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ArribaActo V

 

Campo en las cercanías de Roma: a la derecha se ven unas ruinas.

 

Escena I

 

DON ANTONIO pobremente vestido y lleno de cansancio, y agobiado por los padecimientos.

 
DON ANTONIO.-
Joven era todavía
cuando la espada empuñé;
la libertad proclamé
en la infeliz patria mía;
mas venció la tiranía...
Sobre esta arrugada frente,
que errando de gente en gente
salvar pude del verdugo,
atroz proscripción le plugo
fulminar eternamente.
    Me juró implacable guerra
el tirano... y lo ha cumplido.
Proscrito, errante he vivido,
y no hallo asilo en la tierra;
me hizo salir de Inglaterra,
de la Francia me expulsó.
¿Y adónde marcharé yo
en aflicción tan extrema?
La Iglesia con su anatema
de su seno me arrojó.
   En balde al romano bravo
demandé hospitalidad,
que de Roma sin piedad
me arroja Clemente Octavo:
—80→
de Felipe humilde esclavo,
más que Pontífice fiel,
contra mí el rayo cruel
lanza desde el Vaticano,
y olvida debe a mi mano
llaves, tiara y dosel.
   Inquieta el alma respira,
y temblando a cada instante,
la máscara mi semblante
oculta de la mentira:
todo a aterrarla conspira,
de todo mortal recela,
las noches pasando en vela,
y en los oídos percibe
siempre el temido quién vive
de enemigo centinela.
   Cinco años he soportado
la cólera de un gran Rey
¡estoy fuera de la ley!
Contra mí entera se ha armado
la sociedad, y ha rasgado
el pacto que a ella me unía:
¡no encontraré en mi agonía
un asilo en mis hogares,
ni refugio en los altares,
ni llanto en la muerte mía!
   Es la suerte más fatal
la del infeliz proscrito,
que inocente, sin delito,
persigue el poder social:
en lucha tan desigual
sin esperanza combato;
de leyes el aparato
que al hombre ha de proteger,
sólo a poderme perder
dirige hoy su conato.
   La ley mi existencia mina
delatado ya de ampararme.
Si alguno quiere matarme,
la ley cumple, no asesina.
—81→
Que mi muerte determina
la sociedad vengadora,
aunque una mano traidora
alevosa llegue a darla.
¡Cuán triste me es disputarla
a la ley hora, por hora!
Con marchas, pena, fatiga
y tormento roedor,
si de Felipe el favor
merecí, Dios me castiga;
mas su Providencia amiga
en mi salvación aún vela:
genio y fuerzas me revela
con que huya la esclavitud.
¡Para aprender la virtud,
la desgracia es grande escuela!
   No tan solo a impía muerte
condenó el tirano a mí,
mas también lo que escribí
condenó con mano fuerte:
el mundo a silencio inerte
la inquisitorial hoguera
logró al fin que redujera.
¡Escrito con sangre, y fuego

 (Sacando un libro del pecho.) 

este libro yo te lego,
generación venidera!

 (Va a dirigirse a las ruinas para depositar allí el libro, y ve un cartel fijo en una de las paredes.) 

   Pero, justo Dios, ¡qué veo!
¡ni aún aquí me hallo seguro!
¡en este ruinoso muro
mi proscripción también leo!
De muerte declaran reo
quien me llegue asilo a dar;
al pueblo van a aterrar...
¡El Papa sordo a mi ruego
basta del agua y del fuego
crüel me quiere privar!
   Refugio fue esta ruina
—82→
un tiempo al libre romano,
ni ante el Rey ni el Vaticano
su gigante mole inclina:
asilo sea mi doctrina
contraria a la tiranía...
De la libertad el día
tú revelarás al mundo
del Rey Felipe Segundo
fanatismo, hipocresía.

 (Coloca entre unas piedras de las ruinas su libro.) 

