Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

  —54→  

ArribaAbajoLibro III

Confiesa cómo en Cartago se enredó en los lazos del amor impuro, que leyendo allí el Hortensio de Cicerón, al año 19 de su edad, se excitó al amor de la sabiduría, y cómo después cayó en el error de los maniqueos. Últimamente refiere el sueño que tuvo su santa madre y la esperanza y seguridad que le dio un obispo acerca de su conversión



ArribaAbajoCapítulo I

Cómo deseando agradar y ser amado, cayó en los lazos del amor


1. Llegué a la ciudad de Cartago23, y por todas partes me veía incitado a amores deshonestos. Todavía no amaba yo, pero deseaba amar, y con una mal disimulada y oculta infelicidad me aborrecía por ser menos infeliz. Deseando tener amor, buscaba a quien amar, que era lo mismo que aborrecer mi seguridad y el camino que estaba libre de lazos y peligros.

Esto provenía de que estaba muy falto y necesitado de aquel interior alimento que sois Vos mismo, Dios mío; y no tenía hambre ni apetito de él, antes estaba sin deseo alguno de los alimentos incorruptibles y espirituales, no porque estuviese lleno y harto de ellos, sino porque me causaban tanto mayor fastidio cuanto más vacío y falto de ellos estaba. Por eso no estaba sana mi alma; y como llagada y enferma, se salía fuera de sí, miserablemente ansiosa de rozarse con las criaturas sensibles y exteriores, para que le quitasen aquella comezón que le causaban sus llagas. Pero tampoco se amarían aquellas criaturas si no tuvieran alma con que poder amar ellas.

El amar y el ser amado se me proponía como una cosa muy dulce, especialmente si también gozase de la persona que me amaba. Conque venía a ensuciar la clara fuente de la amistad con las inmundicias de la concupiscencia24, y enturbiaba su candor con el cieno de la lascivia, y no obstante ser impuro y torpe, quería ser tenido   —55→   por galán y cortesano, muy picado de vanidad, por lo que no tardé mucho en caer en los lazos del amor, cuya prisión deseaba.

Pero ¡oh Dios mío y misericordia mía!, ¡con cuánta hiel y amargura rociasteis aquella suavidad de mis placeres, usando conmigo de vuestra infinita bondad! Porque logré también el ser amado y la posesión del objeto de mi amor, alegre y contento de verme atado con fuertes y funestas ligaduras, para ser después herido y azotado con varas de hierro ardiendo; que esto viene a ser, para quien ama, los celos, las sospechas, los temores, las iras, desazones y contiendas.




ArribaAbajoCapítulo II

De la afición que tenía a los espectáculos trágicos


2. Me arrebataban también hacia sí los espectáculos del teatro, llenos de imágenes de mis miserias e incentivos del fuego que en mi ardía.

Pero ¿en qué consistirá que cuando un hombre ve representar sucesos lamentables y trágicos, quiere allí dolerse de ellos y sentirlos, y no obstante, él mismo no quisiera padecerlos? Es muy cierto que él desea padecer aquella pena y sentimiento, pues ese mismo sentimiento y dolor es su deleite. Pues ¿qué viene a ser esto sino una gran locura? Porque tanto más se mueve a dolor cualquiera con aquellos lamentables casos cuanto menos sano está de semejantes afectos, aunque cuando es él mismo quien los padece, se suele llamar miseria, y cuando son otros y él se compadece de ellos, se llama misericordia.

Pero ¿qué misericordia ha de ser la que se ordena a unas cosas puramente representadas y fingidas? Porque allí no se le excita al que está oyendo y mirando para que socorra o favorezca a alguno, sino solamente a que se duela de aquel fracaso, y cuanto más se mueve a dolor y sentimiento, tanto más favor le hace el actor de aquellas representaciones. Y si aquellas calamidades y desgracias (verdaderas o fingidas) se representan de modo que no causen sentimiento y dolor al que las mira, se sale de allí fastidiado y quejándose de los actores; pero si se conmueve y enternece, persevera con más intención, y tiene gusto y alegría en llorar.

3. Pues qué, ¿también se aman los dolores? Lo cierto es que todo hombre desea estar gozoso. ¿Acaso consistirá esto en que ya ningún hombre tenga gusto en ser él mismo infeliz y miserable, o en padecer miseria y trabajo alguno, no obstante, tiene gusto y placer en ser compasivo y misericordioso, y como esto no puede serlo sin padecer alguna pena y dolor, por esta sola razón se apetezcan o se amen los dolores?

Este género de compasión puede provenir del claro manantial de la amistad. Pero ¿adónde va a parar esa corriente? ¿Para qué irá esa agua cristalina de la compasión descaminada y perdida la claridad y celestial serenidad que tiene?, ¿para qué irá a entrarse por su propia inclinación en el precipitado arroyo de pez encendida, que exhala grandes ardores de negras liviandades, en los que ella también se muda y se convierte?

  —56→  

Pues qué, ¿hemos de desterrar de nosotros la misericordia y compasión? No por cierto. ¿Luego algunas veces se han de amar las penas y dolores? Sí, alma mía, pero cuida mucho de que esa misericordia no vaya a parar a la inmundicia, confiando en la gracia y protección de mi Dios, y Dios de nuestros padres, digno de ser alabado y ensalzado por toda la eternidad; guárdate de emplear tu compasión en la inmundicia.

Ahora yo verdaderamente no dejo de compadecerme y tener misericordia, pero entonces en los teatros me complacía con los amantes cuando conseguían el fin de sus depravados amores, aunque allí no lo ejecutasen más que en apariencia y representación. Mas cuando los amantes padecían la pena y sentimiento de verse privados uno de otro, yo también me contristaba y como que tenía compasión; y no obstante esta diferencia y contrariedad de afectos, me deleitaban entrambos. Pero ahora tengo mayor compasión del que se alegra en una maldad, que de otro que padece pena y sentimiento por verse privado de un deleite pernicioso y haber perdido aquella felicidad infeliz.

Ésta es sin duda más verdadera misericordia; pero en ella no causa deleite el dolor y compasión. Porque aunque merece alabanza por su obra y acto de caridad el que se duele y compadece de un miserable, con todo eso más quisiera él, si es legítima y verdaderamente misericordioso, que no hubiera males de que compadecerse. Porque así como es muy posible que la benevolencia sea malévola o quiera algún mal a otro, así lo es también que el verdaderamente misericordioso desee que haya miserables para que él ejercite su misericordia.

Así es cierto que hay un dolor laudable, pero ninguno hay amable. Porque Vos, Dios y Señor mío, que amáis tan finamente a nuestras almas, por eso más pura y perfectamente que nosotros sin comparación alguna, tenéis misericordia porque no va acompañada de dolor ni pena. Pero ¿quién hay que pueda llegar a tanto?

4. Al contrario me sucedía a mí en aquel tiempo, pues yo, pobre de mí, amaba el compadecerme y buscaba tener de qué dolerme cuando en el trabajo ajeno, fingido y representado, aquella acción y lance con que el cómico me hacía saltar las lágrimas era la que más me agradaba y con mayor vehemencia me suspendía. Pero si andaba yo como infeliz oveja descarriada de vuestro rebaño y sin querer aguantar que fueseis Vos el pasto que me guardaseis, ¿qué maravilla es que estuviese lleno de roña y asquerosos males? De aquí nacía el que yo amase los dolores, no los que me penetrasen muy adentro (pues no deseaba padecer cosas semejantes a las que veía representar), sino unos dolores con los cuales, oídos y representados, me estragase superficialmente; pero a estos dolorcillos exteriores, que hacían lo mismo que las uñas de los que se rascan, se seguía una hinchazón ardiente y una inflamación con materia y corrupción lastimosa. Tal era mi vida; pero Dios mío, ¿era vida eso?



  —57→  

ArribaAbajoCapítulo III

De lo mucho que le disgustaba la conducta de los estudiantes de Cartago


5. Entretanto, vuestra misericordia, fiel siempre conmigo, andaba como volando alrededor de mí, aunque a lo lejos, porque estando yo entregado a tantas maldades y siguiendo los impulsos de mi sacrílega curiosidad, que, alejándome de Vos, me conducía y llevaba a cometer innumerables bajezas y perfidias, que eran otros tantos viles y engañosos sacrificios, en que ofrecía mis malas operaciones en obsequio de los demonios, Vos, Señor, infinitamente misericordioso, disponíais que en todos mis desórdenes hallase mi castigo.

También me acuerdo de que en un día de fiesta y dentro de las paredes de vuestro templo, me atreví a desear desordenadamente un objeto y tratar allí un asunto que me había de producir frutos de muerte. Por eso me castigasteis con graves penas; pero fueron nada respecto de mi culpa, Dios mío, misericordia mía, amparo mío y defensa contra los terribles males en que anduve soberbiamente confiado y orgulloso, apartándome lejos de Vos, siguiendo mis caminos y no los vuestros, y amando una fugitiva libertad que no alcanzaba.

6. También aquellos estudios en que me empleaba y tenían nombre de buenos y honestos se dirigían y ordenaban a que luciese en los tribunales y sobresaliese en los pleitos y alegatos, consiguiendo tanto mayores elogios cuanto inventase y usase mayores engaños. ¡Tan ciegos son los hombres, que llegan a gloriarse de su misma ceguedad!

Ya era yo el primero y principal en la clase de retórica, de lo cual estaba soberbiamente gozoso e hinchadamente vano, aunque mucho más quieto y moderado que otros (como Vos, Señor, lo sabéis), y enteramente apartado de las pesadas burlas y chascos que hacían aquellos estudiantes traviesos y revoltosos, que llamaban eversores o trastornadores (nombre infausto y diabólico que se ha hecho ya como insignia y distintivo de urbanidad), entre los cuales vivía yo con una especie de vergüenza porque no era como ellos. Yo me mezclaba y andaba con ellos y me complacía su amistad, aunque siempre tenía oposición y horror a sus desordenadas travesuras, esto es, a los engaños y chascos con que descaradamente perseguían e insultaban la cortedad y vergüenza de los forasteros y desconocidos, para inquietarlos y descomponerlos sin motivo ni interés alguno más que hacer burla de ellos, y fomentar con estos chascos y burlas sus mal intencionadas alegrías. Nada hay que se parezca más a lo que hacen los demonios que lo que hacían aquéllos. Y así, ¿qué nombre les convenía mejor que el de trastornadores? Pero antes eran trastornados ellos, burlándolos y engañándolos ocultamente los falaces y malignos espíritus, en su misma intención de burlarse de los otros y engañarlos.



  —58→  

ArribaAbajoCapítulo IV

Cómo se encendió en amor a la filosofía, leyendo el tratado de Cicerón que se intitula Hortensio


7. En compañía de éstos estudiaba entonces, siendo aún de poca edad, los libros que trataban de la elocuencia, en la cual deseaba yo sobresalir por un fin tan reprensible y vano como era el deseo de la vanagloria y aplausos de la vanidad humana.

Siguiendo el orden acostumbrado en mi estudio, había llegado a un libro de Cicerón, cuyo lenguaje casi todos admiran, aunque no tanto su ánimo y espíritu. Aquel libro contiene una exhortación del mismo Cicerón a la filosofía, y se intitula el Hortensio. Este libro trocó mis afectos y me mudó de tal modo, que me hizo dirigir a Vos, Señor, mis súplicas y ruegos, y que mis intenciones y deseos fuesen muy otros de lo que antes eran. Luego al punto se me hicieron despreciables mis vanas esperanzas y con increíble ardor de mi corazón deseaba la inmortal sabiduría, y desde entonces comencé a levantarme para volver a Vos. Porque no leía aquel libro para ejercitarme en hablar bien (como juzgarían todos los que supiesen que para este fin estaba yo estudiando a expensas de mi madre, teniendo ya entonces diecinueve años, y habiendo más de dos que mi padre había muerto); no lo leía, pues, ni lo estudiaba para ejercitarme y perfeccionarme en la elocuencia, ni me había él persuadido a seguir lo bien que hablaba, sino lo bueno que decía.

8. ¡Con cuánto ardor, Dios mío, deseaba volver a tomar vuelo y elevarme sobre estas cosas terrenas hasta llegar a Vos! Yo no conocía lo que ejecutabais conmigo por medio de semejantes afectos y deseos, porque en Vos está la sabiduría, en cuyo amor me encendió tanto aquel libro, persuadiéndome lo que en griego se llama filosofía, que es lo mismo que amor de la sabiduría. Muchos hay que engañan por medio de la filosofía, coloreando y desfigurando sus errores con la grandeza y dulzura de tan decoroso nombre, y casi todos los que en aquellos tiempos y en los anteriores habían hecho engaños semejantes, están notados y descubiertos claramente en aquel libro. Allí también se halla aquel saludable aviso y amonestación de vuestro divino Espíritu, hecha a los hombres por boca de un siervo vuestro justo y santo: «Estad atentos y cuidadosos para que ninguno os engañe por la filosofía y vana falacia, fundada en doctrina de los hombres, y conforme a los principios de la mundana ciencia, y no según la de Jesucristo, en quien habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad».

Por lo que a mí toca, bien sabéis, luz de mi corazón, que aún no tenía noticia de estas palabras del Apóstol y lo que únicamente me deleitaba en aquella exhortación era que me encendía en deseos, no de esta o aquella determinada secta de filósofos, sino a que amase y buscase, consiguiese y abrazase fuertemente la sabiduría, tal cual ella era en sí misma, y solamente una cosa me templaba aquel ardor y deseos, y era el no encontrar allí el nombre de Jesucristo. Porque este nombre, por misericordia vuestra, Señor, este nombre de vuestro Hijo y mi Salvador, aun siendo yo niño de pecho, lo había bebido y mamado con la leche de mi madre, y lo conservaba grabado   —59→   profundamente en mi corazón, y todo cuanto estuviese escrito sin este nombre, por muy erudito, elegante y verdadero que fuese, no me robaba enteramente el afecto.




ArribaAbajoCapítulo V

Le desagradaron las Sagradas Escrituras por parecerle que tenían un estilo humilde y llano


9. Determineme, pues, a dedicarme a la lección de las Sagradas Escrituras, para ver qué tales eran. Y conocí desde luego que eran una cosa que no la entendían los soberbios y era superior a la capacidad de los muchachos; que era humilde en el estilo, sublime en la doctrina y cubierta por lo común y llena de misterios; y yo entonces no era tal que pudiese entrar en ella, ni bajar mi cerviz para acomodarme a su narración y estilo. Cuando las comencé a leer hice otro juicio muy diferente del que refiero ahora, porque entonces me pareció que no merecía compararse la Escritura con la dignidad y excelencia de los escritos de Cicerón. Porque mi hinchazón y vanidad rehusaba acomodarse a la sencillez de aquel estilo, y por otra parte no alcanzaba mi perspicacia a penetrar lo que interiormente contenía. Pero la Sagrada Escritura es tal, que se deja ver sublime y elevada a los ojos de los que son humildes y pequeños, y yo me desdeñaba de ser pequeño y me tenía por grande, siendo solamente hinchado.




ArribaAbajoCapítulo VI

Del modo con que los maniqueos le engañaron


10. De aquí nació que vine a dar en manos de unos hombres tan soberbios como extravagantes25, y además de eso, carnales y habladores, en cuyas lenguas estaban ocultos los lazos del demonio, y cuyas palabras eran como una liga confeccionada, en que se mezclaban las sílabas de vuestro nombre, del de mi Señor Jesucristo y del Espíritu Santo, abogado y consolador de nuestras almas. Estos nombres los tenían siempre en la boca, pero era solamente en cuanto al sonido de las palabras, pues el corazón lo tenían vacío de la verdad. Pero ellos repetían frecuentemente estas voces: Verdad, verdad, y me la recomendaban mucho y nunca se encontraba en ellos; antes por el contrario, me decían muchas falsedades, no solamente hablando de Vos26, que sois la misma verdad, sino también hablando de   —60→   los elementos del universo, que son obra de vuestras manos. Yo debiera, oh Padre mío, infinitamente bueno y hermosura de todas las criaturas, haber dejado por vuestro amor a todos los filósofos, aunque hayan hablado bien y enseñado doctrinas verdaderas acerca de los tales elementos.

¡Oh verdad, verdad, cuán entrañablemente y de lo íntimo de mi alma suspiraba por Vos, aun en aquel tiempo cuando ellos me hablaban de Vos frecuentemente y de diversos modos, ya sólo de palabra, ya también en sus libros, que eran muchos y grandes!

Éstos eran los platos en que estando yo muy hambriento de Vos, me ministraban ellos el manjar de su doctrina, proponiéndome en lugar de Vos el sol y la luna, hermosas obras vuestras; pero finalmente obras vuestras; no Vos mismo, ni aun las mejores y más principales de vuestras obras. Porque vuestras criaturas espirituales son mucho más excelentes que todas estas corpóreas, por más resplandecientes y celestiales que sean.

Pero mi sed y mi hambre no eran tampoco de aquellas criaturas perfectas y superiores, sino de Vos mismo, de Vos, Verdad eterna, en que no puede haber mudanza alguna, ni la oscuridad más leve y momentánea. No obstante, en los platos de sus libros me presentaban unas ficciones brillantes y especiosas, respecto de las cuales sería mejor amar a este sol (que a lo menos descubre a nuestra vista un verdadero ser), que amar aquellos fantasmas falsos con el alma engañada por los ojos.

Y con todo eso, juzgando yo que aquello que me proponían erais Vos, y teniéndolo por verdad, me alimentaba de ello, aunque no con ansia y apetito, porque en mi paladar no perciba el sabor y gusto de lo que Vos sois: como no erais Vos aquellas vanas ficciones, no me nutría con ellas ni medraba, antes bien me enflaquecía más y consumía.

