. Esto confirmó luego un moro que captivaron tres soldados que siguieron el campo de Aben Aboo; el cual dijo como su intento había sido entretener al Duque. Y luego que se entendió, envió a don Martín de Padilla con quinientos arcabuceros y ochenta caballos a que reforzase la escolta, y tras dél otros quinientos arcabuceros, porque fue avisado que se habían descubierto como ciento y cincuenta moros. Había Andrés de Mosa escrito al duque de Sesa aquel día desde Acequia avisándole como venía, y habíanle dado tan tarde la carta, que, según estaba confiado en la gente que había llevado, pudieran hacer los enemigos mucho efeto; los cuales, bajando por la sierra de Órgiba, se habían puesto en cuatro emboscadas en el paso entre Acequia y Lanjarón, y esperaban a que pasase para dar en la escolta, la cual había partido del Padul la propria mañana con dos mil y quinientos bagajes cargados, y venido aquella noche al lugar de Acequia. Y otro día de mañana, yendo la vuelta de Lanjarón, en llegando al paso del barranco, los moros de las emboscadas salieron por cuatro partes, y acometieron con tanto ímpetu que los soldados que iban repartidos en vanguardia y retaguardia no pudieron defender que no atajasen por medio y la rompiesen. Ocupáronse los enemigos luego en derramar vitualla, matar bagajes y escoger otros que llevarse cargados la vuelta de la sierra. El capitán Andrés de Mesa, viendo cuán mal podía pasar a favorecer la vanguardia ni remediar en tanta confusión el peligro   —329→   presente, porque ocupaba la escolta más de una grande legua de camino, tomando por delante los bagajes que pudo recoger, dio vuelta al lugar de Acequia, y puso en cobro todos los que no habían pasado del barranco. Don Pedro de Velasco, que por mandado de su majestad iba a dar priesa en la partida del Duque y a tomar relación del campo, peleó como esforzado caballero este día; y lo mesmo hicieron Juan de Porras vecino de Zamora, y Alonso Martín de Montemayor, vecino de Córdoba, y Lázaro Moreno de León, capitán de arcabuceros de a caballo y vecino de Granada, por defender hacia la parte que les tocaba; y matándole el caballo entre las piernas, se hubiera perdido don Pedro de Velasco, si no lo socorriera don Antonio de Sotomayor, hijo del licenciado Sotomayor, alcalde de chancillería de Granada. En esta refriega murieron doce moros y fueron heridos muchos, y de los cristianos hubo dos muertos y cuatro heridos. Y fuera mucho mayor el daño, si don Martín de Padilla no llegara a tiempo que pudo socorrer la gente y cobrar la mayor parte de los bagajes que llevaban los enemigos; y trayendo consigo los que se habían recogido en Acequia, dio vuelta con todos ellos al campo aquella noche bien tarde. Lleváronse los enemigos cuarenta bestias mulares cargadas de harina y de bizcocho; y hicieron tanto regocijo con ellas, como si hubieran ganado una grande vitoria. Prendió nuestra gente dos moros, el uno del Albaicín de Granada y el otro del lugar de Dílar; estos dijeron en el tormento que habían sido más de dos mil hombres los que habían dado en la escolta; que Aben Aboo tenía más de doce mil hombres, y docientos turcos escopeteros entre ellos, y que había fortalecido el paso de la puente de Poqueira, que está por bajo del lugar de Capileira, y en toda la cuesta había hecho grandes reparos y trincheas, y atravesado gruesos árboles en los caminos y veredas para que la caballería no pudiese pasar. Recogida la escolta en Órgiba, el duque de Sesa determinó de partir el siguiente día, y dando raciones y municiones a la gente, se puso todo en orden para marchar.




ArribaAbajoCapítulo XIX

Cómo el duque de Sesa partió de Órgiba y fue a alojarse al aljibe de Campuzano, y de una refriega que tuvo con la gente de Aben Aboo


