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ArribaAbajo- V -

Rodolfo M. Ragucci ante el Quijote de Cervantes


Creo que al referirnos al P. Ragucci -académico de número de la Academia Argentina de Letras, correspondiente de la Real Academia Española, honorario de la Academia Chilena, correspondiente de la Academia Colombiana, de la de Artes y Letras de La Habana, de la Sociedad de Hombres de Letras del Uruguay, de la Academia Cubana, de la Academia Nacional de Letras del Uruguay, de la Real Sevillana de Buenas Letras, de la de Artes y Ciencias de Puerto Rico, de la Nariñense de Historia, del Instituto de Cultura Hispánica, etc.- no hay que olvidar que a la vez que historiador de la literatura, filólogo y lexicógrafo, quehaceres que lo distinguieron nacional e internacionalmente, fue un docente incansable en la   —98→   enseñanza media y, en particular, no hay que olvidar su vida de sacerdote salesiano.

Concurrió a los palacios académicos pero también a los oratorios o a las instituciones de enseñanza inspiradas por Don Bosco, que, desde muy temprano en la historia de la Congregación, se esparcieron por la Argentina. El famoso sistema preventivo del santo fundador y tan tenido en cuenta por sus seguidores en la Orden -sistema que se apoya sobre la razón, la religión y el amor- fue muy caro también al P. Ragucci y se revela en su constante interés por la educación de los jóvenes. No hacía otra cosa que seguir al maestro inspirador de la Congregación y su lema, Da mihi animas, caetera tolle. Y así, siempre, a lo largo de su extensa vida, ni sus estudios filológicos ni los honores que le brindaron pudieron alejarlo de su misión de maestro y guía de la juventud. Quizá así se explique el porqué de su insistencia en una permanente didascalia y el carácter fuertemente didáctico de su obra.

Cuando cursaba el primer año de la escuela media, se me exigió como libro de texto para estudiar castellano El habla de mi tierra, del P. Ragucci. Aunque han pasado varias décadas, aún lo recuerdo con afecto y todavía conservo el volumen que corresponde a la quinta edición. Si consideramos que su primera edición data de 1931 y que en 1963 había alcanzado la vigesimoquinta, tendremos una idea clara de la resonancia que esta obra ha tenido en la escuela primaria y secundaria de la Argentina y de gran número de países hispanoamericanos. En la primera edición anunciaba   —99→   como propósito de su libro «facilitar a los alumnos el estudio del idioma nacional y ofrecer a los maestros copiosa variedad de recursos para amenizar la enseñanza del mismo, tan poco atrayente de suyo...» En el prólogo de la quinta edición agrega que ha ampliado el contenido del libro para que sus adquirientes aminoren el gasto y puedan hallar «en un solo libro todo lo que suele contenerse en los tres o más de los diversos cursos de castellano...».

En otras palabras, un verdadero y permanente afán didáctico, una preocupación constante por la vida intelectual del niño y del joven para que, en el campo de la lengua y las letras, halle caminos sin mayores obstáculos para el aprendizaje. Creo que esta preocupación constante y el permanente afán didáctico se ven mucho mejor aún hojeando o leyendo el libro, que sigue un método reflexivo y firmemente estructurado -aunque hoy nos parezca algo anacrónico cuando no paternalista- que da mucha importancia a la ejercitación sobre la base de la teoría fundamental, que se suele exponer brevemente. Cuadros sinópticos, vocabularios, fragmentos selectos, ilustraciones gráficas, distintos cuerpos de letras, etc., todo tiende a facilitar el manejo del libro por los docentes y alumnos; y hablamos de un manual de 618 nutridas páginas.

En este singular manual hallamos seleccionados 66 trozos en prosa de escritores españoles e hispanoamericanos. Tres corresponden a Cervantes; y de estos tres, dos a La gitanilla. El primer fragmento se refiere a la aurora y se lo extrae del capítulo XIV, de la Segunda Parte del Quijote, precisamente antes de la batalla con   —100→   el Caballero del Bosque29 y dice así:

En esto, ya comenzaban a gorjear en los árboles mil suertes de pintados pajarillos, y en sus diversos y alegres cantos parecía que daban la norabuena y saludaban a la fresca aurora, que ya por las puertas y balcones del Oriente iba descubriendo la hermosura de su rostro, sacudiendo de sus cabellos un número infinito de líquidas perlas, en cuyo suave licor bañándose las yerbas, parecía asimesmo [que] ellas brotaban y llovían blando y menudo aljófar; los sauces destilaban maná sabroso, reíanse las fuentes, murmuraban los arroyos, alegrábanse las selvas y enriquecíanse los prados con su venida30.



Tras leer este párrafo del Quijote se nos ocurre preguntamos con qué criterio fue seleccionado. Hoy nos resulta un tanto altisonante, almibarado o, por lo menos, afectado. No creemos que las pocas décadas que nos distancian de Ragucci puedan ser decisivas en cuanto a la calificación del párrafo cervantino. El tema es secular, se remonta al mismo Quijote. Aquí, como en otras ocasiones, Cervantes se sonríe un poco imitando la prosa o la poesía afectada que se enraizaba en   —101→   los libros de caballerías o en escritores al uso. Hemos revisado algunas ediciones importantes del siglo XIX y XX, con los siguientes resultados: John Jay Allen, Juan Bautista Avalle-Arce, Martín de Riquer y Francisco Rodríguez Marín no hacen acotación alguna al respecto, y el fragmento no les sugiere nada que merezca una nota a pie de página. Ni siquiera Rodríguez Marín con su «nueva edición crítica con el comento refundido y mejorado y más de mil notas nuevas» (Madrid, 1948), se detiene en esta descripción de la aurora. Hay que llegarse a la década de los 30, del siglo pasado, para hallar un comentario elogioso sobre el fragmento que nos preocupa. Nos referimos a los comentarios de Diego Clemencín, quien aseveraba lo siguiente:

Esta descripción de la aurora, aunque algún tanto entorpecida por el abuso del relativo es armoniosa y risueña como la misma aurora, y forma un contraste del mayor efecto con la conversación entre rústica y picaresca que precede de los dos escuderos, haciendo la relación sumamente variada y agradable31.