Una comida soñada es muy parecida a las comidas verdaderas de que se alimentan los que están despiertos y, no obstante ser tan parecidas, no se alimentan ni mantienen con aquel manjar soñado los que están dormidos; pero aquellos otros manjares intelectuales   —61→   de que voy hablando, ni siquiera se parecían a Vos de modo alguno, como después me lo habéis manifestado Vos mismo, porque aquéllos eran unos cuerpos fingidos y fantásticos, respecto de los cuales son mucho más ciertos y verdaderos entes todos estos cuerpos celestiales y terrenos que vemos con los ojos corporales, y que los ven igualmente que nosotros los brutos y las aves, los cuales tienen más cierto y verdadero ser en sí mismos, que en aquellas imágenes que en nuestra imaginación formamos de ellos. Y aún tienen más certeza y realidad aquellas imágenes que en nuestra fantasía formamos de los cuerpos, que los otros fantasmas enormes e infinitos, que con ocasión de aquéllas imaginábamos y fingíamos nosotros, pues absolutamente son nada y no tienen ser alguno en toda la naturaleza, de cuyos fantasmas vanos y fingidos me apacentaba yo entonces, o por mejor decir, no me apacentaba.

Pero Vos, oh amor mío, a quien acudo desfallecido para tener fortaleza, ni sois estos cuerpos tan hermosos que vemos en los cielos, ni los otros que no vemos allí ni los descubrimos, porque Vos sois el que los ha creado a todos ellos, y aun no son ellos las cosas más excelentes y perfectas que habéis creado. Pues ¡cuán lejos estáis de ser aquellos fantasmas que imaginaba yo mismo, y que eran solamente fantasmas de unos cuerpos que no hay ni tienen ser en todo el universo!, respecto de los cuales tienen más verdadero ser y más cierta realidad las imágenes que formamos de aquellos cuerpos que hay verdaderamente en el mundo; pero también los cuerpos tienen más cierto ser y realidad en sí mismos que los fantasmas o ideas que en nuestra imaginación formamos de ellos. No obstante eso, ni Vos sois esos cuerpos tan reales y verdaderos, ni tampoco sois el alma que da la vida a los cuerpos, en lo cual es mejor, más noble y cierto que los cuerpos mismos. Pero Vos sois la vida de las almas, vida de las vidas, que vivís por Vos mismo y sin mudanza alguna, ¡oh vida de mi alma!

11. Pues ¿dónde estabais entonces para mí? ¡Cuán lejos estabais de mí, Dios mío! Mas yo era el que andaba alejado de Vos, y que me veía, como el hijo pródigo, privado aun de las bellotas con que alimentaba a los cerdos. Porque, a la verdad, ¡cuánto mejores eran las fábulas de los gramáticos y poetas que estas ilusiones y trampas engañosas! Pues los versos y composiciones poéticas, y aun la representación de Medea volando por esos aires, son ciertamente más útiles y conducentes que la doctrina de aquellos impostores, que ponían y enseñaban haber cinco elementos, los que decían estar colocados en cinco cuevas o cavernas tenebrosas. Todo lo cual, además de ser fingido y no tener ser alguno, es tan perjudicial, que da la muerte a quien lo llega a creer. Pero los versos y poesías los traslado a verdaderos principios y hago que me sirvan de pasto verdadero, y si cantaba o refería en verso la fábula de Medea, que volaba por los aires, no era afirmándolo como verdadero, ni tampoco lo creía aunque se lo oyese referir a otro; pero aquellas doctrinas confieso que llegué a creerlas.

¡Pobre infeliz de mí!, ¡por qué grados fui cayendo hasta dar en el profundo abismo en que me veía! Porque yo, Dios mío (a quien confieso todas mis miserias, pues tuvisteis piedad de mí antes que yo pensase confesároslas), con mucha fatiga y ansia, por hallarme tan   —62→   falto de la verdad, os buscaba, Dios mío, con los ojos y demás sentidos de mi cuerpo, y no con la potencia intelectiva, en que Vos quisisteis que me distinguiese y aventajase a los irracionales, siendo así que Vos estabais más dentro de mí que lo más interior que hay en mí mismo, y más elevado y superior que lo más elevado y sumo de mi alma.

De este modo vine a dar con aquella mujer27 atrevida y sin prudencia, de quien hace un enigma Salomón, y la propone sentada en su silla a la puerta de su casa, diciendo a los pasajeros: Comed gustosamente de los panes ocultos y guardados, y bebed el agua hurtada, que es más dulce. Ésta, pues, me engañó fácilmente, porque me halló vagueando fuera de mí, esto es, ocupado en las cosas exteriores y que se ven y perciben por los sentidos corporales, que eran únicamente las que yo meditaba en mi interior.




ArribaAbajoCapítulo VII

Cómo se dejó llevar de la doctrina de los maniqueos


12. No sabía ni conocía yo que hubiese alguna otra cosa que verdaderamente existiese fuera de las corpóreas y sensibles, y así me parecía que obraba como hombre de entendimiento y de ingenio agudo conformándome con aquellos necios que me engañaban, preguntándome de dónde procedía lo malo, si tenía Dios forma corpórea, y si tenía también cabellos y uñas, si se habían de tener por justos los que tenían muchas mujeres a un tiempo, y los que quitaban la vida a otros hombres y sacrificaban animales.

Como yo estaba ignorarte de la verdad acerca de estas cosas, me hallaba no poco embarazado y perturbado con tales preguntas, y por los mismos medios y con los mismos pasos con que me apartaba de la verdad me parecía que la iba alcanzando, por no haber llegado todavía a conocer que no es otra cosa el mal sino privación del bien, hasta llegar al mayor mal, que es la nada y privación de todo bien. Pero ¿cómo lo había yo de conocer, si mi conocimiento por los sentidos no pasaba de las cosas corpóreas, y con el interior conocimiento del alma no pasaba de los fantasmas o especies de mi fantasía?

Tampoco había llegado a conocer que Dios es un puro espíritu y que no tiene partes extensas a lo largo ni a lo ancho, ni cantidad corpórea, material y de bulto, porque ésta necesariamente ha de ser menor en una parte sola que en el todo. Y aunque se supusiese que dicha cantidad era infinita, seria menor contraída a un cierto y determinado espacio, que extendida por un espacio infinito, y así no estaría toda ella en todas partes, como lo está el espíritu y como lo está Dios. Y además de esto, ignoraba totalmente qué es lo que hay en nosotros por donde seamos semejantes a Dios, y por lo que pueda decir la Escritura con verdad que fuimos formados a imagen y semejanza de Dios.

13. Ni había llegado a conocer aquello en que consiste la justicia   —63→   interior y verdadera, que no arregla sus juicios por la costumbre, sino por la ley rectísima dada y establecida por un Dios todopoderoso, para que se formasen las costumbres de todas las regiones y edades con arreglo a ella, que sabe acomodarse a todas las edades y regiones, no obstante ser una misma en todas partes y tiempos, y no tener diversidad alguna en esta parte respecto de la otra, ni ser de diverso modo en este que en otro tiempo. Con arreglo a esta justicia fueron justos Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David y todos los demás que han sido alabados por boca del mismo Dios, aunque los tenga por inicuos la multitud de los ignorantes, que juzgan de todo por principios humanos y miden las costumbres de todo el mundo por el nivel de las suyas y de su tiempo. Esta ignorancia es semejante a la de un hombre que no entendiendo palabra en materia de armaduras, ni sabiendo cuál de ellas corresponde a cada parte del cuerpo, quisiese cubrir la cabeza con las grebas, que es la armadura que corresponde a las piernas, y a éstas quisiese calzarles el morrión o celada, que es para la cabeza, y luego murmurase y se quejase de que ni lo uno ni lo otro se ajustaba ni le sentaba bien. O como si un mercader, en un día en que había ley para que se guardase fiesta desde el mediodía adelante, se diese por ofendido porque no se le permitía vender por la tarde, permitiéndosele vender por la mañana; o como si uno se admirara de ver que en una misma casa se le permitía a un criado inferior coger algunas cosas en la mano, que no se le permitía a otro más principal, v. gr., al copero, que está destinado a ministrar la bebida; o como si uno afeara que se ejecutase detrás de los pesebres lo que no se permitía hacer delante de la mesa; o se indignase porque siendo una la habitación y una la familia, no se daba a todos y en todas partes un mismo trato y una misma cosa.

Así vienen a ser éstos que se irritan cuando oyen decir que en aquellos siglos les fue lícita a los justos alguna cosa que a los de nuestro tiempo les está prohibida, y porque a aquéllos mandó Dios una cosa y a éstos otra, según la diversidad de motivos que ocurrían en diversos tiempos; no obstante que los unos y los otros obraban arreglados a una misma rectitud y justicia. Por ellos mismos están continuamente experimentando que en el cuerpo de un mismo hombre corresponde y viene bien a una parte lo que a otra no le corresponde, que en un mismo día es lícito hacer esta o aquella cosa un poco antes, que de allí a una hora ya no es lícito hacerla, que en una misma casa se permite o se manda hacer alguna cosa en un lugar determinado, que justamente se prohíbe o se castiga que se ejecute en otro.

¿Por ventura se podrá decir por esto que la justicia es mudable y varia? Los tiempos, a quienes ella preside sin mudanza, son los que se varían y se mudan, porque no pueden venir todos juntos, sino sucesivamente unos tras otros, porque esto pide esencialmente el ser y naturaleza de los tiempos.

Pero los hombres, cuya vida sobre la tierra es tan corta, como por una parte no pueden enlazar sensiblemente las causas y motivos que reglaron las costumbres de los primeros siglos, y las de las otras naciones que ellos no han tratado ni experimentado, con las que están experimentando y viviendo todos los días, y por otra parte pueden fácilmente ver en un mismo cuerpo, en un mismo día y en   —64→   una misma casa qué es lo que corresponde a cada uno de los miembros, a cada uno de los instantes y a cada uno de los sitios y personas de una casa; de ahí es que acusan y reprenden aquella diversidad de costumbres, y se conforman con esta otra diversidad de acciones.

14. Todas estas cosas las ignoraba yo entonces, o no las consideraba, y aunque por todas partes se están viendo a los ojos, yo no las veía. Pues aun cuando hacía versos, sabía muy bien que no debía ni podía poner cualesquiera pies en cualquier parte del verso, sino en tal y tal especie de verso, tal y tal pie determinado y en una misma especie de verso no podía poner en todas partes un pie mismo; y el arte de poesía, que daba estas reglas diferentes, no era diverso de sí mismo en un paraje y en otro, sino un solo y único arte que a un mismo tiempo contenía todas estas reglas diferentes.

Pero yo contemplaba que la justicia que había dado la regla a las acciones de los hombres justos y santos contenía mucho mejor y con mayor excelencia y sublimidad todos sus preceptos juntos y de una vez, aunque eran entre sí tan diferentes, sin variarse ella ni admitir mutación alguna, no obstante que en varios tiempos no lo mandaba todo junto, sino que distribuía y repartía en diversos tiempos lo que a cada uno era correspondiente y propio. Y yo, que estaba tan ciego que no veía estas cosas, me atrevía a reprender a aquellos antiguos y santos patriarcas, que no solamente usaban de las cosas que tenían presentes del modo que Dios les mandaba e inspiraba, sino que también anunciaban las cosas venideras según y como Dios se las revelaba.




ArribaAbajoCapítulo VIII

Explica contra los maniqueos qué pecados se deben detestar siempre


15. Pero ¿acaso podrá señalarse algún tiempo o lugar donde se tenga por malo o se dé por cosa injusta el amar a Dios de todo corazón, con toda el alma y con todas sus potencias, y el amar cada uno a su prójimo como a sí mismo? Por eso todas aquellas maldades que son contra la naturaleza, en todas partes y en todos tiempos son abominables y dignas de castigo, como lo fueron las de los habitantes de Sodoma . Y aunque todas las gentes del mundo se conformaran en cometer aquellas maldades, no por eso dejarían de ser reos del mismo delito y pena, atendiendo a la justicia y ley divina, por cuanto Dios no formó a los hombres para que usasen de sí tan torpemente los unos de los otros. Y así se deshace y se rompe aquella íntima unión y sociedad que debemos tener entre nosotros y Dios, cuando se mancha con el uso perverso de la concupiscencia carnal aquella misma naturaleza que le tiene y reconoce por su Autor.

Pero aquellos delitos y maldades que solamente son contra las costumbres de los hombres en pueblos diferentes se deben evitar siguiendo la diferencia de costumbres de cada pueblo, para que lo que tengan entre sí ordenado y establecido por costumbre o por ley de la ciudad o de la nación no se quebrante por vicioso antojo de ningún ciudadano o extranjero. Porque verdaderamente es torpe y fea cualquiera parte de un cuerpo que no se conforma y conviene con su todo.

  —65→  

Pero cuando Dios manda alguna cosa que es contra la costumbre o estatuto de cualesquiera gentes o pueblos, sin duda se debe hacer aunque no se haya hecho allí jamás; y si antes se ejecutaba y se había ya interrumpido, se debe hacer y ejecutar de nuevo; y si no estaba mandado y establecido que se hiciese la tal cosa, se debe establecer y mandar que se haga. Porque si puede un rey mandar en la ciudad y territorio donde reina lo que ninguno de sus antecesores ni tampoco él mismo había mandado hasta entonces, y el obedecerle no es contra las leyes de la sociedad, antes bien lo sería el dejar de obedecerle, porque es deber y concierto universal de la sociedad humana el obedecer a sus reyes; Dios, que es Rey universal de todas las criaturas, ¿cuánto más debe ser obedecido sin la más leve duda en todo cuanto mandare? Porque así como entre los magistrados y gobernadores de la sociedad humana hay uno superior a quien deben obedecer los subalternos, así Dios, como superior a todos, de todos debe ser obedecido.

16. También son detestables y dignos de castigo los delitos que se cometen contra el prójimo con deseo de hacerle algún daño, ya sea de palabra diciéndole alguna afrenta, ya de obra haciéndole algún agravio; y esto tanto si se hace por vengarse de él, como por conseguir algún exterior provecho o interés, como sucede al ladrón respecto del pasajero a quien roba; o por evitar algún mal que le ha de sobrevenir de otro a quien teme; o teniéndole envidia, como acontece en el que es infeliz respecto de otro dichoso, y en el que estando en prosperidad teme y le pesa de que otro se le iguale; o por sólo el gusto y deleite que él saca del daño ajeno, como los que se deleitan en hacer burla de otros, o pegarles chascos.

Éstas son las principales especies de la iniquidad, las cuales nacen del apetito desordenado de dominar, de la vana curiosidad y deseo de ver, o del apetito desordenado de los deleites sensuales, ya sea juntándose todos tres apetitos, ya dos de ellos, ya uno solo. Pues de este modo, dulcísimo y altísimo Dios mío, todos los desórdenes de nuestra vida son transgresiones de vuestra divina ley, o contra los tres primeros preceptos, o contra los siete últimos de vuestro Decálogo, figurado y entendido en la Escritura por El salterio de diez cuerdas.

Pero ¿qué maldades de los hombres pueden llegar hasta Vos, que sois inviolable?, ¿ni qué ofensas pueden ellos efectivamente ejecutar contra Vos, a quien es imposible hacer mal o daño alguno? Pero ¡ah! que Vos castigáis los males que ejecutan contra sí mismos los hombres (pues aun pecando contra Vos, obran cruelmente y sin piedad contra sus almas, y esto es proceder engañosamente la maldad contra sí misma), ya sea viciando y pervirtiendo su propia naturaleza, que Vos creasteis y ordenasteis, ya sea usando inmoderadamente de las cosas lícitas, o deseando ardientemente las que no son permitidas, para abusar de ellas contra el orden natural, ya se hagan reos por desmandarse contra Vos con interiores afectos o con palabras exteriores, tirando coces contra el aguijón, ya sea finalmente cuando rotos los lazos de la sociedad humana y traspasados sus límites, se alegran temerarios y atrevidos con las particulares alianzas o con las divisiones que ellos entre sí privadamente forman, según que el estado actual de las cosas les agrada o les disgusta.

  —66→  

Estas maldades ejecutan los hombres cuando os dejan a Vos, que sois fuente de la vida, único y verdadero Creador y Gobernador del universo; y por su propia soberbia y particular orgullo aman en las criaturas un bien aparente y falso. Así es constante que no se vuelve a Vos sino por medio de una humilde piedad, y Vos entonces nos sanáis de nuestras malas costumbres, y perdonáis sus pecados a los que humildemente los reconocen y confiesan, y oyendo Vos los gemidos y sollozos de los pecadores, que se ven aprisionados con los hierros de sus culpas, nos desatáis y dejáis libres de las cadenas que nosotros mismos nos habíamos forjado. Por el contrario, mientras nos sublevamos contra Vos por seguir la falsa libertad de nuestro desenfreno, con el deseo y ansia de conseguir más, padecemos el castigo de perderlo todo, por amar nuestro bien particular más que a Vos mismo, que sois el bien universal de todos.




ArribaAbajoCapítulo IX

De la diferencia que hay entre los pecados; y de la que hay también entre el juicio de Dios y el de los hombres


17. Pero entre tantas maldades y delitos de los hombres, entre la multitud de sus iniquidades, hay también que contar aquellas faltas que cometen los que comienzan a aprovechar en la virtud; las cuales son reprendidas y vituperadas por aquellos que juzgan rectamente, atendiendo a las reglas de la perfección, y son también alabadas de otros, atendiendo al fruto que esperan de ellas, como se alaba por lo común el trigo aún recién nacido y en verde.

Otras acciones hay que se parecen a los graves delitos y pecados, y realmente no son pecados ni delitos, porque ni son ofensas contra Vos, Dios y Señor mío, ni son contra el bien común y sociedad humana, como cuando se hace alguna prevención y acopio de las cosas propias de la estación del tiempo y necesarias para la vida y, por otra parte, no hay certeza de que sea este cuidado efecto de una codicia desordenada; o cuando se castiga con legítima potestad a los culpados, pero ignorándose si los jueces lo hacen movidos de un mal deseo de mortificarlos. Y así, muchas cosas que a los hombres les parecen vituperables y malas, Vos, Señor, las aprobáis y dais por buenas; y otras muchas, alabadas de los hombres, Vos las desaprobáis como culpables, porque muchas veces la exterior apariencia de la obra es muy distinta del ánimo e intención de quien la ejecuta y de lo que pedía la circunstancia oculta del tiempo en que se hizo o determinó.

