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Arcipreste de Talavera o Corbacho


Alfonso Martínez de Toledo


[Nota preliminar: presentamos una edición modernizada de Arcipreste de Talavera, Corbacho, o Reprobación del amor mundano, de Alfonso Martínez de Toledo, Cristóbal Pérez Pastor (ed.), Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1901, basándonos en la edición de Michael Gerli (Martínez de Toledo, Alfonso, Arcipreste de Talavera o Corbacho, Madrid, Cátedra, 1979), cuya consulta recomendamos. La edición de Pérez Pastor parte del manuscrito que terminó de copiar Alfonso de Contreras el 10 de julio de 1466 y que se conserva en la Biblioteca del Escorial con la signatura h. III. 10. Con el objetivo de facilitar la lectura del texto al público no especializado se opta por ofrecer una edición modernizada y eliminar las marcas de editor, asumiendo, cuando lo creemos oportuno, las correcciones, reconstrucciones y enmiendas propuestas por Gerli.]


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[Prólogo]

Jesús

Libro compuesto por Alfonso Martínez de Toledo Arcipreste de Talavera en edad suya de cuarenta años, acabado a quince de marzo, año del nacimiento del Nuestro Salvador Jesucristo de mil cuatrocientos treinta y ocho años. Sin bautismo sea por nombre llamado Arcipreste de Talavera dondequiera que fuere llevado.

En el nombre de la santa trinidad, padre, hijo y espíritu santo, tres personas y un solo Dios verdadero, hacedor, ordenador y componedor de todas las cosas, sin el cual cosa ni puede ser bien hecha, ni bien dicha, comenzada, mediada ni finalizada, habiendo por medianera, intercesora y abogada a la humilde sin mancilla virgen Santa María. Por ende, yo, Martín Alfonso de Toledo, bachiller en decretos, arcipreste de Talavera, capellán de nuestro señor el rey de Castilla don Juan -que Dios mantenga por luengos tiempos y buenos- aunque indigno propuse de hacer un compendio breve en romance para información algún tanto de aquellos que les pluguiere leerlo, y leído retenerlo, y retenido, por obra ponerlo; especialmente para algunos que no han hollado el mundo ni han bebido de sus amargos brebajes ni han gustado de sus viandas amargas, que para los que saben y han visto, sentido y oído no lo escribo ni digo, que su saber les basta para defenderse de las cosas contrarias. Y va en cuatro principales partes dividido: en la primera hablaré de reprobación de loco amor. Y en la segunda diré de las condiciones algún tanto de las viciosas mujeres. Y en la tercera proseguiré las complexiones de los hombres (cuáles son o qué virtud tienen para amar o ser amados). En la cuarta concluiré reprobando la común manera de hablar de los hados, venturas, fortunas, signos y planetas, reprobada por la santa madre iglesia y por aquellos en que Dios dio sentido, seso y juicio natural, y entendimiento racional. Esto por cuanto algunos quieren decir que si amando pecan que su hado o ventura se lo procuraron.

Por ende, yo, movido a lo susodicho, tomé algunos notables dichos de un doctor de París, por nombre Juan de Ausim, que hubo algún tanto escrito del amor de Dios y de reprobación del amor mundano de las mujeres, y por cuanto nuestro señor Dios todopoderoso, sobre todas las cosas mundanas y transitorias debe ser amado no por miedo de pena, que a los malos perpetua dará, salvo por puro amor y delectación de él, que es tal y tan bueno que es digno y merecedor de ser amado. Él así lo mandó en el primer mandamiento suyo de la ley: «Amarás a tu Dios, tu criador y señor, sobre todas las cosas». Por ende, pues por Él nos es mandado, conviene a Él solo amar y las mundanas cosas y transitorias del todo dejar y olvidar. Y por cuanto verdaderamente a Él amando la su infinita gloria no es duda que la alcanzaremos para siempre jamás; empero, si, su amor olvidado, las vanas cosas luego queremos o amamos, dejado el infinito señor y criador por la finita criatura y sierva, duda no es que el tal haya condenación donde infinitos tormentos para siempre habrá. ¡Ay del triste desaventurado que por querer seguir el apetito de su voluntad, que brevemente pasa, quiere perder aquella gloria perdurable de paraíso, que para siempre durará! Si el triste del hombre o mujer sintiese derechamente qué cosa es perdurable, o para siempre jamás, o por infinita secula seculorum haber en el otro mundo gloria o pena; si sola una hora en el día en esto pensase, dudo si pudiese hacer mal. Mas, por cuanto en los tiempos presentes más nos va el corazón en querer hacer mal y haber esperanza de penas -que con mal las ha hombre- que no hacer bien y esperar gloria y bien, que sin afán, obrando bien, la alcanzará; por tanto sería útil cosa y santa dar causa conveniente de remedio a aquellas cosas que más son causa de nuestro mal. Y como en los tiempos presentes nuestros pecados son multiplicados de cada día más, y el mal vivir se continúa sin enmienda que veamos, so esperanza de piadoso perdón, no temiendo el justo juicio. Y como uno de los usados pecados es el amor desordenado, y especialmente de las mujeres, por do se siguen discordias, omecillos, muertes, escándalos, guerras y perdiciones de bienes y, aun peor, perdición de las personas y, mucho más peor, perdición de las tristes de las ánimas por el abominable carnal pecado con amor junto desordenado. Y en tanto y a tanto decaimiento es ya el mundo venido que el mozo sin edad y el viejo fuera de edad, ya aman las mujeres locamente. Eso mismo la niña infanta, que no es en reputación del mundo por la malicia que suple a su edad, y la vieja que está ya fuera del mundo, digna de ser quemada viva; hoy estos y estas entienden en amor y, lo peor, que lo ponen por obra. En tanto que ya hombre ve que el mundo está de todo mal aparejado: que solía que el hombre de 20 años apenas sabía qué era amor, ni la mujer de 20. Mas ahora no es para decirse lo que hombre ve, que sería vergonzoso de contar. Por ende, bien parece que el fin del mundo ya se demuestra de ser breve. Demás, en este pecado ya no se guardan fueros ni leyes, amistades ni parentescos ni compadrazgos: todo va a fuego y a mal. Pues, matrimonios, ¿cuántos por este pecado se deshacen de hecho hoy día, aunque no de derecho? Por amar el marido a otra deja su propia mujer. Y por ende, viendo tanto mal y daño, propuse de algún tanto de esta materia escribir y hablar, poniendo algunas cosas en prácticas que hoy se usan y practican, según oiréis, tomando, como dije, algunos dichos de aquel doctor de París que en un su breve compendio hubo de reprobación de amor compilado para información de un amigo suyo, hombre mancebo que mucho amaba, viéndole atormentado y aquejado de amor de su señora, en verdadero nombre dicha cruel enemiga, o tormento de su vida. Y comenzó amonestándole y dándole primeramente a entender que amar sólo Dios es amor verdadero, y lo ál1 amar todo es burla y viento y escarnio; demás, mostrándole por cierta experiencia y razones naturales, conocedoras a quien leer y entenderlas quisiere, las cuales por prática puede cada uno ver hoy de cada día: esto es, de las malas mujeres, sus menguas, vicios y tachas qué son, en algún tanto cuáles son, y en parte cuántas son. Aquí cesa el autor, pues no han número ni cuento, ni escribir se podrían, como de cada día el que con las mujeres platicare, verá cosas en ellas incogitadas, nuevas y nunca escritas, vistas ni sabidas. Eso mismo digo de los malos, perversos y malditos hombres, dignos de infernal fuego en el solo inhonesto amar de las mujeres con locura y poco seso, bestialidad más propiamente dicha que amor. Con expresa protestación primeramente que hago, digo que si algo fuere bien dicho en este compendio, y de él alguna buena doctrina alguno tomare, sea a servicio de Aquel a quien somos obligados amar verdaderamente, y otro ninguno no. Empero si algo fuere según sus vicios y malvivir que hoy se usa, de algunos o algunas aquí dicho y escrito, no sea notado a detractación, ni querer afear, maldecir y hablar, ni difamar, salvo de aquellos y aquellas que en los tales vicios y males fueron hallados ejercitar y usar y continuar, los buenos y buenas en sus virtudes loando y aprobando; que si el mal no fuese sentido, el bien no sería conocido. Maldecir del malo, loanza es del bueno; por donde creo que el que su tiempo y días en amar loco despende, su sustancia, persona, fama y renombre aborrece. Y quien de tal falso y caviloso amor abstenerse puede, el mérito le sería grande, si poder tiene en sí; que aquel que no puede por vejez o por impotencia, y de amar se deja, no diga este tal que él se deja, que antes el amor se deja de él, porque mucho más place a Dios de aquel que tiene oportunidad de pecar con poderío, y la deja absteniéndose y no peca, que no de aquel que, aunque pecar en tal guisa quisiese, no podría. Por ende, algunos o algunas a las veces sintiendo en sí poca constancia y firmeza de resistir a tal pecado, dicen: «Señor, quítame el querer, pues me quitaste el poder». Esto por pecar. O por el contrario: «Señor, dame el poder, pues me diste el querer por virtud del cual he pecado». Huid uso continuo y conversación frecuentada de hombre con mujer, y mujer con hombre, huyendo de oír palabras ociosas, deshonestas y feas, de tal acto incitativas a mal obrar, quitada toda ociosidad, conversación de compañía deshonesta, lujuriosa y mal hablante, y humillamiento de los ojos, que no miren cada que quisieren. Son cosas que quitan brevemente mucho mal hacer; y dar poco por vano amor, que el alma mata con el cuerpo, o el cuerpo mata y el ánima perpetuamente condena. Por ende, comienzo a declarar lo primero: cómo sólo el amor a Dios verdadero es debido, y a ninguno otro no.






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Primera parte


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Capítulo I

Cómo el que ama locamente desplace a Dios.


Primeramente digo tal razón, a la cual persona ninguna no la puede resistir, que ninguno hacer placer a Dios no puede si en mundano amor se quiere trabajar; por cuanto mucho aborreció nuestro Señor Dios en cada uno de los sus testamentos, viejo y nuevo, y los mandó punir a todos aquellos que fornicio cometían o lujuriaban, fuera de ser por ordenado matrimonio según la ley ayuntados; los cuales eran preservados de mortal pecado y de fornicio si debidamente, y según la dicha orden de matrimonio, usasen del tal acto en acrecentamiento del mundo; y mandó punir a cualquier que por desfrenado apetito voluntario tal cosa cometía. Demándote, pues, ¿si tal cosa será dicha buena la que fuere contra la voluntad de Dios hecha? ¡Oh cuánto dolor de corazón, cuánta amargura para las ánimas, de lo que de cada día oímos, sabemos, leemos y vemos por hechos viles, torpes, horribles de lujuria, que de cada día por guisas diversas se cometen, perder la gloria de paraíso por momentáneo cumplimiento de voluntario apetito, vil, sucio y horrible! ¡Oh malaventurado e infame, y aun más que bestia salvaje y, peor aun, debe ser dicho y reputado aquel que por un poquito de delectación carnal deja los gozos perdurables y perpetualmente se quiere condenar a las penas infernales! Piensa, pues, hermano, y con tu sutil ingenio busca cuánta de honra le debe ser hecha a aquel que, menospreciado su Señor y Rey celestial, y aun menospreciando su mandamiento, por una mujercilla miserable o deseo de ella, quiere darse todo al diablo, enemigo de Dios y de la su ley. Pensar puedes, amigo, que si nuestro Señor Dios quisiera que el pecado de la fornicación pudiese ser hecho sin pecado, no hubiera razón de mandar matrimonio celebrar, como cierto sea y manifiesto que mucho más pueblo se podría acrecentar usándose el tal acto de fornicio que no evitándolo. Pues bien puede y debe ser notada la locura de cada uno que por haber un poco de delectación carnal quiera perder la vida perdurable, la cual Jesucristo nuestro salvador por la su propia sangre quiso comprar y de pérdida recobrar. Por ende, te digo que en confusión de su ánima será y vergüenza de su cara, y más, en gran injuria del omnipotente Dios, del cielo y de la tierra criador, si por querer seguir la mezquina de su voluntad y apetito desordenado quiere alguno contra la voluntad de Dios obrar, venir y vivir perdiendo, como dije, lo que te es por Él prometido sin tú merecerlo, y esto por derramamiento de su propia sangre, la cual demandará a Dios padre justicia de ti. ¡Oh juicio cruel, cuanto poco pensado, menos cogitado! Piense, pues, el que pensar pudiere o quisiere, que a solo Dios amar es amor verdadero, pues amando quiso por ti morir, y ¡tú por galardón quieres a otro más servir!




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Capítulo II

Cómo amando mujer ajena ofende a Dios, a sí mismo, y a su prójimo


Muy más, por ende, te demostraré otra razón, que será por orden la segunda, por qué los amadores de mujeres y del mundo deben del amor tal huir, por cuanto por el tal desordenado amor no puede ser que el tu prójimo ofendido no sea, queriendo por falso amor su mujer, hija, hermana, sobrina o prima haber deshonestamente. Y esto haciendo tú, como a ti cierto es que no lo amas -que lo que no querrías para ti no deberías para el tu prójimo querer- donde tres males haces: vienes primeramente contra el mandamiento de Dios; lo segundo, contra tu prójimo cometes omecillo; lo tercero, pierdes y destruyes tu cuerpo y condenas tu ánima; y aun lo cuarto haces perder la cuitada que tu loco amor cree, que pierde el cuerpo, si sentido le es, que la mata su marido por justicia, o súbitamente a deshora o con ponzoñas; o el padre a la hija, o el hermano a la hermana, o el primo a la prima, según de cada día ejemplo muestra. Que si doncella es perdida la virginidad, cuando debe casar, vía buscar locuras para hacer lo que nunca pudo ni puede ser: de corrupta hacer virgen, donde se hacen muchos males; y aun de aquí se siguen a las veces hacer hechizos porque no pueda su marido haber cópula carnal con ella. Y si por ventura la tal doncella del tal loco amador se empreña, vía buscar con qué lance la criatura muerta. ¡Oh cuántos males de estos se siguen, así en doncellas como en viudas, monjas y aun casadas, cuando los maridos son ausentes: las casadas por miedo, y las viudas y monjas por la deshonor, las doncellas por gran dolor, pues que, sabido, pierden casamiento y honor! Pero esta es la verdad: que la mejor y la más peor tanto pierde dándose a loco amor, que el morir le será vida, hora se sepa hora no se sepa. Sé empero cierto, que de no saberse sería imposible. Por ende, lo que contece de esta materia escribir no se podría. Mira, pues, el desordenado amor cuántos y cuáles daños procura y trae, mayormente que es expreso mandamiento y ley divinal de ello. Y más te digo, aunque divinal ley no lo mandase, por provecho y utilidad de el tu prójimo -la cual cada cual debe guardar- te debías refrenar de no querer lo que no querrías que quisiese él para ti, por cuanto sin amor de prójimo poco tiempo podría hombre vivir en este miserable mundo.




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Capítulo III

Cómo por amor se siguen muertes, omecillos, y guerras


La tercera manera y razón manda y veda que ninguno no debe usar ni querer de mujeres amor, por cuanto del tal amor cada día por experiencia vemos que unos con otros han desamistades: amigo con amigo, hermano con hermano, padre con hijo; por ende, vemos levantarse enemistades capitales, y demás muchas muertes y otros infinitos males que del tal amor se siguen. Lee los pasados y considera los que hoy viven y pues considera bien que no es hoy hombre vivo por muy mucho que tu especial amigo sea, que te ame de cordial dilección, y más, aunque tu pariente propincuo sea -y de esta regla no fallecerá aunque tu primo, sobrino, hermano, e aun más te digo, aunque tu padre sea- que si siente que tú te enamores y bienquerencia demuestres, o amor tomares con la cosa suya, o que él ama y bien quiere, que luego en ese punto en su corazón no se engendre una mortal malquerencia, odio y rencor contra ti, y de allí te piensa ya malquerer y hacer obras malas, y dañarte en lo que pudiere públicamente o escondidamente, según el estado de la persona lo requiere, que atal comete hombre en público al igual suyo que al mayor que sí no se atreve sino escondidamente. Donde se levantan muchas traiciones, y tratos, muertes y lesiones, y cosas que explicar sería muy prolijo. Pues malaventurado sea el hombre que por una breve delectación de la carne y por un desordenado amor de mujer inconstante quiere deshonrar su amigo y de él hacer enemigo perpetuamente mientra viviere, y perderlo para siempre. Por ende, de este tal, así como de bruto animal o contrario a la humana naturaleza, deben todas personas, donde juicio hay, huir y apartarse como de bestia venenosa y de perro rabioso, que mordiendo ponzoña todos los que muerde y comunican con él. Y ¿qué cosa es al hombre más útil y provechosa y aun necesaria como haber fieles amigos en que se fíe? Que según un dicho de Cícero romano: «agua, fuego ni dinero no es al hombre tan necesario como amigo fiel, leal y verdadero»; el cual, si uno entre mil hallado fuere, sobre todo tesoro es de guardar, al cual conveniente comparación no es, ni hallada ser puede. Empero muy muchos son amigos llamados que los hechos y el nombre en ellos es sobrepuesto y careciente de verdad, por cuanto su amistad en el tiempo de la necesidad no parece, antes perece y no es hallada. El que es amigo verdadero en el tiempo de la necesidad se prueba y hállase más fiel y amigable a su amigo, según dice el antiguo proverbio: «Mientra que rico fueres, ¡oh cuántos puedes contar de amigos!; empero si los tiempos se mudan y anublan, ¡ay, que tan solo te hallarás!». Lo que puede y vale el buen amigo, Tulio, en el libro suyo De la amicicia, te lo demuestra; por ende en la amistad puedes conocer a tu amigo cual y quien sea. Por cierto bien debe carecer de nombre de amigo, y en estima muy poca ser tenido, el que por cumplir un poco de vano apetito pierde a Dios y a su amigo; tal no debería entre los hombres parecer ni ser nacido. Y como los otros pecados de su naturaleza maten el alma, este, empero, mata el cuerpo y condena el ánima; por do el su cuerpo lujuriando padece en todos sus naturales cinco sentidos: primeramente hace la vista perder, y menguar el olor de las narices natural, que el hombre apenas huele como solía; el gusto de la boca pierde y aun el comer del todo; casi el oír fallece que parécele como que oye abejones en el oreja; las manos y todo el cuerpo pierden todo su ejercicio que tenían y comienzan de temblar. Pues las potencias del ánima tres todas son turbadas, que apenas tiene entendimiento, memoria ni reminiscencia, antes, lo que hace hoy no se acuerda mañana; pierde el seso y juicio natural. De las siete virtudes no puede usar: fe, esperanza, caridad, prudencia, templanza, fortaleza, justicia, así que es hecho como bestia irracional; y lo peor que el acto vil lujurioso hace al cuitado del hombre adormir en los pecados, así en aquel como en los otros por concomitancia, y en ellos por gran tiempo envejecer. Por do muchos son hallados dañados que mueren súbitamente cuando no piensan, o más seguros están, diciendo: «Hoy, mañana me enmendare, de tal vicio me quitare». Así que de cras en cras vase el triste a Satanás, y, lo peor, que el decir es por demás. Por tanto, no a sinrazón da voces la divina autoridad diciendo: «No es crimen hallado más grave que la fornicación, digna de traer al hombre a perdición».




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Capítulo IV

De cómo el que ama es en su amar de todo temeroso


Hay más otra razón que debería a los entendidos dar causa de no locamente amar, porque aquel que ama, él mismo se ata y se mata, y se hace de señor siervo, en tanto que todos cuantos ve se piensa que le usurpan su amor, y con muy poca superstición todo el su corazón se perturba y se le revuelve de dentro; toda habla, todo andar y conversación de otro teme. Porque amor así es en sí tanto delicado que es todo lleno de miedo y de temor, pensando que aquel o aquella que ama no se altere o mude de su amor contra otro, en tanto que el cuitado pierde comer y beber y dormir, y todos placeres y gasajados, y no es su pensamiento otro sino que vive engañado con aquella que él más ama por amar y no ser amado. Y si con ella alguno ve hablar, luego, aunque sea su hermano, presume que se la sonsaca o se la desvía o engaña o la quiere para sí. Y luego es la ira en el corazón presta, y lidia consigo mismo, mayormente cuando hay algunas así placeras que a todos vientos sus ojos vuelven y a todos les place hacer buen semblante, por ser de muchos quista, amada y preciada, dando de sí hazaña como la viña de Dios: que quien no quiere no vendimia, a quien no place no entra en ella. Y el cuitado vive, y viviendo muere, y muriendo vive cada día. Y piensa que otra riqueza al mundo no tiene, ni precia ni estima tiene de nada, sino la que ama; que ciertamente si el que ama padeciese mal en bienes y personas, sólo en gozo de su amor dice ser bienaventurado, y nunca piensa que cosa alguna le puede empecer. Y si en su amor no se halla firme o constante, todas las cosas le parece que le vienen contrarias, y buen hecho, ni buena cara ninguno del alcanzar puede como hombre alterado o en otra especie trasmudado. ¿Quién es tan loco y fuera de seso que quiere su poderío dar a otro y su libertad someter a quien no debe, y querer ser siervo de una mujer que alcanza muy corto juicio, y demás atarse de pies y de manos, en manera que no es de sí mismo, contra el dicho del sabio, que dice: «Quien pudiere ser suyo, no sea enajenado, que libertad y franqueza no es por oro comprado»? Y un ejemplo antiguo es, el cual puso el Arcipreste de Hita en su tratado. Bien debe el tal ser en escarnio retraído del pueblo, como aquel que se vendió a quien sabe cierto que es su enemigo y le ha de matar o finalmente burlar. Como en amor de mujeres hallar firmeza no sea seguro ninguno por galán más que él sea, pues comedir y pensar en ello le es por demás, y el porfiar es pasatiempo.




