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José Puche Álvarez (1896-1979)

Historia de un compromiso

Estudio biográfico y científico de un republicano español

José Luis Barona Vilar

María Fernanda Mancebo



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A los españoles del exilio



Es una obligación moral ineludible agradecer la colaboración a todas las personas e instituciones que mediante su apoyo y buena disposición han hecho posible la realización de este libro y en particular a la Comisión de la Generalitat Valenciana para la Conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América, que mediante la concesión de una subvención específica facilitó el acceso a los materiales necesarios. Por otra parte, ha sido inestimable la información oral y escrita aportada por un buen número de personas de España y de México que, por afecto y respeto a José Puche, con sus documentos y palabras han dado aliento al libro. Vaya pues por delante nuestro agradecimiento al Ingeniero José Puche Planas, fuente inagotable de recuerdos y sugerencias, a Elena Aub, Baltasar Barrera Mera, Hugo Aréchiga, M.ª Carmen Serra Puche, Augusto Fernández Guardiola, Vicente Ribelles, Libertad Peña, Mercedes Maestre y M.ª Luisa Capella, todos ellos amigos de Puche y amigos nuestros.



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ArribaAbajoPrólogo

José María López Piñero


Una parte considerable de los trabajos realizados por nuestro grupo a lo largo de un tercio de siglo han tenido como objetivo inmediato la restitución de instituciones, corrientes y figuras científicas. La expresión «restitución histórica» ha figurado incluso en alguno de nuestros títulos. Como es sabido, restituir tiene un triple significado: devolver algo a quien lo tenía, restablecer su estado original y situarlo en su lugar de procedencia. Los tres pueden ser en la práctica tareas adecuadas para los estudios históricos, sobre todo en una sociedad como la española, falta de tradiciones y sobrada de retórica tradicionalista procedente de los diversos nacionalismos.

Limitándonos a las personalidades científicas que hemos intentado restituir, cabe hacer una distinción relativa a sus períodos de procedencia. La mayoría de los protagonistas de la actividad científica española desde el Renacimiento hasta la Ilustración se habían convertido en nombres vacíos debido a la ausencia en nuestro país de investigación histórico-científica organizada hasta fechas muy recientes, asociada al debate entre el nacionalismo triunfalista y el masoquista llamado habitualmente «polémica de la ciencia española». Algunos de los autores sobre los que hemos trabajado, por ejemplo, Francisco Zarzoso, Francisco Martínez del Castrillo y Juan Bautista Bru, eran meros nombres citados por publicaciones especializadas, el primero como inventor de un importante instrumento astronómico precopernicano, el segundo como autor del más temprano tratado europeo de odontología y el tercero como adelantado de la paleontología de vertebrados. Otros eran nombres despersonalizados por la atroz cosificación del callejero urbano, como el del gran anatomista Luis Collado, o estaban sepultados en el anonimato de las listas masivas de los repertorios, como los de los novatores Juan de Cabriada y Crisóstomo Martínez.

En el caso de las figuras del siglo XIX, la restitución la hacía necesaria el olvido resultante de la condición marginal y la falta de institucionalización de la actividad científica en la España de la época. De modo especial habían sido casi por completo olvidados los miembros de las «generaciones intermedias» que, a   —14→   mediados de la centuria, reintrodujeron los hábitos del trabajo científico y posibilitaron la recuperación posterior. El químico José Monserrat y Riutort, el histólogo Aureliano Maestre de San Juan, los médicos Juan Bautista Peset y Vidal y Ezequiel Martín de Pedro, los higienistas Pedro Felipe Monlau y Francisco Méndez Álvaro, y otros autores de parecida significación a los que hemos dedicado estudios habrían pasado a la memoria colectiva si hubiera habido tradiciones mantenidas por instituciones y escuelas científicas. La ausencia de ambas había impuesto, por el contrario, un estéril «adanismo» que Ortega y Gasset elevó sin rubor a categoría, al admitir la generación espontánea como proceso habitual en la historia del cultivo de la ciencia en España.

Por último, en lo que respecta al periodo más reciente, la restitución tenía que combatir las consecuencias de la guerra civil y de medio siglo de silencio impuesto por los vencedores. En nuestros trabajos hemos podido comprobar que la desconexión con el pasado inmediato se ha producido por caminos tan variados como eficaces. Por ejemplo, todas las huellas de Luis del Río y Lara, primer tratadista español de microbiología, habían sido borradas por los simples hechos de que falleció en 1939 y era de ideología liberal, y las de José Fernández Nonídez, introductor en España de la genética mendelmorganiana, habían desaparecido igualmente a causa de su exilio científico antes de la contienda.

No obstante, el exilio político consecutivo a la guerra civil ha sido, por supuesto, la principal vía de una desconexión masiva que exige una compleja tarea de restitución si no deseamos que continúe sin raíces nuestra actividad científica, a merced de los vientos que traigan los imperialismos dominantes.

A dicha tarea contribuye brillantemente el presente libro, que reconstruye la trayectoria biográfica y la obra de José Puche Álvarez, vuelve a integrarlas en los lugares y momentos en los que se desarrollaron y las devuelve a los que hoy trabajamos en la Universidad y el país de donde proceden.

Desde mediados de los años sesenta hasta poco antes de su muerte tuve el privilegio de mantener correspondencia con el profesor Puche. Al principio, el contenido de las cartas se redujo a hechos directamente relacionados con la historia de la medicina. Sin embargo, no tardaron en aparecer cuestiones personales, sobre todo cuando el hijo de otro exiliado en México vino a estudiar a la Universidad de Valencia y sirvió de intermediario. Pesó también la coincidencia de que ambos éramos murcianos que, sin renuncia alguna a nuestro origen, entendíamos que un cargo de profesor en la Universidad de Valencia era un puesto al servicio de la sociedad valenciana. Con gran generosidad proyectó sobre mis actividades la esperanza en «la juventud más joven» machadiana, en tanto que yo convertía su biografía en modelo de obligada imitación.

Acerca de la ruptura de la trayectoria científica española, el profesor Puche afirmaba, citando un libro de Trend entonces reciente, que «lo que se perdió en la guerra no fue sólo un gobierno, sino toda una cultura moderna». Sin embargo, mantenía «la esperanza de que en el rescoldo de aquel fuego devastador quedaron alentadoras posibilidades». Los acontecimientos de mayo de 1968 no lo desorientaron   —15→   como a tantos otros y afirmó que «la juventud española parece no admitir viles sometimientos», distinguiendo el particular sentido que el movimiento tenía en España.

José Luis Barona y María Fernanda Mancebo nos restituyen la vida y la obra de Puche porque han sabido asociar la emoción con el rigor. La emoción no los ha llevado a ofrecer una mera manifestación de sentimientos o de desahogos, por muy explicables que ambos fueran. El rigor no los ha conducido al distanciamiento propio de la frialdad académica, que tiende a objetivar al biografiado, es decir, a reducirlo a un objeto, como si se tratara de una reacción química, una roca o un insecto. Su fórmula, un trato estrecho y continuado con la persona de Puche a través de las fuentes, les ha posibilitado transmitir el calor de su vida. Han acertado a comunicar disciplina y precisión al recuerdo, «único vencedor del tiempo y de la muerte» según mi paisano Salvador Polo de Medina.

Universitat de València, junio de 1989



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ArribaAbajoIntroducción

Al abordar en la actualidad un estudio acerca de la vida y la obra científica de un hombre como José Puche Álvarez aparece de inmediato la necesidad de hacer explícitas las razones que nos han llevado a emprender la aventura. Razones, sentimientos, vivencias que es preciso racionalizar para ofrecer la oportuna justificación del interés que puede poseer para el ciudadano actual rememorar la personalidad científica y humana de Puche. Sin duda existen numerosos aspectos de su biografía que justifican por sí solos el trabajo y que, si no fracasamos en nuestro proyecto, deberán ponerse de relieve a lo largo del libro; pero, conviene destacar al menos algunos de ellos: en primer lugar, Puche fue un científico de primer orden en una España que había logrado normalizar en buena medida la inserción social del trabajo científico, con los mismos patrones de conducta compartidos por la comunidad internacional y en estrecha conexión con el desarrollo de la ciencia en nuestro entorno cultural. Ello hace que el estudio de su persona permita un acercamiento ilustrativo al estado de la ciencia española y de su conexión con Europa, en una época considerada de esplendor en particular por lo que se refiere a la investigación biológica. Sobre todo si tenemos en cuenta su papel de puente entre las dos grandes escuelas de investigación fisiológica existen tes en la España del momento: la de Pi i Sunyer, en Barcelona y la de Juan Negrín, en Madrid.

Por otra parte, el acercamiento a una personalidad tan abierta y polifacética como la suya aporta una perspectiva de indudable interés para la ardua labor de recuperar unos vínculos con nuestra historia reciente, que en gran medida se han perdido. Todo ello desde la óptica particular del análisis de la trayectoria de una figura que tuvo un protagonismo de primera magnitud en algunos de los acontecimientos más trascendentales de nuestra historia, tanto políticos como académicos y científicos. Pero además, la propia personalidad humana de Puche merece ser rescatada de un olvido que no tiene más justificación que la del silencio impuesto por el vencedor.

El estudio que ahora presentamos pretende, en definitiva, aportar un acercamiento riguroso a una personalidad que, por su perfil biográfico y científico, puede   —18→   considerarse paradigmática de una España destruida. Gran parte de la trayectoria vital de Puche fue la de un republicano sin república, y en ella se expresó con absoluta fidelidad el equilibrio forzoso entre lo que fue la España republicana, lo que los acontecimientos históricos posteriores le obligaron a ser y lo que podría haber sido.

En la actualidad, las condiciones particulares que desencadenaron nuestra contienda fratricida y su significación en la realidad histórica del momento han quedado en buena medida relegados a un rincón de la memoria de los españoles. Las circunstancias actuales y una extendida filosofía de la conciliación imponen cerrar viejas heridas y aplacar actitudes pasionales, en beneficio de una convivencia en paz que sólo se supone posible construir desde la tolerancia. Pero, con todo, individual y colectivamente sería nefasto perder la memoria, porque sólo un presente construido desde el recuerdo nos puede abrir las puertas de un futuro más libre; la amnesia, al ocultarnos lo que fuimos, sólo podría ofrecernos una imagen raquítica y deformadora del devenir. Por eso no podemos eludir hoy, como pueblo, preguntarnos: ¿Qué fue de los perdedores? ¿Qué sentido tenía la España que no pudo ser, la de quienes construyeron su España paralela en el exilio? ¿Qué repercusión tuvo el éxodo en la sociedad española de la posguerra?

Algunos de estos interrogantes han sido desvelados a lo largo de los numerosos trabajos que los historiadores de la España contemporánea han consagrado al estudio de la República Española y al exilio; otros deberán ser objeto de análisis más profundos en el futuro. El exilio español en Méjico significó el trasvase, además de un buen número de trabajadores anónimos, de importantes personalidades de la política, la cultura y la ciencia, cuyo exilio tuvo, qué duda cabe, profundas repercusiones en la vida española de la posguerra, empobrecida económica, social e ideológicamente. Según el testimonio de Patricia W. Fagen1 tras el desenlace bélico más de la mitad de la Universidad española fue proscrita y no tuvo otra opción que el exilio. La propia junta de Cultura Española determinó, en 1939, que la cifra de intelectuales, científicos y artistas exiliados era superior a cinco mil.

Es una responsabilidad colectiva de los historiadores el valorar en su medida justa las repercusiones del exilio y la persecución política. Por lo que respecta a su influencia en el cultivo de la actividad científica en España se echa a faltar un análisis de conjunto que ponga de relieve la dimensión real y las repercusiones del exilio científico español tras el fin de la guerra.

El estudio que aquí planteamos no pretende aportar soluciones concretas a cuestiones generales; por el contrario, tiene como objetivo fundamental la recuperación de una figura que por su amplia presencia en la vida científica, social y política de la España republicana y por su particular trayectoria vital puede ser representativa del destino forzoso de los que perdieron. Intentaremos desvelar los aspectos más decisivos de su vida: la labor científica, iniciada en Barcelona,   —19→   proseguida en Madrid y Valencia, más tarde abortada en Francia y México por la necesaria asistencia a los refugiados españoles en representación del Gobierno de la República y finalmente recuperada en la última etapa de su vida universitaria en México; su labor social y política, su participación en los movimientos de renovación social y cultural de la Valencia de la época, su actuación como Rector de la Universidad de Valencia, su intervención en los acontecimientos de la Guerra Civil española y su definitiva instalación en México, donde llevó a cabo una destacable labor como médico, fisiólogo y profesor universitario. Todas ellas, facetas de una misma biografía marcada indeleblemente por la concreta situación histórica que le tocó vivir: rector, médico, fisiólogo o delegado del Gobierno republicano en el exilio, Puche lo fue todo desde su condición de republicano.

