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Capítulo VI

Cómo la mujer es cara con dos haces


La mujer ser de dos haces y cuchillo de dos tajos no hay duda en ello, por cuanto de cada día vemos que uno dice por la boca, otro tiene al corazón. Y no es hombre al mundo por mucha amistad, familiaridad, conocencia, privanza con uso que con la mujer tenga que jamás pueda sus secretos saber, ni que fiel ni lealmente con el que usare la mujer hable. Toda vía se guarda, toda hora se teme; toda vía al rincón de su corazón guarda y retiene algún secreto que no descubre por no ser señoreada, ni que otro toda su voluntad y corazón sepa. Jurará, perjurará: «Nunca tal cosa hice; nunca tal cosa dije ni presumí, para esto ni aun para aquello. Nunca fui en tal cosa, ni jamás tal yo supe. ¿No me creéis ahora? Decid, pues, si me creéis». Veréis cómo dirá: «¡Yuy, qué yerto, duro como roble, demón, alperchón, diablo tamañazo! Decid, pues, si me creéis. ¿No me queréis creer? Ahora tanto me da, creedlo o no lo creáis; que si tal cosa hice, ni tal cosa dije, ni por mi boca salió, ¡quemada me vea, amén! ¡Nunca goce de mi alma! ¡El diablo me lleve! ¡El diablo me ahogue! ¡El diablo sea señor de mi alma! ¡Así sea santa en paraíso! ¡Así vea gozo de esta! ¡Así vea mis hijos criados! ¡No haya más pena mi alma! ¡No vea más mancilla de lo que parí! ¡Así goce de lo que yo más amo! ¡Así sea yo casada! ¡Así me alumbre Dios! ¡Así me valga Dios! ¡Así vea este hijo arzobispo! ¡Así cumpla Dios mis deseos! ¡Mejor goce de ti! ¡Así goces de mí! ¡Landre mala, mala muerte, dolor de costado me hiera, me mate, me saque del mundo! ¡Por esta señal de cruz! ¡Para la Virgen Santa María! ¡Por Dios todopoderoso! ¡Para los santos de Dios! ¡Para la pasión de Dios! ¡Por Dios vivo verdadero!». Otras mujeres juran por otras maneras, diciendo: «¡Así viva esa persona honrada! ¡Así viva yo! ¡Así vivas tú! ¡Mejor viva mi hijo! ¡Así haya buen reposo aquel honrado padre vuestro que yo bien conocí! ¡Mejor goce de aquestos! ¡Para el siglo de mi padre! ¡Ya juré por mi vida! ¡Nunca viva en el mundo! ¡Mal gozo vea mi padre de mí! ¡Llevarme veas como aquella que azotaron! ¡Mis hijos vea sobre mí degollados! ¡Para la vida del Rey! ¡Por Nuestro Señor! ¡Mal duelo venga sobre mí! ¡Nunca el año cumpla! ¡Así vos dé Dios salud y a mí paga! ¡Así viva Juan González! Ya juré». Estas y otras infinitas maneras de juras juran las mujeres y han acostumbrado de jurar; pero cuando lo juran, juran en dos maneras: juran por la boca, revócanlo por el corazón, diciendo: «Jura mala en piedra caiga». O dicen entre su corazón cuando dicen: «¡Mal gozo vea de mí!», en el corazón: «Nunca o mejor». Y con esto tal piensan que engañan, pero ellas son engañadas: que quien con arte jura, con arte se perjura. Y por ende son dichas las mujeres de dos corazones y cuchillo de dos tajos: uno juran, otro hacen; uno muestran, otro tienen; uno predican, otro ponen por obra. ¿Hay en el mundo mayores engaños que a la falsa mujer con juramentos creer la que es simple; y aquella que robaría a su padre haberla por inocente; y a la lisonjera con juras creer su mentira por verdad; y a la mala hembra por juramentos creer su castidad; y a la malqueriente creer su amistad; y a la mentirosa creerle que es su mentira verdad? Demás aprende y hazle como te hace; pues ella no te dice su corazón, no le digas tú el tuyo; que oído has cómo conteció a muchos pasados y contece hoy a los vivientes, que por descubrir sus corazones y poridades padecen. Mira a Sansón cómo desde que reveló a su mujer Dalila que tenía la fuerza en una vedija de la cabeza, cómo con arte espulgándole y peinándole desde que dormido se la cortó, y a sus enemigos le libró, y cuando quiso hacer armas hallose privado de fuerza, y así le sacaron los ojos y le traían por los mercados, plazas y bodas por escarnio, diciendo: «¿Qué vos parece? El toro bravo como oveja es tornado». Tanto que un día estando ayuntadas muchas gentes en un convite do los más y los mejores estaban, hizo a un muchacho que le llegase a un pilar que estaba en medio de la casa. Y como después de trasquilado le había crecido el cabello, cobró alguna más fuerza y dio con la casa en tierra, donde murió él y los que dentro estaban en número más de cinco mil, diciendo: «¡Aquí morirá Sansón y cuantos con él son!». Eligió morir mala muerte como desesperado, viéndose puesto en tan pobre estado. Esto vino por el su secreto querer descubrir a la mujer. Por ende cada cual se guarde y aprenda de ellas, que aunque mucho son parleras, de sus secretos muy bien son calladas. Pues usa de su arte, e como dice Catón: «Así con arte engañarás al que anda con arte»; o a lo menos con tal arte de sus engaños te podrás de fácil defender, que sepas que su deseo de las mujeres no es otro sino secretos poder saber, descubrir y entender. Y así escarban en ello como hace la gallina por el gusano, y porfiarán dos horas: «Decid y decid; decídmelo; vos me lo diréis», con abrazos, halagos y besos -cuando otra cosa no hallan a que acorrerse- diciendo: «¡Yuy, no me dejéis preñada! ¡No me hagáis mover! ¡No me deis mala cena! ¡No me enojéis! ¡No me dejéis con el trópico en el vientre! ¡Decídmelo por Dios! ¡Oh cuitada! ¡Oh mezquina! ¡Oh desaventurada! ¡Yuy, qué yerto! ¿Cómo sois así? ¡Yuy, qué desdonado! ¡Habré que decir! ¡Decídmelo, así gocéis de mí, en Dios y mi alma! Pues, pues, en buena fe si no me lo decís, nunca más vos hable. ¿Queréis, queréis, queréismelo decir?». A la tercera: «no queréis»: «Ahora, pues, dejadme estar». En esto lanza las cejas; asiéntase en tierra; pone la mano en la mejilla; comienza de pensar y aun a llorar de malenconía, bermeja como grana; suda como trabajada; sáltale el corazón como a leona; muérdese los bezos; mírale con ojos bravos; si la llama no responde, si de ella traba, revuélvese con gran saña: «Quitaos allá; dejadme. Bien sé cuánto me queréis: en este punto lo vi; todavía lo sentí». Luego hace que suspira, aunque lo no ha gana. Y a las veces contece que el triste del bachachas, como es mujereja, dice: «No te ensañes, que yo te lo diré». Dícele todo el secreto, ella hace que no se lo precia ni le place oírlo, pues no se lo dijo cuando ella quería y le venía de gana; mas presta tiene la oreja aunque vuelve el rostro. Y cuando bien ha dicho el cuitado, y contada su razón, responde la doctora: «¿Ese es el secreto? Esto es lo que me habíais de decir? Pues cuanto eso yo me lo sabía. ¡Allá, allá con ese lazo a tomar otro tordo! ¿Pensáis quizá que soy necia? Vía a trompar donde justan; a las otras, que a mí no, ca, guay de mí, ¡veréis, que vos valga Dios! ¡Qué secreto tan grande! ¡Qué poridad tan cierta, para esta que Dios aquí me puso! Y miradme bien; que yo no digo más». Y con estas y otras maneras saben hacer sus hechos ellas teniendo una en el corazón y otra en la obra o en la lengua. Do se concluye ser la mujer doble de corazón; pues a la tal entiéndala Dios que puede, y pueda con ella aquel que poder tiene.




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Capítulo VII

Cómo la mujer es desobediente


La mujer ser desobediente duda no es de ello, por cuanto si tú a la mujer algo le dijeres o mandares, piensa que por el contrario ha de hacerlo todo. Esto es ya regla cierta. Y, por ende, el dicho del sabio Ptolomeo es verdadero, que dijo de la mujer hablando: «Si a la mujer le es mandado cosa vedada, ella hará cosa negada». Pero por más venir en conocimiento de ello, ponerte he aquí algunos ejemplos.

Un hombre muy sabio era en las partes de levante, en el reino de Escocia, en una ciudad por nombre Salustria. Este tenía una hermosa mujer y de gran linaje; y ensoberbecida de su hermosura -como, mal pecado, algunas hacen hoy día- cometió contra el marido adulterio, siendo de muchos amada y aun deseada, tanto que, el fuego hecho, hubo de salir humo. El buen hombre sintió su mal y, sabiamente usando, mejor que algunos que dan luego de la cabeza a la pared, dejó pasar un día, y diez, y veinte, y pensó cómo daría remedio al dicho mal. Pensó: «Si la mato, perdido soy; que tiene dos cosas por sí: parientes, que procederán contra mí; la justicia porque ninguno no debe tomarla por sí sin conocimiento de derecho y legítimos testigos, dignos de fe y buenas probanzas, con instrumentos y otras escrituras auténticas -e esto delante aquel que es por la justicia del Rey presidente o gobernador, corregidor o regidor- y ninguno por sí no debe tomar venganza ni punir a otro ninguno. Y según esto, pues yo de mí sin probanzas no lo puedo hacer. Ítem más, los parientes dirán que se lo levanté por matarla y quererme con otra de nuevo ayuntar; haberlos he por enemigos». Pues visto todo lo susodicho, y los males y daños que de ello se pudieran recrecer, no la quiso matar de su mano por no ser destruido; no quiso matarla por vía de justicia, que fuera difamado. Fue sabio y usó de arte según el mundo, aunque según Dios escogió lo peor. Por ende pensó de acabar de ella por otra vía que él sin culpa fuese al mundo -aunque a Dios no, según dije, por cuanto el que da causa al daño y por su razón se hace, tenido es al daño- mas quisiera él que pareciera ella ser de su propia muerte causa. Y por tanto tomó ponzoñas confeccionadas y mezclolas con del mejor y más odorífero vino que pudo haber, por cuanto a ella no le amargaba buen vino, y púsolo en una ampolla de vidrio, y dijo: «Si yo esta ampolla pongo donde ella la vea, aunque yo le mande "Cata que no gustes de esto", ella, como es mujer, lo que le yo vedare aquello más hará y no dejará de beber de ello por la vida, y así morirá». Dicho y hecho: el buen hombre sabio tomó la ampolla y púsola en una ventana donde ella la viese. Y luego dijo ella: «¿Qué ponéis ahí, marido?». Respondió él: «Mujer, aquesta ampolla, pero mándote y ruego que no gustes de lo que dentro tiene; que si lo gustares luego morirás, así como nuestro Señor dijo a Eva». Y esto le dijo en presencia de todos los de su casa porque fuesen testigos. Y luego hizo que se iba. Y aún no fue a la puerta, que ella luego tomó la ampolla, y dijo: «¡A osadas! ¡Quemada me vean si no veo qué es esto!». Y olió el ampolla y vio que era vino muy fino, y dijo: «¡Tómate allá, qué marido y qué solaz! ¿De esto dijo que no gustase yo? ¡Pascua mala me dé Dios si con esta mancilla quedo! ¡No plega a Dios que él solo lo beba; que las buenas cosas no son todas para boca de Rey!». Dio con ella a la boca y bebió un poco, y luego cayó muerta. Desde que el marido sintió las voces, dijo: «¡Dentro yace la matrona!». Luego entró corriendo el marido mesándose las barbas, diciendo a altas voces: «¡Ha, mezquino de mí!». Pero bajo decía: «¡Que tan tarde lo comencé!». En altas voces decía: «Cautivo, ¡qué será de mí!». En su corazón decía: «¡Si no muere esta traidora!». Iba a ella y tiraba de ella pensando que se levantaría; pero allí acabó sus días. Pues catad aquí cómo la mujer por no querer ser obediente, lo que le vedaron aquello hizo primero, y murió como otras por esta guisa mueren.

Otra mujer eso mismo cometió otro tanto: ella hacía a su marido maldad; el marido dijo: «Espera, que yo te acabaré». Hizo hacer un arca con tres cerraduras y puso dentro una ballesta de acero armada, y cada que la abrían dábale el viratón por los pechos a aquel que la abría; y púsola en su palacio, y dijo: «Mujer, yo te ruego que tú no abras esta arca, si no, al punto que la abrieres luego morirás. Cata que así te lo mando y digo delante estos que presentes están, y séame Dios testigo, que si el contrario hicieres, que tú te arrepentirás; y no digo más». Y dicho esto en ese punto partió y se fue a su mercadería. Y luego, él partido, la mujer comenzó de pensar un día, otro día, una noche y diez noches, tanto que ya reventaba de pensamiento y basqueaba de corazón que no lo podía soportar. Y un día dijo: «¡Mal gozo vean de mí si alguna cosa secreta que no querría mi marido que yo viese o supiese no puso en esta arca; que cuantas cerraduras le puso y tanto me vedó que no la abriese! Pues no se me irá con esta: que aunque morir supiese de mala muerte, yo la abriré y veré qué cosa tiene dentro». Fue luego a decerrajar el arca, y al alzar del tapadero de ella, disparó la ballesta y diole por los pechos, y luego cayó muerta. Pues ved aquí en cómo la mujer morir o reventar o hacer lo contrario de lo que le es vedado.

Otra mujer era muy porfiosa, y con sus porfías no daba vida a su marido. Un día imaginó cómo, con toda su porfía, le daría mala postrimería el marido, y dijo: «Mujer, mañana tengo convidados para cenar. Ponnos la mesa en el huerto a ribera del río, de yuso del peral grande, porque tomemos gasajado». Y la mujer así lo hizo: puso la mesa luego y aparejó bien de cenar, y asentáronse a cenar. Y traídas las gallinas asadas, dijo el marido: «Mujer, dame ahora ese cañivete que en la cinta tienes, que este mío no corta más que mazo». Respondió la mujer: «¡Yuy, amigo! ¿Dónde estáis? ¡Que no es cañivete: que tijeras son, tijeras!». Dijo el marido: «¿Ahora en mal punto del cañivete me haces tijeras?». La mujer dijo: «Amigo, ¿qué es de vos? ¡Que tijeras son, tijeras!». Desde que el marido vio que su mujer porfiaba y que su porfía era por demás, dijo: «¡Líbreme Dios de esta mala hembra: aun en mi solaz porfía conmigo!». Diole del pie y echola en el río. Y luego comenzó a zambullirse so el agua, y vínosele en miente que no dejaría su porfía aunque fuese ahogada: ¡muerta sí mas no vencida! Comenzó a alzar los dos dedos fuera del agua, meneándolos a manera de tijeras, dando a entender que aún eran tijeras, y fuese el río abajo ahogando. Y luego los convidados hubieron de ella gran mancilla y pesar, y tomaron luego a correr el río abajo por la ir a acorrer, y el marido dioles voces: «¡Amigos, tornad, tornad! ¿Dónde vais? ¿Y cómo no pensáis que como es porfiada aun con el río porfiará y tornará sobre el agua arriba contra voluntad o curso del río?». Y mientras que ellos se tornaron río arriba, pensando que lo decía de verdad, la porfiada con su negra porfía, porfiando mal acabó.

Otra mujer iba con su marido camino a romería a una fiesta. Pusiéronse a una sombra de un álamo, y estando ellos folgando vino un tordo y comenzó a chirrear. Y el marido dijo: «¡Bendito sea quien te crio! ¿Verás, mujer, cómo chirrea aquel tordo?». Ella luego respondió: «¿Y no veis en las plumas y en la cabeza chica que no es tordo, sino tordilla?». Respondió el marido: «¡Oh loca! ¿Y no ves en el cuello pintado y en la luenga cola que no es sino tordo?». La mujer replicó: «¿Y no veis en el chirrear y en el menear de la cabeza que no es sino tordilla?». Dijo el marido: «¡Vete para el diablo, porfiada, que no es sino tordo!». «¡Pues, en Dios y mi ánima, marido, no es sino tordilla». Dijo el marido: «¡Quizá el diablo trajo aquí este tordo!». Respondió la mujer: «¡Para la Virgen Santa María no es sino tordilla!». Entonces el marido, movido de malenconía, tomó un garrote del asno y quebrantole el brazo. Y donde iban a romería a velar a Santa María por un hijo que prometieran, volvieron a ir a San Antón a rogar a una otra ermita que Dios diese salud a la bestia que el brazo, porfiando, tenía quebrado.

De estos ejemplos mil millares se podrían escribir; pero de cada día contecen tantas de estas porfías que el escribir es por demás. Concluye, pues, que ser la mujer porfiada y desobediente, y querer lo contrario siempre hacer y decir, prática lo demuestra.




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Capítulo VIII

De cómo la mujer soberbia no guarda qué dice ni hace


La mujer ser soberbia, común regla es de ello; pero para mientes a la mujer cuando la vieres irada qué cosas se deja decir por aquella boca infernal que no son de oír ni escuchar. Antes tengo por sabio y hombre de pro al que la tal mujer irada viere que huya de sus nuevas, vuelva sus espaldas y déjela decir hasta que sea harta. Y si no le responde, luego callará; pero si le tienen cuerda, con el poco juicio y corto sentimiento, no parando mientes a lo que dice, ni a lo que de ello puede venir ni recrecer, no dejará de echar fuego y decir lo suyo y lo ajeno; que por cosa al mundo no perdonaría a la luenga, pues mucho menos a las manos, si las puede poner: que no ha gato que mejor trabe de asadura que la mujer de donde engasgare. Y si en aquel punto supiere algún secreto, aunque de muerte sea, luego en ese punto lo dirá sin más tardar, o morir. En esto no hay detenimiento alguno. Por ende vea cada cual qué le cumple, y dé lugar, si seso hubiere, o tenga de la discreción la rienda, si loco no fuere. Por ende, las mujeres muchas veces toman tanta osadía, sin miedo alguno del hombre, que se tienen por dicho: «Mujer soy, no me hará nada, no me herirá, no sacará arma para mí que soy mujer, que le correría todo el mundo si tal hiciese o cometiese: que para mujer, judío ni abad no debe hombre mostrar rostro ni esfuerzo, ni cometer a herir, ni sacar armas; que son cosas vencidas y de poco esfuerzo». Y por esto y con esto la mujer se atreve muchas veces a deshonrar, maltratar y difamar a algunos, porque son ciertas que el hombre, o por su vergüenza o por su seso natural, no cometerá contra ellas poner las manos, que bien sabe la mujer que la más hardida no tendrá manos al más cobarde. Pero ¡ay Dios, sino son a las veces en esto engañadas!, que -aunque algo con seso alguno comporte de no ser atrevido- alguno viene que le da otra vez algún «Bien seas venido, y tente esa que voy por paja; perdonadme si escribo corto: haya perdón, que nos conocía». ¡Ay Dios, hay Dios! cuántos daños muchas mujeres reciben por esto solo presumiendo: «No osará, no hará, no contecerá, no será tan loco, no será tan atrevido; bien sé que no le tomará el diablo». Y dice la boca por do lleve la coca; que no siento ángel que no hiciesen tornar diablo, ni hombre que no hiciesen desdecir con aquella soberbia que en ellas reina; que, en aquel punto, antes amansarías un bravo león que a la mujer; que aunque de pies y de manos atada la tuvieses, antes la podrías matar que hacer rendir ni pasar. Y son de tal calidad que por muy poquita injuria que les digas, luego es la ira así fuerte en ellas que cuidan reventar y rabian luego por vengarse. Demás, si ver quieres cómo es grande la soberbia de la mujer, para mientes que no es otra mujer a quien precie, antes a cualquier otra tienen en poco y en estima de no nada. A la una dice vil, a la otra dice sucia, a la otra para poco, a la otra perezosa, a la otra mal airosa, a la otra mala mujer, a la otra de mala luenga -y quizá ella es de peor. Y así en todas otras halla tachas sino en sí, que vino por Espíritu Santo al mundo. Y ninguno que otro tenga en menos no se le levanta salvo de gran soberbia y arrogancia o jactancia. Demás te diré, que no hay moza loca ni vieja deshonesta que en sus traeres no se conozcan sus vanaglorias, soberbias y inflaciones de arrogancia. Y si algún tanto en las mozas el mundo lo comporta, en las viejas endiabladas, y ¿para qué? que cuando la vieja está bien arreada y bien pelada y llepada parece mona desosada: míranse los pechos, y ¿pechos? ¡Ya guaya, arquibanco de huesos, digo yo! Míranse las manos con tantas sortijas y vanse los bezos mordiendo por tornarlos bermejos, haciendo de los ojos desgaires, mirando de través, colleando como locas, mirándose unas a otras, sonriendo y burlando de cuantos y cuantas ven y pasan. Una de estas viejas paviotas arreada ha menester toda una plaza con gran rezaga de mujeres, muchos hombres delante: «¡Hija de puta, Marica, extiende bien esa falda!». A las veces hacen como por yerro que alzan la falda por mostrar el chapín o el pie, o algún poco de la pierna. Miran luego como que la vieron y no se lo cuidaba, y suelta la falda y abaja los ojos de muy vergonzosa; bien sabe, pero, qué hace. Si por casa anda en saya, hace que se abaja a tomar de tierra alguna cosa por mostrar los zancajos y gran forma de nalgas con lozanía y orgullo, por ser deseada de aquel de quien es mirada, o a quien tal muestra hace. Por donde dice un sabidor Ptolomeo: «Soberbia y orgullo siguen la hermosura». La que es hermosa y de gran cuerpo es de gran orgullo y soberbia acompañada, así hombre como mujer. Lee Francisco Petrarca De remedio utriusque fortune, en el II.º libro, De dolore, do dice: «Si Elena no fuera tan hermosa, el alcázar de Troya Ilión hasta hoy durara». Y por ende mucho mejor es con virtudes hacerse hermoso que no nacer hermoso; que en chica casa gran hombre cabe, y en chico cuerpo gran corazón y virtud habitan. Sola la virtud de leyes es exenta, vicio a todo mal obligado conviene que sea: el hombre avieso, duro de enderezar, y la mujer mala muy fuerte por fuerza de castigar, y de los vicios extraña de quitar. Por donde manifiestamente se muestran las mujeres que no es posible mudar de sus costumbres; y dice un sabio un dicho tal: «Diformes hace las buenas la soberbia, si con ellas se junta». Por ende no es hombre ni mujer, por doctado que sea de muchas virtudes, si soberbia fuera no lanza de sí, que todas no las anule, y no le valgan nada sus virtudes juntadas donde tal vicio como soberbia permanece. Por ende se concluye por lo susodicho de gran soberbia ser la mujer doctada. Quien menos la praticare, harale Dios merced señalada.




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Capítulo IX

Cómo la mujer es doctada de vanagloria ventosa


La mujer ser vanagloriosa -¡y cuánto!- aquí yace el mal todo; que no es mujer en el mundo por la mayor parte que escusar pueda de vanagloria y de preciarse de arreos y hermosura; y aun todas las palabras que de sus loores fueren dichas, aunque verdaderas no sean, que no las crea, presumiendo en ella ser como le es dicho, hablado y dado a entender. Y no me maravillo ser en las hembras esta mácula, pues naturalmente les viene de nuestra madre Eva, que creyó a la serpiente, el diablo Satanás, que le vino a engañar diciéndole: «Si del fruto de este árbol de sabiduría de bien y mal comieres, en saber igual serás al Alto que te formó». Y luego, por su fragilidad de entendimiento y con gran vanagloria, creyendo y pensando, como Lucifer, ser igual en saber de Aquel cuyo saber no ha par, y que siendo igual a Él en saber, que sería luego a Él igual en poder, luego cometió lo vedado gustar. Y así vino el hombre y mujer a decaimiento, do trajeron sus sucesores, que fueron y aun hoy día son y serán eso mismo caso de vanagloria en querer ser grandes, poderosas, temidas (y no de burla) por gran vanagloria que lo procura. Demás te digo que no es hoy mujer que se hartase de ser mirada y deseada y suspirada, loada y del pueblo hablada, y este es su deseo, esta es su hemencia, y este es todo su Dios, placer, gozo y alegría. Por ende es su vida salir y andar arreadas cada cual con la mayor vanagloria y pompa que puede. Y cuando las gentes las miran y por ellas suspiran o de ellas hablan, o por la calle las motejan, hacen desgaire como que se enojan y demuestran las tales mala cara, mostrando poca paciencia; pero Dios sabe la verdad, que son coces de mula, que ellas querrían que nunca hiciesen sino desearlas y hablar de ellas y motejarlas. Y aunque dicen: «¿Veréis qué necio? ¿Veréis qué loco? ¿Vistes qué hombre simple?», esto dice su gesto segurando, pero sol mantillo ríense como locas. Y cuando la mujer pareciente está donde no es mirada, muere y revienta. Cuando hay lugar donde la miren, no se ve ni conoce; más continencias y gestos hace que nuevo justador. Todo esto proviene de vanagloria y lozanía. Dice la hija a la madre, la mujer al marido, la hermana a su hermano, la prima a su primo, la amiga a su amigo: «¡Ay, cómo estoy enojada! Duéleme la cabeza; siéntome de todo el cuerpo; el estómago tengo destemplado estando entre estas paredes. Quiero ir a los Perdones; quiero ir a San Francisco; quiero ir a misa a Santo Domingo; representación hacen de la Pasión al Carmen, vamos a ver el monasterio de San Agustín, ¡oh qué hermoso monasterio! Pues pasemos por la Trinidad a ver el casco de San Blas; vamos a Santa María, veamos cómo se pasean aquellos gordos, ricos y bien vestidos abades; vamos a Santa María de la Merced, oiremos el sermón». Todos estos caminos y otros semejantes, según sus tierras, mueven a fin de ser vistas y miradas. Y, lo peor, que algunas no tienen arreos con que salgan, ni mujeres ni mozas con que vayan, y dicen: «Marica, veme a casa de mi prima, que me preste su saya de grana. Juanilla, veme a casa de mi hermana que me preste su aljuba, la verde, la de florentín. Inesica, veme a casa de mi comadre que me preste su crespina y aun el almanaca. Catalinilla, ve a casa de mi vecina que me preste su cinta y sus arracadas de oro. Francisquilla, ve a casa de mi señora la de Fulano, que me preste sus paternostres de oro. Teresuela, ve en un punto a mi sobrina que me preste su pordemás, el de martas forrado. Menciyuela, corre en un salto a los alatares o a los mercaderes; tráeme solimán y dos oncillas de cinamomo y clavo de giroflé para llevar en la boca». Estas cosas y otras demandan prestadas, según más y menos, la que no lo tiene, y según es su estado, unas de más, otras de menos. A las unas fallece una cosa, y a otras más de cuatro, y a otras todo junto el arreo que han de sacar. Y aun las mujeres y mozas demandan emprestadas. Y si a caballo quieren ir, la mula prestada, mozo que le lleve la falda, dos o tres o cuatro hombres de pie en torno de ella que la guarden no caiga -y ellos por el lodo hasta la rodilla y muertos de frío, o sudando en verano como puercos de cansancio trotando tras su mula a par de ella- teniéndola, y ella haciendo desgaires como que se acuesta, y que se lleguen a tenerla, la mano al uno en el hombro y la otra mano en la cabeza del otro; sus brazos y alas abiertos como clueca que quiere volar; levantándose en la silla a do ve que la miran; haciendo de la boca gestos dolorosos, quejándose a veces, doliéndose a ratos, diciendo: «¡Avad, que me caigo! ¡Yuy, qué mala silla! ¡Yuy, qué mala mula! El paso lleva alto, toda voy quebrantada, trota y no ambla. ¡Duéleme la mano de dar sofrenadas, cuitada! Molida me lleva toda. ¡Qué será de mí!». Y va haciendo planto como de Magdalena. Y si algún escudero la lleva de la rienda y hay gente que la miren, dice: «¡Ay amigos, adobadme esas faldas, enderezadme este estribo! ¡Yuy, que la silla se tuerce!». Y esto a fin que estén allí un poquito con ella y que sea mirada. Todo esto se hace con vanagloria, orgullo y lozanía. Y muchas de estas van por la calle arreadas, que cuando tornan a casa y han tornado a cada cual lo suyo, quedan con ropas de así a te andas, rotas, raídas y descosidas, llenas de suciedad y mal aparejadas. ¡Quién se las vio y las ve! Dentro en su casa, pasan con pan y cebolla, queso con rábanos, y aun tan buen día y dan a entender fuera que todo es oro lo que luce. Y más fuerte te diré, que aun a la vecindad dan a entender que alcanzan oro y moro, algo y mucho bien; y tórnase el tal oro en lacería harta y muchas fadas malas. Y después bía a llorar, hilar la rueca y el torno, hacer albaneguillas, echandillos, cruzadillos, sudarios, bolsillas; broslar almohadas, fruteros, pañezuelos; coser camisas, estiradillas; hacer almanacas de cuentas y muchas otras cosas -y tan buen día que hallen que hacer, que no les sale el jornal a diez cornados. ¡Pero quién se las vio señoras de escuderos, mujeres y mozas y hombres de pie, haciéndoles reverencia todos cuantos pasaban, pensando ser mujer de hombre de veinte lanzas, o de un tal hija o sobrina! Esto hace la gran vanagloria y chico recaudo que en ellas hay y todavía en ellas reina por ser loadas, deseadas, habladas; y no hay mujer, por de poco estado que sea, que no se haga de noble linaje y de grandes parientes, y de sangre muy limpia por la gran vanagloria y poco juicio que alcanzan. Y no solamente fuera de su tierra, do no son conocidas, mas en el lugar donde fueron nacidas y las conocen mejor que no ellas que lo dicen; pero los que lo oyen o ven cállanlo a fin de comportarlo, pues nada no les va en ello. Esto procede de vanagloria y locura grande. Donde se concluye de vanagloria la mujer -así con dote como sin dote- ser de ella bien dotada.




