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Vicente García de la Huerta

Biografía de Vicente García de la Huerta

Vicente García de la Huerta (Zafra (Badajoz), 9-III-1734 - Madrid, 12-III-1787) fue poeta, dramaturgo y polemista en unos momentos clave para la historia literaria de España. El conocimiento de su obra y sus actitudes críticas nos ayuda a comprender el panorama estético de una época de renovación protagonizada por los neoclásicos. Sin renunciar por completo a la estética clasicista, el autor de Raquel mantuvo opiniones singulares y a menudo polémicas. Buena parte de la crítica, desde los tiempos de Marcelino Menéndez y Pelayo, ha recurrido a la repetición de algunos tópicos a la hora de justificarlas. Vicente García de la Huerta no fue un loco ni un desquiciado por la falta de fortuna a partir de su destierro en Orán, sino un autor convertido en punto de referencia para el posicionamiento de otros más jóvenes o dispuestos a protagonizar la citada renovación literaria.

La mayoría de los estudios críticos establece dos épocas diferenciadas en la trayectoria biográfica de Vicente García de la Huerta. Una primera, desde su llegada a Madrid procedente de Salamanca, a mediados de la década de los cincuenta, hasta el motín de Esquilache (1766). Sería un período de tranquilidad en lo personal, trabajo en distintas actividades intelectuales al servicio de la casa de Alba y progreso como autor que se incorpora a las instituciones académicas y participa de la vida literaria de la Corte. La segunda época vendría marcada por su procesamiento a raíz del citado motín. Las razones ideológicas, políticas, literarias y personales se entrecruzan en una causa que termina con el autor desterrado durante un largo período en Orán. A su regreso (1777), la situación en Madrid había cambiado de manera sustancial. Aunque Vicente García de la Huerta pudo estrenar en un teatro madrileño su Raquel, censurada en más de un tercio de los versos, editar sus Obras poéticas (1778-1779; ampliadas y reeditadas en 1786) y recopilar su polémico Theatro Hespañol (1785, 16 volúmenes), su nombre se vio envuelto en innumerables enfrentamientos donde lo personal y lo estético se mezclan con escasa fortuna. Así lo han comprobado quienes han estudiado los numerosos folletos intercambiados por entonces (1783-1787). Sin embargo, ni la primera de las épocas fue de esplendor, ni la segunda de locura o marginación, como a veces se ha escrito. En ambas encontramos una continuidad que nos habla de un autor culto y hasta brillante en ocasiones, pero demasiado sujeto a la irreflexión que en su caso deriva de la xenofobia y un extremado conservadurismo ideológico.

La trayectoria biográfica de Vicente García de la Huerta fue compleja por su obligado sometimiento a los mecanismos del mecenazgo cultural. A veces le favoreció para alcanzar objetivos de otra manera quiméricos, pero en otras ocasiones fue el motivo de su caída en desgracia (procesamiento, destierro, separación matrimonial...). En ese marco, la creación de Raquel y su relación con el debate ideológico propiciado por el motín de Esquilache suponen un punto de inflexión, ampliamente analizado en diversos trabajos recopilados en esta biblioteca de autor. Sin embargo, la aportación literaria de García de la Huerta no se circunscribe a su famosa tragedia tantas veces editada e incluida en las más importantes colecciones de clásicos. También su obra poética, estudiada y anotada por Miguel Ángel Lama, contiene elementos de interés, así como sus traducciones de Voltaire (La Fe triunfante del amor y el cetro) y Sófocles (Agamenón vengado). Incluso de las polémicas, dejando al margen lo meramente personal, se deducen referencias que nos ayudan a comprender el panorama literario de la época (1783-1787), donde un grupo de neoclásicos convirtieron a García de la Huerta en un objetivo accesible y fácil de abatir.

En cualquier caso, no hay dos épocas contrastadas, sino un intervalo de destierro, diez años entre París y Orán, que cuando finaliza impide que García de la Huerta recupere algunos privilegios y, sobre todo, la tranquilidad de saberse sin enemigos entre los jóvenes autores. El autor extremeño no se volvió loco, ni desbarró en sus polémicas -aunque a veces parezca lo contrario-, sino que fue fiel a sus principios en unos momentos de cambio que le dejaron descolocado. El estudio de esta evolución personal, por lo tanto, nos permite comprender un capítulo fundamental de la historia de las ideas estéticas en la España dieciochesca.

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