Ángel Rosenblat, por su parte, afirma que:

Hay en el Quijote seis descripciones del amanecer en estilo afectado. En todas ellas la pomposidad o altisonancia contrasta con la situación, que es más bien   —102→   cómica, o con un ex-abrupto realista o grotesco: la nariz del escudero del Bosque...32.



De más está decir que creemos del todo acertada la observación de Rosenblat que incluye el fragmento que tratamos. Es el mismo Cervantes, quien, en otra descripción de la aurora -ridícula más que afectada- nos dice: «Con éstos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje...»33. En nuestro fragmento no se cae en lo ridículo pero sí creemos evidente su afectación, de la que Cervantes parece desembarazarse con el tono burlón y realista con que trata la descripción subsiguiente de la narizota horrible del escudero del Caballero del Bosque. Se establece así un equilibrio entre la afectación, paródica, enfática o risueña, con un elemento naturalista o de chanza. Bien sabemos que no solo Cervantes, sino que hasta en los tratados de retórica de la época, todos recomendaban alejarse de la afectación. El ideal de escritura de Cervantes, además, es el mismo que el de un Juan de Valdés, un Castiglione o un Garcilaso, si querernos retrotraernos en el tiempo de la época áurea: repudio de la afectación, llaneza, naturalidad.

Pensamos que Ragucci no vio la afectación presente en el fragmento que eligió para la ejercitación didáctica.   —103→   Interesado como estaba, como lo estuvo siempre, en este aspecto de la enseñanza, olvidó o no supo ver el valor estético, más empobrecido aún al desglosar el fragmento del texto cervantino.

Cumbres del idioma. Síntesis de historia literaria española y antología de unos 300 prosadores y poetas desde sus orígenes hasta nuestros días con profusión de notas é ilustraciones. Nueva edición refundida. Buenos Aires, Editorial Don Bosco, 1963, XXXI, 798 p. La primera edición es de 1938, publicada en Rosario de Santa Fe en dos tomos. Esta extensa antología aspiraba a

... facilitar la ardua tarea del profesor [de la enseñanza media], contribuir al mayor aprovechamiento intelectual y moral de los alumnos y despertar en ellos admiración y amor a los varones eximios de España y América que, si, por la altura a que se remontaron en las regiones del arte literario, merecen llamarse Cumbres del Idioma, por la incomprable obra de cultura española y cristiana que desarrollaron con la sublimidad de su pensamiento, pueden también apellidarse blasón y Cumbres de la Raza34.



Cuando llega al capítulo titulado «Novela cervantina» (pp. 240-256) tras una breve introducción, transcribe algunos trozos escogidos del Quijote, sin olvidar el capítulo inicial y el final. De las Novelas ejemplares escoge el autorretrato del prólogo y fragmentos de tres   —104→   novelas y, por fin, del Persiles algo del libro II, cap. 1. Si nos preguntamos cuál ha sido su criterio de selección, la respuesta está taxativamente expresada cuando nos dice que transcribirá «alguno de los pasajes más característicos que suelen figurar en los florilegios». En otras palabras, se trata de una selección de segunda mano, como en tantas otras y en tantos otros autores, pero aquí con la sinceridad de declararla expresamente.

En la introducción a la selección antológica sobresale su entusiasmo por el Quijote: «la primera novela del mundo», para, a continuación, citar la Enciclopedia de Espasa que satisface ese entusiasmo con epítetos dignos de un ditirambo a ultranza: «manantial inagotable... modelo... representación simbólica de la humanidad... el más real, el más idealista, el más alegre, el más triste», etc. Sin embargo, cuando ofrece al lector algunas noticias sobre el libro, sin disminuir su entusiasmo, por otra parte más que justificado, su estilo es más llano y su expresión menos pretensiosa.

Ragucci estaba muy seguro de su extensa antología. Tanto que en la «Nota Bene» de sus Letras castellanas35, la recomienda cálida y expresamente36. Ateniéndonos a sus palabras, diremos que define a Letras castellanas «como una sencilla y breve historia de la   —105→   lengua y literatura castellanas»37. Después de dejar bien sentado que no es una obra para eruditos pero preparada con la mayor diligencia y con destino a los estudiantes secundarios, nos explica detenidamente el método y procedimientos adoptados. Vale la pena mencionar su advertencia de que en el caso de incluir varias opiniones ajenas, cuando trata a los escritores sobresalientes, lo hace no por solidaridad con ellas -que a veces son contradictorias- sino con el objeto de que el alumno pueda observar la crítica que el escritor o su obra ha suscitado en distintas épocas y autores.

En el capítulo «Novela cervantina» (pp. 233-245), repite o extiende conceptos ya vertidos en Cumbres del idioma, hecho que no nos puede llamar mucho la atención pues se trata de dos libros elaborados casi al mismo tiempo. Por algo lo llama «auxiliar y complemento del primero» y también «dos criaturas hermanas»38. Se reitera, por ejemplo, la definición de la Enciclopedia Espasa sobre el Quijote, se exageran sus cárceles y miserias, se vuelve a los temas de fines, clasificación, originalidad, estilo y lenguaje, personajes, difusión, influjos, etc. Pero en verdad sí nos llama la atención que incluya toda una lista de cervantistas notables -recordemos que es un manual para la escuela media-, que culmina con el nombre de Ricardo Rojas, a quien cita ostensiblemente. También, que cierre su explicación sobre el Quijote con tres nutridas páginas   —106→   de letra menuda que abarcan numerosísimos juicios vertidos sobre el libro cervantino a través de los tiempos: Cantú, Hegel, Heine, Ticknor, Coleridge, Schlegel, Víctor Hugo, Vossler, Valera, Menéndez y Pelayo, Bonilla y San Martín, Clemencín, Cejador, Ricardo Rojas, etc.

