Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Antonio Pérez y Felipe II

Drama histórico original en cinco actos en prosa y verso

José Muñoz Maldonado Fabraguer



portada



PERSONAJES
 

 
FELIPE II,   Rey de España.
DON ANTONIO PÉREZ,   su Secretario.
DON JUAN DE ESCOBEDO,   Secretario de Don Juan de Austria.
DOÑA ANA DE MENDOZA,   Princesa de Éboli.
DOÑA LAURA,   mujer de Don Juan de Escobedo.
DON RODRIGO VÁZQUEZ DE ARCE,   Juez.
El PRIOR   del Monasterio de Gerónimos del Escorial.
DON ALFONSO VARGAS,   General.
FORTÚN,   Alcaide de la torre de Lujan, deudo de Escobedo.
El CARDENAL   de Toledo.
ÁLVAREZ,   Carcelero de la torre de Luján.
PEDRO LAHERA,   Amigo y confidente de Pérez.
LUIS DE GUZMÁN,   Cortesano de Felipe II.
ALVAR FÁÑEZ,   Cortesano de Felipe II.
RUIZ GÓMEZ,   Cortesano de Felipe II.
UN TRABAJADOR.
UN LEGADO del Papa.
PUEBLO, SOLDADOS y CABALLEROS.

La escena es en Madrid año de 1591, en Aragón en 1592, y en Roma en 1598.




[...]
Si al Rey Felipe Segundo
el clero llama el prudente,
con sangre conteste el mundo
que fue un verdugo... ¡y que miente!


(Acto V, escena última.)                







ArribaAbajoActo I

 

31 de Marzo. Año 1591.- Madrid.

   

Palacio.- En la antecámara del REY.- DON ANTONIO, su secretario, rodeado de varios CORTESANOS que aguardan la salida de S. M.

 

Escena I

 

DON ANTONIO. GUZMÁN. CORTESANOS.

 
ALVAR.-
¿Descansó vuesenoría
de la fatiga de ayer?
DON ANTONIO.-
Más que cansancio es placer,
pues del Escorial venía.
GUZMÁN.-
¿Va adelantando la obra?
DON ANTONIO.-
Progresa admirablemente,
pues el Rey es impaciente,
y está el tiempo que le sobra
a su política activa
en gobernar el estado,
en una silla sentado
labrada en la peña viva
del alto cerro vecino,
de do su vista recorre
desde el cimiento a la torre
de templo tan peregrino.
De dos mundos soberano,
desde allí dicta sus leyes,
que acatan pueblos y reyes
y el Pontífice romano;
y en tanto poder y brillo
es su sola distracción
de los sillares el son
—2→
con el ruido del martillo,
y de obreros el tropel
que aquel terreno circuyen,
y que parece construyen
una segunda Babel.
GUZMÁN.-
¡Del arte gran novedad!
DON ANTONIO.-
Es la octava maravilla
que en los campos de Castilla
alza al cielo su piedad.
ALVAR.-
De los egipcios a ejemplo
el Rey quiere levantar
en una tumba un altar,
en un cementerio un templo.
GUZMÁN.-
Sí, mas me causa temor
que el Rey don Felipe muera
antes que termine Herrera
obra de tanto valor.
DON ANTONIO.-
El Rey, mil gracias a Dios,
goza salud muy cabal,
y acabará el Escorial
dentro de un año o de dos.
No es de temer la aflicción
de que de él nos prive el cielo.
ALVAR.-
¡Cuánta es su piedad y celo
por la santa religión!
RUIZ.-
Del clero es el protector,
y la iglesia nuestra madre,
de España el amparo y padre.
GUZMÁN.-
Es su escudo y defensor;
siempre yo le lloraría.
DON ANTONIO.-
¡Canalla de aduladores!

 (Aparte.) 

Nadie como yo, señores,
manifestaros podría
que apenas sale la aurora,
posternado ante un altar,
luces para gobernar
al eterno Dios implora,
y a los protectores santos
de esta inmensa monarquía,
do nunca la luz del día
—3→
se eclipsa en dominios tantos;
de su ejército el acero
en purgar activo emplea
la herejía con que afea
la Flandes Martín Lutero,
y se gasta cuanto encierra
el rico español tesoro,
dando a las iglesias oro,
a los protestantes guerra.
Nosotros fuimos testigos
de su hijo en la persona,
de que nunca el Rey perdona
de Dios a los enemigos;
pues cuando a los protestantes
quiso unir su suerte Carlos,
e ir a Flandes a buscarlos,
vivió muy pocos instantes;
que el Rey se armó de valor,
y sereno consumó
lo que Abraham solo intentó
obedeciendo al Señor.
ALVAR.-
¡Con qué heroica fortaleza
al príncipe, vio espirar,
y cómo supo acallar
la voz de naturaleza!
No así su madrastra hermosa,
la infortunada Isabel,
que enamorada de él
debió haber sido su esposa,
y pronto en cruel ansiedad
hundió en la tumba su frente,
pura víctima inocente
del dolor y la...
DON ANTONIO.-
¡Callad!
El Rey creería perdido
sacrificio tan penoso
hecho cual padre y esposo
si no lo diera al olvido.
Que si pública alabanza
en obrar bien busca el hombre,   —4→  
obra bien solo en el nombre,
y ningún mérito alcanza.
Además el cielo justo
premió su dolor prolijo,
concediéndole otro hijo
de enlace más a su gusto.
Otro hijo, que heredero
de sus virtudes y nombre,
haga el cielo al orbe asombre,
siendo Felipe Tercero;
y que se convenza el mundo
al contemplar su reinado,
que en él Dios ha dilatado
el de Felipe Segundo.
GUZMÁN.-
¿Encontró vueseñoría
ya la oportuna ocasión
de hablar de la petición
que a su majestad hacía?
Mis méritos ella encierra,
contraídos en Lepanto,
en Flandes, Milán, Otranto,
y otras funciones de guerra.
Pero mi escasa fortuna
me ha tratado con rigor,
pues no atendió mi valor
el virrey duque de Osuna.
DON ANTONIO.-
Cumplí como deseaba,
y os ofreció mi amistad,
pues os da su majestad
encomienda en Calatrava.
Ni esto, es solo, don Guzmán
que al saber vuestro valor,
quiso el Rey nuestro señor
el nombraros capitán.
GUZMÁN.-
Juro a fe de caballero
y apellido de Guzmán,
que aquí grabados están
gratitud y amor sincero,
y que nunca olvidaré
favores tan señalados,
—5→
y con mi hacienda y soldados,
Pérez siempre os serviré.
DON ANTONIO.-
A mí nada me debéis
atrasado en la milicia,
del Rey ha sido justicia
el daros lo que hoy tenéis.
GUZMÁN.-
Sí, pero el Rey hasta ahora...
DON ANTONIO.-
No hablemos, Guzmán, más de eso.
GUZMÁN.-
Si de la desgracia el peso
a vuestra alma bienhechora
llegará a agobiar un día,
lo que no permita el cielo...
DON ANTONIO.-
Entonces, el desconsuelo
yo solo le pasaría.
GUZMÁN.-
Entonces vierais probar...
ALVAR.-
Nunca llegará ese caso;
y si sucediese, acaso,
¿quién le podría negar
un apoyo generoso
al hombre que en el poder
ni se supo envanecer,
ni fue menos orgulloso?
DON ANTONIO.-
Todos... que cuando el favor
pierde del Rey un valido,
es como un árbol herido
por el rayo abrasador,
que los pájaros que a miles
anidó en su copa espesa
huyen de él, y queda presa
de los míseros reptiles.
¡Cuánto el rayo no abrasó
corroe su aleve diente,
que de la corte la gente
cobra así lo que aduló!

