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Tratado segundo

De la materia o invención del sermón


Habiendo de tratar el oficio de predicar por arte, es forzoso llamarla una Retórica sagrada y así ha de tener las mismas partes, cada cosa en su tanto, que la Retórica humana que son cuatro o cinco: invención, disposición, elocución (y con esto va la pronunciación), y últimamente memoria. De manera que habemos de tratar cada parte destas por sí, y primero la invención, en que se dirá todo lo que toca a la materia de que se han de componer los sermones, como lo cuenta Tulio, De Oratore.


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Capítulo I

Cómo se ha de hallar la materia para el sermón


De dos maneras divido yo los sermones: la primera es que unos son o de Santo o de misterio, otros son de doctrina. Los que son en alabanza de algún Santo no se sufre que se compongan de principio al fin todos de alabanza del Santo, aunque algunas veces se usa en los días de los dos San Juanes, de San Joseph, o de San Francisco, etc. Porque, aunque es cosa muy justa alabar a los Santos en sus fiestas, y mal hecho el no tratar desto; pero es muy ordinario que por llenar toda la hora de grandezas del Santo, y satisfacer a la monja que pidió el sermón, se dicen cosas muy hiperbólicas y a veces disparates; demás de que se cansan los oyentes de oír tanto sobre una materia sin variar otra, y a tres o cuatro sermones sobre un Santo se acaba el caudal. Pero la principal razón es, porque siendo el fin deste oficio aprovechar y edificar vienen los tales sermones a quedar vanos y sin fin, porque ni edifican ni aprovechan que todos se los lleva el entendimiento y la curiosidad. Las alabanzas y excelencias del Santo es bien tratarlas lo más en un cuarto de hora al principio o al fin del sermón; y aunque más lo usamos al fin, no tengo por malo lo que hace el Padre Maestro Castro Verde que lo trata al principio por verse desembarazado, para entrarse en las consideraciones provechosas del Evangelio, y predicar hasta que le pareciere, sin miedo, lo que no puede hacer el que guarda las cosas del Santo para el fin, porque, como obligado a guardar tiempo para ellas, va con temor si se acorta o si se alarga en lo del Evangelio. Verdad es que, cuando en el cuerpo del Sermón viene una cosa muy a propósito para el Santo, no hay para qué sacarla de allí para el principio o el fin. Lo mismo que he dicho de los sermones de Santos digo de los sermones de Misterios, como de la Santísima Trinidad, Encarnación, Santísimo Sacramento, etcétera, que no conviene que sean todos de cabo a cabo del Misterio, que cansan al que los estudia y a los que los oyen, y no salen edificados. La tercia parte de la hora, y cuando mucho la mitad es justo hacer lo que el Santo Concilio manda tratando y declarando el Misterio, y esto ha de ser al principio, y después hasta el fin se han de tratar consideraciones del Evangelio, porque, como abajo se dirá, siempre lo especulativo ha de ser primero y lo moral a la postre.

La segunda división de sermones es que en unos se trata un solo tema, o una sola materia, o punto, o discurso, como en un sermón de difuntos o de ceniza, del Santísimo Sacramento, o de una plegaria pública. Estos son trabajosos de estudiar y llenar de cosas buenas que vengan todas nacidas al mismo propósito, porque lo que se dice en tales sermones ha de ser conforme al precepto de Horacio:


Sit denique quodvis simplex dumtaxat et unum;



y por esto son raros los predicadores que toman esta manera de sermones a su cargo. Otros sermones hay, que son ya casi todos generalmente, y los más provechosos, como homilías en que se va apostilando el Evangelio diciendo una consideración sobre una cláusula y otra sobre la siguiente, etc.

Esto presupuesto, aviso que el que quisiere hallar cosas buenas, para enriquecer su sermón, no ha de aguardar a buscarlas cuando le encargan el sermón, porque con la apretura de tiempo habrá de tomar lo que hallare, sino que ha de estar, como dicen, alforja hecha de atrás; porque al estudiar los libros sobre la Sagrada Escritura, como dije atrás, ha de ir notando y apuntando en sus lugares comunes o Evangelios todo lo que hallare notable, curioso o provechoso, y después que ya se diere del todo a predicar, ha de procurar, a lo menos yo así lo hacía: desde pascua de flores hasta octubre que se predica poco iba pasando libros, como digamos, los Morales de San Gregorio, las obras de San Agustín que no son escolásticas, Crisóstomo, Niseno, Nacianceno, Crisólogo, Orígenes, Ruperto y otros a este tono, y de los modernos los que parecían mejores, que de treinta años a esta parte han salido tantos, que yo por cierto aún no les sé los nombres. Unos escriben en forma de sermones, otros en forma de tratados. Yo no he hallado libro del todo malo, y he leído muchos destos. Bien pudiera decir los que me parecen y creo que son los mejores; pero como hay diferentes gustos que pueden ser mejores que el mío, y también hay algunos de los autores vivos, no quiero señalarme. Leyendo todos estos dichos autores en tiempos desocupados, siempre ha de ir con la pluma en la mano notando y guardando. Dos maneras he visto de propósitos. Algunos van reduciendo y apuntando lo que notan por Evangelios de las Dominicas, fiestas o ferias del año, como si dixésemos: Pro Dominica prima Quadragesimae; pro Nativitate Domini, etc., y para cada Evangelio dejan un pliego o lo que les parece de papel, donde van apuntando lo que van hallando, y los tales, a mi parecer, van muy atados obligándose a decir en aquel Evangelio y no en otro aquello que apuntan. Yo he tenido el entendimiento algo más libre, y así he ido por otro camino, de tener libros blancos distinguidos por abecedario, dejando para cada letra del a, b, c, cuatro, doce o veinte hojas, conforme a como hay unas letras que comiençan más vocablos que otras; y allí en cada letra iba poniendo los vocablos de materias predicables, como en la A ponía en una plana: Ambitio discordiam parit. Más abajo: Ambitiosi sunt insatiabiles. Y desta manera tengo puestas casi cuantas consideraciones se pueden predicar. Y en acabando de pasar un libro o un autor, volvía por lo que dejaba notado a los márgenes, y apuntábalo en mis lugares comunes cada cosa en la letra y consideración donde tocaba. Los que tienen pocos libros o prestados o han de andar de acá para acullá sin poderlos llevar, hacen bien de escribir en sus memoriales o lugares todo lo que notan en sus autores trasladándolo a la letra o por suma; pero el que tiene libros, y suyos, no ha de hacer sino poner en el libro que va estudiando y pongo por ejemplo, esta palabra abstinentia, citado el autor con libro y capítulo y párrafo y número, diciendo: Gregorius l. 15, Moralium c. 10 o Rupertus l. 2, De Operibus Trinitatis c. 4, etc., que puesto esto así vase a buscar lo que toca a abstinencia en el lugar común, y de allí, tomado el libro y capítulo del autor que allí se cita, hállase luego en el mismo autor, porque está el reclamo de la misma palabra escrita de mano al margen dél. Pero porque hay algunos puntos o bocados que no pueden ser comunes para muchos Evangelios, sino que son casi propios de algún Evangelio particular, y para semejantes puntos es bien que haya en algún cartapacio otra tabla aparte de los Evangelios y Dominicas de todo el año dejando a cada Evangelio un blanco competente donde irá apuntando lo que se hallare en los autores propio de allí.

El que estuviere prevenido con esta diligencia, cuando le encargan el sermón, se hallará muy descansado, y tendrá poco que hacer. Lo que yo hacía es esto. Leía muy despacio algunas veces el Evangelio que había de predicar, iba pensando sobre él lo que se podía considerar y las consideraciones que saltaban de buena gana y sin violencia o se nacían ellas con alguna manera de viveza; íbalas apuntando en medio pliego de papel, y si pensaba predicar algún tema o discurso solo, también dejaba ir la imaginación por él los ratos que no dormía, y apuntaba lo que se me ofrecía. Y si era sermón de misterio o de Santo, leído el texto del misterio o la vida del Santo, también discurría por la imaginación sobre ella y lo apuntaba. Después que se me había agotado la vena, leía los libros que el tiempo me daba lugar cerca del misterio, Evangelio o sermón, y alguna vez leí cosas manuscritas, y siempre eché de ver que, si no son de algún predicador muy excelente y muy recogidas por algún oyente que entienda lo que recoge como lo escribe, viene a ser mejor el más ruin libro que el mejor cartapacio, y me maravillo cómo se gasta tanto tiempo y dinero en mercaduría tan inútil.