   Su despotismo sañudo
mandó fuese derrocada
de los libres la morada,
ni aun su vista sufrir pudo,
ni el sexo ni edad escudo
fue a su cruel tiranía:
en prisión la esposa mía
vio terminar su existencia;
¡de mis hijos la inocencia
guarda una cárcel impía!
   ¿Y hay Dios? ¿y en su omnipotencia
no fulmina vengador
el rayo exterminador
que confunda la insolencia
del monstruo que en su presencia
a la España ha esclavizado?
¡De humana sangre manchado
aun su nombre osa invocar
hipócrita ante tan altar
sobre tumbas levantado!


Escena II

 

LAHERA llega corriendo a donde está DON ANTONIO, como sumido en sus reflexiones.

 
LAHERA.-
Huyendo el bosque traspaso
lleno de miedo y terror,
que un eco he escuchado al paso,
—83→
y es de muerte precursor,
pues pronuncian vuestro nombre,
y del Papa eran soldados.
DON ANTONIO.-
Nada, Lahera, te asombre;
de la desgracia agobiados
quizá nos prendan aquí.
LAHERA.-
Sin duda os han descubierto.
DON ANTONIO.-
Término tendrán así
mis penas después de muerto.
De tanto inconstante amigo
que me adulaba en mi suerte,
tú solo, errante conmigo,
corres proscrito a la muerte;
que tan duros desengaños,
triste en mi desgracia vi.
LAHERA.-
Por tantos reinos extraños
vuestro amigo y guía fui;
jamás vuestra compañía,
Pérez, abandonaré:
con vos a la tumba fría
alegre descenderé.
Huyamos...
DON ANTONIO .-
¿Dónde, Lahera,
dónde un asilo buscar,
si con nosotros cualquiera
verá su muerte llegar?
No tiemblo el morir yo, no,
sino que el vado enemigo
envuelva al que me amparó
en la proscripción conmigo.
LAHERA.-
A la fiel Juana de Alhaja
asilo bajo su techo
pediré...
DON ANTONIO.-
Su escaso pan
otra vez partir ha hecho
con nosotros, y faltó
a sus hijos alimento.
¡No, nunca sufriré yo
otra vez este tormento!
LAHERA.-
Maldición sobre el que mueve
—84→
al hombre tan cruda guerra,
que ni el asilo más leve
puede encontrar en la tierra.
DON ANTONIO.-
¡Ven, sueño eterno y profundo,
muerte, un proscrito te implora!
LAHERA.-
¡Ah! Rey Felipe Segundo...
 

(Se oye una música alegre y animada en el campo inmediato, la que deberá de continuar toda esta escena.)

 
DON ANTONIO.-
¡Silencio...! ¡silencio ahora!
Celestial dulce armonía
oigo en el viento sonar,
que alegre viene a turbar
nuestra mortal agonía.
LAHERA.-
Allí el himeneo guía
al altar al tierno esposo
a enlazar en nudo hermoso
sus amores y su vida:
a darnos va aquí acogida.
el sepulcro tenebroso.
DON ANTONIO.-
Lahera, aquella mujer,
de las hermosas que cría
el clima del mediodía,
nació para su placer;
el cáliz le va a ofrecer
de una noche virginal,
mientras en hora fatal
moriremos sin un lloro.
LAHERA.-
¡Para él tan grande tesoro!
¡a nosotros tanto mal!
 

(Continúa oyéndose más próxima la música.)

 
DON ANTONIO.-
Himnos al amor entona
allí una juventud viva,
era medio de orgía festiva
toda al placer se abandona:
allí con nupcial corona
de hermosas cándidas flores,
la virgen respira amores
que gozar sólo es su suerte,
mientras de fúnebre muerte
—85→
reinan aquí los vapores.
LAHERA.-
Más inmediata y sonora
se escucha la gritería
del placer y la alegría.
DON ANTONIO.-
Hacia aquí vienen ahora,
LAHERA.-
¡Huyamos!
DON ANTONIO.-
Del solitario
que oculto en la selva umbría
sin vernos, fiel nos envía
el sustento necesario
ha un mes, me quiero amparar;
que en mi deplorable suerte
tal vez su piedad acierte
mi espíritu a consolar.
LAHERA.-
Bien: por distinto camino
busquemos la salvación

 (Abrázanse afectuosamente.) 