Pero cuando Vos mandáis de nuevo alguna cosa nunca usada, no obstante que en otro tiempo la hubieseis prohibido, y que no manifestéis la causa y motivo de mandarla entonces, y aunque finalmente sea contra los estatutos de la sociedad de algunos particulares, ¿quién duda de que se ha de hacer lo que mandáis, siendo cierto y constante que ninguna sociedad de hombres se debe tener por justa y buena sino aquella que os sirve y obedece? Pero dichosos aquéllos que saben ciertamente que Vos habéis mandado alguna cosa, porque entonces vuestros siervos hacen todas las cosas, o para cumplir las obligaciones que tocan al tiempo presente, o para prevenir y anunciar lo que ha de suceder en lo futuro.



  —67→  

ArribaAbajoCapítulo X

Desvaríos de los maniqueos acerca de los frutos de la tierra


18. Siendo así que ignoraba yo estas cosas, me burlaba de aquellos santos antiguos que fueron vuestros siervos y vuestros profetas. ¿Y qué es lo que hacía con burlarme de ellos, sino daros motivo de que os burlarais de mí, pues vine poco a poco a dar insensiblemente en aquellas extravagancias y desvaríos de creer que cuando los higos se arrancaban del árbol, ellos y la higuera, que era su madre, lloraban de sentimiento28 lágrimas de leche? Pero que si algún santo de los maniqueos29 comía aquel higo arrancado (suponiendo que él no hubiese cometido el delito de arrancarle, sino que le hubiese cortado o arrancado otro), y por medio de la digestión le mezclaba30 con su propia sustancia, después, gimiendo y sollozando en su oración, despedía en el aliento y exhalaba de aquel higo no sólo ángeles, sino también partículas del Dios sumo y verdadero, las cuales hubiesen estado siempre atadas a aquel higo si no se hubieran disuelto por los dientes y estómago de aquel varón santo y escogido.

  —68→  

Y yo, infeliz y miserable, creía que mayor misericordia debíamos usar con los frutos de la tierra que con los hombres para quienes se producían. Porque si alguno que estaba necesitado de alimentos los pedía, sería como condenar a muerte aquel fruto, si se le daba a alguno que no fuese maniqueo.




ArribaAbajoCapítulo XI

Llanto y sueño de Santa Mónica acerca de la conversión de su hijo Agustín


19. Vos, Señor, usando conmigo de vuestra paternal benignidad, desde lo alto del cielo extendisteis vuestra mano poderosa y sacasteis a mi alma de una profundidad tan oscura y tenebrosa como ésta, habiendo mi madre, vuestra sierva fiel, derramado delante de Vos más lágrimas por mí que las otras madres por la muerte corporal de sus hijos. Porque con la fe y espíritu que Vos le habíais dado, veía ella la muerte de mi alma. Mas Vos, Señor, os dignasteis oír sus oraciones; Vos os dignasteis oírla y no despreciasteis sus lágrimas, que copiosamente corrían de sus ojos, hasta regar con ellas la tierra en todos los sitios en que se ponía a hacer oración por mí en presencia de vuestra divina Majestad, que se dignó oírla y atender a su llanto y oración. Porque, ¿de dónde sino de Vos le había de venir aquel sueño que tuvo, con el cual la consolasteis tanto que me permitió vivir31 en su compañía, comer a su mesa y habitar en su casa, lo que antes no había querido consentir por lo mucho que ella aborrecía y detestaba los errores y blasfemias de mi secta? Un día, pues, estando dormida, soñó que estaba puesta de pie sobre una regla de madera, y que se le acercó un joven gallardo y resplandeciente con rostro alegre y risueño, estando ella muy afligida y traspasada de pena, el cual le preguntó la causa de su aflicción y tristeza, y de tantas lágrimas como derramaba todos los días, no para saberlo de su boca, sino para tomar de aquí ocasión de instruirla y enseñarla, como suele suceder en tales sueños. Ella le respondió que era mi perdición lo que la hacia llorar, y él le mandó entonces y le amonestó (para que viviese más segura en este punto) que reflexionase con atención y viese que donde ella estaba, allí mismo estaba yo también. Luego que oyó esto miró con atención y me vio estar junto a sí en la misma regla. ¿De dónde le vino este consuelo sino de aquella suma bondad con que atendíais a los gemidos de su corazón? ¡Oh!, ¡cuán bueno sois, Dios y Señor mío todopoderoso, que de tal suerte cuidáis de cada uno de nosotros, como si fuera el único de quien cuidáis, y de tal modo cuidáis de todos como de cada uno de por sí!

20. ¿De dónde sino de Vos le vino también aquella respuesta que me dio tan pronta y oportuna, cuando al referirme el sueño que   —69→   había tenido, y procurando yo interpretarle diciendo: Que antes bien el sueño significaba que ella podía vivir con esperanzas de ser algún día lo que yo era, respondió inmediatamente y sin detenerse en nada: No por cierto, no es así, porque a mí no se me dijo: donde él está, allí también estás tú, sino al contrario: donde tú estás, allí también está él?

Yo os confieso, Señor, que, según lo que me acuerdo y varias veces he contado, más me movió esta respuesta que Vos me disteis por boca de mi piadosa madre, que el sueño mismo que me refirió y con que tan anticipadamente anunciasteis la alegría y gozo que había de tener, aunque de allí a mucho tiempo, para darle desde entonces algún consuelo en la aflicción y solicitud que tenía por mí. Pues ella, bien lejos de turbarse con la falsedad de mi interpretación, aunque verosímil y aparente, se impuso al instante en la verdad, y vio prontamente cuanto había que ver acerca del suceso, y lo que yo verdaderamente no había advertido antes que ella lo dijera.

Aun después de todo esto estuve yo casi por espacio de nueve años32 revolcándome en lo profundo del cieno, y rodeado de tinieblas de error y falsedad. Y aunque muchas veces procuré levantarme y salir del abismo profundo, con el hincapié y conatos que hacía, me hundía más adentro; y entretanto aquella viuda casta, piadosa, templada, y tal cuales son las que Vos amáis, ya más alegre con la esperanza que le habíais dado, pero no por eso menos solícita en llorar y gemir, no cesaba de importunaros a todas horas con sus oraciones y lágrimas por mi conversión, y aunque eran bien admitidos en vuestra divina presencia sus fervorosos y continuos ruegos, no obstante Vos dejabais que me envolviese y revolviese todavía más en aquella espesa oscuridad de mis errores.




ArribaAbajoCapítulo XII

Lo que un santo obispo respondió a Santa Mónica acerca de la conversión de su hijo


21. También en este tiempo intermedio le disteis otra respuesta y misterioso aviso, semejante al pasado y para el mismo intento, de lo cual quiero hacer aquí conmemoración, no obstante que omito otras muchas cosas, ya porque no puedo acordarme de todas ellas, ya por llegar más presto a confesaros las que son más urgentes y precisas. Por boca, pues, de un ministro vuestro, que era sacerdote y obispo, educado y criado en vuestra Iglesia, y muy práctico y versado en vuestras Santas Escrituras, le disteis otra respuesta y aviso misterioso. Porque habiéndole mi madre suplicado que tuviese a bien el hablarme e impugnar mis errores hasta desengañarme de mis falsos dogmas y perversa doctrina, y enseñarme la buena y verdadera (súplica que hacía también a todos los hombres sabios que encontraba,   —70→   y le parecían a propósito para este efecto), lo rehusó aquel obispo, en lo que se portó prudentemente, respondiendo a mi madre, según supe después, que estaba yo todavía incapaz de admitir otra doctrina, porque estaba muy embelesado en la novedad de aquella herejía maniquea y envanecido de haber dado en qué entender a muchos ignorantes con varias cuestiones y sofismas que les proponía, como ella misma le había contado. Pero también le dijo: Dejadle por ahora en su error, y no hagáis más diligencia que rogar a Dios por él, que él mismo, continuando en estudiar y leer, llegará a conocer cuán enorme es el error e impiedad de la secta maniquea. También le refirió él mismo cómo siendo él niño le habían entregado a los maniqueos por voluntad de su madre, a quien antes habían engañado y que no solamente había él leído casi todos sus libros, sino que también los había copiado de su puño, y que él por sí mismo y sin que ninguno le arguyese ni impugnase, había conocido cuán abominable y digna de dejarse era aquella secta, y como tal la había abandonado. Pero habiendo acabado de decirle todo esto, como mi madre no se aquietase, sino que antes bien le instase más y más, importunándole con ruegos y lágrimas para que se viese y disputase conmigo, él entonces, como cansado ya de su importunación, le dijo: Déjame, mujer, así Dios te dé vida, que es imposible que un hijo de tantas lágrimas perezca. Palabras que mi madre recibió como si hubieran sonado desde el cielo, según ella me lo repitió muchas veces en nuestras familiares conversaciones.





  —71→  

ArribaAbajoLibro IV

Recorre los nueve años de su vida, en que desde el año 19 hasta el 28 enseñó retórica y tuvo una manceba, y se dedicó a la astrología genetliaca. Después se duele del excesivo e inmoderado dolor que tuvo por la muerte de un amigo, y el mal uso que hacía de su excelente ingenio



ArribaAbajoCapítulo I

Del tiempo que empleó en engañar y pervertir a otros, y de los medios que usaba para ello


1. Durante aquel mismo espacio de los nueve años que he dicho, contados desde los diecinueve de mi edad hasta los veintiocho, viví engañado y engañando a otros; y entre la variedad de mis deseos y apetitos, tan pronto era engañado como engañador, ya públicamente, enseñando las artes que llaman liberales, ya ocultamente bajo el pretexto y falso nombre de religión, siendo allí soberbio, aquí supersticioso, y en todas partes vano. Por una parte seguía continuamente el humo y aire de la gloria popular, queriendo llevarme siempre los aplausos del teatro, y ser preferido a todos los demás competidores en hacer versos, y llevarme las despreciables coronas con que eran premiados los que salían vencedores en las contiendas de ingenio y, finalmente, sobresalir en las locuras de los espectáculos y en la destemplanza de los apetitos; y por otra parte deseando purificarme de todas estas manchas, llevaba que comer a los que entre los maniqueos se llamaban escogidos y santos, para que en la oficina de su estómago me fabricasen ángeles y dioses que me librasen de todos mis pecados. Estos delirios seguía y practicaba entonces en compañía de mis amigos, engañados por mí, que estaba tan engañado como ellos.

Búrlense en hora buena de mí aquellos hombres soberbios y arrogantes que no han sido hasta ahora saludablemente postrados y abatidos por vuestra mano poderosa, Dios y Señor mío, que yo por eso no tengo que omitir la confesión de mis infamias, para gloria y alabanza vuestra. Permitidme, os ruego, y concededme que vaya recorriendo mi memoria con exactitud los pasados rodeos y extravíos de mis errados procederes, y que de todos ellos os haga un sacrificio   —72→   con que mi alma quede llena de júbilo y alegría. Porque a la verdad, si Vos no me guiáis y vais conmigo, ¿qué seré para mí quedando solo, sino una guía ciega que me vaya llevando al precipicio? Y por el contrario, cuando hago algo de bueno, ¿qué hago yo sino recibirlo de Vos, o qué soy sino un niño que recibe el néctar de vuestros pechos o, cuando más, un hombre que se sustenta de Vos mismo, que sois manjar incorruptible? Y ¿qué es cualquier hombre, sea el que fuere, si al fin no es más que un hombre? Pues búrlense de mí en hora buena esos espíritus fuertes y poderosos, mientras que yo, flaco y pobre, confieso vuestro nombre y os alabo.




ArribaAbajoCapítulo II

De cómo enseñaba retórica; de la fidelidad que guardaba a una mala amistad que tenía; y cómo despreció los pronósticos de un agorero


2. Enseñaba yo en aquel tiempo la retórica, y vendía aquel arte de elocuencia que sabe vencer y dominar los corazones, siendo al enseñarla vencido y dominado yo de la codicia. Pero bien sabéis, Señor, que lo que más deseaba era tener discípulos, en el sentido en que comúnmente se llaman buenos33, a los que sin engaño alguno les enseñaba el arte de practicar engaños, no para que jamás usasen de ellos contra la vida de algún inocente, sino para defender alguna vez al culpado. Y Vos, Dios mío, visteis desde lejos esta fidelidad que iba a perderse por un camino tan resbaladizo, y centellear entre mucho humo aquella buena fe mía con que enseñaba a los que, como yo, amaban la vanidad y buscaban la mentira.

En aquel mismo tiempo tenía yo una mujer, no que fuese mía por legítimo matrimonio, sino buscada por el vago ardor juvenil escaso de prudencia; pero era una sola, y le guardaba también fidelidad, queriendo saber por experiencia propia la diferencia que hay entre el amor conyugal pactado mutuamente con el fin de la procreación, y el pacto de amor lascivo, en el cual suele también nacer algún hijo contra la voluntad de los amantes, aunque después de nacido los obliga a que le tengan amor.

3. También hago memoria de que habiendo yo voluntariamente entrado en una oposición pública de poesía dramática, me envió a decir no sé qué agorero cuánto le había de dar por que él me asegurase la victoria, y yo, detestando y abominando aquellos feos sacrificios, le respondí que aunque aquella corona de frágil hierba que se había de dar al vencedor fuera de oro e inmortal, no permitiría que para que yo la lograra se matase siquiera una mosca. Porque en sus sacrificios y conjuros había él de quitar la vida a algunos animales, y con aquellos honores que hacía a los demonios, le parecía que los convidaba y movía a que me favoreciesen. Pero bien conozco, oh Dios de mi alma y de mi corazón, que el haber yo desechado y abominado aquella maldad, no fue por amor vuestro, porque aún no sabía amaros, pues ni acertaba a imaginaros sino como   —73→   una luz y resplandor corporal. Y un alma que suspira por semejantes ficciones, ¿no es cierto que anda muy distraída en Vos, poniendo su confianza en falsedades y apacentándose de los vientos? En verdad que no quisiera yo que por mí se hiciera sacrificio a los demonios, siendo así que yo mismo con aquella superstición me sacrificaba a ellos, porque ¿qué otra cosa es apacentarse de los vientos, sino dar a comer a los demonios, esto es, servirles de deleite y diversión con nuestros errores?




ArribaAbajoCapítulo III

Cómo dejó el estudio de la astrología, a que se había dedicado por consejo de un anciano bien instruido en medicina y física


4. Por eso no cesaba de consultar a aquellos otros impostores que llamaban matemáticos34, porque éstos no usaban de sacrificio alguno, ni oraciones y conjuros dirigidos a los demonios para adivinar; no obstante que sus predicciones también las reprueba y condena la cristiana y verdadera piedad. Lo bueno y justo es confesarse a Vos, Señor, y deciros: Tened misericordia de mí y sanad mi alma, pues ha pecado contra Vos; y no abusar de vuestro perdón para volver a pecar, sin tener muy presenta aquella sentencia del Salvador: Mira, hombre, que ya estás sano; no quieras pecar más, no sea que te suceda algo peor. Esta saludable doctrina intenta de todo punto destruirla dichos astrólogos cuando dicen: «Del influjo de los cielos nace a los hombres la causa inevitable de pecar: el planeta Venus, o Saturno o Marte hicieron esto o aquello». Y esto lo dicen para que el hombre, que es carne y sangre y corrupción soberbia, quede disculpado, y se atribuya el pecado al Creador y Gobernador del cielo y de los astros. ¿Y quién es éste sino Vos, Dios nuestro, que sois dulzura y suavidad inefable, origen y fuente de toda justicia, que dais a cada uno según sus obras, y no despreciáis un corazón contrito y humillado?

En aquel tiempo había un hombre muy hábil, muy sabio y excelente en el arte de la medicina35, el cual en nombre del cónsul a quien pertenecía la acción, había puesto con su mano propia la corona que yo había ganado en el certamen de poesía sobre mi cabeza malsana; aunque esto no lo hizo en cuanto médico, porque de aquella mi dolencia sólo Vos sois el médico, que sois quien resiste a los soberbios y da gracias a los humildes. Pero ¿acaso dejasteis de   —74→   serviros también de aquel anciano para mi provecho y para el remedio y medicina de mi alma?

Pues como yo me había hecho muy familiar suyo, y asistía continua y atentamente a sus razonamientos (que sin adorno y hermosura de palabras eran gustosos y graves por lo agudo de sus sentencias), luego que conoció por mis conversaciones que yo estaba muy dedicado a los libros astrológicos, me amonestó benigna y paternalmente que los arrojase de mí y no gastase mi cuidado y estudio en aquella locura y vanidad, pudiendo emplearle en cosas útiles. También dijo que él había aprendido de tal suerte aquel arte, que en los primeros años de su edad quiso seguir aquella profesión para ganar de comer, esperando que, pues había entendido a Hipócrates, también podría entender aquellas doctrinas; pero que no por otro motivo las había dejado y seguido la medicina, sino porque había llegado a conocer que eran falsísimas; y siendo un hombre de juicio, no quería ganar la comida engañando a los hombres. «Pero tú, dijo él, tienes la cátedra de retórica con que sustentarte y vivir en el mundo, y sigues esta falsedad engañosa, no por necesidad, sino voluntariamente y por tu gusto, por lo que tanto más debes creerme lo que te digo de aquel arte, pues trabajé por saberlo tan perfectamente que pensaba mantenerme de aquella profesión sólo». Y habiéndole preguntado cuál era la causa de que por medio de aquella doctrina se pronosticasen muchas cosas que salían ciertas, me respondió lo mejor que pudo, que la fuerza de la suerte esparcida por todas las cosas naturales era la que causaba esos aciertos. Porque, decía él, si muchas veces queriendo alguno saber algo por suerte, y valiéndose para esto de los versos de cualquier poeta (en los que su autor dijo e intentó otra cosa muy distinta), suele suceder que el verso se acomoda y ajusta maravillosamente al asunto y negocio que se buscaba, no será mucho que del alma humana, movida de superior instinto, y sin advertir esa emoción que se hace en ella, salga alguna respuesta por suerte y casualidad, no por arte ni regla, que se acomode y adapte a los hechos y asuntos de quien hace la pregunta.

