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ArribaAbajoActo II

 

Enero de 1592.

   

Torre de Luján en la Plazuela del Salvador de Madrid. La estancia tiene tres puertas, una grande en el fondo, y dos pequeñas, una a un lado y otra a otro.

 

Escena I

 

ÁLVAREZ.

 

ÁLVAREZ.-  Cada vez me acostumbro menos a esta vida solitaria...! ¡todos los días una misma cosa...! correr y descorrer cerrojos... vivir en la noche de un subterráneo... preparar el potro, funesto para el tormento, o prevenir el tajo y la cuchilla del verdugo... Nunca toco ese instrumento fatal sin estremecerme... Creo que va a caer sobre mi cabeza, y veo siempre en mis manos manchas de sangre que no ha podido borrar aún el transcurso de veinte y cuatro años... Me acuerdo cual si fuese hoy mismo del día en que agobiado de miseria apenas tenía un pedazo de pan negro que dar a mi mujer y mis hijos, y un demonio, que tal debió de ser el hombre que me instigó al crimen, me entregó una bolsa llena de oro y un puñal... me señaló un infeliz y anciano sacerdote, a quien jamás había yo visto... y a quien nadie volvió desde entonces a ver... Mi crimen permanece oculto a los ojos del mundo, y hasta creo que a los de Dios mismo, pues desde entonces mi suerte ha sido más feliz... Yo solo no lo olvido, y no parece sino que ya que no me castiga la justicia de los hombres, lo hago yo mismo viniendo a encerrarme voluntariamente en esta,   —35→   prisión. Mi oficio en ella es lucrativo, pero no deja de tener bastante trabajo... Por fin ya hace algún tiempo que me dejan algo descansar... solo hay un preso... pero de cuenta... él solo hace velar en su cuidado más gente que para guardar una fortaleza... ¡Oh! en eso tengo mi orgullo... Teniente de alcaide de la torre de Luján... es decir, lo más elevado en la línea de un carcelero. Mi antecesor tuvo la gloria de tener bajo sus llaves a todo un Rey de Francia... Francisco I fue su prisionero muchos años. Antonio Pérez, el secretario del Rey, el hombre que más amaba, el que adulaban a porfía esos grandes señores de la corte, yace encerrado en esta torre abandonado de todos ellos... Uno solo es el que misteriosamente viene a verle un día de cada semana... Y deberá ser muy su amigo, pues pasa largo rato hablando con él... Jamás he podido oír ni una palabra, ni nunca me ha dejado ver su rostro... embozado hasta los ojos... es el solo hombre que fuera del juez de la causa ha penetrado hace dos años en esta prisión... Son tan rigurosas las órdenes del Rey... Yo mismo estoy condenado a no salir de la torre mientras dure su prisión. Hoy es el día en que acostumbra a venir... y ya no tardará el embozado en dejarse ver... En dos años ha sido mucha su puntualidad en haber venido todas las semanas en un mismo día y a una misma hora. ¡Él es sin duda...! No. ¡Es don Rodrigo Vázquez de Arce, presidente del consejo de hacienda y juez de la causa!



Escena II

 

DON RODRIGO.

 
DON RODRIGO.-
Haced venir al desgraciado Pérez
 

(Va el carcelero FORTÚN a avisarle. El teniente ÁLVAREZ se retira a una señal imperiosa que con la mano hace el juez DON RODRIGO.)

 
Siempre fue de mal agüero
—36→
este funesto recinto,
donde preso Carlos Quinto
tuvo a Francisco Primero.
Trémulo el pie y vacilante
resiste entrar en la torre,
que aquí el velo se descorre
de- la fortuna inconstante,
que es la cárcel tenebrosa
sepulcro vivo del hombre,
do se olvida hasta su nombre
por la ingratitud odiosa.
Me estremezco de pavor
cuando con Pérez hablando
el fin contemplo del mando,
del poder y del favor.


Escena III

 

FORTÚN sale acompañando a DON ANTONIO y se retira a un lado.