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Capítulo X

De cómo la mujer miente jurando y perjurando


La mujer mala ser mentirosa dudar en ello sería pecado, por cuanto no es mujer que mentiras no tenga muy prestas y no disimule la verdad en un punto; y por una muy chiquita cosa y de poco valor, mil veces jurando no mienta, y por muy poca ganancia y provecho de cosa que ve mentiras infinitas decir no se deje. Y por tanto, verás que las mujeres, por la mayor parte, todos sus hechos son cautelas y maneras, y con mentiras las coloran y adornan, y a las veces con sus empaliadas mentiras levantan sobre otros y otras falso testimonio, y crimen sobre otras componen. Y no sé hombre, por muy acucioso y avisado que sea, que a la mujer pueda hacer conocer su mentira, ni, por presto que él sea, que la mujer no le haga de verdad mentira, jurando, perjurando, maldiciéndose que nunca fue ni es lo que él al ojo vio y ve. Contarte he un ejemplo, y mil te contaría: una mujer tenía un hombre en su casa, y sobrevino su marido y húbole de esconder tras la cortina. Y cuando el marido entró dijo: «¿Qué haces, mujer?». Respondió: «Marido, siéntome enojada». Y asentose el marido en el banco delante la cama, y dijo: «Dame a cenar». Y el otro que estaba escondido, no podía ni osaba salir. E hizo la mujer que entraba tras la cortina a sacar los manteles, y dijo al hombre: «Cuando yo los pechos pusiere a mi marido delante, sal, amigo, y vete». Y así lo hizo. Dijo: «Marido, no sabes cómo se ha hinchado mi teta, y rabio con la mucha leche». Dijo: «Muestra, veamos». Sacó la teta y diole un rayo de leche por los ojos que lo cegó del todo, y en tanto el otro salió. Y dijo: «¡Oh hija de puta, cómo me escuece la leche!». Respondió el otro que se iba: «¿Qué debe hacer el cuerno?». Y el marido, como que sintió ruido al pasar y como no veía, dijo: «¿Quién pasó ahora por aquí? Pareciome que hombre sentí». Dijo ella: «El gato, cuitada, es que me lleva la carne». Y dio a correr tras el otro que salía, haciendo ruido que iba tras el gato, y cerró bien su puerta y tornose, corrió y halló su marido, que ya bien veía, mas no el duelo que tenía. Pues así acostumbran las mujeres sus mentiras esforzar con arte.

Otro ejemplo te diré: otra mujer tenía un fraile tras la cama escondido; desde que vino su marido, no sabía cómo sacarle fuera. Fuese a su marido y díjole: «¿Dónde vos arrimastes, que venís lleno de pelos?». El marido volvió para que la mujer le alimpiase los pelos, y, vueltas las espaldas, salió el fraile que estaba escondido. Y dijo el marido: «Pareciome como que salió hombre por aquí». Dijo ella: «Amigo, ¿dónde venís, o estáis en vuestro seso? ¡Guay de mí! ¿Y quién suele entrar aquí? ¡Guay, turbado venís de alguna enamorada! ¡los gatos vos parecen hombres, señal de buena pascua!». Luego calló el marido y dijo: «¡Calla, loca, calla!, que por probarte lo decía». Y así hizo y hace la mujer su mentira verdad.

Otra, teniendo otro escondido, de noche, vino su marido y hubo de esconder el otro so la cama; y cuando el marido entró, hizo la candela caediza y apagose. Y dijo la mujer al marido: «Andad aquí conmigo, dadme aquí un alguaquida». Y mientra salió a darle un alguaquida el marido de la cámara, salió el otro de yuso la cama y fuese luego abajo y salió por el establo.

Otra mujer tenía otro escondido tras la cortina -e no sabía cómo sacarlo en el mundo, y el marido no salía de la cámara- presumió un arte tal: fuese para la cocina y tomó una caldera nueva que ese día había comprado, y llevola al marido y dijo: «¡Oh cuitada, cómo fui hoy engañada! Compré esta caldera por sana y está horadada. Verás, marido». Y pusósela delante la cara e hizo del ojo al otro que saliese. Y mientra que miraba si era o no era horadada, salió el otro de la cámara. Y dijo el marido: «¡Anda, para loca, que sana está, sana!». Y luego dio la mujer una palmada en la caldera y dijo: «¡Bendito sea Dios, que yo pensé que estaba horadada!». Y así se fue el otro de casa.

Millares de estos se escribirían, sino por no tener tiempo y no avisar por ventura a las que en mal harto son avisadas. Y aunque seré de algunos reprendido por no saber ellos mi intención -la cual sólo Dios sabe en este paso no ser a mala parte- porque algunas cosas pongo en prática dirán que más es avisar en mal que corregir en bien. Diga cada cual su voluntad, que yo no lo digo porque así lo hagan, mas porque sepan que por mucho que ellos ni ellas encubierto lo hagan y hacen, que se sabe, y algunos sabiéndolo, a sus mujeres, hijas y parientas castigarán. Y las que saben que se lo entienden, que de algo de ello se dejarán. Pero no piense alguno o alguna que de mí presuma que otro no haya escrito más mil veces de estas cosas que yo he dichas y diré; como so el sol no sea hoy cosa nueva. Mas podría venir a caso que alguno que no lo sabe aquí lo leerá y dará castigo de ello a quien deba; y si non, si lo soportare, no se maraville de algún siniestro que le venga. Por ende a todo buen fin se dice. A buena parte por Dios lo tome el que lo leyere, toda murmuración cesada, que el mundo es hoy tan malo que bien decir es muerte, maldecir es gloria delectable. Esto sea cuanto a mi excusación, por cuanto sé bien que si dije, que de mí ha de ser dicho; pero de otros muchos dijeron, a los cuales no sería yo digno de descalzar su zapato. Dios sea el testigo a cuyo servicio tomé algo decir y escribir en esta parte.




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Capítulo XI

Cómo se debe el hombre guardar de la mujer embriaga


Si la mujer se mete en el vino, en beber demasiado, ser grande embriaga duda no es en ello. Que no es mujer si en el vino bebiendo tome placer, que si cincuenta comadres fuere a visitar que caritativamente todavía con ellas no tome su bendita colación. Y demás, por harta que de vino la mujer esté, que si otra vez vino le dieren, que a lo menos el sorbillo olvide por probar, si es de la ley que debe. A las tales el agua los estómagos desbarata, y háceles llorar los ojos, y el agua ruédales por el estómago hasta que la han lanzado. Y, desde que por uso la tal mujer toma el beber, síguesele lo que oirás. Primeramente, desde tercia adelante que ya bebido ha, con el quemor que el mucho beber de antenoche le dio, comienza a escalentarse y su entendimiento a levantarse; y alza los ojos al cielo y comienza de suspirar, y abaja la cabeza luego y pone la barba sobre los pechos, y comienza a sonreír, y habla más que picaza, y da ruido y vocea con cuantos ha de hacer. Anda muy presurosa y hacendosa de acá y de allá, los ojos inflamados, forrados de tafetán, la luenga trastavada5; habla por las narices, haciendo va la zancadilla, a veces amenazando a todos brama como leona, que no cataría reverencia a marido ni a señor, muy peligrosa en sus hechos; y es sabio el que en aquella hora la sabe comportar hasta su vino dormido; ni la debe hombre herir, corregir ni castigar, que no está en disposición de recibir doctrina, sino de feo responder y mal y deshonestamente obrar. Y por vedarla el vino, que no lo beba, ni valga darle asensios con el vino mezclado que lo beba por fuerza; ni cocer anguilas en el vino y lo beba; ni piedra sufre molida y con el vino destemplado por alambique; ni agua del esparto mezclada con el vino; ni la flor del centeno que se hace cuando espiga encima como una paja retuerta, al sol secado y molido y dado a beber en el vino; no vale asafétida -que es como goma- que esté en vino dos días, después colado y purificado y dádoselo a beber, y otras muy muchas cosas para dar remedio al vino bebido no debidamente. Empero, hay unas que de grado toman cuanto les dieren por perderlo, y estas tales dicen y ponen virtud en las sobredichas cosas pensando que las ha de sanar de aquel mal, y no ponen virtud en la mejor medicina que es sobre las medicinas que ellas tienen, y no quieren usar de ella, conviene saber: el seso y juicio natural, el cual, si por obra pusiesen lo que les conseja, nunca lo beberían, que es la mejor medicina de las medicinas. ¡Oh maldita sea la mujer -y de esta regla no salvo al hombre- que conoce y ve que de vino se turba, y cuando está turbada que la tienen por juglara, y ríen de ella todos, y la escarnecen por de gran linaje que sea- así los suyos como los extraños, sus parientes, maridos e hijos; y aun por esta razón recibir muchos palos, azotes y puñadas, no fiar de ellas nada -casa ni dineros, joyas ni plata, ni cosa de valía- ni dejarlas vestir ni arrear, ni llevarlas a ningún gasajado, bodas ni solaz; y do podría ser señora, mandar y vedar, ser moza y cautiva, herida y menospreciada, y de todos los que la verán murmurada y hablada! ¡Oh desaventurada, de corto juicio y poco saber, indiscreta, de flaco entendimiento! Dime, pues, la más lozana mujer que sea, desde que está puesta en esta vil contemplación de vino y adelante bien cargada -hora sea casada, monja, moza, viuda, soltera o amigada- caliente del vino o turbada, ¿vedaría su cuerpo a quien tomarlo quisiese? No por cierto, que no es en sí, ni de sí, ni en tiempo de catar su honra ni deshonra. Son muchas de ellas ladronas, hurtando para beber; esconden los jarros y cantarillos por la casa, so la cama, so la ropa, y unas aun en las arcas por henchir el cuerpo de vino. ¡Maldita sea la que tal en sí conoce y no huye de vino doquiera que lo ve! Por la cual embriagueza no hay mujer que por lozana que sea, ni de linaje, ni hermosa, que por peor que bestia bestial no sea reputada. Y ten por cierto que la mujer embriaga no fallece de ladrona y de su cuerpo mala, sucia, loca, parlera. Temor, miedo ni vergüenza, no lo esperes en ella: como de mortal enemigo huye su amistad. Y si tu suerte por compañera te la diere, con maneras pugna de relevarla, si no te es posible de ella apartarte -si es mujer, madre o hija o tal que no la conviene dejar- si por otra vía la quisieres llevar, apareja la mortaja antes que la pienses castigar, ni por mal jamás enmendar. Que con su tal o cual seso son malas de enfrenar, ¿qué harán cuando el entendimiento le han de ir a buscar? Empero, hay otras que no se embriagan en esta susodicha manera, mas escaliéntanse del vino hasta que el vino a hecho digestión: y estas tales hallarlas has muy alegres en el tiempo que reina el vino, y muy placenteras, y están dispuestas en aquel punto -si hay avinenteza o lugar- para todo mal obrar. Más te prometerán y darán en aquella hora que no en veinte horas. Aquel es el tiempo en que ellas porfían, riñen, murmuran con los de casa, pero con los extraños alegres. Pero, aunque estas tales no son tan criminosas, muchos daños se siguen a ellas y a la casa, hechos y hacienda, por el traidor del piar por el indiscreto beber. Tales cosas se siguen que callarlas es mejor, por no avisar a las que mal quieren hacer, que no las guarden en aquel punto y hora para ejecutar. Mas, como de alto dije, la que el vino bebe desordenadamente hiédele la boca, tiémblanle las manos, pierden los sentidos, dormir muy poco y menos comer, mucho beber la vida y reñir sin tiento. Esto y otras cosas vienen de lo susodicho. Y por ende, la mujer que el vino desordenadamente bebe, bien es dicha embriaga, y por tal habida y reputada en el pueblo y la gente, y no es para toda plaza. Y la que del vino hace mucha mención, merece estar toda hora al rincón, y que el marido le dé sofión.




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Capítulo XII

De cómo la mujer parlera siempre habla de hechos ajenos


La mujer ser mucho parlera, regla general es de ello: que no es mujer que no quisiese siempre hablar y ser escuchada. Y no es de su costumbre dar lugar a que otra hable delante de ella; y, si el día un año durase, nunca se hartaría de hablar y no se enojaría día ni noche. Y por ende verás muchas mujeres que, de tener mucha continuación de hablar, cuando no han con quién hablar, están hablando consigo mismas entre sí. Por ende verás una mujer que es usada de hablar las bocas de diez hombres atapar y vencerlas hablando y mal diciendo: cuando razón no le vale, bía a porfiar. Y con esto nunca los secretos de otro a otra podría celar. Antes te digo que te debes guardar de haber palabras con mujer que algún secreto tuyo sepa, como del fuego; que sabe, como suso dije, no guarda lo qué dice con ira la mujer aunque el tal secreto de muerte fuese, o venial; y lo que más secreto le encomendares, aquello está rebatando y escarbando por decirlo y publicarlo; en tanto que todavía hallarás las mujeres por rinconcillos, por rinconadas y apartados, diciendo, hablando de sus vecinas y de sus comadres y de sus hechos, y mayormente de los ajenos. Siempre están hablando, librando cosas ajenas: aquella cómo vive, qué tiene, cómo anda, cómo casó y cómo la quiere su marido mal, cómo ella se lo merece, cómo en la iglesia oyó decir tal cosa; y la otra responde otra cosa. Y así pasan su tiempo despendiéndolo en locuras y cosas vanas que aquí especificarlas sería imposible. Por ende, general regla es que donde quier que hay mujeres hay de muchas nuevas. Alléganse las benditas en un tropel -muchas matronas, otras mozas de menor y mayor edad- y comienzan y no acaban, diciendo de hijas ajenas, de mujeres extrañas -en el invierno al fuego, en el verano a la frescura- dos o tres horas sin más estar diciendo: «Tal, la mujer de tal, la hija de tal, ¡ah osadas!, ¿quién se la ve?, ¿quién no la conoce?, ovejuela de San Blas, corderuela de San Antón, ¡quién en ella se fiase!», etc. Responde luego la otra: «¡Oh bien si lo supieseis cómo es de mala luenga! ¡Rabia, Señor! ¡Allá irá, por Nuestro Señor Dios! ¡Embazada estaríais, comadre! ¡Quién se la ve simplecilla!», etc. Todo el día estarán detrás mal hablando. Y si quieres saber de mujeres nuevas, vete al horno, a las bodas, a la iglesia, que allí nunca verás sino hablar la una a la oreja de la otra, y reírse la una de la otra, y tomar las unas compañías con las malquerientes de las otras, y afeitarse y arrearse a porfía, aunque supiesen hacer malbarato de su cuerpo por haber joyas, e ir las unas más arreadas que las otras, diciendo: «Pues, ¡mal gozo vean de mí si el otro domingo que viene tú me pasas el pie delante!». Ayúntanse las unas lozanas de un barrio contra las otras galanas de la otra vecindad: «Pues ahora veamos a cuáles mirarán más y cuáles serán las más habladas y preciadas. ¡Quizá si piensan que no somos para plaza mejor que no ellas! ¡Aunque les pese, y mal pese, sí somos, en verdad! ¡Yuy, amiga! ¿Non veis cómo nos miran de desgaire? ¿Quieres que les demos una corredura y una ladradura? Riámonos la una con la otra y hablémonos así a la oreja mirando hacia ellas, y ¡veréis cómo se correrán! O, antes que ellas se levanten pasemos aína delante de ellas, porque los que miraren a ellas, en pasando nosotras, hagan primero a nosotras reverencia antes que no a ellas, y esta les daremos en barba aunque les pese, cuanto a lo primero». Y estas y otras infinitas cosas largas de escribir estudian las mujeres y urden en tanto que nunca donde van y se ayuntan hacen sino hablar y murmurar y de ajenos hechos contratar. Do podemos decir la mujer ser muy parlera y de secretos muy mal guardadora. Por ende quien de ellas no se fía no sabe qué prenda tiene, y quien de sus hechos se apartare y, más, las olvidare, vivirá más en seguro; de esto yo le aseguro.




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Capítulo XIII

Cómo las mujeres aman a los que quieren de cualquier edad que sean


La mujer amar al hombre de voluntad pura y corazón verdadero, no hay regla que lo diga, ni experiencia que lo muestre, ni doctrina que lo ponga, ni ninguna que lo haga; por cuanto tú demandas amar y ser aun amado, y esto, como ya de suso dije, sería mudar una montaña junta en otra parte, contra natural curso. Empero, querer ser amadas ellas, esto sí, y si ven que no son tan hermosas y lozanas o de tales condiciones y graciosidad para que las bien quieran, que no solamente los hombres aman las hermosas, mas las graciosas, bien hablantes, donosas, honestas, limpias, corteses y de buena crianza y costumbres honestas, en todos sus hechos vergonzosas. Estas son las que deben ser amadas, y aunque algún tanto no sean tanto allá hermosas ni parecientes; ca muchas son hermosas, blancas, rubias, de maravillosas facciones, que en sí son tan ruines, viles, sucias y de tachas llenas y de malas condiciones, que piensan que por sola su hermosura han de ser amadas. Bien creo que el que no las conoce quiérelas a prima vista, mas, conocidas, huye su compañía sino en tanto que con ellas su delectación hubiere, y no más: luego les da cantonada y no las querría ver hasta que le torna otro desfrenado apetito para irlas a ver y hablar. Mas lo peor aquí es, y de gran pecado: cuando la mujer ve que el hombre en amarla anda tibio o a las veces verdaderamente la ama, las unas por haber amor de los que tanto no las aman, y las otras porque más amor les hayan de lo que les han, y no les parezca otra mujer bien, y toda otra olvidar, y que a Dios y al mundo por ella aborrezcan. Comienzan a hacer bienquerencias, que ellas dicen, hechizos, encantamientos y obras diabólicas más verdaderamente nombradas, y ellas dícenles bienquerencias. De esto son causa unas viejas matronas, malditas de Dios y de sus santos, enemigas de la Virgen Santa María; que desde que ellas no son para el mundo ni las quieren, en tanto que a sí mismas en los tiempos pasados destruyeron y difamaron y perpetualmente se condenaron a las penas infernales por los enormes pecados que cometieron en este acto, y así fenecieron y continuaron hasta ser de tal edad que el mundo las aborrece y ya ninguno no las desea ni las quiere; y entonces toman oficio de alcahuetas, hechiceras y adivinadoras por hacer perder las otras como ellas. ¡Oh malditas, descomulgadas, difamadas, traidoras, alevosas, dignas de todas vivas ser quemadas! ¡Cuántas preñadas hacen mover por la vergüenza del mundo, así casadas, viudas, monjas y aun desposadas! ¡Oh, quién osase escribir en este caso lo que oyó y vio o se le entiende! Sería, por decir la verdad, ganar enemistad, e, lo peor, avisar por ventura a quien de ello es inocente, o dar lugar a mal hacer con la esperanza del remedio. Por ende, la pluma cesa. Empero, dime, estas viejas falsas paviotas, ¿cuántos matan y enloquecen con sus maldades de bienquerencias? ¿Cuántas divisiones ponen entre maridos y mujeres, y cuántas cosas hacen y deshacen con sus hechizos y maldiciones? Hacen a los casados dejar sus mujeres y ir a las extrañas; eso mismo la mujer, dejado su marido, irse con otro. Las hijas de los buenos hacen malas: no se les escapa moza, ni viuda, ni casada que no enloquecen. Así van las bestias de hombres y mujeres a estas viejas por estos hechizos como a pendón herido.

En Barcelona yo conocí una que nunca su casa se vaciaba de los que venían a estas burlerías, vieja de setenta años. Y la vi colgar, a la puerta de uno que mató con ponzoñas, por los sobacos, y a otra puerta de otra casada, que muerto había, la colgaron del pescuezo, y después fue quemada al Cañet, fuera de la ciudad, por hechicera, y no la valió todo cuanto favor tenía de muchos caballeros. Y ya tanto es usado y no corregido este pecado, que ya las gentes no se dan nada por ello. Por tanto, debes tomar ejemplo en esto y otras cosas. Dime, ¿qué es lo que le fallece a aquella que buen marido rico y de honra y de linaje tiene, que no le fallece sino lo que busca, mala postrimería o mal acabamiento? Dígote que esta tal, que es obligada de querer, amar y honrar a su marido, pero esta tal verás que se envuelve a las veces en otros malos baratos -conviene a saber, envolverse con otro más hacino y cuitado y mezquino- y deshonra a sí y a su marido. Pues, ¿esta tal ama a su marido? Ciertamente no, que si le amase no le deshonraría; mas esto hace el poco amor que la mujer al hombre tiene: que no le ama más de cuanto anda a su voluntad y le hace lo que quiere. Que, dígote, que por mucho que la mujer demuestre amar a su marido, si el marido le hace mil placeres, hágale una cosa que a su voluntad no sea, luego es la rencilla en casa y las lágrimas en los ojos, las cejas abajadas, volviendo la cara y el cuerpo, poniéndose a lo oscuro. No quiere comer ni beber de pesar -pero mientras él está delante, que después come como rabiosa-. Demás, no quiere cenar ni se quiere con él acostar; duerme sobre un banco, hace como que llora y que solloza; de noche levántase gimiendo, maldiciendo su ventura: tanta toma de tristor, que no es marido en aquel punto que no le comiese a bocados su mujer. Y hecho lo que quiere, otro día la risa en casa y bailar en un pie, alegre como julía: «Daca esto para mi marido». Abrázale, bésale, péinale y hácele todo servicio. Pues, mira cómo la mujer quiere al hombre y lo ama, y cuánta voluntad le tiene, ca del cuitado del marido ha de salir por donde sean amigos. Pues, si la mujer esto a su marido hace, ¿qué espera otro cuitado haber de aquella que, luego que parte sin dar, le mofa como mezquino y demás en su presencia hace del ojo a su vecina y tuerce la boca, dándole del ancha por hacer de él ansarón? Por ende, el fiar de ellas es por demás; bien quererlas es papafigo; penar por ellas: el sombrero, pues ¡camina, compañero! Y bien puede saber la mujer que no es cosa al mundo de que ella mayor enojo haga a su marido o coamante que su cuerpo librar a otro. Pues bien podéis considerar de qué amor le ama, o si le quiere deliberadamente enojar, la que comete tal contra el que dice que ama, y a las veces su cuerpo delibrará, aun a hombre extraño, peregrino y no conocido al mundo, sólo por de él haber y su apetito desordenado cumplir con él. Donde sepas que muchas veces la mujer disimula no amar, no querer y no haber. Piensa bien, amigo, que caldo de raposa es, que parece frío y quema; que ella bien ama y quema de fuego de amor en sí de dentro, mas encúbrelo, porque si lo demostrase, luego piensa que sería poco preciada; y por tanto quiere rogar y ser rogada en todas las cosas, dando a entender que forzada lo hace, que no ha voluntad, diciendo: «¡Yuy, dejadme! ¡Non quiero! ¡Yuy, qué porfiado! ¡En buena fe yo me vaya! ¡Por Dios, pues yo dé voces! ¡Estad en hora buena! ¡Dejadme ahora estar! ¡Estad un poco quedo! ¡Ya, por Dios, no seáis enojo! ¡Ay, paso, señor, que sois descortés! ¡Habed hora vergüeña! ¿Estáis en vuestro seso? ¡Avad, hora que vos miran! ¿No veis que vos ven? ¡Y estad para sin sabor! ¡En buena fe que me ensañe! ¡Pues en verdad no me río yo! ¡Estad en hora mala! Pues, ¿queréis que vos lo diga? ¡En buena fe, yo vos muerda las manos! ¡Líbreme Dios de este demonio! ¡Y andad allá si queréis! ¡Oh, cómo sois pesado! ¡Mucho sois enojoso! ¡Ay de mí! ¡Guay de mí! ¡Avad, que me quebráis el dedo! ¡Avad, que me apretáis la mano! ¡El diablo lo trajo aquí! ¡Oh mezquina! ¡Oh desaventurada, que en hora mala nací! ¡Mal punto vine aquí! ¡Dolores que vos maten, rabia que vos acabe, diablo, huerco, maldito! ¿Y piensa que tengo su fuerza? ¡Todos los huesos me ha quebrantado! ¡Todas las manos me ha molidas! ¡Rabia, Señor! ¡A osadas allá iré nunca jamás! ¡De esta seré escarmentada! ¡Yuy! ¡Tomome ahora el diablo en venir acá! ¡Maldita sea mi vida ahora! ¡Fuese yo muerta! ¡Oh triste de mí! ¿Quién me engañó? ¡Maldita sea la que jamás en hombre se fía, amén!». Esto y otras cosas dicen por honestarse, mas Dios sabe la fuerza que ponen ni la hemencia que dan a huir ni resistir; que dan voces y están quedas; menean los brazos, pero el cuerpo está quedo; gimen y no se mueven; hacen como que ponen toda su fuerza mostrando haber dolor y haber enojo. Por ende, de mujer cree lo que vieres, y de lo que vieres la mitad y menos, y no creas en su amor, que vano y ligero es, transitorio y no durable, como susodicho he: tanto le dura cuanto le place. En esto concluye y no disputes más: piensa que cuando pensares que tienes algo, no tienes nada.




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Capítulo XIV

Cómo amar a Dios es sabieza y lo ál locura


Por ende, amigo, si considerases cómo sólo amar a Dios es sabieza, virtud y proeza, donde mucho e infinito bien espera el que le ama de corazón, y que amar cosas mundanales -riquezas, mujeres y estados- es loco y vano amor y vicio contra virtud, por el cual tantos daños, como susodicho he, se siguen y provienen. Demás, si consideras la mujer -si la amas- qué cosa es, qué virtudes tiene y qué condiciones y constancia, y por qué mueres y pierdes tu alma, como suso razonado he, sepas que en amar a otro sino a Dios nunca tu corazón pensaría, pues todas cosas pasan salvo sólo amar a Dios. Bueno es, amigo, el hombre perderse o morir por buena cosa, pero morir y perderse hombre por vil cosa y transitoria, poco seso es y falta de natural juicio. Por ende, amigos, todo loco amor, pompa y vanagloria de nos lancemos, y en tal manera nos habemos que de aquel verdadero Sidrach, Jesucristo, hijo de la humil, graciosa abogada nuestra la Virgen Santa María, seamos amados, no por nuestros méritos, mas por el derramamiento de la su propia sangre, que -voluntariosamente, sin premia ninguna- por nos en el árbol de la Vera Cruz derramó, por redimirnos y salvarnos del pecado, a que nuestro padre Adán con nuestra madre Eva nos obligaron y sometieron. Quien algo de esto considerase y su pensamiento en este amor verdadero algún tiempo adurmiese, pienso que mucho errar imposible le sería. Pero, pues que de las mujeres mal usantes en común algún tanto he dicho, de necesario es que los términos y proposiciones se conviertan, y que no digan que fue manera de mal decir y mal hablar de ellas, no hablando de los malos hombres que se hallan en este mundo -por nuestros pecados infinitos- mal usar y mal perseverar y peor acabar; otros mal usar, mal perseverar y mucho bien acabar; otros bien usar, mejor continuar y muy mal acabar. Por ende, algún tanto a decir de ellos me alargaré, con la protestación susodicha de no querer mal decir del bueno -que sería mal y contra conciencia, y no es debido decirse- ni otrosí yo querer decir de los otros porque yo sea exento ni quito de culpa, antes confieso mi culpa y con uno de los que dijere quiero ser contado por pecador y errado. Pero alguno es malo para sí, que a las veces da castigo bueno a otro, como suso dije, y yo así querría ser, y a Dios plega que lo sea así; por cuanto muchos a las veces son como el entorcha que alumbrando a otro consúmese y se deshace, y ni por eso queda que no haga lumbre a los otros. Ya pluguiese al verdadero poderoso Dios que sus dones y gracias da a aquel o aquellos que le place, o Él por bien tiene, que diese a mí tanta gracia en esta brevecilla obra, u otras que a su servicio y loor -aunque indigno- entiendo hacer, que algún buen ejemplo alguna persona en sí tomase por do me relevase, por causa de su corrección, enmienda y castigo, de mis culpas cometidas. Que Dios Nuestro Señor sus gracias muchas veces reparte donde quiere y más le place; que a cada uno es dada gracia según la voluntad de Jesucristo y aun más, que adonde el espíritu de Dios quiere inspirar allí inspira. Y como Nuestro Señor dice en el su santo Evangelio: «Señor, muchas cosas a los sabios y prudentes de tus secretos escondiste, las cuales a los pobrecillos revelaste, y esto porque así place a Ti». Y demás, por conclusión, dijeron algunos grandes letrados, santos de Dios escogidos, en especial San Agustín: «Vemos unos violentos hombres que el mundo los aborrece y los tiene en estima de no nada por simples, pobres y de poca ciencia y autoridad, que roban y arrebatan los altos cielos por fuerza y con gran furia y violencia, que no hay detenimiento en ellos. Y nosotros, con todo nuestro saber y ciencia, somos zabullidos en los infiernos». Así, que no lo pongo en comparación esto por yo ser tal, ni uno de los violentos, porque me pesa; bien uno de los que poco saben y la merced de Dios esperan. Esto sin lisonja ni infinta, sino como lo digo así lo conozco por verdad. Empero, a las veces, los que poco saben dan buen consejo para otro, aunque para sí no son para tomarlo; y tal sabe a las veces reprehender, que es mucho más digno de reprehensión que otro. No pare mientes el bueno al malo ni al que mal usa, ni el que doctrina recibir quiere al que enseña, si malo es, ni a sus malas obras; tome de él los dichos y aprovéchese de ellos, y déjelo con sus vicios, que él dará cuenta de ellos: que cada cual ha de llevar su carga y de ella en estrecho juicio dar razón; que ni el hijo llevará la culpa del padre, ni el padre la del hijo. Aunque te digo que muy digno de loor es el que enseña por palabra si por obra lo aprueba, y este tal, Dios es con él. Pero ¿quién es este? -y loarle hemos- sabed que este tal hace milagros en su vida. Así que todos somos, según más o menos, pecadores; si decimos que pecado no tenemos, nosotros engañamos a nos mismos, según dice San Juan en la su canónica, en el capítulo primero, cómo no sea ninguno que sin pecado viva. Por ende, contándome por uno, en el número de los que diré quiero ser el primero. Y si bien dijere, no sea reprehendido; y si mal dijere, quiero ser corregido, no de los sabios solamente, mas de los que pareciere yo haber errado y mal dicho, mal escrito o mal hablado. Y por cuanto el intento de la obra es principalmente de reprobación de amor terrenal, el amor de Dios loando, y porque hasta aquí el amor de las mujeres fue reprobado, conviene que el amor de los hombres no sea loado. Y si las mujeres amar quisieren los hombres, vean quién aman, qué provecho se les seguirá de amarlos, qué virtudes, qué vicios para amar tienen los hombres. Y por cuanto comúnmente los hombres no son comprehendidos como las mujeres so reglas generales -esto por el seso mayor y más juicio que alcanzan- conviene, pues, particularmente hablar de cada uno según su cualidad; y esto no se puede saber sin natural materia de los astrólogos naturales. Por ende, conviene saber primero las planetas y los signos cuáles y cuántos son, cómo obran en los inferiores cuerpos; cuántas complexiones son de hombres, cada uno en qué se lo conocerán y, conocido, cómo de él se guardarán; porque algunos no digan que no hace esto tratar a propósito de reprobación de amor, sí hace, y mucho, si lo consideran. Y aunque tal es mismo de las mujeres, pero generalmente ellas tienen otras condiciones que los hombres, de las cuales voluntariosamente les place usar y usan, según de alto ya dije. Demás, ruego a los que este libro leyeren que no tomen enojo por él no ser más fundado en ciencia; que esto es por dos razones: por cuanto para vicios y virtudes harto bastan ejemplos y prácticas, aunque parezcan consejuelas de viejas, patrañas o romances; y algunos entendidos reputarlo han a hablillas, y que no era libro para en plaza. Perdonen y tomen lo poco, y de buena mente. ¿Qué más pudiera hacer sino que cada uno sepa y entienda la manera del vivir del mundo? Que ya en los mismos dichos son las grandes sutilidades reprobadas. Y la segunda razón sí es que mal dice el que más no sabe ni entiende. Y aquí cesa todo argumento en contrario contra mi hecho en esta parte.




