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ArribaAbajo Ejemplos que se vieron en algunos sujetos del colegio de Santa Fe


Padre Pedro Rodríguez Morgáez

El padre Pedro Rodríguez Morgáez tuvo gran celo de la salvación de las almas, y era insigne obrero en las confesiones, trabajando incansablemente y pidiendo o otros padres le echasen mucha gente para confesar. Estando en el campo en llamándole para una confesión, iba luego aunque fuese a pie como lo hizo varias veces por no hacer falta si aguardase cabalgadura.

Era humildísimo; tenía gran desprecio de sí mismo, trataba habilitadamente su persona buscando lo peor de casa. Habiendo de ir a componer cierta deuda de más de mil y seiscientos pesos que daba cuidado a este Colegio de Santa Fe como lo hizo con notable atención y prudencia por requerirlo el caso, dejando vencidas dificultades de harto tomo que se ofrecieron. Habiéndole acomodado de una silla mediana para la mula, se la quitó un hermano. El santo padre sin mostrar sentimiento con este desavío sin turbación, antes con mucha serenidad y agrado pidió una enjalma para ir en ella por caminos harto malos como lo hubiera hecho si no se le hubiera acudido a tiempo con una silla, y llevó una manta de lana para que le sirviese de fieltro.

Era más que ordinaria su obediencia, dejaba la letra comenzada cuando le llamaba el sacristán para decir misa o confesar en la iglesia. Oía a los superiores con notable respeto y reverencia y si se ofrecía darle algún aviso callaba con el encogimiento que un novicio ni se excusaba sino cuando el superior quería que diese razón de sí y la daba con mucha humildad.

En la pureza se conservó como lo significó estando cercano a la muerte en su última enfermedad donde se advirtió que aun estando privado de sentido, cuando se llegaban a componerle la ropa de la cama tenía extraño cuidado de no descubrirse asiendo   —220→   fuertemente las sábanas y obligó a que le dijesen descuidase de eso porque le tratarían con toda decencia.

Hizo su confesión general con notables sentimientos como si hubiera sido el mayor pecador del mundo habiendo vivido con tanta pureza que en 46 años que estuvo en la Compañía no pensó ni hizo ni dijo cosa que llegase a pecado grave.

Fue este padre natural de Santa Olalla en la Extremadura y murió en esta ciudad de Santa Fe a 4 de diciembre de 1643.




Hermano Francisco Martín

Fue recebido el hermano Francisco Martín en la Compañía el año de 1604, y habiendo vivido 48 años en ella murió a 13 de junio del año de 1652. Lo memorable que de sus virtudes ha llegado a nuestra noticia, es lo que diré.

Provocándolo una mala mujer en ocasión que lo vio solo, él con la severidad y sentimiento que a buen religioso convenía la echó y apartó de sí como si fuera un tizón del infierno; tal era la compañía que Dios y su santo temor le hacía en la soledad en que estaba, pues era en una estancia. Este temor de Dios y recato con que vivía en el campo mostró en la respuesta que dio a un padre que le preguntó si era escrupuloso diciendo: si yo no fuera escrupuloso ya me hubieran echado de la Compañía según las ocasiones en que me he visto y de que Dios me ha librado; y así dijo un confesor suyo, que fue dotado de gran pureza no hallando en él materias de que absolverle.

Con tener el manejo de las haciendas del campo, se trataba pobrísimamente y con sotana parda, sin reparar en la antigüedad de la religión. Preguntole cierta persona si acaso tenía guardada alguna barra de oro después de tantos años como había que asistía en las estancias, él con gracia y donaire le respondió que sí y añadió: aguarde que quiero mostrársela, y sacole una barra de hierro diciendo: con esta hago los hoyos del corral, ésta es mi barra de oro, ésta mi riqueza y tesoro.

Desde que fue recebido en la religión hasta que el fin de la vida conociendo que Dios lo había llamado para las obras de Marta, poca muestra de la voluntad del superior fue menester para que se ocupase en todos los oficios humildes de la casa, pues todos los abrazaba con ánimo igual y voluntad rendida. Ésta la mostró en que habiendo reconocido que un puesto en que la obediencia   —221→   le había tenido era muy contrario y dañoso a su vista, mandándole volver a él, y habiéndole propuesto, instó el superior llevado de la necesidad en que fuese. Obedeció ciegamente cuanto al afecto y efecto, pues de aquella resistencia se le siguió la total falta de vista viviendo cuatro años y más ciego hasta que murió. Llevaba este trabajo con tanta paciencia y sosiego, que nunca se le oyó quejar; antes bien en este y los demás trabajos que con la sordera le sobrevinieron y hasta morir toleró; su dicho ordinario era: hágase la voluntad de Dios.




Hermano Manuel Martín

Nació el hermano Manuel Martín en Villarrosa en los Reinos de España de padres honrados y piadosos, y heredoles no menos la sangre que la piedad, la cual fue tanta en nuestro hermano que la mostraba en las obras que caritativo ejercitaba con todos, negros y blancos, sanos y enfermos con tan pocos ascos que con sus mismas manos curaba a los negros esclavos de casa sin que perdiese ocasión alguna de estas, antes bien solícito las buscaba. Cuando algunos necesitaban de su socorro y ayuda, ponía todos los medios posibles para dársela, y ya que su misericordiosa caridad no podía acudir como quisiera al remedio, solía despacharlos consolado con la esperanza de servirles en tiempo más oportuno como lo ejecutaba en ofreciéndose la ocasión.

Fue hombre de gran mansedumbre, jamás guardó sentimientos en su corazón ni aun para representarlos a los que le habían ofendido; antes con estos se esmeraban sus agrados y cariños de tal manera, que algunos para salir con lo que pretendían solían decirse: vamos a enojar al hermano Manuel y darle disgustos, y le sacaremos lo que quisiéremos; porque esa era la venganza que tomaba su invencible mansedumbre de los que le ofendían.

Sólo consigo era estrecho y riguroso. Solían decirle que por qué no se trataba mejor en edad tan crecida, trabajada y enferma con las muchas llagas que padecía; y lo que respondía era: con un tasajo hay harto para tan inútil siervo y que tan poco lo merece.

Habiéndosele llegado el término de su vida, y juntamente el miércoles de la semana en que murió y reparando en la aflicción de nuestros hermanos que le acudían en su achaque, dijo habiéndoles preguntado el día que era, perdonen mis enfados y tengan   —222→   paciencia hasta el sábado que ese día cesarán mis males y dejaré de darles cuidados. Sin duda que la Santísima Virgen quiso pagarle la cordialísima devoción que siempre la tuvo previniéndole con sus favores y haciéndole sabidor de que en su vida la había de llevar y que tuviese un día de fiesta eterno de tantos trabajos como en este mundo había pasado, pues en llegándose el sábado sucedió como lo dijo: murió dichosamente y fue a recebir el galardón de los dolores intensos que en los últimos términos de su vida pacientísimamente toleró a los diez y seis de julio de 1661.




Hermano Juan Núñez de Acuña

El hermano Juan Núñez de Acuña fue bien nacido en la ciudad de Lisboa. Militó siendo sargento en el Brasil, y habiendo llegado a Cartagena de las Indias porque el conde de Castel Mellou, su tío, no le volviese a llevar a Lisboa y le estorbase los designios que tenía de entrar en la Compañía hizo fuga de la ciudad y se escondió en una estancia, y después que el conde se fue en la armada salió de su retiro e hizo instancia con lágrimas por espacio de muchos días para que le asentasen plaza de soldado en la Compañía de Jesús. Consiguiolo entrando en ella por orden del padre provincial Sebastián Hazañero en el día del hermosísimo ejército de las once mil Vírgenes el año de 1642.

Alistado en ella tuvo dos propriedades de buen soldado; la una fue no volver el pie atrás estimando en tanto su vocación que solía decir que aunque se levantase contra todo el mundo había de vivir y morir en la Compañía. La otra fue hacerse guerra a sí mismo, peleando contra su condición colérica; de que juzgó el padre Juan Manuel que en su natural era muy para agradecerle lo mucho que se vencía y que era dócil y corregible.

Habiendo tenido unos ejercicios le dijo a un padre de casa había pedido a Dios morir uno o dos días antes de acabarlos, y que ya que Dios no había querido hacerle esta merced, se la había de hacer de llevarle el día de las once mil Vírgenes a quienes tenía especialísima devoción por haber entrado en la religión en su día sin dejar ninguno en que no se encomendase a ellas y les rezase teniendo gran confianza en su intercesión y patrocinio a la hora de la muerte. A los 13 de octubre, estando en el campo le dio un mal pestilente, y diciéndole que estaba de riesgo se conformó con la voluntad de Dios y le dio gracias por haberle traído a   —223→   la Compañía tres años antes. Tuvo un largo coloquio con las once mil Vírgenes, diciéndoles que pues las había escogido por sus esposas, cuando en su día dejó la milicia secular y se alistó en la espiritual de la religión le fuesen intercesoras con Dios para que las fuese a ver en el cielo. Llegado el jueves 19 de octubre por la mañana, recebió el Santísimo Sacramento, queriendo Dios, como en premio de la devoción que había tenido de comulgar los jueves, aunque estuviese en el campo, que en él la continuase hasta morir. A la noche para mejor prepararse para la muerte, se confesó generalmente y recebió el Sacramento de la Extremaunción estando en su entero juicio y luego le perdió con especial la Providencia Divina para que no hubiese cosa que turbase la paz y seguridad de conciencia con que se hallaba dichoso. Llegó el sábado día de las once mil Vírgenes, y en él acompañado de ellas entró su alma (según se puede entender) en la iglesia triunfante de la gloria.









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ArribaAbajo Libro segundo

Del Colegio de Cartagena


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ArribaAbajo Capítulo I

Sucesos en la fundación del Colegio de Cartagena


Es Cartagena puerto y puerta de estas indias Occidentales; puerto, porque en él desembarcan los que vienen de Europa: puerta, porque por aquí entran al Nuevo Reino de Granada y a los Reinos del Perú. Por esto bien claramente se da a entender cuán importante era que la Compañía de Jesús tuviese Colegio en esta ciudad para estarse a pie quedo, aprovechando con el ejercicio de sus ministerios a los que van y vienen por esta puerta y a los que de asiento viven en este puerto. Con esta mira llegaron el año de 1604 a Cartagena algunos religiosos de la Compañía, que salieron de Europa. Luego que aportaron aquí empezó su celo a poner en práctica la fundación del Colegio, y no le fue difícil a la práctica porque había muchos años que la ciudad, deseosa de tener por vecina a la Compañía solicitaba su fundación.

Vivía entonces aquí (no sé si de paso o de asiento) un honrado lusitano que durándole la memoria de que las primeras enseñanzas de su niñez las había tenido en las aulas de la Compañía de la ciudad de Evora, tenía para con nosotros muy amorosa voluntad. Con esta dio a los padres una casa que había alquilado para sí, y ellos con el deseo de tener en Cartagena casa propria la compraron con el favor y socorro de algunas personas que les cobraron amor; mas viendo que para acabar de concluir con la paga de la casa eran menester dos mil ducados, se los pidieron prestados al ilustre lusitano; pero él como queredor de los nuestros y como liberal de su hacienda no los quiso dar prestados sino totalmente dados.

Era entonces obispo de aquesta diócesis el ilustrísimo señor don fray Joan de Labrada, del Orden de Predicadores, que mostrándosenos   —228→   en todo padre nos favorecía y amparaba como si fuera padre de la Compañía, y viendo que en la casa comprada nos faltaban las alhajas necesarias, hizo una fineza por nosotros y fue andar por todas las calles de la ciudad de puerta en puerta y de casa en casa pidiendo limosna para que se comprasen las alhajas de casa. La fineza de esta acción se conoce, lo uno en que es menos dar lo que es proprio que pedir lo ajeno para darlo; lo otro en que no le excusó de hacer esta piadosa acción su mucha ancianidad ni la autoridad episcopal con que se hallaba.

