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Esta piedra es extraña a esta Capilla. Perteneció a la Capilla colateral izquierda del crucero de la anterior iglesia, que fue destruida en 1700 para levantar la actual. Ni puede ser de otra manera, si tenemos en cuenta los testamentos de los dos don Diego de Sandoval que se sustituyeron, sucesivamente, en calidad de mayorazgos, al fundador de la capellanía de San Juan de Letrán, en los derechos sobre la capilla, después de la muerte de don Juan de Londoño y Miguel de Sandoval, a quienes el capitán don Diego, el primero de este nombre, instituyó en su testamento como a patronos de ella.

En el testamento del capitán don Diego de Sandoval y Londoño, hijo legítimo del maese de Campo don Juan de Londoño y de doña Juana Calderón y el segundo de ese nombre, otorgado en 1632 encontramos esta cláusula: «Item dixo y declaro el dicho cap.n don Di.º de Sandoval que el dio al padre maestro fray andres de sola de la orden de nuestra señora de las mercedes provincial de dha. orden trescientos patacones de a ocho rreales para ayuda a la hechura de un rretablo que esta haziendose para la cappilla de san joan de letran quiere y es su voluntad que si con la dha. cantidad de trescientos patacones de a ocho rreales no huviere sufficiente cantidad se le den de sus bienes la mas cantidad de pesos en rreales que fueren menester de sus bienes para que se acave el dicho rretablo haga ponerle de dorado y lo demas en perfection porque assi es su voluntad».

Así, pues, en 1632, hacían los Saldoval actos de presencia y de dominio en la capilla que la edificó y dotó su antecesor, el célebre capitán don Diego en 1560.

En el testamento que el 1.º de diciembre de 1693 otorgó otro don Diego de Sandoval, el tercero de este nombre, hijo del anterior en su matrimonio con doña Ana de Noboa Castro y Guzmán, declaró que su padre le dejó de capellán de San Juan de Letrán y que por este derecho era su voluntad que la sirviese por ahora su hijo don Diego de Sandoval y, después, el hijo suyo que primero se ordenase de sacerdote72.

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Si, pues, consta que en 1632 y 1693, los Sandoval conservaban la Capellanía de San Juan de Letrán, es claro que en 1645, el doctor don Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique no la pudo haber edificado para capellanía, bóveda y entierro de Pedro López Teixero. Rodríguez Docampo, en su Relación sobre la ciudad de Quito, tantas veces nombrada, nos da también noticia de la capilla de Teixero, pero como perteneciente al oidor Rodríguez de San Isidro Manrique. «Tiene (la iglesia) por colaterales capilla de Santa Catalina martir y la que dejo dotada por el Dr. Dn. Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique Oidor que fue de esta Real Audiencia, muy adornada». Como el secretario del Cabildo metropolitano de la Catedral de Quito escribió su informe para el Rey en 1650, es decir, cinco años después de hecha la capilla de Teixero y él la vio hacer y edificar, es natural suponer que, sin mayor averiguación, dio en su informe el dominio de la mencionada capilla, al oidor que la edificó y no a Teixero que fundó y dotó la capellanía73.

En cambio, en la bóveda de la capilla fue enterrada doña Juana de Fuentes y Espinosa, la mujer de don Lorenzo de Cepeda, la cuñada tan querida de Santa Teresa de Jesús, muerta el 14 de noviembre de 1567. Aunque don Lorenzo tenía su sepultura en la iglesia catedral, donde los canónigos le habían concedido el 12 de setiembre de 1564, bóveda para su enterramiento por haberles dado el primer órgano, que en 1604 iba a tañer el padre fray Alonso Díaz, por pedido del provisor (Libro de Visitas, folio 82) una campana y 300 pesos de oro, doña Juana quiso ser enterrada en la capilla de San Juan de Letrán «para ganar las indulgencias que allí se ganan», como en efecto se la enterró con el hábito mercedario y con el consentimiento del capitán don Diego de Sandoval, que lo dio muy gustoso, tan amigo como era de don Lorenzo y sus hermanos74.

Don Pablo Herrera en la biografía de la hija de don Lorenzo de Cepeda, sor Teresa de Cepeda y Fuentes dice: «La sepultura   —93→   que tenia D. Lorenzo de Cepeda en la catedral de Quito estaba al pie del pilar siguiente al púlpito. Su nieto Don Pedro de Cepeda e Hinojosa hizo donación de ella el 4 de abril de 1630 a D. Álvaro de Cárdenas y a su mujer, D.ª Ana de Cepeda».

