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Lorenzo Hervás y Panduro

La opinión de los biógrafos sobre Lorenzo Hervás y Panduro

2. Opinión sobre Hervás

Como el padre Portillo discrepa en algunos puntos con el otro gran biógrafo de Hervás, el liberal Fermín Caballero, daremos brevemente nuestra opinión sobre dichos puntos «conflictivos», a la luz del artículo Hervás y del examen de toda su trayectoria vital. Hombre práctico, al abate de Horcajo no le gustaban las discusiones puramente dialécticas. Por eso, el acto teológico que fue defendido por Hervás en Alcalá en 1759, supuso un pequeño trauma para el joven Hervás, quien desde entonces fue hostil a la metodología silogística de enseñar: «De este modo las funciones literarias se hacen pesadas y escuela de especulaciones comúnmente inútiles», confesará más tarde (HERVÁS, Historia de la vida del hombre, t. II, p. 52). Pero eso no quiere decir que el convencido jesuita Hervás, a pesar de su afición a las matemáticas, a las ciencias naturales y a la experiencia empírica, fuese contrario a otros aspectos teológicos y filosóficos de la Escolástica, de más calado ideológico.

Campomanes (1723-1802).Menos discusión presenta hoy la verdadera vocación jesuítica de Hervás. Fermín Caballero (El abate Hervás, p. 23) piensa que el abate manchego entró en los jesuitas sin verdadera vocación religiosa («Sin vocación propia e impulsado por el abad su tío, se entró jesuita en Madrid a 29 de septiembre de 1749»), cosa que niega Portillo. La citada frase de la BJE («No habiendo visto jamás a los jesuitas, y en la edad de 12 años, oyendo hablar una vez de ellos a un religioso reformado de S. Francisco, concibió deseo de entrar en la Compañía de Jesús»), no aclara la polémica, aunque no parece que interviniese su tío frey Antonio Panduro en la elección de los jesuitas. Sin embargo, como reconoce más adelante (El abate Hervás, p. 103) el mismo Fermín Caballero («Si entró jesuita sin vocación verdadera, sin ella supo ser un jesuita perfecto»), el tierno recuerdo de su ingreso en la Compañía, aquí narrado, y la trayectoria vital posterior de Hervás nos lo presenta como paradigma de buen jesuita, respetado por todos sus ex correligionarios, sobre los que ejerció un cierto liderazgo, lo cual se manifiesta en las amplias relaciones con los mismos, que posibilitarán la redacción de la complicada obra lingüística y la no menos fácil recopilación bibliográfica de la BJE, la cual, por su contenido y por el tono laudatorio de la misma, es una evidente prueba de gratitud hacia la Compañía de Jesús.

Sobre su labor intelectual se han emitido los juicios más variados y recibió algunos nombramientos («Teólogo del eminentísimo Señor Cardenal Francisco Albani, decano del Sagrado Colegio, y canonista del eminentísimo Señor Cardenal Aurelio Roverella, prodatario del Santo Padre» y «Bibliotecario de Nuestro Santo Padre Pío VII») y distinciones académicas de la Academia Etrusca de Cortona (1786), de la Real de Ciencias y Antigüedades de Dublín (1785), de la Bascongada de los Amigos del País (1805), y de la Accademia Italiana delle scienze de Livorno. W. von Humboldt, aun admirando su saber y laboriosidad, lo juzga falto de método.

Como hemos apuntado, la parte lingüística de su enciclopedia fue la que más fama le dio, pues su Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas y enumeración, división y clases de estas según la diversidad de sus idiomas y dialectos supera a todas las precedentes en visión y profundidad y valió al autor los elogios de afamados filólogos europeos (Wilhelm von Humboldt, Vater, Adelung, Max Müller, Otto Jespersen...), de manera que se le ha dado el título de «Padre de la Lingüística comparada».