6. Y esto, Señor, me lo procurasteis enseñar por medio de aquel sabio médico que estaba ya desengañado de aquellas falsedades, y dejasteis con esto delineado en mi memoria lo que yo por mí mismo había de buscar e investigar en adelante. Pero entonces ni el anciano médico ni mi amadísimo Nebridio, mancebo de gran bondad y gran juicio, que se burlaba de todo aquel arte de adivinar, pudieron persuadirme de que dejase el estudio de aquellas doctrinas, porque me movía todavía más que ellos la autoridad de los autores de aquellos libros, y porque aún no había hallado un documento seguro y convincente, como lo buscaba, que me pusiese en evidencia de que las cosas que sucedían conforme las predijeron los astrólogos cuando se les consultaba salían verdaderas por la suerte y el acaso, y no por el arte de la observación de los astros.



  —75→  

ArribaAbajoCapítulo IV

Refiere la enfermedad y bautismo de un amigo suyo a quien él había pervertido, cuya muerte sintió y lloró amargamente


7. En aquellos años, y al mismo tiempo que había comenzado a enseñar en la ciudad en que nací, había adquirido un amigo, que porque estudiamos juntos, por ser de mi edad y estar ambos en la flor y lozanía de la juventud, llegó a serme muy amado. Desde niños habíamos crecido juntos, habíamos ido juntos a la escuela y juntos habíamos jugado. Pero entonces aún no era tan estrecha nuestra amistad, aunque ni tampoco después cuando digo que le amé tanto, era nuestra amistad tan verdadera como debe ser, porque sólo es verdadera amistad la que Vos formáis entre los que están unidos a Vos por la caridad que ha derramado en nuestros corazones el Espíritu Santo, que nos fue enviado y dado.

Pero no obstante era para mí aquella amistad dulcísima y sazonada con el fervor de nuestros iguales cuidados y estudios. Porque también le había yo desviado, aunque no entera y radicalmente, de la verdadera fe que siendo joven seguía, y le había inclinado a aquellas falsedades supersticiosas y perjudiciales que hicieron a mi madre llorar tanto por mí. De modo que aun en el error que seguíamos interiormente éramos iguales y no podía mi alma hacer nada sin él. Pero he aquí que Vos, yendo a los alcances a vuestros siervos fugitivos, como Dios de las venganzas, y al mismo tiempo fuente inagotable de las misericordias, convirtiéndonos a Vos por caminos y modos admirables, sacasteis de esta vida a aquel mancebo, cuando apenas se había cumplido un año de nuestra amistad, que me era más deliciosa que todas las delicias que en aquel tiempo gozaba.

8. ¿Quién hay que sea él solo suficiente a contar los motivos que tiene para alabaros, por lo que ha experimentado solamente en sí mismo? ¿Qué es lo que entonces ejecutasteis, Dios mío? ¡Oh, cuán insondable es la profundidad de vuestros juicios! Porque estando aquel amigo mío enfermo de calenturas, le dio una vez un síncope, que le duró mucho tiempo, juntamente con un sudor mortal, y viéndosele ya sin esperanzas de vida, se le dio el Bautismo sin que él lo supiese, ni pudiese conocerlo, lo cual me dio poco cuidado, persuadiéndome que su alma conservaría mejor lo que yo le había enseñado, que lo que se ejecutaba en su cuerpo sin saberlo él ni advertirlo. Pero muy al contrario sucedía, porque él volvía en sí y con salud en el alma36.

Luego al punto que pude hablarle (y pude luego que él pudo oírme, pues no me apartaba de su lado, y mutuamente pendíamos uno de otro), intenté burlarme del Bautismo que le habían dado, cuando se hallaba muy lejos de tener conocimiento ni sentido: creyendo yo que él también se burlaría conmigo de aquel hecho, como que ya sabía entonces que le habían bautizado. Mas luego que oyó mi burla, me mostró tanto horror como si fuera yo su mayor enemigo,   —76→   y me amonestó con una admirable y repentina libertad, que si quería ser amigo suyo, no volviese a hablar de aquello por aquel estilo. Yo entonces, espantado todo y turbado, reprimí lo que se me ofrecía responderle, dejándolo para cuando hubiese convalecido y estuviese capaz con las fuerzas de su cabal salud, para poderle yo decir entonces todo cuanto quisiese. Pero pocos días después, estando yo ausente, le acometieron otra vez las calenturas y murió; mejor dicho, fue como arrebatado de entre las manos de mi locura, para estar bien guardado junto a Vos para mi consuelo.

9. Sentí tanto su pérdida, que se llenó mi corazón de tinieblas, y en todo cuanto miraba, no veía otra cosa sino la muerte. Mi patria me servía de suplicio y la casa de mis padres me parecía la morada más infeliz e insufrible; todo cuanto había contado y comunicado con él, se me volvía en crudelísimo tormento, viéndome sin mi amigo. Por todas partes le buscaban mis ojos, y en ninguna le veían. Aborrecía todas las cosas, porque en ninguna de ellas le encontraba, ni podían ya decirme, como antes cuando vivía y estaba fuera de casa o ausente: espera, que ya vendrá. Estaba yo trocado en un confuso enigma sin entenderme a mí mismo y preguntaba a mi alma por qué estaba tan triste y por qué me afligía tanto; y no tenía qué responderme. Y si le decía: Espera en Dios, con razón me desobedecía, porque más verdadero ser tenía, y mucho mejor era aquel amadísimo hombre que había perdido, que aquel fantasma que yo entonces creía Dios, y en quien le mandaba que esperase. Sólo el llanto me era más dulce y gustoso, y el sucesor de mi amigo en causar las delicias de mi alma.




ArribaAbajoCapítulo V

Por qué los afligidos e infelices tienen gusto en llorar


10. Mas ahora, Señor, ya que pasaron todas aquellas cosas y con el tiempo se me ha mitigado el dolor de aquella herida, ¿podré escuchar de Vos que sois la verdad eterna y aplicar los oídos de mi alma a vuestra boca, para que me digáis por qué el llanto es gustoso a los desventurados y afligidos?

¿Por ventura, Señor, no obstante que estáis presente en todas partes, será posible que estén muy lejos de Vos nuestras necesidades y miserias? Vos, Señor, inalterablemente permanecéis en Vos mismo; pero nosotros nos mudamos continuamente, experimentando siempre diversos acaecimientos y novedades, y no nos quedará siquiera el consuelo de la esperanza, si no llegaran a vuestros oídos nuestras lágrimas.

Pues ¿en qué consiste que el gemir, el llorar, el suspirar, el quejarse se tiene como un fruto suave y dulce que se coge de la amargura de esta vida? ¿Acaso lo que hay dulce y gustoso en el llanto es la esperanza que tenemos de que Vos oigáis nuestros suspiros y lágrimas? Pero esto era bueno para que lo dijéramos de los ruegos y súplicas que os hacemos, porque siempre van acompañadas del deseo de llegar a conseguir algo. Mas en el dolor y sentimiento de una cosa ya perdida y en el triste llanto de que entonces estaba yo cubierto, ¿podremos por ventura decir lo mismo? Porque yo no esperaba que mi amigo resucitase, ni con mis lágrimas pretendía   —77→   tal cosa; sino solamente era mi fin sentir su muerte y llorarla, porque me hallaba infeliz y miserable, y había perdido lo que causaba toda mi alegría. ¿O es acaso que siendo amargo el llorar, nos causa deleite cuando llegamos a tener disgusto y aborrecimiento de las cosas que gozábamos antes con placer y alegría?




ArribaAbajoCapítulo VI

De lo mucho que sintió la muerte de su amigo


11. Mas ¿para qué hablo de esto?, pues no es ahora ocasión de haceros preguntas, sino de confesaros mis miserias. Yo era miserable como lo es cualquier alma aprisionada con el amor de las cosas perecederas, que cuando las pierde, la despedaza el sentimiento, y entonces es cuando conoce toda su miseria aun antes de perderlas. Así me hallaba yo en aquel tiempo, y lloraba amarguísimamente y descansaba en mi amargura. Tal como ésta era mi miseria, y más que a aquel amigo mío amaba yo la vida miserable que tenía, pues aunque quisiera trocarla, con todo eso no quisiera perderla antes que perderle a él, ni sé si quisiera perderla por él, como se refiere de Orestes y Pílades (si es que no sea fingido), que querían morir el uno por el otro, o entrambos al mismo tiempo, porque tenían por mayor daño vivir el uno sin el otro. Pero no sé qué afecto muy contrario a éste había nacido en mí, pues tenía grandísimo tedio de la vida y miedo de la muerte. Yo creo que cuanto mayor era el amor que le tenía, tanto más aborrecía y temía a la muerte, como a enemiga crudelísima que me lo había quitado, y juzgaba que ella había de acabar de repente con todos los hombres, una vez que había podido acabar con aquél.

Así cabalmente me hallaba yo, que bien presente lo tengo. Ved aquí mi corazón, Dios mío: he aquí todo mi interior; ved que no lo tengo olvidado, esperanza mía, que me limpiáis de la inmundicia de semejantes afectos, atrayendo a Vos los ojos de mi alma, y librando mis pies de los lazos que me tenían enredado. Me admiraba de que los demás mortales viviesen, pues había muerto aquél a quien yo amaba como si no hubiera de morir, y más me maravillaba de que habiendo muerto él, viviera yo, que era otro él. Bien dijo Horacio, hablando de un amigo suyo, que era la mitad de su alma, porque yo creí que la mía y la suya habían sido una sola alma en dos cuerpos. Y por eso me causaba horror la vida, porque no quería vivir a medias y como dividido37, y por eso quizá temería el morirme, porque no muriese de todo punto aquel a quien había amado tanto.




ArribaAbajoCapítulo VII

Cómo se salió de su patria por no poder aguantar este dolor


12 ¡Oh, qué locura no saber amar a los hombres humanamente! ¡Oh, qué necio hombre era yo, pues las cosas humanas las padecía sin moderación! Y así me acongojaba, suspiraba, lloraba, andaba   —78→   turbado, incapaz de descanso ni consejo. Traía mi alma como despedazada, ensangrentada, impaciente de estar conmigo y no hallaba dónde ponerla. No hallaba descanso alguno ni en los bosques amenos, ni en los juegos y músicas, ni en los jardines olorosos, ni en los banquetes espléndidos, ni en los deleites del lecho y, finalmente, ni lo hallaba en los libros ni en los versos. Todo me causaba horror, hasta la misma luz, y todo cuanto no era mi amigo me era insufrible y odioso, menos el gemir y llorar, pues solamente en esto tenía algún corto descanso. Pero luego que se le quitaba o estorbaba a mi alma este triste alivio, me abrumaba la pesada carga de mi miseria.

Bien sabía yo que debía levantar mi alma hacia Vos, Señor, para que me la curaseis; pero ni quería, ni podía, y tanto más incapaz me hallaba para esto, cuanto lo que yo pensaba de Vos era menos sólido y estable. Porque lo que yo imaginaba no erais Vos, era un vano fantasma lo que en mi error tenía por mi Dios. Y si me esforzaba por poner mi alma en aquello que yo imaginaba ser mi Dios para que allí descansase, se resbalaba por no hallar solidez y volvía a caerse sobre mí, quedando yo hecho una infeliz morada de mí mismo, donde ni pudiese estar ni la pudiese dejar. Porque ¿adónde podría huir mi corazón que se alejara de sí mismo?, ¿adónde huiría de mí?, ¿dónde dejaría de ir tras de mí? No obstante, me salí de mi patria y desde Tagaste me fui a Cartago, porque allí buscaban menos mis ojos a mi amigo, donde no tenía costumbre de verle.




ArribaAbajoCapítulo VIII

Cómo el tiempo y el trato con los amigos le fueron curando su sentimiento


13. No se van los tiempos en balde, ni pasan ociosamente por nuestros sentidos, antes bien producen en nuestras almas efectos admirables. Venía y pasaba el tiempo un día tras de otro, y viniendo y pasando días iba yo adquiriendo nuevas especies y diferentes memorias; así, poco a poco volvía a aficionarme a los antiguos placeres, a los que iba cediendo aquel dolor y sentimiento mío. No le sustituían otros nuevos dolores, sino causas y principios de otros dolores nuevos. Porque ¿de dónde provino que con tanta facilidad y tan íntimamente penetrase aquel dolor mi corazón, sino porque yo había derramado mi alma inútilmente en la arena, amando a aquel hombre, que había de morir, como si fuera inmortal?

Lo que principalmente contribuyó a mi alivio y restablecimiento fue el trato y los consuelos de los amigos, que amaban lo que yo amaba en lugar de Vos; y esto era una gran fábula y un tejido de mentiras, con cuyo uso continuado se corrompía nuestra alma complaciéndose en oírlas. Pero aquella fábula no moría para mí, no obstante que muriese alguno de mis amigos.

Otras cosas había que me estrechaban más fuertemente a ellos, como el conversar y reírnos juntos, servirnos unos a otros con buena voluntad, juntarnos a leer libros divertidos, chancearnos y entretenernos juntos, discordar alguna vez en los juicios, pero sin oposición de la voluntad, y como lo suele uno ejecutar consigo mismo,   —79→   y con aquella diferencia de dictámenes (que rarísima vez sucedía) hacer más gustosa la conformidad que teníamos en todo lo demás, enseñarnos mutuamente alguna cosa, o aprenderla unos de otros, tener sentimientos de la ausencia de los amigos y alegría en su llegada. Con estas señales y otras semejantes que, naciendo del corazón de los que se aman, se manifiestan por el semblante, por la lengua, por los ojos y por otros mil movimientos agradables, que servían de fomento a nuestro amor, encendíamos nuestros ánimos, y de muchos hacíamos uno solo.




ArribaAbajoCapítulo IX

De la amistad humana, y que es dichoso el que en Dios y por Dios ama a sus amigos


14. Esto que acabo de decir es lo que se ama en los amigos, y de tal modo se ama, que se tendría por culpado el hombre que no amase al que le ama, o no correspondiese con su amor al que le amó primero, sin desear ni pretender de su amigo otra cosa exterior más que estos indicios y muestras de benevolencia. De aquí nace aquel llanto y lamento cuando muere algún amigo; de aquí aquellos lutos que aumentan nuestro dolor; de aquí el tener afligido el corazón convirtiéndose en amargura la dulzura que antes gozaba; y de aquí la muerte de los que viven, por la vida que han perdido los que mueren. Dichoso el que os ama a Vos, y a su amigo le ama en Vos, y a su enemigo por amor de Vos. Porque sólo está libre de perder a ninguno de sus amados quien los ama a todos en aquél que nunca puede perderse ni faltar. ¿Y quién es éste sino nuestro Dios, y un Dios que hizo el cielo y la tierra, y que llena tierra y cielo, porque llenándolos los creó?

A Vos, Señor, nadie os pierde sino el que os deja, y el que os deja, ¿adónde va o adónde huye, sino de Vos, amoroso, a Vos mismo enojado? Porque ¿dónde no hallará vuestra ley para su castigo? Pues vuestra ley es la verdad y Vos sois la verdad misma.




ArribaAbajoCapítulo X

Cómo la bondad de todas las criaturas es muy limitada y transitoria, e incapaz de dar quietud y descanso a los deseos del alma


15. Dios de las virtudes, convertidnos a Vos, mostradnos vuestro rostro, y seremos salvos. Porque a cualquier parte que se vuelva el corazón del hombre ha de tener que padecer dolores, si no es que se vuelva hacia Vos, aunque se abrace con las criaturas más hermosas que están fuera de Vos y fuera de él. Ellas no tuvieran ser alguno si no le hubieran recibido de Vos: ya nacen, ya mueren; nacen como que comienzan a ser, crecen para perfeccionarse y, después de perfectas, envejecen y acaban; pero no38 todas las criaturas   —80→   se envejecen, y todas se acaban. De modo que cuando nacen y caminan a ser, cuanto más aceleradamente crecen para lograr el lleno de su ser, tanta más prisa se dan para no ser. Éste es el modo propio de su ser y naturaleza. Solamente les habéis dado que sean partes de unas cosas, que no existen todas a un tiempo y de una vez, sino que faltando unas y sucediendo otras, forman el universo y el todo, de quien ellas son partes. Así se forman también nuestra conversación y plática cuando la tenemos boca a boca o de palabra, porque el todo de nuestra conversación nunca llegaría a tener su ser propio, si después que una palabra se pronunció en cuanto a todas las sílabas que la componen, no cesara y dejara de ser para que otra palabra le suceda.

Alábeos por estas cosas mi alma, Dios mío, Creador de todas ellas, pero no sea de modo que por los sentidos del cuerpo se quede con apego y algún amor a ellas. Porque van estas cosas caminando sin parar hacia el no ser y despedazan al alma con pestilentes deseos de existir siempre y descansar en las mismas cosas que ama. Pero en estas cosas transeúntes y sucesivas no tiene el alma en dónde parar y descansar, porque ellas, como no paran, huyen; ¿y quién es capaz de seguirlas con los sentidos corporales ni de retenerlas aun cuando están más presentes?

Los sentidos del cuerpo son tardos y perezosos como les corresponde ser a unos sentidos corpóreos, y eso es modo y propiedad de su naturaleza. Son suficientes, hábiles y proporcionados para lo que fueron creados; pero no son suficientes para detener las cosas transitorias que van corriendo desde el principio que les corresponde hasta el fin que les está señalado. Porque en vuestra eterna palabra por quien fueron creados, están oyendo que se les manda y dice: Desde aquí comenzaréis, y llegaréis hasta allí.