¿Y el punto de reunión?
DON ANTONIO.-
La cruz del monte Aventino.

 (Vanse.) 



Escena III

 

El teatro representa una ermita en un monte; delante de la ermita una cruz de piedra. Un MONJE con larga barba blanca se pasea pausadamente con un libro: a un lado un hombre rústico trabaja en una especie de zanja. El religioso como concluyendo de rezar se santigua, deja su libro, y mira al TRABAJADOR, que está en la actitud de esperar el momento oportuno para dirigirle una pregunta.

 
MONJE.-
Zaneti, ¿ya te has cansado?
TRABAJADOR.-
Cierto: para reventar
¿no es un sepulcro cavar...?
Mas, padre, me ha contristado
labrar vuestra sepultura:
un año aquí habéis vivido,
de todos sois tan querido,
y yo...
  —86→  
MONJE.-
¿Y si por ventura
no es la hüesa para mí?
¿No podrías por la muerte
sorprendido ahora verte,
Zaneti, tú mismo aquí?
TRABAJADOR.-
¡Libradme, Virgen María!
MONJE.-
No temas, esto es hablar.
TRABAJADOR.-
Una cosa preguntar,
padre mío, yo os quería.
MONJE.-
¿Cuál es, hijo mío, di?
que yo te responderé.
TRABAJADOR.-
Quizá os incomodaré...
mas hace tiempo que vi
que apenas del sol la luz
baja a extinguirse en su ocaso,
vos, padre, muy paso a paso
colocáis junto a esa cruz
un cesto con alimento:
en vano quise apurar
quién lo vendría a buscar.
Espié en el bosque atento,
pero nunca he visto nada;
y cuando me he aproximado,
ya con asombro he notado
la cesta desocupada.
MONJE.-
A un infeliz socorrer
ese alimento destino.
¡Es un precepto divino!
TRABAJADOR.-
¿Es hombre acaso, o mujer?
MONJE.-
Es un mísero proscrito...
TRABAJADOR.-
¡Jesús, María y José!
MONJE.-
Ni le vi, ni quién es sé.
TRABAJADOR.-
¡Un bandido...! este distrito
tienen continua guerra.
¿y aún hoy le socorreréis...?
MONJE.-
Basta...

 (Con impaciencia.) 

TRABAJADOR.-
No os incomodéis...
MONJE.-
Esa sepultura cierra.
TRABAJADOR.-
Del todo acabada está.

 (Coloca una piedra que cubre la fosa.) 

  —87→  
MONJE.-
Hasta mañana.
TRABAJADOR.-
A las diez.

 (Vase.) 

MONJE.-
Sí... ¡Un cadáver tal vez

 (Aparte.) 

tendrá ese sepulcro ya!

 (Mirando al interior.) 

Hacia aquí... no me engañé,
viene Pérez... él ignora
su suerte. ¡Ah! ¡esta hora
cuánto tiempo la aguardé!


Escena IV

 

DON ANTONIO. El MONJE.

 
DON ANTONIO .-
Aunque ésta es la vez primera,
padre mío, que os he visto,
ministro de Jesucristo,
pongo en vos mi vida entera.
MONJE.-
Ya ha tiempo que os socorriera.
DON ANTONIO.-
¿Conoceisme?
MONJE.-
En este mundo
yo toda mi dicha fundo
en el débil amparar,
sin su nombre preguntar.
DON ANTONIO.-
Fatigado, vagabundo
expirara sin aliento
sin vuestra alma compasiva,
que al pie de esa cruz reciba
hace el preciso sustento.
MONJE.-
Vuestro rostro macilento
muestra lo que padecéis.
DON ANTONIO.-
Padre, ¿en la ermita podréis
prestarme esta noche asilo?
MONJE.-
¡Un pan y un lecho tranquilo,
hijo mío, aquí tendréis!
 

(El MONJE saca de la ermita una botella y dos vasos, echa vino en ellos, y presenta uno a DON ANTONIO.)

 
DON ANTONIO.-
Mil gracias.
MONJE.-
Recuperad
las fuerzas desfallecidas.
  —88→  
DON ANTONIO.-
¡Del Señor sean bendecidas
vuestra paz, vuestra piedad!