  —6→  

Escena II

 

En este momento se abre la mampara de la cámara del REY, y un PAJE joven dice:

 
PAJE .-
El rey me manda anunciaros
que hoy no puede recibir:
así podéis retiraros.
Hoy a Flandes va a escribir,

  (El PAJE aparte a DON ANTONIO.)  

y que a Escobedo avisase
me dijo.
DON ANTONIO.-
¿Y nada de mí?
PAJE.-
No.

 (Vase.) 

DON ANTONIO.-
Algún misterio hay aquí.
si a su privanza llegase...
 

(Saludan los CORTESANOS a DON ANTONIO, y se van, quedando éste solo.)

 
Me causa mucho temor
que a un negocio reservado
haya a Escobedo reservado
don Juan de Austria su señor.
A Escobedo, mi rival
político consumado,
que aunque no se ha declarado,
es mi enemigo mortal:
se me aborrece de muerte;
mejor me compadeciera
si él al hombre conociera
con quien me ha unido la suerte.
¿Qué sirve que deposite
en mí el Rey su confianza,
si he de temer su venganza
cuando no me necesite?
¡Qué miro! ¡de su aposento
abierta la puerta está!
A este salón viene ya
Felipe: ¡qué violento!
 

(DON ANTONIO se retira respetuosamente mirando   —7→   a la puerta de la cámara del REY, que sale distraído con un papel. DON ANTONIO permanece en el fondo del salón hasta que el REY le llama.)

 


Escena III

 

El REY.

 
REY.-
Don Juan mi hermano conspira
a llenar mi alma de espanto,
que la gloria de Lepanto
ambición ciega le inspira.
Él humilló al Agareno,
su gloria Europa pregona,
y trocar quiere en corona
laureles de que está lleno.
Yo haré que frustrado sea
tan temerario deseo,
el que aquí encubierto leo,
y en que su alma se recrea.
Importuno e imprudente,
para terminar la guerra
que la Flandes en sí encierra
pide sus fuerzas aumente.
¿Por qué la altivez no humilla
de los hijos de Lutero?
¿No es bastante allí el acero
de los tercios de Castilla?
¿O acaso intenta insolente,
teniendo fuerza mayor,
que yo tiemble de terror
y humille mi regia frente?
Sé la ambición mantenía
Escobedo de mi hermano,
y de Flandes soberano
alzarle al trono quería.
La Reina de Escocia adora,
y ésta a su amor corresponde,
y en este enlace se esconde
rebelde trama traidora.
—8→
Si consigue esta alianza,
y a extinguir el cruel fuego
del protestantismo ciego
en la Flandes él alcanza,
orgullosa su insolencia
se sentaría en el trono,
y lanzaría en su encono
un grito de independencia.
Un grito que dilatado
hasta el confín de Castilla,
que aunque a mi poder se humilla,
podría ser contestado.
¡Cuál entonces la agonía
de su Rey y de su hermano
ese bastardo inhumano
con risa contemplaría!
Si se estremece la España
al ver mi rostro sombrío
yo también en torno mío
del pueblo miro la saña:
del infelice que oprime
el insolente poder,
envidia vengo a tener,
porque acompañado gime.
Y los hijos que le adoran,
y le concediera el cielo,
su dolor y desconsuelo
alivian, si juntos lloran.
Yo tan solo sobre el trono
busco amor, y no lo encuentro:
de mi familia en el centro
gimo en mísero abandono.
Un hijo el cielo me dio,
en él mi dicha cifraba;
mi corona codiciaba,
y al protestante se unió...
¡Maldita unión...! ¡liga impía!
Mi ultraje le perdoné.
Si a muerte le condené,
fue que a Dios vengar debía.
—9→
Amaba a Isabel mi esposa,
heredera de cien reyes,
y obedecía cual leyes
la voluntad de esta hermosa:
mas la pérfida me odiaba,
ardiendo en impuro fuego
por Carlos mi hijo, que ciego
su adúltero amor pagaba.
Dios quiso a la tumba fría
encomendase mi honor,
y que apagase el ardor
del volcán que en su alma hervía.
Mi hermano es de mi corona
el rayo por quien se humilla
la Europa toda a Castilla,
¡mas el traidor me abandona...!
¡Y veré, con faz serena
dividir la monarquía,
que objeto siempre sería
de eterna ambición ajena...!
Do quiera que el mar sus olas
intentase hoy revolver,
siempre se ha de contener
en las costas españolas.
Quebrantado de dolor
tal vez nuevo sacrificio
no resista, si propicio
no me da fuerza el Señor.
Nunca en tal trance me vea;
mas de la España la suerte
quizá exigirá su muerte...
¡Lo que Dios quisiere sea!
 

(Permanece un momento pensativo, y luego se vuelve con prontitud hacia la puerta principal, y ve a DON ANTONIO.)

 

  —10→  

Escena IV

 

DON ANTONIO. El REY.

 

REY.-  ¡Antonio Pérez!

DON ANTONIO.-  ¡Señor!

REY.-  ¿Sabes que llegó hace dos días de Flandes Escobedo con carta de mi hermano don Juan de Austria?

DON ANTONIO.-  Señor, lo supe apenas llegamos del Escorial anoche.