Al fin juntaba y apuntaba lo que en estos libros me había contentado en estos dos o tres días con lo que me había ofrecido mi imaginación sin libros y todo ello lo iba poniendo por capítulos en el dicho medio pliego de papel, en cada capítulo apuntando su consideración y poniéndole los autores o libros que yo dejaba notados que hablaban bien sobre ello. Y si me parecía que tenía con que enriquecerla bastantemente de lo estudiado en aquellos días, dejábala, y si no, íbame a mis lugares comunes y buscaba la misma consideración y la que frisaba con ella, y de allí tomaba los autores que estaban citados y añadíalos a la consideración apuntada en el dicho medio pliego, y desta manera henchía hasta siete u ocho consideraciones a lo más.

Hecho esto, ponía el Evangelio delante, y por el orden de sus cláusulas iba poniendo números o letras del A B C a las consideraciones de mi papelejo para que quedasen puestas por el orden del Evangelio. Con esto me ponía a dictar el sermón al escribiente, que lo de escribirlo por mano propia es un trabajo muy servil y embarazado, y cuando se va dictando, va el entendimiento más holgado para ir ordenando, y gánase tiempo; porque mientras el escribiente va escribiendo, voy yo hojeando en aquel libro o en otro y previniendo lo que le he de ir diciendo tras aquello que escribe. Al fin, que desta manera hallaba y juntaba la materia del sermón.

Acabado de escribir el sermón, dejábamelo estar así todo el tiempo que había hasta un día o dos antes de predicarlo, aunque fuesen algunos meses, porque esto de tener hechos los sermones de atrás, mucho antes que se prediquen, juzgué siempre por necesario, por dos razones. La primera, cuanto a los de la Cuaresma, porque en ella predicaba tres o cuatro y a veces cinco cada semana, y era imposible estudiarlos en la misma Cuaresma, porque no hay sermón que no me llevase una semana en veces. Harto se hacía en la Cuaresma en reconocer los sermones hechos atrás, y perficionarlos en orden al auditorio donde se habían de predicar, tomarlos en la memoria y decirlos, aunque también si se ofrecía un sermón extraordinario, como de San Joseph o la conversión de la Magdalena, a ratos hurtados se estudiaba y componía de nuevo. La segunda razón era, porque el sermón recién estudiado, hecho y escrito suele contentar al autor, y mirado después de allí a algunos meses, descubre faltas, que es menester remediar y suplir. Y por esto dijo Horacio:


Vos, o
Pompilius sanguis, carmen reprehendite quod non.
Multa dies et multa litura coercuit, atque
Praesectum decies non castigavit ad unguem.



Y en otro verso:


Nonum prematur in aunum.



Y con razón, porque el que se sube al púlpito tiene tantos jueces, cuantos oyentes, y muchos saben juzgar sermones que no los saben predicar.


Vice cotis, acutum
Reddere quae ferrum valet exors ipsa secandi.



y Tulio: Etsi utile est etiam subito saepe dicere, tamen illud utilius sumpto spatio ad cogitandum, paratius atque acuratius dicere.




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Capítulo II

De la buena elección para predicar


La más principal parte del predicador es la buena elección que no está en manos de gentes, sino que nace un hombre con este don, si Dios se lo da, y si no, perdone. De uno de los mayores príncipes que ha habido en la Europa dijo un astrólogo juzgando su nacimiento: Il dono de la elettione mai gli sera roncesso; que quiere decir, vuelto de Italiano en Castellano: El don de la elección jamás le será concedido. ¡Y pluguiera a Dios que no hubiera dicho tanta verdad! De manera que la buena elección es don concedido del cielo, y el predicador que echare de ver que no le tiene en ver que no tiene oyentes o que los verdaderos amigo se lo avisan, debe arrimarse a los buenos predicadores enseñándose, a par dellos, a buscar en los libros las cosas buenas y elegirlas. Y esto no lo ha de aprender por reglas, sino por imitación; que tantas veces puede ir estudiando y eligiendo con un buen maestro que se habitúe a escoger menos mal. Pero porque ni hay humildad para aprender esto ni paciencia para enseñarlo, lo que hace al caso es que el que no tiene elección traslade sermones de predicadores que ya el mundo generalmente tiene aprobados, y los decore así como están, sin elegir dellos ni dejar dellos, que si no tiene don de elección, también en los mismos sermones escogerá lo peor y dejará lo mejor, como en los libros. Yo oí en un día dos sermones de un Evangelio, uno a la mañana, muy malo, y otro a la tarde bueno, y ambos habían estudiado cada uno su sermón por un mismo autor y libro individuo. Yo los junté después y por el mismo libro se le dio a entender al que predicó mal cómo había sacado toda cuanta paja tenía el libro para su sermón, y dejado todo el grano para el otro. Porque, como en un jardín llega una cigüeña y coge todas cuantas malas sabandijas halla, y se ceba dellas; si llega una gallina, pica en las lechugas; un tordo come los higos; el que se va a recrear, coge flores; y el hortelano su fruta y hortaliza: así cada estudiante coge de los libros conforme al don que tiene de elegir, uno cuantas malas sabandijas el libro tiene, otro cuantas flores hay en él. Digo, pues, que el que no tuviere don de elegir, tome buenos sermones ajenos, decórelos muy bien de memoria, envístaselos y hágalos suyos y dígalos como tales, que consejo es de San Agustín por palabras formales: Quod si ab aliis sumant eloquenter sapienterque conscriptum memoriaeque commendent, atque ad populum proferant, si eam personam gerunt, non improbe faciunt. Y excúsalo muy bien por todo un capítulo. En queriendo estos tales arbitrar y no predicar el sermón ajeno arreo, lo ponen todo del lodo, como yo he visto hacer a alguno, que llevó un buen sermón prestado, y dijo que él le pondría a su modo, y así lo hizo, que pareció el sermón compuesto de su cabeza.

Para el que tuviere mediana elección, si quiere ser oficial y predicar exactamente, hay ciertos documentos muy necesarios. El primero es que cada uno ha de escoger materia y consideraciones de que se pueda hacer señor entendiéndolas y penetrándolas. El que no fuere buen escolástico, no se meta en el púlpito en materias delgadas y especulativas de Teología. El que no supiere lenguas, no traiga griegos ni hebreos, sino su romance y latín. El que no fuere tierno y contemplativo, no tome a predicar la Soledad de Nuestra Señora. El que no fuere muy afectuoso y vehemente, no tome a predicar a las mujeres públicas para convertirlas. Tomen todos aquel consejo de Horacio:


Sumite materiam vestris, qui scribitis, aequam
Viribus et versate diu quid ferre recussent
(Quid valeant) humeri.



Y si no hay hombros ni caudal sino para tratar cosas muy vulgares, mejor es dejar el oficio; que están ya los auditorios tan acicalados que en predicándoles cosas muy comunes, las desprecian.


Nec, si quid fricti ciceris probat et nucis emptor,
Aequis accipiunt animis donantve corona.



El segundo documento será cómo se ha de traer para materia del sermón la Sagrada Escritura, porque, presupuesto como queda dicho, que ha de estar estudiada, resta agora, para los sermones, saber el uso della. Y la primera advertencia sea, que no se han de traer en un sermón muchos lugares, ni para cada cosa que se dice, no más de porque hay un lugar en la Escritura que lo diga. Pongo por ejemplo: si se va diciendo que Cristo es la piedra firme y fundamental de la Iglesia, no es menester traer luego el lugarcico: Petra autem erat Christus. Si se dice que nuestro entendimiento ha de estar rendido a la fe, no es necesario traer luego el texto: Captivantes intellectum, etc. Porque se diga que las criaturas nos dan a conocer a Dios, no luego se ha de citar: Invisibilia Dei, etc. De manera que estos lugares vulgares que no traen más viveza o singuridad que decir en latín lo que vais diciendo en romance, no los traen los predicadores graves, sino los bisoños. Verdad es que el vulgo, cuando oye que el predicador trae muchas autoridades de la Escritura para cada paso, dicen con admiración que sabe mucha Escritura (y es de memoria); pero lo doctos bien echan de ver que no es aquello ciencia de Escritura, sino ostentación de poca substancia. San Agustín, De Doctrina Christiana, cap. 5, reprehende a estos que traen mucha Escritura de memoria, enseñando que el trabajo que en aquello se pone, se debe ponderar mucho los sentidos de pocos lugares. Ir hablando en romance por la misma Escritura, eso sí lo hacen predicadores ya muy graves y muy cursados en ella, y el oyente que la sabe lo echa de ver; pero traer lugares en latín no hay para qué, si no fuere aquellos que se han de declarar con algún primor y particular sentido o ponderación, que no se eche de ver así a la primera haz de las palabras, o que se traigan en sentido diferente de lo ordinario. Al fin, que tengan algún vivo, y necesidad de que el predicador lo descubra.