Teniendo ya los padres casa le dieron su cuarto a Cristo Sacramentado, acomodando en parte de ella como pudieron una iglesia, y cuando abrieron las puertas de ella, antes de entrar, se puso de rodillas una señora muy principal a vista de mucho concurso de gente, y levantando los ojos al cielo dijo en voz alta que movió a devoción los corazones de los circunstantes: ¡Ah! Señor, gracias os doy porque me habéis alargado la vida hasta este tiempo en que veo cumplido el deseo que ha tenido cincuenta años mi corazón, estando ansiosa de ver en esta ciudad la Compañía de Jesús. Gracias inmortales os den todas las criaturas porque trajisteis tan grande y tan singular remedio para nuestras almas. En esta casa, poco después dio un padre principio feliz a los estudios de la lengua latina, y para mayor celebridad de este principio recitó en la cátedra una elegante oración y tuvo por oyentes al señor obispo, al gobernador capitán general de aquella plaza, a todos los eclesiásticos y seculares nobles que ilustraban a Cartagena. No satisfecho el amor ni el celo ni la piedad del ilustrísimo señor don Joan de Ladrada con haber oído la oración del padre maestro, añadió el ir después al aula y exhortó a los discípulos a que aprendiesen cuidadosos y ejercitasen diligentes las lecciones que así en materia de virtud como de letras les había de enseñar.

Para que al dulce vino de estos principios no le faltase la mezcla de la mirra de amarguras, como no le faltó a Jesús, permitió este Señor (no sé cuánto tiempo después) que tres eclesiásticos hiciesen algunas molestias a su Compañía, divulgando contra ella algunas cosas falsas que pudieron causar escándalo en   —229→   otros que no fueran tan afectos ni tan estimadores de nuestra religión como lo eran los vecinos de Cartagena. Los de nuestra casa no tomaban más defensa que sufrir y callar esperando en Dios, que había de volver por su causa y por su inocencia, y así lo hizo con el desengaño de los que oyeron y con el castigo de los que agraviaron.

El primero dentro de dos meses dio tan mala cuenta de su mayordomía en los géneros de castidad y pobreza religiosa, que después de haber sufrido muchos días de áspera cárcel fue desterrado de la ciudad. El segundo haciéndose apóstata vivió huyendo como un Caín sobre la tierra. El tercero dentro de tres meses fue acusado de un feo delito, y los señores obispo y gobernador pidieron a su prelado que apretase en la mano en castigarlo, protestando que si no lo hacía, ellos mismos usarían de su mano para el castigo.



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ArribaAbajo Capítulo II

Que el padre Alonso de Sandoval fue proto catequista y proto ministro del baptismo de los negros bozales


Solían entrar cada año en este puerto de Cartagena a millaradas los negros, violentamente traídos de los ríos de Guinea, de Loanda, de Caboverde y de otras partes para venderlos por esclavos; y sucedía que ni venían instruidos en los misterios de la fe ni venían más que baptizados en el nombre, y por eso se contentaban muchos muriendo en su gentilismo con suma infelicidad.

Para reparar este daño con su remedio, destinó Dios desde su eternidad a la religión de la Compañía, y para que su decreta se cumpliese en tiempo conveniente, movió el corazón del padre provincial del Perú para que enviase al padre Alonso de Sandoval al Colegio de Cartagena. Llegó a él en el mes de junio de mil seiscientos y cinco, y fue el primero que comenzó a catequizar y baptizar a los negros bozales, y por eso de justicia se le debe el título de proto catequista y proto ministro del baptismo de los negros bozales que llegaban a este puerto. Bueno será referir aquí el modo con que se ocupaba este mercader de almas en tan ganancioso empleo, gastando en él los tesoros de su sabiduría y el caudal de su salud y fuerzas.

Cuando daban fondo en el puerto los navíos de cargazones (así llaman la cantidad de negros que bastan para armar cumplidamente un navío) los iba a visitar llevándoles un buen socorro de pan, fruta y otros regalos de que solían venir bien necesitados, porque los armadores que los sacaron de sus tierras temiendo no les quiten vengativos las vidas (como muchas veces ha sucedido) los traen aherrojados con cadenas y grillos debajo de cubierta, y por eso muchos suelen llegar enfermos y con grande peligro de morir. Agasajábalos con cristianos cariños, procurando ganarles las voluntades por las bocas, con las comidas que   —231→   misericordioso les llevaba. De esta suerte les quitaba los miedos con que solían venir, persuadidos a que los blancos los traen para matarlos y pesarlos hechos cuartos en las carnicerías, como allá en sus tierras se usa.

Informábase de qué naciones eran los negros que venían, porque como son diversas hablan en diferentes idiomas, y según este informe buscaba los intérpretes, y ganándoles las voluntades con buenas palabras y mejores obras los llevaba consigo, y por medio de ellos haciendo preguntas a los recién venidos los examinaba para saber si estaban baptizados o no. Por sus respuestas hallaba que unos, aunque muy pocos, estaban bien baptizados. Otros hallaba que no entendieron para qué les echaban el agua obre las cabezas y juzgaron que era un lavatorio para que no las tuviesen sucias; otros que no les dijeron ni enseñaron lo que habían de creer ni que con el baptismo habían de profesar nueva ley, ni les pidieron su consentimiento ni ellos tenían intención de hacerse cristianos porque no sabían lo que eran. Los más de los negros respondían que no les habían echado agua en las cabezas; o porque no se hallaron a tiempo que la echaron a los demás, o porque sus amos los tuvieron escondidos por no pagar al cura de aquella tierra cinco reales que pedía por cada uno de los que baptizaba.

Según estas respuestas los dividía en tres clases diferentes, porque necesitaban de enseñanzas distintas. A los que estaban enfermos ponía en la primera clase por el riesgo que tenían de morirse y no salvarse; allí empleaba los primeros magisterios de su enseñanza, haciendo todo lo necesario para que del captiverio de esta vida saliesen en gracia. Después de esta diligencia, a los que rectamente habían recebido el sacramento del baptismo los instruía para que pudiesen llegarse al de la penitencia y luego al de la Eucaristía. Catequizaba por medio de los intérpretes a los que nunca habían oído los misterios de nuestra santa fe, y en viendo que ya tenían todos los requisitos necesarios para ser baptizados, les echaba el agua del baptismo con grande regocijo de su alma. Más de dos mil tenía ya baptizados por su misma mano el año de once, y decía celoso que de cada tribu o nación de los negros había de procurar que fuesen dos mil los señalados con el carácter santo del baptismo aludiendo a los doce mil que de cada tribu vio señalados San Joan.

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La señal exterior que el padre ponía a los cuellos de los ya baptizados era una medalla de estaño, por la cual se conocía cuáles eran cristianos; para dejar estos y pasar al catequismo y baptismo de los otros que no estaban cristianados. Esta insignia estimaban en mucho los morenos, y si acaso acontecía el perderla alguno de ellos, acudía luego al padre Alonso de Sandoval para que le diese otra, y él se la daba con mucho gusto. Una vez encontró a un moreno a quien doce meses antes había baptizado, y viéndole sin medalla empezó a dudar si era el que había baptizado, y para salir de la duda le preguntó por ella. Entonces demostrando el moreno su alegría en el rostro y en los labios sacó una bolsilla de tafetán donde la tenía guardada con diez cuentas y les servían de rosario, sin haber permitido que éste ni aquélla se le hubiese perdido en varias tierras por donde aquellos doce meses había caminado sirviendo a su amo. El padre provincial Gonzalo de Lira escrebiendo a un personaje acerca de estos baptismos le dice estas palabras: «Estando yo en Puertobelo pasaron algunas armazones de negros a Panamá que venían de Cartagena, y todos los negros y negras llevaban la insignia de la medalla ya conocida de los vecinos de Puertobelo, que viendo que todos la llevan entienden ya ser cristianos, y, si alguno no la tiene se sabe que aquel ha de ser catequizado para baptizarse. No era pequeño consuelo nuestro ver el semblante alegre y amoroso con que nos miraban por reconocernos de la Compañía como agradeciendo el bien que de la mano de un padre de los nuestros habían recebido».

El número de estos dichosamente señalados creció tanto que llegó a cincuenta mil, según la cuenta que hizo el padre Alonso de Sandoval en el año de veinte y tres; y esto solamente de los baptizados en el puerto de Cartagena. ¿Cuánto será el número de las otras partes adonde celoso escrebió este apostólico padre (no, satisfecho de lo que él hacía en esta ciudad) para que se examinasen los baptismos de los negros bozales que hubiesen aportado de ellas? ¿Cuánto será el número de los que por la enseñanza y dirección del libro que escrebió acerca de esta materia se habrá baptizado hasta ahora, así por mano de los de la Compañía que le han sucedido en el ministerio, como por mano de otros que los han imitado? No dudo sino que es una turba tan grande que nadie la puede contar sino sólo Dios.



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ArribaAbajoCapítulo III

Del celo con que andaba el padre Sandoval blanqueando almas de negros


Las almas feamente denegridas con el horrible tizne de las culpas es cierto que se blanquean con la sangre del Cordero que les aplican sus ministros por medio de los santos sacramentos. Y como Dios había escogido para este ministerio al padre Alonso, le infundió en el pecho una afición grande al ejercicio de andar blanqueando las almas de los negros con la administración de los sacramentos que podían recebir.

Esta afición y este amor al empleo con los morenos le nació del conocimiento que tuvo de la grande estimación y mucho agrado que Dios tiene en que estos pobres sean ayudados en orden a la salvación eterna de sus almas. Unas veces encendía el fuego del celo en su corazón meditando lo que agradaría a Dios Trino y Uno, haciendo este caritativo oficio con gente tan desvalida como lo es la morena. Otras veces pensando lo que estimaría la Virgen Nuestra Señora este servicio hecho en personas sujetas a miserable servicio. Otras considerando que en la conversión de los negros imitaría al apóstol Santo Tomé y a otros varones apostólicos de la Compañía de Jesús.

Encendido en estas y otras consideraciones empleaba tan cuidadoso el tiempo que ni de día quisiera tener reposo ni de noche descanso. A todas horas andaba solicitando el comprar espiritualmente negros para Dios, no queriendo su caritativo corazón que fuesen esclavos del demonio los que habían sido comprados con el tesoro infinito de la sangre de Cristo. Toda su ansia era dar la blancura a los espíritus, y la carta de libertad a las almas de los miserables esclavos. Levantaba a menudo el corazón a Dios considerándole presente, y le pedía luz para alumbrar aquellas almas y su favor y ayuda para moverlas y encaminarlas   —[234]→   a su santo servicio. Continuando en los ministerios continuaba los gemidos y frecuentaba los suspiros a Dios, considerando que sin su auxilio no podía hacer cosa que fuese buena y más en una cosa tan sobrenatural como es la conversión y justificación de las almas. El celoso espíritu del padre Alonso de Sandoval le obligó a hacer un contrato y un concierto en que se mostró bien diferente de los otros tratantes y contratantes que hay en esta ciudad de Cartagena. El concierto y el contrato fue con los médicos y cirujanos ofreciéndoles una misa por cada cinco enfermos desahuciados de que le diesen noticia, porque en teniéndola quería hacer sus diligencias para tener la ganancia inestimable y el logro santo de aquellas almas. Varias cosas le sucedieron en estos lances, y yo referiré aquí algunas. Luego que desembarcó un navío de negros traídos de Caboverde, fue el padre a visitarlos, y hallando a muchos de ellos muy aquejados de viruelas y que al parecer estaban en mayor peligro de morir, dejó de catequizar a estos para otro día y se inclinó con especialidad a catequizar y baptizar a tres de ellos, y cada uno de diferente nación. Dejolos bien baptizados y fuese a nuestro colegio por ser ya de noche. Cuando amaneció el día siguiente fue este médico de las almas a repetir la visita de sus enfermos y halló que los dos recién baptizados habían muerto aquella noche, y el tercero expiró allí aquella mañana en su presencia. Aquí dio gracias a Dios por el beneficio que había concedido a aquellas almas y trató de que con sus cuerpos se ejercitase un acto de misericordia enterrándolos en lugar sagrado.