Con ocasión del IV Centenario, aparecieron tres contribuciones de Ragucci: Cervantes, Buenos Aires, Comisión Nacional de Homenaje a Cervantes en el IV centenario de su nacimiento, 1947, 32 p.; «Cervantes en la portada del Quijote», en el Boletín de la Academia Argentina de Letras, Buenos Aires, tomo XVI, pp. 615-640, 1947; Cervantes y su gloria, Buenos Aires, Sociedad Editora Internacional, 1947, 118 p.

Cervantes es un folleto que la Comisión Nacional de Homenaje a Cervantes en su IV centenario dispuso publicar con el fin expreso de recordar y popularizar la obra del autor del Quijote. En los «Datos biográficos» no se dice mucho más que en los manuales del autor ya citados. Observamos, es cierto, que el autor, erróneamente, atribuye a la pobreza el dejar Cervantes sus estudios con Juan López de Hoyos, como a «su natural inquieto, curioso y andariego» el dejar su hogar de Esquivias con su mujer Catalina Salazar Vozmediano y Palacios por lapsos de tiempo a veces muy prolongados, cuando trabaja por muchos años en Andalucía. Resulta por lo menos inusual que fije el salario del autor en Sevilla con el equivalente de «2 francos y 50 céntimos diarios». Debió darle mayor espacio a los trece años transcurridos en el Sur, como también más importancia al cautiverio, y menos a los dos días de cárcel   —107→   en Valladolid. Por fin, no es cierto -aunque haya corrido mucho desde el siglo XIX- que Cervantes muriera en el mismo día que Shakespeare39. Algunas de estas correcciones solo se pueden hacer hoy, transcurridos casi cincuenta años de la publicación del Homenaje. Hay que admitirlo.

Cuando se refiere a las obras no hallamos nada nuevo respecto de lo ya dicho anteriormente en sus historias de la literatura o antologías. Creo, sí, que hay una referencia muy cierta y bien dicha a la deuda de Cervantes con el pueblo, «del cual ha tomado lo más vivaz y pintoresco de sus páginas», vale decir, refranes, aforismos, coplas, cuentos y tantos giros expresivos de su habla. Al tratar el Quijote reitera una vez más la «definición» ya mencionada de la Enciclopedia Espasa. Lo demás son datos elementales ya conocidos y hasta simplificados, porque es un folleto destinado a la difusión masiva. Termina con algunas páginas que reproducen «pasajes o episodios, de los más conocidos o característicos». El folleto se completa con breves referencias a las otras obras cervantinas, en especial a las Novelas ejemplares y el Persiles.

En su trabajo «Cervantes en la portada del Quijote», aparecido en el BAAL, XVI, 1947, nos encontramos   —108→   con una evocación del egregio escritor fundada en el análisis de la portada del Quijote de 1605. En efecto, el meditado homenaje se basa en su totalidad en esa portada: «ingenioso» e «hidalgo», dos conceptos que inician el análisis, luego la figura singular de Cervantes y la pálida personalidad del duque de Béjar, a quien dedicó el libro... Realmente interesante resulta la breve historia del escudo nada original que adorna la portada, y aunque todavía dudamos de si la elección fue del editor o del autor, Ragucci la atribuye al autor, lo mismo que el lema. Y así continúa su oportuno panegírico, que él llama «pálida pero devota evocación de su genial figura».

Cervantes y su gloria es la obra de Ragucci de mayor aliento sobre el gran escritor. No obstante, y como lo suele hacer nuestro autor -no creo que se trate de falsa modestia- nos anticipa, en este caso en la «Advertencia preliminar», que «...con esto, queda enterado el lector de que no se ha presumido brindarle un trabajo erudito, sino de simple vulgarización, siquiera sus noticias procedan de las fuentes más autorizadas». El librito contiene una biografía breve para luego pasar a la obra del escritor. Otra vez la reiterada «definición» de la Enciclopedia Espasa sobre el Quijote, a la que el autor agrega otras alabanzas que lo llevan a compararlo con Homero en la épica, Shakespeare en el teatro mientras que reserva para Cervantes el reinado sobre la novela y la prosa. Después, los mismos ítemes que ya hemos visto en los manuales, ahora un tanto ampliados. Entre las novedades debemos mencionar el párrafo que dedica a las ediciones argentinas   —109→   del Quijote. Cierra el tema con una selección de textos del libro cervantino que incluye los acostumbrados «pasajes o episodios, de los más conocidos o característicos». En total, las páginas dedicadas al Quijote van de la 33 a la 77. Cuando termina de pasar revista a todos los géneros que cultivó y sus obras fundamentales, viene la alabanza al gran escritor a través de tres enfoques: la gloria de su pluma, la gloria de su vida y la gloria de su cristianismo.

Solo a título de información diremos que en el mismo año de 1947, en marzo, vio la luz su Manual de literatura española, Exposición y antología, Buenos Aires, Sociedad Editora Internacional, 716 p. Y que en 1949 publica Literatura de la Edad de Oro española (Siglos XVI y XVII), Buenos Aires, Editorial Don Bosco, XXIX, 408 p.

El padre Rodolfo María Ragucci (1887-1973) dedicó sus días, su larga vida, al sacerdocio y a las letras. Nuestro interés particular nos ha llevado, en estas páginas, a estudiar su vena crítica en lo que a Cervantes concierne, especialmente al Quijote. Queda claro que todo su interés se centró fundamentalmente en difundir la obra. En otras palabras, lector infatigable en la inmensa bibliografía cervantina, se preocupó por la difusión de sus conocimientos, especialmente entre los adolescentes y los jóvenes. Fue una preocupación didáctica, valiosa y efectiva. Preocupación que se corresponde con el deseo de llevar a sus propios lectores a la obra misma de Cervantes, a la par que a las fuentes bibliográficas autorizadas.