ArribaAbajoCapítulo XI

Que todas las cosas creadas son mudables, y sólo Dios es inmutable


16. No quieras, alma mía, hacerte vana siguiendo la vanidad, cuyo ruidoso tumulto hará ensordecer los oídos de tu corazón. Oye también al mismo Verbo eterno, que clama y te da voces para que vuelvas a él, donde está el lugar de tu quietud inalterable, en que nunca el amor se verá dejado ni despedido, si él mismo no deja y se despide primero. Atiende a la mudanza de todas las criaturas, que unas dejan de ser para que en su lugar sucedan otras, y así conste de todas sus partes sucesivamente este inferior universo. ¿Por ventura, dice el Verbo divino, yo me ausento y me mudo a alguna otra parte? Pues fija allí, alma mía, tu mansión y entrega allí cuanto tienes (pues de allí lo tienes), siquiera después de verte fatigada con   —81→   tan repetidos engaños. Vuelve a dar a la Verdad todo cuanto posees, pues de ella lo has recibido, y así lo tendrás más asegurado sin pérdida alguna; antes cobrará nuevos verdores y reflorecerá lo que esté seco y marchito, se curarán todas tus enfermedades y cuanto hayas perdido y disipado se reformará, se renovará y se volverá a unir estrechamente contigo; y en lugar de arrastrarte tras de sí todo lo caduco y hacerte bajar hacia la nada, adonde ello camina, todo será estable, firme y permanecerá contigo estando unida tú a Dios, que siempre permanece y eternamente es estable.

17. ¿Para qué, pervirtiendo el orden que debe haber entre el cuerpo y el espíritu, sigues tú a tu carne? Ella es la que convertida y reducida a buen orden te debe seguir a ti. Cuanto por medio de ella sientes y percibes, es una parte no más, y estás aún ignorante del todo que se compone de estas partes; y no obstante eso, te deleitan. Si tus sentidos corporales estuvieran dispuestos y proporcionados para sentir y percibir el todo, si para que se contentasen con parte del universo no tuvieran tan tasados los límites que juntamente se les han señalado y puesto para tu pena y castigo, tú mismo quisieras que pasara lo que existe de presente, para recibir mayor complacencia con todas las cosas juntas. Porque con uno de los sentidos del cuerpo oyes lo que hablamos, y por cierto que no quieres tú que las sílabas se paren y detengan, sino que pasen y vuelen, para que llegando las otras que se siguen puedas oírlas todas. Lo mismo sucede en todas aquellas cosas que son compuestas de partes que no existen todas a un tiempo, en las cuales más deleitaría el todo, si fuera posible sentirle o percibirle de una vez, que cada parte de por sí. Pero muchísimo mejor que estas cosas es el que las hizo todas y este mismo es nuestro Dios, que no pasa ni se aparta, ni cosa alguna hay que le suceda.




ArribaAbajoCapítulo XII

Que no es malo el amar las criaturas, con tal que en ellas amemos a Dios


18. Si te agradan los cuerpos, toma de ellos motivo para alabar a Dios, y haz que el amor que les tienes, vuelva y llegue hasta su Creador; no sea que en las cosas que te agradan a ti le desagrades tú a Él.

Si te agradan las almas, ámalas en Dios, porque aun ellas son mudables, y sólo fijas en Él tienen firmeza y estabilidad, y de otra suerte faltarían y perecerían. Ámalas, pues, en Él, y lleva contigo hacia Él cuantas pudieres, y diles: Amemos a este Señor, amemos a Éste, que hizo todas estas criaturas, y no está lejos de ellas. Porque no las hizo, y se fue, antes bien el mismo ser que les dio, le conservan estando ellas en Él.

Ve ahí donde Él está, en el alma a quien gusta la verdad. Está en lo íntimo del corazón; pero nuestro corazón se ha extraviado y alejado de Él. Pues volved a entrar en vuestro corazón, prevaricadores, y uníos estrechamente a vuestro Creador. Permaneced en Él, y seréis permanentes. Descansad en Él, y gozaréis de un verdadero descanso.

  —82→  

¿Adónde vais por esos derrumbaderos escabrosos?, ¿adónde vais a parar? El bien que buscáis y amáis proviene de Él; pero ¿qué bondad hay comparada con la suya? Este bien es suave y dulce, pero justamente se volverá amargo, porque injustamente se aman dejando a Dios las criaturas que dimanan de Él.

¿Para qué insistir todavía en andar por caminos difíciles y penosos? No está el descanso en donde lo buscáis. Buscad lo que deseáis, pero sabed que no está donde lo buscáis. Buscáis la vida bienaventurada en la región de la muerte, y raro está allí, porque ¿cómo es posible que haya vida bienaventurada donde siquiera no hay vida?

19. Bajó acá nosotros el que es nuestra misma vida y tomó sobre sí nuestra muerte, y la mató con la superabundancia de su vida que esencialmente le es propia. A grandes voces clamó diciéndonos que dejando este destierro nos volvamos a Él, acompañándole hasta aquel inaccesible trono, desde donde vino a buscarnos, descendiendo primeramente al seno virginal de María Señora Nuestra, donde se desposó con la naturaleza humana, para que nuestra carne moral pudiese conseguir la inmortalidad; y de allí, como esposo que sale de su tálamo, se esforzó alegremente con ánimo gigante para correr su camino. No se retardó ni detuvo en su carrera, antes la corrió toda, clamando con sus palabras, con sus obras, con su vida, con su muerte, con su bajada al infierno y con su ascensión al cielo, que nos volvamos a Él. Y se apartó de nuestra vista para que volvamos sobre nosotros, entremos en nuestro corazón y le hallemos; pues aunque se fue, siempre está aquí con nosotros. No quiso estar largo tiempo con nosotros descubiertamente, pero no nos ha dejado. Volviose a aquella parte de donde nunca se retiró, pues desde allí creó el mundo, que fue hecho por Él, y en el mundo estaba, cuando vino al mundo a salvar a los pecadores, al cual bendice y confiesa mi alma, y Él la sana de los pecados con que le ha ofendido.

¿Hasta cuándo, hijos de los hombres, habéis de tener el corazón empedernido y pesado? ¿Es posible que aun después de haber dejado la vida a vosotros no queráis ascender y vivir con quien es la vida vuestra? Pero ¿adónde subís, cuando soberbios os levantáis para poner vuestras bocas en el cielo? Bajad para que subáis, y subid tanto que lleguéis a Dios, porque verdaderamente caísteis, subiendo contra Él.

Diles estas cosas, alma mía, para que lloren en este valle de lágrimas, y de este modo los lleves contigo a Dios: díselas movida de su divino Espíritu, ardiendo tú en el fuego de su amor y caridad.




ArribaAbajoCapítulo XIII

De dónde nace el amor


20. Todas estas cosas las ignoraba yo entonces, y amaba estas hermosuras inferiores de acá abajo, y me iba a lo profundo, diciendo a mis amigos: «¿Amamos por ventura algún objeto a no ser que sea hermoso? Pero ¿qué es ser hermoso?, ¿y en qué consiste la hermosura?, ¿qué es lo que nos atrae y aficiona a las cosas que amamos? Porque si no hubiera en ellas gracia y hermosura, de ninguna manera nos moverían a su amor».

  —83→  

Yo advertía y veía en los mismos cuerpos que alguno de ellos era como un todo perfecto, y por eso era hermoso, y que otro, por tanto, era decente y agradable porque se acomodaba a alguna otra cosa, a la cual era muy apto y conveniente; como una parte del cuerpo es conveniente a su todo, y como el calzado al pie, y otras cosas a este modo. Esta consideración que brotó en mi alma naciendo de lo íntimo de mi corazón me obligó a escribir los libros De lo Hermoso y De lo Conveniente, que me parece fueron dos o tres. Vos, Dios mío, lo sabéis, que yo no me acuerdo, porque ni los tengo ni sé cómo se me han perdido.




ArribaAbajoCapítulo XIV

Cómo dedicó los libros De lo Hermoso y De lo Conveniente a Hierio, orador romano, y del motivo por que amaba a dicho Hierio


21. Pero ¿qué fue, oh mi Señor y mi Dios, qué fue lo que me movió a dedicar aquellos libros a Hierio, orador de la ciudad de Roma, a quien no conocía de vista, sino que le amaba por la fama de su doctrina, que era grande, y porque había oído algunos dichos suyos que me habían agradado? Y me agradaba mucho más porque agradaba a otros muchos que le alababan sobremanera, admirándose de que un hombre sirio de nación, después de haberse hecho docto en la elocuencia griega, hubiese salido tan admirable orador en la latina, además de su vastísima erudición en todas las materias concernientes al estudio de la sabiduría.

Si es alabado algún hombre, se le ama aunque esté ausente. ¿Por ventura aquel amor, saliendo de la boca del que alaba, se introduce al corazón del que oye la alabanza? No por cierto, sino que de un amante se enciende otro. De aquí nace ser amado el que es alabado, cuando se cree que las alabanzas no nacen de un corazón falaz y doloso, esto es, cuando le alaba quien le ama.

22. Así amaba yo entonces a los hombres, gobernándome por el juicio de los otros hombres: no por el vuestro, Dios mío, en el cual nadie se engaña. Pero ¿por qué este amor no era como el que se tiene al que en el circo se distingue en manejar y correr caballos, o al que en el anfiteatro sobresale en luchar con las fieras39, siendo   —84→   uno y otro famoso y celebrado por las aclamaciones del pueblo, sino que muy de otro modo, y mucho más seria y gravemente era alabado por mí y amado aquel orador, y del mismo modo que quisiera yo que me alabaran a mí? Pues es muy cierto que no quisiera yo ser alabado y amado como lo son los cómicos, aunque yo mismo los alababa y amaba; antes por el contrario, más quisiera ser eternamente ignorado y desconocido, que ser famoso y celebrado de aquel modo, y antes eligiera ser aborrecido de todos que ser amado como ellos.

¿Dónde se distribuyen estos pesos que inclinan y llevan a tan varios y diferentes amores a una misma alma? ¿Qué viene a ser lo que yo amo en otro hombre, que por otra parte lo aborrezco en mí (que si no lo aborreciera, no lo detestaría y desecharía de mí), no obstante que el otro es hombre como yo? Mengua sería el decir que al modo que se ama un buen caballo, sin que el mismo que le ama quiera ser caballo, aunque pudiera, así se ame también al comediante, porque éste es hombre, y de nuestra misma especie.

Pues ¿cómo amo en el hombre lo que aborrezco yo ser, siendo yo también hombre? Insondable, profundo es el mismo hombre, cuyos cabellos tenéis Vos, Señor, contados, sin que uno tan sólo se os escape; y si no es fácil contar sus cabellos, mucho menos las afecciones y movimientos de su corazón.

23. Mas aquel orador era tal que yo le amaba, queriendo ser como él era, en lo que andaba perdido por mi soberbia y me dejaba llevar del viento de la vanagloria, mientras que Vos ocultísimamente me gobernabais sin conocerlo yo.

¿Y de dónde sé y os confieso con tanta certidumbre que el amor que yo tenía a aquel hombre más se fundaba y nacía del amor que le tenían los que le elogiaban, que de las mismas prendas por que era celebrado? Porque si en lugar de elogiarle le hubieran vituperado aquellos mismos sujetos y refirieran aquellas mismas cosas con menosprecio y vilipendio suyo, no me hubieran movido ni excitado a amarle; no obstante que las cosas que se contaban de él eran las mismas y el sujeto también era el mismo, y sólo hubiera sido diferente el afecto de los que las referían.

Mirad, Señor, en lo que viene a caer un alma vacilante que todavía no está firme en el sólido cimiento de la verdad. Según soplaren los aires de las lenguas, afectos y opiniones de los hombres, así ella es llevada y traída, arrojada y rechazada, oscureciéndosele de tal suerte la luz, que no se ve la verdad, siendo así que la tenemos presente y delante de nosotros.

Para mí era una gran cosa que un hombre como aquél llegase a tener noticia de aquellos libros y de mis ocupaciones y estudios. Y si él los diera por buenos y los aprobara, me encendería mucho más en su amor; como al contrario si los reprobara, sería una herida mortal para un corazón tan vano como el mío y tan falto de aquella solidez que no se halla sino en Vos.

  —85→  

Entretanto yo me deleitaba en repasar dentro de mi alma aquellos tratados de lo Hermoso y Conveniente, que le había dedicado y remitido, y teniéndolos muy presentes en mi memoria para contemplarlos, los admiraba a mis solas sin que ninguno me acompañase a alabarlos.




ArribaAbajoCapítulo XV

Por estar oscurecido su entendimiento con las ideas o imaginaciones corpóreas, no podía alcanzar a conocer las criaturas espirituales


24. Mas como yo, ¡oh Dios mío todopoderoso!, único autor de todas las maravillas, como yo no veía aún en el arte de vuestra sabiduría el principio y fundamento de todo aquel grande asunto, iba corriendo mi ánimo las formas corpóreas y definía lo Hermoso, distinguiéndolo de lo Conveniente, diciendo: Que aquello era lo que por sí mismo agradaba; y estotro era lo que solamente agradaba por el respeto que tenía a alguna otra cosa, lo cual confirmaba con varios ejemplos tomados de cosas corporales. Pasé de aquí a considerar la naturaleza de nuestra alma; pero la falsa opinión de que estaba preocupado acerca de las criaturas y cosas espirituales no me dejaba conocer claramente la verdad. Veníaseme a los ojos con bastante ímpetu la fuerza de la verdad; y yo apartaba mi vacilante pensamiento de todo lo incorpóreo, empleándole en considerar lineamientos, colores y cosas corpulentas y abultadas. Y no pudiendo hallar en mi alma semejantes cosas, me parecía que no me era posible ver ni conocer a mi alma.

Y como yo amase en la virtud la paz y aborreciese en el vicio la discordia, notaba en aquélla una especie de unidad, y en estotro una cierta división. Y en aquella unidad me parecía que consistía el alma racional y la naturaleza de la verdad y la del sumo bien. Y en esta división pensaba yo, desventurado de mí, que consistía no sé qué sustancia de vida irracional, y la naturaleza del sumo mal, que no solamente era sustancia, sino también verdadera vida, pero no creada por Vos, Dios mío, que habéis creado todas las cosas. A la primera la llamaba unidad, como que era un solo espíritu sin distinción de sexo; y a la segunda la llamaba cualidad, porque la subdividía en ira e intemperancia, atribuyendo a aquélla los delitos y a estotra los vicios, sin saber en esto lo que me hablaba. Porque ni sabía ni había llegado a comprender que el mal no es sustancia alguna, ni nuestra alma puede ser el bien sumo e inconmutable.

25. Así, pues, como es cierto que el cometerse unos delitos proviene de que el principio de los movimientos del alma está viciado y prorrumpe en sus acciones sin guardar orden ni moderación, y que otros delitos provienen de la inmoderada inclinación a los deleites sensuales, así también, estando viciada la parte superior y racional del hombre, suceden los errores y falsas opiniones, que afean y manchan lo mejor y más puro de su vida; y de este modo se hallaba entonces mi entendimiento, ignorando yo que mi alma tenía necesidad de ser ilustrada por otra luz superior para ser participante de la verdad, y que ella por sí misma no era la naturaleza de la verdad. Vos, Señor mío y mi Dios, sois esta luz que ilustrará mi entendimiento, y con vuestra luz se desharán sus tinieblas, pues nada   —86→   tenemos sino lo que hemos recibido y participado de vuestra plenitud. Vos sois la verdadera luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, porque ni en Vos puede haber la más leve mutación ni la más instantánea oscuridad.

26. Entretanto yo me esforzaba por llegar a Vos; mas como Vos resistís a los soberbios, era repelido de Vos para que sólo percibiese las amarguras de lo que causaba mi muerte.

Porque, a la verdad, ¿qué mayor soberbia que atreverme a decir con extremada locura que yo era naturalmente lo mismo que Vos sois? Yo me conocía mudable; tanto, que deseando ser sabio, deseaba mudarme de malo en bueno; y no obstante, más quería que a Vos os tuviesen por mudable, que el que a mí me juzgasen de otra naturaleza que la que Vos tenéis.

Por eso era repelido de Vos, que resistíais al vano orgullo y engreimiento mío; me ocupaba en imaginarlo todo con formas corpóreas; y no obstante ser yo de carne, reprendía y acusaba a la carne, y mi espíritu, que andaba vagueando, no acertaba a volverse a Vos, antes iba extraviándose más y más hacia las cosas que ni tienen ser en Vos, ni en mí, ni en cuerpo alguno, y que bien lejos de ser obras que producía vuestra verdad, eran fingidas por mi vana imaginación, a semejanza de las que veía en otros cuerpos.

Como ignorante y hablador que era, decía a vuestros pequeñuelos fieles y convecinos míos, de cuya virtud y fe estaba yo muy lejos: ¿En qué consiste que yerre un alma que ha creado Dios? Y no quería que a esto se me replicase diciendo: Y Dios, ¿cómo puede errar? Más quería confesar que vuestra sustancia inconmutable erraba violentada, que el que la mía, siendo mudable, errase voluntariamente, confesando que erraba en pena y castigo suyo.

27. Tendría yo veintiséis o veintisiete años de edad cuando escribí aquellos libros, revolviendo en mi imaginación las ideas y fantasmas corporales que no cesaban de hacer ruido a los oídos de mi corazón, los que yo procuraba aplicar, ¡oh Verdad dulcísima!, y tener atentos al sonido de vuestra interior melodía, meditando en lo Hermoso y en lo Conveniente, pero deseando permanecer en esta atención para oírlos y alegrarme mucho por escuchar la voz del Esposo, no podía conseguirlo, porque las voces de mi error arrebataban hacia afuera, y con el peso de mi soberbia caía hacia lo más bajo. Porque Vos, Señor, no dabais a mi oído gozo ni alegría, ni se alegraban mis huesos, porque no eran humillados.




ArribaAbajoCapítulo XVI

Cómo entendió por sí mismo las categorías o predicamentos de Aristóteles, y los libros de las artes liberales


28. ¿Y de qué me servía que teniendo veinte años no cabales y viniendo a mis manos aquella obra de Aristóteles intitulada Las diez categorías o predicamentos (obra que el maestro de retórica que yo tuve en Cartago, y otros tenidos por doctos, citaban y alegraban con un tono enfático y misterioso, haciéndome con esto suspirar por dicha obra, como por una cosa muy excelente y divina), la leí yo a mis solas y la entendí perfectamente por mí mismo? Y habiendo   —87→   conferenciado con otros, que apenas habían podido entender dichas categorías, como ellos confesaban, no obstante que se las habían explicado maestros muy eruditos, ya de palabra, ya por medio de muchas figuras y descripciones que para explicárselas hacían en la arena, nada me pudieron añadir de nuevo sobre lo que yo por mí mismo había comprendido solamente con leerlas.