REY.-  ¿Y no has calculado el contenido de tan intempestiva misión?

DON ANTONIO.-  Señor, sabéis que jamás intento profundizar los misterios de la política que V. M. quiere reservar a su solo conocimiento.

REY.-  Y haces bien... Las cartas de mi hermano... contienen lo de siempre... pero de un modo más terminante, más exigente... Casi amenaza con la pérdida total de los Países Bajos si no se refuerza pronto y poderosamente su ejército... Yo me guardaré bien de hacerlo... Sabes que he previsto hace tiempo sus proyectos ambiciosos. Por de pronto, Pérez, con cualquier pretexto honroso harás salir de Flandes los tercios castellanos. Los flamencos adquirirán algunas ventajas, harto lo siento; pero es menos malo dilatar la sumisión de los rebeldes, y prolongar los desastres de la guerra, que exponer el reino al ímpetu de ese bastardo ambicioso. ¡Era mi mejor vasallo...! pero los pérfidos consejos de Escobedo le arrastran a mi pesar a su ruina. ¡Ah, Pérez, cuán desgraciado soy!

DON ANTONIO.-  Señor no en vano el mundo da a V.M. el renombre de prudente. Su política admirable ha desconcertado hasta ahora las tramas de sus más poderosos enemigos. Su influencia en los gabinetes de Europa es inmensa, decisiva, y V.M. puede contar con el amor del pueblo, que le mira   —11→   como el escogido de Dios, y el más celoso defensor de su causa.

REY.-  Antonio, no gusto de lisonjas... sólo hay en el mundo un hombre que me conozca a fondo... y ese hombre eres tú. El Rey Felipe, tan austero para todos, cuyas virtudes tanto preconiza el clero; no es ante tus ojos más que un hombre lleno de debilidad y de miserias... Hasta eres el confidente de las pasiones que afligen mi combatida alma... tú sabes los crímenes ocultos que han abortado... y el número de las víctimas que han terminado en silencio sus días... Por ti he logrado el amor de la única belleza que ha hecho palpitar mi corazón de hielo... por ti soy adorado de la hermosa Ana... y este amor que forma mi delicia... mi encanto... ¿lo creerás? se ve turbado de continuo por el recuerdo del crimen... La ausencia del príncipe de Éboli no basta a tranquilizarme, y cuando en los brazos de su mujer debo ser el más feliz de los mortales... leo sobre su frente pálida y hermosa la palabra adulterio, veo detrás de ella el ángel que castiga los profanadores del tálamo nupcial... ¡y me amenaza con el fuego eterno...! ¡Y bien; yo la adoro aún, Antonio! ¡Es el único corazón que hasta ahora ha correspondido al mío...! ella ama a Felipe, a Felipe solo, no al soberano de dos mundos. ¿Y este amor lo condena la religión...? ¿y es un crimen...? ¡pero un crimen necesario para mí...! Levantaré en expiación magníficos monasterios, donde cien austeros monjes penitentes, hundida la frente en el polvo, invoquen día y noche la misericordia del Señor y el perdón de mi culpa... y lo conseguiré... sí... lo conseguiré... que Dios por la oración del justo suspende su brazo levantado sobre el mísero pecador...

DON ANTONIO.-  V.M. se abandona tanto a su religioso fervor, que cree imperdonable una falta harto común en el mundo... ¡Ni es tan gran crimen corresponder a un corazón que nos ama!

REY.-  ¡Sí me ama...! Antonio, si la oyeras repetírmelo   —12→   todos los días, si vieras sus transportes, si pudieras conocer cómo la dulzura de su voz penetra en mi corazón, y deshacen sus mágicos acentos las tempestades que continuamente lo combaten... A ella sólo son deudores mis pueblos de los únicos rasgos de clemencia que salen de mi trono... ella sola ha desarmado cien veces mi brazo, dispuesto a caer sobre mis enemigos.

DON ANTONIO.-   (Aparte.)  Cree ser amado: ¡cuánto se engaña!

REY.-  Si pudiera libremente disponer de mi mano... sentaría a la hermosa Ana en mi trono, adornaría su frente con la diadema de dos mundos, y la Europa, postrada a sus pies, la adoraría como a su señora.

DON ANTONIO.-  Feliz, señor, la hermosa que ocupando entero vuestro corazón logra apartar de él un momento los amargos sinsabores que rodean el cetro... Al hablar de ella habéis casi olvidado los recelos que os causa don Juan de Austria, y la insidiosa embajada de su secretario Escobedo...

REY.-  Es verdad... he olvidado un momento que era Rey por escuchar las debilidades de mi corazón, que me recuerdan que soy hombre. ¡Escobedo...! pienso hablarle yo mismo... Quiero penetrar con mi vista hasta el fondo de su alma, y leer en ella lo que debo esperar o temer. Es hombre de estado. Dicen que político profundo, es maestro en el arte del engaño y disimulo. Me alegro. Es tan fácil leer en el alma de los cortesanos que me rodean... que creo me causará placer el habérmelas con un hombre de mi temple. Antonio Pérez, Escobedo debe de aguardarme; dile que entre.

DON ANTONIO.-  V. M. en política y en prudencia le excede en mucho. Escobedo es hombre de talento, pero un intrigante que trata de fundar su elevación en la confianza que ha merecido a un hombre grande de cualidades indisputables, y cuyo nombre han hecho glorioso repetidas victorias... Preciso es, señor, que no olvidéis esto, y que siendo mi mayor enemigo, no será extraño emplee astutamente en mi   —13→   daño, la ocasión que le ofrece V. M. en esta conferencia.

REY.-  Antonio... ¡más que el secretario del Rey, eres el amigo de Felipe...! ¡y Felipe II necesita de Antonio Pérez!

 

(Sale DON ANTONIO, a quien el REY saluda con la mayor bondad.)

 


Escena V

 

El REY permanece un rato ocupado en la lectura de los papeles. DON JUAN.

 

DON JUAN.-  Señor...   (Besando la mano.) 

REY.-  Alza... no he podido recibirte antes: ocupado en mi obra del Escorial, paso allí muchos días, y como viejo me complazco en labrar mi sepulcro, palacio que he de habitar eternamente... ¿Y mi hermano Don Juan...?

DON JUAN.-  Siempre ocupado en la guerra: le desespera no haber podido ya someter los rebeldes protestantes por falta de recursos, y ofrecerlos rendidos a los pies de V. M. como cuando sujetó los moriscos de Granada.