Sea la segunda advertencia que, en cuanto fuere posible, los lugares se traigan en sentido literal; y si fuere fuerza traerlos en sentido moral, alegórico o anagógico, téngase en cuenta que los tales sentidos sean de sanctos o autores graves; y a lo menos, considerando aquella diferencia de San Agustín de alegoria rerum y alegoria vocum, se observe que las mismas cosas que pasaron en el Testamento Viejo, como la historia del vellocino de Gedeón, la zarza que ardía y no se quemaba, ya que no se alegoricen conforme a los Santos, a lo menos, háseles de dar tal sentido alegórico que cuadre bien sobre el texto de la historia, y por lo menos sirven de comparaciones, como otros ejemplos. Como si dijésemos que la zarza era nuestra Señora que con la llama de ser madre conservó la verdura de su virginidad. Claro está que no es alegoría propia ni significó eso la zarza, pero puédese traer como una comparación. Mas cuando no alegorizamos historia, sino la palabra, es grande error darles declaraciones de cabeza, sino irnos por los autores graves. Claro está que el que dijo que in sudore vultus tui vesceris pane tuo quiere decir que con el sudor de la sangre de Cristo en el Huerto comeríamos del pan de la gracia, no dixo bien; y es alegorizar palabras sin fundamento. Verdad es que hay licencia de usar de las mismas palabras de la Escritura, cuando ellas quieren decir el concepto que yo voy diciendo, aunque no sea ese su sentido; pero llámase sentido acomodativo o impropio, y muchas veces tiene gracia; que también los autores del Testamento Nuevo citan en esta misma manera de sentido algunos lugares del Testamento Viejo, como Ex Aegypto vocavi filium meum, y otros lugares que recoge bien, a este propósito, don Esteban de Salazar, fraile cartujo, libro 2, De Genealogia Christi, núms. 17 y 18. Y dice San Agustín, I De Doctrina Christiana, cap. 36, que si estos tales sentidos edifican, aunque no sean propios, son buenos.

También advierto que no es necesario citar capítulos. Basta decir Esaías, o David en un Psalmo, San Pablo, etc. Y lo mismo digo de otros autores que se citan; que es muy de noveles y poco maestros decir: Santo Tomás en su 2, 2, q. 80, artículo 4.º, en la responsión al tercer argumento... Basta decir: Santo Tomás, tratando tal punto. Que para los no teólogos la dicha citación no aprovecha, y si son theólogos, harto poco sabrán, si no caen luego, a lo menos queriéndolo buscar, dónde está el lugar. De manera que basta decir: San Agustín, en los libros de la Ciudad de Dios; San Gregorio en sus Morales. Y demás de ser descanso para la memoria, es mayor autoridad. Verdad es que si el lugar, que se cita en la Escritura, tiene alguna sentencia o sentido paradógico, y que ha de parecer novedad, entonces se dice: Leedlo, que en tal libro o capítulo lo hallaréis.

Últimamente digo que no se ha de empachar un predicador para dejar de traer un lugar de Escritura, porque haya poco tiempo que lo trajo otra vez en el mismo auditorio, porque, como sea capaz de muchos sentidos y consideraciones literales o espirituales, como dice San Agustín, III De Doctrina Christiana, cap. 27, es cierto que se puede traer muchas veces y en diferentes sentidos; y aun en el mismo sentido, como haya pasado algún tiempo, se puede traer el lugar otra vez; lo que no se puede hacer de otras curiosidades, como fábulas, comparaciones, geroglíficos; porque, como con un virote se puede tirar un tiro y otro y otro; pero con un bodoque nada más que un tiro, que, como es tierra, luego se deshace; así, como la Escritura es verdadero virote, para que tire el predicador, con un mismo lugar se puede tirar muchas veces; pero con una curiosidad desas otras, que es de poca sustancia, no se puede tirar sino una vez, que luego se deshace y pierde toda su gracia.




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Capítulo III

De otro documento importantísimo para la invención o materia del sermón


El más sustancial documento, y que yo más he procurado guardar en este oficio, es que todo el sermón o la mayor parte dél sea de cosas morales, quiero decir provechosas para las costumbres, reprehendiendo vicios, aconsejando y persuadiendo virtudes, convidando al cielo, afeando pecados, amenazando con muerte e infierno, convenciendo los entendimientos con buenas y eficaces razones de que van errados y perdidos, al fin: persuadir lo que Dios manda, como, en su tanto, dijo Tulio, I De Oratore: Primum oratoris officium esse dicere ad persuadendum acomodate. Y Agustín, IV De Doctrina Christiana, cap. 13: Oportere ecclesiasticum non solum docere, ut instruat, delectare (ut teneat) verum etian flectere, ut vincat.

No se han de despreciar tampoco consideraciones especulativas, mayormente en días de misterios y en otros, como son ponderar la bondad de Dios, sus excelencias y condición, cuánto más es inclinado y veloz a hacer misericordia que a castigar, cómo nos da más que le pedimos; que sólo Él es el que harta, que el mundo y sus bienes son engañosos; que no se comunica enteramente, sino a los que se despiden del mundo. Todas éstas y semejantes consideraciones se reducen a moralidad, y se han de predicar en sus lugares; pero de manera que no se pase el sermón todo en ponderar estas cosas, sino que siempre lleven los vicios su jabón, porque, como decía un predicador, no prescriban contra los sermones. Como la bola, aunque vaya bien guiada hasta los bolos y quede puesta en buena esquina para birlar, no se dice del todo buena, sino cuando entra por medio de los bolos y los derriba: así el sermón, por muy buenas calidades que tenga, si no entra por medio de los vicios y los derriba, o por lo menos los bambolea, no le tengo por perfecto. A Elías y Enoch escogió Dios por sus predicadores, y los tiene guardados para esto contra el Anticristo por haber sido tan libres como fueron en reprehender en sus sermones, que Enoch en tiempo de aquellos gigantes tiranos predicó y celebró, a su pesar, el nombre de Dios. Y Elías a los reyes en sus barbas los reprehendía sus vicios. Porque ha de ser el predicador como dijo Esaías, capítulo 41: Ego posui te quasi plaustrum triturans novum, habens rostra serrantia, triturabis montes, et comminues, et colles quasi pulverem pones, sin respeto de personas, grandes o pequeñas, como trigo nuevo reçién en empedrado, que todo lo corta y hace harina. Los antiguos vanos fingieron dos dioses muy contrarios en los oficios: el Momo, que es vocablo griego, y quiere decir reprehensión: éste tenía por oficio reprehender todas las invenciones de todos los dioses, aunque fuesen de Júpiter; el contrario déste era la diosa Euterpes que todo lo excusaba y disculpaba. Y aunque el oficio del predicador es el del Momo, reprehender todas las costumbres humanas; pero los predicadores pretendientes, a ratos, toman el oficio de la Euterpes. A Mercurio pintaban entre un perro y un caballo. Era Mercurio el intérprete de los Dioses, como acá el predicador, que ha de ser como caballo. Y San Gregorio, c. 19 de Job, gasta muchos capítulos en comparar al predicador con el caballo, que es un animal animosísimo, que en tocando las cajas y las trompetas, arremete y se entra por mitad de las picas. También el predicador es como el perro que ha de ladrar, y aun morder a ratos. Y así soñó la madre de Santo Domingo, estando preñada dél, que paría un perro para el oficio de predicador, que después tuvo el Santo y toda la Orden. Desdichado del poderoso que con amenazas o promesas tapa la boca al perro contra el mandato de Dios; así entendido por algunos, c. 25 del Deuteronomio: Non alligalis os bobi trituranti. Al buey que fuere con el trillo, que diximos poco ha, trillando y cortando vicios en el sermón, no se le ate ni tape la boca. ¡Y desdichado dél, si se la dejare atapar!