Muchas veces sucedió que llamaron al padre Alonso de Sandoval para que confesase a negros y negras ladinas que estaban en opinión de cristianas, y a la verdad no lo eran. Poníale Dios en el corazón un deseo de examinar su baptismo y otras veces, aunque no lo tuviese, inspiraba a los mismos enfermos a que pensando que se morían le declarasen cómo no estaban baptizados, lo cual no habían hecho en vida dejándose llevar de la vergüenza que sentían en que los viesen ladinos y oyesen decir que no eran baptizados. Para estos casos llevaba siempre en la faldriquera una poma llena de agua tan artificiosamente cerrada que no se derramaba una gota, y con las que eran necesarias baptizaba   —235→   con mucho secreto a los que padecieran grande empacho si se hiciera en público.

Es caso donoso por una parte y provechoso por otra el que en una ocasión sucedió, y por eso no quiero dejar de contarlo. Madrugó el padre Sandoval muy de mañana un día, y buscando un intérprete se fue con él para catequizar y baptizar doce negros que restaban de una armazón. Anduvo casi toda la ciudad para hallarlos porque se habían dividido en casas de diferentes amos que los habían comprado. Juntáronse en una casa que estaba muy adornada de cuadros de Santos, a quienes los bozales empezaron a hacer reverencias, y cuando los estaba catequizando el padre le preguntó uno de ellos ¿cómo aquellos hombres y aquellas mujeres no hablaban? Respondioles que aquellas eran las pinturas que representaban los cuerpos de los hombres buenos, que habiendo ya muerto se habían ido sus almas al cielo; y que cuando acá hablábamos con las pinturas de sus cuerpos, nos escuchaban allá sus almas y hacían lo que les pedíamos. Entendiendo eso el negro dijo: pues ya para cuando esté enfermo les pediré que me den salud. De aquí tomó el padre ocasión para declarar cómo Dios era remunerador, y les enseñó los demás misterios de fe; también les enseñó los mandamientos que debían guardar; díjoles lo que era el baptismo; preguntoles si querían baptizarse; movioles a que hiciesen actos de contrición y se lo dictó para que lo hiciesen y luego los baptizó.

No es para callado lo que le sucedió al padre con unos morenos, que estándolos catequizando mostraban grande alegría, y le dijeron que en oírle teníanse gusto como cuando comían, y que aunque bozales no se explicaron mal, pues usaron de la comparación con que el Espíritu Santo declara en el capítulo 15 de los Proverbios la alegría y gusto de la buena conciencia: «Secura mens quasi iuge convivium». Otros en acabando de ser baptizados mostraban en el rostro la alegría grande que les causaba en el alma la gracia del santo baptismo. En una persona que acababa de ser baptizada se notó que se puso tiernamente a llorar, y preguntándole la causa de su llanto, respondió: que lloraba de gozo de verse cristiana, hija adoptiva de Dios y heredera del cielo.

Eran grandes las señales de consuelo y de amor con que estos neófitos se llegaban al padre Alonso de Sandoval cuando le encentraban   —236→   por las calles; besábanle la mano una y muchas veces, y abriendo los labios le agradecían el bien que habían recebido de ella cuando les echó en sus cabezas el agua del sagrado baptismo. El padre le daba las gracias a Dios por haberle hecho su ministro, y a ellos les hacía compasivo cuanto bien le era posible, y cuando no podía socorrerlos como quisiera, le ofrecía a Dios la compasión y lástima que tenía de ellos.



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ArribaAbajo Capítulo IV

Cómo favoreció la Virgen Santísima al padre Sandoval en su ministerio de baptizar


El padre Sandoval fue un Alonso o un Ildefonso en mostrarse capellán de María Santísima, para cuya prueba no traigo la diligencia que puso en que se labrase una capilla a una imagen de Nuestra Señora que llaman del Milagro, ni los largos ratos que tenía de oración en su presencia, ni el mucho amor que la tenía como a Madre; sólo traigo y refiero para prueba de que fue su capellán dos misas que dijo en reverencia de la Madre de Dios, por las cuales se puede colegir que en otras ocasiones diría otras muchas en honor de esta gran Reina, y como por ellas le favorecería en otras necesidades como le favoreció en la de dos baptismos que referiré.

Estando un día revestido para salir al altar y ofrecer el sacrificio de la misa a Dios, se le llegó un hombre muy desconsolado diciéndole que en su casa tenían un negro bozal, que había dos días naturales, que habiendo perdido los sentidos se estaba sin beber ni comer y que le rogaba que fuese a baptizarlo. Respondiole el padre que según la noticia que le daba no había más remedio que encomendarlo a Dios, ofreciéndole la misa por la necesidad de aquel pobre, que habiéndola dicho iría a su casa. Ofreciola el caritativo padre por aquella tan urgente necesidad y pidió al Señor por los méritos de la Madre de Dios y por la intercesión de su padre San Ignacio, que si fuese menester quitase de su propria vida todo lo que fuese necesario para que aquel pobre tuviese tiempo para baptizarse. Concluyó con la misa (que fue una de las que se dicen de la Virgen) y luego se fue a casa del enfermo, a quien halló muy lastimoso porque tenía las manos en la cabeza, los ojos en blanco y echando materia por la boca. Viendo esto le dijo el padre a su amo: poco le debe su esclavo,   —238→   pues aguardó a esta hora para llamar a que se le diese el baptismo. Congojose el hombre y tomándole al enfermo el pulso dijo que estaba vivo. Aplicole entonces el padre a la cabeza una reliquia de San Ignacio, díjole sobre ella un Evangelio y luego pasó a baptizar a diez o doce que tenía prevenidos. Hecha esta santa función volvió a la otra de saber en qué había parado su primer enfermo, y entonces se encontró con su amo que le dio la buena nueva de que ya hablaba, oía y veía. Volvió el padre con toda priesa para buscar un intérprete y deparóselo la Virgen tan bueno y tan fiel como la necesidad pedía, y así por su medio dispuso, muy bien al moribundo, y al punto que lo baptizó dio su alma a Dios, que le concedió la gloria por los méritos de la sangre de Jesús, eficazmente aplicada por intercesión de su Madre María y de su siervo San Ignacio.

Habiendo baptizado en una ocasión el padre Alonso a todos los que llegaron en un navío, se quedaron solos dos sin baptismo, porque en más de un mes no se pudo hallar quién les supiese la lengua, y en hablando a los dos bozales no respondían más que bolonco, bolonco, que era decir que eran de aquella casta entres los zapes. Ya querían los dueños de los negros embarcar toda su armazón para Puertobelo, y el padre estaba en un mar de dolor viendo que entre tantos baptizados fuesen solos aquellos dos sin baptismo y con peligro de ahogarse en el mar, como poco antes había sucedido a otros ciento y veinte negros recién baptizados que llevaban al Perú, y a veinte y cinco españoles que iban con ellos en una misma fragata. Para remedio de este peligro no sabía el padre diligencia humana qué hacer, porque ya había hecho cuantas eran factibles; y así se le vino al corazón el hacer una diligencia divina, y fue celebrar una misa en reverencia de la Santísima Virgen para que se sirviese de dar a la mano alguna lengua que fuese intérprete de la que aquellos dos bozales hablaban. Acabada de ofrecer la misa salió fuera con mucha confianza de hallar lo que pretendía, y así fue que en la primer casa en que entró le deparó la Virgen un negro zape que le dijo que su nación estaba dividida en varias lenguas y que la de los boloncos la entendía una morena ladina que estaba en una heredad algo distante de Cartagena. Dio el padre gracias a Dios y a su Madre Santísima por la merced que le había hecho con esta noticia, y llamando a los dos negros se fue con ellos en busca de la negra   —239→   intérprete, y hallola tan enferma que fue imposible que hiciese el oficio de interpretar; pero María Santísima, que ya había tomado la mano para amparar a estos pobres, les tenía allí aparejado otro negro que había ido a ver a la enferma y sabía muy bien su lengua, y así por su medio con mucha facilidad los catequizó y los hizo cristianos, y luego los llevó a la ciudad y los entregó a su dueño, que ya los aguardaba para que se hiciesen a la vela.

Cuando surgían navíos de negros bozales en el puerto, le sobresaltaba al padre Sandoval un sudor frío en el cuerpo por el sumo trabajo que tenía en el ministerio; pero era tan robusto su espíritu que vencía todas las dificultades que se le ofrecieron en muchos años por hacerle este servicio a Dios.



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ArribaAbajoCapítulo V

Trasládase lo que el venerable padre Pedro Claver escrebió acerca del ministerio de los negros


En este cristianísimo oficio de catequizar y baptizar a los negros bozales fue el venerable padre Pedro Claver tan aventajado discípulo del padre Alonso de Sandoval, que es gran gloria suya el haberlo tenido debajo de su magisterio como cosa de un año, y le aprovechó no poco para los muchos que empleó gloriosamente en este santo ministerio, como se puede ver en su vida eruditamente escrita por el padre Josef Fernández. Todo lo que obró el venerable padre Pedro Claver en bien de los negros pertenece a este libro del Colegio de Cartagena; pero yo remitiendo al lector a que lo lea en el de la vida de este venerable padre, no dejaré de trasladar en honor suyo las formales palabras que escrebía al Padre Provincial.

Ayer (dice el venerable padre) treinta de mayo de este año de 1627, día de la Santísima Trinidad, saltó en tierra un grande navío de negros de los Ríos. Fuimos allí cargados con dos espuertas de naranjas, limones, bizcochuelos y otras cosas. Entramos en sus casas, que parecía otra Guinea; fuimos rompiendo por medio de la mucha gente hasta llegar a los enfermos de que había una gran manada echados en el suelo muy húmedo y anegadizo, por lo cual estaba terraplenado de agudos pedazos de tejas y ladrillos, y esta era su cama con estar en carnes sin hilo de ropa. Echamos manteos fuera y fuimos a traer de otra bodega tablas y entablamos aquel lugar y trajimos en brazos los muy enfermos rompiendo por los demás. Juntamos los enfermos en dos ruedas, la una tomó mi compañero con su intérprete, apartados de la otra que yo tomé; entre ellos había dos muriéndose, ya fríos y sin pulso; tomamos una teja de brasas y puesta en medio de la rueda junto a los que estaban muriendo, y sacamos varios olores, de que llevábamos dos bolsas llenas que se gastaron en esta ocasión, y dímosles un sahumerio poniéndose encima de ellos nuestros manteos, que otra cosa ni la tienen encima ni hay que perder tiempo en pedila a sus amos; cobraron calor y nuevos espíritus vitales, el rostro muy alegre, los ojos abiertos y mirándonos.

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De esta manera les estuvimos hablando no con lengua sino con manos y obras, que como vienen tan persuadidos de que los traen para comerlos, hablallos de otra manera fuera sin provecho; asentámonos después o arrodillámonos junto a ellos y les lavamos los rostros y vientres con vino, y alegrándonos y acariciando mi compañero a los suyos y yo a los míos les comenzamos a poner delante cuantos motivos naturales hay para alegrar un enfermo. Hecho esto entramos en el catequismo del santo baptismo y sus grandiosos efectos en el cuerpo y en el alma, y hechos capaces de ellos, y respondiéndonos a las preguntas hechas sobre lo enseñado pasamos al catecismo grande, uno remunerador y castigador, etc. Luego les pedimos afectos de dolor, de aborrecimiento de sus pecados, etc. Estando ya capaces les declaramos los misterios de la Santísima Trinidad, Encarnación y Pasión, y poniéndoles delante una imagen de Cristo Señor Nuestro en la cruz, que se levanta de una pila baptismal y de sus sacratísimas llagas caen en ella arroyos de sangre, les rezamos en su lengua el acto de contrición. Aquí dio Nuestro Señor a los que se estaban muriendo fuerzas y espíritus para abominar sus errores. De machos que estaban bien dispuestos bapticé tres, y aunque mi compañero hizo instancia que baptizase más, no me pareció convenir sino dilatarlo para después. Con esto acabamos muy gozosos y nos volvimos a casa, pero tan molidos, que no volvimos en nosotros en muchos días, aunque no por eso dejamos de ir mane et respere.