REY.-  Debe de estar muy galán. ¡Es tan joven! Hasta tiene la fortuna de parecerse a mi padre el Emperador.

DON JUAN.-  Eso sí... no hay mancebo más bizarro en el ejército. Las damas todas de Bruselas admiran su aire grave y continente, noble, cuando sobre un fogoso alazán andaluz armado de su lanza se pone al frente de los lucidos tercios castellanos, italianos y flamencos...

REY.-  La Reina María de Escocia debe de envanecerse de haber cautivado el corazón del guerrero más gallardo de la cristiandad; creo que está decidida a otorgarle su hermosa mano.

DON JUAN.-  El príncipe don Juan la ama, señor; mas sin permiso de V. M. jamás contraerá este enlace, de que le hace digno su alto nacimiento, y que tanto podría convenir a vuestra política.

  —14→  

REY.-  Sí. Don juan es mi hermano, es el vasallo que ha dado más esplendor a mi trono...

DON JUAN.-  ¡Es el hijo de Carlos V!

REY.-  Y por eso tal vez no le sentaría mal una corona, ¿no es verdad?

DON JUAN.-  Don Juan, criado desde pequeño en la soledad por orden del Emperador vuestro padre, y más bien educado para el servicio de la iglesia que para del estado... desconoce la ambición: la sangre imperial que circula por sus venas le ha hecho emprender hazañas que honrarán los siglos venideros, y que hubieran bastado a revelar su alto origen si su mismo padre no lo hubiera públicamente reconocido. Adquirir la inmortalidad como vástago digno del Emperador es la sola, la única corona que apetece don Juan.

REY.-  La Flandes bien podría ser regida por el esposo de la Reina de Escocia, pero es preciso antes someter el país; esos malditos protestantes lo tienen conmovido. No quisiera que mi hermano debiera a una mujer el título de Rey.

DON JUAN.-  Flandes quedará sometida por la intrepidez de don Juan... no lo dude V. M., y para hacerlo no necesita, señor, la halagüeña perspectiva de una corona, bástale el celo que le anima por vuestra gloria, el que ha desplegado en tantas batallas donde humilló siempre a vuestros enemigos; pero don Juan ha menester más fuerzas... Flandes está levantada en masa contra nosotros. El tribunal de la inquisición con las víctimas que inmola, lejos de disminuir el número de nuestros contrarios, los aumenta prodigiosamente... Sin un pronto refuerzo en el ejército, la rebelión adquirirá más fuerza, desmayarán nuestros soldados, y la alta reputación de vuestro hermano quedará oscurecida, y marchitos sus antiguos y gloriosos laureles.

REY.-  El bueno de Antonio Pérez no cree que haya necesidad de esos refuerzos... No hace una hora que me propuso, y accedí a ello, la retirada de Flandes de los tercios castellanos, y su pase a Italia, donde   —15→   juzga su presencia más oportuna para contener a los Ferrareses, que dan muestras de querer insurreccionarse según dice...

DON JUAN.-  Señor, sólo la perfidia de Antonio Pérez puede haberos propuesto tan funesta medida; ella sola es capaz de comprometer altamente la seguridad del reino.

REY.-  Mira bien lo que dices, Escobedo, que siempre he tenido a Pérez, por leal: educado en palacio por su padre Gonzalo Pérez, que también fue mi secretario, he podido conocerlo a fondo desde la niñez. Agregado desde un principio a mi servidumbre, se hizo notar por su talento y adelantos en la política; y a la muerte del padre, no juzgué, poder reparar su pérdida sino con su propio hijo... Hace veinte y seis años que me sirve...

DON JUAN.-  Hace veinte y seis años que os vende. Dotado de un exterior agradable, y algún tanto conocedor del corazón humano, ha sabido inspirar a V. M. una confianza de que su alma es enteramente indigna. Unido en amor criminal con la hermosa Ana de Mendoza la princesa de Éboli, ambos de concierto trabajan en su mutuo provecho, y combinan su perfidia para apoderarse, del poder... Antonio Pérez es el hombre de vuestra confianza... la princesa de Éboli, es más la amiga que la primera de las damas de la Reina.

REY.-  ¡Antonio amar a la princesa de Éboli...! ¡a una mujer casada...!. ¡qué, maldad!

DON JUAN.-  Por eso procura tener a siempre ausente de España con mandos importantes a su marido el príncipe.

REY.-  ¡El bueno, el honrado Ruiz Gómez! ¡uno de los mejores ricoshombres de Castilla!

DON JUAN.-  Aseguran que de concierto con esa mujer peligrosa pone asechanzas a la austera virtud de V. M., procurando adormecer su corazón con los encantos de su fatal hermosura, a fin de ocultar sus relaciones con el partido descontento de Aragón, en el que fomenta el amor a las instituciones libres   —16→   de aquel país con el objeto de proporcionarse un apoyo para continuar impunemente los abusos que comete en el gobierno de tan extensos dominios, y afianzar para lo sucesivo la dilapidación de los caudales... mientras hipócrita con falso semblante de virtud os habla de continuo de honradez y buenas costumbres, devora en secreto con la princesa el fruto de sus rapiñas.

REY.-  ¿Eso más, Escobedo...? ¡La calumnia no respeta aun a mi sagrada persona...! ¡No basta a los enemigos de Pérez suponerle un crimen tan horrendo...! ¡Llevan más adelante su osadía...!  (Aparte.)  ¡Ay de él si fuesen ciertos mis recelos...!

DON JUAN.-  Podrán ser calumniosas, señor, las intenciones que le suponen con respecto a lograr seducir el corazón de V. M., a quien defiende la piedad más sólida y la virtud... pero no por eso serán menos ciertas sus relaciones criminales con los aragoneses, y sus dilapidaciones escandalosas... Tal vez el partido protestante ha debido ganarlo, cuando ha tenido, según decís, la impudencia de proponeros la retirada de Flandes de los tercios castellanos en el momento en que más necesaria es su presencia, y cuando imperiosamente exige un pronto y poderoso refuerzo aquel ejército.

REY.-  Disimulemos.  (Aparte.)  Escobedo, revocaré la orden que en un momento de sorpresa ha podido arrancarme Pérez. Los tercios castellanos permanecerán en Flandes, y nuevas tropas marcharán con la mayor velocidad a reforzar el ejército de don Juan... La sumisión completa de los Países Bajos marcará la época en que con el beneplácito de su Rey y hermano podrá aspirar al enlace de la hermosa María, y... no será sólo la corona del amor la que adorne entonces su victoriosa frente, que yo haré que al dar la mano don Juan de Austria a la Reina de Escocia, no tenga que humillarse, sino que la presente cual su igual, y con orgullo.

