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Luis de Góngora

Apunte bibliográfico sobre Luis de Góngora

La obra de Luis de Góngora

Prosa

Ciento veinticuatro cartas constituyen el Epistolario de Góngora. Tres de ellas aparecen datadas en Córdoba y tienen especial interés literario por estar relacionadas con la divulgación de las Soledades y el Polifemo. Las restantes están escritas en Madrid, dirigidas mayoritariamente a sus interlocutores cordobeses, Cristóbal de Heredia, administrador de sus beneficios eclesiásticos, y Francisco de Corral, gran amigo del poeta. Además del inequívoco valor literario de estas cartas, en ellas están representadas las más vívidas estampas de sucesos de la época, a lo que se suman las vivencias íntimas de don Luis, acuciado siempre por las deudas, los juicios y la decadencia de la edad, lo que no obvia que en ellas se vislumbre un amago de esperanza, entreverado de inagotables vetas de socarronería y sutileza. Todo ello envuelto en giros idiomáticos y frases proverbiales dignos de la más admirable literatura.

Teatro

Dos comedias testificadas: Las firmezas de Isabela (1610, M. Ch.) y el Doctor Carlino, inconclusa (1613, M.Ch.); y otra atribuida: Comedia venatoria. Los valores del teatro de Góngora son líricos y no dramáticos.

Obra Lírica

El gongorismo es la adecuación española a una gran corriente literaria que arranca de Petrarca y se transmite con el petrarquismo, crisol del Renacimiento: esta gran fuerza, creciente desde el siglo XIV, tiene un especial esplendor en la segunda mitad del siglo XVI. Los primeros sonetos del cordobés están impregnados de culto italianismo que, en España, había alcanzado altísima expresión en la poesía del sevillano Fernando de Herrera.

Todos los artificios estilísticos están presentes en la poesía de Góngora desde su fecha más temprana: una enorme abundancia de léxico culto, desorbitado ya por su acumulación, ya por la rareza de su uso; un amontonamiento de citas y alusiones mitológicas, expresadas en ocasiones a modo de perífrasis; tres distintos tipos de dislocación de los diptongos castellanos; varias clases de violento hipérbaton. Pero no hay dos épocas en Góngora. Podemos afirmar que, en algunas de las más temprana composiciones del poeta, se halla la mayor parte de las extravagancias cultistas que se encuentran en las Soledades y semejante dificultad. Esto no obvia la segunda afirmación de que existen dos manifestaciones del arte de Góngora, acorde a la tradición renacentista de clara duplicidad: por una parte, la huida de la realidad y acercamiento a la belleza como principio absoluto; y por otra, la aproximación a lo humano, a lo universal y lo particular, a lo fluctuante y lo concreto. Y junto a estas dos visiones, una tercera, propia del carácter español, que superpone las dos tendencias, desde La Celestina hasta el Quijote. En Góngora desde 1580, el primer año en que tenemos testimonio de su producción literaria, hasta 1626, año anterior a su muerte, en que escribe sus últimas poesías, se da también sin interrupción ese paralelismo: por un lado, las producciones en que todo es belleza, virtud, riqueza y esplendor; por otro, la versión más onerosa, las gracias más chocarreras, las burlas inmisericordes y la fustigación más inexorable de todas las miserias de la vida.

La verdadera división en la obra de Góngora es longitudinal y no en dos épocas cronológicas: es engañoso creer que la dirección ascendente, representada en los poemas mayores, está saturada de tinieblas; y, en cambio, la descendente (letrillas satíricas, romances y sonetos humorísticos) exenta de artificio. En una y otra, Góngora sigue el mismo procedimiento de transformación irreal de la naturaleza. Pero no sólo Góngora, todo el siglo XVI.

Romances, letrillas

No todos los romances y letrillas son humorísticos, bastantes de estas composiciones son amorosas o cortesanas, algunas de carácter religioso. Las letrillas y romances no humorísticos, exiguos en la producción del poeta, participan del estilo de las composiciones de tono elevado. Los poemas del llamado romancero morisco de Góngora podrían encajarse entre las composiciones más cultas del poeta.

