Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


ArribaAbajo

Arte o instrucción ... que ha de tener el predicador ...1

Arte o instrucción, y breve tratado, que dice las partes que ha de tener el predicador evangélico: cómo ha de componer el sermón: qué cosas ha de tratar en él, y en qué manera las ha de decir


Francisco Terrones del Caño




Fray Juan Terrones de la Orden de Nuestro Padre San Francisco, Predicador apostólico y Consultor del Santo Oficio de la Inquisición, al discreto lector

De muchos amigos, personas doctas y piadosas fue solicitado el Señor Doctor Terrones, mi hermano, Obispo de León, que hiciese imprimir sus sermones o algunos dellos, y aunque le conocí algún tiempo inclinado a condescender con estos buenos deseos, yo confieso que fui mucha parte para que no se hiciese, así huyendo el trabajo que me había de tocar desta obra, pues me encargaba a mí el cuidado della, como por otras razones que por entonces me parecieron justas. Habiendo, pues, en su vida hecho su testamento y ordenado en él que, cuando Dios le llevase, se diesen todos los cartapacios que tenía escritos de mano de sus sermones y otros de lugares comunes y exposiciones de pasos particulares de Sagrada Escritura y otros estudios bien trabajados y excelentes, a sus tres hermanos religiosos, para que por mi mano y orden, como uno y el mayor en edad se repartiesen; cuando murió no fue posible cumplirse este legato, porque, muriendo en la villa de Villalón, diez y seis leguas de su casa de León, algún curioso, que debía de conocer y estimar esta hacienda, la hurtó toda, de manera que, cuando la Justicia Real y el Subcolector Apostólico entraron a la librería, para hacer inventario y recuento, no se halló libro escrito de mano. Y así, de ocho cartapacios grandes en folio, solos se escaparon dos, que su Señoría había llevado consigo, y yo los hube con hartas dificultades y costa, y los tengo, y veinte pliegos de papel escritos, que por no estar con los otros cartapacios, ni en la mesma forma, no los debió de conocer el que llevó lo demás, y hallándose entre los libros, llegaron a mis manos. Es una carta del señor Obispo escrita a nuestro sobrino, Colegial mayor y catedrático en Salamanca, que hoy es religioso de la Compañía de Jesús, y una breve artecica, que a instancia suya compuso para saber predicar. Ha parecido tan bien este tratadico a los que lo han leído, que hombres doctos y celosos de la honra de Dios N. S. y provecho de las almas me han persuadido le haga imprimir. Y yo, por no quedar con el escrúpulo que tengo de haberse dejado de imprimir en vida del señor Obispo otras obras suyas, como he dicho, y porque juzgo que será provechosísimo para todos los que con curiosidad, humildad y deseo de aprovechar lo leyeren, me he resuelto a hacello estampar con ánimo y determinación de que si veo que esto es bien recebido, me esforzaré después a sacar algunos sermones de los que escapé en los dos cartapacios dichos, y otros míos que, por lo menos, tendrán de bueno lo que he procurado imitar a mi hermano y guardar las reglas deste su tratado que leí muchas veces, y esos y otros muchos documentos que le oí a boca tratando desta materia. Con lo cual, aunque había doce años que yo predicaba con alguna aceptación, cuando vine de las Indias a España y conocí a mi hermano, verdaderamente mudé estilo en muchas cosas, y procuré ajustarme con el bueno que él tenía, que juzgaron muchos cuerdos que me asentaba bien, porque nos parecíamos mucho en lo natural. Y así, arrimando lo adquirido y aprendido también de otros grandes predicadores que oí en la Corte algunos años, se hizo algo. Confío en Dios que lo presente será tan bien recebido, como la obra lo merece y yo deseo; y así cumpliré, mi palabra. Vale.




Don Francisco Terrones del Caño, Obispo y Señor de Tuid, de el Consejo de el Rey Nuestro Señor, al Doctor Alonso del Caño Collegial de el Collegio Mayor del Arçobispo y Catedrático en la Universidad de Salamanca, su sobrino

Habéisme pedido diversas veces a boca y por cartas, y últimamente en la de quince de Febrero que os diese alguna forma de estudiar Sagrada Escriptura y predicar, porque queríades tratar deste oficio y seguir en todo lo que yo os encaminase; y después de agradeceros el quererme en esto por vuestro maestro, siendo yo apenas oficial, os alabo y estimo la humildad que en esto mostráis. Téngola por necesarísima virtud para saber predicar, de tal manera que pienso que cuantos malos predicadores hay lo son por no quererse humillar a aprender de otros que tienen ya aprobación. Pero he hallado esta virtud en tan pocos, que no puedo dejarla de estimar donde la veo: quod rarum, carum. En mis tiempos tres o cuatro personas solas he hallado que se conozcan a sí mesmos en no tener don para predicar, como fueron Arias Montano y el Maestro Fray Luis de León y otro o otros dos que, comenzando a hacer este oficio, por ver que no eran para ello, lo dejaron. Pero, en contrapeso destos pocos, he conocido millares de predicadores de los de cantar mal y porfiar, y que así censuran los sermones ajenos y están pagados de los suyos, como si fueran unos Crisóstomos; y entre ellos uno, un religioso viejo que, habiendo predicado un día muy mal, como solía, dos amigos suyos del mismo hábito fueron de acuerdo a rogarle que dejase el oficio, pues no era para él, y creyendo él que venían a alabarle el sermón, como se usa, los previno diciendo muy de veras: -A Dios las gracias, Padres; a Dios las gracias, que todo es suyo-. Los otros, como le vieron tan contento, no se atrevieron a decirle nada.