 
 
Fenece la segunda parte de esta obra y comienza la tercera
 
 



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Tercera parte

Aquí comienza la tercera parte de esta obra, donde se trata de las complexiones de los hombres y de las planetas y signos, cuáles y cuántos son



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Capítulo I

De las complexiones


En hombres hay muchas maneras, y por ende son malos de conocer, peores de castigar. Y por cuanto es cosa muy honda el corazón del hombre, según Salomón dice, por ende, no sólo por lo que de partes de fuera demuestra es conocido, mas aun por las calidades y complexiones que cada uno tiene es por malo o bueno habido. Y son en cuatro principales maneras halladas, según las calidades de ellos: unos son secretos, callados y de cortas razones, flemáticos, adustos; y otros son en otras tres maneras: unos sanguinos, alegres y placenteros; otros coléricos y furiosos; otros malenconiosos, tristes y pensativos. Esto según más y menos, que el hombre de todas cuatro complexiones es compuesto, mas una de ellas señorea el cuerpo más que no otra, según que aquí diré de las complexiones de los hombres. Y quiero primeramente poner las complexiones mejores y de mayor excelencia, según su naturaleza de ellas y la constelación de sus planetas; que cierto es que los cuerpos sobrecelestiales dan a los inferiores cuerpos sus influencias naturalmente y obran en ellos según más y menos.




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Capítulo II

De la complexión del hombre sanguino


Primeramente digo que hay algunos hombres que son sanguinos, con muy poquita mezcla de otra calidad y complexión ni predominación en grande cantidad de otro accidente. Este tal en sí comprehende la correspondencia del aire, que es húmedo y caliente; este tal es alegre hombre, placentero, riente y jugante, y sabedor, danzador y bailador, y de sus carnes ligero, franco y hombre de muchas carnes y de toda alegría es amigo, de todo enojo enemigo, y ríe de grado y toma placer con toda cosa alegre y bien hecha. Es fresco en la cara, en color bermejo y hermoso, sobejo, honesto y mesurado; este tal es misericordioso y justiciero; que ama justicia y mesura, mas no por sus manos hacerla ni ejecutarla; antes es tanta la piedad que en su corazón reina, que no le place ver ejecución de ninguno que viva, antes ha duelo de cualquier animal irracional que vea morir o penar. Duélele el mal hecho, pésale el mal obrar; plácele bien hacer y verlo hacer. Suma: que el sanguino, si de otra calidad contraria no es sobrado, dicho es bienaventurado. Y son de su predominación estos tres signos: Géminis, Libra, Acuario: su reinar de estos tres signos, lo demás es en poniente.




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Capítulo III

De la calidad del hombre colérico


Hay otros hombres de calidad coléricos; estos son calientes y secos, por cuanto el elemento del fuego es su correspondiente, que es caliente y seco. Estos tales súbito son irados muy de recio, sin templanza alguna. Son muy soberbios, fuertes y de mala complexión arrebatada, pero dura breve tiempo; pero el tiempo que dura son muy peligrosos. Son hombres muy sueltos en hablar, osados en toda plaza, animosos de corazón, ligeros por sus cuerpos; mucho sabios, sutiles e ingeniosos; muy solícitos y despachados; a todo perezoso aborrecen; son hombres para mucho. Estos aman justicia y no todavía son buenos para mandarla, mejores para ejecutarla; así son como carniceros crueles, vindicativos, al tiempo de su cólera, arrepentidos de que les pasa. Son de color blanquinosa en la cara. Y son de sus predominaciones estos tres signos: Aries, Leo y Sagitario: ardientes como fuego. Reinan estos tres signos en levante, y son muy fuertes hombres y los demás a perder.




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Capítulo IV

De la calidad del hombre flemático


Hay otros que son flemáticos, húmedos, fríos de su naturaleza de agua. Estos tales son tibios, ni buenos para acá, ni malos para allá, sino a manera de perezosos y negligentes, que tanto se les da por lo que va como por lo que viene; dormidores, pesados, más flojos que madeja, ni bien son para reír ni bien son para llorar; fríos, invernizos, de poco hablar, solitarios, medio mudos, hechos a machamartillo, sospechosos, no entrometidos, flacos de saber, ligeros de seso, judíos de corazón y mucho más de hechos. Son de su predominación tres signos: Cáncer, Escorpio, Piscis. Reinan estos tres signos a la parte de la trasmontana. La color tienen como de abuhados.




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Capítulo V

De la calidad del hombre malencónico


Hay otros hombres que son malencónicos: a estos corresponde la tierra, que es el cuarto elemento, la cual es fría y seca. Estos tales son hombres muy irados, sin tiento ni mesura. Son muy escasos en superlativo grado; son incomportables donde quiera que usan, mucho riñosos y con todos rifadores. No tienen templanza en cosa que hagan, sino dar con la cabeza a la pared. Son muy inicuos, maldicientes, tristes, suspirantes, pensativos; huyen de todo lugar de alegría; no les place ver hombre que tome solaz con un papelote. Son sañudos, y luego las puñadas en la mano, porfiados, mentirosos, engañosos; e innumerables otras tachas y males tienen. Son podridos, gargajosos, ceñudos y crueles sin mesura en sus hechos. Esto todo susodicho se entiende de las complexiones de cada una de las dichas calidades en él más predominantes. Empero, si otra complexión mejor ayudase a la mala en cantidad mayor que ella, hará a la persona perder la propia y allegarle a la que le ayuda, y será demudado en la mejor complexión. Y por el contrario eso mismo. Ejemplo: el flemático puede ser tanto de la sangre ayudado que le hará ser muy mejor que flemático; y esto es de todas las complexiones. Y por el contrario también, aunque, como dije, el hombre de todas cuatro es complexionado; pero la que más reina, aquella le tira a su calidad en mucho o en poco, en bien o en mal, según su reinar. Son de sus predominaciones tres signos: Tauro, Virgo y Capricornio. Reinan estos tres signos al mediodía. Color tienen de cetrinos.




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Capítulo VI

De cómo los signos señorean las partes del cuerpo


Pues ahora has oído que son cuatro complexiones en los hombres -y lo que te digo en este caso en los hombres entiende de las mujeres: hombre sanguino, hombre colérico, hombre flemático, hombre malencónico. Y aunque cada cuerpo sea compuesto de estas cuatro complexiones y no sin alguna de ellas, pero la que más al cuerpo señorea, de aquella es llamado complexionado principalmente, y así se dice de las otras complexiones en la sustancia donde habitan corpórea. Tienes más: los cuatro elementos que corresponden a estas calidades: el fuego al colérico, el agua al flemático, el aire al sanguino, la tierra al malencónico. Tienes más: que de doce signos que son, cada tres de ellos son predominantes a cada elemento y complexión: Aries, Leo, Sagitario son de los coléricos, respondientes al elemento del fuego; Cáncer, Escorpio, Piscis, al flemático, correspondientes al elemento del agua; Géminis, Libra, Acuario, son del sanguíneo, correspondientes al elemento del aire; Tauro, Virgo, Capricornio son del melancónico, correspondientes al elemento de la tierra. Ved aquí las complexiones de los cuerpos humanos. Ítem, Aries es masculino, y señorea la cabeza de la criatura; es su planeta Mercurio. Tauro, femenino, señorea el cuello; es su planeta Venus. Géminis, masculino, señorea los brazos; es su planeta Mercurio. Cáncer, femenino, señorea los pechos; es su planeta la Luna. Leo es masculino, señorea el corazón; es su planeta el Sol. Virgo es femenino, señorea el vientre y el estómago; es su planeta Mercurio. Libra es masculino, señorea el ombligo; es su planeta Venus. Escorpio es femenino, señorea las partes vergonzosas; es su planeta Marte. Sagitario es masculino, señorea los muslos y la espina del lomo; su planeta es Júpiter. Capricornio es femenino, señorea las rodillas; la su planeta es Saturno. Piscis es femenino, señorea los pies; la su planeta es Júpiter. Ahora tienes que son de los doce signos, los seis masculinos, los seis femeninos, según ya de alto dije. Pues ahora, para venir a mi propósito, aunque si se hubiesen de decir las naturales señales de las personas que de sí dan y muestran quién es y el cielo que las tiene -que son como hombres crespos o bermejos, o canudos en mocedad; que tienen la cabeza redonda o luenga, muchas rúas en la fruente, o remolinos o grandes entradas en ellas; cejijuntos, romos, camusos, o grandes narices y luengas, o delgadas y agudas; ojos hondos, chicos, las pestañas apartadas, los ojos bermejos y pintados; la boca grande, ceceoso, tartamudo, los dientes ahelgados o dentudos; la barba partida, la cara redonda y ancha; las orejas grandes y colgadas, las quijadas grandes y salidas afuera, mozo de barbas; el cuello gordo y corto; tuerto del todo o bizco del un ojo, o de ambos señalado; lisiado, las espaldas anchas, corcobado, gibado de ambas partes o de una no más; el cuerpo peloso y todo velloso o sin pelos, todo liso; las ancas salidas afuera, las piernas tuertas, las manos y pies galindos; el hablar suave, los hechos arrebatados, el gesto asegurado, el corazón movido, mentirosos, soberbios; otras muchas tachas -e cada una qué significa o demuestra, sería de tener tiempo. De esta materia largamente hallarás en el libro De Secretis secretorum que hizo Aristóteles a Alejandro, casi a la fin. Allí leerás maravillosas cosas de las señales de las personas, y cómo a veces mienten por el gran juicio cuando los rige; mas por cuanto esta regla se halla no ser continua ni verdadera, no la prosigo aquí. Y porque cuando esto algunos leyeren no se turben los unos con los otros diciendo: «Pues tú tienes tal señal y yo tengo tal; pues Fulano tiene tal, síguese, pues, que es tal y el otro es tal», por esto lo dejo. Y demás que algunos se hallan bermejos y son buenos, y así de las otras señales. Esto a las veces hace la discreción y seso de los que tales señales tienen, que se refrenan y saben guardarse de errar y caer en aquello que su señal demuestra, y saberse encubrir las tachas con mucha sabieza. Por ende, todo esto dejado, vengamos al propósito y conclusión.




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Capítulo VII

De la cualidad del sanguino


Dígote de las calidades y maneras de los susodichos hombres y mujeres. Mas de mujeres aquí no se trata, como de suso se ha dicho algún poquito -y tan poco que no es más que el grano del mijo en la boca de un asno- para acusación y corrección: harto al que quisiere puede aprovechar. Mas pues de los hombres, de sus vicios y tachas, no se discutió de alto sino como gato que pasa por ascuas por ende ahora diré aquí de sus vicios y tachas (así de mí como de los otros) habido por fundamiento las complexiones de ellos, cómo y cuáles son ni qué predominaciones tienen. Primeramente prosigo los que son sanguinos: qué tachas tienen, qué males y qué vicios, qué virtudes o buenas calidades. Pues digo primeramente que el hombre sanguino es muy alegre, franco y riente y placentero; pero aunque estas bondades de sí el sanguino tenga, pero mal haciendo y mal usando convierte o trasmuda sus buenas en malas condiciones; que, como quier que es alegre y placentero, es mucho enamorado y su corazón arde como fuego, y ama a diestro y a siniestro; y cuantas ve, tantas ama y quiere, y con todas mucho alegre, alegando por sí lo que dice el profeta David en el Salmo: «Señor, delectásteme en la hechura de tus manos». Por ende, Señor, si amo, amo y quiero la mujer que es hermosa, que es hechura de tus manos, pues, Señor, el profeta lo manda, yo, Señor, ni por esto no debo pecar. Amigo, a esto te respondo que el tal deleite es para Dios alabar, mas no para pecar. Si tú en la mujer te deleitas, no pecas por esta vía diciendo: «Señor, bendicho seas Tú que cosa tan hermosa formaste». Si esta es tu delectación, buena es, así de la mujer como de las otras cosas todas por Dios criadas; mas si por verla hermosa luego la codicias para con ella pecar, no es este tal deleite, mas pecado, y de este tal no habló el profeta. Otros dicen: «¿Para qué, pues, Dios crio hombre y mujer y les dio estímulos carnales, pues no los han de ejecutar?». Esto hallarás reprobado por el Papa en las Clementinas, en la postrimera Clementina, De los herejes, en el seteno error que tenían los bigardos y bigardas en Alemania, do define el Papa ser mortal pecado, salvo con propia mujer suya y no toda hora. Tenían estos que el acto de lujuria no era mortal pecado por ser naturalmente inclinado a él, y más por el autor ser cálidamente de ello tentado, a lo cual todos los doctores santos son contrarios. Dígote que los hizo a los tales para generación por cópula matrimonial; dioles estímulos para haber galardón por ello a aquellos que se quisieren refrenar; pues galardón sin trabajo no se puede alcanzar. Por ende, quien gloria y holganza para siempre quisiere, sufra por Dios y por su amor algún tanto; padezca, aunque Él por tu padecer no ha más ni menos de aquello que ab aeterno tenía y había, pero quiere el buen corazón y la buena voluntad, y no locos amores de mujeres ni de hombres. Y como las mujeres se paguen de hombres alegres y amadores y enamorados, mas con condición que no amen a otra sino a ella; que para ella nació en el mundo y le crio su madre, etc. Y de necia no se les entiende, mas alléganse las mujeres a ellos, y estos, con sus placenterías, solaces, burlas y juegos, traen muchas engañadas, burladas, escarnecidas, a perder. ¡Guay de la triste desaventurada que los cree! Que, como el amor de ellos sea en muchas derramado por ser de muchas queridos, no pueden amor firme haber, sino ¡vaya el río so la puente mientras el agua corriere! Son gualladores y del mundo burladores; hoy aquí, cras allí; si Marina no me place, Catalina, pues sí hace. Esto procuran: ser alegres, rientes, francos, placenteros y de hermosos gestos y cuerpos, tañedores, cantadores, y en todos sus hechos julíos; y con la vanagloria de la fama buena que su noble calidad demuestra, enloquécense, y no es en su poder una sola amar, por ser aún queridos de muchas. Y por mejor mujer se tiene la que le usurpa o puede haber para sí, o puede quitar de otra que el tal ama con pura envidia; que no ha cosa de que más arreada se tenga la mujer que de alcanzar marido o amigo que de tal calidad sea; siquiera sea difamada del pueblo todo y de sus parientes vituperada. ¡Oh de la loca desaventurada que tiene firmeza con todo hombre; que muchos hay que templados de otra no podrían de no decirle! Y así se pierden muchas, y aun andan por mal cabo, y pierden sus buenos casamientos, sus honras y estados por creer a aquel que, desde que su voluntad cumplida de ella haya, no se dará por ella más que por cosa olvidada. Créele lo que le promete y jura diciendo: «Yo te daré; yo te haré; yo te conteceré». Y ya lo jura con engaño en su corazón, diciendo: «¡Oh, si me creyese, cómo la burlaría!». Pues si le creen, duelo tienen doblado para mientra que vivieren; que deshonrarlas ha quien cobro después no les dará sino irse a otra a plantarla por reverdir; aunque la haya sacado de su tierra o llevado a tierra ajena, o de casa de su marido, o de su padre o madre, o de poder de su primo o hermano, y demás aunque preñada o parida de él sea, no guarda nada de lo jurado y prometido. En tanto que te digo que si algunas por servicio de Dios pasasen tanto mal, tanta hambre y sed, tanto frío y tantas pasiones, enojos y vergüenzas y pobrezas, y aun la mitad menos -así en irse con ellos como en seguirlos, o creer de ligero consejo de ellos, como en los dolores del parto, hijos de ellos pariendo, criando, y malas noches y días, y malas horas con ellos pasando- creo que irían recias como vira o saeta a la gloria de Paraíso sin detenimiento ninguno. ¡Quién puede pensar a cuántos males, peligros y daños se pone la mujer después de errada, o en el tiempo que comete los tales yerros a cuántos denuedos -y la muerte al ojo- y no cura sino cerrar y pasar y viva la locura! Por cierto con su marido, o su padre, o parientes no lo sufriera tal pasar, antes se degollara. Y por salir de so el mandado de su padre o madre, marido o parientes, vanse y creen aquellos que no solamente las mandan, mas la arrean como a bestias: «¡Arre acá! ¡Arre acullá!», después que el amor pasado -que dura cuando más un año, y es ya mucho si tanto dura- y de allí adelante ¡vía andar a vara! Y todo esto por amor de aquel que en verdad no pierde sueño ni comer por ella -basta que lo perdió al comienzo cuando propuso de cautivarla y engañarla, no curando que por él perdiese marido ni casamiento, ni honra, pero después feneció su amor al cumplimiento de su voluntad; y la que entonce tibiamente le ama, continuando el uso de amor con él, creció en amor como fuego con estopas -en tanto que ella crece en amor, y pierde el comer, beber y dormir y folgar, por el contrario de lo de primero que mientras más iba, él más ardía y ella menos sentía. Estos tales son hombres muy alegres, placenteros y mucho rientes de voluntad: de una pajarilla que vaya volando se reirán hasta saltarles las lágrimas de los ojos. No tienen gesto ni risa infingida; todos hombres alegres aman; todos juegos les placen, especialmente cantar, tañer, bailar, danzar, hacer trobas, cartas de amores; gasajosos en decir, alegres en participar, verdaderos en lo que prometen, entremetidos en toda proeza: esto si la crianza se lo da, que el rústico aldeano, hombre forano, aunque de la tal calidad sea, el no uso de gentileza no le ayuda a ser tal como el curial; pero su calidad presta está a todo gasajado y bondad, salvo que en amar juegan con la brida como muleta nueva. Por ende, créame la que quisiere, y ame a Dios primeramente. Ame a su breve tiempo, ese poco que ha de durar, que no le despienda en locuras, pues ha de dar cuenta de él, y aun de toda palabra ociosa. Ame a su fama y honra. Ame a sus parientes do viene. Ame a sí más que no a otro, y no crea de ligero ni vuelva sus ojos a son de pandero. Sea contenta con honestidad y buen renombre y buena fama, comiendo y paciendo las yerbas, y con sólo pan y agua, estando entre dos paredes; que más vale a ella mil veces que no ufanas y locuras y pompas y vanaglorias, siendo deshonradas y vituperadas, y mal traídas locamente amando. Y no curen de creer locos amadores por mucho que sean bailadores, lozanos ni cantadores: que todos son burladores, honestad de matrimonio salva.




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Capítulo VIII

Del colérico, qué disposición tiene para amar y ser amado


Hay otra manera de hombres que no son de tan buena calidad como los susodichos: estos son los coléricos, que en ellos predomina y señorea la cólera a las otras calidades. Estos tales son muy curiosos y de gran seso, ardidos, sutiles, sabios, ingeniosos, movidos de ligero y heridores. Y a estos que estas calidades tienen veréis de muchas veces hacer sus hechos tan arrebatados que, si en algo alguna buena calidad tienen, en otro la pierden. Hacen estos tales amando mucho mal: lo uno porque de sí son movidos y en un punto enojados, y tienen las manos prestas a las armas y a herir. Estos tales son sacadores de sangre que en pocos ruidos se hallan que no saquen sangre. Por ende, las mujeres aman a estos mucho por vengar sus injurias, y que ninguno ni alguna no les ose decir peor de señora, teniendo los tales por sí; que si alguno o alguna les dice alguna cosa mal dicha o que no le viene bien, luego revienta su corazón en lágrimas y sollozos cuando entiende que ha de venir él a casa. Y cuando el hombre entra, está ella escondida, o hace que se esconde por desgaire; e dice a los de casa el marido o amigo cuando él viene: «¿Dó Fulana?», o «¿Dó tu señora?». «Señor, allá está en el palacio mucho triste y llorosa». Y cuando él entra, comienza ella de alimpiar sus ojos de las lágrimas -y a las veces se pone saliva en los ojos porque parezca que ha llorado, y friégalos un poquito con las manos y dedos porque se muestren bermejos, encendidos y turbados- y luego esconde la cabeza entre los brazos, o la vuelve, cuando él entra, hacia la pared. Y el otro dice luego: «¿Qué has, amiga?». Ella responde: «No nada». «Pues dime, señora, ¿por qué lloras? que goce yo de ti». Responde: «No por nada». «¿Pues qué cosa es esta? ¡Así goces de mí!». «Vos digo que no nada». «Dime, pese a tal, señora, ¿qué cosa es o quién te enojó, o por qué son estos lloros? ¡Dímelo, pese a tal, señora!». Responde ella: «Lloro mi ventura». Y luego comienza de llorar y los ojos de recio alimpiar, tragando la saliva más venenosa que rejalgar, y dice: «¿Parécevos esto bien, que Fulana o Fulano me ha deshonrado en plaza? ¿Y cómo? Bien a su voluntad llamándome puta amigada. Díjome puta casada, y díjome tales y tales injurias, que más querría ser muerta que ser en vuestro poder venida. ¡Ay de mí, cuitada! ¡Ahora soy difamada y deshonrada! Y ¿de quién? ¡De una puta bellaca, suela de mi zapata!» o «¡De un bellaco vil, suela de mi chapín! Pues si esto vos parece que yo debo sufrir, en antes renegaría yo de mí en Dios y mi ánima; antes me fuese con un moro de allén la mar o con el más vil hombre de pie que en Castilla hubiese, y no digo más». Luego el otro, como es colérico, y en un punto movible, sin deliberación alguna, arrebata armas y bota por la puerta afuera sin saber si es verdad ni hacer otra pesquisa sino sólo a dicho de una que es parte formada, o se dará al diablo por ver destruida o destruido a aquel que la ha injuriado. Y por tanto, el que juicio tuviese debería primero pensar quién se lo dijo; si se lo dijo en tiempo que estaba pacífica o sañuda, irada o sosegada; si la otra era su amiga o enemiga; o amiga de su amigo o vecino; y guardar de no perder su amigo por un enemigo que es la mujer -que si amigo fuese callaría y tal no urdiría- sino decirle: «Amiga, estás ahora malencónica, y yo he ya comido y bebido. Espéralo para otra hora, que ahora no puede reinar cólera en mí, que ya estoy exormado al presente. Presta paciencia, que yo remediaré en ello; hoy en este día no». Mas de todo esto no cura el loco con su locura, sino allá va el prieto. Cuando le ve tomar armas y salir de casa, comienza ella a dar gritos y voces, diciendo: «¡Cuitada, mezquina, corneja triste, desaventurada! ¡Venid acá, no vayáis allá!». Y ella no ve la hora de oír dar a la otra gritos y voces de cómo da en ella, o en él, cuchilladas, palos y coces. Empero de la otra parte sale luego su marido o su pariente de la otra mujer, y fe el ruido en la mano: o él mata o le matan, o él hiere o le hieren, que todo es daño, así dar como recibir. Y cuando entra herido por casa o ha herido, ráscase la bendita de la promovedora de ello las nalgas -con reverencia hablando- diciendo: «¡Cuitada, mezquina, turbada, corrida! ¡Yuy, y qué será de mí! Señor, ¿quién vos hirió por la cara?» o «¿Quién me vos mató?» o «¿Quién vos dio tal golpe? ¡Virgen María! ¡A ti lo acomiendo, Jesús mío! ¡Bueno, y no me lastimes! ¡Ay, triste de mí! ¡Daca huevos; daca estopa; daca vino para estopadas! Juanilla, ve al cirujano; dile que venga. ¡Corre aína, puta, hija de puta! Marica, daca una camisa delgada, que se le va toda la sangre. ¡Yuy, Jesús! ¡Ay Santa María! ¡Dame del agua; que me fino! ¡Ay, triste de mí! Pedro, id, hijo, en un salto a su hermano que venga luego. Juan, id a su compadre y decidle que hubo ruido; no digas pero que está herido. Martín, llamad a mi comadre; llamad a mi vecina. ¡Yuy, qué duelo fue aqueste! ¡Qué quebranto atán grande! ¡Qué dolor tan desigual! ¡Yuy, cautiva! ¡Ay mezquina! ¡Oh triste! ¡Ay lasa de mí! ¡Ay Virgen María! ¡Pues, señor, decid, decid, amigo! Y ¿qué vos duele, amigo? Y ¿qué sentís? ¡Triste de mí, que en hora mala nací!», etc. ¿Veréis, que vos ayude Dios, qué demanda? Vele que tiene la cara atravesada, o buena puñalada o lanzada, y demándale: «¿Qué vos duele?» o «¿Qué sentís?» Merecía la tal casada o amigada, u otra cualquier que tal con sus lágrimas rabiosas procura al que tiene o que bien quiere o que querría, ser por ventura despachada ya de él: que como entrase herido, le diese a ella una tal por la cara en señal de victoria y ejemplo a las otras que nunca dieren causa a los hombres de mal haber ni mal hacer por vengar sus lágrimas rabiosas, e injurias voluntarias y dañadas: que más prestas hallarás las lágrimas en el ojo de la mujer que el agua en la fuente. Por donde pierden después sus haciendas y andan por mal cabo por no sufrir una poca de injuria que luego pasa, y dar lugar al mal, queriendo quebrar un poquito su corazón; antes, después han de perder lo que tienen y andar escondidos y huidos; dejar sus tierras y casas y andar por las ajenas, y dar de comer a los alcaldes, alguaciles y notarios. Y esto se les viene de cada día por estas lágrimas negras, malditas, mal aventuradas, rabiosas y emponzoñadas, venenosas, crueles y desmesuradas. ¡Ay Dios, quién pudiese pesar una lágrima de mujer! ¡Si el hombre tan discreto y sabio fuese! Por cierto, más pesa una lágrima de ellas que un quintal de plomo o de cobre: ¡maldito sea el que en esto no pensare, amén! Cuando lágrimas de ellas viere, que primero tome acuerdo que venganza, de las cuales donde juicio, discreción, seso y entendimiento hubiese, deberían cesar las buenas mujeres honestas cuando vienen los hombres delante de ellas, por escusar el mal; más que más cuando son hombres coléricos, que son prestos a las manos y reina súbito la malenconía en ellos, y hacen en un punto y en una hora cosa de que se arrepienten por todo un año o quizá toda su vida; o le matan súbito y va a las penas infernales condenado. Y ella queda triste, desaventurada, cumplida su voluntad y su malenconía vengada y su ira ejecutada, y comenzado su dolor, bien se le debiera membrar que a buen callar llaman Sancho. Empero estos tales son robustos en amar, atrevidos a mal hacer, indiscretos en la hora de la cólera, ávidos y expertos para ejecutar, no temerosos para poner por obra; y si el entendimiento no se duerme, las sus manos pero velan: por ende son muy peligrosos para amar y ser amados. Más, dejando su amor de ellos -que es viento y rocío que en breve momento pasa y dura- amar ellas a Aquel que dura y durará su amor para siempre jamás, sabieza sería, salvo mejor consejo.