Al presentar ahora esta obra compartimos la aspiración de que las limitaciones inherentes a sus autores no sean obstáculo para brindar el merecido reconocimiento a la personalidad histórica de José Puche Álvarez y, como él, a la de tantos otros españoles que llenarán las páginas de la historia española reciente y que, sin perder sus señas de identidad, se vieron abocados al exilio.

Universitat de València, julio de 1988





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ArribaAbajoAmbiente familiar y formación académica

El 31 de agosto de 1896 vio la luz en Lorca (Murcia) José Puche Álvarez, en el seno de una familia de clase media acomodada2. En Lorca transcurrieron los primeros tres años de su vida y ya desde esa temprana edad se inició el éxodo, situación que marcaría el resto de sus días. De allí la familia se trasladó temporalmente a Madrid y más tarde a Barcelona, donde vivió los que sin duda serían los años más importantes de su trayectoria vital: la infancia, la juventud y los primeros años de su madurez. En el ambiente de inquietud científica y social de la Barcelona de las primeras décadas de nuestro siglo se formó en buena medida la personalidad humana, científica y política de José Puche. Su integración en Cataluña se llevó a cabo a la perfección: hizo suya la lengua catalana, allí se fraguó el círculo de amistades que a la postre le rodeó hasta el fin de su vida, allí recibió su formación académica y se incorporó a la investigación y la docencia universitaria, y finalmente, en Barcelona contrajo matrimonio y nació su primer hijo. Todos ellos, acontecimientos que formaron el hilo conductor de su trayectoria vital.

Su origen familiar era de procedencia diversa y probablemente también ello influyó en su capacidad de adaptación a ambientes y situaciones diferentes. Su madre había nacido en Vera (Almería) y su padre era originario de Lorca; no obstante, en la generación anterior aparecen antecedentes sevillanos y asturianos. Su padre procedía de una familia de comerciantes instalados en Lorca, a quienes una cierta prosperidad permitía llevar una vida acomodada y sin restricciones económicas. En el seno de un núcleo familiar bien situado en el restringido ambiente social de Lorca nació José Puche, cuando aún su padre no se había independizado de sus antecesores y carecía de una ocupación profesional específica3.

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Su abuelo paterno era un hombre conservador, católico y de ideología carlista, comerciante próspero y culto que cultivaba el placer por la escritura y, como suele suceder en muchos lugares de la España mediterránea, sabía tocar varios instrumentos musicales. Por el contrario, su abuelo materno era liberal y ejercía como fiscal en el juzgado de Vera. Pero la desgracia se cebó pronto sobre la joven familia y la estabilidad se rompió al fallecer su padre cuando José era muy pequeño.

Al enviudar siendo todavía muy joven, su madre contrajo segundas nupcias con Joaquín Thomasa de Subirá, hijo primogénito de una familia catalana de talante distinguido, quien a la postre ejercería el papel de padre a todos los efectos. La familia se instaló en Barcelona inmersa en un ambiente de efervescencia catalanista y liberal que, según su propio testimonio posterior, influiría profundamente en el temperamento e ideología de Puche. Aunque su madre profesaba la religión católica, el ambiente laico y liberal en el que se desarrolló su infancia y juventud favoreció su independencia frente a cualquier tipo de dogmatismo religioso. Del primer matrimonio había nacido un hermano que murió a una edad muy temprana en Barcelona, y de estas segundas nupcias nació una niña.

Su etapa de escolarización en Barcelona transcurrió inicialmente en el seno de dos instituciones religiosas: primero en el colegio de los escolapios y más tarde en el de los jesuitas, para finalizar los estudios de secundaria en el Instituto General y Técnico que se encontraba adscrito a la Universidad de Barcelona. He aquí la valoración que en los últimos años de su vida hacía el propio Puche de la situación de la enseñanza secundaria en la época:

En España, la enseñanza que ofrecía el Estado era muy precaria, deficiente; insuficientes tanto los medios como los profesores, en contraste con las congregaciones religiosas que ofrecían mejor preparación y asumían el papel de educadores de la clase media y de la clase elevada. Tenían en general una influencia muy marcada en todo el país, porque, aunque la Universidad era laica, también ahí llegaba, más o menos, la influencia religiosa a través de sus discípulos, ya convertidos en maestros, catedráticos...4



Tras un paréntesis de cinco años, durante los cuales la familia se trasladó a vivir a Argentina, Puche regresó a Barcelona y en su Universidad inició los estudios de medicina. Aunque los cambios más drásticos en la organización interna de la Universidad catalana no se produjeron hasta el advenimiento republicano, las primeras décadas de nuestro siglo aportaron el reflejo de los acontecimientos que sucedían en el seno de la sociedad. Así, en 1919 la Universidad de Barcelona había obtenido por decreto el estatuto de autonomía, que unos años más tarde perdió con la Dictadura de Primo de Rivera. Fueron años difíciles para la vida universitaria, en los que el alejamiento de la sociedad, la escasez de recursos, el centralismo estatal y la general falta de profesionalidad en el profesorado creaban un marco   —23→   poco propicio para la dedicación a tareas de investigación5. No obstante, a partir de la segunda década de nuestro siglo se inició un cierto proceso de cambio, que se tradujo en la configuración de los primeros núcleos de cultivo de la actividad científica y en la incorporación de nuevos estudios, como los de ciencias naturales, gracias a la iniciativa de Odón de Buen, que vinieron a completar la facultad de ciencias, donde se impartían enseñanzas de exactas, físicas y químicas. Al año siguiente se crearon los estudios de filosofía y poco después los de historia, en la Facultad de Filosofía y Letras. Paralelamente a este proceso de crecimiento universitario, como después veremos, la creación del Institut d'Estudis Catalans propiciaría el impulso decisivo a la vida cultural y universitaria de Barcelona.

A lo largo de sus años de vida universitaria, Puche configuró una sólida formación clínica y, desde el primer momento, se hizo patente su interés por la investigación experimental de laboratorio. Pero, desgraciadamente, la situación académica de la universidad española no contaba todavía, por lo general, con las condiciones deseables para la dedicación al cultivo de la actividad científica, y así lo señalaría Puche años después:

Los maestros eran personas que se dedicaban al mismo tiempo a su profesión; los abogados a su bufete, los médicos a su clientela, por lo que las asignaturas fundamentales estaban en manos de personas que lo tomaban como una ocupación que les daba prestigio, o de personas que, teniendo vocación, restaban tiempo a su profesión para dedicarse a la cátedra, a la enseñanza y al laboratorios.6



Durante su etapa de estudiante de medicina vio reforzada su formación académica en dos áreas que, en definitiva, constituirían el núcleo de su actividad profesional posterior: la labor clínica como internista y la investigación fisiológica. Tras obtener por oposición una plaza de alumno interno en el prestigioso Hospital de la Santa Cruz y San Pablo, llevó a cabo allí su periodo de internado, lo que le aportó una sólida preparación en medicina interna. Pero lo que sin duda tuvo mayor trascendencia para su ulterior vida profesional y universitaria fue su incorporación como alumno interno al Departamento de Fisiología de la Universidad de Barcelona, dirigido a la sazón por August Pi i Sunyer.


ArribaAbajoLa experimentación fisiológica en Cataluña: el Instituto de Fisiología y el Grupo de fisiólogos en torno a August Pi i Sunyer

Durante las últimas décadas del siglo XIX el cultivo de la fisiología había experimentado en España un proceso de normalización tras el alarmante retraso en   —24→   la incorporación del trabajo de laboratorio durante las décadas anteriores7. El florecimiento del periodismo médico y la construcción de los primeros laboratorios de fisiología con un mínimo de recursos para la docencia y la investigación fueron algunos de los factores que permitieron elevar considerablemente el grado de información de nuestros médicos y estudiantes, y propiciaron la aparición de las primeras figuras cuya obra científica original sobrepasó los límites de nuestras fronteras. Debido al extremado centralismo decimonónico de nuestro país, al igual que en otras áreas de la actividad científica, en el caso de la fisiología esta situación dio origen a la configuración de dos polos de vanguardia, localizados en Madrid y Barcelona. No es casual que así fuera, si se tienen en cuenta las condiciones sociales, políticas y económicas que imperaban en el país. Ciertamente, ya a lo largo de la mayor parte del siglo XIX las facultades de la medicina se habían visto sometidas a un lento proceso de degradación en el terreno de la investigación, de tal suerte que los sucesivos intentos de regeneración llevados a cabo por gobiernos con una clara tendencia al centralismo sólo habían conseguido elevar pírricamente la calidad de la docencia universitaria en Madrid y Barcelona8. Ambas universidades fueron el alma mater de fisiólogos de primera línea, que serían, en definitiva, el punto de partida de los grupos de investigación que, a principios del siglo XX, elevaron el rango de la investigación fisiológica en España. Esa fue la función que con toda dignidad desempeñaron José Gómez Ocaña, primer representante español en los Congresos Internacionales de Fisiología, como catedrático de la Universidad de Madrid9, y Ramón Coll i Pujol y especialmente Ramón Turró i Darder, en el ambiente científico de Barcelona10.

Pero no se puede hablar de la investigación científica en la Cataluña de la época, y en particular de la investigación fisiológica, sin referirse, al menos brevemente, a la institución que aglutinó las inquietudes culturales e impulsó de forma clara la actividad científica en una Cataluña en constante lucha por mantener sus iniciativas culturales e institucionales: el Institut d'Estudis Catalans. En este sentido, puede afirmarse que las instituciones catalanas llevaron a cabo un esfuerzo del mismo talante y envergadura que, desde Madrid, llevó a cabo la Institución Libre de Enseñanza.

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El 18 de junio de 1907, la Diputación de Barcelona había aprobado la creación del Institut por iniciativa de Enric Prat de la Riba, con el propósito de crear una «corporación académica, científica y cultural que tiene por objeto la alta investigación científica y principalmente la de todos los elementos de la cultura catalana». Su sede se estableció en la ciudad de Barcelona, si bien su ámbito de actuación quedaba abierto a todas las tierras de lengua y cultura catalanas. Inicialmente funcionó con una composición de cuatro secciones, consagradas respectivamente a las áreas de historia, arqueología, literatura y derecho, las cuales, como veremos, fueron ampliadas al cabo de poco tiempo.

Ya desde el primer momento su objetivo era superar el aislamiento e incorporar a la sociedad catalana a la vanguardia científica y cultural mundial, poniendo la mirada más allá de los Pirineos y «comparando la incoherencia general de tantas disciplinas nuestras con la organización y el impulso omnilateral que reciben de los pueblos que están en la vanguardia del mundo»11. No es raro, pues, que en 1922 el Institut se incorporase a formar parte de la Union Académique Internationale, que se había fundado poco antes, con la que mantuvo a partir de entonces una fructífera relación de colaboración e intercambio en proyectos internacionales de investigación.

Desde sus comienzos, el Institut llevó a cabo una política de publicaciones iniciada con las memorias anuales -el primer Anuari se editó en 1907- que posteriormente dio lugar a la aparición de numerosas monografías científicas12 y a las publicaciones periódicas de las distintas secciones.

En 1911 experimentó la primera reestructuración que significaba, de hecho, la incorporación de la investigación científica stricto sensu. A partir de entonces quedó organizado en tres secciones: la histórico-arqueológica, la sección filológica y la sección de ciencias. Esta última estaba consagrada preferentemente a la investigación en el terreno de las ciencias matemáticas, físico-químicas y biológicas, aunque originalmente incluía también a la filosofía, economía y otras ciencias sociales. A partir del momento de su creación, la sección de ciencias estuvo integrada por un médico, Miquel A. Fargas, dos biólogos, Ramón Turró y August Pi y Sunyer, un matemático, Esteve Terradas, un economista, Pere Coromines, un zoólogo, J. M. Bofill i Pichot, y un filósofo, Eugenio D'Ors. Basten sus nombres para expresar el rango de la institución.

La sección de ciencias tuvo una influencia fulminante en el cultivo de la actividad científica en Cataluña. Poco después de su creación comenzaron a publicarse revistas y publicaciones periódicas de contenido científico, como por ejemplo las Notes d'estudi del Servei Meteorològic de Catalunya, dirigidas por Eduard   —26→   Fontseré, los Treballs de l'Estació Aerològica de Barcelona, los Treballs del Servei Tècnic del pal·ludisme, unas Memòries de la Secció de Ciències, que recogían las actividades desarrolladas por la sección, la Col·lecció de Cursos de Física i Matemàtica, dirigida por Esteve Terradas, o la Biblioteca filosòfica, dirigida por Eugenio D'Ors. Al propio tiempo, el Institut fue creando una serie de sociedades filiales, que, en definitiva, consolidaron su inserción en el seno de la sociedad catalana e incrementaron su influencia en el cultivo de la investigación científica. Estas fueron la Societat Catalana de Biologia (1912), la Institució Catalana d'Història Natural (1915), la Societat Catalana de Filosofia (1923), la Societat Catalana de Ciències Físiques, Químiques i Matemàtiques (1931) y la Societat Catalana de Geografia (1935). Todas ellas estaban vinculadas a la sección de ciencias y tuvieron su participación en el avance espectacular de la investigación científica en la época.