Está tan introducido esto de lisonjear a los predicadores, que, si no hay quien les diga nada luego allí, no lo llevan a paciencia. Un cierto predicador, que había dado muchas voces y sudado, andando un rato por la sacristía buscando quien le dijese algo, y no hallando, hubo de preguntar a un labrador que allí estaba: -Hermano, ¿oístes el sermón? ¿Qué os ha parecido? Y él le respondió: -Bien, Padre; mas no sé yo para qué su Reverencia se mata por lo que no le va ni le viene-. El pobre predicador, que en lugar de alabanzas halló reprehensión de sus gritos y acciones vehementes, húbose, de ir con tanto a su celda. Nunca nadie vaya cual él iría. Si se toparan los predicadores con nuestro Fray Mauro, que esté en el cielo, por ventura no vivieran tan engañados, porque él, aunque no les decía sus faltas sin preguntárselas; pero ¡ay del que llegaba a decirle como uno llegó, y le dijo habiendo recebido muchas alabanzas de otros: -Vuestra Paternidad, Padre Fray Mauro, ¿nos quiere decir las faltas? -Sí diré, Padre, por cierto, respondió él, refiriéndole todas las faltas de su sermón. El fraile se perdió un buen callar. Y si hubiera muchos Aristarcos destos, quizá hubiera mejores predicadores. Verdad es que no aconsejaré a nadie que se meta en decir las faltas ni corregir a ningún predicador, si no fuere su súbdito, o muy sencillo y humilde, porque son muy raros los que creen, y casi todos cobran mala voluntad y mala opinión de quien se las dice.

Yendo yo sirviendo a su Magestad a su casamiento en Valencia, y posando en el Carmen, hallé un religioso muy cándido y humilde que predicaba así, así. Pidióme con mucho encarecimiento le diese algunas advertencias de cómo lo había de hacer, y obligóme con su humildad a que gastásemos algunos ratos en esto, en que él aprovechó de manera, que siendo esto a principio de Cuaresma, que predicaba con harto pocos oyentes, al cabo della predicaba con gran concurso y aplauso de gente. Y aunque es así que muchos hay que no tienen buena gracia ni don de predicar, si quisiesen humillarse a preguntar y imitar, dejándose corregir cubrirían mucho de la falta del natural y serían muy bien oídos por la gente cuerda que no mira tanto en lo natural cuanto en lo infuso y adquirido.

No es mala regla, la que decía un amigo mío, para conocer un predicador si predica bien o mal, ver si le sigue mucha gente o poca; porque, en viendo que huyen de donde predica, si es cuerdo, había de dejar el oficio. Verdad es que el vulgacho suele seguir de tropel a algunos predicadores, no tan exactos; pero, por lo menos, tienen alguna excelencia de hablar, o representar, o hacer llorar, o reír. Y estos tales prediquen en hora buena, que teniendo buena gracia natural, con la de nuestro Señor y con la edad se les viene a cerrar la mollera, y vienen a predicar de veras y ser consumados predicadores, como yo he conocido algunos.

Todo esto he dicho en confirmación del buen deseo que mostráis de aprender, dándoos por primer precepto el que yo he tomado para mí, que ha sido aprender de todos. El Padre Maestro Castroverde, que es el predicador de mayor caudal que yo he oído, dice que ha aprendido más de los malos predicadores que de los buenos, guardándose de caer en las faltas que les vee caer a ellos, y de lo que vee que el auditorio cuerdo les reprehende o murmura. Yo no he oído buen predicador de quien no haya aprendido, procurando cuanto puedo imitar lo que dellos me parece bien y veo que los cuerdos le alaban. Y no solamente he aprendido de predicadores, sino de muchos amigos y no amigos que me han advertido algunas cosas que no les contentaban, y he procurado pensar en ellas, y enmendarlas. Y así lo pienso hacer toda mi vida. Hacedlo ansí por vida vuestra con humildad y deseo de aprovechar, y veréis el fruto al ojo.

Dios os dé su gracia y os guarde.

En Tuid, a nueve de Agosto de mil y seiscientos y cinco.




ArribaAbajo

Prólogo

El saber predicar no se enseña bien por escrito, sino de palabra, platicando los documentos necesarios y poniéndolos en práctica en compañía de algún predicador bueno, viendo qué libros estudia, qué es lo que nota y escoge dellos, en qué manera los reduce a sus lugares comunes o Evangelios, en qué manera se aprovecha de sus estudios; cuando quiere componer algún sermón en particular, qué materia junta para él, cómo la dispone, cómo la escribe y la toma de memoria. Y luego el que quiere aprender encargarse de un sermón, y a los ojos del buen predicador ir buscando y juntando lo que ha de decir en él, siempre con enmienda suya y con su asistencia, escribiéndolo y predicándolo y dejándose corregir de las faltas que le notase el maestro. Si con estas enmiendas y advertencias hiciese tres o cuatro o seis sermones, no teniendo más parecer que el del que le enseña, y ejecutándolo en cuanto sea posible, tengo por caso imposible que el que esto hiciese dejase de ser buen predicador, más o menos, conforme a su natural. Pero para los que no tuvieren comodidad de hacer esto, todavía suplirá buena parte dello el tratar de esta arte por escrito para quien lo quisiere leer con atención y deseo de ejecutarlo a la letra. Esta arte es la que me pongo a escribir, no porque sea yo, por la misericordia de nuestro Señor, tan vano que presuma de enseñar a otros cómo han de predicar (harto haría si lo supiese para mí), sino porque simplemente pienso decir aquí, no cómo se ha de predicar, sino cómo lo he deseado yo y procurado hacer. Otros verán si va bien o mal. Aprovéchome, pues, de aquellas palabras de Tulio, 1. I De oratore: Neque enim sum de arte dicturus, quam nunquam didici, sed de mea consuetudine. Aunque más modestamente dijo San Agustín en la última cláusula de sus libros de Doctrina Christiana, que habiendo enseñado el arte de predicar cristiano, admirablemente cierra diciendo: Ego tamen Deo nostro gratias ago quod in his quatuor libris, non qualis ego essem, cui multa desunt, sed qualis esse debeat, qui in doctrina sana, id est, christiana non solum sibi, sed et aliis etiam laborare studet, quantulacumque potui facultate disserui.

Entre San Agustín y Tulio, digo yo ahora, que ni me pongo, como Tulio, a enseñar cómo yo predico, porque no es ello para ser enseñado ni aun oído, ni tampoco me atrevo a escribir, como San Agustín, cómo se debe predicar, pues apenas lo sé, sino solamente cómo he deseado yo predicar.