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ArribaAbajo- VI -

Cervantes, escudo de Sarmiento


Entre gracioso y burlesco, crítico y socarrón, leemos en «Reminiscencias de la vida literaria» de Sarmiento:

Aquel «Cristo nacióoooo» arranca los aplausos furibundos de los literatos. Se dicen unos a otros congratulándose: esto sí que es castellano castizo, anterior aún a Cervantes, contemporáneo del Arcipreste de Hita y los romanceros, y en fin de todos los grandes escritores, que nada que valga y dure, (si no es el inmortal manchego), han escrito.


(I, 337)40                


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Si como solemos decir vulgarmente «no quedó títere con cabeza», es indudable que con esta cita, donde solo «se salva» Cervantes, se observa el Sarmiento libérrimo en sus opiniones y en su manera de decirlas. Ezequiel Martínez Estrada, hombre reflexivo, cauto y franco llegó a expresar en su Sarmiento que nuestro autor «trajo a las letras un estilo castizo libre de tutelas y trabas, pero sobre todo un caudal de pensamientos y una energía vital inauditas...». Alejado de la rutina, de las frases hechas, de los exclusivismos convencionales o académicos «la prosa propia de Sarmiento rompe con esa tradición, como sus ideas y su vida rompieron con todas las tradiciones hispánicas. Consigue, como nadie, un idioma que le es privativo y que a la vez es el argentino»41.

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Este «creador» del idioma argentino, según Martínez Estrada, renovador cuando no opositor de la tradición lingüística española se yergue una y otra vez -como lo vemos en la primera cita- en defensor de Cervantes, a quien frente a aquellos que ni valen ni duran, él llama «inmortal manchego».

Es importante considerar que Sarmiento empezó a escribir en Santiago de Chile hacia 1840. De estos escritos sobresalen los artículos periodísticos y con ellos se lanza a la vida intelectual. Cuando se lo acusa a raíz de su prosa polémica de defender el desgaire y la anarquía, no se ve que en el fondo lo que importaba a Sarmiento era el «progreso social». Así como decimos con razón que es un romántico, con mayor razón podemos decir que sabía bien lo que decía cuando se autotitulaba «socialista». Claro está que se trata de un socialismo que podemos identificar con un liberalismo un tanto romántico pero liberalismo al fin. Al dársele, a veces, excesiva importancia a la polémica con Andrés Bello y sus seguidores, se suele olvidar que lo que denunciaba no era la lengua misma sino la existencia malsana de malos autores y malos libros que se oponían al pensamiento reformador. En la segunda polémica sobre el romanticismo lo que denunciaba era a los intelectuales que, amparados en las normas clásicas, se oponían a la libre expresión. Defendió el romanticismo literario aunque para él ya había pasado su época de esplendor porque en el fondo quería defender lo popular del romanticismo -que también llamó «socialismo»- de gran utilidad en la formación de una nueva civilización americana. Sinceramente y   —114→   como tantos otros jóvenes de la Asociación de Mayo quiso interrumpir la tradición antigua, católica, tradicionalista, sentimental y debemos buscar en este afán renovador su éxito o su popularidad en la llamada generación chilena de 1842.

Aunque una y otra vez exaltaba la riqueza y el hecho de que tantos hombres en el mundo entendieran y hablaran el francés, el inglés y el alemán y que nuestra lengua ocupara un lugar secundario frente a aquellas, hay que aclarar que en sus artículos, discursos y libros usó de esta lengua con una desenvoltura juvenil y admirado de su riqueza. Esto no quita que adoptara para su prosa cualquier neologismo proveniente de cualquier lengua y hasta inventara palabras. Siempre su objetivo de libertad idiomática, gracioso e insólito a la vez, estaba dirigido a desconcertar a los puristas, para quienes llegó a inventar etimologías fantásticas. Alguien dirá: ¿repentista? Podemos contestarle que sí, porque lo que le interesaba era buscar la unidad de «fondo» y «forma»: «El autor que en su obra deja que el fondo domine y sofoque la forma, es impotente. Y el que deja que la forma domine y sofoque al fondo, es charlatán» (II, 73)42.

Es sabido que 1880 significa un hito en los acontecimientos históricos de la Argentina. Uno, importante, es el cambio de generación de los prohombres que   —115→   gobernaron el país desde 1853. Pues bien, Sarmiento como siempre impredecible no se resignó al papel «de los de antes» y volvió a sorprender a la ciudadanía con la polémica o la guerrilla periodística. Aquí el renovador vuelve sobre el pensamiento cervantino y sintiéndose don Quijote exclama «buen Sancho..., quiero emprender la tercera y última excursión desfaciendo agravios, investigando entuertos y levantando la camisa sucia a malandrines y follones» (XLVI, 324). Si Sarmiento estimaba al Quijote en su juventud, en la vejez podemos aventurar era el único libro español que estimaba y debió releerlo una y otra vez y en su recuerdo hasta compuso una parodia: «El Donquijotismo en política electoral» (XL, 129-134)43. Sarmiento a igual que don Quijote defendía una Edad de Oro: el pensamiento revolucionario de 1810, la Organización después de Caseros.