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Capítulo V

Cómo el que ama aborrece padre y madre, parientes, amigos


Otra razón te digo: yo quiero que el amor tuyo se extienda en amar otra mujer que no sea de tu amigo, antes sea no conocida, y demás te digo, que aun extraña sea. Digo que el amigo no puede conocer otro que sea su amigo hasta que él vea que el amor de su amigo tanto le tiene enseñoreado, que por cosa del mundo no le faltaría su amigo; y por todo esto alcanzar conviene el hombre mucho guardar. Empero también se sigue daño de cualquier otra amar que no sea de su conociente o amigo; que el que la mujer ama, sea quien quiera, nunca se estudia sino en qué la podrá servir y complacer, y, dejado amor de padre y madre, parientes y amigos, que de tal amor le repten, toma a todos por enemigos sólo por complacer la su coamante. Pero la seguridad que de ella tiene es que, cuando otro vea que bien le parezca, deje a él en el aire. Y no pienses en este paso hallarás tu más firmeza que los sabios antiguos hallaron expertos en tal ciencia, o locura mejor dicha. Lee bien cómo fue Adán, Sansón, David, Goliat, Salomón, Virgilio, Aristóteles y otros dignos de memoria en saber y natural juicio, e infinitos otros mancebos pasados de esta presenta vida y aun hoy vivientes. Por ende esperar firmeza en amor de mujer es querer agotar río caudal con cesta o espuerta o con muy ralo harnero. Pues si el que por ejemplo de otros de sí mayores y más sabios no toma castigo, ni por verdadera experiencia que ve no castiga, ¡cuánto es digno de ser de los hombres y amigos suyos aborrecido y del todo baldonado, diciéndole: «Bestia desenfrenada, sueltas son las riendas, corre por do quisieres hasta que caigas donde no te levantes, que los briosos y fervientes amadores siempre corren a suelta rienda, y por ende, de ligero caen en tierra»!




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Capítulo VI

Cómo por amar vienen a menos ser preciados los amadores


Otra razón te quiero más aun asignar, la cual mucho contraria y enemiga es de amor, por cuanto vemos que de amor procede mucha mengua, donde muchos por loco amor vinieron y vienen a gran pobreza, que, dando francamente y mala diligencia poniendo en sus hechos y haciendas, muchos fueron y hoy son abatidos y venidos a menos de su estado. Y muchas veces vemos los amadores sus bienes disipar por querer hacer larguezas, por demostrar a las coamantes mucha franqueza; pero en su casa u otro lugar, ¡Dios sabe cómo apretan la mano! Dan adonde no deben y no dan adonde conviene: por tanto es dicho pródigo y no largo ni franco. Esto procede de amor. E aun contece que por dar hombre a la mujer lo que no tiene, por haberlo y alcanzar de Dios y de sus santos, de buena o mala ganancia, conviene hacer cosas no debidas y ponerse a peligros tales que el amor loco sería bueno si cesase. ¿Quién puede pensar si un rico hombre su sustancia en tal amor consumase y de que su amiga pobre le sintiese, no dándole como solía, y lo baldonase, como vemos algunos de cada día? ¿Qué te parece? ¡Qué dolor, qué tribulación debe sentir quien tal ve, cómo todo el mundo se le debe tornar oscuro, y lo verde blanco, y lo bermejo negro, y lo cárdeno amarillo! Y creo que este tal no dudará de cometer toda maldad como desesperado por ver si recobrar al menos pudiese el haber suyo mal despendido, no haciendo entonces mención de su coamante, que ya más le dolerá lo perdido de su hacienda que no de la loca lozana. ¡Ay Dios! Sí hay casados que dan mala vida a sus mujeres y casa, y consuman su sustancia con otras amantes, y de que no tienen que darles, las baldonan y tórnanse a su casa y propia mujer, tremiendo y aun renegando, con sus orejas colgadas; y allí es el dolor, perdido amor y bienes, vía llorar y dar ruido en casa, y a las veces como desesperados irse a tierras extrañas, y dejar hijos y mujer con pobreza; y allí conviene ser perdida la mujer, y ser mala por mantenerse a sí y a sus hijos. Y si el marido presente estuviere, que no se va ni la deja, conviene ver y callar y soportar, o que haga ojo de pez y se aparte y dé lugar. Y esto causa el amor loco y desordenado, y no hay en el mundo enamorado que eso mismo no desee tener y mucho alcanzar de buen justo o malo, por donde su amor pueda mantener y a la loca complacer y contentar; y no solamente a ella, mas a ella y a la encubridera, y a la mensajera, y al alcahueta, y a la que les da casa donde hagan tal locura y pecado, y a la moza de la moza de su cocinera; y en otras muchas y diversas partes le conviene dar sin medida, según el lugar es, y la conversación y manera y personas. Estime el que amare que no solamente a su coamante de dar tiene, mas a otras ciento ha de contentar; y aun a los vecinos conviene dar y por ellos trabajar, y eso mismo a las vecinas, porque si ven que no vean, y si oyen que cierren sus orejas. ¡Oh cuántas tribulaciones están al triste que ama aparejadas, sin los peligros infinitos a que le conviene de noche y de día ponerse, que escribirlos sería imposible, como sean muchos y diversos! Y a la fin, ¿por qué?, si considerado fuere por tan poca cosa; y aun porque ¿quién da o dará poco por él? -cuando no pensare- pues, ¿en qué reputación debe ser tenido del pueblo el que a los susodichos peligros y daños y males ponerse quiere por tal amor, poco durable y variable, no queriendo ejemplo tomar de otros perdidos por semejante, y mas entendidos, mayores y para más que él?




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Capítulo VII

De cómo muchos enloquecen por amores


Otra razón es muy fuerte contra el amor y amantes, que amor su naturaleza es penar el cuerpo en la vida y procurar tormento al ánima después de la muerte. ¿Cuántos, di, amigo, viste u oíste decir que en este mundo amaron, que su vida fue dolor y enojo, pensamientos, suspiros y congojas, no dormir, mucho velar, no comer, mucho pensar? Y, lo peor, mueren muchos de tal mal y otros son privados de su buen entendimiento; y si muere va su ánima donde penas crueles le son aparejadas por siempre jamás, no que son las tales penas y tormentos por dos, tres o veinte años. Pues ¿que le aprovechó al triste su amar o a la triste si su amor cumpliere, y aun el universo mundo por suyo ganare, que la su pobre de ánima por ello después en la otra vida perdurable detrimento o tormento padezca? Por ende, amigo, te digo que maldito sea el que a otra ama más que a sí, y por breve delectación quiere haber dañación, como suso en muchos lugares dicho es; y más, que fue sabedor de esto que dicho es, y avisado, y quiso su propia voluntad seguir diciendo: «Mata, que el Rey perdona».




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Capítulo VIII

De cómo honestad y continencia son nobles virtudes en las criaturas


Otra razón se demuestra por donde amor debe ser evitado, por cuanto honestidad y continencia no es duda ser muy grandes y escogidas virtudes, y por contrario, lujuria y delectación de carne son dos contrarios vicios muy feos y abominables. Uno de los bienes que en este mundo el hombre debe haber sí es buena fama y renombre, y ser entre los virtuosos notado y no puesto con los viciosos en fama denigrados. Y fama buena ni corona de virtudes no puede el hombre o la mujer haber si de estas virtudes no es acompañado: continencia y honestidad, las cuales son mucho plancenteras a Dios. Y sepas que en uno no pueden virtudes estar y vicios, por su contrariedad; que el bueno no es malo, ni el malo no es bueno, bien que lo malo puede tornar bueno y lo bueno tornar malo, y en aquel instante sucediendo sí.

Porque te digo más: que aun así en el viejo como en el mozo, así en el clérigo como en el lego, así en el caballero como en el escudero, en el hombre de pie como en el rapaz, así en el hombre como en la mujer, honestidad es hermana de vergüenza, castidad madre de continencia. Y, si en ellos son, mucho son de alabar y sus contrarios de denostar. Y no creo que hombre o hembra, por de tan alto linaje que sea, que no le sea feo deshonesto amar y vivir, y vituperioso de contar entre honestos y discretos varones, contándolo a gran defecto al hombre o hembra; salva honestidad de matrimonio, do todo honesto amor cabe. Pues di, amigo: ¿qué es la razón porque quieres tan locamente amar, pues así es que, así cerca Dios como acerca de los hombres es habido por réprobo y blasfemo el tal amor? No es otra cosa sino que, menospreciando a Dios, y la vergüenza al mundo perdida, pierdes del todo tu fama y te tengan en posesión de hombre bestial. Y aun la mujer, por de gran estado que sea, sintiendo que en loco amor entiende, es de las otras en poca reputación habida. Y más te digo: que la más sutil mujer de estado, que del rey amada sea, nunca su ser ni fama será en el estado como de primero hacer solía. Guarda cuánto las mujeres deben ser denegadoras de su amor a cualquier; pues que de un rey amada y habida, así es dicha mala como si de un vil zurrador conocida fuere. Esto sea contra las que se tienen por bienaventuradas cuando amigo generoso o de estado alcanzan. ¡Oh locas desvariadas! que de aquellos son más aína menospreciadas y burladas, aunque del todo -así en grande hombre como sutil- amar sea burla, locura, y desvarío y perdición de tiempo. Y si los hombres, por ser varones, el vil acto lujurioso en ellos algún tanto es tolerado, y aunque lo cometan, empero no es así en las mujeres, que en la hora y punto que tal crimen cometan, por todos y todas en estima de hembra mala es tenida y por tal habida y en toda su vida reputada; que remedio de bien usar nunca jamás le ayuda como al hombre, que por mal que de este pecado use, castigado de él y corregido, le es tenido a loor el emienda y no le es notado en el grado de la mujer, que es perpetuo, y el del hombre a tiempos. Piensa, pues, en el tal amor, hombre y mujer, y toma lo que a ti conviene de este ejemplo.




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Capítulo IX

De cómo por amar muchos se perjuran y son criminosos


Otra razón hay por donde el amor es razonablemente reprobado a aquellos que en el amor derechamente paran mientes: no hay al mundo mal y crimen que de él no se siga o puede ser, por cuanto, como suso dije, de él provienen muertes, adulterios y perjuros, los cuales el amante hace muchas veces mintiendo por complacer y engañar a su coamante, los cuales no son dichos juramentos, mas verdaderamente perjurios. Pues hartos, para mientes si se cometen en muchas guisas, hurtando el uno por dar al otro: y así el servidor a su señor, como el hijo al padre y el marido hurta escondido de su mujer para dar a la que ama; y más, malas noches, malos días, malos yantares y peores cenas. Y si la mujer lo siente y se lo retrae, aquí son los duelos que ella padece entonces en bienes y persona. Y da el marido a la amante lo de la mujer, y a la mujer palos y coces y puñadas y continua mala vida, hasta apartar cama y aun a la fin departirse el uno del otro, como algún tanto de esto suso dije. Ve bien que hace amar. Pues hacer falso testimonio no dudes que de amor muchas veces procede; no hay al mundo manera de mentir que si viene a caso de necesidad que los amantes no hallen y de ella no usen sin vergüenza. La ira, pues, si del amor proviene, harto es notorio a los hombres y aun manifiesto, cuando el uno no hace la voluntad del otro en todo o en parte o su apetito no aplaude. Suma: que todos males de amor deshonesto provienen. Dígote más: que no hay hombre, si bien parares mientes a los de su linaje, por más que sean dedicados al servicio de Dios, que las riendas de amor pueda en sí retener y refrenar. Y esto por experiencia lo podemos de cada día ver: pues hacer dioses extraños e idolatrar, bien es causa el amor; que Salomón no se pudo de ello abstener, que por su coamante no idolatrase. Mira en hombre tan sabio, y pues ¿qué será, mezquino de ti, si este, que Dios lo hizo el más sabio de los sabios, pecó en tal pecado por amar? Pues, ¿quién nos defenderá a nosotros, dignos de no ser en su esguarde ni respeto hombres llamados? Y como te dije de Salomón, así de otros muy sabios y valientes varones: pues, amigo, cuando vieres que el florido y verde árbol del todo se seca, señal es que para el fuego se apareja, y para otra cosa no debe ser ya bueno, ni para otro fruto de sí dar ni llevar. Por ende, huye amor de quien tales males proceden, y ama a Dios, de quien todos bienes vienen.




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Capítulo X

De cómo cuanto mayor ardor es en la lujuria tanto mayor es el arrepentimiento ella cumplida


Otra razón induce al hombre a no amar, si en ella mientes parare, conviene a saber que con amor loco cualquiera, si el pecado tal de fornicio continúa, mientra más irá más se arrepentirá. Y ¿no es harto ejemplo notorio y palpable al que quisiere considerar en este vil y sucio pecado, que cuanto es el ardor y el fuego al su comienzo de cometerlo y poner por obra, tanto y mucho es más el arrepentimiento súbito, él acabado, que el viene al que le ha cometido? En tanto que no es hombre en el mundo que, hecho, luego no le pese y se arrepienta, y cometido no le duela. Y más te diré: que ha enojo de su fealdad, suciedad, y casi como en asco aborrece su torpedad por ser deshonesto, vil y sucio. Y no duda de caer luego y otra vez y más veces en él por su poca firmeza de entendimiento, mengua de juicio y natural seso o mal comportamiento de voluntad; querer al apetito consentir haciendo de sí siervo pudiendo señor ser, como ya suso dije. Por lo cual te digo que tal es este pecado de la carnalidad, que aun los que por matrimonio son ayuntados por mandamiento de Dios, tanto ya en él exceden que apena, venialmente pecando, de él pueden escapar; que muchos y muy muchos casados en él pecan mortalmente no guardando días, tiempo, sazón, ni horas debidas, ni aun guardando las circunstancias y orden del matrimonio; antes el marido a la mujer suya, y la mujer a su marido, así desordenadamente ama que quebranta la ley y ordenamiento del matrimonio, donde debe haber pura intención y guardamiento de hijos, fe y sacramento. Pero, dejando esto, todos locamente se aman en deleite y uso de la carne. Por tanto, se acusaba David: «Señor, en iniquidades soy concebido y en pecados me concibió mi madre». Pues, amigo, si en el matrimonio por Dios ordenado no te puedes apartar del pecado, ¡cuanto más debe ser pecado fuera de matrimonio, no hay sino contra comisión de Dios y su mandamiento! Pues tú, que amas, ama en manera que seas de Dios amado.




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Capítulo XI

De cómo el eclesiástico y aun el lego se pierden por amar


Otra razón te digo por do el amor inhonesto por ti debe ser repelido, por cuanto nunca vi, ni viste, ni ver esperas eclesiástico, que de amor deshonesto fuese vencido, que alcanzase beneficios ni honras en la Iglesia de Dios; antes de los habidos, sobreviniente el amor desordenado, perdieron, pierden y perderán con gran difamación queriendo amar a quien nunca los amó ni ama; que no es mujer, de cualquier condición que sea, que ame al eclesiástico, salvo por haber de él y por la desordenada codicia que la mujer tiene por alcanzar, haber y andar locamente arreada con mucha vanagloria. Y por esta razón muestran amarlos, que no los aman. Ejemplo de esto: no es mujer al mundo que no quiera a los eclesiásticos peor que a enemigos, que nunca hacen sino denostarlos, maltratarlos y decir mal de ellos, así las que han de ellos como las que no han. Y de esta regla no saco a los seglares aunque hijo sea del propio clérigo; pero nunca los dejan de inquietar, demandando dado, o emprestado pidiendo. Y más te digo: ¿qué sacrificio entiende hacer a Dios el que por cautela o engaño, o por otra vía alguna, saca alguna cosa, mucha o poca, de eclesiástico? Pues de caballeros, burgueses, ciudadanos, regidores, justicias y de otros mayores y menores estados, según más o menos, si hay enamorados que pierden honras y oficios, y deniegan por ello la justicia por ser locos en amar, que en el pueblo no son reputados por hombres, por experiencia lo verás. Y ¿a cuál darán regimiento que rija a otros si a sí regir no sabe? Y ¿cuál será por el pueblo preciado que él mismo no se precie? Y ¿quién honrará al que a sí mismo deshonra? ¿Quién dará favor al que a sí mismo desfavorece? ¿Quién ayudará al que se quiere perder? Eso mismo de las mujeres digo, de cualquier condición que sean. Por ende, el que amare vea quién ama o qué provecho viene de locamente amar, y no caerá, si bien lo considerare primero.




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Capítulo XII

Cómo el que ama no es solícito sino en amar


Otra razón que lanza al amor y lo desfavorece es, a saber, que no hay hombre enamorado que sea diligente en cosa que sea, salvo en todas las cosas que a su amor pertenecen; que de otros negocios suyos ni ajenos tanto le da que se pierdan como que se cobren. Más te digo: que cosa no le place oír ni su oreja inclina, salvo cuando de su amante le hablan; allí pone toda su hacienda y su hemencia, su corazón y voluntad, y oír otras cosas le es muerte y enojo insoportable; y si de su amor le hablan días ni noches, no se enojaría aunque la noche toda no durmiese. Y si un su amigo le ha menester o habla con él una hora, nunca palabra entenderá, que no para mientes a lo que habla por el pensamiento alterado que tiene pensando en la que ama. Y eso mismo en la mujer se halla. Pues verás amor cómo altera los corazones, muda las voluntades, nunca huelga ni reposa por su fuego continuo que de sí da a aquel que ama y quiere amar.




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Capítulo XIII

De los malos pensamientos que vienen al que ama


Aún otra razón hay con la cual amor debe ser aborrecido. La razón sí es: piensa, o saber debes, que de la bienandante castidad y pudicicia Dios todopoderoso es principio y cabeza -conviene a saber- medio y aun fin. Empero, de lujuria e impúdico deshonesto amor, cabeza es y consejador el diforme Satanás, enemigo mortal de la salvación de la humana criatura. Por ende, vistos los autores de virtudes y vicios, allegarnos debemos al más seguro, que es Jesucristo, hijo de la humil Virgen Santa María, al cual allegándonos no es duda salvación. Harto sería ciego y de perversa cogitación quien de obedecer dejase a Dios por al diablo servir. Bien es verdad que el enemigo de Dios, diablo Satanás, muy dulces cosas promete a los que de gusto carecen por seguir su apetito y propia voluntad, consejando: «Haz; que Dios es piadoso, que perdona; asaz te cumple, por mucho mal que hagas, arrepentimiento a la fin y serás salvo». Muchos pensamientos trae el maldito al corazón humano; pero el corazón espiritual no lo puede tentar, que no es ya de este mundo. Y cuando ya, con sus lisonjas y prometimientos falsos, ha hecho su deseado querer, después da a beber al triste por galardón fieles amargas, tormentos perpetuos inestimables. Esto, por cuanto, desde el comienzo del mundo fue falso y mentiroso. Y pues él pena, y es con tormentos dañado, querría que todos su vía siguiesen y padeciesen como él, que mal de muchos gozo es. Y tal galardón acostumbra dar a los que lo sirven y obedecen, en tanto que quien más le sirve, cree y obedece, por galardón después de esta vida triste más penas y tormentos de él sostiene. Más te digo, que el diablo es semejante al ladrón que sale al camino al viandante, que después que el viandante le da de la moneda que él lleva porque no lo mate y en seguro ponga de otros ladrones y malhechores; recibida la moneda del caminero tal, llévale después por siniestros senderos a poner en poder de los otros que él se temía, y así del todo robado, el que le guiaba parte toma del despojo con los otros porque a las manos se lo trajo. ¡Oh cuánta moralidad y ejemplos podrán ser de aquí sacados, que hoy se usan malamente! Pero bástele al que esto leyere su sutil entendimiento, si Dios se lo administrare, sin el cual todo saber es nada. Así el diablo sale al que en este mundo anda, que es viandante, y dice: «¿Qué me darás? Yo te alargaré la vida y te daré riquezas, y mal haciendo y tus injurias vengando, de los que mal te quieren te haré prosperar», etc. El desaventurado dale su alma, lo mejor que él tiene; reniega a Dios que lo ha criado, y toma al diablo por señor. El diablo llévalo por sendas no conocidas y hácele haber por maneras exquisitas, no conocidas ni pensadas, lo que quiere, y a la fin llévalo al infierno, a poder de los enemigos de quien se temía, y él es el primero por galardón que lo tormenta. Nuestro Señor no hace así, que si buenas cosas y dulces nos promete, en gran cantidad, dobladas infinito paga y da galardón; por cuanto él es carrera, vía y verdad, salud y vida; ende da el galardón más abundoso que el falso suplantador del diablo. Y por cuanto el traidor en este pecado más tiene manera de enlazar los vivientes, pone amor desordenado en los corazones con fuego infernal que todo el cuerpo inflama, en tanto que el cuitado del hombre, si visiblemente viese el infierno y sus crueles penas de una parte, y de otra parte la su coamante, ciego de los ojos espirituales querría primero cumplir su voluntad con ella, después, siquiera, morir y penar. Y como se halla alguno, en la vida de los Santos Padres, que hizo al diablo carta de su ánima escrita de su mano, y renegó a Dios poderoso, tomando al diablo por señor por haber una que él mucho amaba, y húbola en esta manera; pero por ruegos de un santo Padre, a pesar del diablo, con muchas oraciones le fue su carta visiblemente tornada, llorando los diablos muy agriamente por aquella ánima que perdían. Y bien creo que de tales malaventurados hoy se hallarían que por haber a la su coamante y ella al su coamante se darían al diablo; y bien vemos que harto se dan, pues por falta de castidad reniegan su Dios y por lujuria toman al diablo por señor y quieren perder la gloria eternal. Ve, amigo, pues si es razón querer tal amor que dones promete y después tú ser la pieza, y él cuchillo.




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Capítulo XIV

De cómo por amar acaecen muertes y daños


Más razones te diré por qué amor debes evitar, por cuanto, por desordenado amor de amantes, muertes infinitas, como de antes dije, se siguen, guerras innumerables, y muchas paces se quebrantan por esa razón. Y vimos ciudades, castillos, lugares por este caso destruidos. Vimos muchos ricos en oro copiosos deshechos por tal ocasión. Muchos por este pecado padecieron, y aun perdieron lo que sus predecesores con virtudes ganaron, en tanto que es opinión, y verdadera, de muchos, y experiencia que así lo demuestra, que más mueren con el corto juicio de amar que con el espada de tajar. Muchos más por causa de mujeres mueren, que no por justicia ni defensión de la cosa pública. ¡Oh cuánto debe ser aborrecido el desordenado amor que tantos daños procura!