Por lo que al cultivo de la fisiología se refiere, el núcleo de la investigación se configuró en torno a la figura de August Pi i Sunyer, catedrático de fisiología de la Universidad de Barcelona a partir de 1914, tras la vacante dejada por Ramón Coll i Pujol. Pi i Sunyer fue desde sus inicios director de la Societat Catalana de Biologia y de su órgano de expresión, los Treballs de la Societat Catalana de Biologia. La Societat y el Laboratorio de Fisiología significaron para Cataluña la consolidación y el impulso de una tradición de investigación en las ciencias de la vida que había iniciado a finales del siglo XIX un catalán genial: Ramón Turró i Darder13.

Turró había nacido en Gerona, en 1854, y una trayectoria vital aventurera le había proporcionado una formación académica rebelde y poco sistemática. A pesar de iniciar los estudios de medicina en Barcelona, en 1871, abandonó la carrera para incorporarse al ejército liberal que combatía contra los carlistas. Tras la proclamación de la 1.ª República continuó los estudios de medicina, que abandonó nuevamente, esta vez para incorporarse a la redacción de El Progreso en Madrid. Durante su estancia en la capital publicó su primera obra científica, El mecanismo de la circulación arterial (1880), que alcanzó una amplia difusión en todo el país y fue traducida poco después al francés, algo insólito en el contexto de la fisiología española de la época, más consumidora de información científica que productora de ella. En esa misma época, Turró puso también de manifiesto su espíritu de polemista a través de una serie de notas en la prensa, en las que arremetía en contra de los planteamientos especulativos de la filosofía médica de José de Letamendi14 desde la defensa de la experimentación analítica como fundamento del conocimiento positivo.

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Cuando Jaume Pi i Sunyer, el padre de August, accedió a la Cátedra de Patología General de la Universidad de Barcelona pidió a Ramón Turró que fuera a trabajar con él a su laboratorio, pero la trayectoria inquieta que había llevado hasta entonces no le había permitido alcanzar grado académico alguno, lo cual constituía un serio inconveniente para su plena incorporación a la vida docente e investigadora. No obstante, regresó a Barcelona en 1884 e influido por las reconvenciones de sus amigos que le conminaban a terminar la licenciatura de medicina, optó por marchar a Santiago de Compostela para no tener que pasar los exámenes que le restaban en Barcelona, y allí obtuvo en tan solo un año el título de veterinario. Al crearse poco después en la ciudad condal el Laboratorio Municipal, Turró pasó a formar parte del equipo que lo regentaba y con ocasión de ello coincidió con Jaime Ferrán, con el que pronto surgieron profundas diferencias de criterio, que trascendieron más allá del ámbito científico al dominio público. El posterior deterioro de la imagen científica de Ferrán propició su acceso a la dirección del laboratorio, donde, en definitiva, desarrolló la parte más sustancial de su labor científica.

Turró fue una de las figuras más destacadas de la cultura catalana de principios de siglo; participó en la fundación del Institut d'Estudis Catalans, fue socio honorario de la Societat Catalana de Biologia, dirigida por August Pi i Sunyer, y Presidente de la Acadèmia i Laboratori de Ciències Mèdiques de Catalunya. Su labor científica tuvo especial relevancia en tres áreas diferentes: la fisiología, la microbiología y la inmunología, sin olvidar sus reflexiones teóricas acerca del conocimiento científico.

Por lo que aquí más nos interesa, la obra fisiológica de Turró constituye el punto de partida de la moderna fisiología de laboratorio en Cataluña y estuvo consagrada a dos temas principales: el funcionalismo del sistema nervioso y muy especialmente el mecanismo de la circulación sanguínea. Una de sus aportaciones más significativas se debe a su célebre monografía sobre la circulación capilar, en la que aclaró el papel activo desempeñado por la contracción arterial en el mecanismo de la circulación, desmintiendo así la idea predominante en la época, que lo atribuía exclusivamente al trabajo desarrollado por el corazón. En sus escritos destinados a analizar el método científico y su aplicación a la investigación biológica, Turró se adhirió incondicionalmente al método positivista experimental, apoyando el pensamiento de Claude Bernard, que tanta repercusión tuvo en la fisiología española de la época15.

El despliegue institucional que se llevó a cabo en la Barcelona de principios de siglo -algo verdaderamente excepcional en el contexto del Estado español de la época, si exceptuamos la ingente labor desarrollada en Madrid por la Institución   —28→   Libre de Enseñanza- dio sus frutos con abundancia, y ello gracias a la confluencia de una serie de figuras que contribuyeron a llenar de contenido el proyecto institucional trazado. Todos ellos abonaron el terreno en el que se formó José Puche y al que después aportaría su trabajo personal. En el caso de la investigación fisiológica además del mencionado Ramón Turró es preciso hacer mención a hombres de la talla de August Pi i Sunyer, Jesús M.ª Bellido Golferichs o Ramón Carrasco Formiguera. Los dos primeros fueron los verdaderos maestros de Puche y quienes orientaron sus pasos hacia la investigación fisiológica y guiaron sus primeras líneas de trabajo experimental. Detengámonos brevemente en su personalidad científica.

Jesús M.ª Bellido Golferichs (Barcelona, 1880-Toulouse, 1952) se había licenciado en Barcelona (1901) y desde sus comienzos profesionales se había consagrado a la investigación de laboratorio en fisiología. Así, en 1904, se doctoró con una tesis sobre las Relaciones entre la hipófisis y lar formaciones situadas en la bóveda faríngea en el embrión, en el feto, en el niño y en el adulto (Barcelona, 1904). Poco después inició su vida académica como profesor auxiliar de la Cátedra de Fisiología, entonces ocupada de Ramón Coll i Pujol; en 1914 accedió a la Cátedra de Fisiología de Zaragoza y en 1918 a la de Granada. Pero su mayor deseo era regresar a la ciudad condal y poder desarrollar allí su actividad científica, por lo que en 1920 pidió la excedencia de la cátedra granadina y regresó a Barcelona para ocupar el puesto de Subdirector del Institut de Biologia, dirigido por August Pi i Suñer, al cual se incorporaría por aquellas mismas fechas un joven llamado José Puche.

Colaborador asiduo en las distintas ediciones de los Congressos de Metges i Biòlegs de Llengua Catalana, Bellido dedicó plenamente su vida a la docencia y a la investigación. En 1923 se encargó también de la Cátedra de Farmacología y Terapéutica de la Universidad de Barcelona -que obtuvo por oposición ya en 1929- y durante toda la etapa que nos ocupa fue un íntimo colaborador de Pi i Sunyer en las tareas de dirección del Departamento de Fisiología y de los trabajos de investigación del Institut de Biologia. Ambos reorganizaron el Departamento de Fisiología y crearon una importante biblioteca de temas fisiológicos, además de fundar un Instituto de Investigaciones Médicas, que tendría escasa continuidad. Además de José Puche, entre sus discípulos más directos se encontraba Jaume Pi i Sunyer y Vicenç Carulla Riera. Al igual que Ramón Turró anteriormente, Bellido fue Presidente de la Acadèmia de Ciències Mèdiques de Catalunya durante el período 1924-1926.

En el plano político, fue un destacado miembro de Acción Catalana Republicana, por lo que tras la Guerra Civil permaneció recluido en un campo de concentración, hasta que finalmente se instaló en Toulouse, donde se incorporó a las actividades del Instituto de Fisiología hasta su muerte.

Sin duda, la figura clave de la fisiología catalana durante el primer tercio de nuestro siglo fue August Pi i Sunyer, auténtico maestro de José Puche, por quien mantuvo un profundo respeto y una entrañable amistad no sólo durante su etapa   —29→   de Barcelona, sino también el resto de su vida. La posición clave de Pi i Sunyer como cabeza visible del grupo catalán -vanguardia de la fisiología española junto con la escuela madrileña encabezada por Juan Negrín- no se debe únicamente a sus aportaciones científicas, sino al papel que desempeñó en la aglutinación de un verdadero grupo de investigación, en el respaldo institucional que consiguió para el desarrollo del trabajo de laboratorio y en su labor de promoción de las relaciones con Europa. Valga a modo de ejemplificación de esta última faceta, el hecho de que los trabajos que se realizaban en la Societat de Biologia eran presentados sistemáticamente ante la Société de Biologie de Paris, lo cual propiciaba no sólo la conexión con la investigación europea, sino que también aportaba el apropiado marco de contrastación de la labor realizada. Puede afirmarse, en consecuencia, que el grupo de fisiólogos que encabezaba Pi i Sunyer, y al que perteneció Puche desde los comienzos de la década de los años 1920, era un grupo reconocido internacionalmente por su labor.

August Pi i Sunyer era hijo del catedrático de Patología General de la Universidad de Barcelona, Jaume Pi i Sunyer, y pertenecía a una de las familias de más renombre dentro de la sociedad catalana de principios de siglo16. Siguiendo los pasos de su progenitor cursó estudios de medicina obteniendo la licenciatura en 1899 y el doctorado un año después con una tesis acerca de La vida anaerobia (Barcelona, 1901). En 1902 ingresó en la universidad como profesor auxiliar de fisiología y sólo dos años más tarde obtenía por oposición la Cátedra de Fisiología de la Universidad de Sevilla, donde permaneció algunos años, sin por ello desvincularse de la actividad cultural y científica catalana.

En 1908, estando todavía en Sevilla, comenzó a organizar unos cursos permanentes de fisiología general que instituyó el Laboratorio Municipal de Barcelona, dirigido entonces por Ramón Turró, colaborador científico de su padre.

Participó de forma muy activa en la creación de la sección de ciencias del Institut d'Estudis Catalans, al que asoció, en 1912, la ya mencionada Societat Catalana de Biologia, gracias al patrocinio de la Mancomunidad. Dos años después pasó a encargarse de la Cátedra de Fisiología de la Universidad de Barcelona tras la jubilación de Ramón Coll i Pujol y en 1916 accedió al puesto de catedrático numerario.

Su vida académica se vio rodeada de una intensa actividad social y política que, si bien pudo de algún modo interferir en su labor como investigador, no cabe duda de que consagró a Pi i Sunyer como una de las personalidades relevantes del mundo cultural catalán e indirectamente favoreció las condiciones de trabajo de sus discípulos. Al igual que sucediera más tarde con Puche y con tantas otras personalidades españolas de la época, Pi i Sunyer asoció a su labor científica y académica un manifiesto compromiso político. Fue diputado a Cortes por Figueras   —30→   en tres legislaturas como republicano federal, impartió cursos en universidades hispanoamericanas -Buenos Aires y Montevideo- y creó y dirigió desde su inauguración en 1921 el Instituto de Fisiología. Con su acceso a la presidencia de la Acadèmia de Ciències Mèdiques de Catalunya (1927-1939), la Acadèmia culminó un fructífero período en cuya presidencia se habían sucedido tres de las más grandes figuras de la investigación experimental catalana y española: Turró, Bellido y Pi i Sunyer.

No obstante, el trágico desenlace de la contienda civil truncó su trayectoria vital y, tras un breve período de estancia en París se exilió a Venezuela, donde fue nombrado profesor de fisiología de la Universidad de Caracas. Allí fundó en 1940 el Instituto de Medicina Experimental y fue a su vez profesor de biología y bioquímica. También en Venezuela su labor se reveló extraordinariamente fructífera, hasta el punto de haberse convertido, en buena medida, en el punto de partida de la actual escuela de investigación fisiológica venezolana.

La obra investigadora de Pi i Sunyer se inició con su tesis sobre la vida anaerobia, que dio paso a continuación a una etapa de colaboración científica con Ramón Turró en torno a los mecanismos fisiológicos de la inmunidad celular. Las líneas de investigación que llevó adelante en el Instituto de Fisiología constituyeron los primeros pasos que guiaron el acceso de Puche a la investigación y, en definitiva, fueron las líneas que siguió incluso durante su etapa mexicana. El acercamiento a los temas inmunitarios le llevó a sistematizar el concepto de sensibilidad trófica, basado en el análisis de los reflejos nerviosos de adaptación, cuestión ésta que años más tarde sería analizada en su evolución posterior por su discípulo Puche, desde México.

Más tarde inició una serie de trabajos sobre la participación de la sensibilidad química en la regulación respiratoria, que relacionó con la existencia de quimioreceptores periféricos vinculados a la acción vagal. Con ello abrió una línea de investigación que después sería el hilo conductor de los trabajos de Puche en México: el control nervioso de la glucemia y el estudio del metabolismo de los glúcidos.

La aportación de Pi i Sunyer a la investigación fisiológica fue reconocida en numerosas ocasiones, siendo nombrado Doctor Honoris causa por la Universidad de Toulouse en 1922 y académico de la Kaiserlich Leopold Deutsche Akademie der Naturforscher, de Halle, en 1932. Los Treballs de la Societat de Biologia que dirigió desde su aparición en 1913 hasta su desaparición en 1938 son buena prueba de su labor científica y de su capacidad para aglutinar e impulsar la actividad investigadora de un grupo importante de investigadores.