Con el aviso que tuvo el duque de Sesa de la fortificación del enemigo, acordó de hacer diferente camino del que pensaba; y dejando mil hombres de presidio en el fuerte que había hecho en Albacete de Órgiba, partió de aquel alojamiento a 6 de abril, yendo en su compañía el conde de Orgaz, el conde de Bailén, el marqués de la Favara, don Juan de Mendoza Sarmiento, don Martín de Padilla, don Luis de Cardona, don Luis de Córdoba, don Ruy López de Ávalos y don Gonzalo Chacón, y otros muchos caballeros aventureros. Llevaba en el campo ocho mil infantes, los seis mil y ochocientos tiradores, y quinientos y cincuenta caballos, sin la gente de los señores y de particulares, que era mucha; doce piezas de artillería de campaña y mil y quinientos bagajes; porque los demás envió luego a que fuesen trayendo bastimentos, y con ellos se volvió don Pedro de Velasco a Granada, para ir a dar cuenta a su majestad de lo que se le había cometido. Comenzó a subir nuestro campo por la sierra de Poqueira arriba, donde se había puesto el enemigo haciendo representación de mucha gente y de tener ocupadas las cumbres, caminando los escuadrones poco a poco, a paso tan lento, que habiendo partido bien de mañana, era ya hora de vísperas cuando llegó la vanguardia a vista de Poqueira, legua y media de camino, bien cerca de donde Aben Aboo estaba aguardando con toda la gente en el paso, creyendo que nuestro campo entraría por aquella parte, mas el Duque tomó diferente camino el río abajo por el rodeo, para ir entre Ferreira y el río Cádiar por el de Juviles, a un aljibe que llaman de Campuzano, que está a la asomada de Pórtugos. Hallándose el moro burlado, mandó hacer grandes ahumadas llamando los moros que acudiesen hacia donde marchaba nuestra gente, para que ocupasen otro paso de la sierra de Pitres, por donde forzosamente había de pasar, y hiciesen diversos acometimientos por muchas partes. Detúvose nuestro campo en pasar el río, que tenía las entradas y el lecho barrancoso y muy fragoso de peñas y piedras, tanto espacio, que los enemigos tuvieron lugar de llegar a tomar la delantera, a tiempo que el marqués de la Favara, habiendo pasado con la vanguardia, subía por el cerro arriba con la compañía de herreruelos de Sancho Vélez de Terán Montañés, y los caballos del conde de Tendilla y cuatrocientos arcabuceros, a ocupar la cumbre alta, que tenía a caballero el sitio donde se había de alojar el campo; el cual llegó peleando con los enemigos a unos peñascos tan ásperos y fragosos, que no pudo pasar; y estando los enemigos de la otra parte, le fue forzado hacer alto y esperar que llegase la batalla. A este tiempo los moros, que bajaban loor las laderas de las sierras, acometieron la retaguardia, y fue por tantas partes, que el Duque hubo de volver con la artillería y parte de la gente de a caballo, y acudiendo por su persona a todas las necesidades, con un tiempo frío, ventoso y lleno de nieblas, se entretuvo hasta puesto el sol, que llegó don Juan de Mendoza con la batalla bien tarde al lugar del alojamiento; y dando carga con la arcabucería a los moros que hacían muestra de quererse defender, los hizo retirar con daño, aunque hicieron muchos acometimientos. Quedaron los capitanes Centeno, vecino de Ciudad Rodrigo, y Luis Álvarez de Sotomayor, con sus compañías de infantería, de retaguardia de todo el campo en unos casarones que había en un llano y en un cerrillo junto a ellos, para hacer cuerpo mientras nuestra gente pasaba el río, y allí fueron acometidos por el Xoaybi con más de quinientos escopeteros y otra mucha gente de honda y asta; mas los capitanes defendieron su partido animosamente; y siendo socorridos por don Luis de Córdoba y Hernando de Oruña, que llevaban la retaguardia, retiraron los enemigos y mataron y hirieron muchos dellos, y llegada nuestra gente al río, los moros los acometieron de nuevo por muchas partes, y lo mesmo hicieron a la subida de la cuesta del aljibe, aunque con poco daño, porque les acudieron el buque y don Martín de Padilla y otros caballeros, que trabajaron harto este día. Y viendo los enemigos que no podían hacer efeto con sus acontecimientos, subieron a gran priesa a tomar el cerro que cae sobre el aljibe a la parte de Pórtugos; mas el Duque, sospechando algún acontecimiento por allí, mandó asestar la artillería contra   —330→   ellos; con la cual, y con la caballería y gente de a pie que cargó hacia aquella parte les defendió que no le ocupasen, y le ocupó él. Ya comenzaba nuestro campo a alojarse y se ponían las centinelas, cuando el marqués de la Favara se retiró. Hubo alguna desorden en el hacer del alojamiento, por ser de noche y el tiempo áspero; y fue herido don Gonzalo Chacón, que iba con el marqués de la Favara, y otros muchos soldados. Aben Aboo recogió su gente y se fue a poner frontero de nuestro alojamiento, el río en medio, tan cerca, que las escopetas alcanzaban a placer de una parte a otra, y hacían daño. Encendió muchos fuegos, y estuvieron los moros escopeteando a nuestra gente más de dos horas; y eran tantas las pelotas y las jaras que tiraban desde aquellas laderas, que no había seguridad en ningún cabo. El Duque se fortaleció con la arcabucería lo mejor que pudo hacia aquella parte, y anduvo siempre a caballo requiriendo los cuerpos de guardia y las centinelas; siendo la noche tan escura, que solamente se veían los hombres con el resplandor del fuego de los arcabuces. Duró el tirar desta manera hasta media noche, y de allí adelante el cansancio y las tinieblas hicieron treguas; y dejando los fuegos encendidos, caminaron los moros antes que amaneciese la vuelta de Juviles sin hacer más efeto; y si queremos decir verdad, ellos acometieron como muy buenos soldados este día; mas enflaquecieron y desbaratáronse como ruines. Entendiose que si cargaran de golpe aquella noche, corriera peligro nuestro campo, porque la confusión fue muy grande, y las palabras entre la gente común tan viles, que mostraban miedo, metiéndose muchos debajo de los bagajes, porque no les diesen las pelotas y jaras que volaban por el aire; mas valió mucho la resolución de los capitanes, caballeros y gente particular, y la provisión del Duque, enderezada a deshacer el enemigo sin aventurar un día de batalla; en lo cual parecía conformarse Aben Aboo y él, porque cada uno pensaba deshacer al otro, y romperle con el tiempo y falta de vituallas.