 
DON ANTONIO.-
Dios os guarde don Rodrigo.
DON RODRIGO.-
Me es sensible y enojoso
el turbar vuestro reposo,
que aunque juez soy vuestro amigo.
Mas es de mi obligación
el proseguir según ley,
y así lo ha mandado el Rey,
haciendo la información.
DON ANTONIO.-
Nada tengo que añadir
a lo que dije otra vez.
DON RODRIGO.-
Pensadlo con madurez,
porque lo podéis sentir.
DON ANTONIO.-
En lo dicho me mantengo,
y repetíroslo puedo;
en la muerte de Escobedo
ninguna culpa yo tengo.
DON RODRIGO.-
Pues las pruebas presentad
que del crimen os releven,
que yo fiel haré que lleguen
—37→
al punto a su majestad.
DON ANTONIO.-
¡Yo le haría temblar con una

 (Aparte.) 

si rompiese el juramento!
DON RODRIGO.-
Pérez, mirad que el tormento...
DON ANTONIO.-
Vázquez, no tengo ninguna.
DON RODRIGO.-
Me causa mucho pesar,
mas vos me habéis obligado...
En el potro colocado
el tormento os hará hablar.
DON ANTONIO.-
Si hoy por vos mi causa corre,
mirad, Vázquez, cómo obráis,
que es muy fácil que vengáis
pronto a parar a esta torre.
DON RODRIGO.-
Tranquila está mi conciencia;
en nada ofenderos quiero.
DON ANTONIO.-
Aunque aquí estoy prisionero,
el Rey sabe mi inocencia.
DON RODRIGO.-
¿Os obstináis en callar?
Por vez última os lo digo
como juez y como amigo.
DON ANTONIO.-
Nada más tengo que hablar.
DON RODRIGO.-
Fortún, llevadle al tormento.
DON ANTONIO.-
Eso no lo manda el Rey.
DON RODRIGO.-
Sí, y lo previene la ley,
que es de probanza instrumento.
DON ANTONIO.-
Ley tiránica e impía,
que pruebas quiere encontrar
en lo que hace al hombre hablar
en el potro la agonía.
Cuando ya el dolor cruel
del hombre las fuerzas mengua,
por su balbuciente lengua.
habla el verdugo, no él.
DON RODRIGO.-
Cuando en el poder estabais
y en la privanza del Rey
esa tiránica ley
vos mismo cumplir mandabais;
que la gente cortesana,
creyendo eterno el poder,
dicta leyes sin temer
—38→
que ha de cumplirlas mañana.
DON ANTONIO.-
Pronto al poder volveré:
¡Vázquez, mirad lo que hacéis!
DON RODRIGO.-
Bien vos mismo lo sabéis,
la ley recto cumpliré.
DON ANTONIO.-
Pues entonces, don Rodrigo,
decidido estoy a hablar.
Mas os he de hacer temblar:
atended a lo que os digo.
El Rey... ¡Y lo que ofrecí...!

  (Aparte.) 

DON RODRIGO.-
Proseguid, que estoy atento.
DON ANTONIO.-
No... ¡jamás!
Pues al tormento.
 

(DON ANTONIO en el momento en que FORTÚN le entra violentamente al cuarto de la izquierda, donde se supone el tormento, dice:)

 


Escena IV

 

DON RODRIGO.

 
DON RODRIGO.-
Cuando en el crimen fundado
el hombre el poder alcanza,
debe temblar la venganza
si llega a ser desgraciado.
Si en la virtud lo asegura,
cuando caiga el poder
¡todos le han de socorrer
y llorar su desventura!
Misterio grande hay aquí...
a penetrarlo no acierto,
que por tenerlo encubierto
obstinado a Pérez vi.
¡El Rey que así lo castiga...!
Su silencio... ¡vive Dios...!
Lazo de sangre a los dos
creo que a este crimen liga.
¡Sólo es una conjetura...!
Y no quisiera ofenderlo...
—39→
tal vez no tarde en saberlo
si hablar le hace tortura...
 

(Sale FORTÚN del cuarto donde se supone el tormento.)

 


Escena V

 

FORTÚN. DON RODRIGO.