ArribaAbajo

Tratado primero

De lo que se presupone antes que uno comience a predicar



ArribaAbajo

Capítulo I

De las partes que ha de tener el predicador en general


No hay parte ni buena calidad natural, infusa ni adquirida, que le pueda sobrar a un buen predicador perfecto. Todas las ha menester, y una que le falte le hará falta para predicar consumadamente. Porque, cuanto a las partes naturales, el predicador ha de ser bien nacido. No me meto en caballerías, sino solamente en que no sea notablemente manchado en el linaje; que si lo fuese, hay tan flacos oyentes que allí en el sermón se acuerdan, o el demonio se lo trae a la memoria, que el predicador es manchado, para no estimar en tanto su doctrina. Ha de ser de mediano aspecto, que si fuese monstruosamente feo o espantable de rostro, les acontece a los oyentes lo mesmo que está dicho de los mal nacidos. Al fin la buena composición natural de la persona no sobra en el predicador. Ha de tener buena voz, sonora y agradable; buen entendimiento, claro y magistral, para que con estas dos cosas perciban y entiendan lo que dijere; buena memoria para aprender el sermón y decirlo sin confusión, sino por el orden que lo escribió, o propuso decirlo; buen gusto, o, por otro nombre, buena elección, esto es lo más sustancial; y sobre todo buena gracia y donaire, sabroso para dar vida a lo que dice; buena lengua, no tartamuda, ni zazo o borrosa; buenos dientes para pronunciar distinto y cortado lo que dice, y otros muchos dotes de naturaleza.

Cuanto a las calidades adquiridas, si supiese todas las tres lenguas, latina, griega y hebrea, y aun la italiana; todas las artes y ciencias; al fin, una enciclopedia general, no le sobraría nada de todo ello. Tulio, I De Oratore: Nemo poterit esse omni laude, cumulatus orator, nisi erit omnium rerum magnarum atque artium scientiam consequutus. Para entender la doctrina sagrada es de gran provecho lo griego, y más lo hebreo. Para aprovecharse de diversos autores que han escrito en diversas lenguas, es menester saberlas. Para traer variedad de razones en cada pensamiento del sermón, es menester saber algo, ya de medicina, leyes y cánones; ya de historia antigua y humanidades. Para decir bien dicho el sermón, es menester saber Retórica. Pero cuando todo esto faltase, lo forzoso e inexcusable es saber Dialéctica y Filosofía Natural, Moral y Metafísica, y sobre todo Teología escolástica, muy bien sabida, so pena de perderse a cada paso; y Sagrada Escriptura, mayormente en sentido literal; lección de Santos y otros autores graves que escriben comentarios sobre la Sagrada Escritura, o tratados o sermones.

Las calidades infusas son necesarias; más que todo todas las virtudes: mucha y continua oración; grande y vivo espíritu de nuestro Señor; ardiente deseo de ganarle ánimas; don sobrenatural de mover, conforme a aquello que está escrito de Cristo nuestro Señor, potens in opere et sermone y en otra parte: Verba vitae aeternae habes. Veis aquí cómo de lo natural adquirido y infuso nada deja de ser necesario para un buen predicador.

Y si me dijéredes que dónde hallaremos un predicador tan consumado y que sepa tanto, digo que yo no lo he visto, y que me conformo con Cicerón que, habiendo de escribir por tres libros enteros qué tal había de ser un perfecto orador, presupone a la entrada muy de espacio, y lo prueba, que serán rarísimos los que se hallaren o ninguno, porque con haber salido de Roma tantos y tan valerosos capitanes, tantos prudentísimos gobernadores, tantos y tan excelentes filósofos, matemáticos, músicos, y lo que más es, tantos poetas, que es primor que dice se halla en muy pocos; y con haber profesado estas dichas facultades muchas menos personas que la oratoria, que casi todos los mancebos romanos la aprendían, con todo esto había salido mucho menos número de buenos oradores que de buenos emperadores, senadores, filósofos, matemáticos, músicos, y aun poetas. No sé en qué se va, sino en que ha menester el orador tener todas tres suertes de excelencias que he dicho, naturales, adquiridas y aun, si es predicador, infusas. Porque, como dijo allí Tulio: In oratore autem acumen dialecticorum, memoria iurisconsultorum, vos tragaedorum, gestus paene summorum actorum est requirendus. Quamobrem nihil in hominum genere rarius perfecto oratore inveniri potest.

Verdad es que, si no hubiesen de predicar sino los excelentes predicadores, perdería mucho la Iglesia y gente sencilla que con los medianos también se aprovecha; pero, si han de predicar todos cuantos predican, pierde mucho a ratos la palabra de Dios, que por falta de los predicadores se deja de oír o se tiene en menos, porque no sirven sus sermones sino de burlar o murmurar dellos. Entre estos sermones parece bonísimo el medio de Tulio, Secundo de Oratore: que a los que tienen talento les roguemos, y aun les forcemos a que prediquen; a los medianos se lo permitamos; y a los impertinentes se lo prohibamos. De manera que ya que no se pueden hallar predicadores excelentes, habrémonos de contentar con los que tuvieren menos faltas y menores, como dijo Horacio de los poetas:


... Ubi plura nitent in carmine non ego paucis
Offendar maculis, quas aut incuria fudit
Aut humana parum cavit natura.



La lástima es que no se atreve a justar ni salir al juego de cañas, ni aun al de la pelota quien no sabe estos ejercicios, y confesamos sin empacho que no los sabemos; pero ¿quién confiesa que no sabe predicar? Y cuántos que no lo saben salen y porfían a hacerlo.


Ludere qui nescit, campestribus abstinet armis;
etc........................................................................
Qui nescit versus, tamen audet fingere. Quid ni?



Pero pues no quieren aprender ni creer a quien les aconseja que lo dejen o se enmienden, dejémosles perderse.


   Sit ius, liceatque perire poetis.
Invitum qui servat, idem, facit occidenti.






ArribaAbajo

Capítulo II

De las dichas partes del predicador en particular, y primero de las naturales [e] infusas


De las partes naturales del predicador no hay que tratar más que lo dicho en general, porque el que no nació con ellas, no hay que perder tiempo en enseñárselas. Harto será corregírselas y suplirle algo con los documentos que diremos abajo, tratando de la invención, disposición y elocución del sermón, que si aquéllos se guardaren, algo se encubrirá del mal natural.