 (Bebe.) 

MONJE.-
Conmigo el vaso tocad...
¡A que pronto quiera el cielo
vuestro acerbo desconsuelo
más propicio terminar!!
DON ANTONIO.-
A que Dios quiera premiar
tanta caridad y celo.
 

(Bebe DON ANTONIO; el MONJE arroja por encima del hombro el vino.)

 
Padre, ocultad lo que os diga.
MONJE.-
Yo la desgracia respeto,
y a inviolable secreto
el sacerdocio me liga.
DON ANTONIO.-
Calladlo, pues os obliga,
que aun así alguna vez pudo
al despotismo sañudo
la confesión revelar
el ministro del altar.
MONJE.-
Sordo seré, ciego y mudo.
Eligió de Dios el Hijo
doce apóstoles, y halló
un Judas que lo vendió,
¡y a los demás no maldijo!
De tu Dios en la cruz fijo
la misericordia brilla,
y una Virgen sin mancilla
asegura tu perdón...
DON ANTONIO.-
Sabed pues en confesión
que Pérez soy...
MONJE.-

 (Con respeto y admiración.) 

¡Maravilla
de la fortuna, y desgracia!
el hombre a quien en el mundo
el Rey Felipe Segundo
proscribe con pertinacia.
DON ANTONIO.-
Sólo a mi valor y audacia
debo el hallarme con vida.
Mas ¡ay Dios! ¡cuán combatida
para evitar sus puñales
—89→
en cavernas de animales
que buscar tuve acogida!
MONJE.-
Cuando yo vi en la ciudad
dominar la tiranía
y la inquisición impía,
huime a la soledad:
aquí gozo libertad,
y ni adulación ni ira
mi pajiza choza inspira
al ambicioso mortal.
Este grosero sayal
pobreza sólo respira.
Aquí de nadie envidiado,
oculto mi vida paso,
y con mi alimento escaso
aún socorro al desgraciado:
del mundo entero aislado
aquí escribo la verdad,
y al pueblo y la majestad
juzgo con recta balanza,
y odio eterno o alabanza
dará la posteridad.
DON ANTONIO.-
Dios en mí su ira ha agotado.
MONJE.-
Hijo, confianza en él.
DON ANTONIO.-
¡Es en vano, que cruel
el Papa me ha excomulgado!
MONJE.-
Sólo al Pontífice es dado
al pecador consolar;
de ti él no basta a apartar
la sangre que en la cruz fijo
de Dios derramara el Hijo
por nuestras culpas borrar.
DON ANTONIO.-
He podido hasta hoy fuerte
combatir, mas ya cansado,
cada momento entregado
ser temo, padre, a la muerte.
Hoy mismo mi cruel suerte,
vivamente perseguido,
ha hecho que haya venido
a descubriros mi alma,
—90→
y merced a vos, la calma
en mi pecho ha revivido.
¡Una muerte cometer
me hicieron en mi privanza...!!
MONJE.-
La piedad de Dios alcanza
cualquier crimen a absolver.
DON ANTONIO.-
¡Un escrito sustraer
nunca pudo de mi mano
ni aleve puñal villano,
ni corruptor venal oro:
él es todo mi tesoro!
nada me dejó el tirano...
este depósito os fía
mi desgracia; sedme fiel.

 (Dándole el papel orden de matar a DON JUAN.)  

MONJE.-
Yo guardaré esté papel

 (Con intención.) 

hasta mi última agonía.
DON ANTONIO.-
No olvidéis nunca este día.
MONJE.-
De él me acordaré, y de vos,
de setiembre el veinte y dos
de mil quinientos noventa
y ocho...
 

(Suena una trompeta: DON ANTONIO se llena de consternación.)

 
MONJE.-
Venir intenta
la tropa hacia aquí...
DON ANTONIO.-
¡Gran Dios!
¿dónde refugiarme? ¿dónde?
En la ermita voy a entrar.
MONJE.-
La ermita harán registrar,
por ver si alguno se esconde.
DON ANTONIO.-
¿En el bosque?
MONJE.-
No responde
mi celo que de una altura,
ya cercana la espesura,
no os lleguen a descubrir.
DON ANTONIO.-

 (Con la mayor desesperación.) 