Y a la verdad, me parecieron bastante claras dichas categorías, que se reducen a tratar de las sustancias, cómo es el hombre, y de las cosas que en ellas se contienen, cómo es la figura del hombre, qué cualidades tenga, cuánta sea su estatura y cuántos pies tenga de alto, cuál sea su linaje y de quién sea hermano, en qué lugar esté, cuándo nació, si está en pie o sentado, si calzado o armado, si hace algo o si padece, y generalmente todo lo que se comprende en estos nueve géneros o predicamentos de lo que he puesto algunas cosas por modo de ejemplo, y también en el primer género de la sustancia, donde son innumerables las cosas que se contienen.

29. Pues ¿de qué me aprovechaba esto, cuando verdaderamente me dañaba? Porque juzgando yo que todo cuanto existe y tiene ser debía estar comprendido necesariamente en aquellos diez predicamentos, también a Vos, Dios mío, que sois infinitamente simplicísimo e inconmutable, os quería comprender en ellos y procuraba entenderos de tal modo, como si fuerais Vos el sujeto en que se sustentaba vuestra grandeza y vuestra hermosura, y éstas estuviesen en Vos como en sujeto, al modo que están en el cuerpo, siendo Vos mismo vuestra grandeza y vuestra hermosura; lo que no sucede en el cuerpo, que no es grande ni hermoso en cuanto es cuerpo, pues aunque fuera menos grande y menos hermoso, no por eso dejaría de ser cuerpo.

Así lo que yo imaginaba de Vos, todo era falsedad: ficciones eran de mi miseria, no verdades sólidas y correspondientes a vuestra suma felicidad. Se vio cumplido en mí lo que Vos habíais mandado, diciendo que la tierra produjese para mí cardos y espinas, y que no pudiese llegar a recibir y tomar mi propio sustento sino a costa de sudor y trabajo.

30. ¿Y de qué me servía tampoco que leyese y entendiese por mí mismo, y sin necesitar de maestro que me los explicasen, todos los libros de las artes que llaman liberales, cuantos pude haber a las manos, si me hallaba entonces delincuente esclavo de mis desordenados apetitos, y aunque me deleitaba en aquellos libros, ignoraba de dónde provenía todo lo que tenían de verdadero y cierto? Porque yo tenía las espaldas vueltas a la luz y el rostro a las cosas donde la misma luz reverberaba, y así mi rostro, que miraba los objetos iluminados, se quedaba sin ser iluminado él mismo.

Bien sabéis, Señor, Dios mío, que sin dificultad y sin que hombre alguno me enseñase, entendí cuanto andaba escrito de retórica, de lógica, de geometría, de música y aritmética, porque la prontitud en el entender y la agudeza en el discernir son dádiva especial vuestra, aunque yo no os ofrecía por ello sacrificio de alabanzas. Y así no me servía de mi ingenio tanto para mi provecho como para mi daño, pues queriendo tener a mi disposición tan buena porción de las riquezas de mi alma y usar de ellas a mi arbitrio, no refería ni ordenaba a Vos aquel talento y fortaleza mía: antes apartándome de Vos, me   —88→   fui, como el hijo pródigo, a una remota región a malgastar aquella hacienda mía en tan indignos empleos como me han dictado mis pasiones y apetitos. Porque ¿de qué me servía una cosa tan buena como los talentos que Vos me habíais dado, si yo no usaba bien de ella? Ni yo creía que aquellas artes y ciencias las aprendiesen otros con mucha dificultad, no obstante ser ingeniosos y aplicados, hasta que intenté explicárselas, y entonces conocí que el más hábil y excelente en ellas era el que menos tardaba en entenderme cuando las explicaba.

31. Mas ¿de qué me servía todo esto cuando yo juzgaba que Vos, Señor, Dios mío y verdad eterna, erais un cuerpo luminoso o infinito, y que yo era un pedazo de aquel cuerpo? ¡Extraña perversidad! Pero así era yo. No me avergüenzo, Dios mío, de confesar las misericordias que habéis obrado en mí, y de alabaros por ellas, pues no me avergoncé entonces de publicar a los hombres mis blasfemias y de ladrar contra Vos.

Pues ¿de qué me aprovechaba entonces un ingenio tan pronto para todas aquellas ciencias, y haber explicado tantos libros, y tan enredosos y dificultosos, sin que ningún hombre me enseñase a mí, ni me ayudase a entenderlos y explicarlos, si en la doctrina de la piedad y religión erraba tan feamente y con tan sacrílega torpeza? ¿O qué daño era para vuestros pequeñuelos su ingenio mucho más tardo, una vez que no se apartaban lejos de Vos, para que en el nido de vuestra iglesia estuviesen seguros hasta echar plumas y criar alas de caridad con el alimento de la sana doctrina de la fe?

¡Oh Dios y Señor nuestro, esperemos en el abrigo y protección de vuestras alas, defendednos con ellas y sobrellevadnos! Vos llevaréis a los pequeñuelos y los sustentaréis sobre vuestras alas toda su vida hasta la vejez. Porque cuando Vos sois nuestra firmeza, entonces es firmeza verdadera, y estamos verdaderamente firmes; pero cuando sólo hay firmeza nuestra, es enfermedad y flaqueza. Todo nuestro bien está en Vos siempre, y por eso el habernos apartado de Vos es habernos pervertido. Pues volvamos ya, Señor, a Vos, para que no nos acabemos de perder; vive en Vos sin defecto alguno todo nuestro bien, que sois Vos mismo, y no tememos que nos falte lugar a donde volver, por haber caído de él nosotros, pues con nuestra caída no se arruinó nuestra casa, que es vuestra eternidad misma.





  —89→  

ArribaAbajoLibro V

Habla del año 29 de su edad, en el cual, enseñando él retórica en Cartago y habiendo conocido la ignorancia de Fausto, que era obispo, el más célebre de los maniqueos, comenzó a desviarse de ellos. Después, en Roma fue castigado con una grave enfermedad: interrumpido por eso en la enseñanza de la retórica, pasó después a enseñarla a Milán, donde por la humanidad y sermones de San Ambrosio fue poco a poco formando menor concepto de la doctrina católica



ArribaAbajoCapítulo I

Excita a su espíritu para que alabe a Dios


1. Recibid, Señor, el sacrificio de mis Confesiones que os ofrece mi lengua, que Vos mismo habéis formado y movido para que confiese y bendiga vuestro santo nombre. Sanad todas las potencias y fuerzas de mi alma y cuerpo, para que digan y clamen: Señor, ¿quién hay semejante a Vos? Porque el que os refiere y confiesa lo que pasa en su interior, no os dice cosa alguna que no sepáis, pues por muy cerrado que esté el corazón humano, no impide que le penetren vuestros ojos; ni la dureza de los hombres puede resistir la fuerza de vuestra mano, antes bien cuando queréis, ya usando de misericordia, ya de justicia, deshacéis enteramente su dureza, ni hay criatura alguna que se esconda de vuestro calor.

Pues alábeos mi alma, Señor, de modo que os ame, y confiese a Vos vuestras misericordias, de modo que os alabe. Todas vuestras criaturas no cesan de tributaros alabanzas; los animales y demás criaturas corpóreas, ya que no os pueden alabar inmediatamente por sí mismas, os alaban por boca de los que las conocen y contemplan como hechuras vuestras, sirviendo ellas de escalones para que nuestra alma suba a descansar en Vos, estribando en estas cosas que hicisteis, para llegar a Vos, que sois el que las hizo maravillosamente, en quien tienen su seguro descanso, su propio sustento y su verdadera fortaleza.



  —90→  

ArribaAbajoCapítulo II

Que los pecadores no pueden huir de la presencia de Dios, y que debieran convertirse a Él


2. Por más que los hombres inicuos y perversos pretendan retirarse y huir de Vos, no pueden evitar que los vean vuestros ojos, que penetran y distinguen las más oscuras sombras. Aunque los pecadores sean feos en sí mismos, hacen que resalte más la hermosura de todo el universo. Pero ¿en qué pueden haceros daño, o en qué pueden menoscabar la pureza de vuestro imperio, que desde los altos cielos a los profundos abismos es justo y perfectísimo? ¿Y adónde se fueron cuando huyeron de vuestra presencia?, ¿adónde podrán irse que Vos no los halléis? Pero huyeron por no veros a Vos, que los estáis viendo a ellos, y ciegos vienen a tropezar con Vos, pues nunca perdéis de vista ni desamparáis cosa alguna de cuantas habéis creado. En Vos, Señor, vienen a tropezar los injustos para ser justamente castigados, habiendo huido de vuestra misericordia, tropezando en vuestra rectitud y cayendo en los rigores de vuestra justicia. No parece sino que ignoran que estáis en todas partes, por lo mismo que ningún lugar os puede cercar ni comprender, y que sólo Vos estáis siempre presente aun a aquéllos que se apartan muy lejos de Vos.

Conviértanse, pues, y vuelvan a buscaros, pues si ellos dejaron a su Creador, Vos no desamparáis a vuestras criaturas. Conque ellos se conviertan a Vos y vuelvan a buscaros, ya estáis dentro de su corazón, si se confiesan a Vos y se arrojan en vuestros brazos, y lloran en vuestro seno sus extravíos que les han sido tan trabajosos, Vos suavemente les enjugáis sus lágrimas, y esto hace que las derramen más copiosas, y que tengan gusto en derramarlas, porque Vos, Señor, y no ninguno de los hombres que son de carne y sangre, sino Vos mismo, que sois Creador y Redentor, los reparáis y consoláis.

Pues ¿dónde estaba yo cuando os buscaba? Os tenía delante de mí y, habiéndome apartado de mí mismo y estando lejos y fuera de mí, a mí mismo no me hallaba, y mucho menos a Vos.




ArribaAbajoCapítulo III

De la llegada de Fausto, maniqueo, a Cartago: su carácter y talentos; y de la ceguedad de los filósofos, que no conocieron al Creador por medio de las criaturas


3. Quiero hablar en presencia de mi Dios acerca de aquel año, que fue el veintinueve de mi edad. Ya había venido a Cartago cierto obispo de los maniqueos, que se llamaba Fausto, gran lazo del demonio, en que muchos se enredaban y caían engañados con la suavidad de sus palabras. Yo también alababa su elocuencia, pero distinguía entre el modo de decir y la verdad de las cosas que se dicen, la cual buscaba yo y deseaba aprender ansiosamente; y así más atendía a ver qué manjar de ciencia me ofrecía para mi sustento aquel Fausto, tan famoso entre ellos, que no al plato de palabras hermosas en que la proponía. Antes de verle y oírle sabia yo que   —91→   tenía fama de hombre muy instruido en todas las ciencias, y docto perfectamente en las artes liberales. Y como yo había leído muchas obras de filósofos, y las conservaba en la memoria, comparaba alguna de sus doctrinas y sentencias con las grandes y largas fábulas de los maniqueos, y me parecían mucho más probables las cosas que enseñaron aquellos filósofos, cuyo ingenio y estudio bastó para averiguar muchas cosas de este mundo, aunque no llegaron a conocer al Autor de él, porque siendo Vos tan grande, miráis desde cerca a los humildes y os alejáis de los espíritus que conocéis excelsos y orgullosos. Así no os acercáis sino a los que tienen un corazón contrito, ni permitís que os hallen los sabios, aunque haya llegado a tanto su curiosidad y ciencia, que sepan el número de las estrellas del cielo y de las arenas del mar, o tengan medidas las regiones celestiales y averiguado el curso de los astros.

4. Con el entendimiento e ingenio que Vos les concedisteis investigaron todas estas cosas y hallaron la verdad en muchas de ellas; también llegaron a anunciar los eclipses del Sol y de la Luna muchos años antes que sucediesen, y en qué día y en qué hora habían de suceder, y cuánta parte de ellos se habían de eclipsar. Y les salió tan verdadero su cómputo, que sucedió del mismo modo que lo habían pronosticado. Además de esto inventaron y dejaron reglas seguras que hoy día se leen y sirven, y con ellas se pronostica en qué año, en qué mes del año, en qué día del mes, en qué hora del día y en cuánta parte de su luz se ha de eclipsar la Luna o el Sol, y vendría a suceder infaliblemente como lo han pronosticado.

Los hombres que no saben estas reglas se admiran y se pasman; los que las saben se alegran y se envanecen, y con esta impía soberbia se apartan de Vos y padecen la falta de vuestra luz, y viendo tanto antes el defecto del Sol, que es futuro, no ven su defecto, que está presente, porque no indagan piadosa y cristianamente el origen de donde les ha venido aquel ingenio capaz de hacer estas investigaciones. Dado caso que descubran y hallen que Vos sois quien les ha hecho y creado, no se entregan a Vos para que conservéis lo mismo que habéis hecho, ni sacrifican en honra vuestra lo que ellos han hecho en sí mismos, degollando en lugar de aves sus altanerías, que los elevan hasta las nubes; matando sus vanas curiosidades, que como los peces penetran los senos más ocultos del abismo; y haciendo morir a sus sensualidades y lujurias en lugar de las fieras y animales del campo, para que Vos, Dios mío, que sois un fuego consumidor, abraséis todos estos afectos y cuidados mortíferos, dándoles un nuevo ser y vida inmortal.

5. Pero ellos no dieron con el camino que lleva a este conocimiento, pues no conocieron a vuestro Verbo eterno, por el cual hicisteis las estrellas y demás criaturas que ellos cuentan y numeran, y a los mismos que las cuentan, y a los sentidos con que miran las mismas cosas que cuentan, y al entendimiento con que ajustan esta cuenta, porque no hay cuenta ni número de vuestra infinita sabiduría. Pero ese vuestro Unigénito se hizo Él mismo nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y quiso ser contado y entrar en el número de los hombres, y como tal pagó tributo al César.

No atinaron aquellos filósofos con este camino, por el cual bajasen   —92→   desde sí mismos hasta llegar a Él, y por Él mismo humanado, subiesen a conocerle creador de todo. No conocieron este camino: por eso piensan que son tan sublimes y resplandecientes como las estrellas, y esto los hizo caer precipitadamente en tierra, y su necio corazón se oscureció y quedó sin luz alguna. Ellos dicen de las criaturas muchas cosas verdaderas; pero como no buscan con veneración piadosa la verdad, que es el artífice de las criaturas, por eso no la hallan, conociendo que es el verdadero Dios, no le honran y glorifican como a Dios, ni le dan gracias por sus obras; antes se desvanecen en sus pensamientos y dicen que son sabios. Se atribuyen a sí mismos los que son dones vuestros, al mismo tiempo que con ceguedad perversa os quieren atribuir las que son obras suyas, esto es, apropiando a vuestra naturaleza mentiras y falsedades, siendo Vos la verdad por esencia, y trasladando la gloria y honra debida a un Dios incorruptible a la semejanza e imagen de los hombres corruptibles, y de las aves, de los cuadrúpedos y de las serpientes, de modo que toda vuestra verdad la truecan en mentira, dando a las criaturas la adoración y el culto en lugar de tributárselo al Creador.

6. No obstante, yo conservaba en mi memoria muchas cosas verdaderas que ellos dijeron de las criaturas y la cuenta y razón que ellos enseñaron por los números y orden de los tiempos me salía puntual y conforme a los visibles testimonios de los astros; pero comparando esto con la doctrina de Maniqueo, que sobre éstas escribió muchísimos delirios y extravagancias, no hallaba de ningún modo cómputo ni razón de los solsticios, ni de los equinoccios, ni de los eclipses de Sol y Luna, ni de otras cosas semejantes que yo había aprendido en los libros de la sabiduría de este universo. A pesar de eso se me mandaba que creyese todo aquello, lo cual no venía bien con las otras reglas y razones que tenía yo muy averiguadas por los cálculos y números, y por lo que veía con mis ojos; antes era muy diferente uno de otro.




ArribaAbajoCapítulo IV

Que sólo el conocimiento de Dios hace bienaventurados


7. ¿Por ventura, Señor, Dios de la verdad, le basta a cualquier hombre saber estas cosas para agradaros? Antes bien es infeliz el hombre que sabiéndolas todas, no os conoce a Vos; y aquél es verdaderamente dichoso que tiene conocimiento de Vos, aunque ignore todas aquellas cosas. Pero el que os conoce a Vos y también a ellas, no es más dichoso por saber aquellas cosas; el conocimiento de Vos sólo es lo que le hace dichoso y bienaventurado, si conociéndoos os honra y glorifica como a Dios, os bendice y da gracias y no se desvanece con sus pensamientos. Pues así como el que posee un árbol y os da gracias por el fruto que coge de él, aunque no sepa cuántos codos tiene de alto, ni cuánto tiene de ancho, es de mejor condición y os agrada más que el que mide y cuenta todas sus ramas, pero no le posee, ni conoce ni ama al que le crió, así el hombre fiel, cuyas son todas las riquezas del mundo, y todas las posee como si no tuviera cosa alguna, uniéndose con Vos, a quien sirven todas las   —93→   cosas, aunque no sepa siquiera las vueltas de los septentriones40, es mejor sin duda alguna (y sería necedad dudarlo) que el que sabe medir los cielos, contar las estrellas y pesar los elementos, sin pensar en Vos, que ordenasteis todas las cosas con número, peso y medida.