La capellanía tenía, en sus buenos tiempos, muchísimos devotos que concurrían con sus limosnas y obsequios al mayor esplendor de su culto. La misma estatua de San Juan tenía hasta anillo de oro que la regaló Melchor de la Puente, amen de otras alhajas que le dieron algunos de sus devotos75. Y los mismos religiosos, además de los patronos, la cuidaban con toda solicitud. Así vemos, por ejemplo, el empeño que pusieron en reponer con una nueva, la campana grande que el capitán Sandoval hizo traer desde México, cuando se inutilizó en 1654. Doscientos veintinueve pesos de a ocho reales gastó el Convento en la fundición y material de la nueva campana, sin esperar ni siquiera la ayuda de los capellanes que ya, a mediados del siglo XVII parece que iban olvidando el compromiso de sus nobles antepasados, ni pedir limosna a los devotos de San Juan76. La misma bóveda no se encontraba en buen estado el año de 1552, tanto que hubo que reponerse sus aldabones comprándose 29 libras de fierro, que se entregaron a un herrero para que las hiciese. Y más tarde, en 1668, nuevamente tuvieron los religiosos que gastar en el «aderezo de los fierros» de esa bóveda. Hoy, de todo aquello no quedan sino los muros y el   —94→   recuerdo. Ni torre, ni retablo, ni reliquias: se le ha quitado la campana, se ha suprimido el ruido de las chirimías y el sacabuche, que es como haberle privado de vida; ni cuelgan ya de sus muros los lujosos reposteros que, bordados con las armas del capitán Sandoval y de sus padres, trajo de Castilla para colocarlas allí junto con el estandarte de damasco carmesí, el atambor y el chambergo que le acompañaron en su vida guerrera por los campos de España y en su aventurera por los campos de América. Hasta la estatua de San Juan que trajo de España, después de destronarle de su sitio, destruyendo su retablo, se le desterró de su propia casa para recluirle en una hornacina del segundo cuerpo de uno de los retablos de la iglesia, no ya para atraer la devoción de los fieles, sino para complementar una decoración.

Pero volvamos a la edificación de la segunda iglesia.

Dijimos que en 1598 comenzaron los religiosos con la obra, proseguida, empero, muy lentamente por la pobreza en que se encontraban y hasta interrumpida en el año siguiente. La información recogida por fray Benito Campos en 1599 nos revela muy claramente el estado en que se encontraba el monasterio mercedario. «La iglesia que tienen -dice uno de los testigos- se les está cayendo y no tienen con qué repararla, menos para acabar la que tienen empezada; ha visto muchos días parada la obra que está empezada a sacar los cimientos». La misma Real Audiencia dirigió el 1.º de abril de aquel año una carta al Rey haciéndole presente que es tan grande la pobreza del Convento mercedario que sus religiosos «no han podido acabar la iglesia y casa que ha muchos días tienen comenzadas a edificar»77.

Pero en 1600 vino de visitador el padre fray Antonio de Pesquera, varón prudente «hombre de buena intención, pacifico y cuerdo gobernante» como dice de él uno de sus biógrafos, y se propuso interesar con energía a los frailes para la prosecución de los trabajos.

Entre las disposiciones dadas por él encontramos lo siguiente: «Iten se ordena y manda que pues esta cassa tiene tejares y horno donde haçer y cosser ladrillo y mitayos Para ello se haga el dho. ladrillo en los dhos. texares y cuessa en el dho. horno y se haga mayor p.ª que quepa mas cantidad de material y la obra de la iglesia nueva se continue y lleve adelante Pues importa tanto a la onrra de toda la religión y encargamos al P.e Com.or tenga en   —95→   esto mucho cuydado y diligencia y en todo lo demas que conviene al bien y aumento deste convento»78.

Muy interesado fue siempre el padre Pesquera por las obras del monasterio. Lo demostró ratificando, cuando fue visitador en 1602 las providencias que dictara cuando lo fue en 1600; pues el 1.º de julio de 1602, volvió a insistir, en su empeño de ver pronto terminada la obra de la iglesia nueva, en los siguientes términos: «Mándase al p.e com.or que queda en este convento guarde y cumpla lo que esta mandado en la visita pasada y que luego se quite la porteria de donde está y se mude a la calle que va a las Cassas rreales por la indesencia que tiene de entrar y salir por la Capilla mayor que nuevamente se a hecho y asimismo se allane el patio del Claustro donde esta la fuente que es el segundo donde habitan los rreligiosos y se haga un Crucero de ladrillo y se hagan guertos en los cuarteles que quedan con su encañado y pretiles de pilar a pilar para que paresca convento y Cassa de rreligion y se encarga al dicho p.e com.or llebe adelante la obra de la yglessia nueba y haga el nobiciado donde se le ha señalado y baje el suelo de la guerta para desechar la humidad de las celdas donde está continuada»79.