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Capítulo XV

Cómo el amor quebranta los matrimonios


Muchos más de males aún en amor pueden ser notados: el amor deshonesto quebranta los matrimonios, y, como de alto dije, a las veces el desordenado amor es causa del marido separarse de la mujer y la mujer del marido. Y los que Dios por su ley y mandado ayuntó, los cuales ninguno no puede apartar, sobreviviente disoluto amor, por su causa a veces son apartados, aunque señor San Paulo dijo: «lo que Dios ayuntare no lo separe hombre». Más aún te diré: el falso amor desordenado hace que muchas y diversas veces el marido o la mujer piensa cómo el uno al otro de esta presente vida privará, y lo vemos de cada día por experiencia de hechos matar el uno al otro con ponzoñas o por justicia cuando el tal caso lo demanda. Porque en este mundo no debe hombre amar más otra cosa que su buena mujer, y la mujer que su buen marido; por cuanto por la primera ley de matrimonio son en uno ayuntados y juzgados son ser dos personas, mas una carne sola. Y todas otras mujeres dejadas, Dios mandó que el hombre se llegue a su mujer donde adelante dice: «por esta tal dejará el hombre padre y madre y se llegará a su buena mujer, y así serán hechos dos una carne y una voluntad». Mas: bien sabes que con la propia mujer, si debidamente usares, no puedes cometer fornicación. Y los apetitos incentivos de lujuria en este caso no son notados a mortal pecado, sino venial, la intención del matrimonio salva y guarda. Del cual matrimonio has legítimos hijos, que fruto de bendición son dichos, universales herederos de tus bienes; donde después de esta vida tú partido, tu nombre queda y memoria en la tierra. Y tus culpas, si algunas cometiste, pueden, por obras meritorias por ti haciendo, los tales hijos relevar; lo que no hacen con tanto amor los hijos habidos de fornicación y dañado coito, abortivos y en derecho espurios llamados, y en romance bastardos, y en común vulgar de mal decir y hablar hijos de mala puta. Donde se siguen tres males: difamación del que lo engendró, vituperio de la que le concibió, denuesto del engendrado. Y es capillo que hasta y después de la su muerte nunca se le cae. Y demás que el tal hijo es repulso de la paterna heredad en vituperio del dañado coito; demás es privado de todas honras temporales, y aun la Iglesia nunca le permite ser dados beneficios si primeramente no es por el Papa legitimado, o por el prelado que en tal caso le pueda dar licencia para que haya uno o dos beneficios, no los que él quisiere o pudiere haber. Y aun la Santa Escritura dice que los hijos de los adulteradores muy abominables son a Dios. Pues que todas aquestas cosas se siguen del inordinado amor, y ningún bien de él no vemos venir, ¿cuál es el loco que no se aparta de él como de infernal enemigo? Por ende, amigo, aprende de guardar tu pudicia y sobrar y vencer los apetitos desfrenados de la dicha carne mezquina, y tu cuerpo guardar de esta mancilla de pecado por nuestro Señor Dios. Y si por aventura los incentivos o estímulos de la carne dices que no los puedes sufrir ni refrenar ni resistir, yo te daré buen consejo con que los sobrarás, y sin gran constreñimiento de ti podrás oír los deleites de este pecado.

Primeramente, si te viniere en la imaginación tentación de este pecado, no te aduermas en el pensar, santíguate y hiere tus pechos, y anda luego y busca persona tercera con quien hables de algún negocio porque te salga de la imaginación, y llama algún vecino o amigo, o algún mozo u hombre de tu casa, y habla con él, aunque no lo hayas gana, y sal de tu casa en un punto, como aquel que dice: «señores, ayudadme, que me matan o roban». Y así salido, habla con alguna persona de tu vecindad por mudar propósito e intención. Item, huye los deshonestos lugares, los tiempos y las personas que tú sabes o puedes entender que son causa de inducirte a pecar. Y si en lugar estuvieres donde haya mujeres o fueres de ellas tentado, múdate del lugar y busca otra compañía. Habe memoria en tu corazón y dí con el profeta David: «Averte oculos meos ne videant vanitatem». Y si por aventura arrebatadamente te viniere aquel fuego maldito de lujuria, guarda a lo menos, si con la voluntad no pudieres resistirlo o consientes en él en tu voluntad, a lo menos guarda que la obra no se siga con efecto, que esto sería ya mucho mal, que grave pecado es, y grande, consentir por voluntad al tal pecado; mas después que por obra puesto, es gravísimo, en tanto que mata el ánima y agrava el cuerpo y lo torna más que plomo pesado. Por lo cual te digo que si algunas veces quisieres tener esta regla y querer al conflicto de la lujuria, cuando viene, resistir, en muy poco y breve tiempo serás de ella señor a toda tu voluntad y no preciarás nada sus estímulos. Pero si estando en la cama tal escalentamiento te viniere, salta luego de ella y no te aduermas en pensar, sino luego sal fuera e, resfriado el cuerpo, luego dará lugar la carne, o luego como viniere, comienza a rezar y a decir a lo menos: Ego, peccator, confiteor Deo; y hiere tus pechos, y así la voluntad dañada vencerás. Te doy otro consejo, y tómalo por Dios, y habrás mucho remedio y consolación. Huye y evita siete principales cosas, a lo menos: primero, huye comer y beber suntuoso de grandes y preciosas viandas. Segundo, huye vino puro o inmoderadamente bebido; que esto es incitativo de arder de lujuria, según los canónicos derechos dicen; que el vino priva al hombre de su buen entendimiento y da causa de delinquir y pecar. Y en otra parte el Apóstol dice: «No queráis embriagaros de vino, en el cual reina lujuria», según de Lot y otros oíste, y ves de cada día experiencia, que de los hechos madre avisadora y maestra es. Lo tercero, no duermas en cama mucho mullida y delicada de sábanas y ropa. Cuarto, camisones en tu cuerpo delicados no uses mucho. Quinto, no continúes do mujeres están, aunque tus parientes sean ni hermanas, porque a ellas mirando no te traigan a la memoria otras que bien quieras o desees haber mirando en aquellas, o no hayas causa de pecar con sus mozas y sirvientas, o con otras amigas suyas que las vengan a visitar; que contece esto a las veces, como cuenta la decretal Inhibendum de los clérigos cohabitantes con las mujeres en el libro tercero de las Decretales. Lo sexto, como ya suso dije, huye dar tu oreja a palabras feas de lujuria habladas incitativas de todo mal, huyendo toda ociosidad. Séptimo y final, siempre haz alguna cosa por quitar tu pensamiento de vanas imaginaciones, como dicen los santos Padres en sus vidas y colaciones: siempre el diablo te halle ocupado porque su tentación en ti no haya lugar. Este es uno de los útiles remedios al pecado susodicho. E demás sepas, amigo, que la lujuria es de tal calidad, que si hombre la quiere perseguir y continuar será siervo y vencido de ella. Pero si la evitare y de ella huyere, luego de sí la desterrará y de él se partirá como cosa perdida y de poco valor. Y dígote, amigo, que si lo que te he dicho por obra pusieres, no es posible que jamás la vil de la lujuria te pueda macular ni ensuciar, que no es más la lujuria que el judío o el moro: tenle cara a sus primeros movimientos y muéstrales rostro, que huir es su recorro luego, que no tiene más esfuerzo si no tremer, y donde ven varón huyen. Y por cuanto a cualquier sabio les manifiesto poco más o menos la mujer quién es, y cómo por ellas en el mundo vino destruición, y hoy dura, no es honesto de ellas más hablar. No digan que no fue mujer el que lo compuso este compendio, sino cesara mal hablar por honestidad; pero los vicios de las criminosas bueno es redargüir porque oyéndolo se abstengan de mal usar, que no menos es en los perversos hombres, como ya suso dije -que la intención del componedor no es otra más, salvo amonestar que amar deshonesto no quieran. Lo cual, si la potencia divina permitiente- nosotros lo pudiéremos, como susodicho es, hacer, no ha cosa en que más podamos servicio hacer a Dios más agradable. Y si este pecado del hombre o mujer no fuere evitado, no hay cosa que, en el hombre o mujer perfecta ni acabada pueda ser dicha, y si de él se excusare y dejare, no hay cosa que más sus vicios y menguas encubra y encele; que si el hombre o mujer quito es de locamente amar y honestamente perseveraren, no es mal ni fama perversa que de él sea dicha, que creída sea. Tanta es la virtud de la continencia que es capa para cubrir otros muchos pecados; antes, si alguno mal dijere o detractare al continente, a él no le cabe responder, que todos a una voz responderán por él. Pues muy sabio es y será el que tal virtud quiere alcanzar que le defienda, aunque pecador sea, y le ampare contra el diablo y sus sutileces maldicientes. Y demás, si quito es de otros vicios, este le hace ser limpio, puro y como el sol resplandeciente. Y piensa que el que fuere continente y púdico, a menester que sea franco y largo, y no te maravilles; que sin franqueza o largueza todas las virtudes de la persona muerta son reputadas. Y cuando es la persona mezquina, mendiga, escasa y estrecha -no te digo más en lo temporal que en lo espiritual- entiende bien este punto -que todos los loores y alabanzas que del tal pueblo puede decir, son sin duda callados y no osados hablar. Como dice el apóstol Santo Pablo, así como «la fe sin obras muerta es», así toda virtud sin franqueza y largueza no es por virtud tenida. Pues como amor sea vicio y no virtud, huir de él sabieza es.




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Capítulo XVI

Cómo pierde la fuerza el que se da a lujuria


Aun otra razón viene en argumento contra amor y sus amantes, por cuanto del lujurioso y vil acto los cuerpos humanos en gran parte son debilitados, y donde de los hombres previenen en armas y otras fuerzas, son muy poco poderosos. Y así los hombres por cuatro razones son debilitados: lo primero, por cuanto, según los actores de medicina ponen, que lujuria es causa eficiente y formal de debilitar el humano cuerpo; lo segundo, por cuanto el que a la tal delectación se da, en gran cantidad pierde el comer y aun acrecienta por ardor y sequedad de fuego en el beber, como todo violento movimiento sea causa de calor, y todo calor causa de sequedad, y toda sequedad y adustión, causa de destrucción. Y do la tal sequedad se causa, conviene remediar de contrario para su curación; pues los contrarios con contrarios son de curar, como dice Aristóteles. Conviene, pues, beber y remojar por apagar el tal fuego con cosas frías muchas veces bebiendo. Y aunque cosas hay de sí que, aunque sean al aspecto frías, pero son mucho calientes, como el vino, por mucho frío que lo bebas, si puro y muchas veces sea bebido, como el de si sea caliente, quema los hígados y altera la persona, y tanto lo calienta que apenas sentirá frío. Por ende se dice: «El ajo y el vino atriaca es de los villanos». Y como la poca vianda en el estómago ruede con el mucho beber, no se puede de ligero digerir, y síguese por fuerza que la expulsiva de las potencias del estómago -que a las arterias del cuerpo, venas y miembros ha de administrar, derramar y enviar sus influencias en gran cuantidad- fallece y enflaquece; y no dando al cuerpo el estómago su nutritivo que conviene y debe, luego todas sus potencias son enflaquecidas y disminuidas, en tanto que pierde el cuerpo de sus fuerzas, pues lo necesario le desfallece. Lo tercero, amor y lujuria privan al hombre del sueño; que no puede dormir como solía ni debe, y privado del sueño toda la noche está congojando nunca reposa, y no reposando es privado de holganza. Pues como naturalmente sea que privación de sueño es causa de indigestión, y la indigestión, como suso dije, causa de privación de las fuerzas del cuerpo, por ende de aquí sale y se sigue todo mal, y aun la autoridad de física lo demuestra, do dice un autor que dicen Joanicio, que el sueño y reposo es holganza de los animales, y virtud natural dada en su conservación con aumento. Y pues luego diremos que la privación del sueño es fatigación y trabajo de los animales, con disminución de natural curso. Pues, si diminución de ello viene, cierto es que el cuerpo y fuerza no pueden estar en su ser buenamente ni permanecer. Lo cuarto, amor y lujuria traen muchas enfermedades y abrevian la vida a los hombres y hácenlos antes de tiempo envejecer y encanecer, los miembros temblar, y como ya de alto dije, los cinco sentidos alterar y algunos de ellos en todo o en parte perder; y con muchos pensamientos a las veces enloquecer, o a las veces privar de juicio y razón natural al hombre y mujer, en tanto que no se conoce él mismo, a las horas, quién es, dónde está, qué le conteció, ni cómo vive. Y pues amor desordenado al cuerpo tales cosas procura, dejarlo sabieza sería, y dar poco por él, que a las veces el dar poco por las cosas trae gran daño y confusión, y, cuando el que a su enemigo popa, a sus manos muere. Pues por Dios nuestro Señor, en tal guisa de amor usemos verdadero, que para siempre vivamos, sólo Dios amando.




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Capítulo XVII

Cómo los letrados pierden el saber por amar


Aun otra razón te do con que amar no te consejo, por cuanto toda sabieza su oficio pierde si a deshonesto amor se diere el letrado o sabidor; por cuanto por mucho que sea sabio el hombre y letrado, si en tal acto de amar y lujuria se pusiere, no sabe de allí adelante tener en sí templanza alguna, ni aun los actos de la lujuria en sí refrenar; antes te digo que los que más científicos son, después que en el tal uso se envolvieren, menos sabios son y menos se saben desenvolver de ello que los simples ignorantes, como suso dije. ¿Quién oyó decir un tan singular hombre en el mundo, sin par en sabieza, como fue Salomón, cometer tan gran idolatría como por amores de su coamante cometió? ¿E demás Aristóteles, uno de los letrados del mundo y sabedor, sostener ponerse freno en la boca y silla en el cuerpo, cinchado como bestia asnal, y ella, la su coamante, de suso cabalgando, dándole con unas correas en las ancas? ¿Quién no debe renegar de amor, sabiendo que loco amor hizo de un tan grande rey y señor idólatre y servidor, y de un tan gran sabio, sobre cuantos fueron sabios, hacer de él bestia enfrenada andando a cuatro pies, como bestia, una simple mujer? Noten esto sólo los que aman y abastar debería a los que entienden en amor. ¿Quién vio Virgilio, un hombre de tanta acucia y ciencia, cual nunca de mágica arte ni ciencia otro cualquier o tal se supo, ni se vio ni halló, según por sus hechos podrás leer, oír y ver, que estuvo en Roma colgado de una torre a una ventana, a vista de todo el pueblo romano, sólo por decir y porfiar que su saber era tan grande que mujer en el mundo no le podría engañar? Y aquella que le engañó presumió, contra su presunción vana, cómo le engañaría, y así como lo presumió lo engañó de hecho; que no hay maldad en el mundo, fecha ni por hacer, que a la mujer mala difícil a ella sea de ejecutar y por obra poner. Pero quiero tomar en parte por los hombres, que esto no es engaño por saber: que si guardar se quisiese hombre no le engañaría mujer -aunque en esto pone duda San Agustín- mas el hombre fíase de la mujer, y fiándose quiérele a las veces complacer, y déjase de ella engañar y vencer por contentarla. Y esto es más errar por voluntad desordenada que por falta de saber ser engañado. De estos ejemplos las mujeres tomarán placer, y se glorificarán del mal, porque las pasadas mujeres a los más sabios engañaron. Pero no digamos de los engaños que ellas recibieron, reciben y recibirán de cada día por locamente amar. Pues el susodicho Virgilio sin penitencia no la dejó, que mucho bien pagó a su coamante que apagar hizo en una hora, por arte mágica, todo el fuego de Roma, y vinieron a encender en ella todos fuego; que el fuego que el uno encendía no aprovechaba al otro, en tanto que todos vinieron a encender en ella fuego en su vergonzoso lugar, y cada cual para sí, por venganza de la deshonra que hecho había a hombre tan sabio. Más debes saber, como creo que bien sabes, en cómo el rey David, sabio de los sabios y profeta de Dios sobre todos los profetizantes, tuvo muchas mujeres y aun concubinas, y -aún no harto su voluntarioso apetito de cuantas a su mandado tenía, y hermosas y tales como un rey por poderío tener podía- con mal propósito y desfrenada voluntad amó a Bersabé deshonestamente, mujer una sola que Urías, caballero suyo, tenía enamorado de ella. Por cuanto en un huerto la veía de cada día peinarse y arrearse a su ojo, y ella, como sentía que el rey la venía cada día a mirar de allí, aunque ella lo disimulaba -como que ella no conocía ni sentía que el rey la miraba ni la venía a mirar- pero, por ser del rey codiciada y deseada, venía allí cada día a arrearse y peinarse mostrando sus cabellos y pechos, dando a entender que no lo entendía, como otras muchas de cada día acostumbran a hacer. En tanto que el rey, no contento de muchas que tenía, quería y quiso una que Urías sola y señora tenía y amaba, y con ella acometió carnal deseo y adulterio en derecho canónico llamado; lo cual no cometiera si ella quisiera, cuando vio y sintió la voluntad y comienzo de amor del rey, que ella se dejara de seguir la venida a peinar y arrearse allí donde venía. Donde fue causa de la su deshonra y de la muerte de su marido y de tantas y tales personas que después murieron por el pecado que David cometió; lo cual plugo a nuestro Señor que así fuese que su hijo Absalón contra él se alzase y de Jerusalén huir le hiciese, y con sus mancebas, a vista del pueblo, fornicio cometiese. Pues verás de cuánto mal fue causa la mujer de Urías, no quedando inocente David de este pecado. Si leyeres la historia adelante verás, pues, cuánto mal hace una mala mujer, y esta prática no la han perdido hoy día. Y así cometido el dicho pecado el rey con la mujer de Urías -e preñada de un hijo, el cual a poco tiempo murió, por el cual David mucho dolor hubo- empero David, aún no contento de esto, a su marido matar hizo enviándolo con cartas al príncipe de las sus guerras y batallas, Joab, mandándole que lo pusiese en la primera escuadra, donde con los primeros sus días feneciese. Por cuanto era Urías hombre entero todo y tan hombre y muy animoso, y sabía bien el rey David que haciendo proeza de armas no era posible en tal lugar remanecer con la vida, y demás, entender debes que el rey no le hiciera matar, pues tanto mal contra él de otra parte cometido había tomándole su mujer, y así mismo la él enajenando; mas hubo duda el rey que siendo Urías sabedor de tal maldad, que a su mujer cruelmente mataría y David quedara frustrado, y, viudo de su amor; o por aventura movido con desesperación, a su rey y señor pudiera errar. Que, aquel que la fe quiebra, la fe no le debe ser guardada; mayormente en este caso, que así el señor comete mala fe a su vasallo como el servidor en tal caso, si a su señor matase. Esto todo de loco y desordenado amor proviene.

Más te diré, que yo vi en mis días infinitos hombres, y aun hembras sé que vieron a un hombre muy notable, de casa real -e casi la segunda persona del rey en poderío en Aragón, mayormente en Cecilia- por nombre Mosén Bernard de Cabrera, el cual estando en cárceles preso por el rey y reina porque hacía en Cecilia mucho mal y daño al señor rey, por cuanto tenía por sí muchos castillos y lugares fuertes y no andaba a la voluntad del rey, fue preso; y, por lo aviltar y deshonrar hicieron con una mujer que él amaba que el consejase que se fuese y se escalase por una ventana de una torre do preso estaba para ir a dormir con ella, y después que se fuese y huyese desde su casa; esto por inducimiento del rey, y ella que le plugo de lo hacer. Y él creyendo la mujer, pensando que no le engañaría, creyola y tomó una soga que ella le envió. Y el que le guardaba diole lugar a todo, y dejole limar el cerrojo de la ventana y abrirla; y al primer sueño salió por la ventana y comenzó a decender por la torre abajo. Y en medio de la torre tenía una red de esparto gruesa, abierta, que allá llaman jábega, con sus artificios. Y cuando fue dentro en la red, cerráronla y cortaron las cuerdas los que estaban dalto en la ventana, y así quedó allí colgado hasta otro día en la tarde que le llevaron de allí sin comer ni beber. Y todo el pueblo de la ciudad y de fuera de ella, sus amigos y enemigos, le vinieron a ver allí, adonde estaba en jubón, como Virgilio colgado. Ve, pues, cómo amor falso y caviloso hace a los más sabios caer; piense, pues, cada cual en sí qué debe de sí hacer, que en el ejemplo es: «Cuando la barba de tu vecino vieres pelar, pon la tuya en remojo».