De las partes infusas parece que tampoco había de tratar, pues, si Dios no las infunde, no se pueden adquirir; pero todavía, porque nos toca disponernos para recebirlas de nuestro Señor, y el suplicarle nos las infunda y ayudarnos con el libre albedrío de los dones de Dios; por esto advierto que el predicador ha de tener todas las virtudes y aborrecer capitalmente, todos los vicios, porque, pues ha de persuadir virtudes y disuadir vicios, si él no está interiormente vestido destos dos afectos, amor de lo bueno y odio de lo malo, es casi imposible que mueva al auditorio a lo que él interiormente y de veras no está movido. Horacio en su Arte Poética:


Ut ridentibus arrident, ita flentibus adsunt
Humani vultus: si vis me flere, dolendum est
Primum ipsi tibi; tunc tua me infortunia laedent.



Diga el predicador cuan afectuosamente quisiere, que si no sale aquello caliente del calor de su virtud, no calentará a los oyentes; todo será frío e ineficaz, como cuando el aliento sale de sola la boca soplando. Antes os enfriáis la mano con él que la calentáis, porque el soplo de sola la boca siempre sale frío; pero cuando sale de las entrañas y abaháis con toda la boca abierta vuestra mano, de manera que salga el vaho del pecho, entonces, como sale caliente, caliéntaos la mano. Augustino, 4. De Doctrina Christiana, cap. 20: Verba congruentia, non oris eligantur industria, sed pectoris sequantur ardorem.

Adagio fue griego: Keras bólos, in cornu bobis, porque dicen que cuando el labrador siembra, si el grano que va echando de la mano acierta a tocar el cuerno del buey, en aquel poco espacio que se detiene en no caer derecho desde la mano del labrador en la tierra, se hiela y no nace; pero, cuando con el calor que lleva de la mano cae de presto en la tierra, luego prende. Así la semilla de la palabra de Dios, si no sale caliente de la mano del predicador, no prende en el oyente. Tulio, II De Oratore: Neque fieri potest, ut doleat is, qui audit, ut oderit, ut invideat, ut pertimescat aliquid, ut ad fletum, misericordiamque deducatur, nisi omnes ii motus, quos orator adhibere vollet judici in ipso oratore impressi esse atque inusti videbuntur. Y trae por ejemplo que como no hay yesca tan seca que ella misma se encienda, si no le toca el fuego, así no hay auditorio tan dispuesto que se inflame, si no les toca el fuego del que predica. Y a la verdad, si no hay fuego, no basta soplar, que todo será viento, soplo sin fuego. En nuestros tiempos habemos conocido al Padre M. Juan de Ávila, al Padre Lobo y otros santos varones, que no revolvían muchos libros para cada sermón, ni decían muchos conceptos, ni esos que decían los enriquecían mucho de Escriptura, ejemplos, ni otras galas; y con una razón que decían y un grito que daban abrasaban las entrañas de los oyentes. Y en tiempo que predicaba en Granada el Padre Maestro Ávila, predicaba juntamente con él otro predicador, el más insigne y de mayor fama que ha tenido nuestra edad; y cuando salían los oyentes del sermón déste todos iban haciéndose cruces, espantados de tantas y tan lindas cosas, tan linda y gravemente dichas, y tan provechosas; mas cuando salían de oír al Padre Ávila, iban todos, las cabezas bajas, callando, sin hablarse unos a otros, encogidos y compungidos a pura fuerza de la virtud y excelente santidad del predicador. Con esto queda dicho cuán lejos está de ser buen oficial deste oficio el que tuviese vicios, particularmente, si lo supiesen los oyentes, que nunca acaban de creer que dice el predicador de veras lo que ven que para sí mismo toma tan de burlas, antes, como dijo San Gregorio, cuius vita despicitur, facile est ut doctrina contemnatur.

Sobre todas las virtudes la oración es el molde del que ha de predicar. No quiero tratar de los provechos de la oración, donde hay tantos y tan buenos tratados escritos desto; pero creedme que lo que hace a un predicador echar rayos de fuego es desconfiar de todo cuanto ha estudiado, y con verdadera humildad ponerse delante de nuestro Señor y pedirle su espíritu y su suficiencia para el sermón, suplicándole que se sirva, por boca de tan indigno ministro, hablar su Divina Majestad a sus ovejas y aficionarlas a sí y no al predicador. Esta oración es particular para los sermones, y no basta sino que el predicador esté acostumbrado a tener grandes y continuos ratos de oración, que harto más se le lucirán que no los del estudio. Ya le aconteció a un santo predicador en Granada encomendarle un sermón la noche antes, y viéndose falto de tiempo leer una hora de la Biblia, y luego ponerse dos horas en oración, y sin más diligencia que ésta y decir misa por la mañana predicar luego un sermón de los más excelentes que se han oído. Cerremos esto con lo que dijo Augustino, IV De Doctrina Christiana, cap. XV: que el persuadir magis fit orationum oratorum facultate, ut orando pro se et pro illis quos est alloquuturus, sit orator ante quam dictor. No podemos negar sino que en predicadores igualmente santos y dados a oración suele haber desigualdad en la fuerza de mover a los oyentes, porque hay algunos en esto aventajados, ora por don natural de energía en el decir, ora, que es lo que yo más creo, por don sobrenatural o gracia gratis data, que no hay sino pedirla a nuestro Señor y contentarse cada uno con lo que del cielo le hubieren repartido.