 
DON RODRIGO.-
¿Pronunció ya acaso el nombre
del alevoso homicida...?
FORTÚN.-
No vi jamás en mi vida
mayor constancia en el hombre.
Fijo en el potro crüel
su serenidad mostró;
el verdugo dislocó
sus miembros con el cordel:
en la mayor agonía
fue de nuevo preguntado,
y con acento apagado
yo nada sé respondía.
Ni prorrumpió era un gemido
en tan sensible penar:
¡creímos que iba a espirar!
DON RODRIGO.-
Pues haberlo suspendido...
FORTÚN.-
El verdugo vueltas daba
al instrumento cruel,
y yo de pie cerca de él
a que hablase le excitaba
más en vano... que un ¡ay! suelta
y convulsos se agitaron
Mis ojos y se cerraron...
¡Era la séptima vuelta...!
DON RODRIGO.-
Me inspira gran compasión;
procurad, Fortún, cuidarle
Aun habrá que sujetarle
otra vez a la cuestión.
 

(FORTÚN acompañando a DON RODRIGO, que sale por la puerta principal.)

 
FORTÚN.-
¡Veréis cómo será vana
con él toda diligencia!
—40→
Es mucha su resistencia...
DON RODRIGO.-
¡Ya lo veremos mañana!

 (Vanse.) 



Escena VI

 

ÁLVAREZ entra. Se sitúa a la puerta del cuarto donde llevaron a DON ANTONIO al tormento. Mira hacia dentro con aire compasivo.

 

ÁLVAREZ .-  ¡Infeliz...! allí yace tendido en el suelo, casi exánime, al pie del tormento, que no ha sido bastante eficaz para arrancarle su secreto... ¡Ah...! ¡con esta prueba sólo el débil es culpable y criminal...! ¡el fuerte siempre sale inocente...! Si cuando Pérez era el amigo de Felipe II, y junto a su trono el dispensador de sus mercedes a esa turba de cortesanos, que ya hasta han olvidado su nombre, se hubiera atrevido algún agorero hace dos años a predecirle su desventura, se hubiera reído altamente de él, y hubiera motejado la credulidad de los que hubieran dado asenso a sus palabras... Nada más fácil... La elevación al poder vaticina la caída... la fortuna es el pronóstico de la desgracia... la calma es anuncio seguro siempre de la tempestad. Hasta el misterioso embozado, tan puntual en sus visitas, la retarda hoy... hoy que el desgraciado necesita más que nunca de sus consuelos... ¿se le habrá olvidado también? ¡Es tan triste ser el amigo de un hombre que jamás ha de recobrar la libertad! ¡Es casi como la hermosura de una joven sacrificada a la memoria de un amante que ha muerto...! ¡El infeliz echará de menos mucho estas visitas... son las únicas que ha recibido...! Lo que es yo casi me alegro de verme libre de ellas... Tiene el hombre una actitud tan imponente... unos modales tan imperiosos... el rostro jamás lo vi... pero algunas veces me hace temblar... no parece sino que todos los hombres han nacido para servirle...

 

(El EMBOZADO, que ha ido aproximándose a él sin sentirlo, le toca ligeramente en el hombro con la mano.)

 

  —41→  

Escena VII

 

ÁLVAREZ y el EMBOZADO.

 

EMBOZADO.-  ¡Y así es!

ÁLVAREZ.-   (Asustado.)  ¡Vive Dios...! si hubiera hablado mal de vuestra persona... seguramente...

EMBOZADO.-  ¡Que no lo hubieras hecho por segunda vez!

ÁLVAREZ.-  Vuestro amigo... o lo que sea.... deberá de alegrarse hoy mucho con vuestra presencia. ¡Ha sufrido tanto en el tormento...!

EMBOZADO.-  Lo sé.

ÁLVAREZ.-  ¡Lo sabíais ya...!! ¡pero el hombre es firme... tiene mucho tesón... aragonés...! yo en su lugar hubiera mil veces dicho...

EMBOZADO.-  ¿Qué...? ¿qué hubieras dicho?

ÁLVAREZ.-  Lo que dicen las gentes, que la muerte de Escobedo fue mandada ejecutar por...

EMBOZADO.-  ¡Silencio! ¡miserable...! ¿Sabes que ese sólo pensamiento es bastante para hacer derribar la cabeza de tus hombros antes que tus labios puedan tener lugar para expresarlo?