Los temas de las letrillas de Góngora, a veces francamente desvergonzadas, nos remiten a las flaquezas de las mujeres, a las presunciones y falsedades de los galanes, a la ignorancia de los médicos y al poderío y ostentaciones de los advenedizos. Góngora nos muestra un concepto pesimista de la vida, como si en ella no hubiese virtud ni nobleza, sólo egoístas intereses. El mundo que contemplamos a través de las letrillas de Góngora es sórdido y desolador. Pero este carácter desesperanzado es propio del universo barroco en el que también brilla con luz propia el antagonista por excelencia de don Luis, don Francisco de Quevedo.

La obra de Góngora, como autor de letrillas y romances, es muy abundante y va desde 1580 hasta el año antes de su muerte. Según la edición de Millé, 214 composiciones (entre letrillas y romances) son seguramente suyas. Entre los romances hay que resaltar la Fábula de Píramo y Tisbe, un extenso romance en 508 versos, donde el poeta versifica, inspirado en Ovidio, la trágica historia de estos desdichados amantes. Sin embargo, Góngora convierte un tema trágico en una narración humorística, intercalando en el desarrollo del poema elementos ciertamente burdos y hasta grotescos. Un estilo tan recargado nos incita a pensar que el poeta se burla de sus propios procedimientos estilísticos, lo que no significa que no fuera de su complacencia y hasta que, según el extenso comentario de Salazar Mardones fechado en el siglo XVII, la tuviera entre sus preferidas.

Pudiera ser que Góngora compusiera sus letrillas y textos más populares, por contrarrestar la opinión de sus contemporáneos incapaces de mirar y admirar más allá de sus narices la genialidad del poeta. Atosigado por las críticas, contra las que luchó denodadamente con las armas que le concedió la naturaleza, quiso demostrar que su talento no era espectacular edificio de vocablos o desmesurado vulcanismo léxico de sintaxis ininteligible. Indócil, inconformista, soberbio de su arte, pasa de la luz a la oscuridad, de lo popular a lo culto, de lo chocarrero a lo sublime, de lo lesivo a lo religioso, con la misma férula y el mismo ardor poético.

Sonetos

Góngora emplea idénticas dotes geniales en sus sonetos satíricos y burlescos. Los primeros conocidos están datados entre 1588 y 1589, referidos a extremos geográficos: ciudades, ríos, etc., porque cualquier asunto le servía para expresarse jocosamente bajo la forma rígida del soneto. No podemos olvidar sus ataques literarios contra Lope, Quevedo, Jáuregui y todos los que censuraron las Soledades y el Polifemo. Son sobradamente conocidos los dirigidos contra personas concretas, nombradas explícitamente o enmascaradas bajo la retórica. Algunos de estos sonetos, a veces insolentes y malintencionados, no fueron incluidos en el manuscrito Chacón. Sus límites son imprecisos, y confusa la atribución a Góngora. Millé incluye en su edición 167 sonetos de segura autoría; pero de los 53 atribuidos, la mayor parte puede considerarse escrita por el autor.

Según el manuscrito Chacón, los primeros sonetos de Góngora están fechados en 1582. Se trata de sonetos amorosos con clara imitación italianizante: el léxico, la suntuosidad, el colorismo, el idealismo estético, el mundo perfecto que sugieren, proceden de Italia. Pero hasta el pesimismo, elevado a capital potencia en Góngora, sugiere la influencia de Bernardo Tasso. A partir de 1586, coincidiendo con la nueva temática de Góngora, este impulso italiano cede para dar paso a la gravedad de los sonetos dedicados a la muerte. La luz se convierte en sombra. La juventud deja paso a la enfermedad y la zozobra. El cristal luciente se torna fúnebre ceniza. Y en este estado de decadencia nacen algunos de sus más arrebatados sonetos.