ArribaAbajo

Capítulo III

De las calidades adquiridas que ha de tener el predicador


Por muy lleno que uno esté de virtudes, y por mucha oración que tenga, no ha de predicar sin letras adquiridas, salvo si las tuviese infusas, como las tuvieron los Apóstoles y otros santos, que a los tales dijo Cristo: Cum steteritis ante reges et praesides nolite cogitare quomodo aut quid loquamini, dabitur enim vobis in illa hora quid loquamini. Pero el que no tiene esto hace gran temeridad en predicar sin estudio y se pone a peligro de caer en grandes errores. S. Augustín, IV De Doctrina Christiana, cap. XVI, dice que como las medicinas no sanan sino al que Dios quiere dar salud, y no por ello se ha de dejar esto a sólo el querer de Dios, sino curarse; así el predicador, si mueve y persuade a los oyentes, por don y merced de Dios lo hace, pero no por eso ha de dejar de estudiar, que no da Dios ciencia de predicar fuera de casos de extrema necesidad, si no es a los que estudian, aunque no todos los que estudian salen con ello. Dijo David: Dominus dabit verbum evangelizantibus, que viene con lo que dijimos: Cum steteritis ante reges, etcétera. De manera que Dios es el que da su palabra y lo que ha de decir el predicador. Pregunta, pues, el Incógnito sobre este salmo 67 que, pues esto es así, ¿para qué estudian los predicadores, sino fiar de Dios que les dará qué decir? Y responde con Crisóstomo sobre San Mateo: que, cuando en presencia de enemigos de la fe se ofreciere predicar de repente, y hubiere necesidad de defender nuestra verdad, no hay para qué estudiar, que para en tales casos Dios da lo necesario. Y porque los reyes y presidentes en la primitiva Iglesia eran enemigos y burladores de la fe, por eso dijo Cristo que en su presencia no había que fiar de estudio, sino lo que Dios diese; pero para predicar entre cristianos y amigos, habiendo reposo y lugar, no hay sino estudiar muy valientemente. Digo, pues, que el estudio del predicador, después de ser buen teólogo escolástico y saber las demás cosas que se dijeron atrás, principalmente ha de ser versado en la Sagrada Escritura y en los Doctores santos y no santos que escriben sobre ella. Y para entenderla mejor son muy a propósito las lenguas, principalmente la hebrea, por mucho que las abominen algunos escolásticos que hacen como dijo San Judas Tadeo: Quaecumque autem ignorant blasphemant. Dicen ellos que los doctores de la Iglesia principales son latinos y los que fueron griegos están ya traducidos en lengua latinas y que así basta estudiar los doctores y que es superfluo aprender lenguas, y aun hay quien se arroja a decir que es peligroso, porque con la pericia dellas dicen que se atreven los que las saben, sin Teología escolástica a declarar la Escritura Sagrada y darle nuevos sentidos, diferentes de los que dan los Santos. Llaman gramáticos a los que tratan de lenguas, y hebraizantes, y aun a veces judaizantes. Con esta gente no quiero disputar, sino remitirlos a San Agustín, II De Doctrina Christiana, c. 11 y 12; y entre los modernos, al Maestro Fray Melchor Cano, en sus Lugares teológicos; a Sixto Senense, en su Biblioteca; al Padre Doctor Ribera, y a otros muchos que enseñan y prueban la utilidad de las lenguas para la Escritura. Y hasta que lean lo que dicen estos autores, no hablen palabra.

Confieso que entrar en la Escritura con solas lenguas, sin saber muy bien escolástico, es cosa temeraria y peligrosa; pero afirmo que, si, sobre buen teólogo, sabe lenguas, que entenderá mejor la Sagrada Escritura que con sólo Teología escolástica; aunque un gran catedrático de Prima decía: que de buen escolástico se podía entrar por la Sagrada Escritura como por viña vendimiada. Y en verdad que prophetavit, nesciens quid diceret (profetizó no sabiendo lo que decía); porque, como el que entra en la viña vendimiada no halla racimo que coger, sino alguna triste rebusca, así el que con sólo escolástico, sin más libros ni estudios, se entra por la Escritura, no hayáis miedo que haga buena vendimia. Tras de todo esto os digo que, aunque uno sepa lenguas y cuanto mandare, si no tuviere genio o vocación o inclinación y gusto, o como lo quisiéremos llamar, a estudiar y entender y declarar la Escritura; como el que no tuviere natural inclinación de música nunca será buen músico aunque aprenda, así el otro nunca será buen Escripturario, si no tuviere genio o gracia gratis data, que se llama interpretatio sermonum, y afición a cosas de Escriptura. Que toda España conoce a un eminentísimo teólogo escolástico que ha deseado mucho saber la Escriptura con la misma eminencia, y aprendido lenguas y leído Doctores, y no se ha podido hacer heroico en ella. Sabe él, y sabrá cualquiera que estudiase como él, lo que dicen los Santos y Doctores sobre la Escritura; pero la gracia de oler en los autores a una legua el verdadero sentido literal y distinguirlo del místico, y la llave para entrar él también como los demás Doctores a añadir algunas declaraciones literales suyas, no lo alcanzará el que no tuviere el dicho don de Dios para ello. Verdad es que esto le hará falta para ser buen catedrático de la Sagrada Escritura, pero no para púlpito, donde basta saber lo que dicen los santos y Doctores sobre el texto sagrado. Conténtese con esto y no quiera cátedras de Escriptura.


Tu nihil invita dices faciesve Minerva.



Para comenzar a estudiar la Sagrada Escriptura, en general son libros a propósito para principiantes; de los modernos las Hypotyposes del Cantapretense; Bibliotheca Sancta Sixti Senensis; Regulae Scripturae del Obispo de Osma; Annotationes in Sacram Scripturam de Pedro Antón Benter; Phrases de Villavicencio; Aparato Sacro de Arias Montano, y sus Prolegómenos, y del padre Ribera sobre los Profetas Menores; Cano, De Locis Theologicis, I. 2. Con estos libros y otros así se sabe lo general de los libros y reglas de la Sagrada Escriptura; pero en particular, cuanto al sentido literal, los libros a propósito son: San Jerónimo el todo lo que comentó; Cayetano en cuanto escribió sobre la Sagrada Escriptura, que es tan bueno, si no mejor que lo que escribió sobre Santo Tomás, aunque dicen algunos que para lo de la Escritura fue ayudado por personas doctas que, como Cardenal rico, tenía en su familia: el estilo, a lo menos, suyo es; las anotaciones de Batablo sobre su Biblia; todas las obras de Arias Montano, aunque son dificultosas de entender, así por el latín, como porque a ratos era muy hondo, y por eso, por ventura, son poco codiciadas; el Doctor Ribera y cuantos han escrito de la Compañía de Jesús sobre la Escriptura, como Pineda sobre Job, Maldonado, Salmerón, Toledo, Pereira, Sáa, Alcázar y otros; Zúñiga sobre Job; Jansenio, Genebrardo y Fray Luis de León en lo que comentaron; Guillermo Hamero sobre el Génesis; Adamo Delphino sobre Esaías y San Pablo; anotaciones de Erasmo; Mario sobre Josué; Cipriano Complutense sobre Naum, Job y los Cantares; Guevara sobre Abacuc; Grajar sobre Micheas, Scrutinium Scripturarum; Titelman sobre los Salmos, Lucas y los Actos; Mateo Galeno sobre la Epistola ad Hebraeos; Foreiro sobre Esaías; Zeho Pannonio sobre el Apocalipsis y otros que van saliendo cada día, especialmente portugueses y otros extranjeros, que los castellanos por nuestros pecados no habemos sido en esto tan felices.