Víspera de Pascua de Espíritu Santo (dice en otra carta) habíamos ido a un navío de negros recién venidos, y entre muchos muy enfermos había uno que al parecer de todos se estaba muriendo, y el amo nos dijo que perdíamos tiempo y fuésemos a gastarlo con otros, porque ya tenía experiencia que darles aquel mal y morir era todo uno. Eran ya más de las once del día y no sabíamos qué hacer, porque habíamos gastado toda la mañana en este enfermo para volverle en sí; pero por la gran misericordia de Dios que le debía de tener predestinado al fin volvió en sí con gran admiración de su amo y de todos los que le vieron, pidió el santo baptismo, el cual no sólo le quitó los pecados del alma sino también la enfermedad del cuerpo. A Dios las gracias. Este suceso me ha enseñado mucho a perseverar en la demanda   —242→   de estos no baptizados, pues solo uno enfermo que se baptice da más contento que noventa sanos.

La segunda fiesta de esta santísima Pascua junté por la mañana a toda una casta del navío susodicho llamada Erolo, que es una de las once lenguas que un negro llamado Calepino sabe, y fuera de él no la sabe otro en esta tierra, y Dios por su gran misericordia lo ha dado aquí para este santo ministerio. Juntos pues todos metía dos que estaban muy al cabo para que al paso de los sanos fuesen ellos también entendiendo y no se condenasen. Temía mucho la empresa, como me había costado tanto el otro susodicho, puse con toda la mira en solos aquellos dos, y animando mucho a la lengua ofrecí al Espíritu Santo todas las ganancias en trueque de que aquellas dos almas recibiesen el santo baptismo. Después de haber gastado con ellos muchas horas salí a tomar un poco de aire y luego me fueron a llamar, diciendo que uno de los dos enfermos se había muerto; volví, ya le habían sacado al patio; quedé lastimado, dije le metiesen dentro y estúveme con él y quiso el Señor que al cabo de rato volvió en sí, cobrando tanta mejoría que respondía mejor que los sanos; bapticé a los dos solos con grandísimo gusto y agradecimiento a Dios. Y siendo las once del día y habiendo de decir la postrera misa, llevé conmigo gran número de negros.

Otra gran victoria alcanzó del demonio el santo ministerio. Salimos una madrugada, y en la puerta de la casa de los negros nos dijo el cirujano: padres míos, allí está una negra muriéndose; vayan y baptícenla. Fuimos a ella, tenía los ojos turbados y sin vista y sin sentido, y el demonio muy seguro de la presa. Trabajamos cuatro o cinco horas con regalos y sahumerios, que la calentaron y se renovaron los sentidos traspasados de frío, con lo cual quiso la gracia de nuestro Dios recebiese el santo baptismo, porque volvió en sí y fue instruida muy a gusto y a provecho.

El siguiente día se remedió un negro gentil a quien había asombrado el demonio que le hacía hablar con lenguaje nunca oído con tonecillos como de papagayo. Su amo y los médicos le tenían por mortal; pero nosotros, que echamos de ver eran asombros del demonio para que no se baptizase, dijimos los Evangelios y el Credo sobre él y quedó maravillosamente quieto, de suerte que le catequicé, bapticé y quedó bueno.



Hasta aquí la carta del venerable padre Pedro Claver.



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ArribaAbajo Capítulo VI

Baptiza el padre Diego Ramírez Fariñas a un embajador de Arda


Asistiendo como predicador del rey Filipo IV en Madrid al padre Diego Ramírez Fariñas le dieron impulsos de dejar la corte y venirse a las Indias. Obediente a los impulsos se dio a la vela, llegó al puerto de Cartagena y no pasó adelante porque allí en el cultivo de los negros halló bastantísima mies su apostólico celo. Allí fue insigne operario todo el tiempo que le duró la vida y también fue rector algún poco de tiempo.

En este mar estaba echando las redes del Evangelio para pescar almas para Dios, cuando dieron fondo en el puerto cuatro navíos de negros y entre ellos venía, no como cautivo, sino como embajador un muy principal moreno que enviado del rey de Arda había de dar una embajada de su rey bárbaro a nuestro católico monarca. Fue al navío el padre Diego Ramírez con otro compañero a darle la bienvenida y a visitar a los morenos enfermos. Presentole algunos regalos de frutas y dulces con qué paladear el gusto de aquel gentil para que tuviese voluntad de ser cristiano. El mismo agasajo y los mismos cariños hizo a los otros negros y especialmente a los que venían enfermos. Agradole mucho al noble moreno esta caritativa urbanidad, y así se determinó a desembarcarse en compañía de los nuestros y hospedarse entre ellos no habiendo querido el día antecedente saltar en tierra con el gobernador y con los oficiales reales.

Al punto que puso los pies en la playa el embajador acompañado con los suyos y con nuestros religiosos se le hizo salva real con toda la artillería, a cuyo estruendo acudió casi toda la ciudad al muelle y formó desde allí un tan numeroso como lucido acompañamiento, llevándole los nuestros en medio y dándole el hospedaje en nuestra casa. Fueron a visitarle cortésmente el   —244→   gobernador don Pedro Zapata, los oficiales reales y todas las personas más graves de la ciudad. Acabadas estas visitas trató luego el padre rector Diego Ramírez de darle al embajador de Arda la embajada del cielo, diciéndole la necesidad que tenía del baptismo en vida para irse allá a reinar después de muerto, y añadió que para darle el baptismo era necesario darle primero noticias de los misterios de la fe que había de creer. Preguntole cuándo quería que se las diese, a que respondió dando dilaciones de día en día a su enseñanza y baptismo.

No le contentó al padre rector ni a sus súbditos esta dilación, y así con grande acuerdo determinaron catequizar en su presencia un criado suyo con que de camino quedaría catequizado el amo y por ventura no dilataría de tiempo en tiempo su mayor bien. Así se hizo y se reconoció haber sido del cielo la traza, y lo que últimamente le acabó de mover fue que un día de los del catequismo vio en las manos del criado una imagen de Cristo Señor Nuestro, y no la vio superficialmente, pues se le enterneció el corazón y arrodillado en el suelo con reverencia la besó con ternura diciendo que quería ser hijo de aquel Señor, creer su santa fe y recebir su sagrado baptismo.

Para que se confirmase en esta buena voluntad que había mostrado, le pusieron a los ojos una pintura de una alma condenada, cercada de llamas de fuego y de demonios del infierno, y juntamente se le explicó cómo y por qué castiga la divina justicia con fuego eterno a las almas de los pecadores. Entonces el embajador horrorizado escupió la pintura, afirmando que no quería ir donde aquella miserable alma había ido ni seguir el camino por donde se había precipitado a los caminos eternos.

La última traza que se tomó fue que el padre rector hizo oficio de ministro del primer sacramento de la iglesia, baptizando en presencia del embajador a su criado bastantemente instruido. Y si en otras ocasiones se ha visto que al ejemplo del rey se componen todos sus vasallos, aquí se vio que al ejemplo del criado se convirtió del todo su señor, pues pidió con instancias que le baptizasen y pidió bien, porque no era justo ni conforme a razón que el siervo fuese mayor que su señor; que el siervo se hubiese hecho por el baptismo hijo adoptivo del rey del cielo y que se quedase el señor con el ser de esclavo del demonio permaneciendo en los errores de su ciega gentilidad.

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Diéronle noticia de esta determinación del embajador al señor gobernador don Pedro Zapata, hijo dignísimo de los condes de Barajas, y luego se ofreció a ser su padrino. Señalado el día de esta cristiana función sacaron los nuestros al embajador desde su colegio para la iglesia catedral, donde no cabía la gente de todos estados que había conducido la novedad y el deseo de ver baptizar un embajador, a quien de tan remotas partes había traído Dios para que consiguiese tan saludable dicha. Estaban a las puertas de la iglesia esperando las compañías del presidio en sus hileras armadas y aprestadas todas para hacerle la salva al entrar y salir de la iglesia. Entró en ella nobilísimamente acompañado de su padrino y de todos los caballeros más ilustres de la ciudad y también de todo lo plebeyo.

Hízole el padre rector las preguntas del catecismo, a las cuales respondió con mucha prontitud. Añadió al explicarle los mandamientos de la ley que en adelante había de observar y a la especificación de algunos dijo que nunca los había quebrantado. Díjole y dictole el acto de contrición que debía ser antes del baptismo. ¿Preguntole si quería ser baptizado? Respondió tres veces que sí y con eso fue baptizado por mano del padre Ramírez Fariñas en el nombre de las Tres Divinas Personas. Aquí no es para pasado en silencio, que al ungirle el pecho se le halló una imagen de un santo crucifijo que en bulto pequeño llevaba pendiente del cuello y que sujetaba a la ley del verdadero Dios, renunciando todas las sectas falsas de Satanás. Todo esto dio ocasión a los presentes para que con ternura y admiraciones celebrasen la devoción del neófito, el cual, aunque negro, quedó hermoso, y al que le hermoseó con las aguas del baptismo, le quedó la mano muy sabrosa.

Acabado el baptismo fue más que grande el regocijo de todos; el del baptizado viéndose de embajador del rey de la tierra sublimado a ser hijo heredero del Rey del Cielo. El del padre predicador del rey, por haber sido instrumento de aquesta dicha. El del gobernador por haber sido el padrino de tan devoto ahijado. El de todos por haber visto un espectáculo tan nuevo a sus ojos. Aquí fueron de ver los parabienes y abrazos que dieron al recién baptizado, al que lo baptizó y al que lo apadrinó. Todas eran demostraciones de gusto y con ellas restituyó todo el   —246→   acompañamiento de nobles y plebeyos al embajador al Colegio de la Compañía de Jesús.

La curiosidad de algunos obligó a pedirle cortésmente al embajador, que si era posible, les descubriese el intento de su embajada. A que respondió que había muchos tiempos que en el Reino de Arda morían de poca edad todos los reyes, y que estando su rey con temores de no tener sucesión muriéndose mozo, llegó a su noticia que muchos reyes cristianos morían de anciana edad y que con esta noticia trató de recebir su fe y su ley y se le determinó enviar embajador al rey de España pidiéndole su amistad, y que en señal de ella le enviase sacerdotes que en su reino enseñasen la ley de los cristianos, porque no quería que se guardase otra. Añadió que entre muchos que se habían ofrecido para esta legacía le había caído a él la suerte de ser el escogido para tener la dicha que había recebido de mano de los padres de la Compañía, y que así les rogaba que se fuesen con él para que su rey tuviese juntamente con sus vasallos semejante dicha. Respondiéronle que le acompañarían gustosos si a la sazón tuvieran superior que les diese licencia, sin la cual no les era posible el acompañarle. Entonces dijo él que le había de pedir, esta gracia al Rey Nuestro Señor.

Con estos buenos deseos trató de su viaje para La Habana, en donde el gobernador de aquella plaza noticioso de la santa empresa que llevaba le hizo (según se nos escrebió) muchos agasajos y favores, pasando de allí a los Reinos de España, en donde no supimos el fin que tuvo su empresa ni el expediente de su embajada. Lo que sabemos es que en este año, que fue el de 1657 en que se baptizó el embajador, se baptizaron también por mano del padre rector y de los otros sus súbditos unos dos mil ciento y diez y nueve negros que vinieron en los cuatro navíos que dije al principio de este capítulo.



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ArribaAbajo Capítulo VII

De otros baptismos que han administrado otros operarios anónimos a negros bozales


Aunque este ministerio ha tenido desde sus principios hasta ahora su operario nombrado en Cartagena, lo han ejercitado también los otros padres que han asistido en su colegio, y por eso hallo en las Annuas algunos casos sin el nombre de la persona a quien le sucedieron, y lo mismo pasa aún en los operarios que han tenido este ministerio por oficio proprio. Por esto trataré en este capítulo de algunos sucesos que han acontecido a obreros, cuyos nombres no he podido saber, aunque lo he procurado averiguar.