En este contexto cultural y científico es en el que se formó José Puche durante la etapa más importante de su vida: los estudios universitarios y el aprendizaje de la experimentación. Ya durante su etapa de estudiante de medicina, en 1918, se incorporó en calidad de alumno interno al Departamento de Fisiología dirigido por August Pi i Sunyer y comenzó a colaborar en las tareas de laboratorio del Instituto de Fisiología. Desde los primeros momentos contó con el magisterio de Jesús M.ª   —31→   Bellido Golferichs y August Pi i Sunyer, iniciando así una relación que marcaría su trayectoria profesional en el futuro.

Entre 1918 y 1928, último año de su estancia como fisiólogo en la ciudad condal, José Puche fue sucesivamente alumno interno, ayudante de prácticas, profesor asistente, profesor auxiliar y jefe de trabajo experimental en el Instituto de Fisiología de Barcelona, después de haber obtenido la licenciatura en 1922.

A partir de ese momento, y hasta 1926, Puche trabajó en su tesis de doctorado, lo cual, como era preceptivo en la época, le obligó a desplazarse a Madrid, donde entró en contacto con el Laboratorio de Fisiología creado por la junta para Ampliación de Estudios y con la escuela fisiológica encabezada por el otro hombre que marcó de modo más firme su trayectoria vital y política: Juan Negrín.

Pero antes de entrar de lleno a considerar su estancia en Madrid y su acceso a la cátedra universitaria, conviene señalar dos cuestiones de relieve dentro de su etapa de Barcelona. La primera hace referencia a su formación científica y universitaria y la segunda a su relación personal y profesional con otra gran figura de la psicología y la medicina catalanas: Emilio Mira y López.

Una vez concluida su tesis de doctorado en Madrid y de vuelta ya a la docencia universitaria, José Puche tuvo ocasión de participar de las subvenciones que algunas instituciones catalanas -en particular la Mancomunitat de Catalunya creada por la Generalitat- otorgaban para estancias de investigación en el extranjero. Gracias a una de esas becas de la Mancomunitat de Catalunya, durante 1928 y 1929 tuvo ocasión de asistir a cursos y seminarios en varias instituciones europeas, y tomar así contacto con algunas de las figuras más destacadas de la fisiología europea del momento. A lo largo de esos dos años realizó estancias en el Instituto de Fisiología de la Universidad Libre de Bruselas, dirigido por el Profesor Demoor, en el Instituto de Farmacología de la Universidad de Gante, dirigido por el Profesor Heymans, en el Instituto de Fisiología de la Universidad de Utrech, dirigido por el Profesor Noyens, en el Departamento de Fisiología de la Universidad de Lund, dirigido por el Profesor Thunberg y en el Instituto de Bioquímica de Yvar Bang, dirigido por el Profesor Vidmark. Todas estas visitas consolidaron su formación académica e investigadora y le permitieron establecer vinculaciones con importantes grupos europeos.

El otro punto de referencia que sirve para encuadrar su actividad profesional en la Barcelona de los años 1920 es su relación con Emilio Mira y el Instituto Psicotécnico de Barcelona17. Es bien conocida la importancia de la obra de Mira en el campo de las técnicas de psicodiagnóstico y en la elaboración de procedimientos de evaluación de los tests proyectivos, pero junto a ello no hay que olvidar su   —32→   papel de adelantado en la incorporación del psicoanálisis y su trascendental labor en la institucionalización de la psiquiatría infantil en España.

Mira fue otro de los impulsores de la renovación de la medicina catalana cercanos al circulo de Pi i Sunyer, de quien, en cierta manera, era discípulo y bajo cuya dirección se había doctorado en 1923. Al fundarse por iniciativa de Mira el Instituto Psicotécnico de Barcelona pasó a ocupar el puesto de director y llamó a Puche para que colaborara en los trabajos de Instituto desde el puesto de profesor adjunto, con el fin de dar una orientación experimental a los trabajos allí realizados. De este modo, ambos volvieron a encontrarse en una trayectoria común que les llevaría desde la etapa de compañeros en la Facultad de Medicina a una fatal coincidencia de destinos, como señalaría años más tarde Puche en una reseña que publicó en 1944 en los Anales de Medicina del Ateneo Ramón y Cajal, de México, a la obra de Mira, La Psiquiatría de Guerra18.

Idéntica había sido su formación académica, juntos habían colaborado en un mismo proyecto en el Instituto Psicotécnico, fueron colegas en reuniones y asociaciones científicas, ambos abandonaron la labor científica y universitaria, siquiera temporalmente, para servir durante la guerra a la República desde los Servicios de Sanidad del Ejército -Mira se encargó de organizar enteramente los Servicios de Psiquiatría e Higiene Mental del Ejército Republicano- y, finalmente, ambos se hubieron de exiliar y acabar el resto de sus días al otro lado del Atlántico. Emilio Mira falleció en Brasil en 1964.




ArribaAbajoPrimeros contactos con la Escuela madrileña: Juan Negrín y el Laboratorio de Fisiología de la Junta para la Ampliación de Estudios

Uno de los factores fundamentales que propiciaron en nuestro país a principios de siglo ese resurgimiento de la actividad científica que algunos autores han calificado de Edad de Plata de la ciencia española fue la creación de un marco institucional de promoción de la ciencia y de los intercambios científicos con el extranjero. En el ámbito universitario el gran peso de esta labor se debió en buena medida a las numerosas iniciativas de la Institución Libre de Enseñanza, entre cuyas realizaciones más destacables se encuentra la junta para la Ampliación de Estudios.

Como es sabido, la Institución había sido fundada por Francisco Giner de los Ríos poco después de su expulsión de la docencia universitaria oficial, como consecuencia de lo que se ha dado en llamar segunda cuestión universitaria19, y su pensamiento puede ser considerado como fundamento ideológico de su organización20.   —33→   El dominio de las lenguas modernas y la convicción de que para salir del atraso científico era necesario propiciar los contactos de los jóvenes licenciados con grupos de trabajo extranjeros fueron las premisas que llevaron a la creación de la Junta. A este respecto, afirmaba Giner en su ensayo sobre La Universidad Española:

Estos alumnos, a su regreso, serán los únicos auxiliares, los cuales percibirán una dotación y tendrán a su cargo las vacantes, las secciones y las sustituciones permanentes, la dirección de trabajos de laboratorio u otras prácticas o enseñanzas libres, como privat dozenten. Después de cierto tiempo serán propuestos para cátedras de número...21



En general, puede afirmarse que inicialmente todos los regeneracionistas participaban de esas mismas ideas y, a pesar del posterior refugio en planteamientos más casticistas y menos científicos, un punto importante de su pensamiento se centraba en el envío de pensionados al extranjero.

De hecho, en los presupuestos generales de 1904 ya figuraba una partida de cien mil pesetas para la concesión de becas en el extranjero, a las que podían optar los estudiantes premiados en los ejercicios de reválida o grado de las Escuelas Normales, de Ingenieros o Universidades. Esa misma política fue reforzada posteriormente durante el ministerio de Amalio Gimeno, quien planteó incluso la creación de un organismo autónomo que gozara de cierta independencia con respecto a la política ministerial. Es muy significativa la valoración que de la junta realizó Romanones:

Presidida por la autoridad indiscutible de Cajal y formada por hombres de valía reconocida y capacidad manifiesta, a cubierto por eso de toda suspicacia y con la garantía innegable que había de ofrecer la circunstancia de profesar aquellas ideas muy distintas y ser de variadas escuelas... esta junta ha sido y es una de las instituciones que más ha hecho desde entonces por la cultura nacional. A ella se debe una evidente transformación de nuestro modo de vivir en materia de comunicación científica con el extranjero...22



La perspectiva histórica ratifica con creces la opinión de Romanones. Desde su creación, la Junta estuvo compuesta por veintiún miembros honorarios vitalicios, todos ellos profesores y científicos de prestigio, que representaban a las diferentes ramas del conocimiento y a amplios sectores de opinión, desde los más firmes representantes de planteamientos tradicionales, como carlistas y católicos, hasta los más fervientes defensores de la república. Su primer presidente fue Santiago Ramón y Cajal y el patronato estaba integrado por «profesores eminentes de todas   —34→   las ideologías; pero especialmente cualificados por su fama como científicos»23. Entre ellos se encontraba José Echegaray, Marcelino Menéndez Pelayo, Joaquín Sorolla, Joaquín Costa, Gumersindo de Azcárate, Luis Simarro y Ramón Menéndez Pidal.

Bajo la misma inspiración que la Junta para Ampliación de Estudios se había creado en 1910 la Residencia de Estudiantes, dirigida desde su fundación por Alberto Jiménez Fraud, que aglutinó en su seno un ambiente abierto de debate intelectual e ideológico. Su creación coincidió con la caída de Maura, lo cual abrió para la Junta unas mejores perspectivas para incidir ampliamente en la promoción de la cultura. Ese mismo año se había creado el Centro de Estudios Históricos, el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales, la Escuela Española de Roma y se iniciaron los proyectos encaminados a crear la Asociación de Laboratorios.

Además de llevar a cabo un meritorio esfuerzo por adaptarse a la realidad de las nuevas corrientes pedagógicas europeas, la Residencia contaba con laboratorios, bibliotecas, salas de conferencias y de exposiciones, e instalaciones para albergar a profesores y estudiantes, además de editar un órgano propio de expresión: la revista Residencia (1926-1934). Estas condiciones constituían el caldo de cultivo adecuado para crear un ambiente intelectual y científico que adquirió viva efervescencia.

Entre todas las actividades científicas llevadas a cabo en el seno de la Institución destaca, como creación original, la fundación de laboratorios de investigación, proyecto fundamental desde el principio de Alberto Jiménez Fraud,

... que había acertado a convertir el pequeño recinto que albergaba a los residentes (en Fortuny, 14) en una especie de taller cultural y científico complementario de la Universidad, al instalar en él algunos laboratorios para las prácticas y trabajos de investigación de los estudiantes de Medicina y Ciencias.24



El primero que se fundó fue un pequeño laboratorio de anatomía microscópica, dirigido durante muchos años por Luis Calandre, conocido cardiólogo madrileño, cuya finalidad primordial era completar los conocimientos de histología de quienes cursaban los primeros años de medicina. En 1912 se creó un laboratorio de química general, fundado por José Sureda Blanes y Julio Blanco, y dirigido desde 1913 por José Ranedo.

Pero los laboratorios que adquirieron verdadera entidad fueron los instalados en la «colina de los chopos». En 1915, a los ya mencionados se unió el de química fisiológica, bajo la dirección de Antonio Madinaveitia y José M. Sacristán, que estuvo en funcionamiento hasta 1919. En 1916 se crearon otros dos: el de fisiología general, dirigido por Juan Negrín -que más tarde se consagró íntegramente a la investigación bajo la dependencia de la Junta- y el de fisiología y   —35→   anatomía de los centros nerviosos, dirigido por el neurólogo Gonzalo Rodríguez Lafora.

En 1919 se instaló el laboratorio de histología normal y patológica, dirigido por Pío del Río Hortega y, finalmente, bajo la dirección de Paulino Suárez se creó el de serología y bacteriología. Pero no hay que pensar que este espectacular despliegue institucional gozaba de los medios idóneos para la investigación. Todos los laboratorios estaban subvencionados por la Junta para Ampliación de Estudios, con unos recursos modestos y con una dotación de plazas escasa. En el caso del laboratorio de fisiología, al que se sumó Puche con el fin de completar su trabajo de doctorado después de haber viajado por Europa en compañía de Jaume Pi i Sunyer, sus propias palabras resultan elocuentes:

El laboratorio de Fisiología ocupaba no más de un centenar de metros en el pabellón destinado a los laboratorios científicos. En aquel recinto limitado fueron aposentados con decoro los laboratorios de demostración, los dedicados a los investigadores, la biblioteca y un simpático rincón donde, después de la refacción, un grupo de amigos solíamos charlar despreocupadamente ante unas tazas de buen café preparado al uso de la Gran Canaria. Entre sorbo y sorbo, oyendo las anécdotas del día, podíamos ojear libros y revistas recientes. La información que allí se recibía era de primer orden, como seleccionada por nuestro anfitrión, don Juan Negrín, que colmado de lauros académicos acababa de regresar de Alemania. La Junta para Ampliación de Estudios tuvo el acierto de atraerlo a la dirección del Laboratorio de Fisiología donde, rodeado de un grupo de discípulos, continuamente renovado, realizó una labor insuperable durante bastantes años.25



Por otra parte, la Residencia sirvió también de modelo a otras instituciones fundadas con posterioridad bajo la misma orientación; tal es el caso del Instituto Escuela o de la Escuela Plurilingüe, cuya influencia fue más limitada en la vida social y cultural española de la época.