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Capítulo XVIII

Cómo es muy engañoso el amor de la mujer


Los amadores aun por otra manera vencerlos quiero, por cuanto amar y ser amado -que ellos mucho demandan- en la hembra hallar nunca lo podrán; por cuanto nunca fue hombre que excesivamente mujer o amiga amase que la tal mujer bien le quisiese. Regla es particular, donde está mucho secreto a los que lo han probado, pero por no dar avisación a mal obrar, cesa la péndola en este paso; por cuanto experiencia muestra que muchas mujeres no aman a otros más ni tanto como aquellos que las hieren y trabajan. Y demás, la mujer, su propio pensamiento es que amando será rica; que el que la amare le ha de dar sin tener rienda. Y son dos partes de amor: esta que dije la una; la segunda es amor carnal con cumplimiento de voluntad. Y en esta tal manera, la mujer al hombre, ni el hombre a la mujer, no cura de sus dones salvo de su voluntad cumplir. Por ende, verás lindas mujeres con viles, feos y desaventurados hombres, y para poco y pobres envolverse, así cojos como mancos y tuertos y gibados no los olvidan por negros, sucios, cautivos, que en verlos es asco y abominación, y hago punto aquí. Pero ellas en amar hombres de poca manera hácenlo esto por una de dos maneras: una, que frío y amor no guarda donde entra, y son en esto como loba hechos o hechas, así el hombre como la mujer, que con el primero que delante le viene toma amorío y se ajoba. Otra manera es por advininteza2, o tener más manera de hablar, contratar y platicar con ellas: o por vecindad, o porque donde ellas están acostumbran entrar los tales hombres de poco juicio y corta manera -y como son tenidos en poco- no se guardan de ellos los parientes y amigos, que tales mujeres guardan o guardar deben: en la vecindad de ellos caso tal siniestro no presumen, y estos tales hacen muchos daños y mal. Eso mismo hacen los locos fuera de todo sentido, y truhanes fuera del estilo de seso, que de ellos no se guardan. Y de estos muchas veces salen los hijos por iglesias a maitines lanzados. Y hay otras maneras de algunas mujeres a los tales querer, y amar por no ser ejempladas y difamadas; que estos tales, cuando las han, callan como negra en baño, lo uno por amor, lo otro por temor. Por amor, por no perderlas de sí y haberlas cada que quisieren a su voluntad: y de estos no toman ellas nada porque ellos no tienen, antes les dan ellas a ellos, así porque callen como por no perderlos de su mando. La otra razón porque estos tales callan es por temor que han que si tal sus parientes y amigos sintiesen, no les va sino la vida, y por esto callan ellos y aun ellas los aman, como dicho es; lo que no harían otros de estado ni de mayor manera, que tanto se dan por decirlo como por callarlo, antes se van alabando por plazas y por cantones: «Tú hiciste esto, yo hice esto; tú amas tres, yo amo cuatro; tú amas reinas, yo emperadoras; tú doncellas, yo hijasdalgo; tú la hija de Pero, yo la mujer de Rodrigo; tú a María, yo a Leonor; tú vas de noche, y yo de día; tú entras por la puerta, y yo por la ventana; tu alcahueta es fulana, y mi alcahuete Rodrigo; tú entras a las doce, yo a la una; a ti dio tal camisa, a mí dio este jubón; tú dormiste con ella sólo, y yo con ella y otras dos mozas; a ti dio agua rosada, y a mí agua de azahar; la tuya es mucho negra, la mía es muy blanca; la tuya es chiquilla, la mía es de hermoso cuerpo; la tuya no es hermosa, la mía es lozana y linda. Pues, acompáñame a la mía y acompañarte he a la tuya, que para bien amar se requieren dos amigos de compañía: si se ensañare el uno con la otra, que el otro haga la paz, o si se mostrare ser sañudo o sañuda -que son desgaires a las veces de amor- el tercero lo adobe y enmiende». Y con tales decires y difamaciones como estas, y mirándolas sin vergüenza en bodas, en plazas, justas y torneos, toros e iglesias, porque no han temor a sus parientes, amigos ni maridos, y son más denodados a cometer y hacer con ellas actos deshonestos sin miedo de Dios y de la justicia y sin vergüenza del mundo que los otros cuitados. Por esto tal, a las veces, los aborrecen y mal quieren, por galanes que ellos sean, y aman más pájaro en mano que buitre volando, y asno que las lleve que caballo que las derroque. Así que, como de suso dije, el motivo del amor de la mujer es por alcanzar y haber por cuanto naturalmente les proviene; que todas las más de las mujeres son avariciosas, y cuando algo alcanzan son muy tenientes. Son amadoras de temporales riquezas en grado superlativo, y para haber dineros y alcanzarlos, con modos muy exquisitos trabajan sus espíritus y cuerpos; en esto son muy atentas con mucho estudio y solicitud. Y nunca pude yo ver ni hallar mujer que rehusase lo que de grado le fuese dado, aunque con gran instancia no demandase lo que prometido le fuese. Y si no le fuese sabia, fatigada o meticulosa vergüenza, que a las veces, contra voluntad, las constriñen dejar lo que querrían de grado tomar o demandar; empero el corazón no duerme, ni la voluntad no sosiega, aunque la mano forzada reniega. Y si por ventura demanda y lo demandado no le es otorgado y dado, que no se deje de amar luego a quien lo deseado demandó no le diere. Demás, si cuanto tuvieres y toda tu sustancia le dieres, si a menos de tu estado o riqueza te viere venir, o a tal fragilidad o enfermedad continua de tu cuerpo que no seas para retozarla como solías, ¡guay de ti! Sabe que te pondrá luego silencio perpetuo y amenazas de sus parientes, o que no tiene lugar de complacerte como solía, o que se lo han sentido los de casa y le tienen guardas y ya no duerme como solía, sola; ya no te puede hablar a puerta ni ventana, ya no puede salir fuera; ya no hay nada de lo que solía, pues no la retozas ni das como solías. ¡Cuántas malas usan de esta prática sin temor ninguno! Todos los placeres, que haber solías, entredichos te son; pues retinto no corre de dobla o florín, ni bulle cantolín, vía al atahona como ruin al gallarín. Y no pienses que en el mundo hembra tan fiel ni constante hallases, si enamoradiza es, que si otro con dones y mayores joyas que tú viniese, que no te diese cantonada, que tanto es el apetito desordenado en ellas de haber y riquezas querer, que la que mala es toda continencia y castidad romperá por bienes, joyas, arreos y riquezas alcanzar. Y más te digo: que si tienes y con mano abierta a la mala mujer vinieres, muy difícil es que mano vacía tornes, o tu propósito cumplido, o buena esperanza al menos. Pero si a mujer pides valía de un alfiler, contigo es la pesquisa; no le verás la cara buena de diez o veinte días. Y por grande que tú seas, si le vas manos vacías, nunca podrás ganar gracia de lo que demandares; antes, sin toda vergüenza te dirá a voces altas: «Amigo, ¿qué queréis? salid de aquí en buena o mala hora»; y hará que no te conoce ni jamás te haya visto. Y dígote verdad, que por esta mala y desordenada codicia e inmoderada avaricia, las mujeres malas todas son ladronas en poco o en mucho; las manos tienen melosas, que todas cosas se les pegan. Y dígote que los dones, plata o joyas y oro y otras cosas preciosas hacen a la más alta a lo bajo venir, que el dar quiebra las piedras: ¿cómo lo sufrirá, pues, la flaca carne? Por ende, te digo que de mil una hembra hallarás rica, ni serlo podría, tanto es el fuego y ardor de haber y allegar riquezas, honras, estados y pompas; no las hartarían al mundo señorías y mandos: esto es su deseo. Esto por cuanto no hay siervo que si señor fuese, que casi se conociese; ni hay vasallo que, señor tornado, no sea cruel. En esto conocerás tú las personas cuáles de raíz buena o mala vienen, que el que de linaje bueno viene, apenas mostrará sino dónde viene, aunque en algo parezca, todavía retrae dónde viene; pero el vil y de poco estado y linaje, si fortuna le administra bienes, estado, honra y manera, luego se desconoce y retrae dónde viene, aunque mucho se quiera infingir en mostrarse otro que no es, como algunos han acostumbrado de así hacerlo. Pero es verdad que el hijo de la cabra una hora ha de balar, y el asno hijo de asno ha de rebuznar, pues naturalmente le viene. Ejemplo: toma dos hijos, uno de un labrador, otro de un caballero; críense en una montaña so mando y disciplina de un marido y una mujer. Verás cómo el hijo del labrador todavía se agradará de cosas de aldea, como arar, cavar y traer leña con bestias, y el hijo del caballero no se cura salvo de andar corriendo a caballo y traer armas y dar cuchilladas y andar arreado. Esto procura naturaleza. Así lo verás de cada día en los lugares do vivieres: que el bueno y de buena raza todavía retrae do viene, y el desaventurado de vil raza y linaje, por grande que sea y mucho que tenga, nunca retraerá sino a la vileza donde desciende; y aunque se cubra de paño de oro ni se arree como emperador, no le está lo que trae sino como cosa emprestada o como asno en justa o torneo. Por ende, cuando los tales o las tales tienen poderío no usan de él como deben, como dice el ejemplo: «Viose el perro en bragas de cerro, y no conoció a su compañero». Y como sean las mujeres a los varones sujetas, al punto que señoría y mando alcanzan, ¡guay del que es sujeto y han de mandar!, que no han discreción en mandar ni vedar, sino que todo seso posponen y dan lugar a la voluntad que cada hora las hallarás de su mando. Dos cosas son de notar: ni nunca hembra harta de bienes se vio, ni beodo harto de vino, que cuanto más bebe, más ha sed. Por tanto, la mujer que mal usa y mala es, no solamente avariciosa es hallada, mas aún envidiosa, maldiciente, ladrona, golosa, en sus dichos no constante, cuchillo de dos tajos, inobediente, contraria de lo que le mandan y vedan, superbiosa3, vanagloriosa, mentirosa, amadora de vino la que una vez lo gusta, parlera, de secretos descubridera, lujuriosa, raíz de todo mal y a todos males hacer mucho aparejada, contra el varón firme amor no teniente. Esto es de la mala o malas; que es dicho que las buenas no han par ni que decir mal de ellas; antes como espejo son puestas a los que miran. Y hasta aquí hablé de cómo desordenado amor debe ser evitado, sólo amor en Dios poniendo. Ahora proseguir quiero: el que ama, cómo traspasa los diez mandamientos, quebranta y comete todos los siete pecados mortales, donde todo mal proviene.




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Capítulo XIX

Cómo el que ama desordenadamente traspasa los diez mandamientos


Si saber quieres aun cómo amor deshonesto de hombre o hembra debe ser menospreciado y denostado, atiende bien lo que aquí te diré: cuántos son los males que hace, cuántos daños procura a las personas y cuántos inconvenientes de él se siguen, y de cuántas maneras de pecar sólo el amor es principio y causa, y cuántos pecados y en cuántas maneras son cometidos por amor de él. Y loco será bien el que lo supiere leer o lo entendiere si de algo doctrina no tomare de lo que aquí diré, siquiera en parte, aunque en todo no. Primeramente te digo que el que deshonesto amor usa y continúa, cumpliendo su desfrenado apetito, este tal traspasa uno a uno todos los mandamientos de Dios, y demás cae en todos los siete pecados mortales, corrompe las cuatro virtudes cardinales, anula las potencias del ánima, los corporales cinco sentidos destruye, las virtudes siete le deniegan -las cuatro cardinales como eso mismo las tres teologales- mengua en poner por obra las siete obras de misericordia. Y estos males haciendo lleva al que tanto le amó al loco amor a las infernales penas. Pues bien debe ser dicho este tal pecado raíz de todos males, pues tanto mal procura y hace, y tantos daños de él se siguen.




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Capítulo XX

Del primero mandamiento, cómo lo traspasa el que ama desordenadamente


Primeramente quebranta el mandamiento primero, que es: «Amarás a Dios sobre todas las cosas». Ahora yo demando si el que ama la mujer, hija o parienta de su prójimo deshonestamente, por deshonrarla, este tal si ama a Dios. Bien parece que no; antes se aparta de él, y dice: «Señor, aunque Tú mandaste que yo no amase sino a Ti, que eres mi Señor y Criador, pero, Señor, perdóname, que a esta otra amo más que no a ti. Pero bien sé yo, Señor, que Tú eres tan misericordioso e, aunque en esto contra ti yo pequé, que Tú me perdonarás. Confesarme he, arrepentirme he, y seré luego de Ti perdonado». Así que so esperanza de perdón pones por obra el mal hacer, y, ya antes que cometas el pecado, has pensado cómo engañarás a Dios una y muchas veces. Y esto procura su mucha paciencia de quererte esperar a penitencia: ofendes a Dios de continuo sin enmienda. Por lo cual te digo que mal consejo tomas, que amar a Dios fúndase sobre virtud, y amar el hombre a hembra o hembra a hombre fúndase sobre pecado, y, lo que es peor, errar so esperanza de perdón, donde todo nuestro mal y daño procede. Aquí es menester la misericordia de Dios, ¡y cuánto! Pues, cata aquí, que aquel que ama a otro o a otra más que a Dios, menosprecia al Criador y precia mucho a la criatura, desecha la virtud y toma el pecado, y demás viene contra su primero mandamiento.




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Capítulo XXI

Del segundo mandamiento


Ítem, contra el segundo mandamiento viene el que ama con amor loco, es a saber: «No jurarás el su santo nombre en vano». Pues, demándote, por Dios, cuál es el que por tal vía de loco amar anda y vive, que, no una, mas infinitas veces juró y jura el nombre de Dios en vano, haciendo mil maneras de juramentos, diciendo: «Juro a Dios y a Santa María, y para estos santos Evangelios y aun para los santos de paraíso, que yo te daré y yo te haré y te conteceré. No dudes de esto, que bien sabes que cristiano soy. ¡Noramala! ¡Si así no fuese no te perjuraría! Haz, señora, lo que te digo sobre mi conciencia, luego te daré paños y te daré joyas, te daré florines y doblas; te haré reina que a todas tus parientas y vecinas haré que te vengan a mirar», y otras cosas según más o menos son los estados de los amantes y personas. Y el cuitado ya sabe que le ha de faltar y no darle nada, si no burlarla y henchirle la oreja de viento. Pero la que cree al hombre jurando, quiebra sus ojos llorando. Y aun después dicen otro error peor que no el primero, y no lo encelan: que las juras que a sus coamantes por amores se hacen, que no son obligados de tenerlas ni cumplirlas. ¡Guay de la sucia boca por donde el infinito criador del cielo y tierra y criador del mismo perjuro, tan osadamente fue nombrado en testimonio de mentira: que al que jura trae para en seguridad o creencia o testigo el que jura! Pues, ¡maldito sea el que no se vergüenza de traer en falso perjurio al que es verdadera verdad, Jesucristo verdadero, por mentir y por engañar a su prójimo. E lo peor que ya en su corazón tiene que le mentirá, y de presente miente; que sabe que no ha de tener lo que promete, sin miedo de Dios, a quien tanta ofensa hace, y sin daños de su prójimo, a quien con tales perjurios, que no juramentos, engañó. Pues algunos fueron y son que juraron a algunas de tomarlas por mujeres, y ellas a ellos por maridos, así delante testigos como escondidamente, por engañarlos o engañarlas. ¡Ay Dios, si se quebrantan o quebrantaron de estos juramentos infinitos por exquisitas maneras, pues piensan que engañan! A la fe digo vos que es verdad que los cuitados engañan, mas no a otros más que a sí. Por no detener tiempo no hablo más de estos perjurios, que escribirlos bien no bastarían diez manos de papel; pero así en este mandamiento como en los otros, solamente pasaré, poco diciendo al propósito -que decir lo que se podría decir sería gran proceso- pues cada uno lo puede bien, poco más o menos, considerar según experiencia de cada uno lo demuestra. Pues, dando fin a este mandamiento, bien parece que el que ama desordenadamente no ama a Dios, que es el primero mandamiento, y jura su santo nombre en vano, y aun peor, que no solamente en vano, mas júrale en mentira, que es el segundo mandamiento. Ya, pues, tenemos dos mandamientos que ha traspasado el que ama locamente.




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Capítulo XXII

Del tercero mandamiento


El tercero mandamiento es: «Guardarás los días santos de los domingos y santas fiestas por la universal iglesia mandadas guardar». Pues dime, tú que amas, ¿cuántos domingos y fiestas quebrantaste en este mundo andando caminos y calles y carreras, no yendo a misa ni a la iglesia, como eras tenido de ir a orar, que Dios te hubiese merced? ¿Diste algún domingo o día de fiesta algunos pasos por ir ver la que más amabas? Caballero o escudero, ¿hicistes justas, torneos y otros hechos de armas en pascuas, domingos y fiestas dedicadas de reposo y para Dios rogar y alabar? ¿Anduviste caminos o carreras de fuera de la ciudad o lugar donde moras por ver la que amabas antes que por servir a Dios? ¿Fuiste a bodas, solaces y ananceas4 por ver tu coamante primero que no fueses a visitar a pobre o dolientes? ¿Anduviste algunas leguas en días, como dicho he, vedados por ir ver tu amada, y otras muchas cosas que largamente decir se podrían? Dime, pues, si este mandamiento por tu amor loco locamente fue quebrantado: si lo hiciste, no dudes que sí. Y ¿cuál es que se abstenga, que enamorado sea, de no así hacerlo en todo o en parte? Por cuanto regla es cierta, y demás experiencia que lo demuestra, que el enamorado por cosa al mundo no traspasaría el mandamiento de su dolor de su enamorada, y con gran estudio y diligencia piensa de no traspasarlo ni quebrarlo; que bien sabe que luego habrá mala cara, repelón o bofetada; y treme y teme mucho de lo contrario hacer, y busca todas buenas vías y maneras, y todas lisonjas y halaguerías, composturas y hermosuras para mejor cumplirlo que ella no lo mandó, dijo ni ordenó: cómo, en qué lugar, qué hora, qué día, qué mes y año, que no se ha de faltar un punto ni momento. Mas al mandamiento de Dios, enánchale, extiéndele, estírale como pellejo remojado, falsándole, menguándole, menospreciándole, haciendo de él lo que no osarías hacer de mandamiento de uno tu igual. Esto procura la gran largueza e infinita bondad y misericordia de Aquel que siempre fue presto a perdonar, y vagaroso a ejecutar, empero que su piadosa justicia a la fin nunca se pierde. Concluye, pues, que el que locamente ama, amando quebranta los días de reposo por Dios mandados, a su servicio dedicados, que es el tercero mandamiento.




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Capítulo XXIII

Del cuarto mandamiento


El cuarto mandamiento es: «Honrarás a tu padre y a tu madre, y luengamente en el mundo vivirás». Dime, pues, ¿este mandamiento traspasástelo jamás que tu padre o madre te dijesen o aconsejasen: «Hijo, por amor de Dios, déjate de tal mujer amar; que es mucho peligrosa y puede ser que venga en daño de tu persona»? Tanto te amonestaban por celo y por amor de Dios como por miedo de perderte; que alguna noche o día los amigos y parientes de la tu coamante no te tomasen, o te matasen; o ella por celosía de otra no te emponzoñase o hechizase, que son cosas que contecen hoy y de cada día. Di, ¿cuánta es la paciencia con que tú les respondiste? Di, ¿cuánta es la honra que tú les cataste, di, mayormente, si en este hecho te ahincasen, diciéndoles palabras injuriosas con saña y con ira, no esguardando el uno que te engendró y la otra que te concibió, parió y crio? Y otras muchas maneras que los padres y madres de injurias de sus hijos reciben, por consejarles que no amen locamente y que se no vayan a perder. ¡Ay Dios, sí hay hijos malditos que por esta razón hieren padre o madre, o dan puñada o empujón con gran soberbia, dignos de ser absorbidos y devorados de la tierra! Y eso mismo contece en los putativos padres o madres, en aquellos que son en edad antigua, o cura de ti tienen, o tales otros que por honra padres tuyos pueden ser llamados, los cuales si errar te vieren o en loco amor envuelto, te pueden dar consejo y decirte que te guardes con amor y caridad, y tú con orgullosa respuesta decirles has: «Amigos, ¿sabéis cómo vos va? Curad de vuestros hechos, que yo bien sé qué pedazo de pan me abunda; que más sabe el loco en su casa que el cuerdo en el ajena. Curad de vos, dejad a mí; que ya soy desmamado, etc.». Pues verás cómo este mandamiento loco amor no lo guarda, ni de él cura más que si fuese ordenado por uno de la villa. Ved aquí, pues, cómo el que ama el cuarto mandamiento no guarda, a su padre y madre por esta razón deshonrando, mal trayendo, y poca honra catandoles.




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Capítulo XXIV

Del quinto mandamiento


El quinto mandamiento es: «No matarás a ninguno ni alguna». Pues dime, ¿oíste, viste, entendiste que hombre que amase alguna mujer, o alguna mujer hombre amase, que hiciese matar a alguno por esta razón? Dígote que innumerables son los que son muertos por este caso, o los matan o hacen matar: lo uno, porque alguno descubridor era de sus amores, o de él en algún lugar mal hablara, o a su coamante deshonrara por plaza o por oculto, o andaba por sonsacarle la que más amaba, o por alguna manera de diez maneras que son de celosías, las cuales omito y dejo de decir por no ser prolijo y avisador de mal hacer. ¿Y viste, u oíste que alguna matase marido, hermano, primo u otro cualquier pariente, por haber a su voluntad a su coamante? ¿Y viste nunca madre consentir en muerte de hijo o hija por no ser descubierta, por cuanto el hijo o hija le había el tal pecado sentido o visto? Dentro en Tortosa yo vi hacer justicia de una mujer que consintió que su amigo matase a su hijo porque no los descubriese. Yo la vi quemar porque dijo el hijo: «Yo lo diré a mi padre, en buena fe, que dormistes con Irazón el pintor». Díjolo la madre al amigo, y ambos determinaron que muriese el niño de diez años; y así lo mató el amigo, y la madre y él lo soterraron en un establo. Fue descubierto por un puerco después, y así se supo. ¿Viste quién su padre matase por robarlo e irse con su coamante? Yo vi una mujer que se llamaba la Argentera, presa en Barcelona, que ahogó a su padre y metió al amante en casa, y le robaron y dijeron otro día que se era ahogado de esquinancia. Después la vi colgar por este crimen que cometió, y era una de las hermosas mujeres de aquella ciudad -la historia de cómo fue, de cómo se supo y cómo fue sentenciada, sería luenga de contar- y aun en postremo el verdugo, cuando la descolgó, se echó con ella. Y mandábanle matar, y por ruegos de algunos fue públicamente azotado por Barcelona, año de 28. Y aun en esto deben tomar ejemplo los que quieren a veces porfiar con Dios y su justicia, que esta por este crimen estuvo mucho presa y por ruegos de muchos querían soltarla. Y yo hablé con ella en la cárcel, y rogué y puse rogadores, y ella nunca quiso sino salir por sentencia, hasta que fue después su amigo hallado y preso y tormentado, y confesó la verdad, y huyó de la cárcel. Y ella fue colgada; que fue juicio de Dios donde ella hubiera de haber toda la culpa de la muerte de su padre. Y Dios quería que aun ella viviese e hiciese penitencia y ella no quiso, y así acabó. Y aun después de muerta fue causa de la deshonra del verdugo; que hay personas que en vida y en muerte siempre hacen mal o son causa de todo mal, que en tal signo nacieron.

Vi más en la dicha ciudad de Tortosa, por ojo, dos cosas muy fuertes de creer, pero, ¡por Dios, yo las vi! Una mujer cortó sus vergüenzas a un hombre enamorado suyo, al cual llamaban Juan Orenga, guarnecedor de espadas, natural de Tortosa, porque supo que se era con otra echado. Tomole un día retozando su vergüenza en la mano y cortóselo con una navaja, y dijo: «¡Traidor, ni a ti ni a mí ni a otra jamás nunca servirá!». Tiró y cortolo, y dio a huir luego ella, y quedó el cuitado desangrándose. Y yo fui hablar con él a su cama y me lo contó todo cómo le engañara, y la manera fue esta: ella se había quejado a su marido que no se podía defender de aquel mancebo, y el marido suyo era marinero y patrón de una barca de llevar trigo y lanas, y no se atrevía a hacer él lo que la mujer suya hizo, por cuanto tenía muchos parientes el otro enamorado en la ciudad; pero dijo: «Mujer, yo cargaré mi barca para Barcelona, y mientra yo en el viaje, haz tú lo que conviene». Y así se hizo, que partió el marido con su barca. Fue luego la mujer a decir al enamorado, lunes por la mañana, estando él poniendo su tienda y sus espadas colgando en su botica, y díjole: «Orenga, hoy en el alba partió mi marido; vente cuando quieras». El otro amolo oír. Y ella fuese a su casa y tomó una navaja y púsola entre los almadraques bien escondida. Y adobó el cerrojo de la escalera y de la puerta de la calle para cuando huyese y lo pudiese bien cerrar. Y el otro vino con su espada y broquel y entró. Y ella díjole: «Sube acá». Y él subió a la cámara, y díjole: «Pon la espada y el broquel, que bien sé que no has de estar armado». Y él fiose de ella e hízolo así. Y comenzó con ella a retozar, y queríala echar en la cama; y ella nunca consintió, sino que quería estar a la cama arrimada donde tenía la navaja. Y él, medio cansado, hubo de hacer lo que ella quería; pero estaba tan frío que no podía usar con ella. Y ella, desde que vio esto, tomóselo en la mano riendo y jugando, y, cuando vio que era hora, volvió la otra mano hacia los almadraques y sacó la navaja y tiró y cortóselo todo con la navaja, y aun en el muslo un poco, y dio a huir la escalera abajo y cerró tras sí; y el otro quedó desangrándose, y así se le llevaron de allí.