  —17→  

DON JUAN.-  Yo, señor, en su nombre os manifiesto cuál será su ardiente gratitud... Más le obligarán los refuerzos concedidos, que el bondadoso galardón que le prepara V. M. En breve, lo aseguro, la herejía desaparecerá de Flandes, y todos sus habitadores acatarán sumisos las leyes de Felipe II.

REY.-  Ven conmigo.  (Levantándose.)  Voy a contestar a mi hermano, y a escribir por mí mismo al virrey de Portugal para que haga salir con parte de la escuadra las fuerzas de que crea poder disponer sin comprometer la tranquilidad de aquel recién conquistado reino... Tú mismo serás el portador de las órdenes al Virrey, y de la carta a don Juan... Quiero que Antonio Pérez ignore todas mis disposiciones en este asunto.

DON JUAN.-  En vuestra prudencia es harto frecuente ese modo de obrar... muchas veces los virreyes, gobernadores y generales reciben por un mismo mensajero, escritas del propio puño de V. M. órdenes contrarias a las que en vuestro augusto nombre envía el secretario de estado.

REY.-  He creído que el Rey debe saber siempre algo más que sus ministros... que vio debe abandonarles todos los secretos... y que debe de gobernar algo por sí mismo... ¿Cuándo marcharás de Madrid?

DON JUAN.-  Pienso salir mañana para Lisboa a entregar los pliegos al virrey, y embarcarme desde allí para Holanda...

REY.-  ¡Tan pronto...! ¡aún no hace dos días que has venido...! apenas has podido abrazar a tu esposa, y a tus hijos después de tantos años de ausencia.

DON JUAN.-  Urgen mucho los refuerzos al ejército de Flandes... además mi familia partirá conmigo...

REY.-   (Aparte.)  ¡Traidor! mis sospechas se confirman... quiere alejar de mí su mujer y sus hijos, únicos rehenes que pudieran responderme de su fidelidad.- Me parece muy bien... ¡la unión en los esposos me encanta...!

  —18→  

DON JUAN.-  Si V. M. me dispensase la honra de que antes de marchar os presente mi mujer, y lleve el consuelo de besar vuestra augusta mano...

REY.-  Sí... a las diez de esta noche. Tal vez podrán haberme ocurrido nuevas instrucciones que darte para don Juan... Vamos.

  (Entran en la cámara del REY.)  



Escena VI

 

DON ANTONIO viene por la puerta del fondo acompañando a la princesa de Éboli DOÑA ANA.

 
DON ANTONIO.-
Joven hermosa y gentil,
encantadora doña Ana,
no tanto en una mañana
del florido mes de abril
brillan los rayos del sol
cual vuestro rostro divino,
y ese talle peregrino,
gala del suelo español.
Y si el adoraros es
en cuantos os miran ley,
¿qué mucho que gima el Rey
de amor muerto a vuestros pies?
DOÑA ANA.-
Siempre, Pérez, lisonjero
y enamorado venís.
¡Si tal como lo decís
fuese vuestro amor sincero!
DON ANTONIO.-
Desde el momento fatal
en que el monarca os miró,
vuestra hermosura flechó
su pecho de pedernal.
De Felipe confidente,
se obstinaba su porfía
en que por la boca mía
supieseis su amor ardiente.
Nuncio de pasión ajena
me castigó el niño ciego,
abrasando con su fuego
—19→
mi pecho por justa pena.
Cuando del Rey os decía
el apasionado ardor,
en otro incendio mayor
se abrasaba el alma mía.
Cuando para él imploraba
de ese hermoso labio el sí,
era también para mí
para quien lo demandaba.
Y al veros de noche y día
hablándoos siempre de amor,
vine a sufrir el rigor
de su dulce tiranía.
Correspondido de vos,
acibara mi placer
que sea vuestro querer
dividido entre los dos.
Inhumano amor conmigo
no me deja desistir,
y me obliga a competir
con un Rey por enemigo.
 

(En este momento aparece en el dintel de la puerta de la cámara del REY: éste y DON JUAN permanecen inmóviles oyendo.)

 
DOÑA ANA.-
Más precio yo, Antonio mío,
vuestra gallarda persona
que a Felipe y su corona
y su inmenso poderío:
dos mundos término estrecho
son a su ciega ambición
sólo vuestro corazón
deja el mío satisfecho.
DON ANTONIO.-
¡Qué he escuchado! ¡dicha tanta!
Permitidme, oh Ana bella,
que el suelo bese do huella
vuestra encantadora planta.
 

(DON ANTONIO besa inclinado la mano de la princesa. DON JUAN entonces señala con la mano para mostrar al REY esta acción, y ambos en silencio salen de la cámara, y se dirigen fuera del salón por la puerta   —20→   principal. DON ANTONIO y DOÑA ANA, que se hallan en lo más adelantado de la escena, no los ven, y continúan.)

 
DOÑA ANA.-
Nacida en excelsa cuna,
a un noble y débil anciano
hizo entregase mi mano
mi desgraciada fortuna.
El infeliz, siempre ausente
de su criminal esposa,
no conoce la afrentosa
mancha que sella su frente.
De su honor y de su fama
he empanado el esplendor,
que a vos, Pérez, tengo amor,
y soy de Felipe dama.
No del poder la esperanza
formó con el Rey mis lazos,
Solo me arrojó en sus brazos
el temor de su venganza.
Que cuando mi cuello oprimen
sus brazos debilitados,
y sus labios apagados
el beso de amor imprimen;
cuando amor en él parece
un delirio, un frenesí,
de terror mi pecho, sí,
no de placer, se estremece.
Que aún la huella sanguinosa
en su mano está estampada
del veneno y de la espada
que asesinó hijo y esposa.
Y a este pánico terror
que mi débil alma vence,
para que yo me avergüence
se une otra infamia mayor.
La Reina es mi dulce amiga,
que acogiéndome en su seno,
áspid de ponzoña lleno
la infeliz incauta abriga.
Y su amistad verdadera,
que nada de mí recata,
—21→
halla una rival ingrata
en su misma camarera.
DON ANTONIO.-
No deis al remordimiento
en vuestro pecho cabida,
pues trocara vuestra vida
en tan continuo tormento.
A vuestra alma generosa
le es repugnante el engaño,
mas no causa ningún daño
cuando el silencio reposa.
Y aquel que en palacio habita,
y sostenerse en él trata,
obra bien, si el mal recata,
y si no se precipita.
DOÑA ANA.-
Mi pecho saben los cielos
cuál agitan vuestro amor,
del Rey Felipe el terror,
y de la Reina los celos.
DON ANTONIO.-
Vive Dios que no hay razón
si atenta bien lo miráis,
pues que de los tres lográis
reinar en el corazón.
DOÑA ANA.-
Pérez, oyéndoos estoy,
y a la Reina falto ya;
aguardándome estará,
hacia su cámara voy.
DON ANTONIO.-
¡Como tan su amiga os veis
nunca hallo tiempo de hablaros!
DOÑA ANA.-
Pérez, podréis enojaros,
y mi amor sólo tenéis.
DON ANTONIO.-
¡Que os ame el Rey mi tormento
es, y yo muero de amor...
¿Me concedéis el favor
de que hasta el mismo aposento
de la Reina os sirva yo?
DOÑA ANA.-
Así lográis obligarme...
DON ANTONIO.-
¡Que no pudiera olvidarme
de que el Rey tanto la amó...!!
 