ÁLVAREZ.-  ¡Vaya...! ¡no porque seáis algún grande y poderoso señor de la corte creáis que podéis intimidar a un infeliz carcelero...! Felipe II es el padre de sus vasallos, y no hace rodar las cabezas sino de los herejes y de los asesinos...

EMBOZADO.-  Tú lo eres.

ÁLVAREZ.-   (Muy inmutado.)  ¡Yo hereje!!

EMBOZADO.-  ¡No... asesino...! hace veinte y cuatro años... el día 19 de julio de 1569...

ÁLVAREZ.-   (Temblando.)  La víspera de la muerte del Príncipe don Carlos...

EMBOZADO.-  Justamente. Su confesor... un canónigo, llamado Ciprián de Valera, fue muerto a puñaladas cuando se hallaba orando en la ermita del Santo Isidro, patrono de Madrid... Su cuerpo fue sigilosamente sepultado en la rivera derecha del Manzanares... al pie de un crecido álamo... el asesino...

  —42→  

ÁLVAREZ.-   (Confuso.)  ¡Debe de ser este hombre alguna potestad del infierno, según el irresistible dominio que ejerce en mi alma leyendo en ella lo que casi yo mismo había olvidado...! Por piedad... quien quiera que seáis, compadecedme... yo os obedezco, ¿qué queréis...?

EMBOZADO.-  Nada... hacerte conocer que el crimen más ignorado es fácil que pueda aparecer sobre la tierra, así como el lago más hondo arroja al cabo de algún tiempo el cadáver que lanzó el crimen a su profundo seno. ¡Llama a Pérez...!

 

(Vase ÁLVAREZ manifestando su temor. El EMBOZADO permanece un momento aguardando, y en el instante que sale ÁLVAREZ sosteniendo a DON ANTONIO, que estará quebrantado por el sufrimiento del tormento, el EMBOZADO le hace una señal imperiosa para que se retire. Así lo hace. DON ANTONIO toma asiento. Tan pronto como ÁLVAREZ ha cerrado la puerta del fondo por donde se retira, el REY se descubre.)

 


Escena VIII

 

El REY. DON ANTONIO.

 
DON ANTONIO.-
Dispensaréis hoy, señor,
el que os reciba sentado...
REY.-
¡Pérez, estás demudado...!
DON ANTONIO.-
Estoy muerto de dolor...
mas señor, tampoco es justo
ya que yo sentado esté,
el que vos estéis de pie...
REY.-
Me hallo bien; éste es mi gusto.
Cree que satisfecho estoy
de tu honrada lealtad.
DON ANTONIO.-
No más vuestra majestad
probarla quiera cual hoy.
REY.-
Tu prisión va a terminar.
DON ANTONIO.-
¡Tal vez antes moriré...!
REY.-
Mis palabras cumplir sé.
DON ANTONIO.-
¡Todo se vuelve esperar...!
—43→
que en esta torre dos años
ha que vivo sepultado,
y por vos sacrificado
a políticos engaños.
REY.-
Pérez, no estuvo en mi mano
el evitar tu prisión
habiendo una acusación,
y estando vivo mi hermano.
Que yo en justicia debía
el hacer cumplir la ley,
y cual político Rey
a don Juan, de Austria temía.
De Escobedo la mujer
tu cabeza demandaba,
y su querella apoyaba
mi hermano con su poder.
De la viuda infortunada
poco importaba el clamor...
mas calmar debía el rencor
de la amistad ultrajada
de don Juan, que es un guerrero,
y de Escobedo la muerte
vengar intentaba fuerte
sublevando un reino entero.
Me es forzoso aparentar
que yo al matador persigo,
y te libro, si consigo
el proceso dilatar.
DON ANTONIO.-
¡Entonces, señor, aún grandes
y largas serán mis penas,
si han de durar mis cadenas
como la guerra de Flandes!
REY.-
Hoy mismo terminarán...
Por seis semanas se viste
mi corte de luto triste.
DON ANTONIO.-
¿Por quién, señor?
REY.-
Por don Juan.
DON ANTONIO.-
¿Qué decís...? ¡sería cierto!
el vencedor de Lepanto,
de Europa el terror, y espanto
—44→
del luteranismo...
REY.-
¡Ha muerto!
DON ANTONIO.-
No tan cara yo quisiera
mi libertad, vive Dios;
mucho habéis perdido vos...
REY.-
Le arrancó en su primavera
la inflexible parca impía;
el tósigo fue mortal,