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Capítulo IX

De las condiciones de los flemáticos para amar y ser amados


Hay otros hombres que son flemáticos, los cuales son para arte de amar los más hábiles y convenientes del mundo: estos son primeramente perezosos -toma cuanto a lo primero- para comienzo de amar; son muy cobardes, más que judíos. Nota lo segundo: para ser amados son flacos y ligeros de seso, sospechosos, groseros y no en cosa de pro ni de honra entremetidos. Toma lo tercero: para querer y ser queridos, pues estos tales verás cómo han de amar teniendo todas las contrarias cosas en sí que a amar pertenecen. Por cuanto, quiero que sepas que es menester que el que amare o amar quisiere -según el mundo y tiempo moderno de hoy- que sea muy presto, hombre muy fuerte de corazón y constante, sin sospecha, animoso, amoroso, donoso, no enojoso, franco, cortés, mesurado, liberal, osado, ardido, entendido, esforzado, para mucho, en gentileza entremetido. Pues este flemático, vil y desaventurado que tales condiciones tiene, ¿cómo amará ni será amado? Que si le dijeren algo o hubiere de hacer algo, o ir de noche o andar con frío o lodos o malas noches donde su amada está, que luego que se esperece primero, y que bostece segundo, y lo tercero que saque la cabeza fuera de la puerta a ver si nieva o llueve; lo cuarto que se esté concomiendo y pensando: «Iré; no iré; sí iré. Si voy, verme han, mojarme he, me encontraré con la justicia y tomarme ha la espada; correrme ha por las calles la ronda si me encuentra; y si estropiezo por ventura, caeré; ensuciarme he de lodo los zapatos de alta grasa. No iría sin galochas fuera de casa. ¡Guay, si me muerde algún perro en la pierna, o si me dan por ventura alguna cuchillada, o si me dan en la cabeza alguna pedrada, o si me toman en casa, cortarme han lo mío y lo mejor que he! ¿Y si me toman entre puertas o si me cargan de palos? No sé, pues, si me vaya. ¡Al diablo, en buena fe, allá no vaya! ¡En buena fe, de casa esta noche no salga! Bien se está el pie en la pierna: vámonos acostar, que quien bien está y mal busca, si mal le viene, Dios le ayuda». Empero, si este tal sale fuera convencido de mucho amor, y se va a casa de la amada y encuentra alguno que trae cañas a cuestas o pellejos que hagan ruido, luego -como es muy flaco de corazón y cobarde de espíritu y de voluntad- luego se le torna el corazón tamaño como de hormiga, y da a huir, y tropieza y cae, y levántase aturdido, y huye y mira hacia tras por ver si viene alguno tras él; que piensa que son hombres armados que le van a las espaldas resollando para matarle, y huye cielo y tierra. Y si por ventura entra en casa de su dama, no entrará por ventana -que no le bastaría el corazón- ni por escalera de cuerda, ni por tejado, ni por azotea, ni desquiciará la puerta, ni saltaría seis tapias en alto; pero si la puerta le abren, todo entra encogido y a cada rincón le parece ver hombres armados. Y si algún gato se mueve, peor es que mujer: luego cae amortecido, y ella le ha de aconortar y retornar en sí con el agua de las gallinas: «Esforzar, amigo, que gato era, mi amor». Y el judío, sudando como corrido, la color perdida, los ojos embelesados, el corazón saltando, diciendo: «¡Señora, muerto soy! Yo vi ahora, a mi parecer, más de cien hombres, y pareciome en el estruendo que estaban armados. ¡Señora, muerto soy! ¡Abrid, amiga! ¡Irme he; que me vienen trasudores de muerte!». Mirando está por dónde huya o por dónde saldrá. Dice ella: «¡Yuy, amigo, no hayáis miedo, que el gato es que huyó desde que vos vio!», o «La gallina es que tiene pepita y hace ruido», o «La mula es que come cebada y hace ruido», o «Dos anadones son que están en aquel corral chapullando», o «Mi señora la vieja es que tose», o «Mi madre que cierne», o «Mi hermana que amasa», o «La perrilla que se rasca las pulgas y gruñe. Estad, amigo; sosegad vuestro corazón, que tan seguro estáis como en vuestra casa, de esto no dudéis». Responde él: «¡Ay, señora, quiérome ir! No podría aquí de miedo estar; los cabellos se me espeluznan. ¡Algo es esto, Jesús!». Desde que ella ve que está temblando como azogado y más muerto que vivo, y ve que aunque quedase, que no quedaba con ella hombre sino mujer, dice ella: «Pues mujer por mujer, no he menester aquí otra mujer». Abre la puerta y déjale salir, y las bendiciones que ella le da, estas vengan a los que lo hacen: maldiciones abondo, injurias a osadas, pusieses no por burla, ronquidos a pares, silbos como a buey, diciendo: «¡Mal gozo vea tu madre de ti, nunca otro para quien a ti parió, amén! ¿Ves qué esfuerzo para amar? ¡Roncadle!». ¡Cómo sería el tal para con un puñal defender una puerta a diez o doce, y que ninguno no se le osase acostar, que tanto estudiese mortal! Así que los tales no son buenos para amar, ni aun para ser amados, que ni tienen lo que amor requiere, ni han lo que la hembra quiere. Amar, pues, a tales es mengua de bondad y sobras de ruindad. Como hay en algunas que eso se les da ser amadas de brioso que de perezoso, de fuerte que de flaco, de hombrecillo que de hombre entero, de ardido que de cobarde, de perezoso que de experto, de generoso que de villano, de ligero que de pesado: solamente hay un florín; que todo lo otro dicen que es burla. Pero esta es la verdad, que uno en camisa vale más que otro con millares de doblas. Pero pasó ya este tiempo, que ahora de sesenta años sea el hombre no hay otro al mundo -esto con roncería y falsedad- bástale a ella, pues, le dé con que arreada se traiga, y siquiera sea feo o desdonado, puerco, gordo y dormidor. Empero, después con el vicio que este les da en arreos y buen comer y beber, nunca les fallece después algún hombre de pie con que juegue y fuelgue. ¡Guay del que escota y paga! Este caso, eso mismo digo de las mujeres que de los hombres; que así los hombres a las veces aman unas sucias, feas, desinchalidas y para poco, sólo que tengan o sean de estado y manera pensando que no son aquellas mujeres como las otras, y sabe Dios que a las veces vale más una en sayuela que otra con rabos de martas. Pero así en casamientos como en amiganzas, de aquestos amores y de aquí salen los panes gibados y los cuernos retuertos y los casamientos aburridos. Quien da vieja a mozo en amor ni en casamiento, ni moza a viejo, ni viejo con vieja: los unos buscan fadas malas y celosías; los otros viejos reñir y rabiar y porfiar; más sucios son que la araña. ¡Oh qué cosa para amores!

Cuatro maneras son de casamientos: las tres son reprobadas, y la una de loar.

La primera manera sí es: cuando el mozo casa con la vieja. Esta tal madre bendita, con sus rugas en el vientre, ¿qué espera? Que con lo suyo de ella tenga el mozo una o dos o más enamoradas a su ojo cada día, y la vieja maldita que reviente de celosía y muera mala muerte en pena y vida dolorida; y si hablare, que ande el cardenal en el ojo, y aquel traiga por alcohol; toda hora palos y descalabrada y siempre apelmazada. Esto demanda y busca la buena madre señora, en sus postrimeros días por tomar marido o amigo mozo, que se pensaba de necia que el mozo avía de ser contento de su cuero rugado, o esperaba haber hijos de él en su loca vejedad la Marta piadosa, huesos de lujuria. Pues, téngase lo que le viniere la vieja desmolada, canas de infierno; muera y reviente la vieja grofa maldita que buscó refresco en la última edad. Aconhórtese con la mala vejedad, con su cuero curtido, su vientre rugado, su boca hedionda y dientes podridos: que para mozo, moza hermosa, y que la quemen a la vieja ranciosa; y para moza, mozo gracioso y que reviente el viejo enojoso. Por cuanto quiero que sepas que esta buena madre señora, hizo contra orden de matrimonio. Pues, la buena nuestra dicha madre vejota poco curó de guardar matrimonio, salvo tomar consejo del monico por haber mala vejez. Y, ¿sabes por qué no se llama patrimonio, salvo matrimonio? Por los grandes cargos, penas y dolores que la mujer soporta, antes del parto encargoso, en el parto doloroso, después del parto, en criarle, enojoso. Por ende, se llama de parte de la madre matrimonio, lo cual poco pensó la vieja curtida. ¡Haya, pues, mala vida y esté de este mundo por despedida!

Hay la segunda manera de matrimonio o amor reprobado, cuando el viejo casa o ama a la moza. ¿Qué espera el tal viejo gargajoso, pesado como plomo, abastado de vilezas, sino que la moza, harta de enojo de estar cabe tal buey de arada, que busque un mozo con quien retoce, y que lo sienta él y calle, y si no callare, que lo pese o plega, que lo soporte y vea de cada día su casa perderse, y no pueda dar recaudo? La primera oración que dice la tal moza cuando entra en la cama del viejo es esta: «¡Mal siglo haya el padre o madre que tal da a su hija!». Y dale dos pujeses y échase suspirando cabe él, mas no suspira por él. O dice: «¡Nunca otro casamiento haga quien este casamiento me adilgó! ¡Mala postrimería, malos días, malos años le dé Dios, amén!», etc. Apaga la candela, échase cabe de él y vuélvele el rostro, y dale las espaldas diciendo: «¡Mala vejez, mala postrimería te dé Dios, viejo podrido, maldito de Dios y de sus santos, corcobado y perezoso, sucio y gargajoso, bellaco y enojoso, pesado más que plomo, áspero como cazón, duro como buey, tripudo como ansarón, cano, calvo y desdentado! ¿Y aquí te echaste cabe mí, diablo desazado, huerco espantadizo, puerco invernizo, en el verano sudar y en el invierno temblar? ¡Triste de la que tal heredo tiene! ¡Guay de la que tal posee! ¡Ay de la que tal cada noche al costado tiene! ¡Oh triste de mí, que en hora mala nací! ¡Y para mí fueron guardadas, cuitada, estas hadas malas! ¡Otra logró su mocedad, y para mí, cautiva, estuvo guardada esta mala vejedad! Pero, ¡para la pasión de Dios, si el día Dios me deja ver, yo se la urda! ¡Guay! ¿Y tal vida había de sufrir? ¡Antes fuese yo quemada en medio de aquella plaza! ¡Ay cautiva de mí! ¡Y quien me cautivó, sí cautivo se vea, cedo y no se tarde, en tierra de moros, amén! ¡Ya, Señor, y cuántos, cuitada de mí, las manos a Dios alzarían, si cabe mí dormiesen! ¡Ay Dios, y cómo no reviento! Y ahora estoy aquí, que si fría me echo, helada me levanto del costado. ¡En mal punto nací: que del lado que me echo de ese me levanto! Yo no puedo creer que más desaventurada mujer en el mundo nació. ¡Ya mi marido mozo y zapatero fuese, pobre y sin dinero, y no fuese este diablo que tengo! ¿Qué me aprovecha su riqueza, cuitada? ¿Su hidalguía qué me vale? ¡Ya guaya! Pues que al mejor tiempo sola me hallo y desacompañada, hago cuenta que con mi comadre duermo como solía. ¿Parécevos esta vida? ¡Landre la que tal sufriese y mal huerco le llevase! De hoy más yo me daré cobro, que ya esto no es de soportar». Esto todo está ella diciendo entre sí; vuélvese hacia él y hace como que le rasca la cabeza, y con los dedos hácele señal de cuernos; pásale la mano por la cara como que le halaga, y pónele el pujés al ojo; abrázale, y está torciéndole el rostro, haciendo garabato del dedo, diciendo: «¡A la he, así vos se tuerce, don falso viejo, como si fuese de badana o pellejo! ¡Cúbreme, pues, de luto, Señor, que me pena este traidor!».

Ítem, hay otro amor y casamiento reprobado, aunque no tanto como los dos susodichos, conviene a saber: el viejo con la vieja, que no son sino para reñir y porfiar el uno de una parte y el otro de la otra; nunca están alegres, el uno con dolores y la otra con más, ella diciendo: «¡Ay de la madre! ¡Ay de las renes! ¡Ay de la cabeza! ¡Ay de la ajaqueca! ¡Ay de la muela! ¡Ay de la teta! ¡Ay del ojo! ¡Ay de la cadera! ¡Ay del estómago! ¡Ay del costado! ¡Ay del vientre! ¡Ay del ombligo! ¡Ay de todo el cuerpo, cuitada!». Y el otro dice: «¡Ay de la gota! ¡Ay de la ijada! ¡Ay de los lomos! ¡Ay de los riñones! ¡Ay de ciática! ¡Ay de pasecólica! ¡Ay de las muelas!» en tanto que el uno llora y la otra regaña. Todo el día y toda la noche están regañando, dando maldiciones a quien los sirve; de sí mismos no se contentan; no les parece cosa bien; las cejas todavía lanzadas, la color abuhada, tristes, pensativos; gasajados aborrecen, placeres los tormentan, podridos en la carne, carnosos en los huesos, sucios y gargajosos. No les vale riqueza ni dinero, ni les ayuda cosa de esta vida a su vejez, ni dolor: penar, morir, estar quedos. ¡Veréis qué negro casamiento y qué solaz, qué amores, qué duelo y qué dicha buena! ¡Y buena pro vos haga el casamiento, don viejo, pues sois contento, y a vos, madre bendita, vivid con tal pepita! E, lo peor, que no han hijos, ni hijas, ni son para haberlos, ni tienen esperanza de alcanzarlos, y así viven toda su vida con dolor.

La cuarta manera de matrimonio es aprobada: el mozo con la moza, la moza con el mozo. Este es de loar y los otros de evitar, y en este tal matrimonio debe haber tres cosas: comienzo, firmeza, acabamiento. Comiénzase en los esposorios, fírmase en las palabras, después consúmase y acábase en la carnal cópula. Esto hallarás largamente en el Compendio, seiseno libro, en el cuarenteno título, De los matrimonios, donde bendito es el matrimonio donde amor Dios dio y ellos lo procuraron. Ya se sepa que este amor, y lo otro, y el mejor de ellos, es locura y vanidad, sino a Dios amar, que da vida, salud, riquezas, estado, honra y final gloria a aquel que le sirve, y de vanidades ni de locuras no se cura.




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Capítulo X

De cómo los hombres malencónicos son rifadores


Hay otros hombres que son malencónicos: estos tales son como los susodichos y aun peores, que son airados, tristes y pensosos, inicuos y maliciosos y rifadores. Pues, vean los que aman si estos tales, que tales vicios han, deben amar ni ser amados; que el que amare de estos, lo primero luego habla con ira y soberbia, diciendo: «Pues, ¡para el cuerpo de tal yo merezco tal y tan buena y mejor que vos!». Y piensan que por asombrarlas las han de haber. Aunque algunos hay que de esta regla se aprovechan, que con miedos y amenazas hacen a las cuitadas errar; pero de otra parte son muy tristes y pensativos en sus malenconías, y buscan luego venganza; no hay compañía que con ellos dure; no hay mujer que los pueda comportar. Estos son picacantones de noche, y de día jugadores de dados y muy peligrosos barateros, trafagadores, enemigos de justicia, hacedores de ultrajes y soberguerías a los que poco pueden. Robar, hurtar, tomar lo ajeno por fuerza: no ha maldad que por dineros no cometan, ni ha mujer que por ellos no vendan, por haber o más valer. La que tal marido o amigo tiene, posesión tiene de muerte o de poca vida. Pero dejando ahora de más proseguir las calidades cuatro susodichas por no ser más prolijo, que en lo dicho harto puede entender algo el que quisiere, si a bien obrar darse quisiere; por cuanto puesto que los tales complexionados principalmente en las cuatro complexiones susodichas sean tales y peores que decir no se podría; pero, como suso dije, de todas cuatro calidades y complexiones ayuntadas es cada cuerpo compuesto, y si las malas sobrepujan a las buenas mucho ayudan a mal, y por el contrario eso mismo, así que las unas con las otras se templan. Empero, el sentimiento y natural seso y juicio mucho ayuda al hombre y mujer para encubrirse de algún accidente si le predomina de recio y le es malo: que el que seso tiene, si se siente ser soberbio, huya cuanto pudiere de haber palabras feas con ninguno, vuelva luego las espaldas antes que la cólera le encienda. Y el que remedia en sí con tiempo y en sus vicios, que conoce y provee a ellos y los previene de remedio antes que encendidos sean, no hace poco; y el tal es luego señor de sí, y el otro enemigo de sí, que trae los enemigos consigo y no provee de armas para defenderse de ellos. ¿Cuántos enemigos tiene el mezquino del hombre? El mundo, el diablo y la mujer. Y demás, la mujer y el hombre ¿qué enemigos tienen? Estos que te diré: primeramente estas calidades malas, los accidentes perversos de ellas, el usar mal continuando hasta la fin. Muchos son los lazos que en este mezquino de mundo están aparejados al cuerpo para hacer perder el ánima cuitada, sin provisión que hagamos. Tiene más enemigos: la voluntad desordenada, la codicia desfrenada, la ira no templada, la venganza aparejada. Abra el ojo, por ende, quien para siempre vivir quisiere; que no se mueva de ligero ni vuelva sus ojos a son de pandero. Ame a Dios con temor ordenado, tema su justicia, guárdese de ofenderle, o si le ofendiere demande luego misericordia. Haya demás por abogada a la Virgen Santa María; nunca su corazón se parta de ella, siempre se acomiende a ella; ruegue a los santos y santas de paraíso incesantemente que le guarden, amparen y defiendan; que a la hora de su fin no sea en mortal pecado comprendido; que muera a Dios conociendo porque se pueda arrepentir de los males que cometió e hizo. Y en esta manera Dios, que es todopoderoso, ampararle ha y darle ha su gracia y bendición. ¡Plégale que en tal manera le amemos y sirvamos, que merezcamos haber la gloria suya, amén!


 
 
Aquí se acaba la tercera parte de este libro y obra
 
 





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Cuarta parte

Aquí comienza la cuarta parte de esta obra y de este libro, que habla del común hablar de hados, fortuna, signos y planetas