Canciones y otras composiciones de arte mayor

En 1580, fechamos la primera canción de Góngora. El italianismo y Herrera marcan indefectiblemente estas canciones, sobre todo las de inspiración nacional: «De la Armada que fue a Inglaterra» (1588), «En una fiesta que se hizo en Sevilla a San Hermenegildo», más patriótica que religiosa (1590), y la «De la toma de Larache» (1612). El italianismo es patente en una serie de canciones amorosas que compone el poeta alrededor de 1600. A partir de 1605 predominan las canciones cortesanas, dedicadas a reyes y grandes señores. En octavas reales escribirá: «Al favor que San Ildefonso recibió de Nuestra Señora» (1615); y «De San Francisco de Borja. Para el certamen poético de las fiestas de su beatificación» (1624).

Los poemas mayores

El Polifemo, las Soledades y el Panegírico al Duque de Lerma son los tres poemas centrales del gongorismo. Un triángulo con tres vértices: El Polifemo mira hacia la antigüedad grecolatina; las Soledades, hacia la belleza natural y la expresión del sentimiento amoroso; el Panegírico corresponde a la poesía cortesana y suntuaria.

Fábula de Polifemo y Galatea

En 1612, Góngora da por terminada la redacción de su Fábula de Polifemo y Galatea, donde se narra la trágica pasión del cíclope Polifemo por la ninfa Galatea, enamorada a su vez del bello pastor Acis. El tema, deudor de la versión que Ovidio introduce en sus Metamorfosis, había inspirado a numerosos poetas antiguos y modernos, aunque con Góngora alcanza una dimensión desconocida.

La fábula, dedicada al Conde de Niebla, nos transmite una lección moral: Polifemo que podría haber sido redimido por amor llega al embrutecimiento a causa del desengaño amoroso, perdiendo así la dignidad moral y humana que, por amor, había ido adquiriendo.

Soledades

Dedicado al Duque de Béjar, este poema podría considerarse la obra central de Góngora y la más característica del gongorismo. Tanto la Soledad Primera como la Fábula de Polifemo y Galatea eran conocidas en 1613. En el mundo literario, unos admiraban el estilo de estos poemas y otros los criticaban escandalizados. Las Soledades, que iban a ser cuatro, no pasaron de dos, quedando además inconclusa la Segunda. 1091 versos componen la Primera; la Segunda quedó interrumpida en el verso 979. La obra, escrita en silvas, se dividiría en cuatro partes. Pellicer indica que Góngora pretendía simbolizar las cuatro edades del hombre: juventud, adolescencia, virilidad y senectud. Díaz de Rivas establece otro concepto organizativo: Soledad de los campos, Soledad de las riberas, Soledad de las selvas y Soledad del yermo. Angulo y Pulgar, en sus Epístolas Satisfactorias, de 1633, copia, fundiéndolas, estas dos opiniones. Las Soledades nos presentan el relato de un joven que, desdeñado por la mujer que ama, arriba, náufrago, a la costa, y es acogido por los pobladores. En definitiva, una alabanza a la vida natural, con el consiguiente menosprecio de la corte, envuelta en la más exacerbada demostración de intuición creadora.

El Panegírico al Duque de Lerma

El Panegírico es un poema inconcluso (632 versos, en 79 octavas reales) fechado, según el Manuscrito Chacón, en 1617. Relata la biografía del Duque (a la que precede una introducción de tres estrofas donde se invoca a la Musa creadora), primero en lo estrictamente personal y progresivamente en lo público. Góngora deja de escribirlo en 1609, a raíz de la caída del Duque. Lo cierto es que los hechos de la política española no eran temas especialmente proclives a la inspiración del poeta. Aunque la poesía de Góngora mantiene siempre una digna altura poética, el Panegírico resulta una obra cortesana, desmayada y fría, donde el poeta vertió su inteligencia pero no su corazón.

Manuel Gahete Jurado
(Instituto de Estudios Gongorinos de la Real Academia de Córdoba)

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