Casi nadie discute la modernidad y audacia del Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas (1800-1805), su obra capital y verdadero monumento de la ciencia del lenguaje. Sigue siendo un libro de consulta para los estudiosos de la Filología. Hervás y Panduro recogió toda la sabiduría lingüística de su época, la segunda mitad del siglo XVIII. Y no sólo de las lenguas modernas o de uso cotidiano, sino también de aquellas otras minoritarias, que sirven como vehículo de expresión a pueblos reducidos de América o África, sin olvidar los dialectos regionales y las más diversas variaciones idiomáticas. En su Catálogo juntó noticias y ejemplos de más de 300 lenguas; compuso por sí mismo las gramáticas de más de 40 idiomas. Las lenguas fueron un camino seguro para establecer familias étnicas. Ésa fue la finalidad de todos sus trabajos. Esta obra titánica, producto de años de esfuerzo, patentiza su silencioso laborar, modelo de estudiosos y eruditos. En ella, fruto de una paciente labor investigadora, niega la unidad originaria de las lenguas e influye en la filología moderna al afirmar la importancia básica de la estructura gramatical y la persistencia de los rasgos fonéticos de los idiomas. Encomió su labor W. von Humboldt, cuya teoría romántica tanto debe al ingrato trabajo de Hervás. Lo moderno de su mentalidad filosófico-lingüística lo demuestra su perduración, como lejana huella, en los neoidealistas alemanes del s. XX. Pocos lingüistas del s. XVIII logran este alcance. Una frase del polígrafo compendia una verdad discutida, pero muy acertada: «las lenguas no son sólo códigos de hablar, sino también métodos para hablar y pensar». Este axioma lo refrendó con el estudio de cerca de 300 lenguas y dialectos. Supera su visión y profundidad a las famosas enciclopedias Pallas y Mitrídates de Adelung-Vater, las otras dos construcciones enciclopédicas de las lenguas.

Menéndez y Pelayo, en cuya biblioteca de Santander se conserva, prácticamente, toda la obra impresa de Hervás, se emociona al pensar en el abate manchego: «Con cuánto gozo vemos a Max Müller en sus inmortales Lecturas sobre la Ciencia del Lenguaje, dadas en la Institución Británica en 1861, reconocer y proclamar en alta voz los méritos de Hervás, que conoció y estudió cinco veces más idiomas que Antoine Court de Gebelin (Nîmes, 1725-París, 1784) y los demás lingüistas de entonces..., juntó noticias y ejemplos de más de 300 lenguas; compuso por sí mismo las gramáticas de 40 idiomas, y fue el primero (entiéndase bien, el primero, así lo dice Max Müller) en sentar el principio más capital y fecundo de la ciencia filológica; es a saber: que la clasificación de las lenguas no debe fundarse (como hasta entonces empírica y rutinariamente se venía haciendo) en la semejanza de sus vocabularios, sino en el artificio gramatical... Finalmente, (son palabras de Max Müller) uno de los más hermosos descubrimientos de la ciencia del lenguaje, el establecimiento de la familia de las lenguas malayas y polinesias que se extienden por más de 200 grados de latitud en los mares Oriental y Pacífico, desde la isla de Madagascar, al este de Africa, hasta la isla Davis, al oeste de América, fue hecho por Hervás y Panduro mucho tiempo antes de ser anunciado al mundo por G. Humboldt» (Menéndez y Pelayo).

Se le ha calificado como «el último humanista y el primer filólogo del mundo», «... de cuyo cerebro, como Minerva del de Júpiter, brotó armada y pujante la Filología Comparada», pero fue mucho más que eso. Hervás fue un «ilustre feminista», práctico que no teórico, pues propuso para la mujer una mayor educación en lo moral y civil, así como en lo científico, valiente afirmación, en una época en que el acceso a la educación estaba prácticamente vedado a las mujeres.

Escritor eruditísimo, y quizá uno de los hombre más sabios del siglo XVIII, en su obra Historia de la vida del hombre, que puede considerarse como el primer ensayo de antropología científica publicado, al tratar de la educación del hombre, dedica unos capítulos a la instrucción de la mujer, cuya deficiencia él considera sumamente perjudicial para la sociedad: «Si se cuidase de dar esta educación a las mujeres -escribe Hervás- sería muy diferente su vida». Y continúa: «Por ser la mujer naturalmente inclinada a la vanidad, si la emulación se pusiera en la instrucción científica proporcionada se vería que las niñas ponían más empeño que los niños en adelantar y hacer progresos en lo que las enseñasen». Afirmación que podemos corroborar con la experiencia de todos los días en las aulas de las enseñanzas secundaria y universitaria. En otra ocasión compara favorablemente a las mujeres respecto a los hombres: «Las mujeres son más dóciles que los hombres; se despejan antes que ellos; sus talentos generalmente son buenos; no suelen ser de tanto ingenio como los hombres, pero tampoco entre las mujeres se encuentran tantas personas absolutamente necias como los hombres...».