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Capítulo I

Del común hablar de lo susodicho


Por cuanto ya de suso habemos visto los fundamentos de amar y los provechos y bienes que de él se siguen, demás habemos visto cuál es mejor y más provechoso -amar a Dios o a las cosas terrenales- y de cómo el amor desordenado de hombre a mujer o de mujer a hombre es muy peligroso, que mata a los cuerpos y condena las ánimas a penas infernales; demás vimos los vicios en algún tanto de los hombres y mujeres. Pues ahora conviene que hablemos algún tanto de una mala y dañada opinión que las más gentes tienen por verdad, aunque es dañada y reprobada por la Madre Santa Iglesia, y otros fuera de ella la reprueban, infieles y paganes. Y por cuanto hay muchas personas, así hombres como mujeres, que tienen que si mal han, que no les viene sino porque de necesario les había de venir, llamando a esto tal ventura, hado y fortuna, o dicha buena o mala, diciendo: «Ninguno no diga que soy mala o malo, que si mi ventura mala me corre, ¿qué culpa he yo? No he mal ni bien si no lo hubiera primero de haber. Pasará, pues, mi fortuna así mientra viviere». Argüirán algunos contra mí diciendo así: «Tú, según tu escritura, que de alto pusiste, dijiste que los cuerpos de los hombres o mujeres son de cuatro complexiones: sanguinos, coléricos, flemáticos, malencónicos, y que son aquestas complexiones de estos en predominación de las planetas y signos; que el sanguino es alegre, y el malencónico hombre irado, y el colérico movido de ligero, y el flemático torpe y perezoso; y esto, que se lo dan sus complexiones, que tomaron naciendo en los años, meses, días y horas en que las planetas y signos dan sus naturales influencias. Pues, si esto así es, de necesario conviene que el sanguino sea de buena calidad y haga bien, y el malencónico irado y que con su ira haga mal, y así de los otros; y pues tal es su complexión, no puede sino por ella pasar, y hacer y acabar según su constelación. Pues ¿cómo me quieres ahora tornar a decir que no es necesidad que el malo haga mal, pues que de su calidad le viene, que acabe mal haciendo mal -y el bueno por el contrario- pues parece que de necesidad es y no voluntad?». Ahora yo te quiero responder, ca argumento en esta manera: yo no te niego que los cuerpos superiores no den sus influencias a los inferiores, y que las personas que en los tales tiempos, días y horas nacen durante sus influencias de los signos y planetas, que no reciban de sus calidades y correspondencias; pero con esto están dos respuestas: la primera, que Dios todopoderoso puede de ti y de mí ordenar contra tu calidad y mía; que aunque queramos nosotros usar mal, empero a Él le place que nosotros usemos bien, dándonos conocimiento del mal usar nuestro con perdimiento -porque no quiere la muerte del pecador, pero que viva y se arrepienta- dándonos señales para bien hacer y obrar, no constriñendo el natural juicio a bien obrar -que el mérito se perdería- mas dando demostraciones de cosas que de voluntad propia suya le retraigan de mal hacer, y le den voluntad y apetito a bien hacer. Y como dice en la leyenda de la cuarta feria de Pascua de Resurrección, donde dice: «No quieras murmurar porque dije: ninguno a mí no puede venir si primero el mi Padre a mí no lo trajere», parecería por ende que ninguno no puede venir a bien hacer si no será traído, y luego parecería ser forzado el tal bien hacer, y no voluntario. Responde aquí y dice: «Algunos a bien hacer vienen como forzados, a las veces con bien, a las otras con mal; pero así traídos, el bien que después hacen, voluntario le hacen y de grado; y si el comienzo fue forzado, el medio y la fin son voluntarios de bien hacer». Dice más adelante: «No cure, pues, ninguno de decir ¿Por qué no trae nuestro Señor a este como aquel, y al uno como al otro, y comúnmente a todos?». Responde y dice: «Porque quiere ser, como señor, rogado; que aquel que a sí trae, por algún bien que alguna vez hizo, lo trajo». Por ende, consejo da aquí y bueno, diciendo: «Si ves que nuestro Señor no te trae a sí como a los otros, y te olvida, ruégale, suplícale que le plega de traer a ti a sí como a los otros trae a bien obrar; gime tus culpas, llora tus pecados, conoce tus errores, castiga tus obras, enmienda tu vida, conoce su poderío, entiende su gracia, siente su bondad, guarda la su clemencia y piedad, teme las penas, desea su gloria, vive bien, y déjate de tales cosas juzgar, pedir ni demandar». Empero si dices que así no es esto, dispútalo con Él, y déjate de mí, que de los hechos de Dios no te puedo más certificar, que ni recibe argumento insoluble, ni sofisma, ni obligatoria, ni terminus in quem, ni argumento lulista, remonista ni sofista, ni otro decir ni argüir sino lo que le place, lo que quiere y permite que lo que es, que sea así. La segunda razón por tu argumento que hiciste, como pensando que era insoluble, para anularle es esta: dime, ¿nuestro Señor no dio para cada criatura seso y juicio natural para el mal del bien discernir, y que conozca él mismo cuándo hace mal y cuándo hace bien? Dime más: ¿no dio Nuestro Señor Dios a la criatura discreción y franco albedrío para hacer bien y obrar mal si quisiere, dándole primeramente conocimiento del bien? Dime más: ¿no dio Nuestro Señor Dios a cada criatura un ángel bueno que le conseje -porque a las veces la criatura turbada de voluntad desordenada, casi como ciega que no ve, o inducida y consejada por el enemigo Satanás, o por otros contrarios y enemigos que la criatura tiene, como es el mundo, sus haberes y deleites, y como la criatura a las veces con estas turbaciones, por la flaqueza de la carne, que se inclina antes a estas cosas que no a amar y servir a Dios, empero le dio el ángel bueno, que luego le trae a la memoria: «Cata, que mal haces contra Dios y contra el consejo que te doy, contra tu conciencia que siempre te acusará lo mal hecho?». Pues dime, todo esto previsto, si tú quieres mal usar, ¿hazlo la constelación de tu planeta y signo, o calidad tuya de ser flemático o colérico, o tú mismo que te lo quieres? Por cierto no lo hace otro sino tú mismo que así lo quieres hacer, que no por falta de conocencia ni por falta, que si cuando haces mal quisieres hacer bien o del tal mal hacer dejarte que no pudieses. Concluyo dos cosas aquí: la primera, que no ha criatura que, si apartada no sea de natural seso, y aquesta tal no le es contado el mal que hace, si seso no tiene -es de ver en qué estado le tomó la privación del seso: que si en estado de gracia, bien está; si en pecado mortal, menester ha el ayuda de Dios; pero esto es de otra materia y no de este propósito- pero como dije, si la criatura poco o mucho juicio tiene -cuanto poco que ella tiene- no la hay criatura que no haya conocimiento que hace mal o bien; o que de sí lo conozca, o que se lo revele, o que a la memoria traiga el buen ángel; o a las veces los méritos de algunos bienes que hizo o hace el otro por él, y a las veces ruegos de santos o santas a quien devoción tiene: estos tales santos o las tales santas ruegan a Dios por él que conozca su mala vida y que le dé gracia de bien obrar; no ruegan a los signos ni planetas, ni al hado ni fortuna, salvo a Dios todopoderoso. La segunda razón es que no ha criatura que si bien quisiere obrar que no tenga más poderío para ello que no para mal obrar; que bien obrando todo es suyo, franco, libre y quito. No ha temor de persona que viva. Pero para mal obrar no tiene este poderío; que él ha miedo a la justicia, ha miedo a las gentes a quien mal y daño hace, ha miedo a todos comúnmente; y aunque sean otros y no aquellos a quien él mal hace, que le prendan, que le redarguyan, que le acusen del mal que hiciere. Y este tal que mal hace ha miedo a todos estos, y de Dios no ha miedo ni temor. Pero el que bien hace es por el contrario; que no ha miedo ni temor a la justicia ni a las gentes, sino a Dios solo, que ha miedo de ofenderle, ha miedo si el bien que hace si le es placible a Nuestro Señor o no; ha miedo que si cuando muriere si habrá hechas tantas buenas obras, y tales que sea merecedor de alcanzar purgatorio. Y todos estos miedos son en el bueno, y los susodichos en el malo. Pues si el malo bien quisiere obrar, hado ni planeta no se lo puede quitar; si el contrario, eso mismo. Y por tanto, te digo que cada uno tiene en su poderío y es todo señor de sí para mal o bien hacer, mediara la gracia de Dios Nuestro Señor; que si en otra guisa fuese, sería dar necesidad a las cosas ser así o no ser así, y la condenación del infierno al malo sería contra justicia, y la salvación del bueno sin méritos sería. Que si el bueno fue bueno, y su constelación, su planeta, signo, hado cuando naciose lo dio, que bien había de acabar, ya ni grado ni gracias, que según esto santo nació y bienaventurado murió. Eso mismo del malo: si el malo nació en mal signo, y fue así que hubo de proseguir su maldad viviendo, y murió malo, ¿qué justicia sería esta, haber dañación, pues él no procuró de nacer en aquel mal signo, planeta o hado? Y sería venir a la fuerte materia de los precitos y predestinados, diciendo que los unos de necesario han de ser salvos, los otros dañados. Y con razón habrían que decir los que se esperasen de dañar de necesario, diciendo: «¡Oh Señor!, pues de necesario me tengo de dañar, ¿por qué quisiste que naciese, pues a Ti era notorio en la tu parecencia eternalmente dispuesta, que yo me había naciendo de dañar? Pues si Tú lo quisiste así, a Ti sea gloria como Soberano Señor. Pero, Señor, por Tú ser verdadera justicia, piensa que no me haces justicia, ca mejor fuera que no naciera para tal condenación haber y esperar tal tormento, no siendo mía la culpa, ni procurar mi ser y nacimiento en el mundo. Tú lo ordenaste, a Ti plogo, Señor; sin culpa soy de este pecado y bien inocente de ello». Esto y otras cosas muy reprobadas se siguen de la tal necesidad, y de esta materia no se deben las personas mucho curar ni disputar, especialmente los que teólogos mucho fundados no son, según en el libro De Vita Christi dijo maestre Francisco Jimenes, fraile menor. Y por no venir a este inconveniente y cuestión, y muchas otras erróneas demandas que hacer suelen los simples o locos atrevidos, dejarse de ello sabieza es: que por tanto dio Nuestro Señor a cada uno seso, y entendimiento y conocimiento de mal y bien, y que fuese señor de sí y aun señor del diablo, si quisiese, y que en su mano fuese de salvarse o dañarse sin hado ni planeta, como dice David: «Señor, la mi ánima siempre está en mis manos para poderla salvar o dañar». De esta materia lee la XXIII causa, la cuestión cuarta, capítulo Nabucodonosor, en el Decreto. Allí hallarás definida esta materia por San Agustín y otros doctores, de los precitos y predestinados, donde pone ejemplo en Faraón y Nabucodonosor, que eran iguales Reyes, al uno endureció el corazón y se condenó, al otro se lo ablandó, haciéndole andar como bestia por los montes, privado de su reino y aborrecido de los suyos y deshonrado. Empero estos dos amos fueron soberbios y desconocidos a Dios, empero el uno fue salvo, y el otro condenado por permisión de Dios, por cuanto el uno, de Dios tentado, se arrepintió y mereció ser a su reino restituido después la hecha penitencia; el otro, Faraón, tentado, se ensoberbeció y se tornó peor, donde mereció ser perdido. Pruébase luego el hombre de su bien o mal ser causador de su libre albedrío; porfiando Faraón quiso ser perdido, como a otros Faraones de cada día contece. Pues el porfiado y rebelde, crudo y tirano, inobediente y soberbio pecador, culpe al causador de su culpa y no al ordenador de su pena. Si demandas por qué esto, responde San Agustín: «Porque al Soberano así place». De esta materia lee el Eclesiástico a los quince capítulos. Y verás como el poderío de la criatura es en ella de se salvar o dañar; y aun se hallarían millares de autoridades otras al propósito concluyentes. No te excuses pues, con hado, planeta, ni suerte, ni ventura, ni diciendo que le plogo a Dios; sino di que te plogo a ti, y pudieras salvarte, y fue en tu querer y mano, y por poca delectación mundana. Di y confiesa que no quisiste salvarte, y esta es la verdad, y lo ál creer es vanidad, pues experiencia lo demuestra, y cada uno lo ve bien en sí. Y esto es lo que a los dañados tormenta, la conciencia que los acusa cómo por su propia culpa se dañaron, confiando locamente mucho en la misericordia de Dios, mal haciendo continuamente, no pensando en la su justicia, que esperó, y nunca vino enmienda. Por cuanto quiero que sepas que nuestro Señor, del comienzo del mundo, y desde siempre, todas las cosas fueron cumplidamente a Él notorias, y sabe todo lo pasado, presente y venidero. Empero, la su presciencia y saber es en dos maneras: la una cuanto al saber que es cerca de sí, y esto es inconmutable; la otra es cuanto en esguarde de la criatura. Y este tal saber nunca a la libertad de la criatura repugna ni contradice; ante, así con la libertad, franco albedrío de la criatura se arregla, que el bueno o mal obrar suyo muda su presciencia a la criatura enderezada. Por tanto, los precitos -conviene a saber, los que son malos y se han de dañar- y los predestinados -los que son buenos y se han de salvar- esto no les viene de su presciencia y predestinación por necesidad; por cuanto su bien hacer de los predestinados y buenos no le han sin gracia de Dios, y él de los precitos malos sin su remordimiento de conciencia, por ende de culpa heridos son y en la tal culpa. Y esta tal necesidad de ser o no ser lo que ha en la criatura de ser, se refiere a la divinal Providencia de Nuestro Señor, no en esguarde de sí y del saber cuanto a sí, según dije, mas en esguarde de la criatura, que a su libertad de ella no repugna el tal saber. Y así Nuestro Señor permitiente, que quiere decir no contradiciente a la discreción liberal de la criatura para que ella tome intención de la cosa buena o mala, y que elija la que le pluguiere -aunque todos desean ser salvos- sus méritos, pero exigentes, que su justicia no sería otramente justa. Lee el capítulo Vasis y el capítulo Non Ergo, XXIII, questio IV e verás en cómo Nuestro Señor, por penitencia hecha de graves pecados, muchas veces muda su sentencia, por cuanto su misericordia es tal que sigue las buenas obras del penitente. Pues he aquí respondido a tu argumento que me hiciste, a mi juicio, ser enmienda de muy muchos letrados que sé que asignarían mayores y más fuertes y fundadas razones en este caso. Pues a nuestro propósito tornando, los unos dicen hados, los otros dicen ventura, otros dicen mala dicha o fortuna. Y si una criatura muere mala muerte, luego dicen: «Su ventura era que había de morir aquella muerte: ya eran sus días cumplidos». Estas palabras muy reprobadas y otras muchas dicen, y ya pluguiese a Dios que sólo con el decir pasasen: mas lo peor y de mayor pecado que es que lo creen ser así verdaderamente, y ponen en ello fe tanta, y tan grande y tan puro corazón y voluntad en ello ponen, cual pusiesen en amar a Dios y conocer que de él vienen todas las cosas. Y por nuestros pecados tanto es este pecado en uso de las gentes, que ya no es tenido en nada -aunque lo oigan decir e lo peor creer- y también y mejor lo dicen y creen los grandes hombres, y aun los letrados como los simples ignorantes. Y ni por eso queda que el tal uso ni costumbre sea dicho uso ni costumbre; antes es dicho uso corrupto y costumbre reprobada y dañada, como bajo diré, pues no es razonable, legítima ni prescrita, que antes es contraria de toda razón, como ya suso dije. Pues síguese que no es razonable mas reprobada, según dice en muchos lugares la Santa Escritura, pues prescrita no puede ser dicha, que desde el comienzo del mundo, aunque algunos de poco sentido dijeron ser hados, hadas y venturas, pero los que la verdad alcanzan y la verdad conocieron, todavía dijeron lo contrario. Y ni aun por ser luengo tiempo dicho por algunos ser hados y venturas, no se sigue por eso ello ser así, ni que deba ser creído, ni ello ser verdad, que sería multiplicar inconveniente. Y cuanto más se dijo y más se usó se creyó, todo fue más error y mayor pecado, y tanto fue, y es y será la opinión de los tales agravada y reprobada por aquellos que juicio natural alcanzan, según veréis en una Decretal, la postrimera de las Decretales, en el título De las costumbres, donde dice: «Tanto son más graves los pecados, cuanto más luengo tiempo tienen a la desaventurada cuitada del ánima atada, y más luengamente son ejercitados y usados». Conclúyese, pues, que un mal uso haber gran tiempo ser usado, ni por eso es mejor, ni traerlo en argumento es bueno; que es multiplicar inconveniente, porque el mal uso aborrecido debe ser; pues no alegue ninguno: «los pasados tuvieron ser hados y fortuna, síguese que no lo debemos nosotros tener y creer», pues reprobado por la Santa Iglesia es. Pero estos que estas tales cosas dicen quiérense defender y traer en argumento al dicho de Job en las lecciones de muertos, donde dice así: «Los días del hombre breves son, y el número de los sus meses acerca de Ti es». Síguese más adelante: «Señor, Tú constituiste al hombre términos, los cuales no pueden traspasar». A esto te respondo que le constituyó al hombre en la tercera edad, y dende adelante de ciento veinte años, los cuales ninguno no traspasará según nuestra experiencia. Y David da término y testimonio en el salmo Deus refugium, donde dice que el poderío del hombre es hasta los ochenta años, y de allí adelante trabajo y dolor; pero según él mismo dice, aun el hombre puede ser causa de no vivir tanto si mal usare continuando, donde dice que los varones llenos de maldades no demediarán los sus días. Así que verdad es que son breves los días del hombre en comparación de las primeras edades, que vivían novecientos y más años, y que tienen términos según que de alto dije, y aun los abrevian mal viviendo, que mueren o hacen mala fin en breve; o son breves los días del hombre a respecto de los días del mundo pasados y de los venideros; o a respecto de los que han en el otro siglo de durar, en comparación de un soplo que en este triste mundo vivimos. Y aun en el salmo que comienza «Dije, yo guardaré mis carreras, que yo no peque con mi lengua», en el sétimo verso dice así: «Señor, ¡ahé que medidos pusiste los mis días, y la sustancia mía así como no nada es delante Ti!». Síguese: «En verdad te digo, todo es una gran vanidad el vivir del hombre que allega y guarda que no sabe para quién». Conclúyese luego, según lo susodicho, que ya el hombre tenía término y tiempo limitado de vivir, y que aquel término no puede traspasar: esto entienden a la letra los que esto arguyen. Síguese, pues, que allegando al término, de necesario conviene morir al hombre, y que sus días allí fenezcan, o por vía de buena o mala muerte, o por lisión u ocasión, que no es dar medio. Y aun estos tales, por su razón y argumento fortificar, dicen para en prueba de lo que dicho he: «Veo yo de cada día unos que viven bien y acaban mal, otros que viven mal y acaban bien». Y de estas maneras sobredichas de vivir las fines de ellas son muy extrañas y de diversos y de infinitos casos e inopinadas muertes, según vemos de cada día por experiencia; que unos están en su casa folgando, y viéneles voluntad súbito de ir a algún lugar, y aun tal voluntad que no la pueden resistir; y cuando salen de su casa viénele un caso desastrado que le acuchillan, o cae una teja que le mata, y otras muertes y lisiones que de cada día se siguen ex improviso. Las gentes luego profazan y dicen: «Tal murió ahora. ¡Dios le haya el ánima! ¿Vistes qué muerte súbita? Aun ahora estaba conmigo hablando; ahora se partió de mí; aun ahora le vi pasar por aquí sano y alegre, y habló conmigo, aun ahora salió de su casa. Creo sin falta que aquella muerte había de morir, o aquella fin había de hacer. ¿Vistes qué mala ventura le vino, qué desastre le acaeció? No eran sus días cumplidos hasta hoy: su signo, su planeta en que nació se lo procuraron». Y otras muchas cosas dicen y hablan osada y atrevidamente las gentes. Por ende, pues así es, este tal o estas tales que así mueren, bien parece o se da a entender que cumplidos sus días conviene que súbito mueran o buena o mala muerte, en casa o fuera de casa, que si esto no fuese, ¿cómo el hombre sano y alegre moriría tan súbitamente, sin a las veces haber enfermedad ni mal, que cae muerto sin habla? ¿E el otro que le matan súbito sin mal hacer, sino yéndose seguro a la plaza o a la iglesia? Por ende, estos tales no han consideración a otra cosa, salvo a los planetas, signos y naturales cosas, y no piensan en el poderío infinito de Nuestro Señor Dios, y el alto consejo de sus innumerables secretos, sino cuando más no alcanzan, dicen: «Pues esto ¿por qué lo hace Dios?». O: «Esto que Dios hace, permite, no me parece derecha razón ni justicia». Y aun a las veces algunos locos, que infingen de muchos sabios, dicen: «En verdad, si a nuestro Señor le pluguiese ponerse a derecho conmigo en este caso, yo le diese tales razones evidentes por que Él no debiera hacer tal cosa; murió tal sabio, tal rico, tal poderoso, tal dueña, tal doncella, tal Papa, tal Emperador, tal Rey -y así de los otros- los cuales estaban bien en el mundo: hacían muchas limosnas; hacían muchas iglesias; casaban muchas huérfanas -y así de otras cosas. Llevolos Dios que eran para el mundo mozos, mancebos y buenos, y dejó los viejos y hombres malos vivir y prosperar, que persiguen a Dios y al mundo, que con ellos hombre no puede vivir. Pues esta ¿qué justicia o qué razón es, que el malo prospere y viva, y que el bueno padezca y muera? Que, según dice Catón, aquel es digno de ser llamado Rey, los que regir sabe sus reinos. Por ende, los que regir saben y merecen ser Reyes, estos no deberían morir, y los otros que no son para Reyes, ni deberían suceder, vivir ni heredar. Y lo que del Rey digo, entiendo de otra cualquier sucesión, mayorazgo, honor y herencia. Los que esto dicen no paran mientes a otra cosa, salvo a su parecer y según tal les dicta la ficta razón suya; y ellos bien dicen a prima vista, estos tales, pero no conocen más de aquella gruesa forma y materia, que al ojo ven, y de aquello no saben aún departir, y quieren osadamente hablar y disputar, y querer saber y escudriñar las cosas infinitas y los secretos de Dios incomprensibles. Y por tanto, el sabio Catón decía: «Deja, deja los secretos de Dios; no quieras saber ni perscrutar cuáles son ni por qué o si son». Demás dice el santo Job: «Líbrame, Señor, y póneme cerca de Ti y la mano del más fuerte siquiera sea contra mí». Así que conoció Job, según esto, el poderío que Nuestro Señor sobre todo el mundo tiene absoluto. No curaba este santo de demandar quién es ni por qué hace Dios esto; parece que ya le conocía. Por ende, quería ser su allegado, siquiera todo el mundo, y aun el cielo, fuese contra él. Y en otro lugar dice el Apóstol San Pablo en una Epístola que envió a los Corintios: «Si Dios es con nosotros, ¿quién será contra nos?». Quería decir que no lo había ninguno tan osado. Y aun el Profeta David decía: «Los juicios de Dios muchos son y muy hondos». Demándote, amigo ¿no sabes tú que de una mujer tuya y a que a tu servicio está, nunca en tu vida puedes sus secretos saber ni entender; que comes y duermes y estás de cada día con ella, y la mantienes, y le das todo lo que le es necesario? Ni de un amigo tuyo no puedes descubrir sus secretos, ¿e quieres tú saber los secretos de Dios muy poderoso, infinito en saber, los cuales no le plogo a los sus amados Apóstoles, ni a los sus escogidos discípulos revelar, ni a los sus electos ángeles del cielo descubrir? Como Él mismo en el Evangelio dijo: «Hermanos míos, ruégovos que no queráis trabajarvos en querer saber los tiempos y momentos que son secretos del mi Padre, los cuales para sí reservó y los puso so el poderío suyo absoluto». Y tú, hombre mundano, de no nada hecho, quieres saber, y con diligencia mucho tomas estudio con pensamiento vano de querer saber y entender los secretos suyos, de tomar manera casi de continencia contra Él, diciendo: «Pues ¿esto por qué? Aquello no va mucho bien; esto no es razón». Y demás, aun lo peor, que determinadamente quieres hablar creyendo ser así que hados, planetas y fortunas son, y a las cosas dan ser y no ser, y que hacen las criaturas ricas y pobres, dolientes y sanas; no haciendo en todo ello mención de Nuestro Señor Dios, Criador de todas las cosas, el cual a todos da influencia, ser, regir y cursar. Y bien debería caer cualquiera en esta razón que, pues Nuestro Señor Dios da ser y permanecer, y obrar, y finir, y da sus constelaciones a las planetas y signos, y de él proceden todos los cursos que hacen, y los circuitos y movimientos, y sin permisión y voluntad suya no harían de ello nada, y ni aun ser no habrían, pues ¿quién duda si Aquel que rige a tu planeta y signo que rige mayormente a ti? Y si la planeta que a ti da influencia -como tú dices- es por Nuestro Señor regida y gobernada, por consiguiente ¿y aquellas cosas a quien ella da sus influencias? Esto ligero está de entender, y si otra razón al mundo no hubiese, esta sola bastar debería a los porfiados incrédulos, que en creer otras vanidades hacen dioses de fortunas, dioses de hadas, dioses de venturas, dioses de naturas, dioses de planetas y signos, dioses de locuras, queriendo atribuir poderío a aquel que más poderío no tiene de cuanto Nuestro Señor le da o permite haber. Por tanto, dijo David en el salmo «Dijo el loco en su corazón que no era Dios», dice adelante: «El Señor Dios paró mientes desde el cielo sobre los hijos de los hombres, para ver si había alguno que entendiese y requiriese y reclamase a Dios». Y síguese: «Como claro sepulcro son sus gargantas; con sus malvadas y mentirosas lenguas en engaño hablan; veneno como de aquella serpiente espiden de yuso de sus lenguas trayentes». Dice más adelante: «A Nuestro Señor no llamaron, y dijeron no haber miedo a donde no convenía haber miedo». Pues ved aquí cómo las gentes en lugar de llamar, suplicar e invocar a Nuestro Señor, llaman e invocan hados, hadas y locuras. Por ende, dice David en otra parte en el salmo «Salvo hazme, Señor», en el verso tercero dice así: «Nuestro Señor disipe todas las bocas engañadoras y aun las lenguas mucho hablantes». Por ende, amigos, cada uno hable templada, sabia y mesuradamente en todas las cosas, proponiendo a Dios Nuestro Señor delante. Por ende, por solo servicio de Dios, cada uno en este caso tenga y crea lo que razón dicta. Si quieres para ello pruebas más y muchas más de cómo sólo Dios es el que hace y deshace, manda y veda, dispone y ordena, darte ya mil autoridades de la Santa Escritura, pues tanto es de creer como yo y tú, por hacer callar a algunos carmidos que sus lenguas sin miedo extienden a hablar más que no conviene; como dice San Pablo: «No conviene más saber, mas mesuradamente querer saber; esto es buen saber; que no querer saber lo que no pertenece y dejar de saber lo que necesario es». Primeramente te doy a Moisés Profeta -¡velas si es testigo de tachar!- el cual dice, hablando por espíritu de profecía en persona de Dios, esto que se sigue; lee el cántico que comienza: «Vosotros, cielos, oíd ahora lo que yo hablo; a la tierra ruego que oiga las palabras de mi boca». Para aquí mientes, amigo, como Moisés al cielo lo dijo y, por consiguiente, a sus planetas que en él están, que aquel que todo lo dice no saca nada de lo que dice. Asimismo a la tierra dijo: «Tú, tierra, ruégote que oigas las palabras de mi boca», queriendo decir: «Vosotros cielos con vuestras planetas y estrellas y signos, y tú, tierra, que es circuito del mundo, mares y arenas, y los que en él estáis, oid qué vos digo. Di, si tú, hombre, en pecados estás engrasado, dejas a mí y buscas dioses extraños, planetas y hados; yo esconderé mi faz contra ti y yo consideraré los tus hechos pasados y por venir, y te daré por tus obras galardón de mal o bien, según tu merecimiento». Y síguese: «¡Oh generación perversa y mala, hijos que yo crie, infieles, yo vos daré plagas!», etc. Síguese: «¡Oh gente sin consejo y sin prudencia, ya fuese que supieseis y entendieseis y a las cosas por venir proveyeseis!». Síguese adelante: «¡Mía, mía es la venganza! Yo la tomaré de vosotros al tiempo que a mí plogiere. Yo haré desvarar los vuestros pies; cerca es ya el día de la vuestra perdición, y para que así sea, ya se vienen allegando los tiempos». Y dice más adelante: «Catad bien que solo yo soy Dios, y no hay otro ante mí ni después de mí; yo mataré, yo heriré, yo sanaré y vivir haré, y ninguno no puede de mi mano escapar». Síguese más adelante: «Yo alzaré mi mano al cielo, y diré: "yo sólo soy el que para siempre vivo"». Pues, amigos, ¿qué andamos más buscando? Si creemos que Moisés fue Profeta de Dios, como verdaderamente fue; si creemos que habló por la boca de espíritu en persona de Dios, como verdaderamente habló, y es verdad, y la Madre Santa Iglesia tiene, y todos los cristianos tenemos y creer debemos; bien vemos al ojo cómo en persona de Dios dijo, que sólo Dios Nuestro Señor mata, sana y lleva a los infiernos, y da ser y vida a las criaturas razonables, y aun a los brutos animales de razón carecientes. Dice más: que ninguno no puede de su mano escapar. Dice más David en el salmo «Loa la mi ánima a Dios»: «Loaré al Señor en cuanto yo viviere». Y síguese: «Non quieras confiar en los príncipes ni en los hijos de los hombres, en los cuales no hallarás salud; que su espíritu saldrá de ellos y en aquel día perecerán todos los sus pensamientos. Bienaventurado será el varón de quien es Dios de Jacob su ayudador, y su esperanza es en el Señor Dios que lo hizo a él, y al cielo y la tierra, la mar y todas las cosas que en ellos son; el que siempre guarda verdad y hace justicia a aquellos que padecen injurias, y a los hambrientos harta de vianda. Nuestro Señor es el que a los presos suelta y a los ciegos alumbra; Nuestro Señor alza los caídos, y a los justos endereza; Nuestro Señor guarda a los extraños, al huérfano y a la viuda ampara y en sí toma, y las carreras de los pecadores derrama; reinará Nuestro Señor para siempre en todas cuantas generaciones serán». Pues bien parece que Nuestro Señor Dios es el que hace todas las cosas, y no otro fuera de él. Pues luego hados, planetas, signos ni ventura no han este poder, que antes, como suso dije, son regidos y gobernados por Él y a la su voluntad sus operaciones y circuitos hacen con su permisión. Y no entiendas aquí a la letra do dice: «yo mataré, yo sanaré», etc., que Dios ande a matar hombres, ni tome venganza en sí, ni malenconía, ni pensamiento -aunque la letra por manera de hablar lo diga, no que ello así sea-; que en Nuestro Señor no caen accidentes, ni los toma según más ni según menos, ni pasiones algunas, las cuales no caen sino en corpóreas sustancias. Y como Nuestro Señor Dios tal en sí no tenga, síguese que no toma en sí accidentes ni pasiones; mas permitiendo y lugar dando en el bien y en el mal, en la muerte o daño de aquel y del otro. Dice el profeta que Él lo hace, y aun de cada día lo oímos -y leyes y cánones y fueros y derechos hay de ello- que los que consienten y los que mal hacen, por igual pena son de pugnar; eso mismo el que manda o consiente, y aprueba o da favor o ayuda al mal hacer, parece él mismo hacerlo. Demás te diré: si el señor recibe y toma a su servidor en su casa, y le favorece después del mal hecho por el servidor, siendo el señor de ello sabedor, es a la pena el señor obligado. Más fuerte te digo: si tú ves herir o matar, o incendio poner a su casa o viña o campo de tu prójimo, y el tal mal tú pudieras estorbar que se no hiciera, y por tu negligencia o mala voluntad lo dejaste, dígote que eres al tal mal y daño obligado, según derecho y aun según Dios, y te será ante Dios a su tiempo demandado por aquel que el tal daño o muerte recibió: lo cual no recibiera si a ti ploguiera interponerte a ello. Pues ves aquí cómo por Nuestro Señor permitir hacer las cosas, Él mismo se dice que Él mismo las hace consentimiento dando a ello: que no moriría el que muere, ni penaría el que pena, ni sería pobre el que lo es, ni el alto vendría a lo bajo, ni el bajo subiría en alto, si a Nuestro Señor no le ploguiese y no lo permitiese. Pues, déjate de hablar de planetas y signos, hados y hadas, y venturas y fortunas, que todo es nada sino solo Dios Todopoderoso. Pero lee a David en el salmo, cuarta feria, que comienza: «Nuestro Señor, oye mi oración y los míos ruegos no los menosprescies»; verás en el verso postrimero que dice: «Los varones ensangrentadores -y quiere decir que son pecadores y engañadores- los sus días no les demediarán». Ítem, en el salmo «Noli emulari», en el noveno verso, dice que los que viven y andan con malicias serán exterminados; los que a Nuestro Señor Dios sostuvieren, estos heredarán la tierra. Síguese: «Irás a buscar al pecador y no le hallarás en su lugar; los mansos, estos hallarás herederos en la tierra». Síguese adelante que mejor vive con poco el justo que el pecador con todas sus riquezas. Síguese más adelante: «Mancebo fui y viejo me vi, mas nunca justo desamparado vi, ni los de su linaje mendigar ni ser pobres». Dice más: «Los injustos serán punidos y su simiente perecerá». Así, pues, los hombres si por matar o acuchillar fueren derramadores de sangre de sus prójimos, o fueren ensangrentadores por pecados, maldiciendo mal de otros, hablando o murmurando, profazando, detractando, estos son dichos también ensangrentadores, por que la Escritura toma al hombre sangriento o ensangrentador por pecador; como dice en el salmo «Señor, habe merced de mí según la tu gran misericordia», dice adelante: «Líbrame, Señor, de los sangrientos o sanguíneos»; no lo dice por los que son de complexión sanguinos, ni por los que de sangre están untados, mas por los pecadores que de cada día cometen y están en ellos emboltados, sin corrección, ni enmienda, ni castigo; lo cual proviene de poco temor de Dios, y por la gran misericordia suya que le place sufrir tanto y esperarlos a penitencia. Y así aquí a nuestro propósito los varones sanguinos o sangrientos, conviene saber, los pecadores y engañadores, ante de su tiempo morirán, y aun no alcanzarán vivir a la mitad del tiempo que razonablemente vivir pudieran. Lee en el salmo «Bendeciré al Señor en todo tiempo», de la segunda feria, en el verso XVII.º, donde dice: «La faz de Nuestro Señor todavía está sobre aquellos que mal usan o mal hacen para destruir en la tierra la memoria de ellos». Dime, pues, esto: si los mata hado o fortuna, sino que por su mal vivir le place a Dios que mueran antes de tiempo, a las veces mal, a las veces bien, según la disposición de su divinal Providencia. Lee en el salmo «Load al Señor, porque es bueno», síguese: «Él, que es bueno y sana a los contritos de corazón y ata las contriciones de ellos, Él, que cuenta la muchedumbre de las estrellas y a cada una pone nombre, muy grande es Nuestro Señor, y muy grande es la su virtud. Toma en sí los mansos Nuestro Señor y humilla los pecadores hasta tierra». Síguese: «Nuestro Señor cubre los cielos de nubes y da a la tierra lluvias. Él es el que da heno en los montes y yerbas para servicio de los hombres. Este da a las animalias de comer y a los hijos de las aves cuando le llaman. No en la fortaleza del caballo voluntad habrá, ni en las piernas del varón no será su querer: la buena voluntad Dios la ha al que le teme y aquel que espera en la su misericordia». Pues no en la de la fortuna, hado ni planeta ni signo. Lee más a David en el salmo «A mi Señor Dios será la mi ánima sujeta», en el postrimero verso dice así: «Una vez habló Nuestro Señor Dios; dos cosas oí: que el poderío de Dios es, y a Ti, Señor, es dado hacer misericordia, y Tú, Señor, darás a cada cual galardón según sus obras». Pues esto no lo puede hacer ni hace la fortuna ni hado. Lee de esta materia en la leyenda de la Epifanía sobre aquel paso cuando apareció la estrella a los tres Reyes Magos: allí verás cómo reprueba la Santa Escritura estas locuras de hados y venturas. Lee más el salmo «Alegrose mi corazón en el Señor», donde dice: «Nuestro Señor Dios es el que da muerte y vida; lleva a los infiernos y saca de aquellos al que le place; e hizo del rico pobre y del pobre rico; ensalza al que quiere y humilla al que le place, y levanta al menguado del polvo y del estiércol alza al pobre». Y aun en otra parte dice: «Nuestro Señor levanta a todos los caídos y endereza a todos aquellos que están perdidos». Síguese adelante: «Nuestro Señor guarda a todos aquellos que le aman, y a todos los pecadores perderá y hará perder». Y en el salmo «Yo ensalzaré a Ti, mi Señor y mi Rey», tornando al salmo primero dice adelante: «Del Señor Dios son todas las cosas de la tierra y a su gobernamiento se mandan». Demás en el salmo «Bendice tú, mi alma, al Señor», en la maitinada del sábado, en los versos veinte y nueve y XXX, donde dice: «Señor, dándoles Tú, ellos escogerán; abriendo Tú la mano, llenos serán de abundancia; si Tú, Señor, les volvieres la tu faz, luego serán todos turbados»; y «Señor, si el espíritu les quitares, luego desfallecerán y serán polvo tornados de donde salieron»; y «Señor, envía el tu espíritu y serán recriados, y toda la faz de la tierra será renovada». Pues ve aquí, amigo, cómo Dios Nuestro Señor da ser y no ser, vida y muerte, cría y descría, da bienes temporales y los quita, y no hado ni fortuna. Lee más: en el siguiente salmo «Confesadvos al Señor e invocad su santo nombre», dice cómo Nuestro Señor envió a Moisés, y las plagas que envió a las gentes con mortandades. Esto hacían los malos ángeles por su mandado a Faraón y a sus compañas. Esto mismo cuenta el salmo «Oíd, pueblo mío, la mi ley», en la quinta maitinada del jueves, donde cuenta cuánto hizo Nuestro Señor por su pueblo judaico, y cómo le fue desconocido, y cómo los penó para siempre sin hado ni fortuna. Demás, en los salmos «Load al nombre del Señor; Load, siervos, al Señor», y en el salmo «Confesad el Señor porque es bueno», verás cómo Nuestro Señor permitía matar desde el hombre hasta las pécoras. Léelo bien y verás las maravillas de Dios, cómo penaban los malos en el tiempo pasado; en la cuarta visperada lo hallarás. Pues ve aquí en los susodichos salmos y versos, y millares otros y otras alegaciones y doctores que en este paso podrían ser alegados, sino por no detener tiempo, en cómo sólo Dios manda y ordena, mata y sana, hace y deshace. Aun dice el mismo David en el salmo «Dios de los dioses habló», dice así: «El hombre como fuese en honra no tuvo entendimiento, y es comparado a las bestias y semejable es hecho a ellas». En otro lugar dice hablando de estos tales: «Como bestias, Señor, con el cabestro y con el freno aprieta las quijadas Tú de estas bestias tales, que se no quieren llegar a Ti. A los pecadores, Señor dales muchos azotes y castígalos, y a los que en Ti esperaren de mucha misericordia y piedad serán en derredor cercados». Por ende no nos maravillemos si por nuestros pecados y bestiedades Nuestro Señor mansamente nos azota -no según merecíamos, que ya no seríamos al mundo- como dice David: «Si no que mi Señor me ayuda, poco menos en el infierno morara ya la mi ánima». Y así Nuestro Señor según la su gran benignidad, nos castiga por mortandades, malos tiempos, adversidades, sequedades de pocas aguas, guerras, enfermedades, pasiones, tribulaciones, dolores de cada día y afanes; que ya los tiempos no vienen como solían, porque los hombres y criaturas no viven como vivían; que ahora en el verano hace invierno y en el invierno verano. En el invierno truena y relampaguea con rayos contra natural curso, y en verano serena y no llueve sino piedra y granizo. Estas cosas y otras vemos de cada día por nuestros pecados y merecimientos, que ya los antiguos que viven dicen: «Nunca tal vi; nunca tal oí; nunca me acuerdo de tal tiempo tan fuerte, tan crudo, ni tan seco, ni tan caluroso». En tanto que bien ve el hombre ciertamente que ya los tiempos no son los que solían. Y como ya de suso dije, cuando verás el árbol verde, que no le fallece humedad ni agua y se seca, señal es de no llevar ya fruto y que el fuego con deseo lo espera. Entienda quien quiera este ejemplo, entiéndase cada cual y no errará: tema a Dios y déjese de hados y fortuna, que, como dice David en el salmo «Señor, probásteme y conocísteme», dice en los versos cinco hasta los nueve: «Muy maravillosa es hecha la tu ciencia», etc. Síguese: «¿Dónde iré, Señor, del tu espíritu, y adónde de tu faz oiré? Si me subiere en el cielo, Tú allí eres; si descendiere al infierno, Tú presente eres; si volare con mis péndolas, por mucho que por la mañana me levante y me fuere a los extremos de la mar, allí, Señor, tendrá tu mano diestra, y de allí me traerá y sacará ella». Pues ve aquí cómo doquier que vamos, que quiera que digamos, no podemos salir del poderío de Dios. Pues loco es el que a signo ni planeta quiere atribuir poderío, sino a solo Dios infinito, según en muchos lugares por David te lo he probado. Y, ¿sabes por qué te alego más al profeta David que no a otros, aunque hay para alegar a este propósito infinitos santos y doctores? Por cuanto el Salterio cada cual lo alcanza, o lo puede bien alcanzar, y de cada día se lee y se trae entre las manos, y los otros doctores no los puede haber cada uno así de ligero. Por ende me atreví más a probar mi intención con David que con otro. No alegue ninguno, por ende, ventura, signo, fortuna, hado ni planeta, sino Nuestro Señor, que le place por los pecados de las criaturas que así sea lo que es y se hace; que ninguno no ha mal, lesión ni daño ni muerte, sino porque a Nuestro Señor así place o lo permite que así sea. Esta es la verdadera conclusión de todo. Por ende ninguno no diga: «Este sucedió en tal Reino o heredad o dignidad, aunque sea papal, porque su hado, signo o planeta se lo dio o procuró, y así había de ser»; o «este murió tal muerte, que nació en tal signo o hado»; ni «este es rico o pobre porque su ventura no le había de fallecer, y así había de ser»; que sería a la voluntad de Dios y al franco arbitrio de la criatura racional dar necesidad; que es una gran herejía y falsa opinión dañada y reprobada por aquellos que de juicio no carecen y Dios ilumina de su verdadera ciencia y lumbre de inteligencia. Dice San Agustín que aunque «precito» o «predestinado» sea dicho venir de necesario, empero esa necesidad no se refiere cuanto a las cosas que en ellas de necesidad se hayan así de cumplir y ejecutar; mas refiérese la tal presciencia o predestinación cuanto a la divinal presciencia de Nuestro Señor eternal, y no al advenimiento de las cosas. Hallarás esta conclusión en el capítulo Vasis, XXIII, questio IIIj, en el párrafo «Non ergo necessitatem», hasta capítulo «His omnibus» en el Decreto, según que ya de alto más largo esto dije y escribí en ese mismo capítulo. Hay otros que no hablan tanto mal diciendo: «Si tal muerte murió o tal mal hubo, o tal caso se le siguió, de Dios estaba ya ordenado»; o dicen: «Plógole a Nuestro Señor que así fuese, bendito sea su santo nombre por siempre jamás». Y estos dicen bien y dicen la verdad; y así diciendo y creyendo, Dios ayudarlos ha cuando con paciencia sufriesen si mal les viniere la ocasión o el daño, diciendo: «Mi señor Dios es de esto placentero; eso mismo yo; bendito sea el su santo nombre, amén». No curen de hado ni ventura, ni signo ni planetas, sino de Aquel a cuyo gobierno todas las cosas se gobiernan y mandan. Ni curen de decir «¿Por qué este bueno, que siempre usó bien, hubo mal?», ni «¿Por qué este malo, que toda su vida usó mal, prospera y todavía ha bien, y de día en día su hacienda, hijos y bienes prosperan?». Que de esto Nuestro Señor sabe cuál es malo y cuál es el bueno, cuál vive bien, cuál vive mal, que a Él no se le esconde nada y a las gentes sí; que algunos hay como bigardos, malos de conocer, por cuanto son de muchas guisas y naturas y opiniones, según sus flacos ingenios les procuran que se retraigan en aquella disimulada vida de vivir entre las gentes. Pero ¡ay!, unos de estos que disimulan el mal y infingen el bien con disimulados hábitos y condiciones, con palabras mansas y gestos sosegados, los ojos en tierra inclinados como de honestidad, mirando de revés y de so capa; devotos y muy oradores, seguidores de iglesias, ganadores de perdones, concordadores de paces, tratadores de todas obras de piedad, roedores de altares, las rodillas hincadas en tierra y las manos y los ojos al cielo, los pechos de recio hiriendo con muchos suspiros, lágrimas y gemidos. Y de estos bigardos algunos de ellos son en dos maneras: hay unos que se dan al acto varonil, desean compaña de hombres por su vil acto, como hombres, con los tales cometer. Hay otros de estos que son como mujeres en sus hechos y como hembrecillas en sus desordenados apetitos, y desean los a los hombres con mayor ardor que malas mujeres desean a los hombres. ¡Fuego, fuego en ellos! Y de estos no digo nada, por cuanto sería gran fealdad decir sus abominables obras de sodeníticos hechos; por cuanto dicen aquí de esta materia hablar es muy abominable a Nuestro Señor, en tanto que los aires se corrompen de la sola habla de ellos, y los ángeles y santos y santas de Paraíso vuelven su gesto sintiendo la palabra en la tierra decirse de ello: que la tierra y los cielos debían tremir y absolver a los tales en cuerpo y ánima como malvados, brutos y animales de juicio, seso, razón y entendimiento carecientes, pécoras salvajes, de naturaleza fallecientes y contra natura usantes contra natural apetito. ¡Oh diablos infernales! No esperan los tales redención, ni creen ser justicia ni juicio ejecutorio en Nuestro Señor; que así a ojos abiertos se van a poner en las vivas llamas del infierno. Ved, señores, los que esto leéis, los que oísteis, visteis y entendéis, ¿qué vos parece cómo se acerca la fin del mundo? Pues no es temido Dios ni su justicia, y la vergüenza toda es ya a las gentes perdida tanto que todo va a fuego; que ya no valen los castigos que fueron de Sodoma y Gomorra, ni los hombres que a fuego por esta razón son muertos y de cada día por nuestros pecados mueren. Demás te diré que, de la segunda materia, de los que ahora dije, los más de ellos aborrecen las mujeres y escupen de ellas, y algunos no comen cosa alguna que ellas aparejasen, ni vestirían ropa blanca que ellas jabonasen, ni dormirían en cama que ellas hiciesen: si les hablan de mujeres, ¡alza Dios tu ira! ¿Qué se dejan decir y hacer de ficta honestad? Y después andan tras los mozuelos besándolos, halagándolos, dándoles joyuelas, dineros y cosillas que a su edad convienen. Así se les ríe el ojo mirándolos como si fuesen hembras; y no digo más de esta corrupta materia y abominable pecado. Por ende te digo que al corazón de estos primeros -pues que de los segundos callar es sabieza, pues sus hechos de ellos, según ahora dije, lo demuestran- empero de los primeros que aquí dije de alto, que no se entremeten en la suciedad de este pecado, sino en ficta hipocresía, por mostrarse santos y ser notados y tenidos en reputación, con engaño de alguna cosa alcanzar, estos tales aun no los puede ninguno bien juzgar; que hablan muy a espacio: «¡Loado sea Jesucristo! ¡Dios vos salve, hermano; paz sea convusco! ¡Nuestro Señor vos conserve! ¡Deo gracias! ¡Siempre aquí salud!» y otras tales maneras de hablar. Pero ve hombre a las veces de estos tales, que no son sino diablos infernales; no tienen más paciencia de cuanto ninguno no les dice nada, ni les contradicen a lo que hablan y no les enojan -pues esto, ni grado ni gracias- pero si les tocan en dinero o en contradecir algo a su voluntad, o habéis de contratar con ellos de su provecho o daño ¡guárdevos Dios! Y ¡cómo sale aquella color al rostro fogueando, y abajan los ojos a tierra, que diréis que se quieren consumir y deshacer! ¡Allí veréis por dónde va el loado sea Dios y el Deo gracias! Y, como dice David: «Si allegas a los montes y los cavas, luego fumarán». La paciencia buscadla; la honestidad no es para aquella hora, hasta que la saña sea partida. Muchos de estos son odiosos, detractadores, murmuradores, mentirosos y escandalizadores, excesivos burladores, muy fuertes juradores -de aquellas sus juras melosas y suaves- avarientos de haber, lisonjeros a perder, infingidos en saber, fictos habladores, vindicativos, suplantadores; de abominables y odiosos pecados cometedores; o míseros al ejecutar, croyos a perdonar; no hay moro, pagano, hereje arriano que él más para vengar; súbditos más que las ovejas donde no pueden más hacer, fuertes más que leones adonde pueden mandar; temerosos en sufrir, ardidos en mal hacer, vergonzosos en plaza, deshonestos en secreto. Muchos de estos son nigrománticos, alquimistas, lapidarios, encantadores, hechiceros, agoreros, físicos y de yerbas conocedores; andan de casa en casa, de lugar en lugar, de reino en reino, de tierra en tierra, de ciudad en ciudad, con su hábito y vida disimulada, engañando el mundo. No hay arte, ciencia ni maestría que ellos no dicen que saben. De estos anda el mundo lleno, y con sus mansos hablares y dulces palabras, con sus disimuladas obras y con sus juramentos rabiosos dando a entender ser justos y muy santificados. Dicen que no consentirían en cosa de pecado, ni cabrían en cosa mala. ¡Los doy al diablo vestidos y calzados, desnudos y aun despojados! Ya veis si los conoció bien Nuestro Señor, cuando dijo en el Evangelio: «Guardadvos de estos que andan con "paz sea con vos", y parecen de fuera justos y santos, que de dentro son lobos robadores». Yo creo bien que Nuestro Señor los conoció bien, y pues Él dijo que nos guardásemos de ellos, guardémonos de ellos; que estos falsos hipócritas son los que hacen los males incogitados. Verlos habéis muy callados, muy secretos, muy cerrados, podridos de dentro; torciendo las manos y dedos, haciendo a los pechos cruces con los brazos, juntando las manos y alzar los ojos al cielo cuando juran o hablan, recio suspirando, la lágrima presta, hacerse que no entienden nada ni saben del mundo cosa -disimular los hechos mucho- quien los platicare nunca los entenderá jamás. Hácense simplecillos como mujeres, la voz delgadilla, hablan muy de paso; todavía los hallaréis entre mujeres, pero no de las viejas. Asiéntanse en tierra llana como ellas; dan a entender que son vírgenes y que nunca mujer conocieron ni las querrían ver, salvo para confesarlas y consejarlas que vivan bien: esto porque se fíen en ellos una vez, y porque puedan usar donde mujeres estén con toda ficta honestidad. Sahúmanse las caras con cominos róstigos y con piedra azufre, y con el baho de la yerba ortigosa cuando la cuecen en la olla, porque parezcan amarillos y transidos de las abstinencias y ayunos. Pero, quien los trabase del papo del ombligo, allí parecería si comen sardinas o gallinas.

