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Juan del Encina

Biografía de Juan del Encina

Los años çinqüenta de mi edad cumplidos, / y aviendo en el mundo yo ya jubilado, / por ver todo el resto muy bien empleado / retraxe en mí mesmo mis çinco sentidos / que andavan muy sueltos, vagando perdidos, / sin freno siguiendo la sensualidad. / Por darles la vida conforme a la edad, / procuro que sean mejor ya regidos. Estos versos de la Trivagia, a falta de otros documentos más explícitos, han servido para calcular aproximadamente el año de nacimiento de nuestro autor, venido al mundo como Juan de Fermoselle allá por 1468 o 1469. Nació en el seno de una familia burguesa: el padre era zapatero y algunos de sus hermanos alcanzaron dignidades relacionadas con la Universidad o la Iglesia de Salamanca. Su educación sigue derroteros universitarios parejos a los de sus hermanos Diego y Miguel de Fermoselle, pues se gradúa como bachiller en leyes en el estudio salmantino y toma órdenes menores que le permiten beneficiarse de empleos dedicados a la burocracia eclesiástica por los que muy a menudo se le encontrará litigando a lo largo de su vida. Desde 1490, que se sepa, y con ocasión de su ascenso a capellán de coro en la catedral salmantina -formaba parte del mismo desde 1484-, cambió el apellido paterno de Fermoselle por el de Enzina con el que pasaría a la posteridad. Las razones del cambio quedaron ocultas, pero hay quien las liga al matronímico, sin olvidar la búsqueda de una especial resonancia clásica transmitida por el árbol emblemático de la Edad de Oro.

Es casi seguro que nuestro autor figuró como alumno en las aulas en las que impartiera clase Antonio de Nebrija, a juzgar por las varias menciones al gramático en su Arte de poesía castellana. Es más discutible, sin embargo, que el maestro andaluz se acordase de su discípulo cuando en su Gramática comenta: Pudiera yo muy bien en aquesta parte, con ageno trabajo extender mi obra e suplir lo que falta de un Arte de poesía castellana que con mucha copia y elegancia compuso un amigo nuestro que agora se entiende, e en algún tiempo será nombrado, e por el amor e acatamiento que le tengo pudiera yo hazerlo assí.

Los años pasados en el alma mater le consiguieron un aceptable contacto con el humanismo ambiente y una inquietud en materia cultural y artística que le llevan a teorizar y normar sobre la escritura lírica al principio de su Cancionero de 1496. La familiaridad con los clásicos le animó a ensayar la primera traslación en verso castellano de las Bucólicas de Virgilio, que probablemente él juzgó cercanas en interés y tanteos a sus inclinaciones literarias, ya muy despiertas desde sus primeros años juveniles, según confesión del prólogo a esta recopilación: Todas son obras hechas desde los catorze años hasta los veynte y cinco, adonde para lo que en mi favor no hiziere, me podré bien llamar a menor de hedad» (fol. I r.º). El dato sitúa, pues, la cronología de esta primera entrega artística enciniana aproximadamente entre 1483 y 1494. En ella se da a una producción variada que va de lo religioso a lo amoroso cortés y alcanza cotas notables de gracia y frescura en los villancicos pastoriles, para terminar con las representaciones dramáticas que cierran su recopilación. Y planeando sobre toda esta producción, su faceta de músico cortesano en la que destacó con creces dentro de un panorama peninsular ya de por sí rico e innovador. Es de suponer la importancia del influjo que sus hermanos tendrían en estas aficiones, pues Diego, concretamente, llegó a catedrático de música en la universidad y Miguel conseguiría los puestos de racionero y capellán de coro de la catedral salmantina.