No han de ser tampoco las reprehensiones del sermón, como sátiras no más de para picar, y notar y afrentar. Lo que fuere pecado claro remediable hase de reprehender, pero sin infamar las personas, ni señalarlas con libertad, quasi de plaustro loquentes. Y no solamente no ha de ser notada persona particular, pero ni aun una nación ni provincia particular; que aun los poetas satíricos en sus comedias se hicieron por esto tan odiosos que Alcibíades Emperador, habiendo sido motejado de no sé qué cosas en una comedia, mandó ahogar al autor en la mar, diciendo: Tu me in scaena saepe mersisti; ego te in mari. Y luego se hizo ley pública que vedó las tales comedias. Y aun esas mismas reprehensiones generales no se han de dar con aspereza, hierro a hierro, sino con alguna suavidad, como el cauterio que se da con oro, que, aunque hace su efecto de quemar, no causa dolor ni haze daño, como el que se da con hierro. Así es la reprehensión dada con amor, que es comparada al oro. Y como lo que se asa, si no se unta con manteca o tocino, suele quemarse, así la reprehensión, si no va untada con alguna blandura o suavidad amorosa, quema y no asa con sazón. Cerca desto sería bien leer a San Gregorio, lib. 27, Moral, caps. 22 y 23. También en esto de las reprehensiones es menester mirar que sean a propósito de las costumbres y vicios del auditorio. Y si es recién venido el predicador, hase de informar de las costumbres del pueblo antes que predique. Tulio, II De Oratore: Ad consilium de republica dandum caput est nosse rempublicam, ad dicendum, vero probabiliter nosse mores civitatis. Algunos venían a la Corte y a Palacio de nuevo, que entraban luego reprehendiendo a diestro y a siniestro cortesanos y aun Reyes, y daban por cima de la cuerda, riñendo lo que allí no pasaba ni aun por pensamiento. Y como en la tienda del platero él y los oficiales dan muchos golpes con los martillos en la pieza de plata que labran, pero si entra uno de fuera que no es del arte, y da un golpe solo, se enojan con él y le quitan el martillo de la mano, y con razón, porque como los oficiales saben dar los golpes con arte y donde lo han de dar, con ellos labran y perficionan la pieza de plata; pero un solo golpe del que no sabe, la abolla y estraga, así los predicadores que saben qué teclas han de tocar en palacio, y auditorios graves y vulgares, reprehendiendo, aprovechan, porque lo hacen con arte; pero el que, a troche moche, sin saber por do va la danza, da golpes reprehendiendo lo que no sabe si hay, ni cómo se ha de tratar, ofende y hácese odioso, de manera que no es mucho que le quiten el martillo de la mano.

A este documento pertenece considerar cómo y cuándo debe el predicador mover a lágrimas al auditorio. Y verdaderamente es don de Dios el poderlo hacer y el ser los oyentes fáciles y tiernos para ser movidos. Predicadores hay tan fáciles a llorar que lo hacen al Persignum crucis. Pero dejado a parte lo que es natural y don de Dios, el predicador cuando predica la pasión de nuestro Señor o la soledad de nuestra Señora o otras cosas así tiernas, o hace exclamaciones mirando a un Cristo, o trata de otras cosas así afectuosas, no ha de procurar llorar ni hacer llorar con cuidado o fuerza, sino decir tales cosas y con tanto afecto interior y tal devoción, ganado lo uno y lo otro en la oración, que el auditorio, naturalmente, conciba el mismo sentimiento; que desta manera el mover a lágrimas es de mucho prouecho, como enseña San Agustín, IV De Doctrina Christiana, caps. 24 y 25; pero esotras lágrimas, a sabiendas, o que no nacen de afecto vivo, son de muy poco provecho y dura, como dixo Apolonio, lib. I De Conventione, en griego: Lacryma nihil citius arescit. Tulio solía con sus oraciones hacer llorar, y muchos lloran en los sermones; pero no todos se aprovechan. Yo he juzgado siempre por mejor razones vivas y fuertes que aprieten, que gritos y lágrimas, que antes de salir de la iglesia se enjugan y olvidan, y las razones por mucho tiempo duran, dando garrote a un corazón. Con todo eso, cuando a fuerza de razones y afectos interiores del predicador, mostrados con voces eficaces, se pueden sacar lágrimas, es cossa excelente y alabada por San Agustín, IV De Doctrina Christiana; capítulo 24. Y habiendo predicado el Santo contra ciertas discordias públicas, dice: Non tamen egisse aliquid me putavi, cum eos audirem aclamantes; sed cum flentes viderem... Ad huiusmodi autem duritiam flectendam debet granditer dici, con afectos de dentro y voces vehementes de fuera.

A todo lo que queda dicho en este capítulo podrían decir los predicadores que, si siempre reprehenden, se harán mal quistos y serán perseguidos; no tendrán oyentes ni el aplauso general y popular que tienen los que predican dando gusto. A éstos respondo, lo primero, que si el predicador fuere perseguido y le afligieren, no ha de dejar por eso el oficio, que, aunque es verdad que, para inventar, disponer y predicar un sermón, es menester no tener el coraçón acosado, sino sereno, como dijo el otro para hacer versos: Carmina proveniunt animo deducta sereno; pero, con todo esto, el predicador atribulado suele hacer más prouecho, sin comparación, que el que está contento, regalado y favorecido. Los lirios dicen que ablandan los dientes del elefante, con ser tan duros. Y pues los predicadores son dientes, que han de morder los vicios, no han de estar deliciosos y gustosos, que los contentamientos y favores temporales naturalmente ablandan el alma, como el lirio los dientes del elefante; y si el alma está blanda, no podrá morder fuertemente, como debe. De los predicadores declara un doctor aquello del salmo: Bene patientes erunt ut anuntient. Han de padecer para predicar. Pondera divinamente San Ambrosio sobre el cap. 4 de San Lucas en aquella palabra Consumata omni tentatione, que Job calló muchos días, hasta estar bien molido de trabajos, porque, para hablar de Dios y sus misterios, es gran disposición haber estado muy atribulado y paciente. Y concluye: Fortiores itaque sermones aegri hominis, quam illorum, qui non agrotabant. Y Crisóstomo sobre la epístola Ad Ephesios, homilía 9, en aquellas palabras: Obsecro itaque vos ego vinctus in Domino, dice que más fuerza hacía al auditorio la cadena de San Pablo que sus sermones, porque un predicador afligido, como se llega más a Dios, enciéndese más, y enciende más al auditorio. De manera que si el predicador, por decir verdad, fuere reprehendido, tanto más merecerá y aprovechará.