ArribaAbajoCapítulo XX

Cómo pasó el duque de Sesa a Pórtugos, y envió a correr las sierras


El duque de Sesa veló toda la noche, y la pasó con harto trabajo de su persona; y luego en siendo de día claro, queriéndose apartar de aquellos lugares ásperos y fragosos, mandando que toda la gente se pusiese en orden para caminar, y teniendo aviso de dos cristianos que vinieron huyendo del campo de los moros aquella noche, como el enemigo iba la vuelta de Juviles, y que tenía fortalecido el castillo, pensando defenderse en él, tomó por la loma de la sierra de Juviles, y sin llegar a Pórtugos, caminó todo aquel día hasta las tres de la tarde, que llegó al lugar de Cástares; y en un prado que está encima dél, donde había agua, aunque poca, alojó el campo, y mandó estar toda la gente en arma, creyendo que los enemigos harían algún acometimiento, porque estaba el alojamiento al pie de la sierra. Aquella mesma noche mandó a don Jorge Morejón que con sus caballos y los del conde de Tendilla, y cuatro compañas de infantería, cuyos capitanes eran don Hernando Álvarez de Bohorques, Juan Fernández de Luna, don Carlos de Samano y Íñigo de Arroyo Santisteban, fuese a reconocer a Juviles; el cual lo reconoció, y hallando que los moros lo habían dejado desamparado, y que no había nadie en el castillo, dio luego vuelta al Duque. Otro día siguiente partió el campo de Cástares, y fue a ponerse en Pórtugos, y en el camino las cuadrillas que iban delante descubrieron muchos moros, que hacían poca demostración de querer huir; mas el Duque llevaba la gente tan recogida, que no se desmandó nadie a escaramuzar con ellos. Desde este alojamiento fueron don Juan de Mendoza y don Luis de Córdoba con dos mil infantes y docientos caballos a correr la tierra; los cuales pasaron por lo alto de la sierra que cae sobre Ferreira, y dando de improviso en el lugar de Poqueira, le saquearon, y captivaron como cien personas que hallaron dentro. Derribaron el reparo y trinchea que tenía hecho el enemigo, que estaba muy curioso y fuerte; y corriendo toda aquella sierra, mataron y captivaron algunos moros, y se volvieron al campo sin hallar quien les hiciese estorbo, porque el enemigo, no habiendo podido conseguir su intento el día del aljibe, tampoco había osado aguardar en Juviles, y se había retirado con todo el campo a Mecina de Bombaron y a otros lugares dentro de la Alpujarra. Algunos entendieron que lo hizo por consejo del Habaquí, que decía que no se pusiese a riesgo de batalla con el Duque, que en todo le era superior, sino que le cansase acometiéndole con escaramuzas y necesitándole con hambre; porque aunque le desbaratase, habría ganado poco si formando su majestad mayor ejército, tornaba a enviarle sobre él; y que lo mejor sería entretenerle hasta que le viniese algún socorro de gente forastera. Esto mesmo nos dijo después en Andarax, Caracax, que le había aconsejado él, y que de esta causa no habían acometido el campo del Duque aquella noche. Desde este alojamiento mandó el duque de Sesa al licenciado Castillo, que iba con él, que escribiese algunas cartas en arábigo a sus amigos y conocidos, persuadiéndolos a que se redujesen y ni perseverasen en el camino de perdición que llevaban, y dándoles a entender que su majestad usaría de clemencia con ellos; una de las cuales llegó a manos del Darra; el cual, no se queriendo reducir a quedar en la tierra, se embarcó en unas fustas con su mujer y hijos y amigos, que pudo llevar, y se pasó a Tetuán.