Un encuentro fue determinante en estos años universitarios: su empleo como paje de don Gutierre de Toledo, maestrescuela y cancelario de la Universidad, le puso en contacto con don Fadrique Álvarez de Toledo, segundo duque de Alba. Correría el año de 1492, cuando quien era primo y hombre de confianza de Fernando el Católico se retira a su palacio de Alba de Tormes para disfrutar junto con su esposa, Isabel Pimentel, de un periodo de relativa tranquilidad. Es cuando Encina entra a formar parte del grupo de artistas que se establecieron en la corte al amparo del mecenazgo de los de Alba, probablemente tras haber intentado por todos medios su incorporación a la camarilla real. A partir de esa fecha nuestro autor puso lo mejor de su empeño para remontar desde sus orígenes burgueses y hacerse un sitio entre la nobleza de cuna poniendo en juego sus dotes de escritor en el período que iría aproximadamente de 1492 a los últimos meses de 1497. Desarrolla especialmente en esta época de su vida cortesana un calculado cortejo, tanto de sus mecenas como de la familia real, en prólogos, dedicatorias y  poco veladas alusiones a su valía.

Varias de sus piezas incluidas en el Cancionero de 1496 sugieren un ámbito de intrigas palaciegas. Sus pretensiones al puesto de cantor de la catedral de Salamanca se vieron frustradas como consecuencia del escaso interés de la casa de Alba por su persona. Lucas Fernández, su eterno rival, le ganó la partida y quedó como ejemplo de los detratores y maldizientes señalados en sus obras.  Al disgusto por su fracaso se unirían las esperanzas frustradas por entrar a formar parte del séquito del príncipe don Juan, muerto prematuramente en Salamanca en octubre de 1497, precisamente muy poco después de que Encina confeccionara en su honor la Representación sobre el Poder del Amor y de que quizás hubiera conseguido por fin incorporarse a su cámara artística, según deja intuir una de las últimas estrofas de su Tragedia trobada (vv. 777-784):

También con los suyos yo, triste, perdí
la vida, quedando por siempre en tristura;
perdí mi esperança, perdí mi ventura,
perdí que quería servirse de mí;
el bien desseado, por poco lo vi,
que siempre esperava de suyo llamarme,
y agora que quiso por suyo tomarme,
la buena fortuna lançóme de sí.

No es segura su estancia en Portugal, aludida por Michaëlis de Vasconcelos y otros críticos que aceptan su sugerencia sobre la base de los diálogos que conforman el precioso villancico: Quédate, carillo, adiós. / -¿Dó quieres, Juan, aballar? / -A Estremo quiero pasar. Pero en sus estrofas se trasluce un malestar obvio con sus antiguos mecenas que, por esas fechas de 1498 o 1499, habrían dejado de interesarse por él, como ya se transparentaba a las claras en estas últimas composiciones del periodo salmantino:

-Quédate adiós, compañero,
ya me despido de ti:
no digas que me partí
sin saludarte primero.
Sábete que ya no quiero
por esta sierra morar.
A Estremo quiero pasar.
-¿A Estremo, Juan, quieres irte?
Llega, llega acá, aborrido.
Sabes cuánto te he querido,
¿y quieres de mí partirte?
Sin más ni más despedirte,
¿Así me quieres dexar?
-A Estremo quiero pasar.
[...]
-Los muy sabiondos no caben
entre los de su nacencia;
mas a ti por tu sabencia
pocos hay que no te alaben,
aunque algunos hay que saben
maldezir del bien obrar.-
-A Estremo quiero pasar

Que ma más que fuertes ajos
la lengua de los malsines.
Holgarán ya los mastines
que me roen los çancajos.
Podrá ser que los gasajos
se les tornen en pesar.
A Estremo quiero pasar.

Es el momento de buscar nuevos horizontes que colmen su búsqueda prometeica de prestigio, en sintagma acuñado muy atinadamente por Andrews. No debe de andar muy lejos de este período su acercamiento a la familia del Conde de Cotrón, esposo de Leonor Centelles, pues es a esta dama a quien dedica, precisamente, el eco recogido por Hernando del Castillo en su Cancionero general e integrado en Plácida y Vitoriano como expresión del dolor del protagonista.