Lo segundo respondo: que si por hacer bien su oficio y dejarse de flores no tuviere grandes auditorios, no por eso han de desdecir de lo que deben; que no es disculpa bastante, sino vergonzosa, como dice Crisóstomo en la homilía 38, Ad populum antiochenum, poco después del principio, donde riñe muy bien a los que, por ser el auditorio aficionado a cosas que deleiten, se dan a predicarlas, como dice que no está disculpado un padre, que al hijo enfermo le da lo que el hijo apetece y gusta, dejando de darle lo amargo, que el médico receta. Antes, conforme a doctrina de San Gregorio, si el predicador echa de ver que el auditorio le sigue y busca por oír curiosidades, y no por el prouecho, ha de dejar de predicar, y no andarse tras el gusto y aplauso del auditorio, que pocas veces se junta con el aprovechamiento de las almas. Aun en la oratoria y poética profana no se juntan bien mover y procurar el aplauso popular, como dijo Séneca en la epístola 103: Cum antiquus Poeta ait: laus alit artes, non laudationem dicit, quae corrumpit artes. Nihil enim aeque et eloquentiam et omne aliud studium auribus deditum viciavit, quam popularis assensio. Platón, en su República, trae este ejemplo: Si el médico ha de agradar a niños, no les ha de dar purgas, sino volverse pastelero o cozinero, para darles gusto, y que le alaben. Y así habrá de hacer el predicador, si desea agradar al pueblo, que es niño por la mayor parte. Y por eso dice San Pablo: Nolite pueri effici sensibus. Tanto es esto verdad, que obliga San Gregorio al predicador a que deje de predicar, si vee que le siguen por curiosidad, y no por prouecho. Y en este sentido declara aquellas palabras de Job, cap. 31: Si expavi ad multitudinem nimiam, et despectio propinquorum terruit me, et non magis tacui, nec egressus sum ostium. Como si dijera: no he temido, si tengo muchos oyentes, que se me saldrán si no les digo curiosidades, ni he temido que mis amigos y secuaces me tengan en poco, por predicar solamente al provecho; antes atropellando todo esto me resolví de callar, y no predicar ni que me saliesen mis conceptos por la puerta de mi boca. Y trae por exemplo a Cristo, que a muchas preguntas, que le hizo Herodes, no le respondió palabra, aunque sobre ello fuese escarnecido, porque vio que no pretendía Herodes provecho, sino oírle o verle algún milagro, por curiosidad, como dice San Lucas, 23. Esta doctrina sigue San Pablo, II ad Corinthios, cap. II: Non sumus sicut plurimi adulterantes verbum Dei, sed ex sinceritate, sicut ex Deo, coram Deo in Christo loquimur. Pretendo de mis sermones, dice el Apóstol, hijos legítimos, que son enmienda de vicios y planta de virtudes, y no hijos adulterinos, que son mi crédito y honra y el aplauso popular. Así como Dios me enseña, sin más buhonerías, lo predico, como quien está en la divina presencia que lo oye. ¿Pues en qué veremos cuándo el auditorio viene por sola curiosidad? Responde Gregorio, cuyo es todo lo que vamos diciendo: Si auditores nostri et semper laudant, quod audiunt, et nunquam quod laudant sequuntur. Los cuerdos oyentes desprecian el sermón que todo es curiosidades de letras humanas y lenguajes sin provecho para la voluntad, como si un navío viniese muy gallardo por el mar, hinchadas las velas, y muy pintado y dorado, haciendo salva, tocando clarines, y, llegando al puerto, los mercaderes lo hallasen sin carga para hacer empleo, claro está que burlarían dél. Por ventura por esto los recaudos, que Dios daba a los Profetas, se llamaban onus, carga; que el sermón, que no lleva carga, vano es. ¡Oh, qué palabras del Crisólogo, sermón 18! Qui maturitatis fructum quaerit, despicit amoena camporum: violae, rosae, lilia, narcissus, grati flores, sed gratior panis. Quod est odor naribus, hoc est auribus sermonis ornatus, quod dat panis vitae, hoc scientia dat saluti. Seponenda est ergo eloquantiae voluptas, quando scientiae deposcitur fortitudo. Concluyamos con Ezequiel, cap. XXXIII: Filii populi tui audiunt sermones tuos, et non faciunt eos, quia in canticum oris sui vertunt illos, et est eis quasi carmen musicum quod suavi dulcique sono canitur. Esto es lo que acaba de decir Crisólogo, comparando los sermones de curiosidades a flores y olores, y lo compara aquí Ezequiel a música para el oído, que lo uno y lo otro es impertinente para el sustento. Tulio, III De Oratore, asienta por proposición cierta que todas las cosas muy deleitosas luego enfadan y cansan, y lo prueba discurriendo por todos los cinco sentidos corporales muy elegantemente, cómo lo muy dulce al gusto, lo muy coxquilloso de la música al oído, etc., luego cansa y enfada, y lo moderadamente sabroso dura y se desea siempre. Y así el sermón o oración, como él dice, si todo va deleitando, cansa presto, y si tiene medianamente el deleitar y principalmente el aprovechar, es oído mucho tiempo. Y cuán verificado he visto yo esto. Que en algunos predicadores, que entraban en la Corte con sus cascabeles, predicando dulzuras y donaires, y llevándose con esto hasta cuaresma y media todo el mundo tras sí; que luego son dejados por enfadosos, perseverando otros predicadores substanciales diez y veinte años, sin salir de allí, tan llenas las iglesias como el primero día, porque predican principalmente al provecho, y tienen lo que basta para deleitar. De manera que de los oyentes que no buscan el provecho no hay que cuidar mucho, porque son como vasos de yedra, que, si les echáis vino y agua, se sale el vino por los poros de la yedra, y se queda el agua sola: así se quedan con solas las flores y juguetes del sermón, y se olvidan luego de la substancia, y así no hay que hacer caso del seguir y aplauso destos auditorios. San Hierónimo, escribiendo a Nepotiano De Vita clericorum, en el primero tomo dice: Docente te in ecclessia non clamor populi, sed gemitus suscitetur, lacrymae auditorum laudes tuae sint... Nihil tam facile quam vilem plebeculam et indoctam concionen linguae voluvitate decipere, qum quidquid non intelligit, miratur. Y prosigue adelante, trayendo a Tulio pro Quinto Gallo, harto a propósito para quien lo quisiere leer. Séneca en la epístola 29 disputa si es bien enseñar donde se han de aprovechar muy pocos, y no la mayor parte, y trae la opinión de Diógenes, que decía que sí; pero confútala diciendo: Hoc non existimo faciendum magno viro, diluitur eius auctoritas, sagittarius enim, aliqaundo ferire debet, sed aliquando deerrare, etc. Tanto quiso Séneca como esto despreciar el auditorio numeroso de mucho aplauso y poco provecho. Pero parece que da ya con otro extremo vicioso, contra lo que debe hacer un predicador cristiano que, por sólo uno que se entienda que se ha de aprovechar de su sermón, ha de predicar. Pero cierra Séneca con una sentencia brevísima y substancialísima: Aestimes juditia cum numeres. No nos habemos de seguir por muchos oyentes, sino pensar si son cuerdos y deseosos de aprovecharse. Y en la epístola 7 trae de Demócrito: Unus mihi pro populo est, et populus pro uno. Y de otro autor incógnito: Satis sunt mihi pauci, satis est unus: satis est nullus. Epicuro escribió un tratadillo para sólo un amigo, como yo éste para vos solo, y dice: Ego non multis, sed tibi; satis enim magnum, alter alteri teatrum sumus. Quiero acabar todo este pensamiento con lo que le pasó a un autor de comedias en tiempo de Platón, que, representando una, y estando en lo mejor della, pasó una danza de cascabeles y moharraches, y el vulgo dejó la comedia, y se fue tras la danza, que eran las comedias entonces todas en seso. Con esto los representantes comenzaron a desmayar y turbarse, y díjoles el autor: «¿De qué os alborotáis? No falta nadie. ¿No veis ahí a Platón?» (que se hauía quedado sesgo). De manera que un solo oyente vale por mil, y no se ha de estimar el auditorio por grande, sino por cuerdo y deseoso de provechos. No os puedo negar lo que dice Tulio, II De Oratore: Fit autem, ut quia maxima quasi oratori scena videatur contio, contionis natura ipsa ad ornatius dicendi genus excitetur, habet enim multitudo vim quandam talem ut quemadmodum tibicen sine tibiis canere, sic orator, nisi multitudine audiente, eloquens esse non possit. Y esto en hora negra nos hace estudiar y decir juguetes, y no apretar en las reprehensiones y veras, por tener muchos oyentes. No os digo más de aquel verso de Horacio:


Omne tulit puntum qui miscuit utile dulci.






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Capítulo IV

De otros documentos para la invención o materia del sermón


Hay otro documento muy necesario, anejo al del capítulo pasado, y es que el predicador so color o celo de reprehender vicios no ha de vengar en el sermón sus injurias, ni manifestar sus pasiones, reprehendiendo, por jabonar a sus contrarios. Como si un predicador hubiese predicado o mordido a otro en su sermón, no ha de querer el agraviado satisfacerse cuando predicare, que es cosa muy perniciosa para el buen logramiento de la palabra de Dios. ¡Y qué negro de usado está ello, que en oyendo el pueblo que un predicador motejó a otro, si sabe que el motejado predica, se le hinche la iglesia para ver cómo se satisface! Mirad qué buena manera de predicar a Jesucristo, qui cum malediceretur non maledicebat, et cum pateretur non comminabatur. Antes los predicadores han de andar muy conformes así en la amistad, como en la doctrina, a pesar de oyentes chismosos y zizañadores. Los discípulos de Cristo y de San Juan, tocados de celos, cuál de sus maestros tenía más oyentes, solían llevar consejas a los mismos maestros; pero Cristo respondía: -Toda es una doctrina: predique y baptice Juan en hora buena, que en eso veo mi gozo cumplido. Y San Juan, estando preso, envía desde la cárcel a sus discípulos que oigan a Cristo. Y el mismo Cristo iba a oír a San Juan. Vidit Jesum venientem ad se, no para aprehender, sino para ejemplo. Un mismo tema predicaban ambos: Poenitentiam agite; y una mesma doctrina. Oigamos a San Pablo los predicadores, que dice: Implete gaudium meum ut idem sapiatis unanimes, et ipsum sentientes, nihil per contentionem, neque per inanem gloriam, sed in humilitate superiores sibi invicem arbitrantes omnes. ¡Oh qué grande hacienda se haría desta manera, y no lo que el uno predica, deshacerlo el otro, y lo que el uno no absuelve, lo absuelve el otro! Si todos anduviésemos a una, gran poder tendrían los predicadores y confesores. Cristo en una parábola se comparó a uno que hacía un convite y envió un criado suyo que forzase a cuantos hallase en las plazas y en las calles a que entrasen a comer el convite. Pues ¿cómo uno solo había de poder forzar a tantos? No uno, sino muchos predicadores y confesores en tanta conformidad que son como uno solo. Y desta manera podíamos llevar al pueblo donde quisiésemos. Preguntó Cristo a los Apóstoles: Vos autem quem me esse dicitis? Y respondió Pedro: Tu es Christus filius Dei vivi. ¿Cómo, preguntando a todos, responde uno solo? Porque en la escuela de Cristo lo que dice uno eso sienten y dicen todos. Y así es razón que andemos muy conformes los predicadores, y no saquemos nuestras pasiones y venganzas a los púlpitos.