En sus últimos años Sarmiento siguió siendo el apóstol de la educación popular, como lo había sido en su juventud y aunque su vida había recorrido todo un cursus honorum que de maestro o periodista lo llevó a la Presidencia de la Nación, lo que verdaderamente lo enorgullecía era el haber luchado sin pausa en favor de la educación común. «Yo no soy escritor siquiera, soy un maestro de escuela y nada más» (IV, 114)44. Se   —116→   sabe que su objetivo primero fue «educar al soberano», al pueblo soberano de la democracia que quería ver instalada definitivamente en el país. Una y otra vez nos dio a entender que la escuela obligatoria tolerante, liberal, no confesional debía estar al servicio de la Nación. Para que no queden dudas de su pensamiento rescatamos una frase suya decidora: «Es necesario hacer del pobre gaucho un hombre útil a la sociedad educándolo... Para eso necesitamos hacer de toda la República una escuela» (XXI, 245, 248)45.

Llama la atención que nunca cultivó la poesía. Por el contrario, hasta en su vejez no era precisamente su afición: «La poesía rimada nos ha parecido siempre una superfetación de la época actual, pues la belleza actual se resiste a entrar en aquellos moldes y cajoncitos que se llaman versos, sin tener que encogerse y perder sus formas para no sobresalir o bien llenar el espacio con algodoncitos a fin de que la idea no quede como diente flojo bailando en un alvéolo demasiado grande» (XLVI, 192)46. Sin embargo hay que recordar   —117→   su admiración (por aquella época) por José Martí y su prosa modernista.

No se terminará de entender la dominante figura de Sarmiento si no se recuerda una de sus características. No es audacia decir que nunca escribió ni un ensayo, ni un artículo periodístico, ni un romance, ni un cuento, ni una comedia puramente literarias. Esto le hace decir a Enrique Anderson Imbert que

Los profesores que clasifican la literatura por géneros no sabrían qué hacer con él. Pero que prueben arrancar a Sarmiento de la historia literaria hispanoamericana; quedará ahí un gigantesco hueco. Sarmiento escribía sólo cuando tenía algo que decir. Sus hábitos eran los del periodista, no los del escritor... Como otros civilizadores de nuestra América será víctima de su propia abundancia ¡quién va a leerlo completo! Y tampoco se presta a la antología, puesto que no hay página suya que valga por sí misma...47


Enemigo de una tradición retrógrada y complaciente, crítico acervo de la literatura en su propia lengua, en especial la peninsular, enemigo de la lengua paradigmática de los clásicos, siempre admiró, leyó y releyó a Cervantes y muchas de sus ideas se fundan en el Quijote. Esto nos puede sorprender y hasta podríamos titularlo de anárquico y arbitrario. Sin embargo, Pedro Henríquez Ureña con su gran saber y profunda lectura sarmientina es terminante:

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Tuvo extraña maestría de lenguaje. Hubo muchas leyendas sobre él mientras vivió, y una de ellas le ha sobrevivido: la de su estilo descuidado. Como inició su carrera literaria cuando era nuevo el romanticismo y las opiniones en literatura estaban gobernadas a sabiendas o no por las doctrinas clasicistas, se le condenó en nombre del s. XVIII. Transcurridos cien años, sus escritos nos lo revelan como maestro. Es desigual, sin duda... Pero nunca fue descuidado a la manera de los mediocres y nunca escribió jerga periodística, ni siquiera en sus artículos de periódico sin firma48.


Desde muy temprano desconfió del influjo de los admirables modelos, de los cánones literarios y de los gramáticos dómines. Para él hacían daño sobre todo a los jóvenes dispuestos y generosos. Frente a lo que él llamaba «inflexible culteranismo» oponía la libertad de expresión y así podía exhortar diciendo: «en lugar de ocuparos de las formas, de la fuerza de las palabras, de lo redondeado de las frases, de lo que dijo Cervantes o Fray Luis de León, adquirid ideas de donde quieran que vengan, nutrid vuestro espíritu con las manifestaciones del pensamiento de los grandes luminares de la época...» (I, 223)49.

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Hasta el lector superficial de Sarmiento sabe que el sanjuanino leía a un escritor español del s. XIX. Quizá la razón estribe en que ambos coincidían en el objetivo crítico, en la observación punzante de la sociedad de sus tiempos y esto los acercaba. Así, tanto Sarmiento como Larra -que es a quien aludimos- coinciden en un oficio y, a su vez, admiran a un escritor distinto, distante y tan cercano como es Cervantes. En palabras de Sarmiento: «El justamente llorado Larra no ha escrito un libro, como Cervantes; atento a las necesidades de su época, ha escrito "artículos" en los periódicos. Sabía muy bien que el diario es la voz que resuena siempre...» (I, 112-113)50. Tanto Sarmiento como Larra prefieren el periódico, de donde el estilo, aunque no siempre el pensamiento, los reúne en el escribir veloz, aguda y hasta sorpresivamente. Cervantes puede escribir así pero en un libro, es decir de otro modo.

Este trío de escritores en algunas cosas tan cercanos y en otras tan distantes, a nuestro parecer, quedan comparados en una sabrosa síntesis cuando Sarmiento, en una nota periodística aparecida en El Mercurio, afirma con énfasis lo que sigue:

Quijotes, pues, se necesitan, que buscando aventuras y trabando por doquier caballerescas pendencias,   —120→   extingan estos últimos restos de una época decrépita, aunque los nuevos paladines hayan de salir molidos y asaz malparados de la contienda; y la España ha producido ya algunos que han desempeñado con hasta gloria la gran misión de su época. El joven don Mariano José de Larra, de tan cara memoria, es uno de estos espadachines de tinta y papel que acometiendo de recio contra las costumbres rutinarias de su patria, contra un orgullo nacional mezquino y mal alimentado, contra hábitos de fuerza y abandono, supo abrirse paso por entre la enemistad y el odio de sus contemporáneos a quienes hirió de muerte en sus preocupaciones.