(Vase, dándola el brazo, por la puerta de enfrente de la que se supone ser la cámara del REY.)

 

  —22→  

Escena VII

 

El REY viene por la puerta del fondo por donde antes salió, en ademán reflexivo y meditabundo.

 
REY.-
Si otro suplicio mayor
pudiese yo imaginar
con que a Pérez castigar,
lo adoptara mi rigor.
Ni el veneno, ni el puñal
han de terminar su vida...
mi confianza vendida
pide un verdugo, un dogal...
¡Jamás mi desgracia cesa...!
yo mismo verlo he podido...
a un Pérez me ha preferido
de Éboli la princesa.
La ilusión engañadora
que mi alma sostenía,
destrozó con su falsía
esa pérfida traidora...
Amante y Rey ofendido,
yo haré que mi furia ardiente
castigue cual delincuente
a ese vil que ha preferido.
Avisos he hecho llegar

 (Con intención.) 

de Escobedo a la mujer,
que juzgo que han de poder
a mi venganza ayudar...
¡El vil Pérez y Escobedo
morirán, viven los cielos!
el uno me causa celos...
el otro me inspira miedo.
Ambos a dos criminales
perderse a un tiempo quisieron,
y sus tramas descubrieron
siendo pérfidos rivales.
Al mundo los lanzó Dios
para que su mutuo encono
—23→
perdiese a un tiempo a los dos...

 (Mirando al cielo.) 

¡Yo haré cumplir sobre el trono
lo que decretasteis vos...!

 (Siéntase.) 



Escena VIII

 

DON ANTONIO, que entra por la puerta por donde salió acompañando a DOÑA ANA.

 
REY.-
De ti estaba descontento
que largo rato aguardé.
DON ANTONIO.-
A doña Ana acompañé
de la reina al aposento.
REY.-
¡Debía de estar muy bella!
¡Es majestuoso su porte!
DON ANTONIO.-
No tenéis en vuestra corte
otra más fúlgida estrella.
REY.-
¡Cuál me envanece su amor!
¡si a un rival me prefiriera...!
DON ANTONIO.-
¡Y quien osado pudiera
ser vuestro rival, señor!
REY.-
Sólo un loco a quien el peso
no asustase de mi saña,
que al fin soy el Rey de España...
Mas, Pérez, no hablemos de eso.
He escuchado de Escobedo
la solapada misión,
y a la urgente petición
de don Juan mi hermano cedo.
DON ANTONIO.-
Señor, vuestra majestad
arriesga el trono y la vida
si la traición concebida
ejecutasen. ¡Temblad!
REY.-
Todo, Pérez, calculado
lo tengo muy fríamente,
y si lo erré, fácilmente
por ti lo veré enmendado.
Órdenes para aumentar
di las tropas de don Juan
—24→
por mí mismo escritas van...
no lo he podido estorbar.
y es de ellas portador
el mismo Juan Escobedo;
Yo revocarlas no puedo,
que faltar fuera a mi honor.
Mañana debe partir;
si a Flandes llegase, es llano
que sus intentos mi hermano
fácil podrá conseguir.
Mi prudencia es tan poca
que no lo sepa estorbar:
¿y quién lo ha de terminar?
Eres tú, a ti te toca.
 

(El REY se pone a escribir unos cuantos renglones en un papel.)

 
DON ANTONIO.-
De confianza estad lleno;
disponed lo que gustéis,
que aunque mi muerte mandéis,
a sufrirla me condeno.
REY.-
Lee, Pérez, este papel,
y que quede ejecutado,
y en silencio sepultado
lo que yo le mando en él.
DON ANTONIO.-
¡Hay más infelice suerte!
En él mandáis que a Escobedo,
mi corazón hiela el miedo,
esta noche dé la muerte.
REY.-
¡Me causa grande aflicción,
mas es forzoso estorbar
que a Flandes pueda llegar,
y cumpla su comisión!
DON ANTONIO.-
¿No podría arrebatado
por una mano atrevida
encontrarse por su vida
en una torre encerrado?
Allí un elevado muro
al mundo le ocultaría,
y a vos, señor, dejaría
tranquilizado y seguro.
  —25→  
REY.-
La torre más eminente,
artillada y defendida,
a lo mejor da salida
al que guarda delincuente.
Mas la muerte sin piedad
si una vez tragó su presa,
fiel la conserva en la huesa
por toda una eternidad.
DON ANTONIO.-
Tal vez una alevosía
puede el mal acelerar,
haciendo a don Juan vengar
un amigo a quien quería.
REY.-
¡Seguro tengo a mi hermano...!
morirá de indigestión...
¡me cuesta una gran pensión
su cocinero italiano!
DON ANTONIO.-
¿Y de Escobedo la esposa,
de sus hijos la orfandad?
REY.-
Los acoge mi piedad,
que hacer bien ya es otra cosa.
DON ANTONIO.-
Pero...
REY.-
No más resistencia,
que ni el temor a don Juan
ni tus razones harán
que revoque mi sentencia.
Ahora me has de mostrar
que leal siempre me has sido,
y aunque seas perseguido
por mí mismo, esto callar.
¡Te lo ruego como amigo,
y lo mando como Rey!
DON ANTONIO.-
Obedeceros es ley.
Este secreto conmigo
por Dios juro morirá,
y habéis de quedar contento...
ni el verdugo en el tormento
arrancármelo podrá.
REY.-
Me fío de tu promesa
y en tu afecto verdadero.
DON ANTONIO.-
Señor, nací caballero,
—26→
y de sangre aragonesa.
 