Otro documento he tenido siempre por muy cuerdo que es hijo del que acabamos de decir, que es que el predicador nunca ha de tratar de primera persona. Quiero decir que en el sermón ni se alabe, ni se abata, ni encamine y funde la razón y justicia de sus pretensiones, ni diga casos que a él le hayan acontecido, si no fuese alguno muy raro y de gran edificación, y de donde no se le pueda seguir jactancia ninguna. Al fin, en el púlpito no se ha de hacer más que predicar, que es hablar con los oyentes de parte de Dios. Y todo lo demás, que se hace, no es predicar, y así sobra y se ha de quitar de allí. Como es todo lo que se encaminare a aficionar los oyentes a la persona del predicador, que es género de traición, como si el paje, que lleva recaudos de su amo a su esposa, quisiese decirlos de arte que la aficionase a sí mismo, y no a su amo.

Otro documento daremos cerca de la materia del sermón, en que hay diversas opiniones entre los muy devotos y espirituales predicadores por una parte y por otra. Unos que no estudiaron más que a Aristóteles y Santo Tomás son de parecer que en el púlpito no se han de traer cosas humanas, y abominan el estudio dellas reciamente. Otros, por otra parte, son tan negro de humanistas que la mayor parte del sermón se les va en esto. Y esta segunda opinión es abominable, porque habiendo tantas y tan lindas cosas en la Sagrada Escritura y santos, y en autores de veras, siendo el púlpito lugar dellas, es de gran profanidad hinchirlo de burlas y dexar diamantes por claveques, que, aunque valen algo, es muy poco, y en comparación de los diamantes es nada. Así que es cosa muy reprobada por los santos y autores graves, llenar los sermones de humanidades, dejándolos ayunos de Escritura y santos. Pero la otra opinión es muy rigurosa, porque los mismos Santos Doctores, como parece por sus escritos, estudiaron, supieron y dijeron en sus libros y sermones algunas cosas de letras humanas, y aconsejan y alaban esto. San Agustín, II De doctrina christiana, cap. 4, etc.; lib. VIII De Civitate Dei, capítulo XI; San Jerónimo, escribiendo a Dámaso, en la homilía del Hijo pródigo y en la carta Ad magnum oratorem; San Basilio, en una homilía Ad adolescentem; Theodoretus, lib. X De curandis graecorum affectibus, y en el fin del lib. 2. San Cipriano mártir dice que, como fue lícito a los hebreos tomar las joyas de oro y plata de los gitanos e irse con ellas, tanquam ab injustis possessoribus; así nosotros podemos hurtar de los libros de autores profanos cuanto bueno halláremos en ellos, como de injustos poseedores. Clemente Papa dice estas palabras: Cum ex divinis Scripturis quis firmam regulam veritatis susceperit, absurdum non est, si aliquid ex eruditione comuni ac liberalibus studiis, qum in pueritia forte attigerit, ad assertionem dogmatis conferat translatio. San Gregorio Niseno en el sermón de la Pascua dice que las fábulas no sirven para probar las verdades de nuestra fe, sino para declararlas, y así trae allí una fábula con que declara la resurrección de Cristo Dios. Crisóstomo en la oración a los Alexandrinos trae aquel adagio antiguo: Gratias musis commiscere, alabando el entretexer algunas flores y gracias con las consideraciones de veras. San Agustín, en el lib. 3, Confessionum, particularmente en el cap. IV, dice que el libro de Tulio, intitulado Hortensio, le revolvió el alma y le quitó los deseos y antojos vanos enderezándoselos a Dios. Orígenes, sobre el cap. VII de los Cantares, en aquellas palabras con que se dice de la esposa: Venter tuus sicut acerbus tritici vallatus liliis, dice que los sabios cristianos han de adornar el trigo substancial de la Sagrada Escritura, cuando la lean o prediquen, con lirios y flores de letras humanas. Santo Tomás, 1 p., q. 1, partícula 5, declara desta manera aquellas palabras de la Sabiduría, donde después de habelle edificado su casa, se dice que vocavit ancillas suas ad arcem. Boecio, mártir, en su libro De consolatione, dice del que no sabe letras humanas que antes que las haya estudiado non esse indoneum cui semina commitantur. Y quien quisiere ver más cosas destas podrá leer al Maestro fray Melchor Cano De Locis theologicis; Sixto Senense, libro séptimo de su Bibliotheca, Haeresi nona, ad octavum; Pereira, libro primero In Danielem, verbo Pueris autem his; Orígenes, homilía segunda sobre el Éxodo; Torres, en el prólogo de su Filosofía moral de Príncipes; Fonseca, en el prólogo de la primera parte De vita Christi, donde califica por escandalosa la opinión de que no se han de traer humanidades, por ser contra el uso y doctrina de tantos santos.

Y a la verdad, como entre las espinas se hallan llores, y en los montes eriales se hallan hierbas provechosas, así en los libros de humanidad, y aun de vanidad, se hallan razones muy provechosas para la confirmación de nuestra fee y erudición de nuestras costumbres. Porque, como dice Gosopio en su Indosística, y Alabano y Numenio, hablando de Platón y de otros filósofos y poetas, cuanto bueno tienen estos filósofos lo hurtaron de la Sagrada Escritura, del Testamento Viejo, y lo cubrieron con sus fábulas y enredos. Y aun también los mismos escritores de los Libros Canónicos tomaron muchas cosas de la humanidad y poesía, como San Pablo, que por tres veces trae versos de poetas. Y San Cirilo Alexandrino dice que aquella visión de Jeremías Virgam vigilantem ego video, fue alusión, y tomadas las palabras de los jeroglíficos de los egipcios, donde al príncipe o al pastor le pintaban por una vara con un ojo encima. Claro está que Job trae muchas cosas de humanidad, y que sin letras humanas mal se pueden entender, y en particular aquellas palabras: Dulcis fuit glareis Coccyti. San Gregorio, Lyra y Hugo dicen que toca una fábula poética del río del infierno que los poetas fingían. No querría que me opusiese alguno lo que escribe San Jerónimo en la carta Ad Eustochium: que le hizo Dios azotar una noche entre sueños, y amaneció todo acardenalado porque era muy estudioso de Tulio; porque el mismo Jerónimo escriuiendo de propósito acerca desto a Rufino dice que esto fue sueño imaginario, como la fábula del caballo Pegaso o la invención de Dédalo. Y así lo creo yo por tres autores graves que confutan lo de los azotes de San Jerónimo, y porque le creo más a él cuando revuelve sobre ello, deshaciéndolo, que cuando lo escribió para la doncella Eustoquio, para espantarla, y que no leyese mucho en libros humanos.

Digo, pues, que entre estas opiniones se ha de tomar un medio de leer y traer los autores profanos, lo primero en la mocedad, como dijo Séneca en la epístola 89, lib. 2, con sobriedad y cautela, para no tomar dellos sus errores y ruines costumbres y maneras de hablar, sino sólo lo bueno y curioso; porque, como dixo Plutarco en el libro Quomodo sint adolescentibus audiendi poetae, son estos poetas, como dixo el adagio que trae allí Plutarco polypi caput, porque la cabeza del pulpo tiene algunos bocados provechosos y otros dañosos. Aborrezcamos, pues, en ellos, no su elegancia, sino sus errores, como dixo Agustino, I Confessionum, hablando de Homero: Non accuso verba, quasi vasa electa atque pretiosa: sed vinum erroris quod in eis nobis propinabatur. Y en la epístola segunda dice de sí que cuando leía los libros de otra secta como los de Epicúreo, soleo in aliena castra transire non tanquam transfuga sed tanquam explorator. De manera que como Alberto Magno, lib. 24, cap. 1, dice que los peces del mar, aunque andan nadando en agua salada, se mantienen de la grasa del agua dulce que está mezclada con ella (y de que haya agua dulce en la salada de la mar tenemos evidencia porque con vasos de cera delgados se recoge agua dulce de en mitad del mar, porque se trasmina por la cera quedándose la salada fuera), así en los estudios de humanidad podemos sacar lo dulce y provechoso sin tragar lo salobre. Finalmente ha de ser este estudio no nimio, sino antes pareo, que aun el Emperador Antonino daba gracias a los dioses quod magnos in Poetica et Rhetorica reliquisque studiis progresus non fecerit.