(I, 112)51                


En la época de Sarmiento -¿quién lo discute?- se necesitaban Quijotes que enfrentaran costumbres y personajes decrépitos aun a riesgo de salir los «nuevos paladines» gravemente heridos en la contienda. Hoy también hacen falta Quijotes y, seguramente, hay por allí paladines, unos más conocidos que otros, que luchan por la promesa espléndida y en contra de los hábitos retrógrados. No hay duda de que Sarmiento, pensador y periodista, relacionó a su admirado Larra con otro español lejano e indiscutido y con sus personales preocupaciones de americanista, asentado en Santiago de Chile.

Cuando tiene que oponerse al romanticismo, tardío y un tanto deteriorado, que iba llegando a Chile, y con él el culto a Hernani y a Víctor Hugo, lo sorprendió   —121→   la oposición un tanto histérica de ciertos puristas como Hermosilla y otros academicistas. Fue ocasión propicia para que defendiera una vez más a Cervantes tan distante de la lucha entre clasicistas y románticos y siempre por sobre los criterios mezquinos que se encuentran a la base de estas estériles y extensas polémicas. Se nos ocurre que Sarmiento, ya anciano, cuando recuerda esta discusión alejada en el tiempo, la evoca en «Reminiscencias de la vida literaria» -incluida en Nueva Revista de Buenos Aires- con vivacidad. Esto dice de la preocupación que le causó en su tiempo, cuarenta años antes:

Ocurría esto por los tiempos aquellos en que llegaba a Chile la primera oleada del romanticismo; y que con pasaderos actores, el teatro repetía el Hernani, el Podestá de Padua, y las demás piezas de Víctor Hugo. Reinaba a la sazón en las aulas de la universidad, Hermosilla, purista español y enemigo jurado del galicismo, como ferviente adorador de las tres unidades, etc.; y tales enormidades debimos enjaretar, López que no creía en Cervantes, y yo hallaba a Larra mejor que a Moratín, en favor del drama y de la escuela romántica y contra la gramática, que no pudieron llevarlo con paciencia los que de entendidos se preciaban.


(I, 332)52                


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El ataque sarmientino era contra muchos. La defensa solo en favor de Larra y Cervantes; pero, indudablemente, Cervantes es la figura que ilumina o preside el cuadro que este párrafo nos sugiere; y advirtámoslo, Cervantes no es juzgado, simplemente es nombrado, y una sola vez.

Bien sabemos que Sarmiento no era precisamente un filólogo. Sin embargo, como buen escritor -creemos que más arriba queda bien explicitado el significado de esta afirmación- no le costaba mucho darse cuenta de lo que era estilo artificial (anacrónico o de diccionario, por ejemplo) y lo que podríamos llamar estilo fluido y actual. Aun en estos casos el nombre de Cervantes le es útil para identificarlo con el tedioso escribir de los imitadores. Así dice:

Las lenguas siguen la marcha de los progresos y de las ideas; pensar fijarlas en un punto dado, a fuer de escribir castizo, es intentar imposibles; imposible es hablar en el día el lenguaje de Cervantes, y todo el trabajo que en tan laboriosa tarea se invierta, sólo servirá para que el pesado y monótono estilo anticuado no deje arrebatarse de un arranque sólo de calor y patriotismo.


(I, 243-244)53                


Demás está decir que al usar la lengua de Cervantes como inimitable, aunque se pretenda seguirla en el   —123→   detalle será siempre perder tiempo, será siempre tarea estéril. Esto sin olvidar que una y otra vez Sarmiento reconoce en Cervantes el maestro indiscutible de la lengua, el gran escritor que dio España a la literatura universal. Lo que en verdad nos dice en esta cita es que debemos expresamos, como el mismo Cervantes quería, a la llana, sin afectación, con propiedad. Y si observamos los modelos, en vez de imitarlos en una lengua que puede resultar en nuestros tiempos anacrónica, es mejor imitarlo en su constancia por escribir «castizo» sin obtener un galimatías.

En la colección de «Artículos críticos y literarios 1842-1853», nuestro escritor se lamenta de que para ser algo o alguien en este mundo es condición necesaria morirse antes. En otras palabras, la gloria o la fama siempre es post mortem; y esta idea la resume en un aforismo: «Muérete y serás», y a continuación nos dice:

Otros son menos afortunados. Vean si no a Cervantes, a Colón y a tantos Santos varones. Se murieron y ¡tras! Se celebró el Quijote, se saqueó la América y fueron canonizados. Esperemos, pues, con paciencia que venga la posteridad; que ella juzgará sin ver lo que había entre dos platos, porque los sentidos son la causa de errores muy marcados.


(II, 48)54                


Respecto de los santos varones, seremos benevolentes   —124→   y podemos conceder su verdad. Respecto de que a la muerte de Colón se saqueó a América, hoy por hoy las opiniones están divididas pero no tanto como para que unánimemente no se reconozca que del «encuentro de dos pueblos» surgió una América con una cultura distinta aunque parcialmente resuma la europea con la primitiva precolombina. Lo que aquí nos interesa más es que el juicio sobre Cervantes no cabe. Sarmiento, como tantos otros lectores del Quijote de todos los tiempos, se equivocó en su prisa por generalizar. Cervantes no necesitó morirse para que se celebrara el Quijote. La evidencia del error creemos que queda palmariamente expresa en unas pocas palabras del Bachiller Sansón Carrascó:

... porque es tan clara [se refiere al Quijote], que no hay cosa que dificultare en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante». Y los que más se han dado a la lectura son los pajes: no hay antecámara de señor donde no se halle un Don Quijote: unos le toman si otros le dejan; éstos le embisten y aquellos le piden. Finalmente, la tal historia es del más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta ahora se haya visto, porque en toda ella no se descubre, ni por semejas, una palabra deshonesta y un pensamiento menos que católico.