ArribaAbajoCapítulo V

El atrevimiento con que Fausto enseñaba lo que no sabía acerca de los astros le hacía indigno de que le creyesen acerca de otras materias


8. Mas ¿quién le pedía a un maniqueo, sea el que fuere, escribir también estas cosas, sin cuya noticia se podía aprender la piedad cristiana? Pues Vos dijisteis al hombre que la piedad es la sabiduría, y aquel maniqueo pudiera muy bien ignorar estas otras cosas, pero además de que él no las sabía, atreverse a enseñarlas con mucha desvergüenza, convence de que no era capaz de conocer la piedad. Porque el profesar estas ciencias, por notorias que sean, es vanidad mundana, y sólo el confesar vuestra gloria es la piedad verdadera. Así aquel descaminado maniqueo no parece que habló tanto sobre aquella materia, sino para que, convencido de ignorar estas cosas por los que las sabían a fondo, se conociese manifiestamente el poco crédito que merecía en las demás cosas que enseñaba tocantes a su secta, y que eran mucho más oscuras y dificultosas. No quería él que le tuviesen en poco, antes intentaba persuadir con mucho ahínco que residía en él personalmente y con toda su potestad el mismo Espíritu Santo consolador de vuestros fieles y que los hace ricos de dones celestiales.

Y así habiéndose conocido claramente las muchas falsedades que decía hablando del cielo y de las estrellas, del curso del Sol y de la Luna (aunque estas cosas no pertenezcan a la doctrina de la religión), se hizo evidente su sacrílega osadía en pretender que se le diese crédito como a una persona divina, cuando decía cosas no sólo mal sabidas, sino falsas, con tan loca y soberbia vanidad.

9. Cuando oigo a algún cristiano y uno de mis hermanos en Cristo (sea el que fuere), que no sabe estas materias y que entiende una cosa por otra, miro en él con paciencia a un hombre que sigue aquella opinión; ni veo que le sea perjudicial no saber la situación y habitud de los cielos y elementos con tal que de Vos, Señor y Creador de todo, no crea algunas cosas indignas. Pero le será muy dañoso si juzga que esto pertenece a los dogmas principales de la piedad y religión, y se atreve a afirmar con pertinacia eso mismo que ignora. Es verdad que estos descuidos y flaquezas los sufre la caridad con afectos de madre en un recién convertido y principiante en la fe, hasta que este hombre crezca y llegue a ser varón perfecto, de modo que no pueda ser agitado con cualquier viento de doctrina. Mas en un hombre que de tal modo se atrevió a hacerse maestro, autor, guía y cabeza de aquéllos a quienes persuadía de dichas falsedades,   —94→   que estuviesen creyendo sus secuaces que no seguían a un hombre como quiera, sino a vuestro mismo Espíritu Santo, ¿quién sería que no juzgase que tan gran locura se debía detestar y arrojar lejos de sí, especialmente habiéndole convencido de que en muchas cosas que enseñaba había dicho falsedades y mentiras?

Sin embargo, aún no había yo averiguado de todo punto si las variedades de los días y noches, ya más largos, ya más breves, y la misma sucesión del día y de la noche, los eclipses y todo lo demás que yo había leído antes en otros libros, se podría también explicar con la doctrina de aquel maniqueo, con lo cual, si pudiera conseguirse, ya quedaría dudoso para mí si era de este o del otro modo como se había de pensar en esta materia, y entonces para deponer la duda y determinarme al asenso, antepondría su autoridad por el grande crédito de santidad que tenía.




ArribaAbajoCapítulo VI

Que Fausto era naturalmente verboso, pero ignorante de las ciencias y artes liberales


10. Casi por espacio de aquellos nueve años que yo gasté en oír las doctrinas de los maniqueos, sin poder fijar mi entendimiento en cosa alguna, estuve esperando la venida de este Fausto, con un deseo vehementísimo, porque los demás de su secta con quienes yo había tratado, y que no sabían responderme a las preguntas y objeciones que yo les hacía en estas materias, todos me prometían que vendría este Fausto, y que con su venida y comunicación todas aquellas dificultades y otras mayores que propusiese se me resolverían con facilidad y solidez.

Luego, pues, que vino experimenté que era un hombre agradable y gustoso en su conversación, y que las mismas cosas que decían ellos comúnmente, las parlaba él con mucha más gracia. Pero ¿de qué servía para mi sed hallarme con un decente copero que ministraba vasos más preciosos? Ya estaban mis oídos hartos de oír aquellas cosas que él decía y no me parecían mejores porque estaban mejor dichas, ni sólidas y verdaderas por estar más compuestas y adornadas, ni el alma del que las decía me parecía sabia porque fuese gracioso el semblante y el estilo hermoso. Aquellos que me lo habían ponderado no juzgaban bien de las cosas, pues solamente les había parecido sabio y docto porque les daba gusto oírle hablar.

También conocí otra bien diferente casta de hombres que tenían a la verdad por sospechosa y rehusaban asentir a ella sólo porque se les dijese con estilo copioso y elegante. Pero Vos, Dios mío, ya me habéis enseñado por medios bien ocultos y admirables que en esto erraban los unos y los otros; y por tanto creo que Vos erais quien me lo habíais enseñado, porque ello era verdadero, y ninguno sino Vos puede ser el Maestro de la verdad en cualquier parte y de cualquier modo que ella se descubra. Ya, pues, había aprendido de Vos que ni debía parecer y tenerse por verdadera una cosa sólo porque se decía con elegancia, ni tampoco se había de tener por falsa sólo porque se dijese con estilo desaliñado y sin adorno. Ni   —95→   por el contrario debía pensar que era verdadero lo que se decía con estilo humilde y llano, ni que era falso lo que se decía con estilo muy elevado y compuesto. Y así debía imaginar que sucedía con la ciencia y la ignorancia lo que sucede a los manjares buenos y a los malos, que así como unos y otros pueden servirse en platos preciosos o viles, así la ciencia y la necedad pueden tratarse con palabras toscas o elegantes.

11. De modo que aquella grande ansia con que yo había esperado tantos años a aquel hombre se satisfacía en parte por el gusto que causaba el oírle disputar, ya por el modo y afectos que tenía, ya por las palabras tan propias que usaba, y la facilidad con que se le ocurrían las expresiones más oportunas para ordenar sus pensamientos y sentencias. Yo confieso que me deleitaba el oírle, y le alababa y ensalzaba con otros muchos, y también mucho más que ellos; pero me era muy sensible que entre tanta gente como le estaba oyendo en público no se me permitiese el proponerle mis dudas y cómo partir los cuidados de mis dificultades confiriéndolas con él familiarmente, y alternando sus soluciones con mis dudas y mis réplicas con sus respuestas. Luego que pude lograr esto, y acompañado de mis amigos, comencé a hablarle, en ocasión y oportunidad que hacía decente nuestra disputa, alternando él y yo nuestras razones y réplicas, y le pude proponer algunas de mis dificultades, conocí inmediatamente que no tenía siquiera una tintura de las artes liberales, a excepción de la gramática, que la sabía medianamente y de un modo muy común. Mas como había leído algunas oraciones de Cicerón y unos pocos libros de Séneca, algunos pasajes de poetas, algunos libros que tendría de su secta escritos en latín limado y culto; y como por otra parte estaba ejercitando todos los días el hablar, había adquirido facilidad para explicarse en buen estilo, que él hacía ser más agradable y engañoso, gobernándolo con la destreza de su ingenio y cierta gracia que tenía natural.

¿No es así como lo cuento, Dios y Señor mío, y juez de mi conciencia? Todo mi corazón y memoria pongo delante de Vos, que entonces me gobernabais con un secreto impulso de vuestra Providencia y poníais ya delante de mis ojos mis afrentosos errores, para que los contemplase y los aborreciese.




ArribaAbajoCapítulo VII

Cómo se apartó de la secta de los maniqueos


12. Después que conocí claramente que Fausto ignoraba de todo punto aquellas ciencias en que yo juzgaba que sería él muy docto y excelente, comencé a perder las esperanzas de que él pudiese aclarar y resolver las dificultades y dudas que me tenían inquieto. Es verdad que aunque él ignorara aquellas ciencias y las resoluciones de mis dudas, pudiera saber las verdades tocantes a la piedad y religión, si no fuera maniqueo. Los libros41 de esta secta están llenos   —96→   de prolijas fábulas acerca del cielo y de las estrellas, del Sol y de la Luna, cuyas doctrinas ya conocía yo que no podría él explicármelas con la delicadeza que era necesaria y como yo quería, esto es, cotejándolas con el cálculo de los astrónomos que yo había leído en otros libros, para ver, mediante este cotejo, si eran menos fundadas las razones de dicho cálculo y número que las que se contienen en los libros de los maniqueos, o si igualmente se hallaba la razón en unos y en otros. Pero luego que le propuse estas cosas para que las considerase y resolviese, él verdaderamente procedió con tal modestia, que ni aun se atrevió a tomar sobre sí esta carga, porque conocía que no sabía nada de esto, ni tampoco se avergonzó de confesarlo. No era como otros muchos habladores, que yo había experimentado y sufrido, que intentaban enseñarme acerca de mis dudas, y todo lo que decían era nada. Éste era de corazón franco, y aunque no lo tenía recto en orden a Vos, tampoco era demasiadamente arrojado respecto de sí mismo. No era tan ignorante que no conociese su ignorancia, y así no quiso meterse temerariamente a disputar de aquellas cosas que le habían de poner en aprietos y estrechuras, de donde no pudiese salir ni volver atrás, y por esto también me agradó más. Porque la modestia de un ánimo que conoce su ignorancia y la confiesa con ingenuidad es más hermosa y amable que el conocimiento de las cosas que yo deseaba saber; y en todas las dudas y cuestiones más dificultosas y sutiles que le propuse siempre le hallé modesto del mismo modo.

13. Frustrada, pues, la esperanza que yo había tenido en la sabiduría de aquel maniqueo, y desesperando mucho más de los otros doctores de aquella secta, cuando este famoso, aplaudido de ellos, se había mostrado tan ignorante en todos los puntos que me hacían dificultad, comencé a tratar con él, por desearlo él mismo, de las ciencias que yo enseñaba a los jóvenes en Cartago, donde yo estaba siendo maestro de retórica, y yo leía y explicaba en su presencia, ya las materias que él deseaba oír, ya las que a mí me parecían acomodadas a su ingenio. Pero el conato y ahínco con que yo había determinado hacer progresos en aquella secta se acabó de todo punto, luego que acabé de conocer la poca instrucción de Fausto; no de modo que me apartase enteramente de los maniqueos, sino como quien no hallaba otra cosa mejor, determinaba contentarme por entonces con aquélla en que, fuese como fuese, ya había venido a dar, hasta ver si acaso se descubría algún otro mejor rumbo que seguir.

Así aquel Fausto, que para otros muchos había sido lazo de la muerte, fue, sin quererlo él ni saberlo, quien comenzó a aflojarme el lazo en que antes estaba yo cogido y preso. Porque vuestras manos, Dios mío, en lo oculto de vuestra providencia, no desamparaban a mi alma; al mismo tiempo mi madre os ofrecía en sacrificio por mí la sangre de su corazón en las continuas lágrimas que de día y de noche derramaba, y Vos, Señor, me favorecisteis por unos medios verdaderamente maravillosos. Sí, Dios mío, Vos lo hicisteis, porque   —97→   entonces quiere el hombre seguir vuestro camino cuando Vos mismo sois el que gobernáis sus pasos. Ni ¿quién es el que puede manejar el negocio de nuestra salvación, sino vuestra mano, que restablece las obras que ella misma hizo?




ArribaAbajoCapítulo VIII

Cómo se partió a Roma contra la voluntad de su madre


14. Vos, Señor, hicisteis que me persuadiesen el ir a Roma, y que era mejor enseñar allí lo que enseñaba en Cartago. Y no quiero dejar de confesaros lo que me movió a tomar este partido, porque en todas estas cosas se debe reconocer lo inaccesible de vuestros altísimos juicios y contemplar y alabar vuestra misericordia, tan especialmente pronta a favorecernos.

No quise, pues, ir a Roma por tener allí mayores intereses y alcanzar mayor honra y dignidad, como me lo prometían seguramente los amigos que me aconsejaban el viaje, aunque también todo esto movía entonces mi ánimo; pero la causa principal, y casi única, que me movió fue haber oído que los jóvenes que estudiaban en Roma eran más quietos y se sujetaban de tal suerte al mejor ordenado método de disciplina, que no se entrometían frecuente y desvergonzadamente en la clase o aula de otro maestro que no fuese el suyo, ni absolutamente se les permitía entrar sin su licencia. Lo contrario se acostumbraba en Cartago, donde es tan torpe y destemplada la licencia de los estudiantes, que se entran violenta y desvergonzadamente en cualquier aula y casi con un furioso descaro perturban aquel orden que cada maestro tiene establecido para el aprovechamiento de sus discípulos. Cometen con increíble insolencia muchos agravios e injurias, que debían ser castigados por las leyes, si no los patrocinara la costumbre, que los muestra ser tanto más infelices cuanto ya ejecutan como lícito lo que nunca lo será por vuestra ley eterna. Ellos juzgan que quedan sin castigo aquellos agravios que hacen, estando su castigo en la misma ceguedad con que los hacen y padeciendo ellos sin comparación mayores males que los que causan a los otros.

Pues aquellas malas costumbres que no quise yo tener cuando aprendía, me veía obligado a sufrirlas en otros cuando enseñaba, y por eso gustaba de irme a Roma, donde no había aquellos desórdenes, como me lo aseguraban todos los que lo sabían. Pero a la verdad, Vos, Señor, que sois mi esperanza y mi posesión en la tierra de los vivos, para que yo mudase de lugar y tierra (por convenir así a la salud de mi alma), por una parte me poníais estímulos en Cartago para arrancarme de allí, y por otra me proponíais atractivos en Roma para llevarme allá. Esto lo hacíais por medio de unos hombres que aman esta vida mortal, de los cuales unos ejecutaban locuras, y los otros me prometían vanidades; y Vos, Señor, para corregir mis pasos, os valíais ocultamente de su perversidad y de la mía. Porque los que perturbaban mi reposo estaban furiosamente ciegos y los que me incitaban al viaje estaban poseídos de aficiones terrenas; y yo, que en Cartago aborrecía una verdadera miseria, apetecía en Roma una felicidad falsa.

  —98→  

Vos sabíais, Dios mío, por qué me convenía dejar aquella viudad y caminar a la otra; pero ni a mí me lo disteis a entender, ni tampoco a mi madre, que mi partida la sintió de muerte, y me siguió hasta la orilla del mar. Yo la engañé cuando ella me tenía asido fuertemente, precisándome o a dejar mi viaje o a llevarla en mi compañía; le hice creer, con engaño, que mi intento era solamente acompañar a un amigo, hasta que tuviese viento favorable con que hacerse a la vela. Así engañé a mi madre, y a tal madre, y me escapé, y Vos me habéis perdonado esta mentira por vuestra misericordia, y aunque estaba lleno de abominables manchas, me guardasteis de las aguas del mar hasta que llegase al agua de vuestra gracia, y lavado con ella se secasen los ríos de lágrimas que mi madre derramaba por mí todos los días, regando con ellas la tierra en que se postraba en vuestra presencia.

No obstante, rehusando ella volverse sin mí, me costó mucho trabajo persuadirla a que pasase aquella noche en una capilla dedicada a San Cipriano, que estaba cerca del puerto. Como quiera, en aquella misma noche me partí secretamente y ella se quedó orando y derramando lágrimas.

¿Y qué era, Dios mío, lo que mi madre os pedía con tan copiosas lágrimas, sino que impidieseis mi navegación? Pero Vos, providenciando mi salud con sabiduría investigable y oyendo benignamente su súplica en cuanto al punto principal de sus deseos, no cuidasteis de lo que entonces os pedía, para que algún día viese que obrabais en mi lo que ella continuamente os suplicaba.

Sopló el viento, y llenando nuestras velas, brevemente perdimos de vista la ribera en la cual mi madre a la mañana siguiente hacía extremos de dolor y clamaba a Vos con quejas y gemidos de que Vos al parecer no hacíais caso, siendo así que a mí me dejabais arrebatar de mis mundanas codicias y deseos, para que se acabasen de una vez en mí esos mis deseos y codicias, y al mismo tiempo castigabais en mi madre, con el justo azote de dolor y pena, lo que había de carnal y terreno en el amor y deseos que de mí tenía. Porque ella deseaba estar en mi presencia como otras madres en la de sus hijos, pero lo deseaba mucho más que todas; y es que no sabía los grandes gozos que le habíais Vos de dar por mi ausencia. No lo sabía, y por eso lloraba y se lamentaba tanto, siendo aquellos tormentos que padecía consecuencias tristes del castigo de Eva, pues buscaba gimiendo con dolor lo que había parido con dolor. Y finalmente, después de haberme acusado de engañoso y de cruel, volviendo a su continua ocupación de suplicaros por mí, se fue a seguir su acostumbrado método de vida, mientras yo seguía el camino de Roma.




ArribaAbajoCapítulo IX

Cómo enfermó en Roma con tan grave calentura, que le puso a peligro de la vida


15. Apenas llegué a Roma, fue mi recibimiento ser castigado con el azote de una enfermedad corporal, y me iba a los infiernos, llevando conmigo todos los pecados que había cometido contra Vos, contra mí y contra mis prójimos, que eran muchos y graves además del pecado   —99→   original con que todos morimos en Adán, porque ninguno de ellos me habíais perdonado en Cristo, ni su cruz había puesto fin a las enemistades que con Vos había yo contraído por mis pecados. ¿Y cómo las había de haber deshecho y concluido, estando yo en la creencia de que era un fantasma y cuerpo aparente el que fue crucificado? Así tan verdadera era la muerte de mi alma como falsa me parecía a mí la muerte de Jesucristo; y tan verdadera era su muerte como falsa la vida de mi alma, que no lo creía. Agravándose, pues, mis calenturas, ya iba perdiendo la vida temporal y eterna, porque, ¿adónde fuera yo, si hubiese muerto entonces, sino al fuego y a los tormentos que correspondían a mis malas obras, según la verdad de vuestra providencia?