La influencia favorable de estas instituciones proporcionó una amplia renovación de la vida universitaria y de la práctica científica. De hecho, nadie puede negar que la junta creó un amplio sector de instituciones de investigación, un ejemplo de ellas fueron los laboratorios, considerando que ello constituía la mejor medida para fomentar el cultivo de las ciencias. Entre las que alcanzaron mayores logros cabe señalar el Centro de Estudios Históricos, consagrado principalmente a lengua, literatura y arte españoles, y a las lenguas clásicas, el Instituto Cajal, dedicado al cultivo de la histología, el Laboratorio de Fisiología, el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales, el Seminario de Matemáticas y la Comisión Paleontológica y Prehistórica, para el estudio de restos y yacimientos. Cada uno de estos centros gozaba de una total independencia científica, pero la junta tenía plenos poderes en cuanto a la financiación y contratación de científicos.

  —36→  

Las nuevas instituciones propiciaban la adecuada formación de un buen número de jóvenes científicos, que en su mayoría tuvieron también opción de contrastar su trabajo en organismos de investigación de otros países europeos. En el Laboratorio de Investigaciones Biológicas, dirigido por Santiago Ramón y Cajal, trabajaron sus discípulos más significados, hombres de talla internacional en el campo de la investigación neurohistológica, entre ellos Pío del Río Hortega y el prematuramente fallecido Nicolás Achúcarro Lund, cuya muerte temprana frustró el porvenir profesional de una de las figuras más brillantes de la biología española contemporánea26.

En su conjunto, todas las instituciones docentes y de investigación tenían una fuente de inspiración común y basaban su talante abierto y antidogmático en una peculiar influencia del krausismo, asimilado y reformulado de una manera muy original por los intelectuales españoles, especialmente por Francisco Giner de los Ríos y Manuel Cossío, ambos discípulos directos de Sanz del Río. Durante esta etapa, resulta destacable la relación y el intercambio con la filosofía y la ciencia alemanas, que entonces se encontraba a la vanguardia del mundo occidental.

La estancia de José Puche en Madrid, como consecuencia de los trabajos para la preparación de su tesis de doctorado, le permitió entrar en contacto con el mundo científico madrileño y, en particular, con el grupo de fisiólogos que trabajaba en el Laboratorio de Fisiología en torno a Juan Negrín. Fue el propio Pi i Sunyer quien le facilitó el acceso al Laboratorio de Fisiología creado por la Junta, que estaba situado muy cerca de la Residencia de Estudiantes. «La Residencia de Estudiantes ofrecía, por aquellos días, la madurez de un ensayo pedagógico afortunado, culminación de otros meritísimos anteriores, encaminados a incorporar europeidad en la educación de nuestra juventud»27. Así calificaba Puche años después el talante de la Residencia.

Durante su estancia en la Residencia de Estudiantes28, Puche conoció a algunas de las figuras más representativas de la bio-medicina y la ciencia españolas de la época: Teófilo Hernando, Gregorio Marañón, Pío del Río Hortega, Blas Cabrera, Enrique Moles o Juan Madinaveitia, entre otros. Pero su más estrecha relación se estableció con José Domingo Hernández Guerra, el más estrecho colaborador de Negrín en el Laboratorio de Fisiología, pariente y paisano suyo29. Hernández Guerra había nacido en Tejada (Las Palmas), en 1897 y tras estudiar la carrera en Madrid ingresó como ayudante del Laboratorio de Fisiología de la Junta. Amplió estudios en París y Bruselas y a su regreso en 1922 fue nombrado profesor   —37→   auxiliar de la Facultad de Medicina, donde comenzó a organizar la enseñanza de la fisiología con Juan Negrín. Ya en 1926 obtuvo la Cátedra de Fisiología de Salamanca, pero falleció siendo muy joven en 1932.

Además de trabajar en la Cátedra de Fisiología de la Universidad, Hernández Guerra se encargaba de dirigir los trabajos experimentales de los estudiantes postgraduados que llegaban a Madrid para realizar su tesis de doctorado, habitual inicio de la dedicación al trabajo experimental y las labores universitarias. Fue éste el punto de partida de una larga aventura de amistad, fidelidad política y respeto humano hacia el que posteriormente sería uno de los protagonistas de primer orden de la historia española contemporánea: Juan Negrín.

Juan Negrín (Las Palmas, 1982 - México, 1956) había cursado sus estudios de medicina en Alemania, primero en Kiel y después en Leipzig, donde tuvo ocasión de aprender en el célebre y renovador Instituto de Fisiología creado alrededor de medio siglo antes por el célebre Carl Ludwig, el hombre más influyente en la fisiología experimental alemana del siglo XIX, y dirigido a la sazón por Theodor von Brücke30. En Leipzig y bajo la dirección de von Brücke se doctoró en 1912, pero su deseo de regresar a España le llevó a rechazar una oferta de incorporarse a la universidad alemana como Privatdozent en Leipzig para volver a Madrid en 1917 e incorporarse a los trabajos del Laboratorio de Fisiología de la Junta para la Ampliación de Estudios. Allí realizó una segunda tesis doctoral leída en la Universidad de Madrid en 1920 y dos años más tarde sucedió a José Gómez Ocaña en la Cátedra de Fisiología de esta Universidad.

La obra fisiológica de Negrín se inició en Leipzig con una serie de estudios acerca de la relación entre la actividad de las glándulas suprarrenales y el sistema nervioso central. Sus estudios iban encaminados a aclarar la supuesta existencia de un control neurológico directo y preciso de los niveles de glucemia y a determinar la influencia que pudiera tener un mecanismo de regulación indirecta a través de los niveles de adrenalina. Investigaciones posteriores sobre este tema, llevadas a cabo con su equipo, le permitieron determinar la función reguladora del «centro glucosúrico» -situado en el IV.º ventrículo- sobre la secreción interna de las glándulas suprarrenales a través del sistema nervioso simpático. Negrín demostró que la acción recíproca del sistema endocrino y el sistema nervioso se realiza no sólo mediante sus ramificaciones periféricas, sino también a través de la porción vegetativa central, comprobando con trabajos experimentales de vivisección la relación existente entre la glucosuria y los niveles de adrenalina.

Es de destacar otra faceta, en general menos conocida, de la obra científica del grupo fisiológico madrileño encabezado por Negrín31: su aportación a la técnica de construcción de instrumental de investigación fisiológica. Los diseños de aparatos ideados por el grupo de Negrín contaron con la colaboración del Laboratorio de   —38→   Automática, dirigido a la sazón por Leonardo Torres Quevedo. Algunos de estos diseños fueron presentados, con una notable aceptación, a los Congresos Internacionales de Fisiología.

No podría finalizar este breve perfil científico de Negrín sin hacer referencia a esa otra faceta de su personalidad, el compromiso político, que adquirió en su vida una profunda significación. Afiliado al Partido Socialista, Negrín fue elegido diputado a Cortes en las elecciones de 1931 y, como es bien sabido, fue Presidente del Gobierno de la República desde 1937 hasta el desenlace de la Guerra Civil.

Durante su estancia en Madrid para la realización de la tesis de doctorado, Puche trabajó en el Laboratorio de Fisiología de la Junta para Ampliación de Estudios y tanto la personalidad científica de Negrín como su talante humano y político causaron una profunda huella en él. Pocos años después, el fisiólogo canario formaría parte del tribunal de las oposiciones en que se concedió a Puche el acceso a la Cátedra de Fisiología de la Universidad de Salamanca y desde esa misma etapa se entabló entre ambos una perdurable relación, que se hizo extensiva, en algunos casos, a sus discípulos más significados: José Domingo Hernández Guerra, Severo Ochoa o Francisco Grande Covián fueron algunos de ellos. Buena prueba de lo anterior es el hecho de que, según su propio testimonio32, antes de iniciarse la contienda civil, Negrín le propusiera colaborar con él en la Cátedra de Fisiología de Madrid, al necesitar apoyo para la docencia como consecuencia de su labor de diputado y de haber sido nombrado secretario de la Universidad de Madrid.

La proximidad profesional, personal y política que existía entre ambos hizo que, al igual que a Negrín, se considerase muchas veces a Puche como un hombre cercano a las ideas comunistas, a pesar de su fiel militancia en el partido de Azaña, Acción Republicana.




ArribaAbajoIncorporación a la vida académica

Una vez concluido en 1926 su trabajo de doctorado acerca de la función del sistema nervioso autónomo en la regulación de la glucemia33 -siguiendo una de las líneas de trabajo que se desarrollaba en el laboratorio de fisiología dirigido por Negrín y que coincidía con los trabajos de la escuela de Barcelona-, José Puche regresó a la ciudad condal y allí continuó trabajando en el seno del grupo catalán de fisiólogos hasta 1929. Durante esta etapa de formación científica y de incorporación a la vida universitaria se integró Puche en algunas de las instituciones científicas catalanas reforzando así su vinculación profesional y afectiva con el mundo catalán: nada más licenciarse fue acogido como numerario en la Societat   —39→   Catalana de Biologia (1922) y tras su doctorado en 1926 fue elegido académico de la Academia de Ciencias Médicas de Barcelona, que le concedió el Premio Garí por su investigación doctoral. Pero sus nexos con la ciudad condal adquirieron un carácter definitivo al contraer matrimonio con Carmen Planás, de cuyo enlace nacieron, aún en Barcelona, tres hijos, un varón y dos mujeres, que constituirían, en definitiva, su núcleo familiar.

Como ya hemos indicado, en 1929 opositó con éxito a la Cátedra de Fisiología de la Universidad de Salamanca, en unos momentos en que la universidad salmantina había ya dejado de poseer el esplendor de otros tiempos, debido, como en tantos otros casos, al profundo centralismo institucional decimonónico, que había relegado a un segundo plano a las «universidades de provincias». Según su propio testimonio34 solía ser una práctica habitual el que los profesores vivieran en Madrid y acudieran a la ciudad del Tormes un par de días a la semana para impartir sus clases. El paso por Salamanca le llevó a conocer a una de las figuras señeras de la intelectualidad española de la época, Miguel de Unamuno, pero su estancia en Salamanca fue breve; al cabo de un año, en 1930, obtuvo la Cátedra de Fisiología de la Universidad de Valencia, que había dejado vacante tras su muerte Adolfo Gil y Morte35. Las razones que le llevaron a tomar tal decisión fueron claras: «porque (Valencia) estaba más cerca de Cataluña y porque además es una ciudad más amplia, más abierta»36.





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ArribaAbajoLa etapa valenciana: Cátedra de Fisiología, Rectorado y Guerra civil

Tras superar la correspondiente oposición, en 1930 se trasladó José Puche con su familia a Valencia, como catedrático de fisiología general, química fisiológica y fisiología especial, en la Facultad de Medicina. Su estancia en Valencia se prolongó hasta el final de la contienda civil y marcó indeleblemente su trayectoria biográfica; su total participación en los dramáticos acontecimientos que tuvieron lugar en la vida española entre 1930 y 1939, le hicieron arraigarse con plenitud en la vida académica y política valenciana hasta el punto de convertirle en una figura clave de la Universidad de Valencia durante la Guerra.


ArribaAbajoLa Cátedra de Fisiología de la Universidad de Valencia y el movimiento experimentalista valenciano

Ya desde las últimas décadas del siglo XIX se había ido configurando en la Universidad de Valencia un núcleo de renovación de la ciencia y la práctica médicas, que, inspirado en la mentalidad científico-natural, había comenzado a desarrollar el proyecto que Ackerknecht ha denominado medicina de laboratorio37. Dicho movimiento había ido configurando su labor desde instituciones científicas creadas al margen de la propia Universidad -aunque muchos de sus miembros fueran profesores universitarios-, como es el caso del Instituto Médico Valenciano, y contaba con unos órganos de expresión específicos. El Instituto se había creado en 1841 por iniciativa de Luis Bertrán, en un momento en que se estaba iniciando en todo el país un esfuerzo de recuperación de la tradición científica, perdida durante la gran crisis de principios de siglo38. Su objetivo explícito era el de crear en   —42→   Valencia una asociación profesional que impulsara el cultivo de las ciencias médicas, y con tal fin programaba la realización de sesiones científicas periódicas en las que se debatirían todo tipo de temas relacionados con la salud y la enfermedad, a partir de los informes elaborados por las comisiones competentes. En su seno se creó un fondo bibliográfico de obras médicas y de revistas españolas y extranjeras, que aportaron una importante fuente de información sobre la evolución de la medicina europea de la época. En este sentido, es destacable el papel desempeñado por el Instituto en la asimilación de las nuevas corrientes y, sobre todo, en las soluciones a los problemas de salud pública que debió afrontar la sociedad valenciana. Desde su fundación, el Instituto puso en funcionamiento una publicación de periodicidad mensual, el Boletín del Instituto Médico Valenciano, que fue uno de los órganos de expresión del movimiento renovador a que antes hacíamos alusión.