En cuanto a traer estas cosas en el púlpito, mi consejo sería con distinción. Porque, o la humanidad es verdadera o falsa. Si es verdadera, como historia natural, propiedades de piedras, ríos, hierbas, animales, etc., o historia política, como las que escribieron Polibio, Metástenes, Tito Livio, Curcio y otros; destas cosas tales puédense traer cuatro, seis u ocho puntos en un sermón, y lo mesmo digo de dichos de filósofos, como Aristóteles, Plutarco, Sócrates, Diógenes y Séneca; aunque de Séneca nunca sobra nada, ni he leído autor que con menos palabras dixese mayores sentencias, y que más aprieten y tapen la boca a un entendimiento. Pero, si la humanidad es fingida con jeroglíficos y fábulas, habemos de andar parcísimos. Lo de los jeroglíficos ha cundido de manera que hay predicadores que los componen de su cabeza, fingidos al propósito de lo que quieren decir, y fingen la ninfa y el sátiro con una letra que decía etc. Un jeroglífico o dos, cuando más, en un sermón, si son de Alciato o Pierio Valeriano u otros autores simbólicos, pueden pasar. Pero en todo un sermón: «Pintaban los antiguos». Sí, que no eran todos pintores, que otros oficios también harían los antiguos. Y esto, de: «Una letra que decía...», basta una vez en cincuenta sermones. Una fabulilla de cuando en cuando es una perla; pero cuando se traigan estas cosas, particularmente si tocan en amores, hanse de deçir sin preámbulo ni encarecimiento, sino antes con desdén, y como quien las arroja y menosprecia. Como si dixésemos: «La otra loca torpe, que la vanidad poética hacía diosa de las aficiones, y la burlería de su hijuelo, todo mentira». O si dixésemos: «La antigüedad ciega fingía tal y tal cosa. Tomémoselo en buen sentido, a su pesar». Quiero cerrar este documento con aquellas palabras de Jeremías, cap. 23: Propheta, qui habet somnium, narret somnium, et qui habet sermonem meum, loquatur sermonem meum vere, quid paleis ad triticum? Los predicadores, que tratan de predicar sus sueños, hinchan sus sermones de fábulas y pinturas, que el predicador de veras no ha de predicar sino grano de palabra de Dios, en cuya comparación, las fábulas y jeroglíficos son paja; salvo, si, para que el auditorio coma el grano y no se acebade fuere menester mezclar un poco de esta paja.

De lo dicho se colige que también se han de traer pocas veces versos de poetas en el sermón, si no fuere algún versico muy a propósito, porque el exceso en esto enfría el auditorio, y no ganan nada los cascos del predicador, especialmente si dixese alguna cosa de romance, que desto se ha de guardar, si no fuere tan grave que edifique, como quien dixese lo de don Jorge Manrique: Nuestras vidas son los ríos, etc. Pero otras coplas, aunque vengan a propósito, no se han de decir así trobadas como son, sino desleírlas casi en prosa, pero de manera que en alguna palabra se entienda que fue verso.

Sobre todo advierto que nunca se ha de citar el autor del verso, a lo menos Ovidio, Marcial, Garcilaso, Montemayor u otros así que trataron materias vanas y lascivas. Bastará decir «allá vuestro poeta», o «el otro en sus devaneos»; aunque, si fuesen Virgilio, Homero, Horacio, podríanse nombrar con algún encogimiento y un poco de desdén, y no enjaguándose la boca con ellos, como si citáramos a San Jerónimo.

Anexo es a lo que habemos dicho, que tampoco se han de traer demasiadas comparaciones, que es de predicadores mozos, y la flor y hervor de la juventud se las ofrece. Bastarán siete u ocho comparaciones en un sermón, si son buenas y vivas; que, si son frías, mejor es dexarlas. No se han de traer de materias tan subidas y extraordinarias, que no se entiendan, como de aspectos de planetas, de labrar o apurar el oro en las minas, si no fuese el predicador de tan claro entendimiento que lo diese a beber, ni tampoco se han de traer de cosas viles y rateras que envilecen el sermón.

Cerremos este capítulo con vedar en todas maneras al predicador el decir gracias y donaires en el púlpito, que hagan reír al auditorio. No hablo del donaire natural con que el predicador, sin pensar ni querer que se rían, dice la razón con tanta propiedad y sal, que forzosamente alegra y a veces hace reír. Pero Dios nos libre de procurarla, antes, al se advierte y previene que algún donaire haya de causar risa, no se ha de decir en manera ninguna, porque es echar un jarro de agua en el hervor de la olla decir una chocarrería en el sermón, que hiela cuanto se ha dicho, y pierde la fuerza lo que se ha de decir. Acordémonos de San Pablo que en el número de algunos vicios, que han de huir los eclesiásticos, pone scurrilitas quae ad rem non pertinet. Tulio, como profano, en el II De Oratore permite decirse gracias y donaires para hacerse agradable el orador; pero dice que no se han de enseñar ni aprender por arte, que serían frialdades, sino venirse naturalmente, si un hombre es festivo y donairoso de sí mismo. Y quiero poner las palabras de Tulio, que no las acertaré a traducir con la fuerza que ellas están: Suavis autem est, et vehementer saepe utilis iocus et facetiae, quae, etiamsi alia omnia tradi arte possunt, naturae sunt propria certe, neque ullam artem desiderant. Tu quibus tu longe aliis, mea sententia, Caesar, excellis; quo magis mihi etiam testis esse potes, aut nullam esse artem salis, aut si qua est, eam nos tu potissimum docebis. Al fin digo que no se han de decir donaires; pero el buen donaire en el decir, ni se puede ni se debe reprimir.




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Capítulo V

Del postrero documento para la invención


El último documento para la materia del sermón es casi el más necesario, y consiste en buena prudencia con que todo lo que se traxere predicando sea a propósito del auditorio donde se predica, como enseña San Gregorio, I. 17, Moral, cap. XII; Tulio en el I De Oratore, y otros. Cosas hay buenas para predicar en la Corte que no serían para Salamanca, y al contrario. Y sermones prediqué yo en Palacio que no se podían predicar en una iglesia de monjas. De manera que el día que nos encargáremos de un sermón, habemos de considerar qué género de auditorio puede y suele juntarse allí, y como se fuere estudiando y mirando materia para predicar, de ella misma se ha de ir escogiendo punto a punto, y lo demás, aunque sea bueno, dejarlo, como enseñó Horacio:


Ut jam nunc dicat, jam nunc debentia dici
Pleraque differat et praesens
(id est oportunum) in tempus omittat.



Que no porque un punto sea delgado, se ha de traer en cualquier auditorio, sino guardarlo para tiempo sazonado y buena ocasión. Esta doctrina tiene Horacio por principio y fuente de escribir buenos libros, y lo mismo de predicar buenos sermones.


Quid deceat, quid non, quo virtus, quo ferat error.
Scribendi recte sapere est et principium et fons.



Trae a este propósito San Gregorio aquellas palabras de Job: Qui ligat aquas in nubibus suis ut non erumpant pariter deorsum. Si toda el agua de la nube cayese junta de golpe, arruinaríase la tierra, llevaríase la grasa, causaría argaviesos y avenidas que arrancasen los árboles, anegasen las casas, etcétera. Y por eso la va Dios detiniendo, que caiga como cernida, para que aproveche. Así, dice San Gregorio, si toda la sabiduría, que infundió Cristo a sus Apóstoles, como a nubes, la llovieran en sus sermones junta y de golpe, ahogaran el auditorio simple y popular. Nam si scientiam sanctam, ut audiebant corde, ita ore funderent, inmensitate eius auditores suos potius oprimerent quam rigarent. Hase de repartir la doctrina del púlpito cernida conforme a la capacidad del auditorio, que así daba San Pablo leche a los pequeñuelos, comida a los mayores. No enseñemos ni reprehendamos de golpe al auditorio, sino como llueven las nubes; asentalles la mano poco a poco, de lo bien cernido, y así aprovecharemos. También trae San Gregorio para esto el ejemplo de Cristo, que estando en la barca de San Pedro, rogavit eum a terra reducere pusillum, et sedens docebat de navicula turbas. No quiso predicar en tierra, sino embarcado, o porque el predicador ha de estar apartado de la tierra para predicar, o porque no ha de predicar cosas de tierra. Pero, ¿por qué no se engolfó sino pusillum? Porque el predicador que predica a pueblo vulgar no se ha de engolfar en piélago de misterios que no se entiendan, ni, si predicare a reyes, se ha de meter en reprehensiones ni materias de Estado, sino pusillum, un poquito, apuntando y no más. San Pablo en los Actos, cap. XVI: Opto omnes qui audiunt hodie fieri tales qualis et ego sum, exceptis vinculis his, porque no hallaba a los oyentes capaces de predicalles grillos y cadenas por Jesucristo. San Cipriano escribe contra Demetriano idólatra, probándole la verdad de la fe con buenas razones y no letras de Sagrada Escritura. Parece ser que hubo quien reprehendiese al Santo por esto; pero tomó su defensa Lactancio Firmiano en el lib. 5 contra los gentiles, y prueba que Cipriano hizo muy bien, porque el idólatra no admitía Sagrada Escritura; y el que predica o enseña o escribe se ha de acomodar con el que lo oye o leo. Un autor moderno, aunque no mucho, trae para esto: Concrescat ut pluvia doctrina mea, fluat ut ros eloquium meum, porque el predicador, que es la nube que llueve doctrina del Cielo, unas veces ha de llover a cántaros y otras veces a gotas como rocío, conforme al auditorio y a su capacidad, delicadeza o grosería. Cerremos con lo que dixo Cristo a este propósito: que no se ha de echar vino nuevo fuerte en odres viejos, porque los odres se rompen y el vino se derrama, y no es bueno remendar con paño nuevo el agujero del sayo viejo, porque el remiendo nuevo se pierde y desgaja luego, quedando mayor el agujero de lo viejo. Que ambas comparaciones vienen a enseñar que se ha de sembrar la doctrina evangélica a propósito de los auditorios.