Aunque después del alzamiento de Portugal calmaron las armazones de negros que cada año solían traer los portugueses a Cartagena, no han dejado de venir en esta mercancía tal o cual vez algunos navíos. Poco después de la entrada referida de los de Arda, llegó a este puerto una de mil negros carabalíes, y al punto el padre que tenía a su cuidado este ministerio (imitando a los operarios antecedentes) acudió a visitarlos para reconocer si había algunos enfermos de peligro, porque no se muriesen sin sacramentos; llevoles pan, fruta y agua para ganarles con el regalo las voluntades en orden al bien de sus almas. Trató luego de ganar en esta feria, pero faltole el principal medio que era un intérprete, que haciendo muchas diligencias no lo hallaba por haber ya treinta años que no aportaban a esta ciudad negros carabalíes; pero al fin le ofreció el cielo una traza que le valió y fue enviar por todas las estancias de la comarca para ver si en alguna se encontraba negro de esta nación. Hallole, aunque muy viejo, y para que gustoso hiciese el oficio de intérprete, le acarició y regaló liberalmente caritativo, conque consiguió su intento, catequizando y baptizando aquella multitud de carabalíes tan bárbaros   —248→   y feroces que solían hacer plato de carnes humanas para su mantenimiento.

No sólo miró por sus almas (que es lo principal) sino también por sus cuerpos, solicitándoles la comida para su conservación y el vestido para su desnudez, porque es gente tan desdichada que no traía hilo de ropa sobre sus carnes. Mientras curaban algún enfermo, le ponía debajo del cuerpo (a imitación del padre Pedro Claver) su manteo, sin reparar en el contagio ni en las inmundicias que se le pegaban, tolerando el asco y el fastidio del mal olor que de sí despiden estos miserables negros.

Pocos años después entró otro navío de morenos de Castálida, a los cuales se acudió con mucha presteza por haber entre ellos muchos enfermos y sobra también de buenos intérpretes. Recebieron el santo baptismo con grandes muestras de fe y devoción, mezclada con tan grande alegría de espíritu, que rebosaba en lo exterior. Cuando los de la Compañía entraban o salían de la casa de su morada, los iban a recebir y acompañar con las zalemas y algazaras que acostumbran hacer en sus tierras en sus mayores festines. De esto se regocijaban los amos, afirmando que en todo el tiempo que los habían poseído no los habían visto tan contentos y regocijados. Y esto sin duda acontecía porque las aguas del santo baptismo no sólo dan gracia a las almas, sino que también las alegran al modo que las aguas materiales suelen recrear y regocijar a las aves. Esto lo confirmaré con un caso singular, que es el siguiente:

De un navío de los que llaman negros de ley, compró un mercader una negra nalú, la cual padecía tan grande melancolía, que tocaba en desesperación. No comía ni bebía ni había remedio de hacerla trabajar ni poner mano en cosa de servicio. Andábase escondiendo y retirándose para satisfacer a solas su tristeza. Una vez la hallaron debajo de una tina al cabo de dos días que gastaron en buscarla, y aunque la regalaron y acariciaron, no fueron medios bastantes para alegrarle el corazón. Otra vez, en tiempo muy lluvioso, se metió en el caño por donde desaguaba el patio de la casa, y se estuvo tres días en él. Rebalsose el agua de las lluvias; y yendo a quitar el impedimento en el caño, reconocieron que era la negra que en él estaba atorada y casi muerta, así de la falta de mantenimiento, como de la sobra de la humedad y frío. Hiciéronla algunos medicamentos con que   —249→   volvió en sí, y luego su amo se fue desconsolado al Colegio de la Compañía y dio cuenta de lo que pasaba, a que le respondieron que no debería de estar baptizada y que la hiciese traer a la iglesia. Hízolo así, y habiéndola examinado reconocieron que había sido verdadera la persuasión de que no estaba baptizada, y así la instruyeron y cristianaron con el santo baptismo, dándole por nombre el de Teresa. Y fue caso notable que apenas recebió el sagrado baño cuando se le quitaron todas las melancolías y en adelante dio mucho gusto a su amo.

Aún a los hermanos coadjutores, por andar acompañando a los padres operarios en este cristianísimo ministerio de catequizar y baptizar a los negros bozales, se les ha pegado la ciencia de hacer lo que los padres hacían, de lo cual pondré aquí un caso. Llamaron al padre operario de negros para que examinase si uno que habían traído muy enfermo del monte estaba baptizado. En esta ocasión estaba diciendo misa el padre, y porque en la dilación no hubiese peligro de morirse el enfermo, le pidió un hermano al superior licencia para ir a examinar al enfermo; mientras el padre decía misa. Diole el superior la licencia, satisfecho de que ejercitaría bien el ministerio. Entró el hermano en la casa y halló moribundo al enfermo, y preguntándole ¿de qué casta era?, le respondieron que no lo sabían, porque muchos de varias castas le habían hablado y a ninguno daba respuesta. Llegose a él acariciándole y agasajándole cuanto le dictó la caridad. Preguntole de qué nación era y no le respondió palabra; hablole como a mudo, por señas, para que le dijese si le habían echado agua de baptismo en la cabeza, y no respondió ni aún por señas; nombrole algunas de las castas que por entonces más de ordinario llegaban a Cartagena, y a esto sí respondía con señas de la cabeza, que no era de aquellas castas. Viendo esto el hermano estaba ya para volverse a casa, pero detúvose porque le inspiró Dios que le contase los dedos de la mano en lengua arará, y apenas la oyó el enfermo, cuando empezó a sonreírse y alegrarse, y por esta alegría y risa coligió el hermano que era de esta nación; hizo llamar un intérprete y a toda priesa le examinó y supo que no estaba baptizado porque afirmó que antes que con él se tratase de baptismo lo compraron sus amos y lo llevaron a los montes, donde no le habían hablado jamás de esta materia. Entonces   —250→   el hermano le explicó qué cosa era baptismo y para qué se recebía, y le preguntó si quería ser baptizado, y respondiendo que sí, le instruyó con la priesa que el mal pedía en los misterios necesarios y le hizo hacer actos de fe, esperanza y caridad y contrición. Hecho esto, aunque sabía que podía baptizar en caso de necesidad, no quiso hacerlo porque vivía allí cerca un sacerdote a quien llamó y le pidió que lo baptizase. Así lo hizo y dentro de breve tiempo murió.



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ArribaAbajo Capítulo VIII

Reprende la Virgen Santísima a una negra porque no se baptizaba


Entre tanta multitud de negros bozales suele el demonio hacer que se dejen en blanco algunos para que no se bapticen, y luego los engaña poniéndoles empacho y vergüenza en que descubran su defecto de baptismo, cuando son antiguos en la tierra y algo ladinos y bachilleres en la lengua castellana. De estos había una negra en esta ciudad de Cartagena con gran peligro de no ir a la ciudad de Dios después de muerta, porque frecuentaba las iglesias y los sacramentos sin ser baptizada; y así era tenida no sólo por cristiana, sino por muy buena cristiana. Compadeciose de ella la Madre de Misericordia, y usando de ella se le apareció entre sueños vestida de blanco y su Hijo Jesús, no colocado en sus brazos sino en los de una cruz, en cuya presencia la reprendió ásperamente y la dijo que cómo se atrevía a comer el pan de su amo no teniendo el agua del baptismo. Aprovechole a la morena la reprensión dada entre sueños, pues luego que despertó salió a buscar a un padre de la Compañía, a quien contó lo que le había pasado. Oyéndole el prudente operario, la examinó acerca de su baptismo y halló que el sueño había sido verdadera ilustración de la Virgen y de su Hijo Santísimo que por ella había derramado su sangre y que no quería que se malograse en esta su redemida, y que por eso se le había aparecido clavado en la cruz, y para cooperar a esta piadosísima voluntad la bañó con las aguas que salen de las cinco fuentes de Nuestro Salvador. Con esto quedó la negra muy contenta y el padre muy pagado de la buena obra con que la había beneficiado en orden a su eterno bien. De este caso y de otros que han sucedido semejantes, puede colegir el obrero evangélico que procederá muy acertado si cuando se ofrecen ocasiones de comunicar   —252→   con los que han venido de Etiopía les habla con afabilidad y destreza acerca del lugar y personas que lo baptizaron, dándoles a entender que tiene curiosidad de saber los caminos por donde les vino esta dicha que los ha de conducir al cielo. Podrá ser que con esta traza afable le descubran algunos el no estar baptizados, siendo ya ladinos y antiguos en estas tierras. También es muy bueno el entrarles por el agradecimiento que deben tener a Dios por haberlos traído a estas partes donde se baptizan, ponderando que si hubieran quedado en las de su nacimiento no tuvieran remedio sus pecados y se condenarán infaliblemente a las penas eternas del infierno, porque sólo hay cielo para los que son del rebaño de Cristo.



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ArribaAbajoCapítulo IX

Que los de la Compañía han administrado el Santo Óleo a los negros moribundos


No sólo con el agua del baptismo, también con el Óleo de la Extremaunción han socorrido los de la Compañía a los miserables negros, porque los curas les han concedido grata licencia con agradecimiento de ver que querían descargarles de este trabajo, que lo ha sido grande siempre, pero especialmente en ocasiones de contagios, en las cuales los de la Compañía, como despreciadores de lo temporal, han expuesto a la muerte sus vidas, acudiendo a estos pobres para que no pierdan la eterna por falta de medios espirituales, y por eso los han ungido con la piedad del Samaritano, usando del Santo Óleo todas las veces que han podido y ha sido necesario. Con este medio les han facilitado la tolerancia en enfermedades terribles y confortado sus almas para que triunfen de los demonios, que en la hora del morir más que en otras han solicitado hacerlas sus captivas, llevándoselas consigo al infierno.

Llegó al puerto en una ocasión una armazón grande de negros, y al punto los fue a visitar el padre rector del Colegio de Cartagena. Llevoles dulce y agua para que fuese sabrosa su vista a aquellos pobres afligidos. Luego comenzó a hacer por medio del intérprete el examen de los baptismos de la gente recién venida, y halló que casi todos estaban bien baptizados, pero tan mal dispuestos en la salud, que muchos de ellos estaban moribundos. Ocupose caritativamente celoso en irlos confesando, y porque no se muriesen sin el socorro de la Extremaunción, envió a avisar al cura que trajese el Santo Óleo a la casa, que en ella le estaba aguardando con intérpretes para que les hiciese entender lo que recebían, como al presente lo estaba haciendo con las demás instrucciones necesarias para el terrible trance de   —254→   la muerte. Con este aviso se fue el cura a la casa acompañado de otro clérigo, y en llegando a la puerta de la sala donde estaban los nuestros con los moribundos, fue tan horrible el hedor que salió a recebirlos, que los obligó a taparse con gran priesa las narices. Llamó el cura desde fuera a los de la Compañía que estaban dentro y les dijo que allí estaba el Santo Óleo y que les rogaba que administrasen este Sacramento, porque él y su compañero tenían tan alterados y revueltos los estómagos, que no les era posible el hacer este oficio. Tomole para sí el padre rector, venciendo su celo al mal olor y su caridad al fastidio pestilencial. Entretanto que duraron las unciones se estuvo el cura en el corredor de la casa con su compañero, esperando para volverse, a llevar el Santo Óleo, y el tiempo de la espera lo gastaron en hablar con admiraciones de que hubiese hombres que pudiesen tolerar tan pestilencial olor como despedían los enfermos que estaban dentro de aquella sala; y que fuese insufrible, bien lo percebirá el que supiere que había en ella muchos dolientes de apostemas podridas y otros de disentería, que es asquerosísimo mal; y de más a más había tres difuntos lastimosamente tendidos en la sala. De todo esto estaban haciendo admiraciones los dos clérigos; pero no hay que admirar porque cuando el amor de Dios y del prójimo pelean contra las dificultades, las vencen con gran valor, como lo hacían el padre rector y los súbditos que le acompañaban en aquel misericordioso ministerio de confesar y poner el Santo Óleo a aquellos desvalidos y miserables moribundos.