La otra referencia obligada de la medicina experimental de principios de siglo es La Crónica Médica, revista fundada en 1865 y dirigida a la sazón por Juan Peset Aleixandre, que aglutinaba al principal grupo impulsor de los supuestos de la medicina de laboratorio en Valencia39. Entre sus colaboradores habituales en esa época se encontraban el propio Peset, Luis Urtubey o Manuel Beltrán Báguena, con quienes entabló Puche inmediata y estrecha relación. Al poco tiempo de su llegada, pasó a formar parte del comité de redacción de la Crónica y en esta revista valenciana de buena circulación internacional40 publicó la mayoría de los trabajos de laboratorio llevados a cabo en esta época. Testimonios de diversa índole señalan que la incorporación de Puche al grupo experimentalista valenciano fue prácticamente inmediata desde su llegada a la ciudad41.

A finales del siglo XIX el panorama médico valenciano había experimentado una renovación considerable en algunas de sus principales áreas. Las ciencias morfológicas recibieron las novedades derivadas de la doctrina evolucionista de Darwin y el impulso de los trabajos de Santiago Ramón y Cajal durante su estancia en Valencia42. El impacto de la nueva bacteriología había despertado el interés de los médicos valencianos y desencadenado no pocas polémicas en los foros habituales de discusión de temas científicos y de salud pública, con la consiguiente creación de revistas especializadas en estos temas43. Todo ello confluyó en la   —43→   conocida epidemia de cólera de 1885 y en la primera vacunación contra el cólera morbo asiático, llevada a cabo por Jaime Ferrán, con la colaboración de un buen número de médicos valencianos. Por su parte, la nueva terapéutica de base experimental, centrada en el desarrollo de la farmacología y la quimioterapia sintética, tuvo como exponentes más destacados a Amalio Gimeno Cabañas y a Vicente Peset Cervera, quienes incorporaron también junto con José Crous Casellas y Julio Magraner, los principios de la medicina fisiopatológica, cuyo principal objetivo era delimitar las alteraciones funcionales mediante la objetivación de las alteraciones físicas y químicas desencadenadas por la enfermedad.

Otro tanto puede decirse de la llamada «revolución quirúrgica» que dio origen al nacimiento de la cirugía antiséptica, una vez superadas las tres grandes barreras para su desarrollo: el dolor, la hemorragia y la infección. Enrique Ferrer Viñerta y Juan Aguilar y Lara fueron figuras destacadas de su incorporación a la medicina valenciana, que durante esa misma época vivió el origen y primer desarrollo de la especialización de la medicina.

Pero conviene situar, siquiera sea brevemente, los rasgos más característicos del cultivo de la fisiología en Valencia a la llegada de José Puche. La ubicación institucional del trabajo fisiológico -esto es, la enseñanza universitaria de la fisiología y la incorporación del laboratorio como elemento fundamental del cultivo- había mejorado considerablemente desde finales del siglo XIX, gracias a la introducción de la enseñanza práctica en el laboratorio, donde los estudiantes llevaban a cabo un programa de prácticas que les permitía entrar en contacto con el trabajo experimental44. El Departamento de Fisiología contaba con instalaciones para albergar animales acuáticos y terrestres y con un laboratorio para llevar a cabo experiencias químicas, observaciones microscópicas y prácticas vivisectivas, lo cual, con la mayor modestia, significaba una importante novedad y abría las puertas de la investigación experimental. Contaba además con un fondo de instrumentos antiguos y piezas de anatomía comparada utilizables en la docencia.

En este contexto de incipiente introducción de la fisiología experimental ejerció su labor como responsable de la Cátedra de Fisiología el predecesor de José Puche: Adolfo Gil y Morte (1860-1929), desde 1889 hasta su fallecimiento en 1929. La obra científica de Gil y Morte es prácticamente insignificante en el terreno de la investigación, lo cual no es de extrañar si se tiene en cuenta que a la falta de tradición en el trabajo experimental hay que añadir su actividad en tres frentes distintos: la clínica, la política como diputado del Partido Republicano, y el cultivo   —44→   de la fisiología45. Su labor más destacable como fisiólogo quedó reflejada en la redacción de un Tratado de fisiología humana y nociones de fisiología comparada, publicado por primera vez en 1902 y que contó con numerosas reediciones, siendo el texto de referencia de los estudiantes de medicina valencianos hasta casi las décadas centrales de nuestro siglo46.

Una cuestión es cierta, el Tratado de Gil y Morte poseía como mérito fundamental el haber sabido incorporar una adecuada puesta al día de los resultados de la investigación analítica que se había desarrollado ampliamente en toda Europa como consecuencia de la implantación definitiva del método experimental en biología. Su concepción acerca del funcionamiento orgánico se basaba en la existencia de tres propiedades fundamentales de la materia viva: el metabolismo, la excitabilidad y la reproducción, a partir de las cuales concebía el organismo como un complejo unitario y armónico de órganos metabólicos, órganos excitables, órganos reproductores y órganos de sostén, todos ellos bañados en un medio interno líquido. Sus planteamientos generales dejan entrever la influencia del pensamiento de Claude Bernard, tanto por lo que al concepto de medio interno (milieu intérieur) se refiere, como por el establecimiento de tres formas diferenciadas de vida: la vida latente, la oscilante y la constante, ésta última basada en la noción de medio interno47.

Al propio tiempo, su concepción de la vida está plagada de influencias procedentes de los autores más significados de la corriente evolucionista: Beaunis, H. Spencer o E. Haeckel. En este contexto, no es de extrañar que afirme de forma general que «la vida es el desenvolvimiento de un organismo que se adapta a su medio»48. La postura de Gil y Morte en defensa del darwinismo constituye un testimonio más de la excelente acogida que las tesis darwinistas obtuvieron en un amplio sector de los científicos valencianos de finales del siglo XIX, lo cual justifica el homenaje que los estudiantes de medicina brindaron al naturalista británico en 190949.

Puede, pues, afirmarse que Puche se incorporó a una institución en que la modernización de la medicina y la incorporación del trabajo de laboratorio se había ido desarrollando paulatinamente durante las décadas anteriores, sin contar con el importante apoyo institucional de que gozaba la medicina catalana, de forma parcial y con un grado incipiente de institucionalización, centrándose en especial en algunas facetas de la actividad médica, como la terapéutica, la medicina legal, las ciencias morfológicas, o la cirugía.

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Según la Real Orden de 28 de abril de 1930, de la que se hace eco el Libro de Catedráticos de la Universidad de Valencia, «... en virtud de oposición fue nombrado catedrático numerario de Fisiología general, comprendiendo la Química fisiológica y la Fisiología especial y descriptiva de la Facultad de Medicina de esta Universidad, con el sueldo anual de 6.000 pesetas». Dos meses después, el 12 de junio, tomó posesión de su cargo y, según una Real Orden de 25 de junio del mismo año, se le elevó el sueldo a 7.000 pesetas, al mismo nivel que el que ya disfrutaba en la Universidad de Salamanca50. Puche ocupó el puesto hasta que el desenlace de la Guerra Civil le obligó a exiliarse. El Boletín Oficial del Estado resulta claro y escueto: «Por orden de fecha 29 de junio de 1939 (Boletín Oficial del 18 de agosto, página 4541) fue separado definitivamente del servicio y dado de baja en el Escalafón de Catedráticos de Universidad»51.

Así pues, entre 1930 y 1939, José Puche Álvarez desarrolló su labor profesional como catedrático de fisiología en Valencia, con el encargo específico de impartir las tres materias que figuraban entonces en el plan de estudios vigente: la fisiología general y la química fisiológica, que se impartían durante el primer año de la licenciatura de medicina con una frecuencia de una hora diaria, así como la fisiología especial y descriptiva, que se explicaba a razón de seis horas semanales durante el segundo año de licenciatura52. De los trabajos de laboratorio realizados en la Cátedra de Fisiología durante esta época aparece una buena muestra entre los artículos que Puche y sus colaboradores publicaron en La Crónica Médica53. Iniciaba entonces en realidad su etapa de madurez, tras la firme relación con el grupo fisiológico catalán y las buenas relaciones establecidas con la escuela madrileña de Negrín, jugando así el papel de vínculo entre las dos principales escuelas fisiológicas españolas de este período histórico. Al mismo tiempo, con la llegada de Puche se consolidaba en Valencia la plena profesionalización en el cultivo de la fisiología experimental universitaria.

Sus principales colaboradores fueron Domerio Mas y su joven ayudante Manuel Usano Martín, principal responsable de la docencia práctica de los estudiantes y con quien Puche prosiguió las investigaciones de laboratorio acerca del metabolismo. Durante los primeros años de su estancia en Valencia, Puche mantuvo su vinculación científica con el grupo fisiológico catalán; siguió publicando trabajos en la Revista Médica de Barcelona y presentando sus aportaciones ante la Société de Biologie de París, todo ello en colaboración con J. Bofill, A. Pi y Sunyer y R. Carrasco Formiguera.

A partir de 1932 comenzó a publicar en la principal revista médica valenciana, La Crónica Médica. No obstante, el comienzo de la Guerra Civil hizo descender   —46→   notablemente el número de sus publicaciones, lo cual debe atribuirse no sólo a la profunda alteración que la contienda provocó en la vida universitaria española, sino también al hecho de que hubiera de hacer frente a las tareas del Rectorado de la Universidad. Entre 1930 y 1935 publicó un total de trece artículos de investigación que daban continuidad a las líneas de trabajo ya iniciadas en Barcelona: el metabolismo de los hidratos de carbono, la histofisiología del riñón y los mecanismos de regulación nerviosa y de sensibilidad trófica fueron sus líneas principales. A partir de su etapa como Rector únicamente publicó un trabajo en colaboración con Manuel Usano, acerca de la fisiología del ejercicio muscular, aparecido en 1937 en La Crónica Médica54.

Al producirse la proclamación de la II República Española en abril de 1931, José Puche hubo de compaginar las actividades estrictamente académicas y universitarias con otras urgentes de naturaleza política, en apoyo del nuevo régimen. Por ello asumió durante unos meses el cargo de Gobernador Civil de Palencia, en 1932, con motivo de unas maniobras militares llevadas a cabo por el gobierno republicano en las cercanías del río Pisuerga. Fue sólo un paréntesis en la labor académica y social desarrollada en la Valencia republicana. Durante estos años fue elegido numerario de la Sociedad Española de Historia Natural (1932) y participó activamente en la labor de renovación pedagógica propugnada por un grupo de profesionales de la docencia, que coincidieron en la fundación en Valencia de la Escuela Cossío. Entre ellos se encontraba José Navarro, María Moliner, el físico Ramón Ferrando, el jurista José Ots Capdequí y los profesores de medicina Luis Urtubey, Juan Barcia y Juan Peset Aleixandre, entre otros. Todos ellos coincidieron en un mismo proyecto de renovación docente, que sirvió también para que algunos de sus hijos tuvieran un aprendizaje renovador.




ArribaAbajoEl triunfo del Frente Popular y las elecciones a Rector de 1936

La proclamación de la república se vivió con gran intensidad en la Universidad valenciana. Ya en 1926 los estudiantes habían creado la Federación Universitaria Escolar (FUE) en Madrid y pocos años después, en 1930, se había creado la organización en Valencia, brindando un mayor impulso al debate político y al ambiente intelectual abierto. La llegada de la república hizo que tanto profesores como estudiantes se sintieran contagiados por la esperanza que abría el nuevo régimen político. Los estudiantes de la FUE, una vez izada la bandera republicana en el Ayuntamiento, se dirigieron a la Universidad y colocaron en el balcón central de la calle de la Nave su bandera roja. Después se constituyeron en asamblea general y declararon destituidas todas las autoridades académicas. Una junta   —47→   compuesta por alumnos afiliados a la FUE se hizo cargo provisionalmente del gobierno de la Universidad y de los centros docentes, el 15 de abril. Pero, más tarde, declinó sus poderes ante el recién nombrado comisario del Ministerio de Instrucción Pública, Mariano Gómez González, que pertenecía a la Junta Provisional Republicana de la ciudad55.

Durante unos días, la Universidad de Valencia estuvo gobernada por una junta paritaria de profesores y alumnos, según recuerda el propio Mariano Gómez en sus Memorias56. Formaban parte de ella los profesores de talante más progresista de la universidad, la mayoría de los cuales pertenecía a Izquierda Republicana, junto a los estudiantes más inquietos y decididamente republicanos. Por la Facultad de Medicina se encontraban José Puche y su discípulo Manuel Usano; por Derecho, José M.ª Ots y Vicente Sánchez Estevan; por Filosofía y Letras, Luis Pericot y Francisco Bañón Viciedo; finalmente, por Ciencias, Fernando Ramón y Miguel Martínez Esparza. El mismo 18 de abril se celebró un Claustro en el que salió elegido como Rector Mariano Gómez González -lo fue entre el 6 de mayo de 1931 y el 30 de marzo de 1932- y como Vice-Rector, Juan Peset Aleixandre.

Con la llegada de la República, la institución universitaria intentó replantearse su trayectoria dentro del nuevo marco que ofrecía el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Durante todo el período republicano, el Ministerio estuvo ocupado sucesivamente por Marcelino Domingo, Fernando de los Ríos, los hermanos Barnés, Filiberto Villalobos, entre otros, y ya durante la guerra, por Jesús Hernández y Segundo Blanco.