Pero será Roma, hervidero de españoles a la busca de prebendas, la ciudad que va a albergarle durante un importante y dilatado periodo de su vida que le verá ir y venir de una península a otra en intentos de asegurarse beneficios disputados por las iglesias locales frente a las disposiciones e intrigas de la curia papal. Tres son los pontífices a cuyo arrimo busca protección Juan del Encina: Alejandro VI, Julio II y León X. En ocasiones las órdenes de Roma no surten efecto y así, por ejemplo, Lucas Fernández sigue conservando su ración en la catedral de Salamanca a despecho de nuestro autor. También la jerarquía de la seo de Málaga entorpecerá la toma de posesión de la dignidad de arcediano que le otorgara Julio II, escudándose en que quien la pretende debe estar ordenado de mayores, circunstancia que no concurre aún en Encina por esos años. Logrará con el tiempo cambiar el arcedianato malagueño por un beneficio simple en la iglesia de Morón que le facilita sus continuos desplazamientos, al no exigirse el requisito de la residencia para detentar la dignidad.

Todas estas intrigas le debieron de dejar poco tiempo para completar una obra que, en lo básico, quedó muy definida en sus líneas generales al salir de España allá por los finales del siglo XV, si exceptuamos tres piezas teatrales cuyo influjo italiano, en las dos últimas, Fileno, Zambardo y Cardonio y Plácida y Vitoriano se deja sentir en fuentes remodeladas y en un acercamiento a la pastoral clásica y al ámbito urbano. Ese acercamiento se frustró y fue abandonado prematuramente por no encajar con precisión en las concepciones de su arte dramático, ensayado anteriormente con éxito, aunque por derroteros diferentes, en pagos salmantinos. Es sintomático el sonoro fracaso de su representación de Plácida y Victoriano ante un peculiar auditorio el día de reyes de 1513 tal y como lo recoge la conocidísima anécdota de la carta de Stazio Gadio al duque de Mantua para darle cuenta de las andanzas de su hijo, Federico Gonzaga:

Zovedi a VI, festa de li Tre Re, il signor Federico (...) si redusse alle XXIII hore a casa dil cardinale Arborensis, invitato da lui ad una commedia (...) Cenato adunche si redussero tutti in una sala, ove si havea ad representare la comedia. Il predetto revrendissimo era sedendo tra il signor Federico, posto a man dritta, et lo amabassator di Spagna a man sinistra, et molti vescovi poi a torno, tutti spagnoli: quella sala era tutta piena de gente, e più de le due parte erano spagnoli, et più putane spagnole vi erano che homini italiani, perché la comedia fu recitata in lingua castiliana, composta da Zoanne de Lenzina, qual intervenne lui ad dir le forze et accidenti di amore, et per quanto dicono spagnoli non fu molto bella et pocho delettò al signor Federico.

Su confesión personal de la Trivagia (vv. 105-110) tampoco deja lugar a dudas sobre cómo pudo influir el ambiente disipado y hedónico de la Ciudad Eterna por aquellas fechas de la madurez enciniana: Retraxe en mí mesmo mis çinco sentidos / que andavan muy sueltos, vagando perdidos, / sin freno siguiendo la sensualidad. Se explicaría así quizás el arrepentimiento que está en la raíz de su viaje a los Santos Lugares en busca de un sosiego espiritual que él quiere sellar con la toma de órdenes mayores y quizás acompañar de seguridad material con un acercamiento, de nuevo fallido, a la protección nobiliaria, en este caso encarnada en la persona del marqués de Tarifa. De hecho, cantará Misa en Jerusalén el día de Navidad de 1519. Aún le quedaban por vivir una decena de años que nos lo muestran abandonando Roma y  refugiándose en la Catedral de León con un priorato otorgado por León X. Allí sería enterrado, tras morir a finales de 1529 o principios de 1530, para pasar definitivamente a reposar, cuatro años después, en la catedral salmantina por deseo expreso recogido en su testamento. Última voluntad que, al parecer, hizo cumplir su hermano Miguel en 1534 y que nos habla de las querencias de Encina por la ciudad que le vio, si no nacer, al menos formarse sólidamente en sus años de juventud.

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