Conde de Floridablanca (1728-1808).Sin caer en el anacronismo de considerar, desde la mentalidad del siglo XXI, que la educación que propone no puede creerse la ideal, dada la mentalidad de la época, sin embargo, su exposición supone un deseo de mejora, así como una crítica muy razonada a la situación vigente y una comparación muy ecuánime de los dos sexos, balance en el que la mujer sale muy bien parada, para concluir: «Todas estas prendas las hacen acreedoras del mayor cuidado en instruirlas; porque corresponden mejor y más presto que los hombres, a todo cuanto se las quiera enseñar en la primera edad». Teoría que intentó que su inepto sobrino Antonio Panduro, aplicase en la educación de su resobrina Manuela: «Da carísimas memorias a mi Manuela, y deseo saber si ya lee y, a lo menos, sabe escribir su nombre» (Roma, 18 de abril de 1792).

Tanto Fermín Caballero como Enrique del Portillo observan muchas y notables virtudes en Hervás, cuyo espíritu apacible y reflexivo, entregado al estudio, acogió resignadamente la expulsión de la Compañía y marchó al exilio italiano, donde vivió alejado de toda polémica (excepción hecha de cuando tuvo que defender a su amigo Bolgeni en la cuestión de la caridad teológica), pero entregado plenamente al servicio de la sociedad con la pluma. La investigación y la ciencia iban a ser sus únicas preocupaciones. Hervás fue un trabajador infatigable, de manera que algunos libros de su Idea dell'Universo los redactó tres veces: primero en castellano (hacia 1775), después en italiano (hacia 1778) y otra vez en castellano, hacia 1789, cuando comenzó una edición española mejor estructurada de su enciclopedia (sus obras escritas en castellano no fueron simples traducciones de las publicadas en italiano, sino obras nuevas, algunas de ellas sobre la base de las anteriores, pero notablemente mejoradas y ampliadas y con nuevos capítulos).

Ciertamente, su extensa producción literaria (unos cincuenta libros publicados; cincuenta manuscritos inéditos, y otros tantos perdidos) no llega a la perfección. Su rara flexibilidad de ingenio para adaptarse con suma facilidad a materias completamente diversas es la causa de los dos principales defectos de la obra literaria de Hervás y de la BJE: cierta superficialidad en el fondo y apresuramiento en la forma. Desde luego, con criterios actuales el discurso de Hervás resulta superado, sobre todo, en su iteración por concordar los primeros once capítulos del Génesis con las semillas de verdades que se conservan en las cosmogonías paganas; y en su veneración por la cultura china. Hervás pretendió dar una explicación de la Revolución Francesa, como la «fiera democrática», que lo coloca en una postura conservadora, calificada de origen del reaccionarismo español, y antimasónica. Con todo, bajo la hojarasca de su enciclopedismo, su obra tiene una nervadura precursora. Un siglo antes del ansia renovadora de la «generación de noventa y ocho», Hervás quiso poner al día a una España atrasada, por medio de la educación. Un hilo conductor de su obra es la llamada «exhortación pedagógica» que va desde cómo llegar a Dios a través de lo creado hasta las normas concretas para la educación de la mujer. Su máxima cota de creatividad la consigue en la lingüística comparada. Aun ignorando ese «baúl, lleno de manuscritos», que perdió en su viaje a España, sus obras forman un eslabón sorprendente en la cadena constructora de la civilización.

No deja de llamarnos la atención que Hervás, admirador de la inteligencia donde quiera que se escondiese, fuese uno de los pocos lectores confesos de Baltasar Gracián en el siglo XVIII, incluso entre los mismos jesuitas, dadas sus desavenencias con la Compañía al final de su vida. El abate manchego conocía las obras del jesuita Baltasar Gracián e intentó ampliar y completar alguna del ilustre aragonés, según lo que dice en el Viaje estático al mundo planetario, al hablar de un libro, que destruyó el mismo Hervás, titulado Visita a la tierra o tratado sobre las preocupaciones de la sociedad civil:

«Yo tenía presente la visita que a Critilo y Andrenio hizo hacer el jesuita Gracián en su Criticón, en que, aunque intentó medio ocultar su jesuitismo, dejó de decir por política jesuítica lo mucho que observó, creyendo que ésta no permitía su publicación. Juzgué que los nuevos derechos que ha recobrado la humanidad me daría libertad para publicar lo que Gracián ocultó en el silencio» (HERVÁS, Viage estático, II, pp. 288-290).

Hervás y Panduro es un perfecto exponente del hombre culto de su tiempo. Preocupado por el saber enciclopédico, llegó a acumular una amplia cultura con conocimientos diversos (Matemáticas, Astronomía, Ciencias Naturales, Geografía, Historia, Teología y Filosofía y, sobre todo, Filología).

