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ArribaAbajo San Martín. Bibliotecario55

José Edmundo Clemente


La personalidad de San Martín siempre ha interesado a los cultores de nuestra historia; particularmente este año en que recordamos el sesquicentenario de su muerte. Por su hombría militar y por el legado cultural que dejara en América. De ahí la participación oficial de la Academia Argentina de Letras en esta evocación que es la de todos los argentinos.

No siempre se recuerda su legado cultural; su participación como fundador de bibliotecas. Como bibliotecario de América. Antes de emprender la increíble hazaña del cruce de los Andes para liberar a Chile y Perú, dona a la provincia de Mendoza parte de los ochocientos libros de su propiedad que había traído de Europa. Era poco frecuente entonces -y todavía lo es- la posesión de una librería tan extensa en un común aficionado a la lectura. Más aún si esa cantidad iba a ser trasladada muy pronto a las capitales americanas.

Cruzar la cordillera, transitar los pasos sinuosos y nevados que se deslizan a más de cinco mil metros de altura; los vientos fríos y cortantes, sufrir la puna, y los bordes agudos del sendero que lindaba con precipicios mortales, sólo para   —406→   llevar libros a las bibliotecas, hoy nos parece increíble. Mucho se criticó en su momento que tal esfuerzo debía estar reservado al transporte de armas y municiones, que bastante recargaban ya a la sacrificada tropilla de mulas.

El pensamiento de San Martín era claro y terminante. La pólvora no basta para liberar a los pueblos; cuando las armas queden en los gloriosos museos, el libro continuará la gran luz de la independencia. Solamente la cultura justifica la libertad. Tal era su pensamiento y su obra. Porque los libros también son elementos de combate. Son las armas del espíritu las que enaltecen a los pueblos. Y cruza la cordillera.

Conozco de cerca ese camino que en la actualidad lo hacemos en cómodos automóviles por cuidadas carreteras o en aviones que apenas nos dejan asombrarnos del paisaje de sus agresivos picos. Pero en 1817 y a lomo de mula, la visión era otra. Solamente el coraje suplantaba al peligro y solamente a un gran jefe se encomendaban los soldados. Porque la fe es la brújula de las grandes empresas.

Al bajar a Chile pasa revista de guerra a sus huestes y las alecciona para la gran batalla; sin descuidar el orden y la guarda de sus queridos libros. La libertad del Continente está en marcha. La fuerza en unidad con el espíritu serán invencibles. El poeta mayor de Chile, Pablo Neruda, dedica a San Martín uno de sus mejores poemas en Canto General. Homenaje de la poesía a su inspirador libertario.

Después de la victoria de Chacabuco, el gobierno de Chile le otorga a San Martín diez mil pesos fuertes que él dona para la fundación de la Biblioteca Nacional chilena, como un hito de su paso antes de proseguir el camino hacia Lima. Allí, conforme a su vocación ilustradora, luego del triunfo de las armas, fundará la Biblioteca Nacional del Perú con la donación completa de sus libros, menos cien ejemplares legados a la recientemente creada biblioteca pública   —407→   de Buenos Aires, hoy Biblioteca Nacional. Misión que cumplirá su yerno Mariano Balcarse.

Hombre de armas, aunque también de libros, San Martín tiene un merecido lugar en el recuerdo de la Academia Argentina de Letras, en este nuevo aniversario de su partida, que nunca será definitiva mientras las bibliotecas por él fundadas lo recuerden como su primer bibliotecario.

¿Qué leía San Martín? En el catálogo, cuya nómina posee el Instituto Nacional Sanmartiniano, encontramos, además de la bibliografía de práctica en un soldado ilustrado, obras de franco contenido humanista y de buena literatura. Entre ellos, Quevedo, Calderón de la Barca, Cicerón, La Bruyére, Voltaire completo, así también Plutarco, Rousseau, Montesquieu, Fénelon, las cartas de Abelardo y Eloísa, Vida de Juana de Arco, enciclopedias de Bellas Artes, diccionarios de América y otros de igual mérito entre los once cajones de la donación. Sin faltar La Ilíada, poema favorito de Alejandro Magno.

Para concluir mi admiración por nuestro Héroe Máximo, quiero recordar una anécdota personal. En momentos que estaba buscando terreno para el nuevo edificio de la Biblioteca Nacional, fui a ver al presidente Frondizi, quien me recibió con su habitual afabilidad. Se interesó por mi petición y me autorizó a revisar el catastro del Ministerio de Hacienda; solamente de tres predios fiscales disponía el gobierno, los demás pertenecían al municipio porteño. El doctor Frondizi me preguntó cuál elegiría usted. Sin demora le contesté: el de la ex residencia presidencial. ¿Por qué?, se interesó. Le respondí muy seguro: Porque está entre las calles Agüero, Austria, Las Heras y la avenida del Libertador José de San Martín.

San Martín, el gran bibliotecario de América.