Los rectores de la Universidad de Valencia del primer bienio republicano, Mariano Gómez y Juan Peset, imprimieron a la vida universitaria un sello de modernidad y liberalismo, a pesar de las resistencias de los grupos más reaccionarios de profesores y alumnos católicos. Sin embargo, no hubo tiempo material para consolidar actitudes de tolerancia ideológica. Tanto durante este período como en la Guerra Civil, la Universidad fue un firme baluarte de los va ores republicanos, con la consiguiente politización e introducción de elementos ajenos a la vida estrictamente académica. Evidentemente, el auge del fascismo no podía dejar impasible a la comunidad universitaria, y la institución debía constituirse en defensora por antonomasia de los valores de libertad y cultura.

Entre 1930 y 1936, el número de catedráticos osciló de 42 a 45, mientras que los profesores auxiliares alcanzaron la cifra de 40. En la Facultad de Derecho prácticamente todas las cátedras estaban ocupadas por numerarios, mientras que en medicina, letras y ciencias continuaban con el problema de las cátedras acumuladas, de manera que los profesores auxiliares -en su mayoría temporales, por cuatro años- se hacían cargo de los desdoblamientos, de las prácticas y de las demás actividades docentes complementarias. El número de estudiantes giraba en torno a   —48→   dos mil, lo que representaba un incremento importante respecto al período anterior, tendencia que se había iniciado ya durante la Dictadura de Primo de Rivera.

Por otra parte, la legislación de la República no supuso un cambio sustancial para la vida universitaria. La esperada Ley General de Instrucción Pública quedó reducida a un Proyecto de ley de bases para la reforma universitaria que Fernando de los Ríos se vio forzado a presentar ante las Cortes, en marzo de 1933, debido a las presiones y huelgas desencadenadas por los estudiantes de la UFEH. Sin embargo, sí que se anuló en parte la legislación de la dictadura y se atendieron los niveles primario y secundario de la enseñanza.

En Valencia, el Patronato de Cultura, creado en diciembre de 1931 y presidido por el Rector de la Universidad, atendió la docencia no universitaria, especialmente en el Instituto-escuela, y veló por la secularización de la enseñanza y por una enseñanza pública.

Por lo que se refiere a la legislación universitaria, pueden establecerse las siguientes consideraciones generales:

1. Su organización seguía la normativa estatal y la Universidad se regía por un patronato amplio y una junta de gobierno, de la cual dependían los claustros de las facultades. Aunque la elección de rector y decano era abierta y democrática, seguía teniendo claras connotaciones políticas. Los estudiantes de la FUE adquirieron la representación oficial de los estudiantes en los órganos de gobierno, lo que produjo grandes fricciones con los restantes grupos. La Federación Regional de Estudiantes Católicos (FREC) y luego el Sindicato Español Universitario (SEU) les disputaban su presencia e influencia. Como Valencia no logró un estatuto de autonomía, pese a la favorable actitud del gobierno de la república, tampoco se alcanzó la autonomía universitaria.

2. En el primer bienio, sin lograr grandes resultados, comenzó una etapa de gran actividad. Construcción de la ciudad universitaria en el Paseo de Valencia al Mar. El problema de la Facultad de Ciencias se agudizó por el incendio de la parte del edificio de la calle de la Nave donde estaba ubicada. En mayo de 1932 este suceso provocó la destrucción de aulas y el deterioro del museo de historia natural y del observatorio astronómico. Las gestiones de los rectores Peset y Rodríguez Fornos no lograron la finalización inmediata del nuevo edificio, con el consiguiente malestar de los afectados.

Durante esta etapa se incrementaron notablemente los presupuestos para atenciones de cultura y para la puesta al día de instalaciones de infraestructura: bibliotecas, laboratorios, jardín botánico... Se amplió el instituto de idiomas con la inclusión de la lengua alemana y los estudios de valenciano. Es también de destacar la llegada de jóvenes catedráticos, cuya actuación fue de gran valía para la prosecución de la labor de recuperación iniciada a fines de la dictadura.

3. En el segundo bienio, presidido por el Rector Fernando Rodríguez Fornos, también Valencia sufrió los rigores de la represión subsiguiente a la revolución de 1934. La fracción conservadora de los claustros, animada por el ascenso de la   —49→   derecha, obstaculizó las iniciativas de progreso y los intentos de alcanzar una vida académica laica iniciados durante el bienio anterior. Ricardo Mur, de la Facultad de Derecho, fue un claro exponente de esa actitud religiosa y temerosa de las novedades.

Quedó truncada la Universidad popular, impulsada por la FUE, así como toda clase de iniciativas estudiantiles, pues también la Asociación Valencianista Escolar tuvo sus problemas. La FUE perdió el monopolio de la representación estudiantil y sus locales fueron clausurados, con el consiguiente regocijo de los estudiantes católicos. El curso 1935-36 fue muy conflictivo, y las continuas huelgas y enfrentamientos entre falangistas y liberales -a quienes de forma genérica se consideraba «comunistas»- obstaculizaron el normal desarrollo del mismo.

El Decreto de 21 de junio de 1935 restringía las facultades de los claustros y convertía a la Junta de Gobierno, presidida por el Rector, en árbitro de las circunstancias. Sus reuniones eran escasas y se percibía una disminución de la actividad general.

4. La actividad científica en las facultades resultaba bastante restringida. La Universidad seguía ejerciendo una labor fundamentalmente docente. En el caso de la medicina, ya hemos señalado anteriormente el contexto de renovación que se vivía en el ambiente valenciano. Por su parte, la Facultad de Ciencias sólo contaba con una sección de químicas, que sirvió de acogida en 1930 a la sección valenciana de la Sociedad Española de Física y Química. Ello contribuyó a una mayor participación del profesorado en trabajos de investigación. Por lo general eran los auxiliares jóvenes como León Le Boucher y F. Bosch Marín, o profesores de otras universidades quienes publicaban en los Anales de la Saciedad Española de Física y Química. Entre sus profesores se encontraban Beltrán Bigorra, Sixto Cámara, Roberto Araujo, Francisco Sierra Jiménez, José Morera Arrix y Antonio Villora, entre otros.

En la Facultad de Derecho había grandes profesionales y teóricos como Castán Tobeñas, José A. Rodríguez Muñoz, Enrique de Benito o José M.ª Ots Capdequí. En Filosofía y Letras, el filólogo Dámaso Alonso, el Marqués de Lozoya, Deleito, Luis Gonzalvo, J. Sanchis Guarner y Emili Gómez Nadal.

El triunfo del Frente Popular significó un renacer de las esperanzas en los grupos republicanos de la Universidad, que fue especialmente intenso entre los estudiantes. El ambiente fue adquiriendo un grado considerable de crispación, hasta que la junta directiva de la FUE decidió encerrarse en la Universidad y tomar el Rectorado, en demanda de la sustitución del entonces rector Fernando Rodríguez Fornos. En esos momentos de máxima tensión, un grupo, en representación de los estudiantes, se trasladó al laboratorio de fisiología para hacerle entrega a Puche de las llaves de la Universidad, con el fin de que se hiciera cargo del gobierno de la institución, dado que se le consideraba un hombre de confianza en la defensa de los intereses republicanos. Tras los momentos de lógico desconcierto inicial, tanto José Puche como los propios representantes estudiantiles se pusieron en contacto con el recientemente nombrado por Azaña Ministro de   —50→   Instrucción Pública, Marcelino Domingo, uno de los fundadores del Partido Radical Socialista, y por recomendación de éste, Puche aceptó hacerse cargo del gobierno universitario, siempre y cuando su candidatura fuera presentada y ratificada por el Claustro de la Universidad, formado por estudiantes y profesores.

Culminaba así el desacuerdo entre el rector saliente y los estudiantes de la FUE. Poco después, José Puche recibió el nombramiento con carácter interino y, el 16 de abril, tras la oportuna convocatoria del claustro, Puche fue ratificado por una mayoría que representaba el apoyo unánime de los estudiantes y el de algunos catedráticos jóvenes de talante liberal, adeptos a los principios de la República57. Con esta elección se iniciaba una de las etapas más duras y conflictivas en la vida pública de Puche, no tanto por el difícil desempeño del rectorado, como por las consecuencias de la inmediata Guerra Civil.




ArribaAbajoLa catástrofe: actividad social, política y académica durante la Guerra civil

En julio de 1936, el Gobierno de la República, a pesar de todas las advertencias, fue sorprendido por la sublevación de los militares. La universidad valenciana se vio hondamente afectada por los acontecimientos pese a estar inicialmente en la retaguardia del conflicto. El curso 1935-1936 estaba prácticamente terminado y la ciudad dispuesta a celebrar la tradicional Feria de julio; incluso algunos estudiantes de la FUE fueron sorprendidos por la noticia en su viaje a Barcelona para participar en una olimpiada popular58. El Rector se encontraba alerta y se apresuró a rechazar el golpe militar, enviando un telegrama el Presidente del Gobierno, José Giral, manifestando su adhesión y la de la Universidad de Valencia al gobierno legítimo de la República59. No obstante, tras el golpe militar volvieron a aflorar todas las discrepancias políticas, ideológicas e incluso religiosas entre profesores, estudiantes y funcionarios, que habían estado latentes durante los años anteriores. Poco después, de acuerdo con las directrices marcadas por el ministerio, hubo que clarificar la situación.

Hay que señalar que desde 1937 tanto la Universidad de Valencia como la FUE valenciana ostentaron la máxima representación en todo el Estado Español. La primera, porque acogió, siquiera de forma transitoria a la Universidad de Murcia y parte de las facultades de Madrid y Zaragoza desde agosto de 1937. En la zona republicana sólo quedaba Barcelona que, tras la anormalidad del curso 1936-1937, recuperó su régimen autonómico en septiembre de 193760. Por lo que respecta a   —51→   la FUE, al trasladarse en noviembre de 1936 a Valencia el comité ejecutivo de su órgano nacional -la Unión Federal de Estudiantes Hispanos- las decisiones fundamentales se tomaron con la participación de los valencianos. El presidente de la FUE en Valencia fue, hasta su incorporación al frente de guerra, Luis Galán Jiménez61. En Valencia se celebró la Conferencia Nacional de Estudiantes, en julio de 1937, y el Pleno ampliado del Comité Ejecutivo, en febrero de 1938, donde se acordó el traslado a Barcelona.

Por otra parte, el Rectorado de la Universidad de Valencia, encabezado por José Puche, en cumplimiento de la Orden ministerial de 26 de julio, mandó una orden a los catedráticos y auxiliares para que se presentaran bien físicamente, bien a través de un escrito, para que justificaran su situación, indicaran el lugar donde se hallaban el 18 de julio y expresaran su adhesión a la República. Estas órdenes venían forzadas por la situación bélica y la necesidad de clarificar la situación en el seno de la Universidad.

El siguiente paso dado por el Rector Puche fue la elección o ratificación de las personas que debían ocupar los distintos cargos académicos y administrativos y que gozaban de su confianza. Los más cercanos a los sublevados fueron relevados de sus puestos de responsabilidad y discretamente apartados de la docencia.

Por otra parte, el paréntesis estival sirvió para reestructurar a fondo todos los resortes de la vida universitaria. El 19 de agosto, el Subsecretario del Ministerio notificó al Rector los nuevos nombramientos para la Universidad de Valencia, incluyendo el equipo de gobierno y los decanos de las facultades. Los nombramientos recayeron en las siguientes personas: José Puche Álvarez, Rector; Lluís Gonzalvo, Vice-rector; Fernando Ramón Ferrando, Decano de Ciencias; José Ots y Capdequí, Decano de Derecho; Luis Urtubey, Decano de Medicina y Ramón Velasco, Decano de Filosofía y Letras62.

Pero lo cierto es que la guerra deparó a la universidad una de las etapas más difíciles de su historia como institución docente y cultural. La investigación quedó seriamente mermada y la docencia se vio parcialmente paralizada, aunque siguiera la llegada normal de estudiantes procedentes de la enseñanza secundaria. La juventud en edad de cursar estudios superiores, tanto la que accedía por primera vez como la que ya estaba en las facultades, era incorporada paulatinamente a sus respectivos reemplazos y enviada al frente de guerra. Incluso una parte del profesorado, los auxiliares más jóvenes, no eludieron esta obligación y debieron abandonar las tareas docentes. En algunas facultades la merma de alumnos era tan acusada que había más profesores que estudiantes, como en el caso de la Facultad de Derecho. De ahí que algunas de ellas suprimieran el normal desarrollo de las   —52→   clases y dirigieran la mayor parte de sus esfuerzos a la colaboración en cuestiones técnicas o de investigación ligadas a las necesidades derivadas del conflicto.