ArribaAbajoCapítulo XXI

Del progreso que el campo de don Juan de Austria hizo desde que partió de Purchena hasta que se alojo en Santa Fe de Rioja; y las diligencias que se hicieron cerca de la redución de los moros


Habiendo don Juan de Austria mandado asolar y destruir a Tíjola, y puesto presidios en Serón y en Purchena, pasó la vuelta de Cantoria, y dejando de presidio en aquella fortaleza, que halló despoblada, al capitán Bernardino de Quesada con una compañía de infantería y otra de caballos, partió de aquel alojamiento a 3 de abril, y fue a Surgena de Aguilar, donde puso de guarnición a don Luis Ponce de León con su compañía de caballos y otra de infantería. Otro día a las cuatro de la mañana partió de allí, y fue al río de Aguas, que son más de cuatro leguas. En este alojamiento se detuvo un día esperando vituallas, y a los 6 de abril pasó a Sorbas, donde se detuvo hasta los quince. Desde este alojamiento envió a don García Manrique y a Juan de Espuche   —331→   con quinientos infantes arcabuceros y docientos caballos a la sierra de Filabres, con orden que se metiesen en Tahalí, y dejando allí presidio, pasasen a reconocer a Gérgal. Era el intento de don Juan de Austria quitar a los moros que no se proveyesen de aquella parte de trigo y cebada, como se entendía que lo hacían, por no tener otra de donde llevarlo, y quede hambre viniesen a tomar algún término de los que se pretendían con ellos. Hallaron los capitanes el castillo de Tahalí solo, y pusieron dentro al capitán Juan Garrido de Salcedo con una compañía de infantería y algunos caballos, y pasaron a reconocer a Gérgal, y en todo el camino no hallaron moros juntos, aunque muchos esparcidos buscando de comer. Tomóseles mucho ganado, y hallaron muchos silos de trigo y de cebada, de donde se sacó cantidad para los presidios; y lo que no se podía recoger, mandaba don Juan de Austria que le echasen agua o lo quemasen, porque los moros no se aprovechasen dello. Y porque en este tiempo iba muy adelante el negocio de la redución con el Habaquí, y se entendía que la mayor parte de los alzados lo deseaban, mandó a don Alonso de Granada Venegas que, dejando en Jayena a don Jerónimo Venegas, su hermano, fuese luego donde quiera que estuviese el campo, para tratar de aquel negocio, por ser persona a quien los moros daban mucho crédito. También quisiera que entendiera en esto don Gonzalo el Zegrí, vecino de Granada; mas él se excusó, diciendo que pelear con los moros él lo haría, mas que reducirlos, no; porque no estaba tan bien con sus cosas, que le pareciese que merecían perdón de tan graves delitos como habían cometido. Hecha esta diligencia, y otras que pareció convenir para el fin de que se trataba, partió nuestro campo la vuelta de Tavernas, dejando en Sorbas de presidio al capitán Salido de Molina con otra compañía de infantería y algunos caballos, y por cabo y superintendente de todos los presidios del río de Almanzora, en Purchena para abajo, a don Diego de Leiva. El siguiente día estuvo en aquel alojamiento, esperando que llegasen las escoltas que iban con bastimentos. Envió todos los bagajes del campo a la ciudad de Almería para que cargasen los que allí había, con una gruesa escolta, en que fue el comendador mayor de Castilla a curarse de unas tercianas que le habían dado estos días. Aquí tuvo aviso don Juan de Austria como el campo del duque de Sesa se le venía acercando; y porque convenía pasar luego al río de Almería para apretar los enemigos por aquella parte, sin aguardar que volviese la escolta, hizo cargar todo el fardaje del ejército, y los bastimentos y municiones, en los bagajes de los capitanes y gentiles hombres que habían quedado. Y dejando en aquella plaza por gobernador al capitán Peña Roja con infantes y caballos, fue aquel día, lunes 17 de abril, a dormir al pago de Rioja, donde se detuvo con harta necesidad de bastimento, por no haberse podido proveer por mar, a causa del mal tiempo; mas esto se remedió luego con las escoltas que yo le envié de Úbeda y Baeza y del adelantamiento de Cazorla. Remediada esta necesidad, pasó el campo a Santa Fe, y en estos días se mataron algunos moros y se tomaron otros captivos, que declararon ser extrema la necesidad que pasaban de hambre. Ya en este tiempo había su majestad enviado comisión a don Juan de Austria para que admitiese a los que viniesen a reducirse llanamente; y en este alojamiento mandó divulgar un bando general en la forma siguiente:

BANDO EN FAVOR DE LOS QUE SE REDUJESEN

«Habiendo entendido el Rey mi señor que la mayor parte de los moriscos deste reino de Granada que se han rebelado, fueron movidos, no por su voluntad, sino compelidos y apremiados, engañados e inducidos por algunos principales autores y movedores, cabezas y caudillos, que han andado y andan entre ellos; los cuales por sus fines particulares, y por gozar y ayudarse de las haciendas de la gente común del pueblo, y no para hacerles beneficio alguno, procuraron que se alzasen; y habiendo mandado juntar algún número de gente de guerra para castigarlos, como lo merecían sus culpas y delitos, y tomádoles los lugares que tenían en el río de Almanzora y sierra de Filabres y en la Alpujarra, con muerte y captiverio de muchos dellos, y reducídolos, como se han reducido, a andar perdidos y descarriados por las montañas, viviendo, como bestias salvajes, en las cavernas y cuevas y en las selvas, padeciendo extrema necesidad; movido por esto a piedad, virtud muy propria de su real condición, y queriendo usar con ellos de clemencia, acordándose que son sus súbditos y vasallos, y enternecióndose de saber las violencias, fuerzas de mujeres, derramamiento de sangre, robos y otros grandes males que la gente de guerra usa con ellos, sin se poder excusar, nos dio comisión para que en su nombre pudiésemos usar de su real clemencia con ellos, y admitirlos debajo de su real mando en la forma siguiente:

»Prométese a todos los moriscos que se hallaren rebelados fuera de la obediencia y gracia de su majestad, así hombres como mujeres, de cualquier calidad, grado y condición que sean, que si dentro de veinte días, contados desde el día de la data deste bando, vinieren a rendirse y a poner sus personas en manos de su majestad, y del señor don Juan de Austria en su nombre, se les hará merced de las vidas, y mandará oír y hacer justicia a los que después quisieran probar las violencias y opresiones que habían recibido para se levantar; y usará con ellos en lo restante de su acostumbrada clemencia, ansí con los tales, como con los que, demás de venirse a rendir, hicieren algún servicio particular, como será degollar o traer captivos turcos o moros berberiscos de los que andan con los rebeldes, y de los otros naturales del reino que han sido capitanes y caudillos del rebelión, y que obstinados en ella, no quieren gozar de la gracia y merced que su majestad les manda hacer.

»Otrosí: a todos los que fueren de quince años arriba y de cincuenta abajo, y vinieren dentro del dicho término a rendirse y trajeren a poder de los ministros de su majestad cada uno una escopeta o ballesta con sus aderezos, se les concede las vidas y que no puedan ser tomados por esclavos, y que demás desto puedan señalar para que sean libres dos personas de las que consigo trajeren, como sean padre o madre, hijos o mujer o hermanos; los cuales tampoco serán esclavos, sino que quedarán en su primera libertad y arbitrio, con apercebimiento que los que no quisieren gozar desta gracia y merced, ningún hombre de catorce años arriba será admitido a ningún partido; antes todos pasarán   —332→   por el rigor de la muerte, sin tener dellos ninguna piedad ni misericordia».

Deste bando fueron diversos traslados por todo el reino de Granada, y don Juan de Austria envió órdenes a todos los ministros de su majestad para que en virtud dél admitiesen cuantos moros viniesen a reducirse. Y para que supiesen dónde habían de acudir, les señaló su campo y el del duque de Sesa, y los lugares principales y más cercanos de donde se hallasen. Y porque fuesen conocidos, y la gente de guerra no les hiciese daño, se les mandó que trajesen una cruz de paño o lienzo de color en el hombro izquierdo cosida sobre el vestido, tan grande, que se pudiese bien divisar desde lejos. Échose otro bando este mesmo día, mandando que no se hiciesen correrías, porque no se interrompiese el negocio de la redución, que se trataba con desórdenes, como se había hecho la primera vez.



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