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ArribaAbajo Capítulo X

De lo que han obrado los nuestros con los negros que se quedan en Cartagena


De los negros que a millaradas innumerables han aportado a esta ciudad, los más se han distribuido vendidos para varias partes y lugares, y en algunos de ellos no han tenido la ventura de proseguir en la enseñanza y cultura a que se dio principio por el celo de los operarios en este puerto. Entre los más bien librados, aunque no hayan quedado libres sino esclavos, se pueden numerar los que se han dejado en esta ciudad porque en ella han hallado en los de la Compañía unos padres de sus vidas y unos padres de sus almas. Padres de sus vidas se han mostrado dándoles a las veces el sustento corporal, el vestido y otras cosas conforme les ha sido posible, y para que las tengan buenas han aconsejado a sus amos en las ocasiones convenientes que no les den mala vida tratándolos mal; y para que no los castiguen en los defectos que suelen cometer, han sido muchas veces sus intercesores y abogados. Padres de sus almas, procurando siempre que tengan felicidad en la otra vida, ya que son infelices en esta.

Para que estos carbones de Guinea no vayan a ser ascuas del infierno, lo que primero como cosa más principal han procurado los padres que los engendraron en Cristo, es apartarlos del mal, solicitando que se aparten de los errores y vicios que sacaron de sus tierras, cuales son los hurtos, amancebamientos y otras cosas en que los ven delinquir. Para apartarlos del mal los confiesan y han confesado frecuentemente, no sólo las cuaresmas sino muchas veces entre año, sufriendo por Dios el martirio que causa el confesar negros, así porque atormentan el entendimiento y no saben darse a entender, como porque afligen el olfato con el mal olor que sus cuerpos despiden. Para apartarlos del mal los han juntado en una congregación de San Salvador, y   —256→   todos los domingos del año les hacen pláticas según su corta capacidad, procurando darles a entender la fealdad de los pecados; y porque algunos negros suelen las cuaresmas los domingos por la tarde dejar a sus amos en los sermones y perder por las calles ese buen tiempo, lo han logrado siempre recogiéndolos y llevándolos a oír el sermón a la plaza que llaman de las negras.

También para que estos carbones de Guinea sean brasas encendidas de Dios, han solicitado los padres en segundo lugar inclinarlos al bien. Para este efecto les suelen enseñar el amor que deben tener al Redentor de sus almas y patrón titular de su congregación que es San Salvador, que con este nombre se llama Cristo Señor Nuestro. Con este fin les han instruido en la devoción que han de ejercitar con la Virgen Santísima rezándole su rosario y pidiéndole favor en sus aflicciones. Con este intento les hacen pláticas (como he dicho) todos los domingos y en muchas de ellas los exhortan al ejercicio de muchas virtudes y a la frecuencia de la comunión sacramental que reciben en los días que los padres de la congregación les señalan.

Contra estas comuniones de los negros ha habido contradictores y algunos de autoridad, fundando su objeción en el poco entendimiento y corta capacidad de esta gente para entender lo que reciben. Pero háceles dado por parte de los estudiosos operarios de la Compañía una solución evidente por manifiesta y es que en poniendo cuidado en enseñarlos asientan muy bien en ellos la creencia de este misterio de fe y entienden muy bien que en el Pan consagrado reciben la misma persona de Cristo. Y en muchos que le reciben se ha visto el fruto de vida, porque la han tenido muy virtuosa en esta ciudad de Cartagena; y como este Señor Sacramentado engendra vírgenes, se ha sabido de boca de los confesores de los negros que ha habido algunas tan puras como cuando nacieron conservando su entereza virginal; y que para guardarla vivían con mucho recato huyendo de las ocasiones que las podían amancillar, conque esta virtud de angélicos espíritus se ha visto en almas y cuerpos de negras a mayor gloria del que las crió para el cielo.



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ArribaAbajo Capítulo XI

De los ministerios que se ejercitan con los blancos, y especialmente con los niños y muchachos


Si en todas partes lo blanco luce más a vista de lo negro, aquí en Cartagena parece que lo negro campea más a vista de lo blanco. La razón es porque el fruto que los de la Compañía han cogido de los negros ha sido a millaradas no pocas; pero la cosecha que han hecho en los blancos ha sido más corta en número aunque ha llegado a mucha. Por eso traté primero de los negros y en adelante hablaré de los blancos, y para ir con orden pondré primero los niños y muchachos.

Cosa es muy común en todos los colegios de la Compañía el tener decurias en que a los niños se les enseñan los misterios de la fe, y por ser muy común quería dejarlo de escrebir; pero no lo dejo por hallar una cosa muy particular, y es que a los principios, por ser la tierra muy caliente y fogosa no querían los padres de los niños enviarlos a nuestra casa los domingos en las tardes para que se fuesen criando con la leche de la doctrina cristiana. Pero deseando dársela los padres de la Compañía usaron de las diligencias y de las industrias que le dictó su santo celo, con que vencieron y allanaron las dificultades que se oponían, entablando que los niños viniesen todos los domingos a nuestra casa a aprender los principios de nuestra fe y los mandamientos de nuestra ley. Y para que este ejercicio no descaeciese iba los sábados a las escuelas unas veces el padre rector y otras veces el que tenía a su cargo este ministerio y prevenía a los niños para que ninguno faltase el día siguiente a la doctrina.

Cuando los padres de los niños vían que antes de que se predicasen los sermones que se acostumbraban en las cuatro calles, enseñaban la doctrina cristiana a sus hijos y que les hacían   —[258]→   preguntas a que respondían sin turbación y con prontitud, se confundían de ver que habían repugnado el enviarlos a la decuria los domingos y de haber permitido que en ese tiempo se estuviesen jugando y traveseando en sus casas y en las calles. Los hombres más principales de la ciudad que con ocasión de oír los sermones se hallaban presentes a la enseñanza de la doctrina cristiana, se alegraban y tenían por favor que sacasen sus hijos a la plaza, y viendo que los premiaban con una estampa o con una medalla, decían que lo estimaban más que si por sus méritos y servicios los premiara el rey poniéndoles un hábito a los pechos.

Eran para oídos los niños de Cartagena porque cantaban de noche las poesías que en la decuria les enseñaban de día. Eran estas unas canciones que deleitan y juntamente aprovechan porque corren en los versos las alabanzas de la Virgen, los motivos para amar la virtud y aborrecer el pecado, teniéndolo por el mayor mal de los males. Con estas músicas de los angelitos se fueron desterrando las canciones de las sirenas que antes se solían oír por las calles de Cartagena, causando escándalo y motivando malos pensamientos en los que oían.

También son para vistos los que pasando de niños llegan a ser mancebos estudiantes, porque causa edificación el verlos ir todos los domingos por las tardes a oír las pláticas que se les hacen en la congregación. Y no mueve a menor devoción el verlos confesar y comulgar todos los meses del año en la clase que hasta ahora les ha servido de capilla, en la cual en los días de comunión se ha cantado misa con diácono y subdiácono para ejercitarlos más al aprecio que deben hacer de estos días por recebir en ellos un don que es prenda, no del tiempo sino de la eternidad. También edifica mucho el ver la solemnidad con que celebran al angélico estudiante San Luis Gonzaga y también a la Madre de la sabiduría eterna en todas sus festividades, comulgando en ellas y haciéndoles devotísimos, novenarios.



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ArribaAbajo Capítulo XII

Que el Colegio de Cartagena ha sido noviciado de insignes hermanos coadjutores


No se le niegue una prerrogativa al Colegio de Cartagena, y es que habiéndose fundado en puerto de mar ha servido de puerto seguro de salvación eterna a muchos que se han acogido a él huyendo de las olas peligrosas del mundo. No se le niegue a este colegio que ha sido un insigne seminario de hermanos coadjutores muy buenos para esta provincia del Nuevo Reino de Granada. Confiésese que este colegio ha sido el noviciado donde se han instruido muchos soldados bisoños que han sido en la Compañía de Jesús ilustres varones, y es el caso que viniendo algunos de Europa a las Indias en busca del oro, se han desengañado de que no es oro todo lo que reluce y que es tierra aún el oro que reluce, y así despreciándolo se entraron en nuestra religión, y viendo los superiores de ella que el noviciado de Tunja estaba muy lejos de esta ciudad de Cartagena, determinaron con grande acuerdo, que en ella tuviesen su noviciado los que se recebían para hermanos coadjutores.

A este fin se les ha señalado en las ocasiones en que ha habido novicios un padre que ha hecho con ellos el oficio de maestro, y son varios los que en tan dilatados años se han ocupado en este magisterio importantísimo, así para el bien temporal, como para el espiritual de las religiones. Aquí fueron instruidos en el espíritu proprio de la Compañía con las pláticas y conferencias que en ella se usan. Aquí les enseñaron el menosprecio del mundo y mortificación de sus pundonores, haciendo que anduviesen por las calles cargados con lo necesario para la casa y que en cuerpo fuesen a las doctrinas públicas, a los hospitales para servir a los enfermos y a las cárceles para llevar algún socorro a los presos.

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De esta escuela de espíritu han salido grandes discípulos de virtud, cuales fueron el hermano Francisco de Bobadilla, el hermano Pedro Barba, hermano Matías López, hermano Domingo de Vasconcelos y otros muchos que dejo sin nombrar; pero no dejaré de hacer mención en este capítulo de dos, aunque sea con mucha brevedad. Sea el primero el hermano Pedro de Solabarrieta, persona de calidad conocida, el cual habiendo venido con el general de la Real Armada empezó a fastidiarse de la vida soldadesca y a prendarse grandemente con el amor de su paisano y padre nuestro San Ignacio, que parece que lo fue atrayendo con frecuencia de confesiones y comuniones para hacerlo hijo suyo en el Colegio de Cartagena, y así a pocos meses de estada en esta ciudad pidió con mucho fervor ser admitido en la religión fundada (como él decía) por el santo de su tierra. Honrole lo más granado y principal de la ciudad, hallándose con edificación de sus almas a su recibo. Quisiéronle inquietar algunos deudos suyos (que estos suelen ser los mayores enemigos del alma) diciéndole que un caballero como él que estaba ilustrado con parientes tan principales no había de deslucirse con el estado de hermano lego. A estas palabras necias tenía, como discreto, orejas sordas por ser este estado más seguro y más fácil para alcanzar el estado de grande en la corte del cielo. Procedió en su noviciado con espíritu muy devoto. A ninguna cosa que le mandaban decía no, por dificultosa que fuese, porque todas se le hacían fáciles a la prontitud de su voluntad. Teníase por dichoso cuando se ocupaba en los más humildes oficios de la casa de Dios. Al fin de su noviciado le asaltó una modorra cruel, nacida de una grave enfermedad que en el breve espacio de siete días le hizo del todo cerrar los ojos a esta vida, habiendo recebido antes muy despierto y con muy cuerda disposición los Santos Sacramentos, y habiéndose resignado en las manos de Nuestro Señor y tenido gran confianza de salvarse por intercesión de su padre y paisano, y principalmente por el patrocinio de la Virgen María, con la cual tuvo muy especial devoción.

Muy semejante al hermano Pedro de Solabarrieta fue en esta buena suerte el hermano Diego Felipe Monsalve, su compañero y connovicio, a quien desde el valle de Soatá, tierra de Pamplona del Nuevo Reino hizo volar hasta esta ciudad la pluma   —261→   que tenía de buen escribano, para buscar y hallar con ello lo necesario para sustentar la vida. Acudiendo el padre procurador de nuestro colegio al oficio donde se ocupaba en escrebir, le cobró afición y le ganó para Dios, aconsejándole que frecuentase la confesión y comunión. Llamole Dios a su Compañía, y no haciéndose del sordo a su voz, habló al superior pidiéndole que lo recebiese en su santa casa. Consiguiolo y entregose tan cuidadoso a las virtudes y tan ferviente a los ejercicios de perfección, que al fin de su primer año de noviciado no dudó el padre rector de sacarlo a la procuraduría para que sirviese a Dios, ayudando en ella a la religión. Hizo este oficio exterior exactamente sin dejar por él sus interiores devociones ni las penitencias exteriores con que maceraba su cuerpo. Por la mucha devoción que tenía al Santísimo Sacramento le recebía en su pecho dos y tres veces cada semana. A la Virgen Santísima tenía especial devoción. Haciendo un viaje por obedecer al superior le salteó una enfermedad grande en el camino y le obligó a volverse a casa, donde se consagró a Nuestro Señor con los votos de la religión, y dos meses después de haberlos ofrecido se fue con Dios a la otra vida para recebir de su mano los premios.