El abate de Horcajo es la máxima figura del enciclopedismo cultural de la España dieciochesca y precursor de dos disciplinas científicas, la Antropología y la Lingüística Comparada.

Pero su fama en la Lingüística (incluida la de los sordomudos), no debe ocultarnos que Lorenzo Hervás fue también un humanista preocupado por los aspectos sociales de su época; para los sordomudos (que él vino a llamar prelocutivos y antes eran simplemente denominados «mudos») compuso un catecismo y otro para las escuelas de Horcajo de Santiago. El recuerdo de su niñez y lo que contemplará en Horcajo al volver del exilio le hizo expresar la conveniencia de que a los niños se les debería estimular con una paga semanal, para que el ganarse la vida no fuera un obstáculo para acudir a la escuela. Esa fue la intención que le manifestó a su primo Antonio Panduro, a la hora de repartir las ganancias, que llegaron en menos cantidad de lo esperado, de la aventura editorial de sus obras en España. Nuestro abate había dado principio a su aventura como escritor en los años de 1770 haciendo proyectos de enriquecimiento para su familia, pero treinta años después, por otra especie testamento, incluido en una carta a su primo Antonio, fechada en Roma el 15 de junio de 1806, concluye destinando las ganancias, generadas por los derechos de autor, en un amplio plan de beneficencia:

«Aunque yo tengo intención de hacer testamento, por si acaso no lo hiciese, dejó a tu cargo y conciencia de tus herederos mi voluntad, que es ésta. Del dinero que he puesto o pondré en tu poder y de la mitad de mi impresión se hará un capital. Lo administrareis tú y tus herederos primogénitos. Gozareis la cuarta parte de la renta del dicho capital y daréis a los pobres las otras tres cuartas partes. Primeramente, a los niños y niñas, pagándoles las escuelas y dotándoles entre año algunas limosnas para que asistan a la escuela. En segundo lugar, a los pobres totalmente huérfanos. El tercer lugar, a los huérfanos pobres de padres. En cuarto lugar, a viejos y enfermos pobres. Esta voluntad mía deben saber la Romana [la resobrina, y, por tanto, heredera legal] y sucesores.

Los niños y niñas pobres dejarán de ir a la escuela porque querrán trabajar para comer, por tanto, para estimularles convendrá darles todos los domingos una limosna a los que asistan a la escuela, de lo que el maestro y maestra podrán dar noticia. Quizá la mejor limosna será dar un pan a cada niño y niña cada domingo. Estas cosas harás tú como cosa tuya y entré gusto de que me digas cómo las haces»

(HERVÁS, Cartas, BNE, ms. 22996, fol. 61).

Retrato del Marqués de la Ensenada (1702-1781) por Jacopo Amigani.Hervás hizo de su vida un servicio a los demás, procurando ayudar al cultivo de la fe, puesta en diálogo con la cultura. En su ayuda a los pobres pormenorizó el destino de sus ingresos como escritor con un orden: construcción de casas en Horcajo para los que vivían en cuevas; pago de la escuela para niños y niñas; y para los pobres huérfanos (H. de la CAMPA). La obra de Hervás y Panduro representa, en nuestro país, la nueva inquietud intelectual y el espíritu renovador y benéfico-pedagógico del siglo XVIII. Junto a Benito Jerónimo Feijoo, puede considerarse a este manchego como un precursor del feminismo en España, además de propugnar una más equitativa distribución de la riqueza y más justa proporcionalidad de los salarios para un mayor bienestar de la clase trabajadora.

En resumen, en su BJE Hervás sólo nos da fríos datos autobiográficos, asépticos e indiscutibles, que no nos dejan profundizar en su manera de ser y no nos permiten poner paz entre los dos magníficos biógrafos de Hervás, que están bastante en desacuerdo al respecto. Comenta Portillo: «Fermín Caballero [El abate Hervás, pp. 174-197] intentó hacer un retrato de las facultades morales e intelectuales de Lorenzo Hervás de modo tan desgraciado que casi el ex jesuita aparece progresista» (PORTILLO, «Lorenzo Hervás», Razón y Fe, XXVII (1911), p. 184). El simple hecho de que Hervás se autopresentase asépticamente demuestra que no era ni tan progresista como dice Fermín Caballero, ni tan retrógrado como afirma Javier Herrero (Los orígenes del pensamiento reaccionario español, pp. 151-181) ni sugiere el padre Portillo.

Antonio Astorgano Abajo

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