No sabía esto mi madre, pero os rogaba por mí aunque estaba ausente, y Vos, que estáis presente en todas partes, la oíais y teníais misericordia de mí, para que recobrase la salud de mi cuerpo, estando todavía mi alma delirante en su impiedad sacrílega. Porque aun estando en aquel tan gran peligro, ni siquiera deseé recibir vuestro bautismo; que mejor era yo cuando muchacho, pues se le pedí entonces a mi piadosa madre, como ya tengo referido y confesado. Yo había crecido para afrenta mía, y loco y desatinado me burlaba de aquel remedio que Vos habíais preparado para nuestras almas; pero Vos no me dejasteis morir, que hubiera sido morir dos veces, y para el corazón de mi madre tan penetrante herida, que jamás hubiera sanado de ella. Porque no puedo explicar bastantemente el tiernísimo amor que me tenía y con cuánto mayor cuidado procuraba dar a mi alma el ser y vida de la gracia, que el que tuvo para darme a luz al mundo.

16. Así no veo cómo sanaría mi madre de aquel golpe, pues mi muerte, y en tan mal estado, le hubiera traspasado sus amorosas entrañas. ¿Y dónde estarían ya tantas y tan continuas oraciones como por mí os hacía sin cesar, y que en ninguna parte dejaba de dirigir a Vos? Mas ¿por ventura, Señor, siendo Vos Dios de las misericordias, habíais de despreciar el corazón contrito y humillado de aquella viuda casta y abstinente, que hacía tantas limosnas y servía con toda sumisión a vuestros santos42, que no dejaba pasar día ninguno sin contribuir con su ofrenda para el sacrificio del altar43, y que dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde, venía a vuestra iglesia,   —100→   sin faltar jamás, no para ocuparse en vanas conversaciones y habladurías de viejas, sino para oír lo que Vos le hablabais en vuestros sermones por boca de vuestros ministros, y para que Vos la oyeseis a ella en sus oraciones? Pues Vos, Señor, ¿habíais de despreciar las lágrimas de una mujer como ésta, con las cuales no os pedía oro ni plata, ni otro algún bien terreno, mudable y transitorio, sino la salud del alma de su hijo? Vos, con cuya gracia era ella tan virtuosa, ¿habíais de despreciar sus oraciones y lágrimas, y le habíais de negar vuestro favor y auxilio? De ningún modo, Señor, antes bien estabais presente a sus oraciones, las oíais y hacíais lo que en ellas os pedía, pero procediendo con el orden que estaba determinado en vuestros decretos eternos. No es imaginable que la hubieseis engañado en aquellas visiones y toques interiores que de vuestra parte había recibido (de las cuales unas he contado y otras he omitido), y todas las tenía ella muy presentes y fijas en su alma, y siempre en sus oraciones os las proponía como firmas de vuestra mano que estabais obligado a cumplir. Pues por ser infinita vuestra misericordia, os dignáis de obligaros con vuestras promesas y haceros deudor de aquellos mismos a quienes perdonáis todas sus deudas.




ArribaAbajoCapítulo X

De los errores en que andaba antes de recibir la doctrina evangélica


17. Vos, Señor, me sanasteis de aquella enfermedad y sacasteis a salvo al hijo de vuestra sierva, dándome por entonces salud en el cuerpo, para darme después mejor y más segura salud en el alma. También me juntaba en Roma por aquel tiempo con aquellos engañados y engañadores maniqueos que ellos llamaban santos, pues no sólo trataba con los llamados oyentes44, de cuyo número era mi   —101→   huésped, en cuya casa había pasado mi enfermedad y convalecencia, sino también con los que llamaban electos.

Todavía estaba yo en la creencia de que no somos nosotros los que pecamos, sino que otra, no sé cuál, naturaleza pecaba en nosotros, y se deleitaba mi soberbia con imaginarme libre de toda culpa, y cuando hiciese algo malo, con no confesar que era yo quien lo había hecho, para que sanarais mi alma, pues os ofendía, antes gustaba de disculparla, echando la culpa a no sé qué otra cosa que estaba conmigo, pero que no era yo.

Mas a la verdad yo era todo aquello, y contra mí mismo me había dividido mi impiedad; y aquél era mi más incurable pecado, con el cual yo creía que no era pecador: era la iniquidad más execrable, querer más el que Vos, Dios mío todopoderoso, fueseis vencido por mí para mi perdición y daño, que el ser yo vencido por Vos para mi salud y provecho. No habíais puesto todavía guarda a mi boca, ni puerta que cerrase mis labios, para que mi corazón no se inclinase a las perversas palabras y doctrinas, con que en compañía de aquellos hombres pecadores y maniqueos disculpaba y daba por buenas las excusas en los pecados, así todavía estaba yo mezclado con sus electos45.

18. No obstante, habiendo enteramente perdido la esperanza de hacer algún progreso en aquella falsa doctrina aun en aquellos puntos en que yo había determinado perseverar, ínterin no hallase otra cosa mejor, ya los miraba y sostenía con disgusto y negligencia. Además de eso se me ofreció también el pensamiento de que aquellos filósofos que llaman académicos46, habían sido más sabios y prudentes que todos los demás, porque defendían y enseñaban que de todas las cosas debíamos dudar, y que ningún hombre podía llegar a comprender ni una sola verdad.

Ésta me parecía haber sido claramente su sentencia (y así se juzga vulgarmente), porque aún no penetraba ni entendía bien su sistema. Y no dejé de apartar a mi huésped de la demasiada confianza que conocí tenía en aquella multitud de fábulas de que están llenos los libros de los maniqueos.

Sin embargo, yo trataba más familiar y amistosamente con éstos que con los otros hombres que nunca habían seguido aquella herejía. Bien es verdad que no la defendía ya con aquella eficacia y fervor   —102→   que antes acostumbraba; pero el continuo trato con los de aquella secta (que ocultamente tenía muchos secuaces en Roma) me hacía menos diligente para buscar otro rumbo de doctrina, especialmente habiendo yo perdido la esperanza de poder hallarse la verdad en vuestra Iglesia, de donde ellos me habían apartado. Parecíame cosa torpísima el creer que Vos, soberano Señor de cielo y tierra, Creador de todas las cosas visibles e invisibles, tuvieseis figura de carne humana, que constase de miembros corporales como los nuestros y de una cantidad y extensión determinada. La causa principal y casi única que hacía que fuese mi error inevitable era que siempre que yo quería pensar en mi Dios, no acertaba a pensar ni se me representaba otra cosa que cantidades corpóreas, por estar yo persuadido de que no había cosa alguna que no fuese cuerpo.

19. De aquí nacía que también al mal le aprendía yo como una cierta sustancia corpórea, que tenía su correspondiente magnitud oscura y fea, sustancia que o era gruesa y pesada, y la llamaban tierra, o era leve y sutil como el cuerpo del aire, y la llamaban espíritu maligno, el cual imaginaban ellos que se introducía y se calaba en aquella otra sustancia llamada tierra. Y como la piedad (por corta que en mí fuese) me obligaba a creer que un Dios bueno no había de haber creado una naturaleza mala, establecía yo dos sustancias grandes y corpulentas, contrarias entre sí y entrambas infinitas, pero con la diferencia de que la mala era menor y la buena mayor. Ve aquí el principio pestilencial de donde se originaban las demás doctrinas sacrílegas, porque intentando mi alma recurrir a buscar la verdad en la doctrina católica, me hacía retroceder y desistir de mi intento la idea que yo me había formado de ella, juzgando por doctrina católica la que verdaderamente no lo era.

Me parecía más conforme a la piadosa idea que debía tener de Vos, Dios mío (cuyas misericordias usadas conmigo son motivo de eternas alabanzas), creer que por todas partes erais infinito, aunque me viese obligado a confesar que no lo erais por una sola parte, esto es, por parte de la contrariedad y competencia que teníais con la sustancia del real, que creer o imaginar que por todas partes erais finito, atribuyéndoos los miembros y figura del cuerpo humano.

También me parecía que mejor era creer que Vos no habíais creado mal alguno, que creer que habíais creado la naturaleza del mal del modo que yo lo imaginaba, pues como ignorante creía que el mal no solamente era sustancia, sino también corpórea, porque no sabía imaginar que espíritu fuese otra cosa que un cuerpo sutil que se esparcía por los espacios y lugares.

También a vuestro unigénito Hijo y nuestro Salvador, de tal modo le contemplaba haber salido de aquella masa y cuerpo lucidísimo que yo os atribuía, para que obrase nuestra salud, que no creía de Él otra cosa, sino lo que mis vanas imaginaciones podían alcanzar. Así pensaba que una tal naturaleza no podía haber nacido de la Virgen María sin mezclarse e incorporarse con la carne, y no me parecía posible que se mezclase de este modo con la carne aquel ser y naturaleza lucidísima que yo le atribuía, y que no se manchase. De suerte que rehusaba creer que Jesucristo hubiese nacido en verdadera carne humana, por no verme obligado a creer que se había manchado con la carne misma.

  —103→  

Al llegar aquí, supongo que vuestro siervos y personas espirituales se reirán de mí amorosa y caritativamente, si leyeren estas mis Confesiones; pero ello es cierto que yo era tal como digo.




ArribaAbajoCapítulo XI

Cómo trató y confirió sus dudas con los católicos


20. Además de lo dicho, no juzgaba yo que podían bien defenderse aquellos lugares de vuestra Escritura, que los maniqueos reprendían e impugnaban; pero deseaba verdaderamente tener alguna ocasión de comunicarlos y conferirlos todos en particular con algún hombre muy docto y muy versado en la Sagrada Escritura, y ver cómo él los explicaba y entendía.

Porque ya me habían comenzado a mover, estando en Cartago, las razones de Helpidio, que públicamente predicó y disputó contra los maniqueos, habiendo alegado tales textos de la Sagrada Escritura, que no se podían resistir ni darles fácil respuesta, y la que dieron los maniqueos me había parecido muy endeble y flaca. Aun ésta no la manifestaban fácilmente en público, sino secretamente a nosotros los de su secta, diciéndonos que las Escrituras del Nuevo Testamento habían sido falseadas por no sé quiénes, que quisieron mezclar y unir la ley de los judíos con la fe de los cristianos. Pero ellos no probaban esto, ni nos mostraban algunos otros ejemplares, incorruptos y que estuviesen sin la mezcla que decían. Mas mi costumbre de no pensar ni imaginar sino cosas corpóreas y abultadas me tenía tan preso y poseído, que como si las tuviera sobre mí me oprimían y agobiaban las mismas corpulencias de las cosas, bajo de cuya pesadez anhelaba fatigado, sin poder salir a respirar el aire puro de vuestra verdad.




ArribaAbajoCapítulo XII

Del engaño que practicaban en Roma los discípulos con sus maestros


21. Como el venir a Roma fue para enseñar allí el arte de la retórica, lo comencé a ejecutar con toda diligencia: al principio junté en mi casa algunos estudiantes que habían tenido noticia de mí, por los cuales también se divulgó mi fama, y antes de mucho conocí que tendría que sufrir en los estudiantes de Roma muchas cosas que no había experimentado en los de África. Pues aunque me aseguraron que en Roma no se ejecutaban aquellas eversiones y burlas perjudiciales que hacían los jóvenes perdidos de Cartago, también me informaron de que allí los estudiantes, por no pagar al maestro, se conspiraban repentinamente muchos de una vez y se pasaban a estudiar con otro, faltando a su fe y palabra, y haciendo poco aprecio de la justicia por amor del dinero.

También a éstos los aborrecía mi corazón, aunque aquel odio no era muy justo y perfecto, porque acaso más aborrecía el perjuicio que de ellos se me había de seguir, que el que hiciesen aquellas injusticias, que a todos les son ilícitas.

Como quiera, ellos verdaderamente afeaban sus almas, y se divorciaban y separaban de Vos, amando unas burlas y engaños que vuelan   —104→   con el tiempo, y una ganancia de lodo que no se puede coger sin ensuciarse la mano; abrazando el mundo, que huye, os despreciaban a Vos, que sois permanente, y que estáis llamando al alma que os ha dejado, y perdonáis las ofensas que os ha hecho, como vuelva y se convierta a Vos. Yo aborrezco ahora también a semejantes hombres depravados e inicuos, al paso que amo y quiero que se corrijan y enmienden, para que estimen la doctrina que aprenden más que a su dinero; y a la misma doctrina y enseñanza os antepongan a Vos, Dios mío, que sois la verdad por esencia, la abundancia de todo bien seguro y cierto, y la unión y paz castísima de las almas. Pero entonces más repugnaba yo que fuesen malos, mirando a mi interés, que deseaba que se hiciesen buenos, atendiendo a vuestro amor.




ArribaAbajoCapítulo XIII

Cómo fue enviado a Milán por catedrático de retórica, donde fue bien recibido de San Ambrosio


22. Así, con la noticia que tuve de que los magistrados de Milán habían escrito a Símaco47, prefecto de Roma, para que proveyese a aquella ciudad de un maestro de retórica, dándole también su pasaporte48 y privilegio de tomar postas, y costeándole el viaje, yo mismo solicité que se me propusiese asunto para un discurso oratorio, y oído y aprobado, me enviase allá el prefecto. Para esta pretensión me valí de los mismos que estaban embriagados con los errores maniqueos, de los cuales iba a librarme en Milán, sin saberlo ellos ni yo.

Llegué, pues, a Milán49, y fui a ver al obispo Ambrosio, fiel siervo vuestro, varón celebrado y distinguido entre los mejores del mundo, quien en sus pláticas y sermones ministraba entonces diestra y cuidadosamente a vuestro pueblo vuestra doctrina, que es para las almas aquel pan que las sustenta, aquel óleo que les da alegría y aquel vino que sobria y templadamente las embriaga. Pero Vos erais quien me conducíais y llevabais a él ignorándolo yo, para que después, sabiéndolo, me llevase y condujese él a Vos.

Aquel hombre, todo de Dios, me recibió con un agrado paternal, y todo el tiempo que estuve allí, aunque extranjero, me trató con el amor y caridad que debía esperarse de un obispo. Yo también comencé a amarle, aunque al principio le amaba, no como a doctor y maestro de la verdad (la cual no esperaba yo que se pudiese hallar en vuestra Iglesia), sino como a un hombre que me mostraba benignidad y afición.

  —105→  

Yo le oía cuidadosamente cuando predicaba y enseñaba al pueblo, aunque mi intención no era la que debía ser, pues iba como a explorar su facundia y elocuencia, y a ver si era correspondiente a su fama, o si era mayor o menor de lo que se decía. Yo estaba atento y colgado de sus palabras, pero sin cuidar de las cosas que decía, antes las menospreciaba, me deleitaba con la dulzura y suavidad de sus sermones, que eran más doctos y llenos de erudición que los de Fausto, bien que no tan festivos y halagüeños por lo que toca al modo de decir; en cuanto a lo sustancial de las doctrinas y cosas que decían, no había comparación entre los dos, porque Fausto, caminando por los rodeos, engaños y falacias de los maniqueos, se apartaba de la verdad y Ambrosio, con la doctrina más sana, enseñaba la salud eterna. Pero esta salud está lejos de los pecadores, como entonces era yo, aunque me iba acercando a ella poco a poco, sin saberlo ni advertirlo.




ArribaAbajoCapítulo XIV

Cómo oyendo a San Ambrosio fue poco a poco saliendo de sus errores


23. No solicitando yo aprender lo que predicaba Ambrosio, sino oír solamente el modo con que lo decía, que era el cuidado único y vano que me había quedado, perdida ya la esperanza de que hubiese para el hombre algún camino que le condujese a Vos, juntamente con las palabras y expresiones que yo deseaba oír, entraban también en mi alma las doctrinas y las cosas de que yo no cuidaba, porque no podía separar las unas de las otras. Y abriendo mi corazón para recibir la discreción y elocuencia de estas palabras, se entraba al mismo tiempo la verdad de sus sentencias; pero esto era poco a poco y por sus grados. Porque primeramente comencé a sentir que también aquellas doctrinas podían defenderse; después ya juzgaba que positivamente se podía afirmar con fundamento la fe católica, que hasta entonces me había parecido que nada tenía que responder a los argumentos con que los maniqueos la impugnaban, y especialmente después de estar instruido en uno y otro sistema y haber visto disueltas las dificultades que me hacían algunos pasajes oscuros y enigmáticos del Antiguo Testamento, los cuales, tomados según el sonido de la letra, no los entendía bien, y daban muerte a mi alma.

Viendo, pues, declarados en sentido espiritual muchos pasajes de aquellos libros sagrados, ya me reprendía aquella preocupación en que había estado, creyendo que los libros de la Ley y de los Profetas no se podían explicar de modo que se diese satisfacción y respuesta a los que los detestaban y se burlaban de ellos. Mas no por eso me parecía que debía yo seguir el camino de la religión católica por tener ella también hombres doctos que la defendiesen, respondiendo abundantemente y con fundamento a las objeciones de los contrarios, ni tampoco creía que debía ya condenar la que hasta ahí había seguido, porque estaban iguales en cuanto a poder una y otra defenderse. Porque me parecía que la religión católica de tal suerte no era vencida, que tampoco fuese todavía vencedora.

24. Entonces me apliqué seria y eficazmente a buscar algunas razones sólidas, y documentos firmes y seguros con que poder de algún modo convencer la falsedad de la doctrina de los maniqueos.

  —106→  

Que si yo hubiese podido concebir una sustancia espiritual, al instante se hubieran desbaratado todas aquellas máquinas de la doctrina maniquea, y las hubiera arrojado enteramente de la imaginación, pero no podía concebirla. No obstante, considerando cada día más y más lo que otros muchos filósofos habían dicho acerca de esta máquina del universo y de toda la naturaleza de las cosas que se perciben y tocan por los sentidos corporales, juzgaba que muchas de sus sentencias eran más probables que las de los maniqueos. Por lo cual, dudando de todas las cosas, como se dice que acostumbran los académicos, y fluctuando entre todas las sentencias, fue mi determinación que debía dejar a los maniqueos, porque una vez que me hallaba en aquel estado de duda y de incertidumbre, juzgaba que ya no debía permanecer en aquella secta, que aun en mi dictamen no era tan probable como las de otros filósofos; a los cuales rehusaba también encomendar la curación de mi alma porque no tenían ni profesaban el nombre que da la salud, que es el de Jesucristo. Y así determiné permanecer catecúmeno en la Iglesia católica, que mis padres me habían alabado, hasta que descubriese alguna cosa cierta adonde pudiese dirigir la carrera de mi vida.