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ArribaAbajoCapítulo XIII

Baptismo de tres turcos. Si vimos en el capítulo antecedente los sujetos felices que dejando el mundo entraron en la religión de la Compañía, ahora veremos tres turcos felices que despreciando su falsa secta se introdujeron a la religión católica


Vivía en Cartagena un turco de ochenta años, y en ellos estuvo varias veces para morir herido de agudas enfermedades y también de una terrible cornada de un toro. En todas estas ocasiones ningún padre de la Compañía (que todos le hablaban exhortándolo a que se hiciese cristiano) lo pudo alcanzar de su resistencia que era tanta, que estando a la muerte solía afirmar que había de morir en la ley de sus padres. Los de la Compañía como padres mejores, deseaban y pedían instantemente a Dios que lo adoptase por hijo suyo, dándole eficaz auxilio para que recebiese el sagrado baptismo. Concedióselo su divina piedad por el medio siguiente: Estando el turco una noche durmiendo, se halló a la falda de un alto monte tan agrio, que todo él era una peña, tajada que por ninguna parte mostraba senda para subir a su cumbre. Esto era lo que él deseaba por haberle venido repentinamente este afecto, y con él daba una y otra y muchas vueltas alrededor del monte para ver si hallaba vereda por dónde subir. Estando ya cansado de tanto andar, dijo que había visto venir por un lado del monte una hermosísima señora vestida ricamente de tela blanca, y que llegándosele piadosa dijo: ¿Qué es lo que aquí pretendes? Señora, subir a la cumbre de este monte (respondió) y no hallo camino por dónde subir. Si el camino ignoras (le dijo la Señora) ven conmigo y te lo mostraré. Siguiola, y llevándole por un lado le dijo que levantase los ojos, y poniéndolos en alto vio una senda derecha que iba a dar a la cima del monte, y entonces le dijo: Ves aquí el camino. Recordó con esta   —263→   visita, y como el sueño era revelación, no necesitó de intérprete que se lo declarase. Él mismo dijo su sueño y su declaración. La cumbre del monte significaba la gloria, y el camino para subir a ella era el sagrado baptismo y la observancia de los preceptos de la divina ley. Fuese a casa del ilustrísimo señor obispo don Joan de Ladrada, contole lo que le había pasado y le manifestó los íntimos deseos que tenía de ser baptizado, y para que los viese cumplidos, lo remitió su señoría a nuestro colegio, donde bastantemente le catequizaron y luego fue baptizado con regocijada solemnidad.

Al segundo turco no le movió para hacerse cristiano la noticia que tuvo de lo que le había sucedido al primero, ni ablandó su dureza el buen ejemplo que vio en el baptismo de su compañero. Ablandole y moviole Dios con el mal tratamiento que le hizo por medio del demonio, porque hay hombres que no entienden si no es por mal y por el camino del mal suele venirles el bien. Fuese un día al campo y lo fue para él de batalla con el demonio, el cual furiosamente le cogió entre sus manos y dando con él en lo encumbrado de un monte, le dijo que fuese homicida de sí mismo; mas él tenía miedo a la muerte y no quería tomarla por sus manos. Levantolas a Dios juntamente con el corazón y prometiole que si le libraba de aquel peligro se haría cristiano. Entonces el demonio, que es enemigo de los que lo son, le fue dando empellones por aquella montaña abajo y luego lo encerró en un aposento. El mayordomo de aquella hacienda le echó menos en el trabajo y andando en su busca lo halló medio muerto en el aposento. Preguntole qué tenía, y la respuesta fue contarle lo que había pasado y pedirle el agua santa del sagrado baptismo. Pareciole al mayordomo que era bien llevarlo a quien mejor que él pudiese administrarle este sacramento, y así lo entregó a los padres de nuestro colegio, en el cual, por espacio de tres días (que fueron solos los que de vida le dieron los golpes del demonio) lo catequizaron y le baptizaron, y viendo que se moría le hicieron dar la Extremaunción que recebió con voluntad, y dando muestras de verdadero cristiano, hacía actos de fe y de displicencia dolorosa de no haber servido a Nuestro Señor Jesucristo en su vida pasada; pero con confianza de que le había de perdonar y que le había de ver en el cielo por una eternidad.

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Con esta disposición murió, dejando prendas de que no había de ser confundida su esperanza.

Otro turco hubo en esta ciudad que también se convirtió por mal, pero fue con el mal que llaman de San Lázaro con el cual le apretó Dios los cordeles de suerte que confesó en el potro de su dolor que la verdadera fe y la ley santa era la de Cristo y así pidió con muchas veras que le bañasen con el agua del baptismo para sanar en el alma ya que no podía tener salud en el cuerpo. Catequizole muy de espacio uno de la Compañía, y después de estar muy bien dispuesto, le apadrinó un vecino honrado de esta ciudad sacándole de nuestra casa para la iglesia mayor con mucha música y con el acompañamiento lucido de muchos vecinos que aquel día habían acudido a oír la plática que se acostumbra hacer a los congregantes. Baptizose, y después del baptismo le volvieron a nuestra casa con el mismo acompañamiento y regocijo con que le habían llevado. Vivió después como muy buen cristiano, previniéndose cuidadoso para morir bien.



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ArribaAbajo Capítulo XIV

Catequizados de los nuestros se baptizan algunos moros


Como entre los turcos y moros hay su distinción, no será desorden dividirlos en capítulos diferentes aunque sea una misma la materia de que se trata. Doy aquí principio con un suceso de la Santísima Virgen, cuyas misericordias mientras hubiere miserias en este mundo, no tendrán fin. Compadeciose esta piadosísima Señora de un moro que en el mar de este puerto de Cartagena vivía condenado a remar perpetuamente en las galeras, y estando él no dormido, sino bien dispierto, se le apareció más hermosa que el cielo, rodeada de cortesanos celestiales que la cortejaban como a su Reina. Atónito la miraba el moro cuando de sus virginales labios oyó aquestas palabras: «Si quieres volver a tu antigua libertad, alístate luego en las banderas de mi Hijo». En que quisiese la antigua libertad saliendo del presente captiverio, no se puede dudar porque no hay ninguno que no aborrezca el captiverio y no ame naturalmente la libertad. En lo que se podía dudar era en que quisiese purificar la condición de alistarse en las banderas de su Hijo Jesús; pero esta duda la quitó la Santísima Virgen moviéndole la voluntad con su dicho y con el de otra noble señora de esta ciudad. Iba el moro remero pasando por una calle, y pensando por ventura en la Señora que habían visto sus ojos y en las palabras que habían escuchado sus oídos. Viéndole en esta sazón la noble vecina de esta ciudad, movida de la Reina del cielo, le dijo: «Yo te libertaré y seré tu madrina si sujetándote a las leyes de Cristo recibieres el santo baptismo. Respondió que quería lo uno y aceptaba lo otro, y conociose que decía la verdad en que luego se fue a la Compañía para que allí le enseñasen las verdades de nuestra fe católica. Allí las aprendió, y dando crédito a ellas se baptizó, teniendo por madrina a la señora ya dicha con que alcanzó   —266→   dos libertades; la del alma por el tesoro de la sangre de Cristo, y la del cuerpo por el dinero que por él dio aquella noble y piadosa mujer.

Otro moro hubo en Cartagena que condenado al remo por más de veinte años no quiso convertirse a la fe católica por el amor a la libertad y se convirtió por la fuerza que hizo a su entendimiento la divina palabra celosamente predicada por un padre de aquel colegio. El caso fue que en los años dichos muchas personas aficionándose del buen ingenio y de las buenas prendas naturales de este moro, solicitaron el bien sobrenatural de su alma, diciéndole que se hiciese cristiano, pero él ordinariamente respondía que no porque el que había sido buen moro no podía ser buen cristiano. Entre los otros pretendió también su conversión el señor marqués de Cañete, el cual habiendo acabado de ser virrey del Perú y volviéndose a España le mostró la piedad de su cristiano pecho, diciéndole que abrazase la fe de Cristo y que le daría libertad, a que respondió que aunque era captivo remero quería más ser observante bueno de la ley de Mahoma que violador libre de la religión católica. Así se estaba pertinaz en su perversa secta hasta que un día tuvo la dicha de querer oír un sermón que uno de los nuestros predicaba de la cuenta que hemos de dar de nuestras vidas al Supremo Juez y de la sentencia que ha de dar a cada uno según el proceso de sus obras. Oído el sermón se partió a pedir que le baptizasen, y preguntándole qué le movía a hacer esta petición que tanto había repugnado, respondió que a su entendimiento lo había convencido y a su voluntad la había movido el sermón del último día del juicio que el padre de la Compañía había predicado. Otorgósele la petición por ser tan justa como provechosa, y habiéndole instruido en nuestro colegio por tiempo de veinte días, se solemnizó él de su baptismo con grande alegría y regocijo de todos los que habían deseado su salvación.

Hirieron en un brazo cruelmente a un moro de las galeras antiguas y fue creciendo de suerte el mal, que se le acercaba ya el último término de la vida. Acudieron los nuestros para que la rematase en gracia por medio del santo baptismo, pero él había estado y estaba al presente obstinadamente pertinaz en su secta mahometana; mas sin embargo fue mayor la celosa perseverancia de los de la Compañía persuadiéndole recebiese la fe   —267→   de Nuestro Señor Jesucristo sin resistir del intento aunque tantas veces lo resistía sin huir de él aunque el pestilente olor de la herida encancerada parece que los despedía. Al fin la porfía santa mató la caza, o por mejor decir le dio la vida, porque convencido con la multitud de razones que le decían y con las instancias con que replicaban a sus respuestas concedió que se baptizaría con tal que el señor gobernador don Pedro Zapata fuese su padrino. Gustosos oyeron los padres esta respuesta, porque hallaban muy fácil en la piedad de este caballero el cumplimiento de la condición que el moro ponía. Fuéronle a dar parte del caso, y al punto se fue al hospital, y hablando con cristiana benignidad al moro, le dijo que gustaba mucho de que quisiese hacerse cristiano y que iba muy contento a ser su padrino. Entonces el moro le suplicó que lo llevase a su casa, a que respondió piadosamente el gobernador diciéndole que como se hiciese cristiano le acomodaría no sólo en su casa sino también en su misma cama, y de hecho lo hizo llevar y lo acomodó en muy buen lecho. Allí le asistieron los de la Compañía y habiéndole instruido suficientemente lo cristianaron, conque quedó por una parte muy gozoso, y por otra muy animado a tolerar con paciencia los dolores del cáncer, que prevaleciendo le quitaron la vida, y el señor don Pedro Zapata honró a su ahijado en la muerte, haciéndole un muy lucido entierro por haber quedado con esperanzas de que su alma se había partido al cielo.

Estas y otras conversiones se han visto en Cartagena que por ellas se puede tener por dichosa, y los de la Compañía se pueden tener por muy felices, pues sin ir al África a convertir moros, les ha dado la Divina Providencia en estas Indias algunas ocasiones en que los han convertido para que tuviesen estos frutos que ofrecer a Cristo Redentor de todas nuestras almas.



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ArribaAbajo Capítulo XV

Conversiones de algunos herejes ingleses


En algunas ocasiones han apresado los españoles de Cartagena a algunos herejes de Inglaterra, y su prisión temporal les ha alcanzado eterna libertad, pues por medio de los papistas (que así llaman ellos a los de la Compañía) se han reconciliado con la iglesia católica romana, dejándonos esperanzas de que se salvaron, y especialmente los que murieron en un contagio que hubo en Cartagena, como consta de la vida del venerable padre Pedro Claver, y yo (aunque pertenecen a esta historia) los omito por estar ya impresos, pero no dejaré de escrebir algo de lo que no se ha dado a la imprenta.