 (Aparte.) 

tornando en luto fatal
de un banquete la alegría.
DON ANTONIO.-
Crea vuestra majestad
que esa nueva me anonada.
REY.-
¡Polvo somos...! ¡sombra...! ¡nada...!
¡humo el poder...! ¡vanidad!
DON ANTONIO.-
¿Vuestra piedad soberana
para que mi afrenta borre
hará hoy salga de esta torre?
REY.-
Aquí no estarás mañana.
DON ANTONIO.-
Vuestros pies por tal favor
os beso reconocido;
sabéis cuál os he servido
callé, como hombre de honor.
REY.-
Fuiste secretario fiel
que mi secreto guardaste;
¿acaso tal vez rasgaste
aquel funesto papel
en que mandaba dar muerte
a Escobedo por traidor...?
DON ANTONIO.-
Siempre lo llevo, señor,
cual escudo de mi suerte,
puesto sobre el corazón.
REY.-
¿Querrás acaso intentar...
DON ANTONIO.-
¿Podéis aún, señor, dudar
de mi lealtad y afección,
mirándome en este estado?
Para morir tiene aliento
el que el dolor del tormento
en silencio ha soportado.
Mas si asesino encubierto
traspasa mi pecho fiel,
—45→
entonces ese papel
me venga después de muerto.
Que si os juré por mi honor
el mancillar mi memoria
para salvar vuestra gloria,
el puñal del matador
alevoso y violento,
al arrancarme la vida,
me dispensa con la herida
de cumplir mi juramento.
REY.-
Está bien: tenerlo debes.
DON ANTONIO.-
Si ocurriese algún desmán...
REY.-
Sobre ti, cual talismán,
bueno es que siempre lo lleves...
vuelva a tu pecho la calma;
por hoy, no hablaremos más...
pronto aliviado quizás...
DON ANTONIO.-
Al cuerpo da vida el alma,
y hoy nuevo aliento y vigor
vuestras palabras le dan;
hasta olvidados están
el desconsuelo y dolor
que me ocasionó el tormento.
REY.-
Debes ahora descansar:
yo te quiero acompasar
hasta tal mismo aposento.
Pérez, aquí está mi mano;
ya que no sirva a aliviarte...
podrás en ella apoyarte.
DON ANTONIO.-
¡Señor...!!! ¡vos, mi soberano...!
REY.-
A tu celo y experiencia
la española monarquía
hace tiempo que confía
con acierto mi prudencia.
En esta torre encerrado
ha dos años que he venido
a verte, y he dirigido
con tu consejo el estado.
¡Es mucha tu discreción...!
¡En nada, Pérez, te alabo,
—46→
hasta de Clemente Octavo
aquí hicimos la elección!
Y si hoy ciñe la tiara,
y es de la iglesia pastor,
a los dos nos es deudor
de una dignidad tan cara.
El sacro colegio tanto
en la elección discordaba,
cuando nos iluminaba
aquí el Espíritu Santo.
Anuncié a mi embajador
lo que Dios nos inspiró,
a Clemente se eligió
de San Pedro sucesor...
Ya ves si con prendas tantas
debe Felipe Segundo...
DON ANTONIO.-
Cual vos no hay Rey en el mundo:
dejad que yo a vuestras plantas...
 

(Intenta con mucho trabajo hincarse de rodillas. El REY lo impide, le levanta y le da el brazo, en el que se apoya.)

 
REY.-
Alza... tú por mí gobiernas
el reino, y estoy contento.
¡Firme... así...! el abatimiento
vacilar hace tus piernas.
 

(Empieza a andar apoyado en el REY hacia su cuarto.)

 
DON ANTONIO.-
Me estremezco aún de dolor.
REY.-
Pérez, ¡cuánto lo he sentido!
DON ANTONIO.-
Cuando vos fuereis servido
¿iré a palacio, señor?
 

(El REY, ya junto a la puerta del aposento de DON ANTONIO, y con mucha intención.)