Vi más: una mujer casada que con los dientes cortó la lengua a su marido, que se la hizo burlando meter en la boca y apretó los dientes, y así se la cortó y quedó mudo y lisiado. Huyó luego la mujer a un monasterio de menoretas; y fuele demandado por la justicia porqué lo había hecho: dijo que lo vio hablar con una de quien ella se sospechaba en secreto muchas veces. Díjole: «Con esta jamás a ella ni a otra hablando engañarás».

De estas muertes y lesiones y otras muchas te contaría; pero hoy al mundo son tan notorios estos males, que superfluo es alegarlos; que estas y otras muchas y diversas maneras de muertes contecen por amar de cada día. Donde se concluye que aquel que ama el quinto mandamiento traspasa, matando o en muerte consintiendo.




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Capítulo XXV

Del sexto mandamiento


El sexto mandamiento es: «No serás ladrón ni cosa ajena hurtarás». Di, ¿hurtaste nunca para dar a la tu coamante? Y si por ventura no alcanzabas, y sabías que tu amada te amaba sólo porque le dieses, pues por no tener y no perderla, ¿hurtaste o barataste de Dios o de sus santos para darle y su voluntad cumplir? Pues yo creo que sí. Si tú dices que no, ¿hurtaste jamás joyas, dineros y otras cosas por llevarle y que fueses de ella bien recibido? ¿Hurtaste a tu padre o madre para dar a tu amante? ¿Hurtaste a tu señor de su casa para tu coamante pan, vino, carne y otras cosas por dar y mantener la que amabas y bien querías? ¿Hurtaste, tú, casado, escondidamente a tu mujer joyas, ropas y algunas otras cosas, sortijas, almanacas, cambray, crespina, albanega, mangas de impla, arracadas, manillas y otras joyas para dar a tu coamante, por do a las veces cuando se lo conocen, por bien que lo trasmude, se siguen muchos daños, escándalos y males? ¿Hurtaste jamás en viñas y huertas ajenas frutas verdes y maduras, rosas y otras cosas, destruyendo lo que otro labró y plantó, para dar a tu enamorada? ¿Hurtaste en huertas ajenas peras, peros, melones, cidrias, naranjas, limones, para presentar a tu dama? De ser ladrón el enamorado no se excuse; que del pie del Crucifijo lo llevaría para dar a la su coamante. Pues guarda cómo de deshonestamente amar se sigue el hurtar para contentarla, que es el mandamiento sexto. ¡Oh quién hubiese de escribir otras infinitas maneras de hurtos, que muy superfluo y largo sería explicar!




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Capítulo XXVI

Del séptimo mandamiento


El séptimo mandamiento es que no harás fornicio ni lujuria cometerás. De este mandamiento hablar sería superfluo, como sea notorio y cierto los amantes aquella fin amar para su apetito y desfrenada voluntad cumplir. Aunque algunas veces aman algunas de buen corazón y amor por casarse con ellas y tomarlas por compañeras, sintiendo en ellas buenas costumbres y virtudes honestas; y otros, por verlas hermosas y graciosas, ámanlas y quiérenlas por casar con ellas. Pero a uno de estos hay ciento ventores y burladores de los otros. Así que todas sus galas, bailes y danzas solaces y tañeres y coplas y aun cartas, justas y torneos, toros y aun gasajados, bien vestir, mejor calzar, y todas otras cosas de estas por tal causa y fin se hacen. Lo demás por alcanzar las que más aman y por con ellas deshonestamente usar. E demás, que cuando en uno son amos ayuntados, ¡cuántos actos deshonestos de lujuria cometen que no son de decir ni escribir al presente! Por ende quédese. Piensan no caer sino en un solo mortal pecado, y, aquel usando, otros muchos cometen locamente usando. Pues piense el que pensar quisiere, que cuanto mayor y más es el deleite del pecado, tanta ha de ser más y mayor la pena o la penitencia por él hecha. Por ende, ¡come bien, hijo, que tú escotarás! Al pagar será el dolor; con alegría y cantando se comete, más con tristeza y llorando se purga y paga. Pues esto procura el desordenado amor: de quebrantar el seteno mandamiento de Dios lujuriando.




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Capítulo XXVII

Del octavo mandamiento


El ochavo mandamiento es que no harás falso testimonio ni contra ninguno le levantarás. Dígote, pues, si tú que amas jamás levantaste falso testimonio contra alguna o alguno por amor de aquella que más amabas, que digas «no», yo te lo pruebo. Di, ¿cuántas veces preguntado te fue: «Di, amigo, qué mujer es Fulana»?, y tú respondiste: «Es una mala y falsa mujer, malvada de su cuerpo; quien no la quiere no la ha; parlera, embriaga, mentirosa, sucia, bellaca y mucho vil». Y tú esto decías por ventura porque no te daba lugar que hubieses habla o entrada con aquella que tú amabas, o era su vecina o dijo algo de ti, que te vio venir o hablar, o moza, o cartas enviar; y tú levantástele por malenconía lo que en ella no era. Más: di, ¿difamaste algunas hablando con la que amabas, por dar loor de ella, y que se glorificase como era gentil, diciendo: «Fulana es tal y Zultana tal: la una es amiga de Pedro, la otra tiene un hijo de Juan; aquella duerme con Rodrigo, la otra vi besar a Domingo»? Y muchas de estas cosas y otras acostumbran los amantes decir a sus amadas, cuando delante les están, por darles a entender que no es ella sola la que es enamorada y errada; que otras muy muchas hay en la villa y lugar, por dar color a la otra necia, que no se tenga por menguada por amar y tal crimen cometer que mal de muchos gozo es. Pero esto tal levantó el amante e hizo falso testimonio contra aquellas que nunca tal de ellas vio ni oyó. Esto hace desordenado amor en esta y otras maneras: levantar falso testimonio los amantes, que es el ochavo mandamiento traspasar.




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Capítulo XXVIII

Del noveno mandamiento


El noveno mandamiento es: «Guardarás la mujer de tu vecino como la tuya misma». En este mandamiento el hablar es ya por de más; que ya ves los amantes cómo guardan las mujeres de sus vecinos. Guárdelas Dios que puede, y guárdese el vecino que no tenga hermosa mujer: si no, el que más amigo se mostrare, aquel le andará por burlar. El cuitado a las veces, movido de buen amor y amistad fraternal, convida o lleva su amigo a su casa y muéstrale buena cara y buen semblante, y el otro traidor mira de mal ojo a la mujer cómo se la sonsacará. Por tanto dice el ejemplo: «A las veces lleva el hombre a su casa con que llore». Pero en este caso los viles y para poco son de reptar que tales cosas cometen. Como no sean los amigos todos de una masa ni voluntad -que en este caso do hay malos, eso mismo hay buenos- pero todavía es dudoso amigo mozo do hay mujer moza, y no digo más y cíñome esta fonda: «peligroso está el fuego cabe la estopa». Y a las veces ellas son causa, a las veces ellos que lo sienten y lo consienten; a las veces los tales amigos que se lo quieren. Que ya hay hombres que no tendrían a prueba de mujer por amistad ni parentesco: pues el que a la parienta fallece, ¿qué hará a la mujer de su amigo? Por ende, todo casado y por casar, si fuere cojo o tuerto o mal pareciente -como estos por la mayor parte posean las más hermosas mujeres- guárdese de llevar a su casa hombre lozano, mozo y hermoso; que sepa que su mujer a aquel se le va el ojo por el deseo que an de contratar con hombres de gala y manera y que entiendan el mundo y su amor. Y esto por que se ven lozanas y mal empleadas en poder de algunos torpes, sucios y criminosos, y de feas tachas cubiertos, dignos por sus hechos de tañer la cornamusa. Pues si hablamos de frailes y abades, en este caso no digo nada, que animales son de rapiña, que cuando no tienen de suyo acórrense de su vecino. Y ya no hacen mención hoy los hombres de las mujeres en este caso -que es muy grande vergüenza a ellos y poca firmeza y constancia de ellas- diciendo: «Guarda, no lleves a tu casa tal hombre, si no, hecho es el tejuelo». O, en otra guisa, cuando ven alguno salir de alguna casa do hay mujer moza, luego presumen y aun dicen: «¡Guay del mezquino que está trabajando, y don Fulano huelga y sale de folgar de su casa!». Y así de otros de mayor estado, diciendo: «Tal escudero está en la frontera, y tal le da en la mollera». Pero no dicen, por cierto: «Yo bien sé que aunque tal hombre entra y sale en tal casa, tal es ella sin falta, que aunque él quisiese, nunca ella consentía», sino dan a entender que no hay sino entrar, demandar y recaudar. Por ende dije que no hacen cuenta que ellas lo han de negar o por su honra resistir; sino allí entra, hecho es; allí habla, cumplido es; no dando por las mujeres en este caso nada, sino que no es demandado cuando ya es otorgado. Por ende bien puedes considerar, según ya de alto dije, cuánto es la mujer del prójimo y vecino hoy por sus amigos y extraños guardada. Pues bien podemos decir que por loco amor el noveno mandamiento es quebrantado y traspasado en desordenada codicia a todos común y general.




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Capítulo XXIX

Del décimo mandamiento


El deceno mandamiento es: «No desearás las cosas de tu prójimo». Pues aquí no conviene decir nada; que experiencia nos muestra de cada día cuántos son los desordenados deseos que por los amantes vemos en desear hijas ajenas, mujeres ajenas, sobrinas, primas, hermanas y otras cualesquier mujeres que son de otros; no deseándolas con celo bueno ni con amor propio, sino con desordenada codicia para pecar y su voluntad y apetito desfrenado cumplir. Y de esta regla no sacó emperador, rey, conde, duque ni otro señor que vista hermosa mujer, que no la codicie y su poderío no haga por haberla y alcanzarla. Pero sus mujeres o parientes que sean bien guardadas y que ninguno no se enamore de ellas, sino que muera quien tal cometiere ni en solas las mozas de su casa; y ellos pero que sean francos como el camello del Taborlán, que sin pena podía pacer por do quisiese. Así que son muy celosos y guardianes de lo suyo y francos para lo ajeno damnificar y deshonrar de deudo debido. Por ende, brevemente ve aquí cómo amor desordenado hace quebrantar y traspasar todos los diez mandamientos por Dios ordenados y mandados guardar. Por ende, ¿quién es el tal ciego, loco, sin seso, que, por un poco de amor loco y vano, tanto daño quiere soportar? Pues bien podemos tener y decir que amor desordenado raíz es de todo pecado. Aun más te digo: que desordenado amor es causa de cometer los siete pecados mortales, y uno no fallece que por los amantes no sea cometido, según verás aquí por el proceso.




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Capítulo XXX

Del primero mortal pecado


El primero mortal pecado es soberbia, do dice que el hombre no debe de ser soberbio, sino paciente y honesto. Pues dime ahora, amigo, que Dios te valga, ¿viste jamás hombre enamorado que no fuese elato, soberbio y orgulloso, y aun tal que no es menester que ninguno le hable contra su voluntad, y casi a los otros tiene en poco y menosprecio, que les parece que todos son nada, hijos de nada, sino él? ¿El hablar muy pomposo y con gran fausto haciendo gestos y continencias de sí cuando habla, alzándose de puntas de pies, extendiendo el cuello, alzando las cejas en aquella hora de aquella elocuencia y arrogancia abajándolas cuando le dicen o hacen cosa que no le venga de aire, para amenazar; muy presto para matar y degollar de papo, que no hay cosa que de delante se le tenga? Cuando toma su caballo -si es de tal estado-, cuando fuere por la calle no guardará a asnos ni burras, pobres ni mal vestidos, que con todos no tope muy descortésmente, sin mancilla ni duelo, con la fantasía y orgullo que en el cerebro lleva de su dama; muy estirado sobre su silla, estrechamente ceñido, tiesto, yerto como palo, las piernas muy extendidas, trochando los pies en los estribos, mirándoselos de cada rato si van de alta gala, la bota y el zapato muy engrasado, la mano en el costado, con gran birrete italiano o sombrero como diadema, abarcando toda la calle con su caballo trotón, jaca, mula; de través brocando y de espuelas hiriendo y con sus piernas y pies a cuantos halla encontrando y derrocando, con su gritillo: «¡Ya! ¡viva la linda enamorada mía!». Pues ¿cuál le hará demás a este tal? ¿Quién le contradirá a lo que bien o mal hiciere, que luego con soberbia no le coma vivo o le envuelva en el pliegue de la boca al más ardido que le venga? Pues eso mismo si es de pie y va con espada y broquel. ¡Afuera los garzones, que vienen los locos amadores! No entiende que Hércules el fuerte, ni Goliat el gigante, ni Sansón, ni Alejandro, ni Nembrod el grande fuesen para hacerle de más. Y no hay en la vecindad hombre ni mujer donde la su coamante estuviere que le ose hablar, ni mirar, ni decir nada, sino luego son las amenazas en tabla, y jurar y renegar y panfear con soberbia y jactancia. Eso mismo digo de caballeros, burgueses y otras personas de estado o manera cualesquier que aman locamente; que tanta es su soberbia que no caben en el mundo, a las veces de suyo, a las veces con favor de aquellos con quien viven. Y vienen ya en tal especie que a las veces por fuerza las mujeres y las hijas de los buenos hacen ser malas. Que, cuando no quieren las tales consentir a su voluntad, luego son las difamaciones, los libelos difamadores puestos por puertas, las palabras injuriosas dichas de noche a altas voces a sus puertas; y, aunque no osen tornar ni hablar palabra hasta que, o por fuerza o por mal grado, se ha de hacer lo que a ellos pluguiere por soberbia pura y fuerza, sin temor de Dios ni de la justicia y sin vergüenza de las gentes. Pues ves aquí el primero mortal pecado cometido, y mucho se podría decir más prolijo, pero por no ser enojoso ceso de escribir largo.




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Capítulo XXXI

Del segundo pecado mortal


El segundo pecado mortal es avaricia. En este ¿quién duda si pecan aquellos que en hora mala aman? No son contentos de cuanto tienen: no los hartaría la mar por andar locos y arreados y por hacer justas y meneos. Y jamás verás a ninguno abrir la mano a hacer franqueza sino a su coamante, o a los que la tratan o saben o son alcahuetes o mensajeros de ella. Allí sueltan las riendas en dar, que no hay detenimiento en dar joyas y paños, comer y beber y gasajados; pero en todo otro lugar la su avaricia y tenacidad es tanta cuanta experiencia demuestra cada día. Y están pensando como el sapo, que le ha de fallecer la tierra para comer, todavía demandando quién tuviese, quién hubiese, quién alcanzase. Pero prueba de sacar de él un pelo, y verás que es lo que te digo, salvo si eres del partido, que sepas o ayudes a sus negros amores. Sacar de ellos en otra manera algo ni nada no lo han de costumbre. Pues vete aquí el segundo pecado mortal cometido por desordenado amor.




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Capítulo XXXII

Del tercero pecado mortal


El tercero mortal pecado es pecado de lujuria. Pues por este y con este y sobre este pecado se hace todo y por todo -¡Y cuántas maneras exquisitas de amar son halladas, y cuántas cavilaciones, prometimientos y juras se hacen, como en los mandamientos suso dije; a esta fin de hacer lujuria y su vano apetito cumplir se hace todo!-. Pues, bien parece que el que ama cae en el pecado de lujuria, y, si la obra no le ayuda, la voluntad no es duda ser presta y, pues no quedan por él, ni grado ni gracias a él; que el pecado consentido mortal pecado es dicho, si del número de ellos es.




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Capítulo XXXIII

Del cuarto pecado mortal


El cuarto pecado mortal es envidia. Pues dime, ¿cuál hombre o mujer ha mayor envidia, ni haber puede, que el que ama? Envidia de su amiga, esto no es duda; que no querría que otro ninguno a ella le llegase. Envidia de otra si es más lozana que la suya, o de mejor cuerpo, o más rica, o de mejor linaje; de todo muere, que ha tanta de otras envidia que fuego le quema los hígados de dentro. Demás, envidia de otros que aman como él a otras más galanas. Envidia, si es feo, de otros que son hermosos. Envidia, si es lisiado, de otros que son sanos. Envidia, si es viejo, de los otros si son mozos. Envidia de los otros decidores, cantadores y de otras infinitas cosas a amar necesarias. Envidia si su dama vuelve el ojo a otro que mejor le parezca. Envidia si a otro su dama alaba o bien dice de él; luego le dice: «Pues tanto le loas, vete con él» o: «¿Quieres que te le traiga acá? Folgarás con él, pues tan bien te parece». Envidia si otro ama a su dama -¡aquí es la dolor!-. Envidia si son más graciosos otros en amar, más gentiles en sus hechos y más poderosos en bienes o estado, de más hermosos cuerpos. Envidia por haber y alcanzar cómo habrá jaeces y ropas, joyas para las cañas jugar y por andar galán y arreado. Y lo que de ellos digo, entiendo de ellas decir en estos y otros pasos ya dichos y contados. Por ende ve aquí cómo el que ama en pecado de envidia le conviene de pecar.




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Capítulo XXXIV

Del quinto pecado mortal


El quinto pecado mortal es gula. De este no se puede excusar el que ama o es amado de muchos excesivos comeres y beberes en yantares, cenas y placeres con sus coamantes, comiendo y bebiendo ultra mesura; que allí no hay rienda en comprar capones, perdices, gallinas, pollos, cabritos, ansarones -carnero y vaca para los labradores-, vino blanco y tinto, ¡el agua vaya por el río!, frutas de diversas guisas, vengan doquiera, cuesten lo que costaren. En la primavera barrines, guindas, ciruelas, albérchigas, higos, brevas, duraznos, melones, peras vinosas y de la Vera, manzanas jabíes, romíes, granadas dulces y agridulces y acedas, higo doñengal y uva moscatel; no olvidando en el invierno torreznos de tocino asados con vino y azúcar sobrerraído, longanizas confeccionadas con especias, jengibre y clavos de giroflé, mantecadas sobredoradas con azúcar, perdices y vino pardillo, con el buen vino cocho a las mañanas, y ¡ándame alegre, plégame y plegarte he, que la ropa es corta, pues a las iglesias vamos! Aquí veréis con este tal los sentidos trocar, las voluntades correr, el seso desvariar, el entendimiento descorrer: alegría, placer, gasajado, y vía después a llorar. Pues a la noche confites de azúcar, citronas, estuches, ciliatre, matafalúa confita, y piñonada, alosas y tortas de azúcar, y otras maneras de preciosas viandas que dan apetito a mucho comer y beber más de su derecho. Pues, aguas rosadas y de azahar almizcladas, abundancia sin duelo, sahumaduras preciosas sevillanas, catalanas, y compuestas de benjuí, estorach, linum áloe, laúdano, con carbón de sauce hechas como candelillas para quemar; solaces, cenas, almuerzos y yantares por do el comer y beber más de derecho no se puede excusar. Por ende conviene después de mucho comer y de mucho beber muchas diversas y preciosas viandas lujuria cometer. Y de todo esto el desordenado amor causa fue. Pues verás cómo el que ama, amando, gula por fuerza ha de cometer.




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Capítulo XXXV

Del sexto pecado mortal


El sexto mortal pecado es ira. Pues como suso en la soberbia dije, no ha cosa más irada que amador o amadora, si le tocan en cosa que bien o placentería no le venga. ¿Qué te parece en cómo luego en un punto es la ira en él tanta y tan grande que no cabe en sí, más que más si no le responden sus coamantes al son y voluntad que ellos querrían? Cuando más no pueden, de malenconía, si algún cuitado o cuitada encuentran con quien delibrar hayan, so la tierra los cuidan hundir. Y otros con ira dan mal yantar y peor cena a los de su casa. Otros acuchillan perros y otros animales que hallan por la villa de enojo y malenconía; otros pican los cantones con las espadas hasta quebrantarlas con pura malenconía; otros se van mordiendo los rostros y los bezos, apretando las muelas y quijadas, echando fuego de los ojos de ira y malenconía; otros dan palos, espoladas y malos días a sus mulas y caballos, haciéndolos estar sin comer hasta la noche, cuando más, danles con el celemín en la cabeza. Esto con ira y malenconía porque su coamante no le respondió a su voluntad o le mostró falso visaje, diciendo: «¡Pese a tal con la puta, hija de puta! Háceme desgaires y de los ojos señales y háceme esto y aquello, y ahora dame del ancha, y háceme el juego de anda liviano, guíñame del ojo y dame pujés con la mano. Pues, ¡para el cuerpo de tal, el diablo quizá nos metió en este berenjenal! En tanto que toma ira tanta que cuida reventar, diciendo: «¡Reniego, descreo, para el cuerpo de tal y para el santo! ¡En hora mala me conoció! ¡cuando le doy, ándame alegre, cuando no le doy, el rostro tuerce!». Así que los amantes de muchas maneras de ira son visitados, largas de escribir y decir aquí. Pues ves aquí cómo el sexto mortal pecado se comete amando o siendo amado.




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Capítulo XXXVI

Del séptimo pecado mortal


El séptimo mortal pecado es pereza. Este muy bien comete el que es enamorado; que no hay en el mundo cosa en que diligente sea, como ya de suso dije, sino en aquellas cosas que a sus amores pertenecen. En toda otra cosa es perezoso, pesado, dormidor, no le moverían palancas a otro bien hacer. Es muy tardío en sus hechos o vagaroso en los ajenos, a tanto que nunca le manden trabajar, salvo cerca sus amores. En aquello pone toda diligencia, todo corazón y toda voluntad. Demándote más si es perezoso el que está con su coamante en la cama hasta mediodía, y a las veces come y bebe con ella en la cama dentro. Demándote si es pura pereza el que así estando le dicen: «Levantadvos, que habéis de hacer tal cosa». Y bostezando y esperezándose, extendiendo los brazos responde: «Déjame, que tiempo hay harto para lo hacer después». Y demás diciéndole: «Señor» o «Amigo, catad que vos han llamado que vayáis a consejo de la ciudad», o, si es labrador, «que vayáis a labrar», o «vayáis a hacer tal mercadería», o «vos, clérigo, que vayáis a misa de prima o maitines o nona», esto según cuál estado de tal hombre. Y luego responde: «No puedo ahora, que estoy enojado», o «Esta noche no he dormido», o «Di que no me hallaste», o «Di que no estoy en casa», o «Dile que después iré». Y esto por gran pereza por no dejar la costilla del costado; o dice que está sudando y se resfriaría si se levantase. Pues ve aquí cómo el séptimo pecado mortal comete el que ama de amor loco.