En mi tiempo vi uno que se sahumó, como dije, y fue al Papa Benedito, infingiendo de santo, diciendo que no quería ser beneficiado, y así forzado tomó el Arcedianazgo de Tortosa, y después que hubo pecado, tornose un diablo y no le hartara el papa de beneficios, y llamábanle «Quare tristis est anima mea», por el engaño que había hecho. Otros de estos hipócritas desbarbados malos aprenden de broslar y hacer bolsillas, caperuzas de aguja, coser y tajar y aderezar altares, encortinar capillas, enderezar un palacio, una cama y una casa, y aun las mujeres quieren saber tocar y las monicas afeitar, hacerles los cabellos rubios; aguas para lavatorios infinitas saben hacer, todas las cosas infingen de hacer como mujer, dejando su usar varonil. Infingen delicados, temerosos y espantadizos, y juradores como mujeres: «¡Jesús! ¡Santa Trinidad! ¡Ángeles! ¡Yuy! ¡Ay, avad, hermano! ¡Yuy, amigo! ¡Deo gracias!». Si a ellos llegan, quéjanse como mujeres, amortécense como hembras. Trabajan mucho por las virtudes de las yerbas por dar a las mujeres medicinas: a algunas para empreñar, a otras para sanar de la madre, del estómago, de la teta, del alfombra, de los paños a las preñadas, de la cara; el dolor de ajaqueca, de ijada, del dolor del ombligo, y dende ayuso, etc. Toda física saben; todo dolor curan; todo mal remedian. Donde mujeres hermosas hay, allí los ve buscar; bástase que siempre los verás, los falsos, solos entre mujeres: nunca de otro hombre quieren compañía, y ¡Dios sabe a osadas cómo las aman de corazón a las mujeres! Y hacen estos falsos mucho mal y daño; por donde van siempre dejan rastro. ¡Acomiéndolos a Satanás, a Belcebú y a Fallanás! Y por ende de las tales hipocresías y vicios teñidos de color de virtudes, dice San Gregorio en Los Morales que tanto son peores cuanto menos conocidos, ca son de simulada igualdad, que es doble maldad. Ejemplos te daría mil sino por no ser prolijo. Pero en nuestros días, y aun yo lo conocí, hablé y comí y bebí con el ermitaño de Valencia -mira qué hombre reputado por santo en toda aquella ciudad y aun en todo el reino- que así iban a su casa, y mejor, que no a la iglesia; y teníase por santo o santa quien una astilla de la cama donde él dormía podía haber; y muchos sanaba con el agua del pozo de su huerto y con las yerbas que en él nacían; que si una persona tuviese trópico y comiese un ajo o un puerro de su huerto, luego creía ser sano. Bigardas, dies a dies, y veinte a veinte, cada día entrar y salir veríais en su casa; caballeros y nobles eso mismo, por cuanto tenía una casa muy graciosa, un huerto muy poblado de todas cosas, y era hombre que se preciaba de tenerlo gentil y limpio, y convidaba de grado a cuantos allí iban. Pero súpose a la fin cómo había habido muchos hijos en muchas beguinas; y otras muchas empreñadas con «Deo gracias»; otras vírgenes desfloradas -seglares y bigardas- con «paz sea con vos»; casadas, viudas, monjas arreó con «loado sea Dios». Teníanlo gordo como ansarón de muchas viandas: así iban ollillas y pucheruelos a su casa, de estas bejinas, como cantarillos a la taberna. Era nigromántico, y con sus artes hacía venir a su casa aquellas que él quería y por bien tenía. Y por aquí fue él descubierto; que él tenía un compañero, un caballero de estos de la cerda, y una día ordenaron de mandar a un pintor que pintase cómo Nuestro Señor estaba crucificado, y el diablo allí pintado muy deshonestamente, lo cual no es de decir; y pusiéronlo por obra, hecha el avenencia con el pintor; y el pintor fue del dicho monje satisfecho y muy bien pagado. Y pintolo, como dicho he, en casa del ermitaño secretamente, en un retrete muy secreto que ninguno no lo sabía, salvo él y aquel caballero, donde ellos hacían sus invocaciones a los diablos. Y desde que lo hubo hecho fuese el pintor, movido de conciencia, al gobernador de la ciudad de Valencia y contole todo el hecho. El gobernador, espantado de aquello -porque lo tenía por santo como los otros- cabalgó y fue a casa del ermitaño e hizo cercar toda la casa en torno de gente y el pintor consigo. Llamando a la puerta, abrió el ermitaño y dijo: «Señor, ¡paz sea con vos!». Respondió el gobernador: «¡Amén, mon frare!». Luego el ermitaño abrió las puertas e hizo entrar a todos, pero el pintor quedó fuera hasta que él le llamase. Y dijo el ermitaño: «Señor, yo soy muy alegre de la vuestra buena venida. ¿cuál Dios vos trajo ahora aquí? Ca ha bien dos meses que no vinisteis a visitar esta vuestra posada; que en verdad, señor, yo y ella somos muy prestos y obligados a vuestro mandamiento». Dijo el gobernador: «En verdad, ermitaño, yo me sentí un poco enojado y víneme aquí a ver esta vuestra posada». Dijo el ermitaño: «Señor, pues véala vuestra merced». Y luego llevolo al huerto y mostróselo todo, y llevolo por la casa y mostrósela toda, salvo la cámara donde él dormía y la recámara secreta; que no se podía saber si estaba allí camareta o no, que era hecha de madera juntada y no parecía puerta ni ventana sino que era toda una cámara. Y como los casados tienen una cámara arreada gentilmente para recibir a los que vienen, así él tenía aquella camareta con dos haces de sarmientos por cama y una piedra por cabecera, y aquello mostraba a los que venían. Pero en la camareta hallaron después cama y tantas joyas y ropas. Y como el gobernador entró dentro en la cámara, dijo: «¿Aquí dormís, padre?». Dijo: «Señor, sí». Comenzó el gobernador a reírse, y dijo al oreja a uno de los suyos: «Sal y llámame al pintor». El ermitaño pensó que decía el gobernador al otro al oreja: «¡Qué santo hombre es este ermitaño!». Y comenzó a suspirar y llorar el ermitaño, que tienen las lágrimas prestas mejor que mujeres. Y dijo al gobernador: «Señor, mucho más pasó Nuestro Señor por nosotros pecadores salvar». El gobernador dijo, como que no sabía: «Padre, ¿qué tenéis tras estas tablas?». Y dio una gran palmada sobre ellas. Dijo el ermitaño: «Señor, por la humildad las hice poner ahí; que, como no me desnudo toda mi vida para dormir, y no tengo otra ropa en la cama, defiéndenme estas tablas de la friura de la pared; si no, ya sería muerto». Dijo el gobernador: «¿Parece como retrete que está aquí?». Dijo el ermitaño: «¡No, señor, nada, en mi verdad!». Dijo el gobernador: «Abrid, padre, así gocéis; veamos qué tenéis dentro». Y el ermitaño mudó la color y vio que no era buena señal cómo porfiaba el gobernador en ello, y dijo: «Señor, ¿y no me creéis? Pues, creerme deberíais; que nunca me acuerdo haber dicho mentira a hombre nacido. ¿Cómo, señor, había de mentir a vos?». Y arrodillose en tierra haciendo la cruz con los brazos diciendo: «¡Por la pasión de Jesucristo, que su sangre por nos derramó, ni para el gusto de la muerte que he a gustar -y así salve Dios esta alma pecadora- y aun para el santo sacrificio del altar, señor, que no hay más de esto que veis!». Entonces el gobernador, movido de saña en que vio que mentía, según el pintor le había dado las señas, dijo: «¡Vos, don viejo falso y malo, abriréis, mal que vos pese! ¡Yo veré qué tenéis aquí dentro!». Desde que esto vio el ermitaño, cegó y no pudo hablar, salvo dijo: «Señor, yo iré por la llave, pues tanto vos place que la abra». Esto dijo a fin de salir fuera y huir; pero el gobernador dijo: «Vamos, yo iré con vos, que no vos dejara». En esto entró el pintor, y cuando el ermitaño vio al pintor entendió que luego era muerto. Dijo el pintor: «¡Dios vos salve, padre! ¿Cómo vos va con Dios?». El ermitaño no pudo hablar, ni «Deo gracias» decir, ni «paz sea con vos nombrar». Entonces dijo el pintor: «Señor, mandadle abrir; catad aquí la llave, esa es que tiene en la correa colgada». Entonces tomáronle la llave y él enmudeció, que no hablaba, y salió fuera de seso. Y abrieron por donde dijo el pintor como él había visto al ermitaño abrir; y el gobernador entró dentro, y cuando vio la fealdad tan abominable pintada, púsose las manos en los ojos y no lo quiso mirar, y dijo al pintor: «¡Llévalo, llévalo de allí y dobla aquel lienzo! ¡Nunca parezca en el mundo tal cosa!». E hízolo solamente ver a dos o tres testigos, y dijo al ermitaño: «¡Oh traidor malo, engañador! ¿Quién te mandó hacer tal cosa? E hízolo llevar preso luego; y cuantos lo veían llevar preso, maravillábanse por qué lo hacían y lo llevaban así al santo bendito. Veríais rascarse las bigardas cuando supieron que lo habían preso, mas no sabían por qué; y veríais caballeros y dueñas ir a rogar al gobernador, tanto que no se podía de ruegos de los grandes defender, hasta que dijo: «Si no digo lo que este malo falso ha hecho, muerto soy, corrido y apedreado». Que así andaban las beguinas de casa en casa de caballeros como si se hubiesen de salvar, aunque algunas de ellas -de aquellas con quien él tomaba placer- bien se pensaban que le habrían hallado alguna mujer en su casa, etc. Empero el gobernador lo hubo de descubrir a la fin porque no le enojasen más, y desde que las gentes lo supieron comenzaron de blasfemar del ermitaño y las lenguas de callar. Y luego el gobernador le comenzó de tormentar, y dijo el ermitaño cosas endiabladas de lo que hacía en Valencia así con sus malas artes, cómo porfiasen en su hita santidad las gentes. Suma: que finalmente fue sentenciado al fuego, y así fue quemado.

De otros muchos falsos bigardos te diría, mas no querría con la pluma enojar a los leyentes. Pero quiérote decir solo un poco de otro bigardo, lo que vi a mis ojos, que no quiero decir quién es él; pero allá donde tenía su ermitorio, no era tenido en menos reputación que el sobredicho, antes era habido por santo, y nunca zapato ni otra cosa en su pie entraba; todas las cuaresmas a pan y agua ayunaba y lo más del año todo. Fue dicho de él que en un monasterio había hecho algunos hijos; y este había renunciado de primero el mundo, que fue mucho hombre de pro, y alcanzó manera de más de diez mil doblas y escuderos cuatro continos y gran señor, y dejolo todo y diose a servir a Dios. Después oí yo decir que en el hábito de fratichelo había cometido un gran crimen por falsario contra un Rey. Después le vi yo bien hacendado y bien rico, dejado el hábito y con mucha renta y con mucha codicia desordenada de haber y alcanzar; y por causa de aquella falsedad que cometiera, según fama era, en la mayor fervor de su prosperidad Dios le llevó de esta vida, el cual murió en mis manos. En conclusión, ninguno no diga: «Este ¿por qué vivió mal y acabó bien?» ni «¿Por qué este vivió bien y acabó mal?», que Nuestro Señor sabe, como dije, quién es bueno o quién vive bien, quién es malo y vive mal: secretos son de Dios. Y los que a las veces parecen a las gentes buenos son malos, como ahora dije, y a las veces los que parecen malos son buenos. Como dice San Agustín: «Muchos cuerpos de santos, o por tales habidos y reputados, son en la tierra sus cuerpos venerados, que sus ánimas de ellos yacen en los infiernos; y así por el contrario de otros, que muchos santos que están en la gloria de Paraíso que murieron en nombre de pobres, que el mundo no los conoció ni fue digno de conocerlos, están por claustros, rincones de iglesias y fuera de ellas y en sepulturas pobres y de poco valor, que merecen ser coronados de oro y piedras preciosas, y no están en reputación de cosa alguna». Pero yo creo que muchas veces los ruegos de estos, que ruegan a Dios por los suyos y de su tierra especialmente, que retiene sus sentencias Nuestro Señor muchas veces por amor de ellos. Empero, si el malo en este mundo ha bien y prospera, ¡guay del que aquí toma su galardón! Empero, si es bueno y ha algún mal o padece adversidad, en el otro mundo folgará. ¡Oh triste del que por Dios no es visitado de las pasiones de este mundo! Mala señal es; el físico le ha desamparado al tal enfermo: señal es de muerte. Por ende te digo, nótalo bien, que en una de tres maneras Nuestro Señor Dios permite que la criatura sea punida: la primera es que permite a los malos punir por pena con condenación, por ser los tales perversos de mala ley y de mala y perversa calidad; que nunca conocen a Dios ni a sus santos, viviendo mal continuadamente sin enmienda, y así fenecen sus postrimeros días. Estos place a Dios que en este mundo comiencen a tomar penas y sentirlas, llevándoles lo que más aman, privándolos de estados y riquezas, o lanzándolos a breve tiempo en estados grandes y manera, y derrocándolos de ellos por tiempo, y dándoles enfermedades y pasiones en las personas, y dándoles desfavor y ira de señor, y otras maneras muchas de pasiones. Y las tales malas personas reacias, enteras, porfiadas, inicuas, perversas, obstinadas, yertas, duras y de mala calidad, mal viviendo acaban mal, y así van a las infernales penas, tomada ya en este mundo la posesión de penas y tormentos; como conteció a los Egipcios y a los del diluvio, y a los de Sodoma y Gomorra, y a otros infinidos conteció y contece hoy y cada día por sus méritos y mal vivir de cada uno. Ítem, lo segundo, permite Nuestro Señor que a las veces los buenos hayan azote, castigo y perseguimiento: esto para aprobación de su buena y santa vida; que si a las veces con flaqueza de la carne, instigación del diablo o inclinamiento del mundo y sus vanas cosas terrenales, estos tales fallecieren y cayeren, o algún tanto a Nuestro Señor olvidaren, con la punición, azote y castigo se tornen a Dios y hagan enmienda de sus pecados y conozcan sus culpas y errores, retrayéndose del mal vivir, de los vicios y pecados, y llegándose a las virtudes de bien vivir y bien usar. Y, como por nuestros pecados no llamamos a Dios ni le conocemos sino en las prisas, trabajos, angustias y tribulaciones, por ende permite los buenos ser castigados porque no le desconozcan, como fueron los del tribu de Israel, San Pedro, San Pablo y otros infinitos, que, siendo punidos, conocieron sus culpas y errores, y se tornaron a Dios Nuestro Señor, viendo que se perdían mal obrando. Hay otros buenos que Nuestro Señor permite que sean punidos por merecer más galardón; que estos tales en este mundo comienzan a sentir ya gloria, corporalmente padeciendo; y la gloria de Dios en el ánima y sus potencias sintiendo espiritualmente por contemplación e, a las horas, visiblemente por revelación. Y tanto son contemplativos y en el amor de Dios encendidos por iluminación del Espíritu Santo que, aunque una vez cada día los tormentasen, y mil en lugar de una, muertes recibiesen, con el amor de Dios con mucha paciencia todos males sufrirían -como frío, hambre, sed, escándalos, males, denuestos, vituperios, tormentos, pasiones y muertes- como fueron los Apóstoles, los discípulos, los mártires, confesores, vírgenes y continentes, como fueron Job y Tobías y Catón y otros infinitos pasados y aun hoy vivientes -aunque pocos por nuestros pecados. Por ende, ave por dicho que a muchos vienen trabajos, daños, males, persecuciones y tormentos a las veces por provecho, bien y salvación, y a las horas por mal, daño y dañación. No piense, por ende, alguno que prosperar en este mundo es reinar, ni padecer sea aterrar. Déjese, pues, de juzgar aquel y el otro a ninguno, y de sí y sus hechos y conciencia cure, y no diga: «Este es bueno y aquel malo», ni «¿Por qué fue esto, ni conteció aquello?» que de todo sólo Dios es sabedor y ordenador; que el malo por su propia voluntad peca y es malo sin gracia de Dios, mas el bueno obra bien por su voluntad y con gracia de Dios. Por cuanto el malo mal haciendo privado es de la gracia de Dios, según San Juan Evangelista en su epístola, dice así: «Más debería el pecador culpar sus males que del justo juicio de Nuestro Señor quejarse». Lee en el capítulo Vasis, XXIII, q. IIIIª. Pero por no detener más, no digo más; que harto se podría escribir sobre este paso. Pero, por Dios, cada uno conozca lo que conocer debe, y no deje a Dios por hado ni planeta; si no, sepa que se arrepentirá, y no por burla, y en tal manera que hado ni ventura no le ayudará ni aprovechará cosa ninguna.




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Capítulo II

Cómo Dios es sobre hados, planetas, y el ánima no es sujeta a ellos


Otra razón te quiero hacer entender para darte a entender que sólo Dios es que todas las cosas ordena y hace; a su mando conviene que anden así planetas como signos, como todo cuanto en el mundo hay, así inferior como superior, así mundanal como sobrecelestial, pues, para probar que sobre el hombre no hay hado ni signo, ni planeta, que de necesidad le constringa a ser malo ni bueno, sino solo su franco arbitrio. Esto cuanto a la causa formal y hecha, pero cuanto a la eficiente y principal, que es Dios, Él es el que le ha de preservar o matar, o hacer luengamente vivir o brevemente morir, o ser rico o pobre, o hacer de grande chico, o de chico grande; y esto permitive, y otro ninguno no, ni muerte ni fortuna que no tienen poderío. Y piensan las gentes que la muerte es persona invisible que anda matando hombres y mujeres; pues no lo piensen, que no es otra cosa muerte sino separación del ánima al cuerpo. Y esto es llamado muerte o privación de esta presente vida, quedando cadáver el cuerpo que primero era ornado de ánima. Esta es dicha muerte. Así que no diga ninguno: «Yo vi la muerte en figura de mujer, en figura de cuerpo de hombre, y que hablaba con los reyes, etc., como pintada está en León», que aquello es ficción natural contra natura. Es natural porque natural es el morir; pero no que la muerte sea cosa que mate, según que la pintan en ficción, que sería contra natura, como dar cuchilladas, lanzadas o saetadas a los vivos la muerte. Empero sé cierto que el Rey, y el Papa, y el zapatero, todos pasan por aquel vado, como dice Catón; que así a los duques como a los príncipes común es habida. En otra guisa ¿quién podría con los poderosos, si la muerte y las pasiones y las miserias del mundo no gustasen y sintiesen? Y muchas y más veces viven y mueren mejor los de poco estado que los de grande estado y linaje: que el que poco tiene, poco se precia, y con pan y sardina es contento y harto; no siente pobreza ni trabajo, sino muy poco, ni aun se da mucho por morir o vivir, antes con puro corazón desean de cada día la muerte. Pero el Rey, el Papa y el grande, ¡oh cuánto dolor le es cuando muere, o pierde lo que tiene o no puede mantener el estado que él requiere! Toma esto por conclusión: que cuanto el mezquino del hombre mayor es y más alcanza, tanto es mayor la su codicia y la su avaricia a perder; que antes, cuando poco alcanza, es de aquello poco franco, y cuando mucho alcanza, no le es más dar, despengar o emprestar que sacarle el ojo. Los parientes y amigos, que pobre le habían bueno, rico le perdieron del todo; que ya no conoce amigos ni parientes, ni los quiere ver; antes niega padre y madre; que no son ellos sus padre y madre, ni los otros sus parientes ni amigos. Hízole Dios bien y él no lo conoce, y donde debería dar gracias a Dios y ser bueno, ni conoce a Dios que se lo dio, ni conoce a los suyos ni a sí mismo. Así lo traen engañado el mundo y el diablo, por donde muere mala muerte y lleva el cuerpo la tierra y los gusanos, y la ánima los diablos, y las riquezas los parientes, o quizá quien no las pensaba heredar ni gozar de ellas. Y así, cuando acaece que este tal muere, cuanto mayor es su riqueza y más tiene, tanto es mayor la dolor cuando muere, a la muerte y a la pena de ella, y tanto le ha más miedo terrible. Y cuanto es menor el hombre y de menor estado, y cuanto menos tiene, tanto menos ha de pena y menos le duele la muerte. Y el que más tiene y posee, más ama el mundo, y el que menos tiene, menos cura de él; o muera o viva, o sea de ello lo que fuere, eso le da por morir que por vivir. Así que no piense alguno que la muerte es mujer ni hombre ni cuerpo ni espíritu alguno fantástico, salvo privación de vida y apartamiento de cuerpo y de ánima. Esta es dicha muerte. Y lo segundo es contra natura: por cuanto, así como dice Aristóteles, que de las cosas que no son ni aun parecen, no puede ser dado juicio; pues como la muerte no sea cosa, ni se demuestre ni parezca, de ella no puede ser dado juicio ni dicho nada, pues ella no es nada sino como un hablar de lo que aquí ahora dije; que el que es privado de esta presente vida es dicho muerto, y quién lo privó dicen la muerte, por respecto y comparación de él, que le llaman muerto, y así de las otras cosas. Y eso mismo digo de la fortuna y ventura, que no es cuerpo ni espíritu, salvo si alguno busca mal y lo halla, aquel mal que hubo dicen ventura; o si va por la calle y le matan súbito, aquel mal que le vino llaman fortuna; o si es pobre y torna en rico, aquella manera de haber riquezas llaman ventura, y así del rico que torna pobre. Así que la manera de mal o bien haber llaman las gentes ventura, fortuna, o dicha buena o mala; que todo es uno. Pero tornando a mi propósito, yo te demando: ¿cuál es más noble y de mayor dignidad, el ánima o el cuerpo? Si dices que el cuerpo, no eres de este mundo, y tu dicho no es para en plaza. Pero si me dices que el ánima es más noble y mejor, así como lo es -según Aristóteles y todos los naturales dicen- demándote, pues, si el ánima por sí es hombre, o si el cuerpo por sí es hombre, o si juntos ambos hacen hombre, teniendo unidad de compañía perpetua al tiempo que viven. Si me respondes que es verdad, que ánima y cuerpo juntos hacen hombre, pues, si las planetas y signos dan sus influencias a los cuerpos inferiores, se seguiría que darían influencia eso mismo al hombre y que tomaría el hombre de las correspondencias de la planeta o signo, cada que el hombre naciese o engendrado fuese en el tal tiempo que la tal planeta o signo tal curso hiciese o influencia diese. Dígote, pues, que no te lo niego que no den las planetas y signos sus influencias, pero no para determinar, ni dar ser o no ser, muerte o vida; que esto sólo está en la permisión de Dios. Apruébolo más claro así: ya sabéis en cómo la ánima de la razonable criatura es sobrecelestial y no sujeta a planeta ni signo, ni a hados ni a fortuna, ni recibe pasiones ni miserias cuando en este mundo, por cuanto es criada por Dios limpia y pura, y a otro ninguno no es sujeta, como dice David en el salmo: «Mi ánima ¿no es sujeta sino a solo Dios? De él espero haber salvación». Pues, síguese que en el ánima no tiene nada signo ni planeta. Pues si al hombre da la planeta y signo influencia, se seguiría que así el cuerpo como el ánima como ambos juntos hagan hombre y no uno sin otro: pues esto es falso y inconveniente, según ahora dije, por la planeta, fortuna y signo no tener predominio en la alma alguno ni ninguno, salvo Él que la crio. Síguese que no han lugar las constelaciones de las planetas en el hombre, y si alguno han, por razón del cuerpo solo, y no del ánima, salvo mejor juicio. Empero, si alguno han, no tal para hacerle ser o no ser al hombre, o dar bien o mal, o privarle de vida, o de muerte preservar, sino sólo Dios que es soberano a signos y planetas. Otra razón te asigno: cierto es que todo más digno atrae a sí lo menos digno, y lo más priva lo menos. Pues en argumento: si el ánima es mejor y mayor y más digna que no el cuerpo, en las calidades o complexiones el ánima atraerá a sí el cuerpo por excelencia y por ser mayor y más noble. Pues, si el cuerpo a sí atrae, hacerle ha ser de aquel dominio de quien ella es. Y pues ella no reconoce otro superior sino a Dios, síguese que el cuerpo debe reconocer el superior de superior, que es el ánima, el cual superior del ánima es Dios infinito todopoderoso; y tanto que la parte potencior, que es el ánima, debe predominar la parte sujeta, que es el cuerpo, atrayéndolo a su superior, que es Dios. Donde se concluye, por las susodichas razones, Nuestro Señor dar ser y no ser, vida o muerte al hombre, y no hado ni planeta; que el que rige los hados y las planetas bien se concluye que debe regir a las cosas que los signos y planetas dan sus influencias, pues lo mayor priva a lo menor y lo más priva a lo menos, el más poderoso a lo menos poderoso, el señor al siervo, y el criador a la criatura. En conclusión: si mal o bien te viene, afán o trabajo, placer o alegría, de Aquel te viene todo que lo permite o le place, o quiere que las cosas vayan todas a su disposición y ordenamiento. Y para conclusión y determinación de todo lo susodicho, lee lo que David dijo en el salmo de la feria segunda del lunes que comienza «En ti, Señor, esperé, no sea confundido para siempre», dice en el XVIII.º verso: «Yo, empero, en ti, Señor, esperé y dije: Tú eres mi Dios y en las tus manos son las mis suertes». Pues, ¿qué quieres más especular esta materia? pues David dijo que en la mano de Dios eran sus suertes, esto por cuanto en el tiempo antiguo acostumbraban a lanzar suertes, y los Apóstoles de ellas usaban; y pruébase cuando echaron suertes quién sucedería en el lugar de Judas, y dicen que cayó la suerte sobre Santo Matía. Así que antiguamente suertes usaban lanzar. Por ende David dijo: «Señor, la mi buena o mala suerte en tus manos es: si Tú quisieres y a Ti ploguiere que yo haya buena suerte, hecho es; si Tú permitieres, empero que yo haya mala suerte por mi culpa mal obrando, determinado es». Por ende, aquí debe cada uno tomar lección y aun ejemplo, pues David derechamente aquí habló de suertes claro a la letra; pues quien más prueba de esta materia busca, garabato demanda por no venir en conocimiento de la verdad. Empero, si entenderlo quisieres en otra manera -que suerte quiera decir bien o mal que a la criatura viene accidentalmente- tómalo y entiéndelo por cualquier vía que quisieres, que todavía has de venir al poderío y mano de Dios, según de alto ya probé, y después al franco albedrío de la criatura, junto con el racional seso que Nuestro Señor le da para bien o mal hacer, sin alguna necesidad. Por ende, cada cual pare mientes por sí y de su mal no culpe a otro más que a sí, salvo mejor consejo. En esto concluyo aquí y doy fin a mi obra, la cual yo propuse de hacer a servicio del muy alto Dios, el cual por siempre sea loado, amén.