 
REY.-
Te veré en el Escorial,
donde en el sepulcro hermana
la muerte la regia grana
con el grosero sayal.
DON ANTONIO.-
¿Cuándo partís?
REY.-
A las diez.
DON ANTONIO.-
¿Señor, esta misma noche?
  —47→  
REY.-
Esperándome está el coche.
DON ANTONIO.-
¿Y os veré pronto?
REY.-
¡Tal vez!
(Al entrar con sequedad.)


Escena IX

 

El REY sale muy pausadamente del aposento de DON ANTONIO. FORTÚN entra por la puerta del fondo cuando le llama.

 
REY.-
¡Fortún!
FORTÚN.-
Ya está el religioso;
vendrá el verdugo también.
REY.-
Pues que su oficio penoso
a cumplir prontos estén.
No has de tener compasión.
FORTÚN.-
Señor, mi pecho es de bronce.
REY.-
Cumplida la ejecución
ha de quedar a las once.
Cuando ya hubiese espirado
el jubón le rasgarás...
sobre el pecho muy guardado
un papel le encontrarás...
FORTÚN.-
¡Señor! de ignorancia lleno,
ni sé escribir, ni leer.
REY.-
No importa... activo veneno
sé que debe contener.
¡Ay de ti si lo desdoblas,
que es infalible tu muerte...!

 (Dándole un bolsillo.) 

Aquí tienes dos mil doblas...
yo cuidaré de tu suerte...
esta noche al Escorial
me has de llevar diligente
ese tósigo mortal
que mata hasta con su ambiente;
sólo el fuego lo devora.
FORTÚN.-
¡Lo quemaré aquí!
REY.-
Despacio.
La yegua más corredora
—48→
tomarás en mi palacio.
¡Las tres en el monasterio
te han de dar...!
FORTÚN.-
Son siete leguas.
REY.-
O allí vas, o al cementerio.
FORTÚN.-
¡Haré reventar las yeguas!
llegaré; y este recado
a un paje le entregaré,
que ya estaréis acostado.
REY.-
Despierto te esperaré.

 (Dirigiéndose a la puerta del fondo para salir de la torre.) 

Me olvidaba... una mujer
con Pérez intenta hablar...
FORTÚN.-
Cumplir sabré mi deber.
REY.-
Te dejarás sobornar...
dando a la desconocida
en la torre libre entrada.
FORTÚN.-
Después la daré salida.
REY.-
De salir... no he dicho nada.
FORTÚN.-
¡La sangrienta ejecución
entonces va a presenciar!
REY.-
¡Terrible es mi situación!

 (Con enfado.) 

¡que nada has de adivinar!
FORTÚN.-
No os entiendo, vive Dios,
lo que me queréis decir
REY.-
Te digo ¡que aquí los dos

 (Al marcharse.) 

esta noche han de morir!!

 (Vanse.) 



Escena X

 

Después de un momento de pausa sale FORTÚN por la puerta del fondo con DOÑA ANA, que traerá un velo echado a la cara. ÁLVAREZ detrás.

 
FORTÚN.-
Aventuro mi cabeza
si el Rey lo llega a saber.
DOÑA ANA.-
Nada debes de temer.
A titubear ya empieza.

 (Aparte.) 

FORTÚN.-
No arrostraré yo, señora,
—49→
por todo el oro del mundo
del Rey Felipe Segundo
la cólera aterradora.
DOÑA ANA.-
Plata y oro te daré
de muy exquisita ley
también de la ira del Rey
a cubierto te pondré.
FORTÚN.-
Quien quiera que vos seáis,
tanto os obstináis en ello,
que aunque se arriesgue mi cuello;
haré lo que deseáis.
Álvarez, al preso llama.
 

(DOÑA ANA da un bolsillo a FORTÚN, que hace como que lo rehúsa, pero que luego lo toma.)

 
¿Qué hacéis?
DOÑA ANA.-
Mi agradecimiento
FORTÚN.-
¡Señora...!!! En este aposento

  (A ÁLVAREZ.)  

tiene que hablarle esta dama.

 (Vase.) 

 

(DOÑA ANA da otro bolsillo a ÁLVAREZ.)