Pues si dijésemos cuáles hombres son para amar, qué condiciones han de haber, cómo y en qué manera han de usar, qué se requiere para bien amar, aquí parecería quién y cuáles son los que aman, o si desfaman con sus asonadas, tañeres y cantares que hacen por plazas y cantones, dándole a sentir a todo el mundo: «¡Catad que yo amo a tal, y quiero que lo sepáis!» a manera de pregón real. Ellos son los pregoneros, los instrumentos -laúdes, guitarras, harpas y bomborras, rabel, media vigüela, panderos con sonajas- estos son las trompetas. Empero es verdad que cada cual dice que ama, pero muy pocos son dispuestos para amar, ni aun ellas dispuestas para amar ni ser amadas. Suma: que de amor loco el que es herido, los diez mandamientos traspasa, como oíste, o la mayor parte de ellos; los siete pecados mortales en obra pone y comete por la mayor partida. Pues, amigo, considera qué provecho trae locamente amar y cuántos inconvenientes de ello se siguen. Pues, quien loco no fuere y seso tuviere, tome lo que le cumpla, conozca mal y bien, y use de lo mejor y más provechoso. Y quien orejas tiene, oiga y por obra bien lo ponga; que yo mucho más me alargara a hablar en los estados de los seglares y de los religiosos y religiosas en este caso, mas dijera por una boca y oyera por mil; fuera ganar enemigos y enemigas, maldiciones y denuestos en mis días y mal siglo después de muerto. Aunque, ni por todo esto no debe hombre dejar de decir la verdad, pero es menester que el que reprende, reprensión en él no haya; y como de esto no me sienta yo libre, hablar poco y temeroso sabieza es; aunque en general a todos es dado decir y hablar, corregir y castigar, pero en especial a muy pocos es bien contado. Por tanto dice el ejemplo: «Sigua el tiempo quien vivir quisiere, sino hallarse ha solo y sin argén». E por no ser prolijo ni enojoso concluyo que decir no oso, por cuanto a muchos en mis días vi y oí, así predicadores como otros decidores, delante reyes y otros señores atreverse a decir la pura verdad, y hallarse de ello mucho mal, y hacerlos callar, por letrados y devotos que fuesen. Pues quien en ajena cabeza castiga, digno es de loor.




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Capítulo XXXVII

Cómo el que ama pierde todas las virtudes


Los que bien considerar quisieren en lo suso razonado, largamente hallarán no tan solamente aquel de que suso escribí, que de amor indebidamente usare traspasar los diez mandamientos y los siete pecados mortales por obra poner, mas aún sus cinco sentidos perder, o al menos tanto debilitarlos, que apenas darán de sí ejercicio cual deben natural, intervinientes los graves pensamientos; y demás te digo que el hábito de la lujuria priva con efecto al natural juicio; y demás carece de toda fortaleza, y de día en día se va decayendo hasta venir a la muerte, pues para al tal pecado resistir no tiene fortaleza alguna. Pues, constante y fuerte será dicho el que a los movimientos primeros sabe resistir, no siendo en el hombre; por tanto, es dicha fortaleza, y fuerte y constante quien de esta virtud usa. Bien podemos, pues, decir por una vía o por otra, así por fortaleza y constancia espiritual como temporal, que el tal, amando, carece de fortaleza. Pues templanza en él no la esperes; que el que no es en sí ni suyo de sí, ¿cómo ha de tener templanza en sí, como templanza sea dicha medio y virtud de dos viciosos extremos? Pues justicia no la demandas en él, que no la tiene ni de ella puede usar. La razón es esta: ¿cómo usará de justicia el que quiere tomar o toma amor, o ama hija, mujer o hermana de otro, queriéndola deshonrar de hecho? Pues justicia sea dar a cada uno lo que suyo es, pues no tomar a su prójimo lo que suyo no es; que harto toma lo ajeno el que mujer, hija o hermana de otro deshonra, sabiendo que, después que el varón o mujer con el otro o con la otra usa, que deja padre y madre por él; que, según derecho, antes propiamente será dicho hurto, pues hurto es dicho tomar al hombre, o usurpar, o contrariar la cosa ajena contra voluntad de su señor. Si tiene prudencia en sí, o locura, el que lo susodicho comete, piense bien quien lo viere o lo oyere o supiere, pues prudente sea dicho aquel que a las cosas ante tiempo provee, por no errar al tiempo que vinieren. Y esta es una de las sabiezas sobre todas cuantas son, y el que la prudencia tiene, es tenido como por adivino, profeta o profetizante. Empero la pura verdad es que el tal provisto es dicho hombre sabio y prudente, donde la providencia nació, y de la prudencia derivó: que del prudente nace el providente. Por tanto, en el antiguo tiempo los profetas eran por sabios tenidos, porque lo venidero pronosticaban con el grande natural juicio a las veces; aunque comúnmente el espíritu de Dios era en ellos. Pues tornando al propósito, bien carece de estas cuatro virtudes el que locamente ama, y la mujer de otro con amenazas querría sonsacar, usurpar, tomar y deshonrar; que yo te hago cierto que de su propia voluntad nunca el padre a la hija, ni el marido a la mujer, ni el hermano a la hermana, a ti ni a otro ninguno dará; ni si se la tomares o burlares, sabe que no le placerá por especial señor y amigo carnal que suyo seas. Pero si me dices que a las veces los susodichos libran las tales mujeres a otros por dineros, dádivas o joyas, o algún servidor por hacer servicio señalado a su señor le libra su hermana, prima o parienta; la madre a la hija por dineros o riqueza; o el vasallo a su señor por ser despechado o más valer; o alguno otro por alcanzar favor de algún grande, y no se duele de la deshonor de su hermana o parienta; pues yo te digo que, si endiablado no es, que nunca su voluntad estará sana ni le placerá de ver en poder de otro deshonestamente lo que ama o bien quiere; y aunque parece a prima faz que se la libra o trae a su poder, hácelo este tal por su interés, mas no por su voluntad; o aun a las veces con mengua lo tal contece, o bien con pobreza: que no tiene con qué se mantenga, o andar arreado o arreada, conviene su locura cumplir librando la hija, hermana o parienta a quien les dé. Y acontece el casado no dar lo que ha menester a su mujer, antes él halla en casa comer y beber, y dineros para lo que ha menester. Este tal bien ve no sale tal ganancia de rueca, torno, coser ni broslar: pues conviene que calle, sufra y haga ojo de pez, y consienta a la mujer ser gallo y él que sea gallina con pepita. Pero ¡guay de aquel que tal comete, ni tal dinero da por tal mercadería! Y ¡guay de aquel que tal trato hace, ni tal libramiento ni mercadería trae, ni tal consiente para su cuerpo y ánima: que más le valdría todo mal sufrir que a mal consentir! ¡Oh cuántos caballeros y otros grandes, así seglares como de otra perfección, así ricos como poderosos, usan de esta mercaduría cuando saben hermosa mujer o moza que es pobre, y de parientes pobres, con dádivas y dineros hacerlas ser malas con muchas maneras que en ello saben tener, las cuales aquí explicando sería mucho más avisar que corregir ni castigar! Y cuando por aquí no pueden, hacen mover cuestiones y pleitos contra el padre o madre o hermano, porque vengan los tales, rogándoles a ponerse por medianeros y rogadores, a fin de haber lo que demandan de las tales; o hacerles mover ruido a los suyos con los parientes de la tal mujer, a fin que, viniéndole a rogar, haciendo el señor el bravo, haya de tener cargo el padre o madre o parientes de la moza, para que después hayan de hacer lo que él quisiere. Esto y otras infinitas maneras exquisitas tienen algunos para hacer lo que quieren con aquellos y aquellas que poco pueden. ¡Guay del ánima que todo esto lazrará, y aun el cuerpo su parte, cuando después, al cruel juicio, en uno se ayuntarán cuerpo y ánima! Quien esto pensase, de alguna tal cosa cometer se dejaría: que el que pensase en cómo el pecador ha de dar estrecha cuenta hasta de toda ociosa palabra y sin fruto dicha, ¿qué será de los males con deliberación dichos, a fin de mal hacer, detractar, difamar y deshonrar? ¡Oh quién apuntase aquí algún tanto! Y no digo más. Y si de los dichos esto es, ¿qué será de los hechos malos, perversos, hechos a todo mal hacer con propósito vindicativo y malo? Y otros que así son malos de sí, que nunca pueden sino mal hacer, mal usar y peor acabar, y así se van con todos los diablos a las infernales penas, privados de su juicio y entendimiento natural a la fin; que ni hace orden de cristiano, ni testamento, ni manda, ni puede dar poder a otro que por él lo haga. Y ¡guay del desaventurado que poder da a otro que ordene y disponga de lo que no sabe ni entiende! Y el difunto por mezquindad y poqueza de corazón, o por juicio de Dios, no quiso, ni pudo, ni supo su ánima ordenar, ni su hacienda disponer, ni sus deudas y cargos mandar pagar, y da su poder a quien nada de ello no sabe, o muy poco, y de lo suyo hace tal testamento que el difunto nunca hiciera. Basta que ponen en la procuración una general cláusula: «que ya de parte habló con él y le dijo su corazón y voluntad». Y es gran mentira y causa por do muchas cosas van como no deben y contra voluntad de los difuntos. ¡Oh, maldito sea -y entiéndame quien quisiere si pudiere- quien en poderío de otro su postrimera voluntad jamás dejare, ni tal poderío loco diere! Que tal «sí» cualquier loco decir puede en el tiempo de la muerte -mayormente que en tal punto ninguno no está en sí, ni puede decir sino lo que le consejan y mandan, o quieren que diga y otorgue- a las veces con miedo, a las otras con no saber o con estar fuera de seso o tormentado de dolor y turbado de entendimiento. Dícenle: «Decid sí», el marido a la mujer o el hermano a su hermano, o primo a primo, y estale mirando con los ojos rabiosos el sano al enfermo, amenazándole que si no otorga y dice «sí», que, ellos idos, le ha de matar; y con esto y otras cosas hacen decir «sí» al que de voluntad diría «no», y esto porque para tal tiempo se lo esperó, a la fin cuando no era en sí ni de sí, y quiso hacer de sí siervo do pudiera ser señor. ¡Oh quién pusiese aquí cuántas maneras se tienen en las muertes y fines de las personas! Sería enojar y avisar; por ende cesa la pluma. Sepa, pues, que será bien prudente el que en su vida lo suyo ordenare en sanidad, con su entero juicio y seso, y de lo suyo dispusiere por su mano, y su ánima y hacienda no la fíe más de otro que de sí, si de prudencia usar quiere. Y todavía su ánima encomiende a quien su ánima más que riquezas ni cuerpo ama y bien quiere, y no digo más. Pero si el contrario hiciere cualquier, sé que se arrepentirá; que si muere habrá a nuestro señor Dios por juez para sentenciar, y al maligno espíritu por autor demandante, y el ánima será el reo defendiente; abogados de ella la Virgen sin mancilla, santos y santas y los ángeles de paraíso; abogados de Satanás será la corte infernal; procurador del ánima el ángel a quien de su corazón fue encomendada; contrario procurador el enemigo que pone la demanda; los testigos del ánima serán Dios y el ángel y su conciencia; los testigos del ángel malo serán las obras malas y malos hechos que mientras vivió obró y cometió; el proceso del ánima será la vida y el tiempo como lo gastó; notario será el mundo do lo cometió; la sentencia o será ingente dañación, o eterna salvación, do toda apelación cesará. Amigo, pues, guarda qué encomiendas y a quién lo encomiendas: y si alguno, pospuesto todo temor de Dios y su justicia, de esto como ciego el contrario hacer quisiere, y sentimiento de sí y de su ánima no hubiere, esto le provendrá del su antiguo mal usar y perseverar sin enmienda y por los pecados suyos feos y pasados, envejecido en ellos, que ya le parece que matar hombres no es nada. E de allí proviene que a la fin place a nuestro Señor de privarle del entendimiento; que, pues no le conoció en la vida, que en la muerte no sepa quién es, ni de él haya memoria, ni le confiese por la boca. Pues demándote si es prudente o si es loco el que por locamente amar quiere sufrir cuantos males susodichos son. Pues, el que de tal amor se pica fortaleza no la tiene; templanza mucho menos; justicia no es en él; prudencia ni aun verla: que el que tuviese fortaleza, a lo menos en el entendimiento, y fuese constante, no buscaría por malas maneras haber lo ajeno. Ítem, el que templanza en sí hubiese, no sería tan desmesurado contra otro. Ítem, si justicia en él hubiese, no tomaría lo ajeno. Ítem, si fuese prudente, no haría tanta locura. Pues, caridad, fe ni esperanza menos en él las esperes; que estas tres virtudes juntas con las susodichas son siete virtudes. Concluyendo: que tenemos ya que el que locamente ama traspasa los diez mandamientos, y aun comete los siete pecados mortales; demás no usa de cuatro virtudes cardinales que tiene de haber, antes las corrompe; los cinco sesos corporales anula y hace a menos venir, que ni corporalmente ve las mundanas cosas buenas para hacer bien, ni las espirituales para bien obrar; ni puede oler los olores de honestad y pudicicia; ni los de paraíso puede sentir; ni el gusto del comer, del ánima ni el corporal, para cómo debe el cuerpo sustentar; ni siente en qué anda, ni en qué mundo vive; ni espiritualmente siente los santos y santas de paraíso cómo poseen gloria por Dios amar; ni tiene en las manos sentido corporal ni espiritual, por cuanto las tiene adormidas del gran frío que es el pecado en que envuelto anda; eso mismo los pies corporales y espirituales tiene atados, que ni andan pasos de romerías ni de cosas meritorias, ni por contemplación no anda por los martirios de Jesucristo, y de aquellos que por Él muerte sufrieron. Las obras de misericordia ¿cómo las cumplió: las corporales visitando enfermos y tribulados? ni dio a comer ni a beber al menesteroso, ni redimir cautivos, ni vestir pobres, ni acogerlos, ni defenderlos. Ni eso mismo las espirituales obras de misericordia; que ni es para bien alguno enseñar, ni consejar, ni para castigar a los errados, ni para consolarlos; ni es para sufrir injurias, ni las ha él hechas remitir, ni aun poderlas soportar, ni para saber orar y a Dios alabar, ni para saber los simples instruir cómo se deben regir para bien vivir. Pues el que esto hace, estas obras siete de misericordia cierto es que no las cumple, corporales ni espirituales. Pues, amigo, abre los ojos espirituales y corporales; mira y ve cuántos daños de locamente amar provienen, por donde no solamente el tal pierde la vida perdurable, mas cobra las penas infernales. ¡Ay del triste que espera pasar por sus deméritos tantas y tan crueles y perpetuas penas! Que si considerase en cómo un dolorcillo de cabeza, o ajaqueca, o de ijada, de lomos, de vientre, de riñones o de costado, o una calentura, o terciana, o cuartana o otra cualquier dolencia o pasión, y cuando le dura algún tiempo, cómo le saca de entendimiento y le hace desesperar, maldiciendo su ventura y aun el día en que nació; o una espina chiquilla que en el pie, o mano o dedo le entre, cómo le hace rabiar; o un dolor de muelas, o dientes, o de ojos, o de orejas, o dolor de gota, o de ciática, o torcedura de pierna o brazo, o de otras muchas enfermedades que a las personas vienen. Pues ¿qué debe hacer aquel que sufre o ha de sufrir aquellas terribles penas y tormentos crueles, más sensibles sin comparación en millares de veces que las que acá padecen? Y en los de acá hay remedios de físicos, yerbas y medicinas; en los de acullá no hay remedio ni esperanza, salvo en los de purgatorio. Y esto es cuanto al ánima, que después en el final juicio, en la resurrección, cobrado su cuerpo, el ánima doble pena que de ante soportará, ca juntos cuerpo y ánima penarán maldiciendo el su criador; maldiciendo el ánima el año, el mes, el día, la hora, el punto, el momento y el instante en que fue criada; eso mismo el cuerpo, cuándo fue concebido, engendrado, animado, nacido y criado; maldiciendo su padre, y madre, y la leche que mamó; maldiciendo los años y tiempos que en este mundo vivió; maldiciendo su voluntad desordenada, su apetito voluntario, su querer demasiado; maldiciendo su corto juicio, su seso loco y desvariado; maldiciendo sus feos pecados que a tal estado le trajeron; maldiciéndose cómo a su Dios y criador no quiso creer y conocer; maldiciendo su conciencia por no creerla. Y así penado y atormentado, como desesperado, se encomienda a todos los diablos, pensando que sus penas habrían fin; y viviendo morirá, y muriendo, en nuevas penas, tormentos y dolores vivirá de cada día por siempre jamás. ¡Quien en Ti pensase, quien Te entendiese, quien bien Te considerase, quien bien Te llorase, quien Te conociese, quien no Te olvidase, quien escrito en el corazón Te tuviese, quien Tu vigilia bien ayunase, el tal mal hacer sería imposible!

Pues quien en esto pensase e hiciese cuenta en este mundo como que ve aquellas penas y las padece, y ya en esta vida se las dan, ¿haría tanto mal como de cada día hace? duda San Agustín en ello. Por ende, no alegue ninguno: «no lo supe, ni lo sentí, ni fui avisado, ni me lo dijeron»; que sería gruesa ignorancia no saber lo que es notorio a todos. No es esto crónica ni historia de caballería, en las cuales a las veces ponen c por b; que esto que dicho he, sabe que es verdad, y es deuda de faltar de ello o de gran parte. Y no pienses que el que lo escribió te lo dice porque lo oyó solamente, salvo porque por prática de ello mucho vio, estudió y leyó; y cree, según antiguos, grandes y santos doctores, ello ser así. Y de cada día tú lo puedes ver si quisieres, que, aunque mucho leer aprovecha y mucho entender ayuda, pero mucha prática y experiencia de todo es maestra y enseñadora porque hable el que lo habla sin miedo; que parece que lo ve cuando lo escribe. No dude, por ende, ninguno, que si lo susodicho leyere y diligentemente lo examinare, sentirá que huello por el camino verdadero. Pues harto debe ser ejemplo a los vivientes los ejemplos de los antiguos pasados, y harto es conveniente al que en ajena cabeza se castiga; y lo que otro con muchos daños y peligros pasó y corporalmente probó, y vio, que en un poco de escritura y papel, sin que se haya de poner a la muerte, se lo demuestre y dé castigo a mal hacer y remedio a mal obrar y consejo para de los lazos del mundo, del diablo y de la mujer ampararse y defenderse. Y si de lo susodicho o infraescrito alguno leyendo algo por obra pusiere, a Dios ruego que sea su enmienda relevación de algunas de mis culpas que tiempo ha cometí, y de las que cometo de cada día en satisfacción, y después de la presente vida de penas y tormento relevación. Amén.




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Capítulo XXXVIII

En conclusión cómo por amor vienen todos males


Por ende, visto el efecto que loco amor procura, y cuántos daños trae, veamos, pues, por quién nos condenamos, ni qué cosa son mujeres, qué provecho traen, qué condiciones tienen para amar y ser amadas, ni, finalmente, por cuál razón el hombre las debe bien querer. Y por tanto, al presente algunos vicios de mal vivir declararé en parte de mujeres; esto se entienda de aquellas que vicios y mal usar de sí partir sería imposible, las virtuosas, honestas y buenas como oro de escoria apartando: que si lo malo no fuese reprobado, lo bueno no sería loado. Y, por Dios nuestro Señor, firmemente creo que así como el oro es preciado entre los metales y se esmera y reluce entre ellos, así el buen varón o la buena mujer honestos y discretos son entre los viciosos y de mal vivir usados, rubí precioso, tanto, que comparación no sufren. Por ende, según los vicios por mi de alto de las mujeres malas nombrados y escritos, entiendo declarar y proseguir según que más y menos son. Vea, pues, cada cual en sí si es culpada y fiera su conciencia con verdadera corrección, no alegue: «Cuitada, quien esto supiera no errara». Por ende, comienzo en el pecado de la avaricia de las mujeres, y si algún hombre de ello en sí algo sintiere, tome el ejemplo de «A ti lo digo, nuera». De los viciosos no saco a mí de fuera, viviendo hasta que muera.




 
 
Fenece la primera parte de este tratado.
 
 



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Segunda parte

Aquí comienza la segunda parte de este libro en que dije que se trataría de los vicios, tachas y malas condiciones de las malas y viciosas mujeres. Las buenas en sus virtudes aprobando



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Capítulo I

De los vicios y tachas y malas condiciones de las perversas mujeres, y primero digo de las avariciosas


Por cuanto las mujeres que malas son, viciosas y deshonestas o enfamadas, no puede ser de ellas escrito ni dicho la mitad que decir o escribir se podría por el hombre, y por cuanto la verdad decir no es pecado, mas virtud, por ende, digo primeramente que las mujeres comúnmente por la mayor parte de avaricia son dotadas; y por esta razón de avaricia muchas de las tales infinitos y diversos males cometen: que, si dineros, joyas preciosas y otros arreos intervengan o dados les sean, es duda que a la más fuerte no derruequen y toda maldad espera que cometerá la avariciosa mujer con desfrenado apetito de haber, así grande como de estado pequeño.

Contarte he un ejemplo que conteció en Barcelona: una reina era muy honesta con infingimiento de vanagloria, que pensaba haber más firmeza que otra, diciendo que cuál era la vil mujer que a hombre su cuerpo libraba por todo el haber que fuese al mundo. Tanto lo dijo públicamente de cada un día, que un caballero votó al vero palo si supiese morir en la demanda de probarla por vía de recuesta o demanda si por dones libraría su cuerpo. Y un día el caballero dijo: «Señora, ¡oh qué hermosa sortija tiene vuestra merced con tan hermoso diamante! Pero, señora, ¿quién uno vos presentase que valiese más que diez, vuestra merced amar podría a tal hombre?». La reina respondió: «No le amaría aunque me diese uno que valiese más que ciento». Replicó el caballero y dijo: «Señora, si vos diese un rubí un gentil hombre que hiciese luz como un antorcha, ¿amarlo ibais, señora?». Respondió: «Ni aunque reluciese como cuatro antorchas». Tornó el caballero y dijo: «Señora, quien vos diese una ciudad tamaña como Roma cuando estaba en su éser, principado y señorío de todo el mundo, ¿amarle ibais, señora?». Respondió: «Ni aunque me diese un reino de Castilla». Desde que vio el caballero que no podía entrar por dádivas, tentola de señorío y dijo: «Señora, quien vos hiciese del mundo emperadora y que todos los hombres y mujeres vos besasen las manos por señora, señora ¿amarle ibais?». Entonces la reina suspiró muy fuertemente y dijo: «¡Ay, amigo! tanto podría el hombre dar que...!». Y no dijo más. Entonces el caballero comenzose de sonreír, y dijo entre sí: «Si yo tuviese ahora qué dar, la mala mujer en las manos la tenía». Y la reina pensó en sí, y vio que había mal dicho, y conoció entonces que a dádivas no hay acero que resista, cuanto más persona que es de carne y naturalmente trae consigo la desordenada codicia.