A uno de estos herejes llamó el Santo Tribunal de la Inquisición, y habiendo experimentado los señores inquisidores la gran capacidad y noticia que tenía de todas las materias controversas de las herejías, le mandaron retener seis meses para informarse de varias cosas necesarias para tantos casos como se ofrecen en tan santo, celoso y vigilante Tribunal. Después de estos seis meses se lo entregaron al padre rector de este Colegio de Cartagena como a calificador de esta y de la Suprema Inquisición para que le tuviese recluso otros seis meses. Ejecutolo así el dicho padre rector y en ese tiempo le dio algunos libros de autores de controversias, para que en ellos viese los fundamentos y apoyos de nuestra santa fe y de la doctrina católica. Era hombre de agudo ingenio y así penetró lo sólido de los fundamentos y lo cierto de los apoyos de nuestra católica religión para desengaño de su alma.

Entre otras cosas que discurrió, se puso a cotejar los ministros que elige para administrar los sacramentos la católica iglesia romana con los ministros que se escogen en Inglaterra llenos de ignorancia y de vicios. De este cotejo le nació el dudar   —269→   si estaría bien baptizado porque dependiendo de la intención del ministro el valor del baptismo, se podía juzgar que sería adulterina la intención de unos ministros herejes que no conocían otra cabeza de la iglesia sino a Ana Bolena o al rey de Inglaterra, ni otra iglesia que una quimérica que los ingleses habían fingido desde Enrique VIII. De este discurso llegó a inferir que su baptismo había sido nulo o por lo menos muy dudoso, y para hallar su remedio se fue al padre rector y le pidió que lo baptizase porque deseaba asegurar su salvación, saliendo de los engaños en que ciegamente había vivido hasta entonces. Dio el padre rector gracias muchas a Dios por el suceso, y habiéndole oído sus razones y fundamentos para el baptismo, los confirió con algunos padres doctos que tenía en su colegio y se determinó a que se baptizase. Dispúsolo con algunas nuevas preguntas a que él doctamente satisfizo, diciendo lo que debía creer y obrar. Fue finalmente baptizado, y en el baptismo se le puso el mismo nombre de Tomás de Londres con que antes lo llamaban; y el día siguiente, que fue el de Jueves Santo le reconcilió con la iglesia católica romana y recebió con grande consuelo de su alma el Santísimo Sacramento. Este caso se divulgó a mayor gloria de Dios en toda la ciudad y toda ella se bañó en un mar de consuelo y alegría.

Del caso dicho sucedido en un hombre tan docto, que tan fundamentalmente tuvo por nulo o por muy dudoso el valor de su baptismo, ha resultado que luego que llegan algunos herejes a este puerto y se trata de que se conviertan, se hace muy estrecha inquisición acerca de sus baptismos, y así los han ido revalidando comúnmente debajo de condición, porque los celosos, hijos de San Ignacio no han querido perdonar a diligencia ni a cosa que pueda conducir a la mayor seguridad de las almas y reducción de los herejes, y quisiera su celo que no hubiera más que un rebaño con un solo Pastor cual es el Vicario de Cristo en la tierra.

En estas costas de Cartagena acometieron los nuestros a una balandra en que navegaban cuatro piratas ingleses; mataron al uno en la refriega, y apresados los tres fueron llevados a la ciudad donde los ocuparon en terraplenar una muralla que está cerca de nuestro colegio. Allí los estudiantes dieron en entretenerse con los ingleses hablándoles en latín, y advirtiendo que   —270→   el uno de ellos les entendía y respondía a las cosas que le decían, dieron de esto noticia a su maestro, el cual lo hizo llamar y le habló varias veces, conque le vino a reducir a nuestra fe católica. Los otros dos ingleses no se quedaron sin remedio, porque hallaron un mulato que habiendo estado prisionero entre ellos algunos años en Jamaica, había aprendido la lengua y así valiéndose de este los nuestros como de intérprete, los metieron en un aposento de nuestra casa y allí los fueron convenciendo de los engaños y errores en que vivían, y dándose ellos por convencidos, se determinaron a reconciliarse con la iglesia católica romana, y porque sus baptismos estaban en duda si eran válidos, vinieron gustosos en ser baptizados condicionalmente. El uno de ellos pasó a España en servicio del señor don Diego de Villalba, presidente que fue de este Nuevo Reino. Otro quedó por marinero del convoy y vive frecuentando los sacramentos de la confesión y comunión con muestras de buen cristiano.



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ArribaAbajoCapítulo XVI

De cristianos que se han enmendado oyendo sermones y de un caso milagroso que aconteció en un sermón


Si en el cristiano pecho del lector se ha introducido el regocijo de haber leído las reducciones dichas de infieles moros y herejes a la católica fe, también entrará en su corazón el gozo y la alegría viendo la enmienda que ha causado la divina palabra en algunos cristianos que han sido pecadores. Para ese efecto referiré los casos que he hallado de esta materia.

Casi cuarenta años de su vida había desperdiciado un hombre enredándose en vicios y cayendo en pecados. Tuvo la dicha de oír el primer sermón con que estrenaba su talento en Cartagena un padre de nuestra Compañía, y tuvo buen logro su talento porque movió grandemente a este pecador para que tratase de ponerse en pie con la enmienda de sus tropiezos y caídas. Ocho meses enteros siguió al padre no perdiendo sermón ninguno de los que predicaba, pensando que aquel era el predicador por cuyo medio quería salvarle; pero todo este tiempo le hizo tan cruel guerra la vergüenza y el empacho de descubrir sus pecados, que cobardemente se dejaba vencer, pero al fin cobrando alientos con el socorro divino, venció de suerte que arrodillándose a los pies del mismo padre le dijo todas sus culpas derramando gran copia de lágrimas por lo pasado, y teniendo grandes propósitos de la enmienda.

El padre Antonio de Ureña mientras estuvo en el Colegio de Cartagena aguardando pasaje para España trabajó apostólicamente. Predicó un sermón en que con verdad evangélica trató de la brevedad de la vida, y moviose tanto a corregir los desconciertos de la suya, uno de sus oyentes que llegándose al padre le dijo: creo que por mí solo ha traído Dios a vuestra paternidad a esta tierra porque ha treinta años que no me confieso bien. Entonces   —272→   el padre Antonio, cuyas ansias eran hallar lo perdido, le animó con razones eficaces que tuvieron por fruto una buena confesión que hizo este pecador con grande arrepentimiento y dolor de sus culpas, en las cuales tuvo tanta enmienda, que daba muy buen ejemplo a todos los que le miraban, y en lo interior del cuerpo trajo en adelante un cilicio que no lo apartaba de sus carnes por castigar con él lo que con ellas había ofendido a la Divina Majestad.

Bastan los dos casos referidos en particular para prueba de la enmienda de las vidas de pecadores cristianos por haber oído la divina palabra de boca de los predicadores de la Compañía, y pasemos al caso milagroso que sucedió a uno de ellos. Con tantos testigos cuantos eran los oyentes que fueron en gran número, predicaba un día de cuaresma del año de cuarenta en la plazuela que llaman de la Yerba un padre de los más graves de la provincia que acababa de ser Viceprovincial y Rector, y con celoso espíritu y gran deseo de que se corrigiesen las costumbres indignas de cristianos, comenzó a reprender los vicios en general, y descendiendo después al de la torpeza en particular, se puso a probar la mancha de la infamia que sacan los hijos habidos de actos torpes, por lo cual los priva la iglesia de dignidades eclesiásticas. Probando esta verdad hizo esta pregunta: ¿Podrán hombres que son hijos de tales padres tener dignidad en la iglesia? A esto (¡caso raro!), respondió un niño, que por serlo estaba en los brazos de una negra: No. No. Oyendo esta negativa los circunstantes quedaron notablemente admirados viendo que la declaraba Dios por los labios de un inocente niño.



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ArribaAbajo Capítulo XVII

De algunas buenas obras que han hecho los vecinos de Cartagena por consejo de los nuestros


En Cartagena (como en las demás partes) han sido los de la Compañía consejeros del cielo porque han encaminado allá con sus consejos a las almas, ya en las conversaciones particulares de las visitas, ya en las pláticas de las congregaciones, ya en los sermones de los púlpitos. Por eso tocaré en este capítulo algo de lo mucho bueno que han obrado algunos por las exhortaciones y consejos de los operarios de la Compañía.

Muchos han vivido en esta ciudad con el porte que es necesario para ir a vivir en el cielo. Cada ocho días confesaban y comulgaban y a veces más a menudo; cuando acontecía interpolarse en los ocho días algún día festivo o jubileo, oían misa de supererogación en los días de trabajo. Y para tener en sus obras la caridad que es reina de las virtudes, se iban a los hospitales para dar a su costa regaladas comidas a los enfermos; y porque no estuviese sola la caridad, la acompañaban con la humildad quitándose las capas, espadas y sombreros para servirles los platos, aderezarles las camas y limpiarles los vasos inmundos.

Entre estos que se ocupaban en las cosas dichas sobresalía con ventajas un hombre de muchos oficios de república, y por el consiguiente de muchas ocupaciones, y sin embargo de ellas se ocupaba algunos ratos a tratar recogido el más importante negocio de su salvación con Dios Nuestro Señor, el cual extraordinariamente le regalaba y favorecía; y para que los otros fuesen partícipes de lo que él gozaba, quería que hiciesen méritos con obras penales, y para esto repartía cilicios a los congregantes y también muchas disciplinas que él mismo solía hacer con primor a sus solas en algunos ratos que le daban lugar las muchas ocupaciones de sus oficios.

En las ocasiones que podían procuraban celosos y caritativos los padres que se pusiesen en estado de matrimonio mujeres pobres, y en especial las que por tener hermosura y no tener plata podían tropezar y hacer caer a otros. Para este efecto aconsejaban   —274→   a los más nobles de la ciudad que juntasen limosna pidiéndola por Dios, y en este piadoso ejercicio encartaron algunas veces al gobernador del puerto y al general de la armada, los cuales daban grande edificación a la República, pidiendo la limosna a los republicanos para una cosa tan santa como es el remedio de pobres mujeres.

Una y muy principal se hallaba con grande aflicción porque había diez y seis años que un caballero le debía la honra y no se la acababa de pagar sin embargo de haberle empeñado su palabra porque en la paga concurrían muchas circunstancias que la dificultaban. Consultaron el caso con un padre de nuestro colegio, el cual como docto sobre caritativo allanó las dificultades de suerte que dentro de ocho días el caballero dio la mano de esposo a la señora con edificación grande de la ciudad. El hombre adquirió tan gran quietud y paz de su conciencia, que no cabía de gozo y a todos públicamente decía agradecido que le había entrado el bien de su alma por mano de la Compañía, y así también trató de hacer otro bien que fue recoger en su casa a tres pobres que eran hermanas de su mujer. Esta quedó tan agradecida que se reputaba esclava y captiva de los padres de la Compañía porque le habían dado la honra y le habían remediado su pobreza; y ponderaban así ellas como otras personas que a los ocho días después que recogió su marido a las cuatro hermanas en su casa, se vino al suelo la que ellas tenían antes por vivienda donde quizás en la ruina hubieran acabado sus vidas a no haberlas socorrido la Divina Providencia sacándolas a mejor y más segura casa.

Para que den las limosnas da muy buen ejemplo el Colegio de la Compañía a los vecinos de la ciudad haciendo cuantas limosnas puede a los necesitados. Dales en portería de comer al mediodía y a todas horas el agua a cuantos llegan, que es una limosna que en una tierra tan caliente es de más estimación que la comida porque lo caluroso del temple obliga a que se apetezca más el agua, y los pobres que no tienen con qué comprarla la hallan de balde dándosela por amor de Dios en una tinaja con una caldereta que siempre se ha tenido en la portería. Crece nuestra limosna cuando hay flotas porque en esas ocasiones se multiplican los menesterosos, que suelen venir mucho en las armadas y a todos se procura socorrer.



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