 
DOÑA ANA.-
Toma tú.
ÁLVAREZ.-
Más que en un año
hoy gano... ¡embrollo de corte!
con tal que mal no reporte,
en el tomar no hay engaño.
 

(Entra en el cuarto de DON ANTONIO.)

 


Escena XI

 

DOÑA ANA.

 
DOÑA ANA.-
Logré al fin, merced al oro,
en la torre penetrar,
y la presencia gozar
del mortal a quien adoro.
Dos años son que trabajo
en lograrlo inútilmente,
y a esta miserable gente
mi altivez y orgullo bajo.
No hay orgulloso mayor
que un villano envanecido,
—50→
y su placer siempre han sido
humillar a su señor.
Esta vez mi confidente
seguro... no me engañó.
Mi venida ocultar yo
sabré a Felipe prudente.
 

(Sale DON ANTONIO, y ÁLVAREZ se entra en el cuarto del tormento con las llaves.)

 


Escena XII

 

DOÑA ANA. DON ANTONIO. Después ÁLVAREZ.

 
DON ANTONIO.-
Noche de fortuna es hoy,
que ver logro esa beldad,
¡y el Rey me da libertad...!
DOÑA ANA.-
Os oigo, y dudando estoy.
DON ANTONIO.-
¡Dudáis, hermosa doña Ana!
Cuando por Dios irritado
en un diluvio inundado
fue el mundo y la raza humana,
solo la paloma hermosa,
cuando el cuervo se ausentó,
de Noé al arca tornó,
nuncio de paz venturosa.
¡Condición de la hermosura,
que donde ha sentado el pie
ya no es posible que esté
más tiempo la desventura!
DOÑA ANA.-
De que aquí estéis encerrado
el mundo la causa ignora.
DON ANTONIO.-
¡Por asesino! señora,

 (Sonriendo.) 

razón ha sido de estado.
DOÑA ANA.-
¡Plegue al cielo fuera así!
DON ANTONIO.-
Doña Ana, ésta es la verdad.
Hoy mismo a su majestad
así decirlo le oí.
DOÑA ANA.-
¡Infeliz! yo sola he sido
con mi funesta hermosura
causa de esta desventura;
—51→
mi amor ciego os ha perdido.
Aquella noche infernal
en que Escobedo murió,
antes al Rey reveló
nuestra pasión criminal.
DON ANTONIO.-
¡Maldición...! Su tiranía
a triunfar va, vive Dios,
que perder supo a los dos
con sólo un golpe en un día.
 

(Sale el alcaide ÁLVAREZ, cierra el cuarto del tormento, y mirando con intención a los dos, dice:)

 
ÁLVAREZ.-
¡Mal aire esta noche corre...!
Bien podéis de priesa hablar,
que a las once han de cortar
una cabeza en la torre.
DOÑA ANA.-
¿Hay presas muchas personas?
ÁLVAREZ.-
No señora... sólo hay una.

 (Vase.) 

DON ANTONIO.-
¡No hay esperanza ninguna...!
DOÑA ANA.-
¡Dios mío, así le abandonas...
DON ANTONIO.-
¡Con qué compasiva voz
el Rey de mí se dolía...
De su funesta ironía
comprendo el sentido atroz...
con desabrida altivez
dijo su acento fatal:
«Te veré en el Escorial,
y será pronto... tal vez.»
DOÑA ANA.-
¡Valor!
DON ANTONIO.-
Me sobra, doña Ana.
DOÑA ANA.-
De ti no me arrancarán.
DON ANTONIO.-
¡Mi cabeza cortarán...!
DOÑA ANA.-
Por eso en esta mañana
el Rey estaba agitado,
sus ojos vivos lucían,
sus labios se contraían,
en aquel nervioso estado
del que en un crimen cavila,
a grandes pasos andando
por el salón murmurando
Dies ire, dies illa.
  —52→  
DON ANTONIO.-
¡Su costumbre favorita...!
¡Cuando proyecta más males,
los salmos penitenciales
canta su lengua maldita!
DOÑA ANA.-
¡Morir Pérez... y a esta edad!
DON ANTONIO.-
¡Para morir así ahora
viniste a verme, señora!
DOÑA ANA.-
¡Qué suplicio!
DON ANTONIO.-
¡Oh crueldad!
 