(D. Q., II, 3)                


Si hubiese duda basta con recordar las palabras proféticas   —125→   del bachiller cuando en el mismo capítulo dice que «a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca». En otras palabras no hubo que esperar la posterioridad porque el público lector de sus tiempos, de España, de Europa y de la misma América española ya habían dado su veredicto mientras vivía el afamado autor. Personalmente, creemos que esta afirmación errónea de Sarmiento no se debe a que no haya leído el libro que tanto admiraba. Simplemente, al escribir como periodista calamo currente, se le pasaron por alto los detalles del libro que acabamos de observar y aun otros, en los que no nos detendremos. Lo hemos dicho antes y lo repetimos ahora: los escritos de Sarmiento revelan lecturas y relecturas del Quijote que van desde su juventud hasta su vejez.

En la misma colección de «Artículos críticos y literarios 1842-1853» se lee que:

La América Poética será, pues, los juegos olímpicos a donde concurrirán de todos los puntos del continente los hijos predilectos de la raza de Lope de Vega, Cervantes, Moreto y Calderón de la Barca, a presentar sus ensayos, a coger laureles concedidos por el fallo de la América entera que juzgara sus composiciones.


(II, 319)55                


  —126→  

En este texto, como vemos, pareciera que los grandes de las letras clásicas españolas son varios. Cervantes no queda solo sino que lo acompañan los dos gigantes de la comedia nacional y hasta un segundón, tanto en aquellos como en nuestros tiempos, Moreto. Sarmiento confiaba en que habríamos de ver un nuevo fenómeno en esta convocatoria que habría de escoger las mejores composiciones en verso de escritores americanos del s. XIX. Y, si nos llama la atención que honre con los laureles de la fama a otros autores que acompañan a su predilecto Cervantes, también debería llamarnos la atención la importancia que le da a este concurso americano que seleccionaría «composiciones en verso», cuando, como queda dicho más arriba, Sarmiento no sólo no era poeta sino que no dudó en burlarse del verso56.

A pesar de lo que acabamos de decir es notable cómo Sarmiento vacila en su inmensa obra escrita entre singularizar en Cervantes la gloria literaria en lengua española o, como lo acabamos de ver, otras veces se   —127→   muestra un poco más generoso y asciende al estrado de la fama algunos otros nombres. Así nos sorprende con un exabrupto mayor contra sus mismas raíces cuando expresa que:

Durante tres siglos no ha habido en España un solo hombre que piense; y el bello idioma castellano sólo ha servido para expresar pasiones mal comprimidas, pues para echar a los hombres al fuego se usaba el latín. La España, gracias a su inquisición, no ha tenido un solo escritor de nota, ningún filósofo, ningún sabio; y el desgraciado Cervantes hundió con él en su tumba la única joya que podía ostentar la nación más pobre de escritos que se conoce.


(IV, 11)57                


Ignorancia, odio, execración, exageración para convencer a los lectores, contradicción... puede ser todo a la vez o, simplemente, un extraño modo de conmovernos. La cultura americana no debía seguir el derrotero de la española paralizada. Ansiaba una nueva civilización con nuevas referencias que a veces miraban al Norte mucho más allá de la Península.

Si hasta dan ganas de aplicarle a él mismo los alcances de su descripción del detractor. «El literato detractor es un personaje eminente cuyos talentos brillan en las repúblicas, sobre todo al aproximarse las elecciones, como las lechuzas hacen oír sus graznidos   —128→   nocturnos cuando la muerte anda revoloteando en derredor de algún lecho»; y aun antes ha dicho que no se trata de un personaje ideal, «es una literatura que tiene también sus creadores, sus Hugos, sus Byron, sus Cervantes» (II, 302)58.

Evidentemente, cuando habla mal de España, por ejemplo en la cita en que manifiesta su fastidio y hasta su odio por la cultura española, Sarmiento mismo, como lo demuestra la cita siguiente -dedicada al detractor-, se está autodefiniendo como un especial detractor. Los Hugos, los Byron y los Cervantes a los que alude son tales si con estos hombres quiere ocultar otros nombres u otros hombres muy afectos a la detracción. Por aquellos mismos tiempos en que escribía lo anterior, y coherente con otros escritos anteriores y posteriores, vuelve a vituperar a España aunque por detrás del vituperio se esconda un deseo de restablecer una España ideal y la aspiración patriótica de hacer de la barbarie americana un núcleo de civilización creciente. Veamos:

A nosotros la España nos parece sin duda alguna ser todavía el país más bárbaro de todo occidente. La inmensa mayoría de sus hijos ha quedado tres siglos atrás del resto de la Europa. Sus mismos hombres de genio, si se exceptúa solamente Cervantes, parecen dados vuelta hacia lo pasado y mirando para atrás. Este   —129→   país conquistó el nuevo mundo; mas, lejos de civilizarlo le ha comunicado su barbarie.


(IV, 36)59                


Detrás del vituperio o de la execración se adivina una figura batalladora. Con insólita precisión Alejandro Korn dice en su Influencias filosóficas en la evolución nacional que

Sarmiento era una naturaleza impulsiva, intemperante. Carece de la expresión reposada, no se complace en anfibologías de oráculo; a su actitud siempre polémica poco le importan los intereses o prejuicios que hieren aun a riesgo de desdecirse o corregirse luego. Le faltaba a su cráneo, como él mismo decía, la joroba frenológica de la veneración y en ocasiones guardaba poco respeto aun a lo respetable60.


Y sin embargo, cuando toma partido por la «civilización» frente a la «barbarie», a pesar de las contradicciones que podamos hallar, seguimos leyendo con gusto y emoción su Facundo, donde el tema se expone en el mejor estilo sarmientino. Y estamos en 1845, y todavía hoy la crítica sobre Sarmiento prefiere detenerse en este libro original, interesante y tan lleno de pasión61.

  —130→  

Pero en la cita áspera sobre España y América y la barbarie hay algo valioso y es Cervantes, a quien elogia con solo nombrarlo.