Otra razón te diré, la cual Juan Bocaccio prosigue, de la cual pone un ejemplo tal. Dice que él, estando en Nápoles oyendo un día lección de un gran natural filósofo, maestro que allí tenía escuela de astrología -el cual había nombre Andalo de Nigro, de Génova ciudadano- leyendo la materia que los cielos en sus movimientos hacen y de los cursos de las planetas y sus influencias, dijo esta razón: «No debe poner culpa a las estrellas, signos y planetas, cuando el cuitado busca su desaventura y es causador de su mal». Y pone un ejemplo para probanza de esta razón, el cual, queriéndolo entender alegóricamente, tiene en sí mucha moralidad, quien en él bien pensare, aunque a primera vista parezca patraña de vieja. Y el ejemplo es este: Dice que la Pobreza un día estaba muy triste y como trabajada, pensativa y muy dolorida y muy flaca, en solos los huesos y la pelleja, negra, fea, magra y llena toda de sarna; los ojos sumidos, los dientes regañando, su sarna rascando, la pelleja curtida y arrugada, muy espantable y fiera. Y estaba echada al sol en encuentro de tres caminos, haciendo al rascar gestos extraños y feas continencias; sus cejas abajadas como de persona que está comidiendo en algún gran pensamiento. Y la Pobreza así estando, hevos aquí donde viene por el camino adelante la Fortuna, muy poderosa, de edad de treinta años, muy lozana y valiente, riendo y cantando con mucha alegría, en somo de un caballo muy grueso y hermoso, una guirnalda de flores en la cabeza, muy ceñida por el cuerpo y frescamente arreada según la gala del mundo. Y como llegase a vista de la Pobreza, su caballo comenzó de tornar atrás y comenzó a dar muy fuertes ronquidos, por cuanto vio la Pobreza yacer muy fea y desfigurada, que parecía a la muerte propia que entonces del sepulcro salía. Y desde que la Fortuna la vio, dio de las espuelas al caballo, y, como a forzado, hízole a ella llegar; y la Fortuna comenzó a sonreírse a manera de escarnio. Pero la Pobreza, cuando la vio, con gran seso y mansedumbre alzó sus ojos en alto y comenzó de mirar la pompa y lozanía y locura y vanagloria, la jactancia y orgullo que la Fortuna consigo tenía; y en manera muy suave, a guisa de persona entendida y anciana, la Pobreza dijo así: «Amiga, ¿de qué te ríes que placer veas de ti? ¿Ríeste de mí, en que me ves fea y desdonada, sola y apartada de los placeres del mundo, echada entre estos tres caminos?». Respondió la Fortuna: «Pobreza, mucho me maravillo de ti, y ¿no me debo reír considerando tu gesto y presencia fea, negra, mal vestida, cubierta de mucha sarna, huesos toda y pellejo, apartada de todo bien, alejada de placeres, acompañada de tristeza, cumplida de pensamientos, llena toda de dolores? Dices que no me ría: sí reiré por buena fe. ¿Quién será el que no riese si tu donaire viese? Mírate a un espejo antes que respondas, y verás quién, cómo y cuál estás». Entonces la Pobreza, no moviendo su corazón a ira, dijo: «Dime, amiga, ¿quién eres tú?». Dijo la Fortuna: «Yo soy la alta Fortuna, que hago y deshago, mando y vedo. Todas las cosas a mi regimiento son». La Pobreza respondió: «Hora bien, ¿tú eres, pues, la Fortuna? Mucho seas bien venida». Y comenzose como de levantar, hincando las manos en tierra a manera de persona pesada, vieja y cansada, y levantose muy de paso y miró muy de hito a la Fortuna, y díjole: «Amiga, tú eres la Fortuna. Pláceme de tu vista y por haberte conocido, pues tú dices que haces y deshaces, vedas y mandas, ordenas y dispones todas las cosas del mundo, y que son a tu gobierno y mando las altas y aun las bajas; y demás háceste de esa y adorarte haces por todo el mundo como gloria mundana. Pues yo reiría si hubiese gana, y esto sería de reír, y no como tú de mí ríes. ¡Oh de los locos que te creen! ¡Guay de los tristes que de ti confían! ¡Guay de los desaventurados que a ti esperan ni esperanza en ti tienen, que de todo lo que dices dígote que no tienes nada! ¡Oh cuitada, no te conoces con tu orgullo, vanagloria y pompa, y engañas todo el mundo! Mandas mucho y das poco; prometes a montones y dasles mucha nada; convidas con esperanza y dasles mala andanza. ¡Oh engañadora, inicua y traidora, falsa y baratera! ¿Con esta manera siempre has de vivir? ¡Yo te haré venir a la mi melena! Por ende yo te digo que visto el grande engaño que tiempo ha por todo el mundo traes, y visto que no lo puedo ya más sufrir, yo te diré, pues, qué haré contigo. Tú eres poderosa y rica, y yo flaca y sin fuerza; tú del mundo amada y querida, yo sola y desconsolada; tú gruesa y bien vestida, yo magra y despojada; vente a mí, pie a tierra, que yo te combatiré y haré conocer que eres falsa y engañadora, y esto sin más tardar. Mano mete a la obra; mejor lo haré que lo digo, si ver bien lo quisieres». Entonces la Fortuna hubo tanta malenconía que quiso reventar diciendo: «Hasta hoy no hallé quien me vituperase sino tú, Pobreza. Téngome por malaventurada por igualarme en habla contigo, sino darte por baldía; que véote desesperada, pobre y lazrada. Ya sé que pobres y albardanes y bellacos y de poco seso no acostumbran a los buenos honrar. Así que, pues que los pobres tenéis esta tacha, callarvos he, y a palabras locas hacer orejas sordas. De una cosa me place: que sabes tú que yo te abajé y te hice venir al estado en que estás, y la soberbia no perdiste. Yo te prometo, para la mi real majestad, que hasta los abismos te abaje como a cosa desaventurada; yo te haré perder la presunción, la andanza y la locura, y tanto te abajaré que, cuando me veas me hagas reverencia. ¿Conmigo hablas par a par? ¿Quién te dio esta osadía? ¡Pues, ved, amigos, a quien no dimos vida, cómo es tan atrevida!». La Pobreza entonces respondió: «¡Oh loca Fortuna! ¿Tú dices que me abajaste y venir tú me hiciste en esto que ahora estoy? Si la verdad fuese mentira tú dirías verdad en ello; que tú no ignoras que yo de mi propia voluntad quise y me plogo dejar bienes temporales, el mundo y sus deleites, riquezas por vivir pobre, tal cual aquí me veas, y donde estaba cautivada, soy franca, libre de mí, aunque tú, Fortuna, harto con tus lazos te trabajaste por cautivarme; pero mi juicio natural venció a ti, burladora. Pero ve cómo te dejé y te di cantonada, no curé de tu mundo, ni curé de tus pompas, riquezas, bienes ni estados; ni pienso cómo robaré, cómo lo ajeno usurparé, de buen justo o de malo, por allegar para hijos ni hijas, sobrinos ni sobrinas, ni otros cualquier parientes, condenando a mí para ellos llegando; que sé que en mis días, por el que más alcanzare su muerte será más e breve dada y deseada; que ya el hijo al padre y a la madre, y el hermano a su hermano, el primo a su primo, el pariente a su pariente, cuando ve que mucho alcanza, y él no tanto como querría, la muerte le desea, y no ve la hora que heredar y partir sus bienes, algos y riquezas, siquiera el muerto vaya a los infiernos. Pues en los papas contece esto: que desean algunos su muerte por suceder otro en su lugar; en los emperadores eso mismo; en los reyes eso mismo; que el hijo desea la muerte al padre por ser él rey y ser señor; el hermano del rey desea a su hermano la muerte por suceder en el reino; y en los duques, condes, caballeros, gentileshombres, ciudadanos, burgueses, mercadores y menestrales sí contece desear la muerte unos a otros -así los parientes como extraños- por heredar, más alcanzar y más valer, y de mayores estados ser. Y aun lo que es peor, que a las veces procuran los tales la muerte a los tales parientes que desean la muerte, matándolos con sus propias manos cruel y malvadamente a cuchillo; o a las veces con venenos y ponzoñas, y con otras infinitas maneras exquisitas que no son de contar, las cuales de cada día contece por nuestros pecados. Pues de los eclesiásticos no es de decir nada. ¿Que no codician la muerte unos a otros por suceder en las honras y beneficios? Que verás los expectantes del papa, las bocas abiertas como lobos en febrero hambrientos. ¿Cuándo morirán los beneficiados? ¿Cuándo oirán tañer campanas por ellos? Luego corren y buscan quién murió, y si es clérigo beneficiado; y lo peor que cuando alguno está mal y al paso de la muerte, están los expectantes rogando a Dios: «¡Oh si muriese en este mes, que es del Papa, porque lo aceptase yo!». Y eso mismo los familiares de los ordinarios dicen: «¡Oh si muriese en el mes que viene, porque me lo diese el prelado o el ordinario!». Y si sana del mal el tal enfermo, los otros reniegan y cuidan tornar locos porque no murió. Pues, ¿quién duda si desea la muerte el que beneficio tiene y pensión, que muera aquel a quien hace la tal pensión cada un año, porque exento quede el beneficio? Y aun su deseo nunca es otro de algunos, diciendo: «¡Oh si muriese aquel viejo falso! Más vivirá que la grama; que si él muriese, luego estaría yo bien beneficiado». Pues, ¿quién duda si en corte del Papa desean que mueran los cardenales por suceder otros en sus honores y dignidades? Eso mismo de los patriarcas, protonotarios, arzobispos y obispos, abades, deanes, arcedianos y otros eclesiásticos y capellanes. Tres maneras hay de eclesiástico en haber honras y estados y prelacías, dignidades o beneficios: unos entran como pastores para aprovechar, y estos entran por la puerta; otros entran como ladrones para hurtar y dagnificar, y estos entran por los campanarios; otros entran como mercaderes para llevar y disfrutar, y estos entran por las paredes. Así que los pastores, defienden, los ladrones roban, los mercaderes dagnifican (XXIII, questio IIII, capítulo «Tres personas»); síguese que el pastor es de amar, y el mercenario de tolerar, y el ladrón, empero, de evitar. Pues en los oficiales de la corte, sí desean la muerte los unos a los otros por suceder en sus honras y estados, como son vicecanciller, camarlengo, corrector, referendario, glosadores, abreviadores y otros muchos oficios que hay; unos desean la muerte a los otros, procuradores de corte generales y de contradictas. Y, pues, dejada la corte del Papa, la del Emperador ¿si va por esta regla? Dígote que no fallece de ella. Pues las cortes de los reyes, príncipes y grandes señores, ¿si hay en ellas algunos de estos deseos malditos? Dudar en ello sería pecado. Pues en las ciudades, villas, burgos, castillos y otros lugares sobre los regimientos que son perpetuos, o a tiempo trienales o anuales, hay de estos deseos abominables. Y descendiendo más abajo, en las casas de cada uno, hállase a las veces unos servidores desear la muerte a los otros. Pues en las vecindades ¿desean la muerte los unos vecinos a los otros? Creo en verdad que sí, pues no he hallado dónde comenzó la muerte, dónde está y se acaba. Digo, pues, amigo: las mujeres desean a otras la muerte por herencias, por haber, la hija a la madre, a la tía o a la abuela, diciendo: «¡Oh si muriese, cómo la heredaría y luego casaría con un caballero de cien lanzas, o con un gentilhombre, o con tal hijo de ciudadano!». Y la hermana a la hermana, o prima a primo, o tía a tío, o pariente a pariente, no dice: «¡Oh si muriese mi hermano, sería toda la herencia mía, y estaría muy bien vestida! ¡Haría luego esto y aquello; compraría luego una casa, una viña, una mula, unos paños, una villa o aldea, o tal heredad!» según las personas son, según sus diversos apetitos y vanos deseos desordenados. Más fuerte te digo en las mujeres: que a las veces las unas hermosas y galanas desean la muerte a otras porque son así hermosas como ellas o más, y son en gran fama en el pueblo, diciendo: «Fulana es hermosa, pero tiene tal tacha y fealdad; por cierto más hermosa es la tal». Cuando la otra oye, cuida reventar, desea la muerte porque ella sola fuese nombrada y otra no, aunque la otra nunca le hizo enojo ni mal. Esto de pura envidia, que si bien parares mientes, no hay mujer hermosa que no te diga qué tachas, qué hermosura tiene aquella, y la otra qué donaires y qué desgaires, que no estudian en otra cosa. Mucho más te diría, sino por no enojarte; que no acabaría de aquí a un año de decir lo que es y cómo contece». Y dijo la Pobreza a la Fortuna: ¿Oíste tú ahora todo esto que te he dicho? Aunque general regla de ello no sea, que así como hay de buenos hombres hay de malos, y como hay de disolutos en mal desear, así hay refrenados en mal codiciar; antes nunca a otros la muerte codiciaron por esperanza de ellos bien haber o riquezas alcanzar. Pero como hay de unos, hay de otros. Pero ¿úsase, Fortuna, como ahora te dije, esto algunas veces? Si me dices que no, voluntad tienes de contradecir a la verdad, favoreciendo la falsedad. Pues, dime, Fortuna, ¿no fui yo sabia de apartarme de todas estas cosas e inconvenientes y lazos del falso mundo, y quererme allegar a esta pobreza que tengo, y ser pobre como soy yo, no curando de tu mundo, ni de tus negocios y baratos, ni de tus imaginaciones y pensamientos; perdiendo comer y beber y dormir los que te creen, pensando cómo el cuitado o cuitados habrán y más alcanzarán; que mientra más tienen más desean; que al mayor haber mayor deseo trae consigo, y mientras más tiene más desea el cautivo sojuzgado al haber más? Que es así, según dice Valerio, que la codicia del haber es un gran emperador del mundo al cual toda criatura servir desea. Y después que la codicia a la criatura vence, jamás no puede ser franco; que fuego inestimable es que quema continuadamente el corazón. Ahora, pues, no pienso yo sino sólo a Dios servir, amar y complacer; en esto pienso yo, en esto trabajo de cada día. Y bien sabes que del imperio romano desciendo y vengo, y fui bien andante, que fuera más si quisiera. Pero visto los inconvenientes que aquí te he dicho, plógome de dejarlo de mi propia voluntad y tomar esta vida y hábito, como otros de mis mayores hicieron, dejando de grado el estado y honra, allegándose a las pajas y a la tierra. Pues, loca desaventurada, sin ventura, no te alabes, como ahora me dijiste, que tú me hiciste venir a lo que estoy; ni tú me abajaste de mi estado y honra, pues yo de mi propia voluntad me lo quise. A lo que dices que me harás y dirás, eso es hablar por demás; que tal poderío no tienes, ni hubiste ni habrás. No busques aquí alabanzas; vete ahora otra parte; que cuanto aquí no tienes ál, salvo repelón o bofetada. Por ende, ve si te cumple de probar tus fuerzas comigo, y los hechos darán testimonio, que las palabras corren por el viento. Decir y hacer, esto hallarás aquí en mí. Hablar mucho y prometer harto, poco dar y mucho rallar: esto sé que hay en ti. Si te place, pues, di, que tengo de ir una gran jornada y he de ser hoy en París, aunque estoy de él lejos y apartada». La Fortuna, muy irada y con gran saña, respondió a la Pobreza: «Por cierto bien has ahora predicado. Todo el mundo has buscado de hablar de papas, de emperadores, de reyes, y no has dejado estados, seglar y eclesiástico, y no olvidaste villas y lugares donde creo que lo soñaste mucho más que no lo estudiaste. En verdad, pues, te digo que no ha estado de los que tú ahora me nombraste que no huya de ti como de fiera cosa: que no eres más en ojo de cada cual de los que nombraste que mota o nube o viruela; que bien te digo en verdad que no sé al mundo hombre nacido que de grado no te aborrezca y malquiera, y te denueste, salvo cuando más no pueden. Alléganse a ti son desesperados y no pueden hacer más. Pero Dios sabe la verdad por qué toman tal vía; y querríatelo decir, mas no quiero ser enojosa en hablar, que sé, que si en este paso me alargase a la verdad de algunos decir, sería blasfemada; cómo ni por qué el mundo dejan y a la pobreza y a Dios se abrigan, metiéndose frailes, religiosos y ermitaños. Por ahora no digo más ni quiero ser más prolija en más hablar, como tú, que ha una hora que hablas. A las picazas, papagayos y tordos querría yo mucho habladores. Más has chirriado que golondrina en abril: de tanto hablar la cabeza deberías tener quebrada. Siempre lo oí decir: el más ruin del apellido porfía más por ser oído. Más luenga tiene un mezquino que otro de hablar más digno. Así tú ahora no te enojarías de hablar y no cesar de aquí a un año; que no tienes ál que hacer ni pensar. Y lo peor que, según veo, enfinges de fuerte y quieres que yo pruebe mis fuerzas contigo, sabiendo tú muy bien que yo he derrocado a los más fuertes del mundo: gigantes y poderosos, papas, emperadores y reyes; al rey David y Darío el famoso; a Alejandro, que del universo mundo fue señor; a Sansón y a Goliat; al gran emperador victorioso Pompeyo; a Julio César, el singular conquistador y emperador; al gran Nembrot, gigante que hizo la torre de Babilonia; a Teseo, rey de Atenas; al grande Príamo, rey de los troyanos; al grande Roboán, rey de los judíos; la grande reina Dido, reina de Cartago; al fuerte Sedechías, rey de Jerusalén; al soberbio Tarquino, hijo del Tarquino emperador romano; al rey Antioco, rey de Persia y de Asia; al famoso Aníbal, señor de Cartago; al grande Marco Tulio Cicerón; al grande Herodes, rey de los judíos; al grande emperador Nerón; al varonil emperador César Augusto; a Valerio, de Roma emperador; al grande Diocleciano, emperador; a Maximiano y a Juliano Apóstata, a Galero, emperadores de Roma; al rey César de Bretaña; al emperador Constantino, romano; Andrónico, emperador de Constantinopla; Diógenis, emperador romano; a Radugaiso, rey de los godos; a los doce pares de Francia; al animoso Godofré de Bullón; a Tristán de Leonís y Lanzarote del Lago; a Lanzalao, rey de Nápoles; y otros infantes y reyes y grandes de España que sería prolijo de poner y nombrar aquí. Pues si de los eclesiásticos te dijese, como son papas, cardenales, patriarcas, arzobispos, obispos, abades, doctores, maestros en teología, en leyes y cánones, doctores birretados como fueron Agustino, Ambrosio, Isidrio, Leandro, Gerónimo, Bernardo, Anselmo, Beda, Crisóstomo, Dionisio, Damasceno, Fulgencio, Anselmo, Guillermo, Josepo, Alberto Magno, Inocencio, Leo, Teodosio, Garulo, Francisco de Nido, Alifonso, Eugenio, Ilario, Bernardo, Ricardo, Juan Andrés, Alberrico, Juan Monje, Juan de Dios, el abad de Sena; poetas notables: Virgilio, Homero, Platón, Sócrates, Cicerón, Diógenes, Aristóteles, Aristardo, Séneca, Bocaccio, Ovidio, Lucano, Terencio, Avicena, Abén Ruis, Boecio, Cicerón, Catón, Doucas, Galieno, Diascórides, Diomedia, Demóstenes, Epicurio, Euclides, Egedio y otros infinitos poetas. Pues, si en particular a los bajos descendiese a contarte, sería enojarte del todo: bástente estos por ejemplo, pues estos todos por mi mano los derroqué, los poderosos abajando, los soberbios a tierra humillando. Y ¿tú ahora, lazrada, enfinges de quererte poner conmigo en examen de campo? Bien se parece que la tu gran soberbia te hizo decaer como a los susodichos; y a muchos otros por el mundo contece; que vienen a tal estado que su saña no pueden resistir cayeron a tierra. Y ¡cómo está bien el pobre lazrado y cuitado ser soberbio, y el flaco infingir de fuerte, y el loco presumir de mucho seso o infingir de sabio, el grosero de letrado gloriarse, el rudo torpe de muy avistado! Por ende, Pobreza, dime ¿de quién confías, que placer veas de ti misma? Pues fuerza no alcanzas: amigos, pues no tienes; servidores, ya te lo ves; bienquerientes, ni uno sólo, que no es hoy persona ninguna viva que bien te quiera, ni tu compañía ame ni desee, según que de alto ya dije. Si de tu lengua rallar confías, sed cierta que si al examen venimos, que nada no te valdrá». Acabado de decir esto la Fortuna, dijo la Pobreza: «Fortuna, ¿plácete decir más? Pues yo te juro que si tus palabras cumplieses como las predicas, otrosí tus hechos hicieses así como los dices; si tus amenazas como infinges así las ejecutases, ya todo el mundo tiempo ha que sería destruido. Hablas mucho de gorja; pero si venimos a la prueba, yo sé que llevarás en la coca. Por ende, ahora, sin más rallar, sea así; yo, en lo que dije, afirmarme quiero: desciende a pie, que sin más tardar luego te quiero hacer conocer cómo tú eres una falsa burladora, engañadora universal de todo el mundo, no habiendo miedo ni vergüenza de mal hacer, y lo peor perseverar todavía en locura. Por ende, si te atreves, no pongas excusas; pero so tal pacto y condición que el vencedor ponga ley al vencido, y demás, que el vencido haya de estar por la ley del vencedor: esto por siempre jamás». La Fortuna respondió: «Pláceme de hacerlo porque no entiendas que no oso, aunque me es feo, deshonesto y de gran vituperio y mengua de yo igualarme con cosa tan soez y de tan poco valor. Ca mucho vengo aquí a menos de mi honra, y todos los que lo supieren me lo reputarán a poca pro y mezquindad igualarme yo, que el universo mando y rijo, contigo que, por la que eres, toda criatura huye de ti. Es menester, empero, que me des buenas fianzas por las cuales sea yo segura; que si yo te venciere -como de hecho verás- que te haga estar para siempre jamás por la ley que yo te pusiere. Pero esto veo imposible; que, como ya de suso dije, ni tú tienes amigos ni parientes que bien te quieran, ni tienes quien por ti torne. Pues, Pobreza, di a quién me darás por fianzas y luego veme presta para hacerte conocer que eres falsa, bigarda, lisonjera y disimuladora, humilde a parte de fuera, soberbia de dentro, peor que Satanás». Respondió la Pobreza: «Dígote, Fortuna, que si tú me vences, yo quiero ser tu prisionera para siempre jamás; todas aquellas prisiones que te pluguiere ponme: no te excuses por esto, ni demandes más fianzas, que esto te debe bastar y debes ser contenta». La Fortuna respondió: «Pobreza, porque no entiendas que me escuso o rehuyo a la plaza, piensa que me place de ello y mucho de ello soy contenta, y luego lo pongo por obra». Descendió la Fortuna del caballo muy soberbiamente, y soltole las riendas por tierra y vínose hacia la Pobreza a grandes pasos, contados a manera de gigante, toda así como venía lozana con sus arreos, haciendo grandes continentes a manera de luchador; y apretose mucho el cuerpo, viniendo de puntillas en tierra, meneando los hombros, estirándose como gato, bramando como león, los ojos encarnizados, los dientes apretando pensando sumir la Pobreza luego que de ella trabase. Pero sabiendo bien la Pobreza que fuerza infingida muy poco presta ni vale -según dice el sabio Catón, no vale nada la braveza de muestra, que muchas veces vimos el vencido sobrar al vencedor, mayormente aquellos que de palabras vencen y matan, que no es para nada el dicho sin el hecho- que muchos vemos que mucho se alaban, diciendo que harán y dirán, pero cuando al hecho vienen el decir es panfear, el hecho idlo buscar. Y ella usaba de aquesta arte; pero la Pobreza entendió la manera, diciendo entre sí: «Fortuna, entendida eres, y no te pienses espantarme con tus gestos bravos de león, a manera de italianos, genoveses o lombardos, que de corsario a corsario no hay ganancia sino de muchas puñadas, y al partir de la batalla solos los barriles el vencedor alcanza del vencido vacíos, que no mucha medra. Si enfinges, Fortuna, yo te entiendo». Y en esto estando, la Pobreza no se movió, antes con gran humildad esperó que ella se llegase. Veníase rascando la Pobreza su sarna que la comía, no por burla, concomiéndose toda, doliéndose de la dolor que en sí pasaba. Empero las dos, Fortuna y Pobreza, juntáronse ya en uno y anduvieron un rato en torno buscando presas la una contra la otra. La Pobreza tomó a la Fortuna la una mano a los pechos y la otra a la cintura, y la Fortuna echó mano a la Pobreza, la una mano al cuello y la otra al brazo derecho, y comenzáronse a tentar de fuerza. Y como la Fortuna estaba gruesa y muy poderosa, parecía al comienzo como que sobraba a la Pobreza de gran fuerza, y comenzó de decir: «Ahora, doña villana, te demostraré yo qué cosa es igualarse los ribaldos con los buenos; yo te mostraré hablar de papo». Y comenzola de estremecer, que así sonaban sus huesos como nueces en costal, y armole la mediana cuidándola derribar. Desde que vio que no le valía nada aquella manera, cometiole de una encontrada por ver si la llevaría; vio que no le empeció con las dos que le había parado, púsole un traspié pensándola derrocar; desde que vio que no podía por aquellas maneras su voluntad cumplir, tentola de sacaliña por ver si la vencería, y no la pudo sobrar. Dijo: «Yo le daré a esta villana los tornos y le haré desmemoriar». Vio que a mal ni a bien no la podía de tierra arrancar, tomó tanta malenconía que cuidaba reventar. Dijo: «Aquesta villana de torno de brazos con un gayón de pura fuerza la habré de derrocar». Cometiole, mas no pudo algo en ella mellar. Probola con un desvío si pudiera con ella maestramente en tierra dar; quisiera a brazo partido algún tanto de tentarla con algún arte de pies por poderse de ella honrar; pero ya a mal ni a bien no la podía sobrar, ni, lo peor que era, de sí desviar. Empero la Pobreza imaginó en sí: «Esta villana está gruesa como toro. Si yo la dejo porfiar guardándome de sus maneras, la haré fuertemente sudar; pero quiero estar ahora queda. Ella sus fuerzas pruebe en mí y cometa lo que quisiere, fuerza y maneras; que jamás no la armaré hasta que la vea cansada con su orgullo, fuerza y locura, y entonces tomarla he a tiempo que no podrá resollar; habrá perdido fuerza, maneras, brío y locura; y luego bía a escotar: serle a doble trabajo y dolor trasdoblado cuando su daño a par ojo viere». Durante esta porfía, la Fortuna, como estaba gruesa, mucho arreada y de vestiduras cargada, ya no podía resollar con la gran fuerza que había puesto para la Pobreza querer derribar: ya no amenazaba ni podía hablar. Desde que vio la Fortuna que a mal iba su hecho, querríase de ella apartar. La Pobreza, desde que vio que la Fortuna desfallecía, comenzó a revivir diciendo: «¡Ahe, doña loca engrosada, que no es tiempo de burlar, ni es todo panfear! Ahora veré yo cómo burlas tú de los mal vestidos. Yo te haré ahora parecer los deleites, placeres, solaces, gasajados que hasta aquí tomaste. Ahora, Fortuna, va la cosa como debe y el arado como suele; más somera va la reja que tú pudiste sentir e imaginar. ¡Bía, bía al escotar! Di, falsa burladora, ¿dó tu fortaleza? ¿dó tu orgullo? Fortuna, ¿dó tu pompa y vanagloria? ¿dó tu brío y lozanía?». Quisiera la Fortuna en aquella hora allende de los Pirineos y de los Alpes montes itálicos alejada estar más que no en poder de la Pobreza demorar. Y cuando la Pobreza vio que era ya tiempo de tomar venganza de la Fortuna -la cual no se podía ya mover, ni menear, ni resollar, tanto estaba ya cansada de la gran fuerza que con la Pobreza probado había- entonces la Pobreza entró en ella y armole de recio, y parole la ancha, y alzole las piernas en el aire, la cabeza escontra la tierra y dejola venir, y dio con ella una tan gran caída que la cuidó ciertamente reventar. Y como la cuitada dio de espaldas, alcanzó a dar con la cabeza en tierra y dio tan fuerte cabezada, que visiblemente le pareció que le quebrantara la cabeza y le saltara fuego de los ojos, en tanto que del todo la vista perdió y pareciole el mundo todo ser estrellado. ¡Oh de la cuitada! Quien la vio poco tiempo había y después la vio en tierra vencida y medio muerta, no siento persona tan cruel que de los ojos no llorara. Y estando así la Fortuna en tierra como muerta sin sentido alguno, en tanto que todo el estómago se le revolvió de cansancio por tornar lo que en él tenía, la Pobreza luego saltole encima y púsole el un pie en la garganta que la quería ahogar, diciendo: «¡Doña traidora, no es todo delicados manjares tragar!». Y dábale con el pie en la garganta tanto que la lengua le hacía un palmo sacar, y con el otro pie en el cuerpo le dio de coces que la quería reventar, diciendo: «¡Doña falsa mala, no es todo en camas deleites folgar; la dura tierra te conviene ahora de probar!». Rompiole todas las preciosas vestiduras y arreos que tenía; sola en cuero la dejó, diciendo: «Conviene, doña engañadora, la pobreza por fuerza probar; que a lo menos yo de grado y por mi voluntad la tomé; mas tú ahora, mal que te pese, la habrás de soportar». Diole en la cara y en los ojos tantos de golpes que apenas los ojos le parecían, diciendo: «¡Fuera, fuera hermosura! ¡No es tiempo de más aquí estar! De antes llamabas tú a mí fea y de terrible acatadura, diciendo que me mirase al espejo. Mírate pues, tú, Fortuna, ahora, y verás cómo soy yo hermosa en comparación de ti, que tu cara no tiene vista ni parece ser sino cosa fea y espantable. Di tú, pues, ahora ¿dónde son tus solaces? ¿Dónde son tus placeres y gasajados? ¿Dónde están los que de no nada hiciste? ¿Dónde están los que tanto ayudaste? Di, pues, ahora que te vengan ayudar y a valer». La Fortuna estonces, como medio muerta, comenzó a hablar, diciendo: «Óyeme, señora Pobreza, y ave merced de mí: salva mi vida y miembros, que yo confieso mi pecado; yo conozco mi error; de todo me arrepiento; soy cierta ahora que yo erré contra ti. Ave merced de mí -¡no muera sola, por Dios!- pues que siempre fuiste y eres tan benigna, tan mansa y amorosa. Las obras de misericordia sé que siempre las cumpliste, cumple ahora esta buena obra en mí. ¡Oh, señora Pobreza, halle ahora la Fortuna esta gracia en ti! No te tengas por cruel, pues hasta aquí fuiste benigna. ¿Qué provecho te vendrá al vencido más vencerle, al por armas sobrado tormentarle, al que está muerto matarle? Haz de mí lo que quisieres; ponme aquella ley que te pluguiere; que pues yo me doy por vencida yo quiero tener la ley de ti que eres vencedora. ¡Ave merced de mí ahora!». La Pobreza, movida entonces a piedad, dijo: «Fortuna, no son estas las palabras que me decías poco tiempo ha, que tanta era tu soberbia y lozanía que no te conocías; pero a venir hubiste a la melena. Tomen, pues, otros ejemplo en ti: no confíe, por ende, ninguno de poderío, riquezas y favor, fuerza ni estado; que a la fin a la razón, justicia y derecho es a venir. Y la lucha durar puede y maneras». Pero tomen ejemplo los que leyeren aquí, y por tanto verás cuánto hace la soberbia y cuánto caríe la presunción; cuánto hace el mal hablar, que la lengua no es de hierro, mas corta más que espada. ¡Cuántos y cuántas mueren y han mucho mal por hablar con soberbia y mal decir y mal responder! En verdad te digo que ahora te lo quiero mostrar. Lee este libro que este año hice, y hallarás que de mil que son en este año muertos de sus dolencias, por ocasiones y por justicias, los más de los ochocientos de ellos murieron por mal hablar y por la lengua no refrenar; que cuando el hombre o la mujer está irado o irada, no guarda lo que dice delante algunos; ni aun cuando departe o habla de otros a las veces. Por ende su lengua a la muerte los condena y da sentencia contra el mal diciente; que por aquel mal decir debe morir y penar, hablando lo que no debe, donde no debe, y de quien no debe. Pues bien lo dio por ejemplo el sabio Catón donde dijo: «La primera virtud que el hombre o mujer debe haber, pienso que es, de mal hablar y mucho hablar, refrenar su lengua; que el que mucho habla, de necesario conviene de errar». Por ende dice el ejemplo vulgar: «Habla la boca, por do lleva la coca». Donde dice Salomón: «Guarda tu lengua y no quieras mucho hablar en público ni en secreto de tu menor, igual y mayor, y especialmente de tu señor o rey, que por secreto que tú el mal dijeres, guárdate que no pase alguna ave por el aire volando, que le lleve las nuevas». Por tanto, se dice: «Guarda qué dices, que las paredes a las horas oyen y orejas tienen». Por ende, el que hablare de otros, tres cosas guarde y no errará: la primera que haga cuenta que aquel de quien habla que lo tiene delante y se lo diría delante sin temor lo que detrás dice de él; digo sin temor razonable, que muchos con locura y tastardía dicen algunas cosas no debidas a otros delante, diciendo: «Yo se lo osaré decir», y así lo hacen de hecho con poca discreción o corto juicio. Pero, por ende, no se sigue que aquello es dicho osar ni discreto hablar, antes es locura y poco seso y atrevimiento loco, y muchas veces vemos venir de ello grandes enojos y daños. La segunda cosa que ha de guardar el que hablare de otro detrás de él, sí es: que hable tales cosas de él que en todo lugar se las pueda decir honesta y buenamente sin cargo ni vergüenza. La tercera es que guarde bien con quién lo habla, que sea tal persona que no le descubra si tal poridad fuere. Por ventura alguno hablando dice de otro lo que no conviene, porque, sabido, se ve a las veces en vergüenza, y por cosa que no va ni viene. Que si de los hablantes de otros las cosas dichas fuesen sabidas y retraídas, ¡oh cuánto mal sería por el mundo! Guarde, por ende, quien hablare, que hable con amigo que le guarde, y de estos hállanse pocos hoy. Por ende, poco halar es oro, mucho rallar es lodo. Por ende, Fortuna, si tú fueras de tu lengua cortés, y no me deshonraras como deshonraste, ni hablaras tanto como hablaste, no vinieras a lo que viniste. Bien es verdad que a las veces no es deshonra del que es ser deshonrado ni mal hablado de algunas lenguas que hay, que así son mal dicientes que nunca podrían de otro bien decir. Así que del malo el bueno ser loado no se lo tenga a gracia, del bueno debe desear hombre y querer ser loado y honrado; del malo y mal diciente dejarlo decir y pasarlo so disimulación con risa y gesto alegre, pues de su oficio es mal decir. Que muchas veces permite nuestro Señor que los buenos sean deshonrados, difamados y aviltados de los malos, porque los buenos, bien obrando, no se soberbezcan y teman a Dios; que si peligroso es el mal vivir, no es muy seguro el bien obrar, por cuanto requiere continuación hasta la fin. Por ende, diga quien dijere que los hechos dan testimonio, y las malas lenguas son miembros del diablo. Por ende, Fortuna, así hice de ti yo. Pero ahora que te conoces sintiendo la culpa ser en ti y me demandas perdón con misericordia; denegar no te lo podría». Luego la Pobreza dejó a la Fortuna levantar, como medio aturdida y casi muerta más que viva, y dijo la Pobreza: «Arrodíllate, Fortuna, ahora delante mí y recibe mi sentencia y la ley que tengo para siempre de ponerte». Y la Fortuna de continente, las manos juntadas, las rodillas en tierra, desnuda como naciera, y la cabeza inclinada hacia la tierra, y los ojos bajos y muy humilde; la Pobreza se asentó encima de un valladar y dijo así: «En el nombre de Jesucristo, primeramente invocado, solo Dios delante mis ojos habido, no movida por saña, ira ni malenconía, ni por otra cosa alguna que a la presente sentencia pronunciar me mueva, salvo los méritos y las cosas que la Fortuna hasta hoy hizo, los males y los daños que en el mundo hasta en esta hora procuró; visto y reconocido y por verdad sabido, mayormente por confición de ella misma, que se ha llamado del universo mundo de esa; visto más, y por ella en mi presencia otorgado, que decía que daba a las cosas ser y no ser con necesidad, fuera de voluntad y libre y franco albedrío; visto cómo conoció que ella abajaba a los poderosos y ensalzaba en estado alto a los bajos; visto y por ella no negado que ella hacía y poder tenía del pobre hacer rico y del rico pobre; visto y reconocido y no por ella negado cómo decía que si a alguno le venía mal o daño, muerte o lesión, o algún otro caso desastrado, que ella decía que lo procuraba y hacía; eso mismo si la buena suerte o dicha alguno alcanzaba, que por ella lo había; visto en cómo hasta hoy ha traído el mundo con estas cosas y otras muchas más burlado y engañado por las razones susodichas, por ella otorgadas, dichas y no negadas, y por otras muchas que alegar podría, que desde el comienzo del mundo hasta hoy ha hecho, dicho y por obra cumplido, Jesús, hallo que la debo condenar y condeno justamente: en hasta la fin del mundo esté en cadenas presa, atada y bien guardada en una grande palanca; y que de allí nunca se mueva ni vaya, salvo con aquel que de allí la viniere a desatar y llevar; y con aquel, que de allí la desatare, mando que vaya adonde él quisiere y por bien tuviere, y con otro ninguno no. Y por mi sentencia definitiva, y por siempre jamás, así lo pronuncio en estos y por estos escritos. Condenación de costas al presente no hago, por ciertas razones que mi corazón a no hacerlo me mueve. Dada en tierra de Babilonia, año que reinaba Nembrot, rey de la tierra suya, en el mes de julio, antes del caimiento de la torre, jueves catorce días del dicho mes pasados, a la hora de prima, cuando de rayos el sol la tierra regaba y las bestias de la sombra a la luz salían, reinante Saturno en la casa de Mercurio, Júpiter estando enfermo de cólica pasión». Y rezada y publicada y leída la dicha sentencia por la Pobreza, luego dijo la Fortuna que no apelaba de ella, antes que la quería cumplir y guardar por siempre, según que en ella de verbo ad verbum se contenía. Y luego la Pobreza tomó a la Fortuna y llevola a una gran palanca que estaba hincada, y allí con fuertes cadenas la ató para siempre jamás, donde nunca se pudo partir, ni ir, ni soltar, salvo con aquel que allí la fuere a buscar y desatar. Y -ella, como dicho es, atada, bien presa y recaudada- partiose luego la Pobreza de allí y fuese luego para Babilonia, y desde allí anduvo y anda hasta hoy día por todo el mundo; y cuando alguno no se lo piensa, con él yanta y cena, y a las veces ella se convida en algunos lugares, que ella enoja de recio a aquellos con quien usa y platica. Pero tiene esta condición y tacha: que es como señora, que con el que le place a ella estar y folgar o mucho o poco tiempo, conviene que así sea; que en ello no hay alzada, salva la superioridad de Nuestro Señor Jesucristo. El enojo es por demás, y la malenconía es de balde: lleva la carga, pues, porque más vale por grado tomar lo que por fuerza se a de llevar. Por ende, amigos, ya habéis oído cómo la Fortuna gran tiempo ha que está aprisionada, y con muy fuertes cadenas bien al palo atada por sentencia definitiva por la muy humilde y paciente Pobreza dada. De hoy más, pues, ninguno ni alguna alegue que la su ventura le hizo malo o mala y le dio ocasión de mal hacer o recibir, de ser pobre o rico; no echen culpa a la Fortuna, hado ni ventura -que una cosa son- salvo a sí mismo que la va a soltar y desatar de aquel palo y cadenas donde la Pobreza la dejó atada; y diga el ejemplo vulgar: «Amigo, ¿quién te hirió?», diga: «Yo mismo que me lo busqué; yo me lo tengo y me lo hallé»; no diga: «La ventura mía lo hizo, y mi dicha que así había de ser; mi mala postrimería que lo había de hacer; mis días que no eran cumplidos; mi hora de mal haber que no era llegada; en día aciago mi madre me parió, en hora menguada nací; en mal signo fui engendrado, en fuerte planeta fui concebido». Todos estos y otros dichos son falsos, malos y reprobados por el juicio y seso natural y el franco albedrío que la criatura tiene y que a la persona le es dado, conociendo cuando hace bien o mal. Pues si no le place dejarse de hacer mal, cuando ve que hace mal, no dé culpa a la ventura, al hado ni a la planeta, sino a sí mismo que se lo procuró, le plugo y lo quiso. Hay otras personas que dicen, no como estas susodichas, salvo: «¿Por qué hiciste esto?». «El diablo me lo hizo hacer y consejome, engañome, que yo no lo quisiera hacer», y no quieren conocer su culpa y propio error, dando cargo de ello al diablo, a la fortuna y planeta y a su calidad por colorar su yerro, maldad y pecado. Hay otros que dicen -y bien- si mal les viene o mal hacen, dicen: «¡Bendito sea Dios que yo lo merezco esto y mucho más! Yo lo hice; yo lo cometí; yo soy digno y merecedor por mis culpas y pecados de esto y de mucho más. ¡Dios sea loado! ¡Bendito sea su santo nombre! Si lo que yo merezco me viniese, días ha que estaría so la tierra, si no fuese por la gran misericordia de Dios. Pues ruégote, Señor, que en este mal me quieras dar paciencia, porque mal pasando te alabe y bien habiendo te conozca, y ni con el mal desespere ni con el bien me soberbezca». Estos atales dicen bien y la propia verdad, y los otros gran falsedad; mas, como susodicho he ya, hay lenguas que no son sino para mal decir, y hombres y mujeres hay que no nacieron sino para mal hacer y mal acabar por su propia voluntad -no que planeta ni hado los apremia a mal hacer y mal obrar- con liberalidad y franco albedrío, puro, libre y desembargado. En esto no hay alzada; el glosar es por demás; ni los achaques son escusados, que si al mundo con tales dichos quieren engañar -porque los reciben a las veces por mayor engaño- a Dios Nuestro Señor, empero, nunca se le esconde la verdad, pues con Él habemos a venir a razón y juicio, y no se le esconde nada, y de él habemos a recibir sentencia. ¡Por Dios, cada cual conozca su verdad y de sus culpas culpe a sí, y conozca a Dios que no le puede, aunque quiera, engañar! Por ende, dice David en el salmo «Dios, vinieron gentes en la tu heredad», dice adelante un verso: «Señor, derrama Tú la tu ira en la gente que no Te conocieron y en los reinos que el tu santo nombre no invocaron». Conclúyese que el que deja a Dios y su santo nombre y poderío, y se somete a hados y planetas, que si hadas malas le vinieren, por su culpa obrando se las tenga.