Por ende habe por dicho que si el dar quiebra las piedras, doblegará una mujer que no es fuerte como piedra. Por dádivas harás venir a tu voluntad al papa, a otorgarte todo lo que quisieres; ítem, el emperador, rey u otro menor harás hacer lo que quisieres con dádivas; ítem, del derecho harás hacer tuerto dando a los que lo administran joyas y dones; ítem, de la mentira harás hacer con dádivas verdad. Pues no te maravilles si con dádivas hicieren los hombres a las firmes caer y de sus honras a menos venir, que ni guarda el don paraje, linaje ni peaje; todo a su voluntad lo trastorna. Por ende puedes más creer cuánta es la avaricia en la mujer, que apenas verás que menesteroso sea de ellas acorrido en su necesidad; antes no estudian sino como picaza dónde esconderán lo que tienen, porque no se lo hallen ni vean. Y así la mujer se esconde de su marido, como la amigada de su amigo, la hermana del hermano, la prima del primo. Y demás, por mucho que tengan siempre están llorando y quejándose de pobreza: «No tengo; no alcanzo; no me precian las gentes nada. ¿Qué sera de mí, cuitada?». Y si alguna cosa de lo suyo despende, cualquier poco que sea, esto primeramente mil veces lo llora, mil zaheríos da por ello antes y después. Así les contece, como hizo a los dos sabios Epicurio y Primas, que nunca su dios de Epicurio era sino comer, y de Primas sino beber, pensando no haber otro dios de natura sino comer y beber; en esto fenecieron sus días todos. Así la mujer piensa que no hay otro bien en el mundo sino haber, tener y guardar y poseer, con solícita guarda condensar, lo ajeno francamente despendiendo y lo suyo con mucha industria guardando. Donde por experiencia verás que una mujer en comprar por una blanca más se hará oír que un hombre en mil maravedís. Ítem, por un huevo dará voces como loca y henchirá a todos los de su casa de ponzoña: «¿Qué se hizo este huevo? ¿quién lo tomó? ¿quién lo llevó? ¿A dó le este huevo? Aunque vieres que es blanco, quizá negro será hoy este huevo. Puta, hija de puta, dime: ¿quién tomó este huevo? ¡Quién comió este huevo comida sea de mala rabia: cámaras de sangre, correncia mala le venga, amén! ¡Ay huevo mío de dos yemas, que para echar vos guardaba yo! ¡Que de uno o de dos haría yo una tortilla tan dorada que cumplía mis vergüenzas. Y no vos enduraba yo comer, y comiovos ahora el diablo! ¡Ay huevo mío, qué gallo y qué gallina salieran de vos! Del gallo hiciera capón que me valiera veinte maravedises, y la gallina catorce; o quizá la echara y me sacara tantos pollos y pollas con que pudiera tanto multiplicar, que fuera causa de sacarme el pie del lodo. Ahora estarme he como desaventurada, pobre como solía. ¡Ay huevo mío, de la meajuela redonda, de la cáscara tan gruesa! ¿Quién me vos comió? ¡Ay, puta Marica, rostros de golosa, que tú me has lanzado por puertas! ¡Yo te juro que los rostros te queme, doña vil, sucia, golosa! ¡Ay huevo mío! Y ¿qué será de mí? ¡Ay, triste, desconsolada! ¡Jesús, amiga! ¿cómo no me fino ahora? ¡Ay, Virgen María! ¿cómo no revienta quien ve tal sobrevienta? ¡No ser en mi casa mezquina señora de un huevo! ¡Maldita sea mi ventura y mi vida sino estoy en punto de rascarme o de mesarme toda! ¡Ya, por Dios! ¡Guay de la que trae por la mañana el salvado, la lumbre, y sus rostros quema soplando por encenderla, y fuego hecho pone su caldera y calienta su agua, y hace sus salvados por hacer gallinas ponedoras, y que, puesto el huevo, luego sea arrebatado! ¡Rabia, Señor, y dolor de corazón! Endúrolos yo, cuitada, y paso como a Dios place y llévamelos al huerco. ¡Ya, Señor, y llévame de este mundo; que mi cuerpo no guste más pesares ni mi ánima sienta tantas amarguras! ¡Ya, Señor, por el que tú eres, da espacio a mi corazón con tantas angosturas como de cada día gusto! ¡Una muerte me valdría más que tantas, ya por Dios!». Y en esta manera dan voces y gritos por una nada.

Ítem, si una gallina pierden, van de casa en casa conturbando toda la vecindad. «¿Do mi gallina, la rubia de la calza bermeja?», o «¿la de la cresta partida, cenicienta oscura, cuello de pavón, con la calza morada, ponedora de huevos? ¡Quien me la hurtó, hurtada sea su vida! ¡Quien menos me hizo de ella, menos se le tornen los días de la vida! ¡Mala landre, dolor de costado, rabia mortal comiese con ella! ¡Nunca otra coma! ¡Comida mala comiese, amén! ¡Ay, gallina mía, tan rubia, un huevo me dabas tú cada día; aojada te tenía el que te comió, acechándote estaba el traidor! ¡Deshecho le vea de su casa a quien te me comió! ¡Comido le vea yo de perros aína, cedo sea; véanlo mis ojos, y no se tarde! ¡Ay gallina mía, gruesa como un ansarón, morisca, de los pies amarillos, crestibermeja! ¡Más había en ella que en dos otras que me quedaron! ¡Ay triste! Aun ahora estaba aquí, ahora salió por la puerta, ahora salió tras el gallo por aquel tejado. El otro día -¡triste de mí, desaventurada, que en hora mala nací, cuitada!- el gallo mío bueno, cantador, que así salían de él pollos como del cielo estrellas, atapador de mis menguas, socorro de mis trabajos; que la casa ni bolsa, cuitada, él vivo, nunca vacía estaba. ¡La de Guadalupe, Señora, a ti la acomiendo! ¡Señora, no me desampares ya! ¡Triste de mí, que tres días ha entre las manos me lo llevaron! ¡Jesús, cuánto robo, cuánta sinrazón, cuánta injusticia! ¡Callad, amiga, por Dios! ¡Dejadme llorar; que yo sé qué perdí y qué pierdo hoy! ¡A cada uno le duele lo suyo y tal joya como mi gallo, cuitada, y ahora la gallina! ¡Rayo del cielo mortal y pestilencia venga sobre tales personas! ¡Espina o hueso comiendo se le atravesase en el garguero, que San Blas no le pusiese cobro! ¡No diré, amigas, aína diría que Dios no está en el cielo, ni es tal como solía que tal sufre y consiente! ¡Oh, Señor, tanta paciencia y tantos males sufres, ya, por aquel que Tú eres, consuela mis enojos, da lugar a mis angustias: si no, rabiaré o me mataré o me tornaré mora! ¡Ahora, en hora mala, si Dios no me vale, no sé qué me diga! Dejadme, amiga, que muere la persona con la sinrazón, que mal de cada rato no lo sufre perro ni gato. Daño de cada día, sufrir no es cortesía; hoy una gallina y antier un gallo: yo veo bien mi duelo, aunque me lo callo. ¿Cómo te hiciste calvo? Pelo a pelillo el pelo llevando. ¿Quién te hizo pobre, María? perdiendo poco a poco lo poco que tenía. ¡Mozas, hijas de putas, venid acá! ¿Dónde estáis, mozas? ¡Mal dolor vos hiera! ¿No podéis responder "señora"? ¡Hay, ahora, landre que te hiera! Y ¿dónde estabas? ¡Di! No te duele a ti así como a mí. Pues corre en un punto, Juanilla; ve a casa de mi comadre, dile si vieron una gallina rubia de una calza bermeja. Marica, anda, ve a casa de mi vecina, verás si pasó allá la mi gallina rubia. Perico, ve en un salto al vicario del arzobispo, que te dé una carta de descomunión, que muera maldito y descomulgado el traidor malo que me la comió. Bien sé que me oye quien me la comió. Alonsillo, ven acá, para mientes y mira que las plumas no se pueden esconder, que conocidas son. Comadre, ¡ved qué vida esta tan amarga! ¡Yuy, que ahora la tenía ante mis ojos! Llámame, Juanillo, al pregonero, que me la pregone por toda esta vecindad. Llámame a Trotaconventos, la vieja de mi prima, que venga y vaya de casa en casa buscando la mi gallina rubia. ¡Maldita sea tal vida! ¡Maldita sea tal vecindad! Que no es el hombre señor de tener una gallina; que aún no ha salido el umbral que luego no es arrebatada. ¡Andémonos, pues, a hurtar gallinas; que para esta que Dios aquí me puso, cuantas por esta puerta entraren! ¡Ese amor les haga que me hacen! ¡Ay gallina mía rubia! y ¿adónde estáis vos ahora? Quien vos comió bien sabía que vos quería yo bien, y por enojarme lo hizo. Enojos y pesares y amarguras le vengan por manera que mi ánima sea vengada. Amén. Señor, así lo cumple Tú por aquel que Tú eres: y de cuantos milagros has hecho en este mundo, haz ahora este, porque sea sonado».

Esto y otras cosas hace la mujer por una nada. Son allegadoras de la ceniza; más bien derramadoras de la harina. En las faldas rastrando, y en las mangas colgando, y otros arreos deshonestos que ellas traen, no ponen cobro -por do sus maridos, parientes y amigos deshacen- y ponen cobro en el huevo y la gallina. Y aun ellas mismas dicen cuando las faldas las enojan: «¡El diablo haya parte en estas faldas, ni en la primera que las usó!». Mas no maldice a sí misma que las trae. Y si alguno se lo retrae, responde: «Pues hago como las otras». Y bien dice verdad; que ya la mujer del menestral, si ve la mujer del caballero de nuevas guisas arreada, aunque no tenga qué comer, cayendo o levantando, ella así ha de hacer o morir. No son sino como monicas: cuanto ven tanto quieren hacer. «¿Viste Fulana, la mujer de Fulano, la vecina, cómo iba el domingo pasado? Pues ¡quemada sea si este otro domingo otro tanto no llevo yo, y aun mejor!». Cuántas ropas visten las otras, de qué paño, qué color, qué arreos, qué cosas traen consigo: yo te digo, que tanto paran mientes en estas cosas que no se les olvidan después. «Fulana llevaba esto; Zutana vestía esto». Por cuanto en aquello ponen su corazón y voluntad, mas no en el provecho de su casa, estado y honra, sino en vanidades y locuras y en cosas de poca pro. Y si el marido con menester empeña alguna aljuba o manto de ella, o cinta u otra alhaja, aquí son los llantos, aquí son los gemidos, los rezongos, los zaheríos, lágrimas y maldiciones, diciendo: «¡Ay sin ventura de mí! no hube yo ventura como mi vecina; que en lugar de medrar desmedro; en lugar de hacerme paños nuevos, empeñásteme estos cautivos que en la boda me distes, y tales cuales ellos son. ¿Esto esperaba yo medrar convusco? ¿Así medran las otras? ¿Así van adelante? ¡En buena fe de esta casa nunca salga -y ¿para qué?- que hayan qué decir! Ya no tengo con qué salir. ¡Ay triste de mí! ¡Pues tomadlo todo! ¡Tomad eso otro que queda; empeñadlo todo; vendedlo todo! Y después siquiera esté yo emparedada y nunca salga; que vos por esto lo habéis. Pues, yo vos hartaré; yo vos contentaré; que yo vos prometo que por aquella puerta no me veáis salir más. Yo sé qué digo: séame Dios testigo», etc. Luego amenazan -ya se vos entiende con qué- nunca hacen buena cara, ni buen cocinado: mal cocho, peor asado, y maldiciones abondo. Pero si el cuitado de marido, padre o amigo no lo puede ganar, a su oficio no se corre, y para mantener a ella ha menester algunos dineros, y empeña sus balandranes, su espada, sus armas, el jubón, las botas, hasta las mezquinas; o vende su casa, viña o campo o heredad: allí no dan voces, no hay maldiciones, lágrimas ni gemidos. Empero lo suyo y de su ajuar y dote sea bien guardado y no se lleguen a ello. Lo del cuitado vaya y venga, que hilando ella lo reparará con la rueca o el torno.

Eso mismo digo de las de gran manera y estado según más y menos; y de los grandes según sus estados y maneras eso mismo; por esto, algunos de ellos pasan. Esto les proviene a las mujeres de la soberana avaricia, que en ellas reina, en tanto que no es mujer que de sí muy avara no sea en dar, franca en pedir y demandar, industriosa en retener y bien guardar, cavilosa en la mano alargar, temerosa en mucho emprestar, abondosa en cualquier cosa tomar, generosa en lo ajeno dar, pomposa en arrearse, vanagloriosa en hablar, acuciosa en vedar, rigurosa en mandar, presuntuosa en escuchar, y muy presta en ejecutar.




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Capítulo II

De cómo la mujer es murmurante y detractadora


La mujer ser murmurante y detractadora, regla general es de ello: que si con mil habla, de mil habla cómo van, cómo están, qué es su estado, qué es su vida, cuál es su manera. El callar le es muerte muy áspera: no podría una sola hora estar que no profazase de buenos y malos. No le es ninguno bueno ni buena en plaza ni en iglesia, diciendo: «¡Yuy, y cómo iba Fulana, mujer de Fulano, el domingo de Pascua arreada! Buenos paños de escarlata con forraduras de martas finas, saya de florentín con cortapisa de veros trepada de un palmo, faldas de diez palmos rastrando forradas de camocán; un pordemás forrado de martas cebellinas con el collar lanzado hasta medias espaldas, las mangas de brocado, los paternostres de oro de doce en la onza, almanaca de aljófar (de ciento eran los granos), arracadas de oro que pueblan todo el cuello; crespina de filetes de flor de azucena con mucha argentería, ¡la vista me quitaban! Un partidor tan esmerado y tan rico que es de flor de canela, de hilo de oro fino con mucha perlería; los moños con temblantes de oro y de partido cambray; todo trae trepado de hoja de higuera; argentería mucha colgada de lunetas y lenguas de pájaro y retronchetes y con randas muy ricas; demás un todo seda con que cubría su cara, que parecía a la reina Saba; por mostrarse más hermosa, ajorcas de alambar engastonadas en oro, sortijas diez o doce, donde hay dos diamantes, un zafir, dos esmeraldas; lúas forradas de martas para dar con el aliendo luzor en la su cara y revenir los afeites: relucía como un espada con aquel agua destilada. Un textillo de seda con tachones de oro, el cabo esmerado con la hebilla de luna, muy lindamente obrado; chapines de un jeme poco menos en alto, pintados de brocado. Seis mujeres con ella, moza para la falda, moscadero de pavón todo algaliado; sahumada, almizclada, las cejas algaliadas, reluciendo como espada. Piénsase, Marimenga, que ella se lo merece. ¡Aquella es, aquella, amada y bien amada, que no yo, triste, cuitada! Todo se lo dio Fulano, su marido: por cierto que es amada. ¡Ay mezquina y triste de mí, que amo y no soy amada! ¡Oh desaventurada! No nacen todas con dicha: yo mal vestida, peor calzada, sola, sin compañía; que una moza nunca pude con este falso alcanzar. En dos años anda que nunca hice alforza nueva: un año ha pasado que traigo este pedazo. ¿Por qué, mezquina, cuitada, o sobre qué lloraré mi ventura, maldeciré mi hado triste, desconsolada, de todas cosas menguada? Y ¿cómo? ¿No soy yo tan hermosa como ella y aun de cuerpo más bastada? ¿Por qué no voy como ella arreada? Ni por eso pierdo yo mi hermosura, ni soy de mirar menos en plaza que ella allí do va. Pues, con todo su perejil no se igualará comigo. ¡Mucha nada! ¡Mal año para la vil, sucia, desdonada, perezosa, enana, vientre de itrópica, fea y mal tajada! Pues en buena fe, allí do va arreada, si supiesen reventarían. ¡Oh qué dientes podridos tiene de poner albayalde, sucia como araña! ¡Por Dios, quitadme allá! ¡Como perro muerto le hiede la boca! ¡Triste de mí, que yo limpia soy como el agua, aliñada, ataviada! Trabajar, velar, ganar, endurar, esto sí hallarán en mí: la blanca en mi poder es florín. Si yo como otras tuviese, florecerían y ganarían las cosas en mi poder. Mas, señora, ¿qué me diréis? ¿quién no tiene, que pásase el mes y el año que no vos daría fe que moneda corre? Que mi vida nunca es sino de día y de noche trabajar y nunca medrar; y lo peor que no soy conocida ni preciada, soy desfavorecida. Pues otro era mi padre que no era su abuelo. ¡Loado sea Dios que me quiso tanto mal! Mi ventura lo hizo; que si Dios anduviese por la tierra, treinta mil en ajuar traje y en dineros contados, y aquella en camisa la tomó su marido. Peor soy que amigada, nunca más medré de esta saya, que esta otra que tengo, perdone Dios a mi padre, que él me la dejó y él se la ganó. Pues, ¿qué medré, amigo, después que estoy con vos? Hadas malas, hilar de noche y de día. Esta es mi bienandanza: echarme a las doce, levantarme a las tres y duerma quien pudiere; comer a mediodía, y aun Dios si lo tuviere. ¡Guay de la que en casa de su padre se crio (y con cuánto vicio), y esperó venir a estas hadas malas! Y ¿por qué, y aun sobre qué, cuitada, desaventurada, triste, mal hadada?». Y el amigada dice a su amigo: «¡Ay de mí! Más me valiera ser casada; que fuera más honrada y en mayor estima tenida. ¡Perdime, cuitada, que en hora mala vos creí! No es esto lo que vos me prometistes ni lo que me jurastes; que no he ganado el dinero cuando me lo habéis arrebatado, diciendo que debéis y que jugasteis, y como un rufián amenazando vuestro sombrero, dando coces en él, diciendo: «A ti lo digo, sombrero»; dónde me he yo empeñado y envergonzado muchas veces por vos, buscando para pagar vuestras deudas y baratos. Ya no lo puedo bastar, y ¿dónde lo tengo de haber, amigo? ¡Ya Dios perdone al que mis menguas cumplía y mis trabajos cubría! No queda ya sino que me ponga a la vergüenza con aquellas del público. ¡Guay de mí, cautiva! ¿Así medran las otras? ¡Landre, señor, rabia y dolor de costado!». Estas y otras maneras de hablar tienen las mujeres; de las otras murmurar, detraer y mal hablar, y quejarse de sí mismas, que hacer otra cosa imposible les sería. Esto proviene de uso malo y luengamente continuado, no conociendo su defallimiento; que es un pecado muy terrible la persona no conocer a sí, ni a su fallimiento. Pues, por Dios, cada cual así hable de su prójimo, que de ofenderlo se abstenga.