¿Qué hacer, pues? ¿adónde huir?
MONJE.-
¿Dónde...? en esa sepultura.
Nadie recelar podrá
—91→
que bajo esa losa fría
huyendo la tiranía,
oculto un viviente está.
DON ANTONIO.-
¿Qué es de mi valor audaz?

 (Dudoso.) 

mi vida siempre en disfraz
jamás la fié en la tumba.
 

(El MONJE levanta la losa que cubre la sepultura, DON ANTONIO entra receloso: al estar medio dentro suenan de nuevo y más inmediato las trompetas, y se oyen el ruido de armas y gente que se aproxima.)

 
MONJE.-
Ya el eco de armas retumba.
DON ANTONIO.-
¡Ya llegan!!!

 (Entrando del todo.) 

MONJE.-

 (Dejando caer la losa, se sienta sobre el sepulcro con feroz alegría.) 

¡Descansa en paz!!


Escena V

 

Sale un LEGADO del Papa acompañado de muchos SOLDADOS y CABALLEROS romanos. El MONJE se levanta, e inclina respetuosamente ante ellos.

 
LEGADO.-
¿En esta oculta morada
Pérez se llegó a esconder?
MONJE.-
Yo, señor, no he visto nada.
LEGADO.-
Responded; no hay que temer;
su sentencia está anulada.
Hoy su existencia indagar
nos manda Clemente Octavo;
su mérito quiere honrar...
MONJE.-
¡De volver en mí no acabo!
LEGADO.-
En. Roma le manda entrar
el Papa, que ha levantado
de la excomunión la saña:
tenerle quiere a su lado
antes de volver a España.
 

(En este momento se oyen golpes dentro del sepulcro. DON ANTONIO, que forcejea por salir, levanta un poco   —92→   la losa, pero el peso rinde sus fuerzas, y al caer la piedra, exclama:)

 
DON ANTONIO.-
¡Ay de mí!

  (Dentro.) 

LEGADO.-
El sepulcro ha hablado.
 

(Acuden varios: ayudan a levantar la losa sepulcral; sale DON ANTONIO, a quien reconocen algunos, y llenos de admiración dicen:)

 
¡Pérez!!!
DON ANTONIO.-
¿Felipe Segundo?

 (Lánguidamente.) 

LEGADO.-
Su piedad le llevó al cielo
desde este mísero mundo,
y la cristiandad su duelo
llora con pesar profundo.
Mas su virtud ejemplar
quiso con todo rigor
antes de morir probar
la justicia del Señor,
y su alma acrisolar.
En larga y lenta agonía
el dolor cruel inhumano
su débil alma oprimía,
y numeroso gusano
su cuerpo aún vivo comía.
Cercana su última hora
de Dios la ira tembló,
y clemencia expiadora
por primera vez brilló
en su mano vengadora.
Las cárceles hizo abrir
para que más no volviesen
sus víctimas a gemir,
sintiendo que no pudiesen
los que hizo matar, vivir.
Cuando pálido expiraba,
su mirar en la cruz fijo,
a Pérez el perdón daba,
con su consejo a su hijo,
que reinase encomendaba.
Si victoriosa brilló
en dos mundos su diadema,
—93→
que a Pérez se lo debió
Felipe en su hora suprema
dijo... y tranquilo murió.
La española monarquía
rige hoy Felipe Tercero;
él en vuestra busca envía
a Roma un fiel mensajero,
tornándoos a su valía.
DON ANTONIO.-
¡Sostenedme...!! la emoción
pienso que me ha de matar:
aquí... sí... en el corazón
me siento el alma abrasar.
LEGADO.-
Roma con fiel adhesión...
MONJE.-
¡Silencio...! buscáis un hombre,
salió un cadáver cual veis.
¡Pérez...! no hay por qué os asombre:
miradme... ¿me conocéis...?
¿queréis que os diga mi nombre?
DON ANTONIO.-
Un anciano venerable,
ministro de Jesucristo,
que me acogió favorable,
y a quien hasta hoy no he visto...