Y si se dijere que no he nombrado de los Santos más que a San Jerónimo, en verdad que no es por falta de afición que les tengo, que quien ha visto mis libros no habrá hallado Doctor Santo a quien no haya leído gran parte y puesto algo de mi letra en los márgenes, sino que ninguno es tan literal como San Jerónimo, y yo he hablado hasta agora solamente del estudio de la letra; que cuando ya uno esté adelante en esto y goce del reposo de su casa y madurez de la edad, debe leer los Santos y Doctores graves: Augustino, Crisóstomo, Ruperto, la Glosa ordinaria, el Tostado y otros muchos, que no aconsejo leer a los principiantes que andan en oposiciones y pretensiones ocupados, porque gastarían mucho tiempo, y de muchas hojas sacarían pocos puntos de los que se usan predicar. Yo daría a todos el consejo que he tomado para mí. Lo primero que no se estudien los pasos o capítulos de la Escritura salteados, uno aquí y otro acullá, sino todo un libro entero arreo, como digamos el Psalterio por dos o tres autores, los mejores; y acabado aquel libro, luego otro sin cesar. Y lo otro ha de ser que la pluma siempre esté en la mano, señalando en el libro y al margen los buenos bocados, para reducirlos a vuestros lugares comunes o Evangelios. Y hágoos saber que nunca sabréis Escriptura bien sabida estudiándola a manchas y sin pluma.

Cerca de las demás facultades, ya que no se sepan exactamente, a lo menos hase de tener alguna noticia general de los términos dellas, para hablar con propiedad cuando se traen doctrina o ejemplos dellas en el púlpito y no causar risa a los oyentes que las profesan; y por lo menos, si esto no se sabe, cuando se hubiere de traer cosa de otra facultad que se ignora, debe el predicador comunicarlo antes con los peritos en aquella ciencia y arte para no desbarrar. Solamente de las letras humanas no puedo callar la necesidad que el predicador tiene de saber Retórica que es estudio de dos meses por alguna arte breve, como es la del Maestro Francisco Sánchez Brocense; que muchos de los documentos que yo he procurado observar y pienso poner en este tratado son de pura Retórica. Para la cual es necesario leer el Arte Poética de Horacio y entenderla bien en quince lecciones. Por vida vuestra que no digáis esto a nadie, o a lo menos no me deis por autor, que se reirán muchos de los que no saben más de Sic argumentor, aunque no se esquitarán de lo que yo me río de los que menosprecian estas artes, y más cuando los veo con cien imperfecciones, por falta dellas. Advierto que la Arte Poética de Horacio casi no trata de enseñar a componer versos, sino con qué prudencia y reglas se han de escribir o representar las obras poéticas en público. El predicar tiene mucho desto, y le alcanzan la mayor parte de las reglas de aquella arte. Ella se ha de aprender en la mocedad, porque se percibe mejor, a lo menos con la memoria, que, en cuanto tiene muchas reglas de prudencia, mejor la penetran los ya varones. San Agustín, Arte de Doctrina Christiana, I. 2, refiere de Tulio que la Retórica, si no se aprende muy presto, nunca se sabe bien porfiando mucho. Y quiso decir que el buen retórico ha de tener retórica natural con la cual facilísimamente se asienta la adquirida. Y esto baste cuanto a las partes adquiridas que ha de tener el predicador.

De todo lo dicho se entenderá que no puede predicar bien un mozo, aunque ellos piensan que sí; porque aunque en muchos años se puede saber poco; pero en pocos años no se puede saber mucho. Luego si el predicador ha de saber tantas cosas como hemos dicho, años ha menester para aprenderlas. Así que agora que sois mozo no os matéis mucho por predicar, sino por estudiar para predicar y obrar lo que pensáis predicar a los otros, que aun a los sacerdotes de Diana les señalaban tres tiempos: uno para aprender su sabiduría, otro para ejercitarla y el postrero para enseñarla a otros. Y no como cierto predicador que lo comenzó desde el año de Súmulas, y estudiaba los sermones por el arte de Antonio con comento. ¡Tales eran ellos! Leed para esto a San Gregorio en la tercera parte del Pastoral, cap. XXVI, donde trae para lo que voy diciendo muy lindas comparaciones. Los polluelos de las aves, si antes de estar bien vestidos de plumas y enseñados a volar, lo quieren hacer, en lugar de subir, caen. Si sobre la pared fresca cargan antes que haga asiento y se enjugue, non habitaculum, sed ruina fabricatur (no se fabrica una casa, sino una ruina). Los niños que nacen antes de los nueve meses nequaquam domos, sed tumulos replent (no hinchen las casas, sino las sepulturas). Todo es de San Gregorio, que se cierra bien con lo que dice Tulio, 1. De Senectute: Orator metuo ne languescat senectute, est enim munus ejus non ingenii solum, sed laterum etiam et virium. Y más abajo: Decorus est sermo senis, quietus et remissus, facitque persaepe ipsa sibi audientiam diserti senis compta et mitis oratio.