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Capítulo III

De cómo algunos quieren reprobar lo que Dios hace, con argumentos


Ahora por dar conclusión a esta materia o manera de hablar muy reprobada -aunque millares de autoridades se podrían traer en prueba de ello, pero por no ser más prolijo, ceso- digo, pues, que sólo Nuestro Señor es el que hace y deshace, y da ser y no ser, veda y manda, y so el su absoluto poderío todas las cosas son puestas sin duda; y la criatura así es en su propio poderío y franco albedrío que puede de sí hacer lo que le pluguiere con la permisión de aquel verdadero Sidrac. Por ende no dé culpa a otro ni ninguno, que ya Salomón dijo: «El varón sabio señorea las estrellas». Pues no las estrellas ni planetas señorean a él; que si sabio es y de mal hacer se guarda, señoreará hados y planetas; pero si loco fuere y mal quisiere hacer, cuéntelo a sí mismo. Dice Catón: «Como tú, hombre, seas poco sabio y las cosas por razón no gobiernes, no quieras decir fortuna, pues que no hay fortuna ser de bien o mal causadora». Por ende, el que sabio quisiere ser, tome juicio y seso natural en algún tanto de cantidad; tome más el juicio de la discreción por medida e igualdad; tome más las dos pesas quintales para pesar -conviene saber, amor y temor de Dios- con gran maduridad; tenga más la criatura este peso con la mano de la justicia, con gran diligencia y curiosidad, y tome después la fortuna, hados, planetas, signos y hadas, y póngalos a la una balanza; y los méritos suyos de bien hacer y bien obrar póngalos en la otra balanza, y verá cómo el mismo peso dirá la verdad: que los méritos de las buenas obras mucho más pesarían que no los vanos pensamientos de las cosas que no son, ni jamás fueron ni serán. Y en esto concluyo, salvo mejor juicio, aunque hay algunos que dicen: «¡Oh cuitado! ¡Oh cuitada! este mal, esta ocasión, este daño que me vino, pues yo no me lo procuré, ni fui causa de ello; que descuidado estaba cuando me vino; durmiendo estaba cuando me conteció; rezando estaba cuando me dio; labrando estaba cuando me hirió; no hacía mal a ninguno cuando me acaeció; pues, ¿cómo me dicen ahora que la persona es causa de su mal, porque él o ella se lo procura o busca; pues si lo buscó y halló que se lo tenga? Pero esto digo que razonable es a aquel que lo busca, pero el que está descuidado o otro bien haciendo, o en su casa la mujer hilando o labrando y a ninguno no mal haciendo, y viene un caso fortuito que me cae alguna cosa y le da en la cabeza y lo mata, y otros casos inopinados, incogitados, que de cada día contecen las personas no procurándolo, pues, aquí, ¿qué me dirás, amigo?». Aquí te quiero responder en una de dos maneras insolubles: la primera, ¿quién es el que quiere a Dios demandar, por qué fue esto, por qué conteció aquello? ¿No sabes que los juicios y secretos de Dios, como dice el profeta David, son muchos y muy hondos? Y como ya de alto te dije, guarda que te dice el sabio Catón: «Deja los secretos de Dios a solo Dios y no quieras escudriñar qué son, ni cuáles son, ni por qué son, que es gran fallía y dar de la cabeza a la pared». Y como Nuestro Señor Dios dijo a San Pablo: «Paulo, Paulo, ¿por qué me persigues?» cata que duro es de lanzar coces contra el aguijón. Así que dura cosa es a ninguno querer meterse más adelante que no debe, ni querer saber más que conviene. Por ende, de bien o mal sé contento con lo que Dios te da o diere o permite que hayas; mérito habrás en sufrirlo buenamente; no se hará menos por bien que lo tomes otramente. Por ende, como dice Job: «Si las buenas cosas alegremente de las manos de Dios recibimos, las malas, empero, ¿cómo no las soportaremos?». Otra razón te quiero asignar, que será en orden la segunda: bien sabes tú que no ha de pasar bien sin galardón, ni mal sin pena. Pues dime, ¿desde el día en que naciste cometiste algunos pecados o hiciste algunos males o daños? Si dices que no, falso dices; que San Juan en la su primera canónica dice: «Si decimos que pecados no habemos, nosotros mismos nos engañamos». Por ende no hay ninguno que de pecado sea escusado, mortal o venial, según más o menos. Pero si dices que cometiste algunos, dime: ¿cuándo fuiste de ellos punido? Dirasme nunca, o que al presente no se te acuerda que por ellos hubieses mal, daño y enojo ni punición, adversidad ni tentación. Pues dime, si Nuestro Señor fuese vindicativo y luego que la criatura peca luego le puniese, no creo que duraría mucho la criatura en el mundo. Por tanto, Él mismo dijo en su Evangelio: «No quiero yo la muerte del pecador, mas que viva y se convierta». Pues si por su infinita clemencia y piedad le place esperarte hoy, mañana, un año y muchos, y tú no cesas de pecar y sus mandamientos traspasar de cada día más, pues no te maravilles si alguna hora te viene aún algún daño o mal, aunque tú no lo procurabas entonces ni buscabas; que ya los tenía procurado y buscado, si el rincón de tu corazón guardares y bien en ello imaginares y pensares; que los pecados viejos hechos en mocedad nacen y rebotan de recio a la vejedad; y lo que hiciste ahora un año pagas a las veces hoy en este día, que Nuestro Señor todo lo que hiciste, haces y harás, ve y mira, y de alto acata más cada día y cada hora, y cada tiempo a cada instante. Lee en el himno de las Laudes, de la feria quinta que comienza «Catad que la luz se levanta», en el postrimero verso dice: «Catad que la atalaya está sobre vosotros, el cual en todos vuestros días todos vuestros hechos considera y acata, del comienzo de la luz hasta la tarde», queriendo decir desde la verdad hasta el vicio, o desde el bien hecho, que es luz hasta el mal hecho que es tiniebla y noche, obscuridad y tarde. Así que Nuestro Señor todo lo ve, pero espera corrección y enmienda a tiempo, a veces largo, a veces breve, según la su divinal providencia. Por esto dicen muchos: «¡Oh qué buen juez es Nuestro Señor! Sino fuese por dos cosas: la primera, que no hay apelación de su sentencia; la segunda, que es muy vagaroso y muy tarde hace sus ejecuciones», que querría el hombre o la mujer, que luego que otro le hace mal o daño o injuria, que luego le diese en ese punto la pena sin más tardar Nuestro Señor Dios. Pues considera que algunos son en el mundo que aunque pueden y poderío tienen, no dan pena luego que se la merecen, que antes esperan corrección y enmienda. Pues, si en los hombres terrenales se halla esa virtud ¿no se haya de hallar sin grado de compaciencia en el Señor Dios tan humilde, paciente, de infinita bondad, cual nunca falleció clemencia, misericordia ni piedad? No, no; que no es de poner en lengua ni solo tener imaginación a los infinitos dones de gracia -dada de gracia- a nosotros cada día por Él otorgados, no según merecemos por nuestros pecados contra su Majestad y clemencia cometidos. Lee en la leyenda de San Nicolás, donde dice: «¡Oh maravillosa piedad del Señor! Maravillosa clemencia suya que como es tan poderoso y al cual ninguno no puede resistir ni decir: ¿Por qué esto, Señor, haces?». Empero, no luego a los que le yerran hiere, ni a los que contra Él vienen deshace, ni quiere que ninguno en pecado se pierda, ni amenaza como hace el tirano; antes con claras señales, tales que son como milagros, advierte al malhechor que se arrepienta de los males que cometió, no parando mientes a su mal vivir continuado, como sea tierra y de ella criado. Pero, vista la poca corrección y poca consideración de la gracia que al pecador hace en no compenderle de pecado mortal, de esperarle a penitencia, consiente y permite que el malo sea herido del mazo a las veces in puericia, juventud, mancebía o vejedad. Considera, pues, que barbero tienes, y que te has con él por fuerza de rapar: ave temor por ende que no te rape en seco; que el apretar los dientes te será por demás. Y no digo más; entiéndelo, si querrás, si no, arrepentirte has. Por ende no te maravilles si tú eres punido de los males por ti cometidos en los pasados tiempos, cada que le a Él place, quiere y por bien tiene. Ve tú aquí, pues, dos razones por las cuales no te debes maravillar por qué los males, las muertes, las ocasiones y daños vienen a las veces súbitos y arrebatados. Por ende, el profeta David nos conseja muy bien donde dice en el penúltimo verso del salmo «Dios de los dioses habló y llamó la tierra», y dice así el verso: «Entended bien vosotros, los que olvidáis a Dios, que alguna vez no vos arrebate y no haya quien vos defienda». En otro lugar dice en la leyenda de las vírgenes en el Evangelio: «¡Velad, velad, amigos, por cuanto no sabéis el día ni la hora que Nuestro Señor ha de venir!», el cual a las veces viene como torbellino arrebatado y muy a deshora y descuidado. Por ende, amigos, velad. Plégale a Nuestro Señor Poderoso Jesucristo -encarnado, primogénito, engendrado por la palabra de Dios Padre en aquel virginal vientre de la su reverenda y bendita Madre- que así velemos y nos apercibamos, y del enemigo Satanás nos guardemos, y de los vicios nos corrijamos, y de los pecados en bien nos enmendemos, para que cuando aquel glorioso esposo Jesucristo las sus divinales bodas quisiere celebrar, nos halle velando, orando y apercebidos con nuestras candelas encendidas -que son las conciencias nuestras- en Jesucristo elevados, porque merezcamos ser dignos de entrar con Él en aquella fiesta tan maravillosa, y en aquel convite tan precioso de aquellas tan santas y benditas bodas de la gloria de paraíso para siempre jamás, amén. A Dios gracias.







Acabose este registro a diez días del mes de julio, año del Nuestro Salvador de mil cuatrocientos sesenta y seis años. Escribiolo Alfonso de Contreras.




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El autor hace fin a la presente obra y demanda perdón si en algo de lo que ha dicho ha enojado o no bien dicho

Aquellos a quien natura de sus bienes dotó y amor siempre quiso dar favor y gozo, que oigan de su amigo mi breve tal o cual epístola enderezco, a los cuales paz y salud sea otorgada con amor de aquellas en cuyo disfavor del todo puesto soy. Hermanos en Jesucristo, yo, pues, forzado hube de ocupar mi entendimiento en diversas y muchas imaginaciones, si mejor me sería tal disfavor, habiendo proseguir lo comenzado, continuado ex propósito, o nuevamente buscar paz y buena concordia de aquellas que siempre matan sin cuchillo ni espada y tormentan a quien quieren sin que beban la toca. Pero si haber quisiere su amor y querencia, conviene que al fuego y vivas llamas ponga el libro que compuse de aquel breve tratado de la reprobación del loco amor y vano contra Dios y mundano. Y yo, muy congojado del pensamiento tal, retrájeme algún tanto al sueño natural, y desde que adormido comencé de soñar que sobre mí veía señoras más de mil, que el mundo ya por cierto no las aborreciera por ser de tal gala, de nombre y renombre famosas, más de tanto hermosas, ya sin par graciosas a par que gentiles, si en estima del pie hasta encima traían ejecuciones a manera de martirio, dando los golpes tales de ruecas y chapines, puños y remesones, cual sea en penitencia de los males que hice y aun de mis pecados. Diciendo: «Loco atrevido, ¿dó te vino osar de escribir ni hablar de aquellas que merecen del mundo la victoria? Have, have memoria cuanto de nos hubiste algún tiempo pasado gasajado. Pues no digas aún de esta agua no beberé, que a la vejez acostumbra entrar el diablo artero en la cabeza vieja del torpe vil asno». Y en esto estando, pareciome la una que se aventajaba a tirar por mis cabellos, rastrándome por tierra, que merced no valía demandarle de quedo que conocer me pluguiese. La segunda que el pie me puso en la garganta a fin de ahogarme, que la lengua sacar me hacía un palmo; las otras no pude divisar, que el golpe de los chapines me cerraba la vista; las ruecas y las aspas quebraban sobre mí como sobre un mancebo que fuera de soldada, que a mi semblar quedé más muerto que no vivo, que morir más amaba que tal dolor pasar. Congojado de tormento, sudando, desperté y pensé que en poder de crueles señoras me había hallado. Empero tal o cual mi sentido cobrado, sentí y conocí el mal dónde me venía; pero quedé espantado y apenas conociera el que solía, o si era verdad o sueño o vanidad; temblaba, Dios lo sabe, que quisiera tener cabe mi compañía para consolarme. ¡Guay del que duerme solo! Por ende, pensé, si quisiera, hermanos, por descanso y reposo de mí, de comunicarvos del todo mi trabajo, como a aquellos que siento que habéis tal sentido, que me daréis sentido, si debo yo morir penando por tal. Por ende, hermanos, de dos uno demando, o paz haya y perdón final, bien querencia de aquellas so cual manto bebí en esta vida, o que queme el libro que yo he acabado y no perezca. Mas, con arrepentimiento demando perdón de ellas, y me lo otorguen o que quede el libro y yo sea mal quisto para mientra viva de tanta linda dama, o que pena cruel sea. En el año octavo, a diez de septiembre, fue la presente escritura, reinante Júpiter en la casa de Venus, estando mal Saturno de dolor de costado. Pero ¡guay del cuitado que siempre solo duerme con dolor de ajaqueca y en su casa rueca nunca entra todo el año! Este es el peor daño.



DEO GRATIAS



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