Este estado de cosas alcanzó a las actividades del propio Rector, quien, además de atender las labores propias de su cargo universitario se vio forzado, en su calidad de fisiólogo, a prestar asistencia en las labores de ayuda a la población de Madrid. Por esta razón, Puche fue destacado a Madrid como Director del Instituto Nacional de Higiene de la Alimentación, con el fin de estudiar y dar solución a los problemas planteados por la alimentación de la población civil, estableciendo un sistema de racionamiento, capaz de atender las necesidades de subsistencia ante la escasez. Durante cerca de un año, el Instituto se encargó de dirigir la distribución de alimentos a la población madrileña y del cálculo de la dieta necesaria para los soldados. En esta tarea contó con la colaboración, entre otros, de Francisco Grande Covián, a la sazón catedrático de fisiología en la Universidad de Zaragoza.

La labor del Instituto no era sencilla, dado que las posibilidades de abastecimiento de la población habían llegado a una situación límite y era necesario contar con un aporte de proteínas que no poseían los alimentos disponibles. Las principales fuentes de alimentación procedían de la incorporación de alimentos concentrados comprados a Francia e Inglaterra; México aportó legumbres, en especial garbanzos y lentejas; la Unión Soviética aportó trigo y sólo algunas asociaciones socialistas europeas y otras de carácter altruista como los cuáqueros norteamericanos mandaron alimentos para los niños, leche en polvo, mantequilla, vitaminas, que se distribuían entre las mujeres embarazadas y los niños. Además era necesario organizar su traslado interno hasta Madrid, que entonces estaba sitiado por las tropas sublevadas.

Tras asumir la orientación de tales actividades regresó Puche a Valencia para atender las tareas del Rectorado, y se vio en la necesidad de asistir también a los universitarios e intelectuales que se trasladaron con el Gobierno a Valencia, tras el asedio de Madrid. Fue una época plagada de situaciones difíciles, en la que, a pesar de su clara e inequívoca defensa de los intereses republicanos, en su calidad de rector se vio obligado a proteger en múltiples ocasiones a compañeros en peligro por su afiliación política de derechas, o atender la salvaguarda del propio patrimonio de la Universidad, que en más de una ocasión se vio amenazado por las actuaciones de grupos incontrolados.

Durante la etapa final de la guerra fue llamado por Negrín para que se hiciera cargo de la Dirección de la Sanidad del Ejército Republicano. Con este motivo hubo de trasladarse a Barcelona, donde tomó a su cargo la Inspección General de Sanidad del Ejército de Tierra y más tarde del conjunto de los ejércitos, tras producirse la unificación en un solo cuerpo de la organización sanitaria de todas las armas y cuerpos combatientes. La reestructuración unificó la sanidad civil y militar y, a propuesta de Juan Negrín, el Ministerio de la Guerra suprimió los grados militares a los médicos; todo ello propició que la asistencia sanitaria de todas las armas y cuerpos del ejército quedara bajo el mando de la Dirección General de Sanidad de Guerra. Fue aquélla la única etapa en la que José Puche   —53→   estuvo en el frente de batalla y vistió de uniforme, a pesar de que jamás llegó a identificarse con la vida militar. Puche continuó como Director General hasta que abandonara España el 7 de marzo de 1939.

El aspecto fundamental de la organización sanitaria en el frente consistía en la preparación de pequeños núcleos de asistencia sanitaria en primera línea, cuya misión fundamental era la de atender de inmediato a los heridos de guerra, para a continuación poderlos evacuar a las instalaciones hospitalarias ubicadas en la retaguardia. La principal intención era poder prestar asistencia a poca distancia del frente, de manera que el tratamiento inmediato o incluso las primeras transfusiones sanguíneas pudieran realizarse en ocasiones bajo el fuego de las tropas enemigas.

El cuerpo médico que prestaba asistencia estaba formado tanto por médicos militares como por médicos civiles que prestaban sus servicios de forma voluntaria en favor de la República. Uno de los principales colaboradores de Puche en la atención médica a los soldados fue Joaquín D'Harcourt, quien, en colaboración con otros colegas, aportó significativas innovaciones en la técnica de tratamiento de las heridas de guerra. Tradicionalmente los conflictos bélicos han sido uno de los principales motores de la técnica quirúrgica y, en este caso, el equipo de D'Harcourt introdujo la utilización de vendajes oclusivos con sulfamidas para el tratamiento de las heridas. En especial, a las heridas ocasionadas en las extremidades del cuerpo se les aplicaba un apósito de salmuera de sulfamida sujeto con yeso, lo cual brindó unos resultados muy positivos y evitó que en muchos casos hubiera de recurrirse a la amputación del miembro63. El empleo masivo de sulfamidas y la rapidez que se procuró impartir a la práctica de transfusiones sanguíneas salvaron muchas vidas en el frente republicano.

Los problemas se plantearon de forma dramática cuando, tras la finalización de la guerra, muchos de estos heridos fueron trasladados al otro lado de la frontera francesa, con el fin de que no cayeran en manos de las tropas vencedoras. Se dio la circunstancia de que los médicos franceses por lo general desconocían los buenos resultados del tratamiento aplicado y con el fin de dar una solución rápida y urgente a los heridos optaban habitualmente por la inmediata amputación64. Ante esta circunstancia, los encargados de la sanidad del ejército republicano se decantaron finalmente por llevar a cabo una selección previa a la evacuación, para evitar males mayores, y más si tenemos en cuenta que al final de la guerra había, tan sólo en Cataluña, entre treinta y cuarenta mil heridos que era imposible evacuar.

La derrota del ejército republicano en Cataluña marcó indefectiblemente el final del proyecto encarnado por la II República. Siguiendo los consejos de su amigo Negrín, Puche se trasladó a Elda en compañía del gobierno republicano tras la sublevación de Segismundo Casado y desde allí abandonó España el 7 de marzo   —54→   de 1939 en un avión que les trasladó a Francia. En París se inició de inmediato la organización del exilio que adquiría por su dimensión y sus repercusiones sociales un carácter dramático. A pesar de que su intención era recuperar el anonimato y la vida personal largo tiempo atrás perdida en aras del apoyo a la universidad y a la república, sus deseos se vieron frustrados al tener que dedicarse a organizar los medios disponibles para ayudar a los refugiados, diseminados por Francia o encerrados en campos de concentración. Su tarea se inició en París al frente del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE), articulando ayudas y salidas de Francia hacia otros países. Al poco tiempo, Juan Negrín, cabeza visible del gobierno republicano en el exilio, le encomendó la organización de la asistencia a los refugiados políticos que en gran número iban a trasladarse a México. Para cumplir la misión recibida se trasladó primero hasta la ciudad de Nueva York a bordo del buque Normandía y desde allí tomó un avión que le llevó a México, donde se organizó de inmediato la recepción de los refugiados que en número de seis a siete mil llegaron a la ciudad mexicana de Veracruz en tres embarcaciones.

Una vez más, el compromiso político marcaba el destino de José Puche, que a la edad de cuarenta y tres años se veía forzado a iniciar desde la nada la reconstrucción de los proyectos individuales y colectivos que la guerra había frustrado. Su familia entera, su esposa y sus tres hijos con edades de dieciocho, dieciséis y quince años, quedaron alojados provisionalmente en un cuartel de bomberos de la ciudad francesa de Toulouse, y allí permanecieron hasta que pudieron trasladarse a México para unirse a su padre.

El desenlace en la Universidad de Valencia no fue menos dramático65. La entrada en la ciudad de las tropas vencedoras modificó radicalmente lo que había sido la universidad durante la época republicana y la Guerra Civil. La batalla «por una nueva cultura», en expresión de Josep Renau, quedaba atrás y resurgían los espíritus del pasado. Se consumaba así la ruptura, la quiebra del proceso de recuperación y modernidad de la cultura española iniciado en el siglo XIX y se volvía a los caducos «ideales hispánicos» renacidos en la posguerra. Del libre juego de la razón se pasó a la fuerza de la raza.

Pero el franquismo no sólo acalló a la universidad republicana: también silenció la lengua y la cultura de los valencianos. Como afirma Manuel Aznar, «... el procés de redreçament que la cultura valenciana havia emprés feia dotze anys, vinculat a l'experiència republicana i entre contradiccions i insuficiències evidents a l'hora de conquistar la seua normalització total, va quedar interromput a la força en 1939»66. La Universidad fue ocupada el 29 de marzo por el catedrático de derecho Manuel Batllé, quien se personó en el rectorado acompañado de un grupo de profesores y miembros de la quinta columna y se posesionó de todas las facultades   —55→   y centros en nombre del General Franco. El entonces rector accidental, Velasco, no opuso ninguna resistencia67.

El acto, según manifestaciones posteriores, se debió más a la iniciativa particular de Batllé y de sus acompañantes que a una orden superior. De hecho, los destinatarios del rectorado debían ser Gascó Oliag e Ipiens, que habían sido investidos el 2 de marzo como delegados en Valencia del Servicio Nacional de Enseñanza Superior y de Enseñanza Media, respectivamente, del gobierno de Franco. Su cometido era «hacerse cargo de la custodia y conservación de los edificios y locales de la Universidad». Pero lo cierto es que Manuel Batllé se les adelantó y cuando éstos se presentaron en las facultades las encontraron controladas por quintacolumnistas, estudiantes del SEU y profesores antirrepublicanos, que habían sido apartados de sus funciones durante el trienio bélico.

A la ocupación siguió la depuración, que ha sido estudiada en detalle por Marc Baldó68. Durante todo ese verano el Rectorado revisó en colaboración con el Director General de Enseñanza Media y Superior y con el juzgado depurador de funcionarios, las responsabilidades políticas de docentes, funcionarios de administración e incluso estudiantes. Se recabaron informes, avales, certificaciones y justificantes, algunos de ellos relativos a las creencias religiosas, amistades, tertulias frecuentadas y a la relación con la masonería.

En el mes de septiembre, el juzgado depurador del Ministerio de Educación Nacional pedía al Rectorado que remitiera «... en el plazo improrrogable de seis días, a contar del recibo de la presente comunicación, dos avales, por lo menos, por los que se responda de su adhesión al Glorioso Movimiento Nacional y de su conducta en relación con el mismo, tanto en el orden político como en el social y en el religioso...». Por esas mismas fechas comenzó a funcionar el Tribunal regional de responsabilidades políticas, que también estudiaría las actuaciones de personas ligadas al mundo universitario y recabaría informes del nuevo rector, José María Zumalacárregui Prats, respecto a varios catedráticos muy conocidos.

Las medidas represoras casi colapsaron la vida universitaria. La falta de profesores puso incluso en peligro el comienzo del primer curso académico tras la «victoria». Tan es así que el Rector tuvo que solicitar al Director General que «... siendo varios los catedráticos a los que, según informes que me comunica el señor Juez Depurador, habrá que someter a expediente, y con el fin de desarrollar con verdadera eficacia las tareas universitarias docentes en el curso normal y en el abreviado, el Rector que suscribe suplica que en cada uno de los citados cursos se autorice al profesor auxiliar correspondiente para desempeñar con carácter interino la cátedra respectiva con la retribución de los dos tercios del sueldo de entrada de cátedra, y el que el ayudante pase a desempeñar la auxiliaría con el sueldo de éste...»

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Pero la depuración se había iniciado años atrás en la zona ocupada y ya en 1936 el gobierno de los sublevados había dejado clara su voluntad de «sanear» el personal docente a través de sendas órdenes ministeriales. Una de ellas señala que «la atención que merecen los problemas de la enseñanza, tan vitales para el progreso de los pueblos, quedaría esterilizada si previamente no se efectuase una labor depuradora en el personal que tiene a su cargo una misión tan importante...»69. Poco después se aclaraban las razones de la prevista represión: «... los individuos que integran esas hordas revolucionarias, cuyos desmanes tanto espanto causan, son sencillamente los hijos espirituales de catedráticos y profesores que, a través de instituciones como la llamada Libre de Enseñanza, forjaron generaciones incrédulas y anárquicas»70. Se pretendía, pues, establecer el paso necesario para remodelar las mentalidades hacia la «nueva España» y ajustarlas a las normas integristas, tan criticadas por la intelectualidad progresista décadas atrás, para lograr así «el rescate definitivo de la auténtica cultura española»71.

Tras finalizar la contienda se incorporaron los profesores que habían sido sancionados por la República y se iniciaron los correspondientes juicios a todos los funcionarios públicos, así como la renovación o suspensión de contratos a los auxiliares. Las consecuencias de la depuración fueron diferentes según las universidades. En una carta de José Puche72 se daba cuenta de que el escalafón de catedráticos universitarios era en 1935 de 575 en activo y 40 en excedencia, mientras que en el escalafón de 1945 se reducía la relación a 319 y 20, respectivamente. La tragedia de la represión en la universidad fue inmensa. El fusilamiento de Leopoldo Alas, Rector de Oviedo, de Salvador Vila en Granada, o de Juan Peset en Valencia, son un testimonio vivo y sangriento.

A partir de 1939 se consolidó la andadura por separado de una España oficial hermética y cerrada alrededor de los más rancios principios de la tradición, y de la España peregrina, que desde el exilio supo mantener los principios de libertad y progreso inspirados por la república. Uno de los núcleos más significativos de esa España peregrina se aglutinó en el hermano país de México y en su configuración jugó un papel destacado la labor de José Puche Álvarez.





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