ArribaAbajo

Capítulo IV

Cuán trabajoso y peligroso es el oficio del predicador, cuán honroso y meritorio


El grande trabajo del oficio del predicador se a puede echar de ver lo primero por lo mucho que ha de saber, como queda dicho atrás, porque conforme a lo del Eclesiastés, cap. I, Qui addit scientiam, addit laborem (el que añade ciencia añade trabajo), aunque se escribió en otro sentido, quien ha de saber tantas ciencias como el predicador gran trabajo ha de poner en adquirirlas. Lo segundo es el oficio de dar siempre malas nuevas, reñir con todos, decir a todos sus faltas sin respectar personas. Y tiene el predicador, del perro, que, si entran ladrones en casa, y no ladra, ahórcale su amo, y con razón; y si ladra, danle los ladrones estocadas o apedréanle y vanse desta manera. Si reñimos a los viciosos o poderosos, apedréannos, cobramos enemigos, no medramos y aun suelen desterrarnos. Si no reñimos, mándanos Dios ahorcar por ello. Mirad qué bien librados estamos. Ezequiel, cap. 3 y cap. 33, compara a los predicadores con las centinelas o atalayas que si ven venir enemigos o otras cosas perjudiciales a la tierra, tienen obligación de tocar su bocina o trompeta, aunque por ello sean descubiertos o presos por los enemigos, y si no lo hicieren, ahórcalos la justicia. Así al predicador que no se atreve a reñir pecados y avisar de los castigos que Dios suele enviar por ellos, le condena Dios diciendo: Sanguinem ejus de manu speculatoris requiram. Por eso aconseja Santiago: Fratres, nollite plures magistri fieri, que es oficio de atalayas y peligroso. Temerosísimas son las palabras de Crisóstomo, homilía 6, De laudibus Pauli, cerca del fin, en el tomo III: Non navium gubernatorem, non ad bestias dimicantem, non ludo gladiatorio destinatum, non alium quempiam, onmino sic ad discrimina et mortes paratam atque expositam oportet habere animam, ut eum, qui suscipit officium praedicandi. ¡Cuántos predicadores se ha sorbido el mar de una ira de un príncipe o de sus privados! Cuántos han llevado al Santo Oficio, por oyentes ignorantes o malévolos, que, aunque los den por libres, salen tiznados, y muchos más son los que el Santo Oficio no llama. Yo certifico, como Calificador que he sido en la Inquisición de Granada y en el Consejo, que, si hubiesen los inquisidores de llamar a todos los predicadores que son denunciados por oyentes ruines, no habría ya quien predicase.

Juntemos con esto el estar toda la vida a riesgo la opinión de si predicáis bien o mal. Bonilla, el de Úbeda, hacía buenas dagas en que ganó tanto crédito que, en viendo una daga de Bonilla me fecit, no se ponía en disputa ni era buena. Sombreros del Portugués; cuchillos del Lancero de Guadalajara; veintidoseno de Fulano, mercader de Segovia: no se examinan ya, sino que pasan por buenos. Y aunque hayáis predicado cuarenta años con buena opinión, y seáis tenido por maestro, con todo eso cada sermón de por sí ha de entrar en votos ¡y qué tales! -Hoy no anduvo como suele. Aflojado ha un poco. Mejor anda otras veces. No ha estudiado para este sermón-. Y éstas son las más benignas censuras. Pues ya si los jueces fuesen predicadores o sabios; pero el vulgacho, es cosa recia, de que se queja rigurosamente San Jerónimo escribiendo a Pamaquio el pésame de la muerte de Paulina, su mujer, en el tomo primero: Faelices, inquit Fabius, essent artes, si de illis soli artifices iudicarent. Poetam non potest nosse nisi qui verbum potest struere. Philosophos non intelligit nisi qui scit dogmatum varietates, manufacta et oculis patentia magis probant artifices; nostra quam dura, sit necessitas hinc potes animadvertere quod vulgi standum est judicio. Mira qué buen juicio el del vulgo, especialmente que tiene ojos de lince para ver las faltas, y de topo para ver las excelencias del sermón, como dijo Tulio, I De Oratore: Adest enim fere nemo qui acutius atque acrius vitia judicet quam recta videat. También se suele temer por otro extremo el auditorio lleno de sabios; porque no puede ir el sermón tan limado y peinado que no hallen que tachar. Y así decía Cayo Lucilio, y lo refiere Tulio: Ea quae scribo, nec ab indoctissimis, neque a doctissimis legi vellem, quod alteri nihil intelligerent, alteri plus fortasse quam ipse de se.

Las artes mecánicas son carga para el cuerpo con que se ejercitan y le cansan; las liberales para el espíritu; pero el predicador fatiga el espíritu en estudiar, discurrir, ordenar y decorar el sermón, y luego, al predicarlo, queda el cuerpo sudado y molido como alheña. In omnibus labora, dijo San Pablo a un predicador: trabajad de todas maneras con cuerpo y alma; no huelgue hebilleta. ¿En qué? Opus fac evangelistae. Un moderno trae a este propósito: Omnis labor hominis in ore ejus. Y dice que los labios se llaman así a labore. Dolavi eos in prophetis, dice Dios por Oseas, c. 6. Que un profeta o predicador es como la escoda u otra herramienta, con que se pica y pule la piedra, y como el cantero gasta y embota su herramienta, y aun la mella y a las veces salta algo de la piedra que le quiebra un ojo, así los predicadores suelen salir mellados y desojados de hacer su oficio. ¡Pues la paga es buena! Al médico porque os mata, le dais cien reales; al letrado cien ducados, porque os hace perder mil de renta; y al predicador un Dios os guarde. Y piensa que queda despeado el que le da dos ducados o un plato de colación por un sermón estudiado con trabajo y afán y predicado a peligro de perder la honra. Grande bobería y falta de juicio es ser predicador, si no es por amor de Dios desnudo solamente, por quien es justo sufrir grandes trabajos y ponerse a este y mayores riesgos.