(DOÑA ANA, como ocurriéndosele de repente una nueva idea, dice presurosa.)

 
DOÑA ANA.-
Mi memoria ahora recorre
lo que escuché a mi marido,
que en su juventud ha sido
gobernador de esta torre.
Preso Francisco Primero,
labrar hizo Carlos Quinto
puerta oculta a este recinto
para ver su prisionero:
invisible aquí venía,
oculto salía y entraba,
y en el silencio espiaba
de su rival la agonía.
Solo en el secreto entró
Carlos Quinto, mi marido,
y el que la obra ha dirigido,
que a poco tiempo murió.
Del secreto el mecanismo
escuché sin interés...
DON ANTONIO.-
¿Os acordareis cuál es...?
Decidlo pronto... ahora mismo.
DOÑA ANA.-
Un resorte imperceptible,
apretado, hace girar
sobre su eje un sillar
y la puerta abre invisible:
un pedestal de columna
es, si bien me acuerdo yo...
 

(Marcha agitada a todos los pedestales de las columnas que tiene la sala; pasa la mano para recorrer con el tacto tres o cuatro de ellos velocísimamente;   —53→   últimamente se fija en una de ellas.)

 
DON ANTONIO.-
No lo encontraremos... no.
DOÑA ANA.-
Nada... nada... en ninguna...
Al fin ¡oh Dios...! lo he encontrado...
 

(Entonces DON ANTONIO se dirige a donde está DOÑA ANA, y juntos hacen esfuerzos para poder abrir. DON ANTONIO se verá que no puede hacer fuerza por el estado de abatimiento en que se halla.)

 
DOÑA ANA.-
Dad fortaleza a mi mano.
DON ANTONIO.-
¡Todo nuestro esfuerzo es vano!
DOÑA ANA.-
El resorte, ha desgastado
el tiempo.
DON ANTONIO.-
Negra fortuna.
¡En el potro retorcidos
mis nervios desfallecidos
no tienen fuerza ninguna!
La muerte cercana está.
DOÑA ANA.-
¡Inevitable rigor...!
 

(Empiezan a dar las once, las que continuarán dando durante el diálogo siguiente, que debe ser sumamente vivo y animado.)

 
¡El reloj del Salvador
las once está dando ya!
 

(DON ANTONIO, separándose de la columna con el acento más desesperado.)

 
DON ANTONIO.-
¡No más... ya no hay salvación!

  (DOÑA ANA, que continúa haciendo fuerza en el pedestal de la columna para abrirlo.)  

DOÑA ANA.-
¡El sillar se ha conmovido!
DON ANTONIO.-
Ilusión tan solo ha sido.
 

(En este momento el pedestal cede a los esfuerzos de DOÑA ANA, y deja ver una estrecha puerta practicada en su interior.)

 
DOÑA ANA.-
¿Y adónde huir?
DON ANTONIO.-
A Aragón,
que allí nací, y libre soy.
 

(DOÑA ANA quiere que entre DON ANTONIO delante, mas éste la entra con violencia para salvarla. Inmediatamente después la puerta se cierra de golpe sobre ellos.)

 
  —54→  
DOÑA ANA.-
¡Marchad!
DON ANTONIO.-
¡Delante, señora...!!


Escena XIII

 

Debe de ser rapidísima en su ejecución.

 
 

Concluyen de dar las once. A la última campanada se abre de repente la puerta grande del fondo: aparecen en ella el VERDUGO con una cuchilla, dos MOZOS con un tajo, y varios con hachas: un RELIGIOSO de San Francisco, que dice con voz espantosa:

 
RELIGIOSO.-
¡Pérez... tu última hora...!
 

(FORTÚN, tan luego como al abrir la puerta ha visto que no están allí DON ANTONIO y DOÑA ANA, se precipita en el cuarto de DON ANTONIO. Sale velozmente, se coloca en medio de la escena, cubre su rostro con ambas manos, y exclama con la mayor desesperación.)

 
FORTÚN.-
¡Huyeron...! ¡perdido estoy!
 

(Momento de terror en todos los circunstantes.)

 


 
 
CAE EL TELÓN