(Se oye a lo lejos toque de campana.)

 
REY.-
Han tocado a la oración...
viernes de cuaresma es hoy;
a la capilla me voy,
que asistir quiero al sermón.
El padre Juan de Mariana
lo tiene de predicar;
es varón muy ejemplar,
y de caridad cristiana.

 (El REY va marchándose.) 

DON ANTONIO.-
¿En la muerte insistís vos?
¿su esposa a piedad no os mueve?
REY.-
¡Pérez, que antes de las nueve

 (Yéndose.) 

haya dado cuenta a Dios!


Escena IX

 

DON ANTONIO.

 

DON ANTONIO.-  No hay remedio. El Rey está decidido... La expresión de su fisonomía anuncia el horrible proyecto que fríamente ha meditado su alma. ¡Oh! ¡lo conozco demasiado para poder equivocarme! Sus labios se agitaban al hablar, como si un pensamiento distinto a sus palabras permaneciese secreto en el fondo de su corazón, y se negasen a articular los sonidos que debieran dármelos a conocer. ¡Al marchar a la capilla a escuchar la palabra de Dios me ha intimado la orden de su asesinato de un modo espantoso...! Dilatar su cumplimiento sería perderme solo, y no salvar a ese desgraciado. ¡En vano procuré evitar este crimen que me liberta de un enemigo personal...! Felipe es inflexible en sus resoluciones: cuando mi corazón las combate, o baja la cabeza y elude la respuesta, prevalido de su autoridad, o alza los ojos al cielo, suspira, y cree ver en la ejecución de su voluntad el cumplimiento de la del Eterno.  (Mirando al reloj que hay sobre la mesa.)  ¡El reloj marca ya las ocho de la noche...! ¡una   —27→   hora más, y ya no existirá uno de los hombres más poderosos de la monarquía...! ¡y ya Antonio Pérez no tendrá rival...! Ese constante y uniforme sonido que produce el movimiento de esta péndola que arregla las horas de nuestra vida... ¡me hace estremecer...! ¡Por él calculo yo los instantes que restan de vida al infeliz Escobedo...! ¡Y quién me asegura que mis enemigos no estén haciendo en este momento sobre mí igual funesto cálculo...!  (Sale a la puerta del fondo, y dice a su PAJE:)  Haced llamar a don Pedro Lahera.



Escena X

 

En este momento DON JUAN llega: da las manos DON ANTONIO, que le saluda con la mayor afección y cordialidad.

 

DON ANTONIO.-  Bien venido amigo Escobedo; apenas supe vuestra llegada hice a uno de mis pajes que fuese a ofreceros mis respetos. El despacho con el Rey...

DON JUAN.-  Me obliga vuestra atención; ¡siempre estáis tan ocupado...!

DON ANTONIO.-  El Rey no respira sino por la felicidad y la gloria de los españoles, y así es que sacrifica al interés de sus vasallos de tantos y tan extensos dominios su propia salud: de las veinte y cuatro horas del día apenas concede cuatro al sueño; ya veis...

DON JUAN.-  Es mucho su desvelo... y sólo con un hombre como vos podría S. M. estar tan al corriente del gobierno de la monarquía.

DON ANTONIO.-  Casi todo lo hace por sí mismo. Cuando se digna consultarme sobre alguno de los negocios de estado, creedlo, apenas hallo reparos que oponer a su opinión.

DON JUAN.-  Estoy seguro de ello... El Rey es muy prudente..., y vos, Pérez... muy político.

DON ANTONIO.-  No tanto como vos... a nuestros acertados consejos debe don Juan de Austria la gloria inmortal   —28→   que hace respetar al mundo su nombre y sus insignes victorias... ¡Debe de echaros mucho de menos su amistad en vuestra ausencia!

DON JUAN.-  Será muy corta... pronto deberé de estar otra vez a su lado...

 

(En este instante entra por la puerta del fondo LAHERA.)

 

DON ANTONIO.-  Dispensad... Un negocio urgentísimo, y de interés sumo para el Rey, me obliga a pediros me permitáis comunique una orden a este caballero... Tal vez os pareceré poco atento... Es cosa de un instante.

 

(DON ANTONIO habla un momento aparte LAHERA, le enseña el papel que el REY le dio, y le hace un ademán de silencio. LAHERA echa como involuntariamente mano a la daga.)

 

DON JUAN.-  Tal vez será alguna fruslería... En palacio se da tanta importancia a todo... Quizás Antonio Pérez quiere ostentar de este modo hasta conmigo, mismo su poder... ¡miserable! Tal vez toca a su término. ¡Los celos que hice concebir al Rey esta mañana producirán... sí, producirán su efecto!

LAHERA.-   (A DON ANTONIO.)  No conozco la persona de ese don Juan Escobedo; como siempre ha estado fuera con don Juan de Austria...

DON ANTONIO.-  Yo te lo haré conocer ahora mismo.

LAHERA.-  Dicen que es hombre de provecho... que tiene mucho valor...

DON ANTONIO.-  Eso te toca a ti... Si te falla la empresa, ya sabes tu recompensa... la muerte.

DON JUAN.-  ¡Ah! ¡si antes de mi marcha pudiese presenciar su caída!

LAHERA.-  No temáis... me valdré de aquellos cinco desalmados que despacharon hace dos meses a aquel hidalgo portugués.

DON ANTONIO.-  Como gustares.  (DON ANTONIO toma de la mano a LAHERA, se dirige a donde está DON JUAN, y se lo presenta.)  Os presento, don Juan, este caballero: es muy mi amigo, y estaba deseoso de conoceros...

  —29→  

LAHERA.-  La fama de un hombre de vuestras cualidades inspira siempre el deseo de conocer y de admirar de cerca su persona...

DON JUAN.-  Caballero, me ofendéis...

LAHERA.-  Podéis contar con la amistad de uno de vuestros admiradores.

DON JUAN.-  Agradezco vuestra generosa atención: ved si en algo os puedo servir... debo de volver muy pronto a Flandes... Ahora mismo cuando llegasteis estaba hablando a Pérez de mi partida.

DON ANTONIO.-  Nunca será tan pronta que no podamos aún vernos algunas veces... ¿y vuestra comisión...?