Pues ¿qué haremos, ya que nuestras madres nos echaron por este camino? Quejarnos dellas, que así lo hizo Jeremías: Vae mihi, mater mea, quare me genuisti virum rixae, virum discordiae in universa terra, non feneravi, neque feneravit mihi quisquam. Omnes maledicunt mihi. No quitamos la hacienda a nadie ni les deseamos mal, sino bien, y con todo eso, porque nuestro oficio es rifar con vicios, todos nos quieren mal y nos persiguen sin más culpa que habernos nuestras madres parido para predicadores. De una sacerdotisa refiere Aristóteles en su Retórica, que persuadía a un hijo suyo con este dilema que no fuese predicador: Si injusta suaseris, deos habebis iratos; si justa, homines. Aunque él le respondió que por los mismos filos convenía ser predicador y orador: Nam si justa suasero, deos habebo amicos; si injusta, homines. Así que ganarse tienen enemigos, ora hagáis vuestro oficio bien, ora no; pero bien librado estaría quien se atreviese a este argumento tan cavilatorio, persuadiéndose a ser predicador para granjear voluntades de hombres ofendiendo a Dios, y bien parada quedara su fortuna, si sirviendo a Dios en hacer su oficio como debe, le apedrean los hombres, aunque ésta es la más dichosa suerte y la más cierta. El padre de Demóstenes fue herrero, y el mayor yerro que hizo fue hacer a su hijo orador, pues por ello fue tan perseguido de Philipo, Rey de Macedonia, y de su sucesor Antípatro que, por no caer en manos de ellos, él mesmo se mató con veneno. A Tulio le hizo cortar la mano derecha Marco Antonio por oraciones que hizo contra él, particularmente la segunda Filípica, y se la clavó en el púlpito. Y por eso el profeta Jonás quiso más navegar con tanto riesgo de su vida que ir a predicar verdades a la ciudad de Nínive y a su Rey. Mejor hizo la zorra en la fábula, que porque tuvo donaire, y la prediqué en Palacio, la quiero referir aquí. Al león, siendo ya viejo, dicen que le dijo la leona: «Señor, ya somos viejos, y a vos os huele la boca maliciosamente. Por vida vuestra que me deis licencia para que vivamos apartados lo que nos queda de vida». El león llevó esto a mal, y mandó juntar a cortes todos los animales en su cueva, donde les propuso lo que la leona le había dicho, mandándoles que cada uno viniese a olerle el aliento de la boca, y le dijese la verdad, si olía mal o bien, sin lisonja y sin mentira. Llegó el caballo el primero de todos, y habiéndole olido el aliento le dijo: «Cierto, Señor, que la leona tiene razón, que es intolerable el mal olor que os sale de la boca». El león, enojado con una verdad tan cruda, le dio una manotada con que le tendió muerto. Luego vino el toro, y como vio lo que pasaba, dijo, en habiendo olido: «Por cierto, Señor, que os levantan falso testimonio; que no hay ámbar ni almizcle de tanta fragancia como vuestro aliento». El león también se enojó desto, por ver que era tan gran lisonja, y con otra manotada mató al toro. Tras ellos vino la buena de la zorra, llamada por el león para que le oliese, y ella respondió: «Prometo a Vuestra Majestad que ha dos meses que tengo un grandísimo romadizo y no huelo poco ni mucho». Anduvo muy discreta; y así piensan algunos predicadores que lo andan; porque si dicen las verdades, dales el poderoso una manotada; si las callan, dales Dios otra más pesada, y así tienen por buen por buen partido decir que tienen romadizo, y no meterse en materia de costumbres, diciendo que no las saben; y otros se alargan a más, que aun lisonjean contra lo que sienten, escarmentados en el porrazo del león. Y porque es muy a propósito, os quiero contar otra gracia de la zorra: Que yendo el león a caza, llevó por sus cazadores al lobo y a la raposa. Y descubriendo desde lejos un buey y un carnero y una gallina, preguntó el león al lobo: «Si los matásemos todos tres, ¿cómo los repartiríades vos?» El lobo le respondió: «El buey sería para Vuestra Majestad, el carnero para mi, y la gallina para nuestra hermana la zorra que se muere por ellas». Diole el león un pestorejazo, que casi lo aturdió, y vuelto a la zorra, le preguntó: «¿Cómo los repartiríades vos?» Ella dijo: «El buey para Vuestra Majestad, el carnero para mi señora la leona, y la gallina para los leoncitos, que jueguen con ella». Respondióle el león: «Hi de puta traidora, ¿quién os enseñó tanta bachillería?» Y ella le dijo: «El pestorejazo de mi compañero». De manera que los pestorejazos que se dan a algunos predicadores por decir verdades enseñan a otros a decir lisonjas. Mirá si es oficio bien trabajoso y peligroso.

No podemos negar sino que es muy honroso, porque como dijo Tulio, II De Officiis: Magna est admiratio copiose sapienterque dicentis, quem qui audiunt, intelligere etiam et sapere plus quam ceteros arbitrantur. Y en el I. 1: Quis non hoc jure miretur, ut quo uno homines maxime bestiis praestent, in hoc hominibus ipsis antecellat? Al fin es oficio tan usado y consagrado por Jesucristo Nuestro Señor, que no dijo más que una misa o dos; una vez sabemos que baptizó, y dicen algunos que muy pocas más; pero, en más de tres años, cada día predicaba. Leed a Pedro Gregorio, I. 18, De Republica, cap. 3, n. 8, donde honra mucho este oficio. Pero todo esto de la honra importa poco. Lo que hace al caso es que es un oficio muy meritorio, más que otras muchas obras por muy trabajosas que sean, porque es acto de grandísima caridad el predicar. Pidió un oyente licencia a Cristo, y él no se la dio, sino díjole: Sinite mortuos sepelire mortuos suos, y quédate tú aquí para aprender a ser predicador. Considerad sobre esto que estuviesen aquí dos muertos, y pudiese yo resucitar al uno o enterrar al otro. ¿Cuál sería más meritorio? Muchos habrá que entierren, y pocos que resuciten. De manera que a estas obras de misericordia corporales muchos hay que acudan; pero pocos que como buenos predicadores resuciten muertos, no en el cuerpo sino en el alma. I ad Corin., 12: Aemulamini charismata meliora. Mejor es predicar como debe que ayunar, azotarse y dar limosna; porque las demás obras aprovechan sólo al que las hace, y cuando mucho al que las recibe le aprovechan en el cuerpo; pero el predicar aprovecha a las almas del predicador y de los oyentes y a toda la Iglesia. Y en la misma epístola dice San Pablo que procuremos darnos a los ejercicios más espirituales, magis autem ut prophetetis. Y da la misma razón que he dicho: Qui autem prophetat Ecclesiam aedificat. Y escribiendo a Timoteo: Attende tibi et doctrinae, insta in illis, hoc enim faciens et te ipsum salvum facies et eos qui te audiunt. Daniel, c. 12: Qui ad justitiam erudiunt multos, (fulgebunt) quasi stelae in perpetuas aeternitates. Y Santiago: Qui converti fecerit peccatorem ab errore viae suae, salvabit animam ejus a morte, et operiet multitudinem peccatorum. No hay sino buen ánimo, y predicar.





Arriba
Indice Siguiente