Cosas hay que son para todos los auditorios, como la fealdad del pecado, la incertidumbre de la hora de la muerte, etc., y éstas en cualquier sermón son a propósito; pero predicar en un monasterio de monjas las calidades que ha de tener uno para ser obispo, y en uno de frailes predicar el día de la Magdalena contra los afeites y galas, ¿qué tiene que ver en buena prudencia? Pues en verdad que se ha visto todo esto. Verdad es que, si el predicador tiene prudencia, con un poco de destreza, podrá lo que se estudió para príncipes, mutatis mutandis, torciéndolo un poquito, aplicarlo a las justicias y aun a padres de familias; y lo que se dice para obispos, aplicarlo para todos los eclesiásticos, y así se pueden mudar otros discursos a este tono. Esta ventaja tiene el que predica en la Corte y lugares grandes, que, como hay de todo, todo es a propósito. ¡Ay del que predica en ruines lugares, donde fuera de las materias comunes de pecado, muerte, infierno, etc., no se puede tocar sino en dos o tres especies de vicios familiares a la tierra, y aun luego señalan con el dedo a quien le toca! Al fin queda probado que por excelente que sea un punto es yerro decirlo, si no es en su lugar y propósito, como dijo Horacio de un pintor que no sabía pintar cosa buena, sino un ciprés, y en cuantos cuadros le daban a pintar, ponía luego su ciprés, aunque fuese la pintura de un navío en mitad desa mar. Et fortasse cupressum scis simulare sed non erat is locus. En una huerta de frailes o en un claustro está bien un ciprés; pero en un jardín de flores es un árbol infausto y de mal agüero. Pero el que sabe pintar bien un ciprés, como el predicador que sabe bien una curiosidad, halo de encajar aunque venga a pospelo.

Para donde es menester más prudencia son los auditorios de los reyes, porque verdaderamente no han de ser reprehendidos en público ellos ni los prelados, de manera que el pueblo eche de ver sus faltas, porque ellos se irritan, y no quedan aprovechados; y el pueblo les pierde el respeto, y se huelga, casi por modo de venganza, que les asienten la mano en el púlpito. Muchas cosas trae a este propósito Simancas en sus Instituciones católicas, verbo praedicatoris, n. 9, 10 et 11, donde trae decretos de concilios y otras autoridades en que se prohíbe so graves penas el reprehender a los obispos y príncipes en público; y trae al Concilio Senense In decretis morum, caps. XXXV y XXXVI, y la Clementina I, párrafo l.º, de Privilegiis; el Concilio Lateranense sub Leone X, sessione 11; y a Gabriel, Sobre el canon, lección 77. De todo, sólo referiré las palabras del Concilio Vienense, Clementina 5: Religiosis in virtute sanctae obedientiae et sub interminatione maledictionis aeternae districtius inhibemus ne in sermonibus suis Ecclesiarum Praelatis detrahant. Léase a este propósito Crisóst. en la Hom. 1 Ad populum antiochenum; y entre los muy modernos, trata bien desto el Padre Torres en el prólogo de su Filosofía moral de Príncipes.

Lo que se suele oponer contra esto es que San Juan Baptista reprehendió en público al rey Herodes de su amancebamiento. Y aunque comúnmente se responde que lo hizo porque este era pecado público y escandaloso, lo que yo más creo es que lo reprehendió en secreto, como se colige de aquellos dos pronombres demostrativos: Dixit illi: non licet tibi habere uxorem fratris tui. De manera que parece que era hablando con él a solas; sino que él lo debió de parlar a la amiga, de donde sucedió la muerte del Baptista, y quiso Dios que se escribiese y se supiese todo. Verdad es que si los pecados de los reyes o prelados son públicos, y después de dichos algunas veces a sus confesores y a ellos con humildad y sumisión, no se enmendasen, especialmente siendo los pecados contra justicia, y habiendo esperanza que se enmendarían; y aun en caso desconfiado, para justificar la causa de Dios, y que no quede indefensa: lícito sería que el predicador, sub nube et quasi aliud agens, les apretase de manera que el príncipe lo entienda y le escueza, y el auditorio no le desprecio. Verdad es que es menester gran destreza para esto, y aun creo que ventura, porque algunos han reñido recientemente sin ofender, y otros por la primera han padecido, por dar porrazo y palo de ciego. Es menester muchos ojos para ver cómo se han de tocar y curar las heridas de sujetos tan delicados. Si como dicen que Cristo en la historia de la mujer adúltera escrebía en el suelo los pecados de los acusadores, de manera que cada uno entendía los suyos y los leía, y ninguno los ajenos; así, si los predicadores pudiesen dar a entender al príncipe los pecados, sin que los entienda el pueblo, éste sería gran primor; pero tendrálo a quien Dios se lo diere. Un gran cortesano hubo, en Madrid, que casi nunca oía sermones, y entraba siempre en la capilla del rey, el sermón acabado, y siempre preguntando: «¿Qué le dijo?, ¿qué le dijo?» Y es un cebillo de cortesanos, mayormente criados de los reyes, como era éste, oír que los predicadores asientan la mano a los reyes. Y habemos de procurar quitalles este cebo, pues no les edifica a ellos.

Lo muy dificultoso es predicar a un rey a solas, como lo introdujo su Magestad, que esté en el cielo, antes que Dios le llevase cuatro años, porque, por sus continuas enfermedades, no podía subir a la capilla. Y con haber yo hecho muchas liciones de oposiciones en veinte y quatro horas, y haber predicado en los mayores auditorios del mundo en latín y en romance, nunca me vi atajado, sino cuando me encargaron esto, por buscar cosas a propósito de un rey y del Evangelio. Y el rey estimaba y alababa al que esto sabía hacer. Con dos advertencias salgo desta materia de los reyes. La primera, que dende el púlpito no se ha de hablar con el rey a solas, como lo hacen algunos recién venidos a la Corte, que les parece que matan moro, si quitándose la capilla o el bonete, hablan un rato en el sermón con el rey en segunda persona. No se ha de hablar, sino en general: los príncipes, los poderosos, etc.

La segunda, que no se les ha de mirar de hito en hito a la cara con atención, considerando aquella magestad y grandeza; que alguno, habiéndole predicado muchos años, por haber hecho esto en un sermón, se le olvidó todo, y fue menester trabajo y astucia para volverlo a la memoria. Todo lo que he dicho de predicar a reyes se entiende aún con mayor rigor de predicar a privados de reyes, porque son más delicados y sensibles que los mismos reyes.

Por remate deste tratado de la invención, amonesto que siempre se ha de estudiar de nuevo qué decir en cada sermón, y siempre se hallará mucho. Esta obligación corre mayormente en la mocedad; que en la vejez aún bien se puede comer de lo ganado. Al que no estudia cada vez de nuevo, a dos por tres le echan de ver que se roza; y si es bodoque, como dije arriba, de alguna cosa humana, no hay hombre que no se acuerde que se dijo otra vez; que si es virote de cosas de Escritura o santos, todavía se sufre el repetillo de cuando en cuando, no todo un sermón, ni toda una consideración arreo, sino salpicando y mezclando, que con una misma baraja, si se baraja bien, salen diferentísimas primeras y fluxes. Lo que importa es estudiar de contino, que los que no lo hacen, sino que se contentan con tener un trienio, esles forzoso huir a otro lugar, y donde no, dexaránlo los oyentes; y es porque ellos dexan de estudiar de nuevo, que si lo hiciesen, siempre hallarían cosas nuevas, y así cada año serían recién venidos. Algunos preguntan si se puede predicar el sermón que ha predicado ya otro. Y yo distinguo. Si el que lo predicó primero era famoso predicador, no hay tomar su sermón para el mismo auditorio. O el predicador era vulgar. No se me daría un caracol de tomarle lo que dixo y hacerle parecer otra cosa, realzándolo con razones y ponderaciones diferentes. Al fin, no hay que afrentarse de predicar un buen punto diestramente, porque otro lo haya dicho antes; que, como dice San Jerónimo, en el proemio de sus Cuestiones hebreas, a Virgilio le dieron en cara con que hurtaba algunas cosas de Homero, y él respondió: Magnarum esse virium Herculi clavam extorquere de manu. Quien la supiese jugar tan bien como Hércules, o mejor.





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