DON JUAN.-  Está terminada... Eran asuntos particulares de familia...

DON ANTONIO.-   (Aparte.)  ¡Pérfido!

DON JUAN.-  Salgo mañana mismo: únicamente venía a decir a S. M., que me ha dispensado el honor de querer que le presente mi esposa a las diez de esta noche, pues debe de partir también conmigo, que tal vez no podré yo hacerlo en persona, pues me ha llamado la Reina casi a la misma hora, y si me detuviese...

DON ANTONIO.-   (Con intención.)  Descuidad... Vuestra esposa se presentará sola al Rey.

DON JUAN.-  Aún tengo tiempo de volver a mi casa para prevenirla.- ¡Pérez! Tal vez no pueda veros antes de mi marcha... sabéis cuanto soy vuestro amigo... Deseo vuestra prosperidad.  (Abrazándose.) 

DON ANTONIO.-  ¡Cual yo la vuestra...! (DON ANTONIO aparte a LAHERA al tiempo de abrazar a DON JUAN.)  ¿Lo conoces ya bien...?

LAHERA.-  ¡No se me escapará...!

 

(Vase LAHERA acompañando a DON JUAN, y le hace grandes cumplidos al salir por la puerta.)

 


Escena XI

 

DON ANTONIO.

 

DON ANTONIO.-  Este Pedro Lahera a quien mi piedad ha arrancado   —30→   del suplicio, y que en su agradecimiento me ha consagrado toda entera su existencia, es un hombre admirable para los detalles de ejecución... puedo disponer de él como de mí mismo.



Escena XII

 

El REY.

 
 

El REY entra por la puerta del fondo, acompañado de varios de los señores de la corte.

 
REY.-
Elocuente fue el sermón.
¡Bien lo supo pronunciar...!
Sobre el quinto no matar
fue el tema de su oración.
ALVAR.-
El padre, no es cortesano,
ni en elegir tiene tino.
Sermón para un asesino,
no para un Rey tan cristiano.
REY.-
Alvar Fáñez, no te asombres;
Jesucristo con sus leyes
iguales hizo a los Reyes
con el resto de los hombres;
y la religión cristiana,
sin respetar majestades,
al mundo anuncia verdades.
ALVAR.-
Bien habló el padre Mariana.
REY.-
¡A buen punto llega aquí
el cardenal de Toledo!
CARDENAL.-
¡Ay! Señor, hablar no puedo;
un crimen horrendo vi.
Apenas a mi posada
marché desde la capilla,
conducido en una silla
de manos toda cerrada,
mis gentes se detuvieron
del palacio en el umbral,
que una reyerta fatal
cerca de sí trabar vieron.
—31→
Tres hombres enmascarados
a uno solo acometían,
mas los cobardes huían
de su brazo escarmentados,
que el puñal del matador
nunca hiere cara a cara,
porque a rendirlo bastara
ver la de un hombre de honor.
Quise al pobre socorrer...
pero antes de llegar
su corazón traspasar
pudo otro aleve, y correr.
No le vimos más después,
aunque se le persiguió...
Un hombre solo cayó
bañado en sangre a mis pies...
Pídole su pecho abra,
y le doy la absolución...
Mas ya no era la ocasión:
no podía hablar palabra.
REY.-
Reprimirme apenas puedo.
¡El palacio han profanado...!
¿Y quién era el desdichado...?
CARDENAL.-
¿Era don Juan de Escobedo...?
REY.-
Llenáis mi alma de duelo,
que era un hombre muy cabal,
valiente, sabio y leal:
¡téngale Dios en el cielo!
ALVAR.-
En la cámara de enfrente
su esposa ahora se encontraba,
que allí besar esperaba
vuestra mano reverente.
REY.-
Cierto... la debía besar
de Escobedo en compañía.
Triunfó la cautela mía:
de todo la he hecho avisar.

 (Aparte.) 


  —32→  

Escena XIII

 

Dichos. DOÑA LAURA.

 
DOÑA LAURA .-
Venganza, Rey justiciero,
contra un aleve homicida
que a mi esposo de la vida
privó con traidor acero.
Vuestro palacio real,
que al pueblo sirve de abrigo,
lo mancilló un enemigo
con la sangre y el puñal.
No una viuda desolada
implora hoy solo justicia,
que del crimen la malicia
profanó vuestra morada
y a vos la toca vengar,
que sois Rey y poderoso:
yo sólo puedo a mi esposo
en mi soledad llorar.
Mucho elogian vuestro tino,
vuestra prudencia y constancia
borrad pues de vuestra estancia
la mancha de un asesino.
REY.-
Está bien, Laura; no muevas
más el resentido labio,
que pintándome tu agravio
el mío también renuevas.
Jura Felipe Segundo
al asesino prender
aunque se llegue a esconder
en lo último del mundo.
Mi palabra está empeñada,
daros su cabeza quiero;
la del Príncipe heredero,
si él fuese, sería cortada.
DOÑA LAURA.-
Nunca el águila real
su presa a traición desgarra,
ni aleve el león la garra
—33→
clava a indefenso animal:
tan solo la sierpe ingrata,
para combatir inepta,
débil por el suelo repta
y oculta en silencio mata.
Un Villano fementido
que ensalzó vuestro favor
fue el infame matador
de mi infelice marido;
y hasta la desgracia tengo
de mirar aquí a ese hombre.
REY.-
Su nombre, pronto, su nombre,

 (Con furor.) 

y veréis que al punto os vengo.
DOÑA LAURA.-
Don Antonio Pérez es.

 (Hincándose de rodillas.) 

Señor, mostrad entereza,
porque yo sin su cabeza
no me alzo de vuestros pies.
DON ANTONIO.-
Delirando de dolor
sin duda está esa mujer:
yo nada tengo que ver
en este asunto, señor.
REY.-
Pérez, acusado estáis,

 (Con severidad.) 

y os ha de juzgar la ley,
que así lo ha jurado el Rey...
Mirad si os justificáis...
DON ANTONIO.-
¡Me obligó con juramento!

 (Aparte.) 

nada quiere el Rey que diga...
sin duda ésta es una intriga...
¡Que cubra el crimen sangriento...!
REY.-
Prended a ese criminal...

 (Llévanlo.) 

Consolaos vos, señora.

 (Alzándola del suelo.) 

Apenas salga la aurora

  (A sus CORTESANOS.)  

tornar quiero al Escorial.

 (Entra en su cámara.) 




IndiceSiguiente