 (El MONJE se arranca la larga barba, y descubre su verdadero rostro.) 

Conóceme, miserable,
y escucha de pavor lleno:
¡Fortún soy, deudo cercano
de Escobedo, cuyo seno
rasgó tu alevosa mano,
y a quien hoy venga el veneno!
Sí: la ponzoña mortal
por tus venas discurriendo
tu dicha en un funeral
trocó: ¡qué alegre estoy viendo
tu última hora fatal!
DON ANTONIO.-
¡Sacrílego...! ¡profanaste
un ministerio divino!
FORTÚN.-
Cuando a Escobedo mataste,
¿miraste a Dios tú, asesino...?
¿Sus mandatos escuchaste?
—94→
¿o creías que algún día
cuando muriese el tirano,
oculta tu alevosía,
podrías vil cortesano
gozar tu antigua valía...?
Felipe Segundo ha muerto.
Al morir te ha perdonado.
Su hijo te llama... es cierto;
¡pero yo en todo he pensado,
hasta tu sepulcro he abierto!!
En la Francia cual soldado,
en Bretaña mercader,
cinco años te he espiado.
Al fin triunfó mi poder
hoy de monje disfrazado.
DON ANTONIO.-
¡Cielos! compasión de mí...
Suspéndase vuestra saña,
que a morir no llegue aquí...
¡mis ojos vean la España,
y luego se cierren, sí!!
LEGADO.-
Prended pronto ese malvado,
que espanto y horror me inspira.
DON ANTONIO.-
Al fin muero envenenado.
FORTÚN.-
¡Yo, satisfecha mi ira,
pues a mi deudo he vengado!
LEGADO.-
No hagas del crimen alarde.
FORTÚN.-
¡Todo el horror, Pérez, sientes
de la muerte ahora, cobarde!!
LEGADO.-
Socorredle diligentes.
DON ANTONIO.-
¡Es en vano... es ya muy tarde!
FORTÚN.-
De su funesta agonía
apuré el cáliz fatal,
logró la cautela mía
arrancarle por su mal
pruebas de su alevosía.
DON ANTONIO.-
¡Dios...! ¡un proscrito te implora;
líbrale de tus enojos!!
FORTÚN.-
¡Noche eterna sin aurora
a cerrar va ya sus ojos!

 (Da el papel al LEGADO, que se pone a leerlo para sí.) 

—95→
Oiga en su última hora
en público revelado
lo que con tan grande afán
toda su vida ha ocultado.
¡Ya descubiertos están
tus crímenes!!
DON ANTONIO.-
¡Desdichado!
Mi inocencia solamente
aquese escrito comprueba.
LEGADO.-
De la muerte es inocente
de Escobedo. ¡Pérez lleva
pura al sepulcro la frente!
FORTÚN.-
¡Que del tirano instrumento

 (Muy pesaroso.) 

yo tal crimen cometiera!
DON ANTONIO.-
De ti... el Rey, para su intento,
con su política artera
se ha servido...
FORTÚN.-
¡Qué tormento!
 

(LAHERA, lleno de alegría, llega a donde se halla DON ANTONIO; le abraza sin reparar al pronto en su estado.)

 
LAHERA.-
¡Pérez! ¡nuestra adversa suerte
esta vez nos perdonó;
tú la superaste fuerte:
Dios nuestra inocencia vio!!
DON ANTONIO.-
¡Sí... al fulminarme la muerte
la cruz del monte Aventino
fue para unirnos la cita...
ya terminé... peregrino,
en esta tierra maldita...
Mi triste... adverso destino...!!
LAHERA.-
¡Va a morir!
LEGADO.-
¡Pesar profundo!
DON ANTONIO.-

 (Con voz aparada, pero con esfuerzo.) 

¡Si al Rey Felipe Segundo
el clero llama el prudente...
con sangre conteste el mundo
que fue un verdugo... ¡y que miente!!!

 (Muere.) 

 

(Cuadro general de consternación. Cae rápidamente el telón.)