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Capítulo III

De cómo las mujeres aman a diestro y a siniestro por la gran codicia que tienen


Ser la mujer tomadora, usurpadora a diestro y a siniestro, poner en ello duda sería grand pecado: por cuanto la mujer, no solamente a los extraños y no conocidos, más aún a sus parientes y amigos, cuanto puede tomar y rebatar y apañar, tanto por obra pone sin miedo ni vergüenza. Dar no es de su condición. Y así contece al hombre con la mujer, como al padre y madre con su hijo: dele el padre o la madre a su hijo cuanto quisiere, y nunca le diga de non; tómenle un poquito de pan el padre o madre, u otra cosa que tenga, luego llora y lo demanda con grandes gritos, caso que él se lo haya dado. O diga el padre o madre a su hijo por probar: «Hijo, dame esto, que soy tu padre», luego huye con ello y vuelve la cara. Asimismo es de la mujer: dale, que cantando tomará; pídele, que regañando llorará. Y lo que toman y hurtan así lo esconden por arcas y por cofres y por trapos atados que parecen revendederas o merceras; y cuando comienzan las arcas a devolver, aquí tienen aljófar, allá tienen sortijas, aquí las arracadas, allá tienen pulseras, muchas implas trepadas de seda; y todo seda, volantes, tres o cuatro lenzarejas, cambrays muy mucho divisados, tocas catalanas, trunfas con argentería, pulseras brosladas, crespinas, partidores, alfardas, albanegas, cordones, transcoles; almanacas de aljófar y de cuentas negras, otras de las azules de diez mil en almanaca, de diversas labores; las gorgueras de seda de impla y de lienzo delgado brosladas, randadas; mangas de alcandora de impla de ajuar, camisas brosladas -¡esto ya no ha par!- mangas con puñetes, fruncidas y por fruncir, otras también brosladas y otras por broslar; pañezuelos de manos a docenas; y más bolsas y cintas de oro y plata muy ricamente obradas; alfileres, espejo, alcofolera, peine, esponja con la goma para asentar cabello, partidor de marfil, tenazuelas de plata para algún pelillo quitar si se demostrare, espejo de alfinde, para apurar el rostro, la saliva ayuna con el paño para lepar. Pero después de todo esto comienzan a entrar por los ungüentos; ampolletas, potecillos, salseruelas donde tienen las aguas para afeitar; unas para estirar el cuero, otras destiladas para relumbrar; tuétanos de ciervo o de vaca y de carnero. ¿Y no son peores estas que diablos, que con las riñonadas de ciervo hacen de ellas jabón? Destilan el agua por cáñamo crudo y ceniza de sarmientos, y la riñonada retida al fuego échanla en ello cuando hace muy recio sol, meneándolo nueve veces al día una hora, hasta que se congela y se hace jabón que dicen napolitano. Mezclan en ello almizque y algalia y clavo de giroflé, remojados dos días en agua de azahar, o flor de azahar con ella mezclado, para untar las manos que se tornen blancas como seda. Aguas tienen destiladas para estirar el cuero de los pechos y manos a las que se les hacen arrugas: el agua tercera que sacan del solimán de la piedra de plata, hecha con el agua de mayo -molida la piedra nueve veces y diez con saliva ayuna, con azogue muy poco, después cocho que mengüe la tercia parte- hacen las malditas una agua muy fuerte -que no es para escribir, tanto es fuerte- la de la segunda cochura es para los cueros de la cara mudar; la tercera para estirar las arrugas de los pechos y de la cara. Hacen más, agua de blanco de huevos cochos, estilada con mirra, cánfora, angelotes, trementina -con tres aguas purificada y bien lavada, que torna como la nieve blanca- raíces de lirios blancos, bórax fino: de todo esto hacen agua destillada con que relucen como espada. Y de las yemas cochas de los huevos, aceite para las manos: en una cazuela traelas al fuego, rociándolas con agua rosada, y con un paño limpio y dos garrotes sacan el agua, y el aceite para las manos y la cara ablandar y purificar. No lo digo porque lo hagan -que de aquí no lo aprenderán si de otra parte no lo saben, por bien que aquí lo lean- mas dígolo por que sepan que se saben sus secretos y poridades. Y aun de esto habló Juan Bocaccio -de los arreos de las mujeres y de sus tachas y cómo las encubren- aunque no tan largamente; y otros muchos han escrito y escribieron, yo no digno de ser entre ellos nombrado. Pues no se maravillen de mí si algo en prática escribí, pues Juan Bocaccio puso harto de esto, y otros, como dije, de ello escribieron. Todas estas cosas hallaréis en los cofres de las mujeres: Horas de Santa María, siete salmos, historias de santos, salterio en romance, ¡ni verle del ojo! Pero canciones, decires, coplas, cartas de enamorados y muchas otras locuras, esto sí; cuentas, corales, alfójar enhilado, collares de oro y de medio partido, de finas piedras acompañado, cabelleras, acerufes, rollos de cabellos para la cabeza; y demás aún aceites de pepitas y de alfolvas mezclado, simiente de niesplas para ablandar las manos, almizque, algalia para cejas y sobacos, alámbar confeccionado para los baños, jabón que suso dije, para ablandar las carnes, cinamomo, clavos de giroflé para en la boca. De estas y otras infinitas cosas hallarás sus arcas y cofres atestados, que siendo bien desplegado, una gruesa tienda se pararía sin vergüenza. Pero cuando ellas esto revuelven, adoban y guardan, así están encendidas que les parece estar en gloria, con deseo de mucho más: que aun no están hartas ni contentas aunque tuviesen cuatro tanto más. Todas estas cosas susodichas de mala o buena ganancia las han, según las tierras y los trajes de ellas: unas según ciudadanas, otras villanas, otras aldeanas y serranas, cada cual según su tierra y reino donde nació o usa, está o vive. El entendiente tome el dicho particular por ejemplo universal. Y seas cierto que para haber de estos arreos no hay hurto, dolo ni ruindad que las de perversa cualidad no cometan algunas de ellas contra sus maridos y amigos, o cualesquier otros. Por donde se concluye que la mujer a diestro y a siniestro tomar para que ella tenga -¡venga donde venga!- general regla es de ello, no curando si complacen a Dios o le ofenden en tales maneras tener. Entiéndame la que quisiere, y si mal de mí dijere, perdónela Dios.




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Capítulo IV

Cómo la mujer es envidiosa de cualquiera más hermosa que ella


Envidiosa ser la mujer mala dudar en ello sería pecar en el Espíritu Santo: por cuanto toda mujer, cuandoquier que ve otra de sí más hermosa, de envidia se quiere morir. Y de esta regla no saco madre contra hija, ni hermana, prima ni parienta, que de pura malenconía muérdese los bezos, y la una contra la otra colea como mochuelo. Infinge de lozana, mas que no es por remedar a la otra; estúdiase en hurtarle los comportes, los aires de andar y hablar, pensando todavía que ella es más lozana: esto es por envidia. Y si la otra es blanca y ella baza o negra, dice luego: «¡Bendita sea a la fe la tierra baza que lleva noble pan! Más val grano de pimienta que libra de arroz». Pero si la otra es baza y ella blanca, aquí es el donaire. Dice luego: «Hallan las gentes que Fulana es hermosa. ¡Oh, Señor, y qué cosa es favor! No la han visto desnuda como yo el otro día en el baño: más negra es que un diablo; flaca que no parece sino a la muerte; sus cabellos negros como la pez y bien crespillos; la cabeza gruesa, el cuello gordo y corto como de toro; los pechos todos huesos, las tetas luengas como de cabra; toda uniza, igual, no tiene facción de cuerpo; las piernas, muy delgadas, parecen de cigüeña; los pies tiene galindos. De gargajos nos hartó la sucia, vil, podrida el otro día en el baño; asco nos tomó a las que ahí estábamos, que rendir nos cuidó hacer a las más de nosotras. Pues buena habla no hay en ella; donaire ni solaz buscadlo en otra parte; desfazada, mal airosa y peor aliñosa. Labrar por cierto esto no sabe; coser a punto grueso, hilar, pues, no delgado; no es sino para estrado. Mírenme las bellas; servidla, que de buenos viene; acompañadla, no vaya sola. Su abuelo el tuerto se lo soñó, y su padre Pero Pérez el zapatero, se la ganó tirando pellejos con los dientes. Pues, yo vi a su madre vender toquillas y capillejos; muchas veces vino a mi casa diciéndome si quería comprar albaneguillas la vieja de su madre. Y veréis su hija cuántos meneos lleva. ¿Quizá no sabemos quién es? ¡Pues quién se la ve allí arreada donde va, pues si viesen bien su casa, mal barrida, peor regada, de arañas llena, de polvo abondada! Y mírenme las bellas: ¡yuy, yuy, pues yuy, vistes y qué vistes, y si lo vistes, pues habrás qué contar! Hízonos Dios, maravillámonos nos. Oíd y ved y contad, y si lo viereis no lo contareis. ¡Parece un eclipse: reluce como mi ventura cual el día que yo nací! Pues ¿si lleva blanquete? ¡A la fe hasta el ojo! Pues ¿arrebol? ¡Hartura! Las cejas bien peladas, altas, puestas en arco, los ojos alcoholados; la frente toda pelada y aun toda la cara -grandes y chicos pelos- con pelador de pez, trementina y aceite de manzanilla; los bezos muy bermejos, no de lo natural, sino de pie de palomina grana, con el brasil con alumbre mezclado. Los dientes anocegados o fregados con mambre, yerba que llaman de India; las uñas alheñadas y grandes, y crecidas, más que más las de los merguellites, así como de blancheta, y aun las trae encañutadas en oro; la cara reluciente como de una espada con el agua que de suso ya dije. Mudas para la cara diez veces se las pone, una tras otra, al día una vegada, y cuando puestas no las tiene parece mora de India; zumo de hojas de rábanos, azúcar, jabón de Chipre hecho ungüento; otramente aceite de almendras; habas que sean cochas con la hiel de la vaca, hecho todo ungüento; esto y raci azúcar, tútano, pie de carnero negro, de la cera blanca hecho todo ungüento. Estas y otras mil mudas hacen: por nueve días hieden como los diablos con las cosas que ponen; pues no se les olvidan los paños y hiel de vaca con habas bien molidas para cubrir el rostro por afinar el cuero. Y con esto es ella tanto mirada; pues ni grado ni gracias, sino a los alatares de quien salió tal hermosura. Pues ¿decisme que esta tal es hermosa? ¡A la fe, hermosa mejor la haga Dios! Aquella es hermosa que con agua del río, puesta una lencereja, sin otra compostura, relumbra como una estrella. Así lo hago yo: nunca sino agua de aquel río puesta en esta cara; pero quiero que sepan que no estoy de mirar menos que ella bien afeitada. Aún vos digo más: que si yo hombre fuera antes me degollara que a tal mi cuerpo diera. ¡Oh, Señor Dios, por qué no me hiciste hombre, que mal gozo vean de mí si por tal como ella penara una noche ni de mi casa saliera! ¡Oh, Oh, Oh, Señor, cómo privas de conocimiento a aquellos que te place! Ojos hay que de lagaña se agradan; ruin con ruin, así casan en Dueñas. El ejemplo bien lo dice: "No se puede igualar sino ruin con su par". Pues, en Dios y en mi ánima, si reventar supiese, el domingo que viene yo me asiente cerca de ella dentro en la iglesia: ¡veamos, pues, veamos ahora, pues, veamos quién llevará la flor! ¡Aún me vea quemada si yo no voy de repicapunto! ¡Yo le quitaré la vez, para esta que Dios aquí me puso! ¡Verás cómo rabia, cómo me mirará! ¡A la fe, pues, así se hará!». Esto, con envidia la una de la otra, acostumbran decir. Demás te digo que la mujer no hace cuenta de joyas, paños ni arreos que una vez se ponga que no los querría otro día más ver, si pudiese alcanzar para otro día diversos, por cuanto tiene apetito inextinguible e insaciable. Antes, todas otras cosas que ve a otras traer desea, aunque tales como las suyas no sean; luego que otra cosa ve, la querría haber y traer. Bien lo dijo el proverbio antiguo: «Hermosa huerta es la de mi vecino; hermoso gallo tiene mi vecina». En tanto que a la mujer cosa que suya sea y una vez haya traído no le es en su ojo nada; todo lo ajeno le parece oro puro y lo suyo lodo y peor que cieno: ¡codicia desordenada, perversa de apagar y mala de mitigar! Y si por aventura su vecina tan hermosa fuese que desalabar su hermosura no puede, que es notorio a todo el mundo, en aquel punto comienza a menear el cuello, haciendo mil desgaires con los ojos y la boca, diciendo así: «Pues verdad es que es hermosa, pero no tanto allá como la alabáis. ¿Nunca vimos otra mujer hermosa? ¡Más pues! ¡Pues más! ¡Ay, Dios! ¿Pues qué más? ¿Qué conteció? ¡Yuy, y que milagro atán grande! ¿Si vimos nunca tal? ¡Cuántas maravillas vistes y qué milagros por no nada! ¿Aquella es hermosa? Hermosa es por cierto la que es buena de su cuerpo. Pues, yo sé qué me sé, y de esto callarme he. ¡Quién osase ora hablar! ¡Pues yo reventaría, por Dios, si no lo dijese! Yo la vi el otro día, aquella que tenéis por hermosa y que tanto alabáis, hablar con un abad, reír y aun jugar dentro de su palacio con él, pecilgándole y con un alfiler punchándole, con grandes carcajadas de risa. Pues, do esto en hora mala se hacía no quiero decir más; que la color que el abad tenía no la había tomado rezando maitines, ni ella hilando al torno. ¡Rabia, Señor, aína no serán las buenas entre estos diablos conocidas, ya por Dios! ¡El diablo haya parte en estas perejiladas! ¡Cuántos cuitados con sus afeites traen al derredor! ¿Aquella me decís hermosa? ¡Pues, suya sea su hermosura! ¡Buena pro le haga su gentileza! ¡Quién se la ve allí do va hermosa! ¿Hermosa, hermosa es? ¡Santa María! ¡Pues no querría ser ella por toda su hermosura! ¡Ya, por Dios, dejadme, amiga, de estas hermosuras! Si hermosa es, hermosa sea; tal me va en ello. ¡Quizá vistes qué alabanzas de no nada! ¡De pulga quiérenme hacer caballo, y de la que cada día anda los rincones de los abades me hacen ahora gran mención de hermosura! ¡Dejadme ya de estas nuevas por la pasión de Dios, que oyéndolas mi corazón revienta! ¡Vamos, por Dios, a cenar! Dejémonos de estas nuevas; que sin ellas mejor cenaremos que sin pan. ¡Yuy, amiga, Jesús, qué cosa tan excusada que era ahora esta! ¡Cuántos meneos por no nada!». En tanto que no la puede alabar ni bien de ella decir, que si en algo algún bien de ella dice, que diez veces después mucho más no le afee. Demás, pocas mujeres hallarás que sus lenguas callar pudiesen en maldecir con pura envidia. Y piensan las cuitadas que maldiciendo de otras hacen a sí hermosas, y deshonrando a otras acrecientan en su honra. Pero si considerase el detractador envidioso y murmurador, y maldecidor -cuchillo de dos tajos, que alaba en presencia y denuesta en ausencia- cómo el sabio lo tiene en la posesión que él merece y por aquel que es, quizá, si lo bien sintiese, reventaría. ¡Oh cuántos por nuestros pecados juegan hoy aqueste hito! Pero la opinión de estos tales muy confusa es a los sabios y agravada es su ciencia sofística acerca de los entendidos, y su fama dañada cerca de los avisados. Pero el mucho hablador y escarnidor, mofador y de otros decidor, murmurador y burlador, aconhórtese: que él solo dice y burla de muchos, y de él solo dicen y burlan muchos. Aquesta es su pena y conviene que la sufra, pues que forzado le es que así la ha de llevar, según dice Francisco Petrarca, Del remedio de amas las fortunas: «Que el que la carga ha de soportar, pues de fuerza le compete, avisado será quien por grado la soportare». Paren mientes a este ejemplo muchos, empero más las mujeres, que saben las cargas que han de soportar cuando se dieren a varón por amiganza, amores o casamiento; que su libertad al que se dieron sometieron, aquella poca o mucha que tenían. Por ende, dar coces contra el aguijón es poca discreción. Eso mismo del vasallo contra el señor y el servidor contra su maestro, el súbdito contra su subyugante, el menor contra su mayor, que como dice el sabio: «A aquellos que de nos son más poderosos, ser iguales no podemos». Y por aquí se pierden infinitos y muchos que en lugar de conocer señorío y otorgar mejoría a aquellos y aquellas a quien nuestro Señor hizo grandes, mayores y de más alto estado y poderío -ora les venga por favor, ora por sus merecimientos, ora por servicios buenos que hicieron, diole Dios al tal o la tal suerte de ser querido, grande y amado, poderoso, de alto estado- y estos como que parece a las veces que rigen mal, esto por pecados de aquellos que los han de soportar, que a las veces las personas demandan con que lloren; y de esto place a Dios que así sea, y a las gentes pesa de ello y no lo quieren ni pueden soportar, y quieren dar antes de la cabeza a la pared. Piense, pues, bien el hombre o mujer que obedecer a su superior y mayor es cordura, y hacer el contrario es locura. Si no, mira qué provecho saca o qué ganancia gana el inferior con el su superior, que a la fin hace lo que conviene contra su voluntad y le deshonra más. Y lo que con grado pudiera cumplir, mal agradecido es después su servir. Así que, tornando al propósito, muchos hablan mucho que sería escusado, y alguno en callar sería más avisado. Por ende, mujeres verás que en una sola hora se vuelven de mil acuerdos en mal decir y profazar, que si callasen reventarían. Pero si de ellas loores algunos fueren dichos, entonces va el río del todo vuelto, y allí es la ganancia de los pescadores; y por allí las burlan con muchas lisonjas, y las cautivan a las tristes los falsos de los hombres. Y con aqueste lazo son tomadas a manos, diciéndole: «¡Oh qué hermosa! ¡Oh qué gentil lozana! ¡Oh qué linda galana! ¡Parecéis la gloria mundana!». Y las necias y locas (o muy avisadas) todo así lo creen y no piensan que él miente en dos maneras: miente, que sabe bien él cierto que ello no es así, y miente por engaño jurando que es así. ¡Oh locas sin seso, faltas de entendimiento, menguadas de juicio natural! Creed, pues, sin dudar que el que más vos loa es por vos engañar, como dice Catón: «Dulcemente canta la caña, cuando el cazador, dulcemente cantando, con tal engaño toma el ave». Piense, pues, la mujer que con dulces palabras la han de tomar, que no con ásperas; y esto es al comienzo, que después párese a lo que le viniere; que dulce es la entrada, mas amarga es la estada; como miel fue la venida, amarga después la vida. Por ende dijo Salomón: «No por el comienzo la loor es catada, mas por la fin siempre fue comendada». Así que muchas cosas tienen buenos comienzos que sus fines son diversos. Por eso dice el ejemplo vulgar: «Quien adelante no cata atrás cae». Por ende cada cual guarde qué hace o qué dice, que la palabra así es como la piedra, que salida de la mano no guarda do hiere. Y como dice el sabio: «Vuela la palabra, que, desde que dicha, no puede ser revocada: desdecirse de ella sí, mas que ya no sea dicha, imposible sería». ¡Oh, cuánto daño trae a las criaturas el demasiado hablar, en especial do no conviene! Pues concluir podemos que por estas cosas y otras que las mujeres dicen, hablan y detractan, que sola envidia es la promovedora de ello. Pues odi, vide y tace si voy vivere in pace.




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Capítulo V

Cómo la mujer según da no hay constancia en ella


La mujer mala en sus hechos y dichos no ser firme ni constante maravilla no es de ello; que su firmeza ni constancia no es tanta, que si alguno con diligencia la siga que no la haga venir, por cuanto como cera la mujer es muy blanda a recibir nuevas formas, si en ellas sean imprimidas. Que así como de cualquier sello, chico o grande, bien o mal cavado, la cera saca forma de él, así de la mujer mala, venga quien viniere, forma hay de su demanda. Si amores quisieres, amores hay; si das, que no te vayas; si no das, que te aluengues. No guarda vez de molino, de horno ni de honra; que al primero hace postrero y al postrimero primero; todo va en el dinero. Y demás hoy te dirá uno la mujer, a cabo de hora otro; si a uno dice de sí, a otro dice de no; al uno ya fiel, al otro alfiler; al uno da del ojo, al otro por antojo; al uno da del pie, al otro hiere de codo; al otro aprieta la mano, al otro tuerce el rostro. Pues, las señales que saben hacer del ojo estos son diversas: que mirando burla del hombre, mirando mofa al hombre, mirando halaga al hombre, mirando enamora al hombre, mirando mata al hombre, mirando muestra saña, mirando muestra ira echando aquellos ojos de través. Más juegos sabe hacer la mujer del ojo que no el embaiador de manos. Pues de la boca, ¡non por burla! Y con estos desgaires tanto de sí presumen que su entendimiento anda como señal que muestra los vientos: a las veces es levante, otras veces a poniente, otra vez a mediodía cuando quiere a trasmontana. Por ende no creas que mujer al mundo seguridad te pueda dar que en breve momento no la veas mudada, por cuanto sola una hora no durará en su propósito, diciendo: «Esto me parece, mas si esto contece, esto será mejor; esto es lo peor pues, ¿qué será de mí? No lo haría por la vida. Pues en buena fe yo lo haga y haré. No haré; sí haré. Daca, Isabelica, dos hojas verdes de esa oliva; échalas en este fuego, hija de puta, y si rexpendando saltaren ambas paparriba o ambas papayuso, en buena fe yo lo haga. Si la una de suso y la otra de yuso, señal es de contrario: ¡quemada me vean si tal hiciere, amén! Si la una sobre la otra saltaren ayuntadas, haya ya señales de bienquerencia; nunca otro mal me venga; yo lo haré entonces». Esto y otras infinitas cosas, que no quiero aquí escribir por no avisar, hacen las buenas mercaderas. Y de aquí se levanta creer en estornudos o sueños, y en agüeros y señales. Y por consiguiente bía a hacer hechizos y bienquerencias y otras abominables cosas; que el diablo pescador es, que con el gusano chiquillo toma la gruesa anguila. Y comienza, el falso malo, por vía de bien hacer y en servicio de Dios, y por bien querer, y por bien amar: pues el marido que ame a su mujer bueno es, y hacer cosa con que aborrezca otra y ame a ella santa cosa es, y estas y otras maneras tales. Y desde que las tiene en el juego vuelve hoja, hace hacer a la criatura cosas abominables, hasta renegar su Criador y perder lo que Él desea. Así que su comienzo bueno y santo es, pero la fin mala y endiablada es. Así que comenzarás en una hojuela de oliva, o en un estornudo o sueño a creer, y después, de paso en paso, hacerte ha venir a nigromántico y encantador, hechicero y agorero y adivinador. Por ende cada cual evite los comienzos si de los fines seguro ser quisiere. Y todo esto las mujeres hacen a fin de «haré, no haré; diré, no diré». Jugando van con su entendimiento a la pelota. Y por ende dijo el sabio Marciano: «¿Mudar costumbres de hembra? Hacer un otro mundo de nuevo más posible sería». Por tanto de prometimiento de hembra no fíes, sino de la mano a la bolsa. Si algo te prometiere, ven luego con el saco aparejado; y si primeramente no fueres seguro de lo que te prometiere -conviene a saber que en tu poder lo tengas o a tu comando sea, y aún entonces no te tengas por muy seguro de ella- pero al dar todavía sé bien presto. Toma ejemplo del proverbio antiguo: «Perezoso ni tardinero no seas en tomar, que muchas cosas prometidas se pierden por vagar. Cuando te dieren la cabrilla acorre con la soguilla. Quien algo te prometiere, luego tomando hiere». Por cuanto, por experiencia verás que si a lo que la mujer te prometiere dieres lugar, o tiempo entrepusieres, todo es revocado; que mil veces a la hora se arrepiente. Si algo da o promete, tanta es su avaricia y su poca constancia que, si con vergüenza promete, sin vergüenza lo revoca por la dolor que tiene de lo que prometió. Mil veces en ello imagina; allí va, torna y viene, o si lo podría coloradamente revocar, si un cornado diere con esperanza de haber florín. De esta regla las monjas son maestras, y decir de ellas en particular no conviene -pues mujeres son y so la regla de ellas se comprenden- las buenas como buenas y honestas religiosas loando, y las malas, si las hay, como aquellas que sus hechos las hacen malas reprobando. Y por ser religiosas encerradas y apartadas, puse a la pluma silencio por fuerza más que de grado, que ella, como enojada, yo conocí por verdad que algo quisiera decir. Y como dice la Decretal: «Al aflicto no debe ser dada aflicción, mas débese hombre doler de su miseria y mal». Por ende, las que encerradas y so obediencia y premia de otro están, y no son libres de sí, harto tienen que roer; aunque esto no parece nada a los que su voluntad no tienen franca; que quiera la criatura dormir y la hagan velar, quiere comer y la hagan ayunar y hacer pública penitencia en refitor de rodillas en tierra. Ítem dale disciplinas, y si quiere salir fuera, mándanla estar queda, y otras infinitas cosas. Así que no debe decir hombre de las personas que padecen de cada día subyugadas a otro. Así que, en conclusión, en dar, prometer y en las otras cosas, como dicho es, la mujer no es duda ser toda variable. Por ende ahora yo te ruego que te dejes de tomar de quien promete y no ha vergüenza de revocar, y toma de Aquel que largamente promete, y sin merecer da gloria perdurable.



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