Su opinión de la literatura española, mejor por la falta de una literatura en español, queda una vez más expuesta en las siguientes palabras:

Porque lo repetiré hasta cansar, no tenemos nada que merezca el nombre de literatura, un solo nombre haya traspasado los Pirineos y héchose conocer de la Europa. Un solo principio, un solo hecho ha agregado hombre que hable español a la filosofía o a las ciencias y quisiera que me mostrase cuál es el libro español que se ha traducido jamás al francés, al inglés o al alemán. ¿Cervantes?, ¿Calderón? y ¿cuáles más?


(IV, 35-36)62                


Ante esta obsesión, poco nos queda que agregan. Ante la negación explícita de la falta de una verdadera literatura peninsular agrega como testimonio la falta de traducciones de autores españoles a las principales lenguas del occidente europeo y aquí, otra vez la generalización   —131→   engañosa, otra vez la ceguera impuesta por la pasión, porque bien sabemos que no solo Cervantes y Calderón fueron traducidos sino que con ellos una verdadera y extensa nómina de escritores españoles merecieron pasar a dichas lenguas. Hoy, nadie se engaña, hasta lo que parecía un siglo en decadencia, como es el XVIII, nos sorprende con escritores de primera línea, aunque no integren la cúpula del Siglo de Oro.

Pero hay más. En «Nueva contestación al Mercurio», leemos lo siguiente:

Ya lo ven los señores redactores del Mercurio, escritores que miran con tanto desdén los trabajos americanos. Los autores modelos del lenguaje en Francia, son precisamente los pensadores más eminentes. Hablaban bien porque pensaban bien, y por nada más. Ahora cítenme ustedes los escritores españoles que hayan pensado, que hayan creado nada, que hayan desenvuelto un sistema de ideas que los haya hecho conocer del mundo civilizado. ¿Cervantes? Sí, Cervantes para su época, para su siglo y no para nosotros.


(IV, 124)63                


Así las cosas, los alcances del tema son mayores. Primero, España no tenía ni literatura ni escritores, salvo Cervantes y, concesivamente y en pocas ocasiones   —132→   , algunos otros pocos. Después, España no tenía ni filosofía, ni ciencia, ni libros siquiera traducibles a las lenguas corrientes del occidente europeo. Pero ahora se nos dice que los escritores españoles no hablan bien porque no piensan, porque no son creadores, porque son poco civilizados. Y como si esto fuera poco, cuando parece que va a salvar de su juicio negativo a su preferido, Cervantes, lo limita al mundo civilizado de su tiempo aunque se contradiga con otras muchas afirmaciones que hallamos en sus obras. No olvidemos la lapidaria afirmación de «para su siglo y no para nosotros». Claro que más de un lector puede suponer que el solo hecho de nombrarlo solo a él es ya toda una distinción.

Si la paciencia del lector todavía no se acaba podemos agregar dos citas más de este Sarmiento impredecible. Primero:

¿A qué atribuye el Mercurio el que en francés se escriba «l'ame» y se lea lam?; ¿en italiano «della», «nella», y aun en nuestro propio idioma se escribiese en tiempos de Cervantes, «della», «desta», etc.? ¿A qué origen atribuye el «del» y el «al» que aún tenemos? ¿qué le parece importan todos esos verbos irregulares que embarazan la mayor parte de los idiomas, si no es la influencia degeneradora que el tiempo y el vulgo van ejerciendo en las lenguas?


(IV, 90)64                


  —133→  

Indudablemente que a un filólogo no lo asombrarían los hechos descriptos por Sarmiento en este párrafo. Pero sí llamarían irresponsable el creer que se trata de una «influencia degeneradora» la imprescindible presencia del pueblo en la evolución de los idiomas. Por otra parte, de más está decirlo, a nadie podría llamarle la atención el hecho de que para identificar nuestra lengua use el nombre de Cervantes.

Segundo:

¿Hay, por ventura, sociedades cristianas, igualmente desprovistas de elementos de instrucción que las que cubren la vasta extensión de la América española? ¿Hay otros libros que el Don Quijote o el Gil Blas de Santillana, que estén en cierta proporción generalizados en América? Nosotros no conocemos sino el Judío Errante y los Misterios de París; pero en uno y otro caso no vemos sino el hecho «material» de las numerosas ediciones que de ellos se han hecho en español, por donde se ha logrado que una buena porción de ejemplares se difunda en la sociedad.


(IV, 440)65                


Hablando de «sociedades cristianas», quizá sería mejor decir «católicas», ya que Sarmiento las limita a la extensa América española. Podríamos afirmar que comparar -por el solo hecho de nombrarlos- a Don Quijote   —134→   con el Gil Blas, el Judío Errante y los Misterios de París es un verdadero y «grave pecado». El hecho de que en aquel tiempo se tradujesen al castellano en muchas ediciones las tres obras francesas no da pie para compararlas con el Quijote, y con lo que agrega sobre el hecho «material», terminamos de entender menos aún los alcances de su afirmación. Sociedades cristianas mancomunadas por la falta de instrucción y de elementos para enmendar tal falta. Da pena que un verdadero educador de educadores cayera muchas veces en el juicio ligero o en la contradicción. Pero también esto es Sarmiento.

«Opino que se colonice la España...»66. Lo afirma en sus Viajes (1849). Mientras que en El Nacional, el 4 de febrero de 1879, nos cuenta lo siguiente:

Hace pocos años, pidiendo un espiritista el nombre de cualquier personaje muerto para evocar su espíritu y hacerlo responder a las preguntas que se le hicieren, un incrédulo, para mofarse del nuevo embeleco le dijo con afectada gravedad: Evoque al Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha.

El espiritista se preparaba a proceder como en los demás casos, cuando el burlón, creyéndolo a ese grado ignorante le observó que D. Quijote era un personaje imaginario.

-Está Vd. en error, contestole el fanático.