Menester es advertir que esta disposición la ha escrito de su puño y letra en el Libro de Visita, el padre Pesquera, como para acentuar su mandato, lo que indica el afán de este religioso en la mejora material de su iglesia y su convento de Quito. Por ella se ve, además, que en 1602 se había adelantado la fábrica de aquella, pues ya se habla de la «Capilla mayor que nuevamente se a hecho». Además, por las escrituras de algunas capellanías instituidas entonces a favor del Convento y que se hallan en copia en el respectivo libro del Archivo mercedario, se ve que en los primeros años del siglo XVII se hallaba casi al terminarse la iglesia que, en esos documentos, llaman «la nueva». Así, por ejemplo, cuando el presbítero Diego de Aguilar, a nombre del canónigo Pedro Cuéllar Docampo, instituyó, el 31 de agosto de 1600, una capellanía y una sepultura al lado del evangelio, en el cuerpo de la iglesia y junto al altar y capilla de la Virgen de Mercedes, los frailes se comprometieron a que esa sepultura «se dara asimesmo en la iglesia nueva que se esta haçiendo cuando se husse de ella»80. Y lo mismo se ve   —96→   cuando los frailes estipularon que «la capilla primera y conjunta a la mayor de la iglesia nueva que al presente se va edificando en este dicho convento pegada al arco toral a la mano derecha del evangelio frentero del pulpito que se ha de poner» sería de Gaspar Díaz Gutierrez, según la escritura que se celebró el 25 de mayo de 1602.

Los frailes se obligaron, además, a concluir a su costo esa capilla «en toda perfección, su arco de ladrillo fuerte y encalado y puesta la rexa de madera muy bien torneada» por la cantidad que el donante les entregó fuera de «una ymagen de nra. señora en el altar de la dicha capilla y una lámpara de plata corriente marcada», que se obligó a dar aparte el susodicho Díaz Gutiérrez. A su vez, los frailes le concedieron «en el cuerpo de la iglesia pegado a la rreja, ocho pies de largo y cinco de ancho, para asiento de las mujeres e hijas de los patrones y para entierro suyo»81. Estipulación semejante hicieron en el contrato de capellanía, cuyo primer tratado se celebró el 21 de agosto de 1604, entre el Convento y don Hernando de Cubillas, su mujer Ana de Arredondo, su madre y su suegra, doña Ana de Arredondo viuda del tesorero Pedro de Llerena Castañeda, sus hijos, hijas, etc.82.

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Uno de los órganos laterales del coro

Uno de los órganos laterales del coro

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Entre estas capellanías, que los frailes, lo mismo que los fieles devotos del convento de la Merced, otorgaban y multiplicaban para ayudar a la obra de la iglesia, debemos anotar la de Toribio de Ortiguera y Diego Cieza de León. Este la fundó el 9 de febrero de 1610 por haberlo ordenado en su testamento, su mujer doña Ana Rodríguez de la Vera. Garantizaban la capellanía principalmente las casas de su morada situadas en la plazuela de la Merced y una hacienda en Chillo de ocho caballerías, llamada Favilla83.

El 17 de junio de 1629 los religiosos donaban a unos familiares de Santa Teresa de Jesús, don Francisco de Cepeda y doña Mariana de la Plaza, su mujer, un asiento en la capilla mayor, al lado de la Epístola, «entre las gradas y puerta principal que ha de ser de la Sacristía», por escritura otorgada ante Diego Fernández Marcillo.

Las autoridades y gobernadores del Convento y, muy especialmente los provinciales, tenían mucho celo en la administración e inversión de las rentas destinadas a la construcción de la iglesia nueva. Conociendo como conocían la escasez de dinero que afectaba al Convento, procuraban de todas maneras que en los casos de apremiante necesidad, no se echare mano a aquellas rentas, por temor de que, mermadas, se suspendiera indefinidamente la obra. Así vemos cómo, por ejemplo, en su visita del 22 de junio de 1605, el padre fray Mateo González de Yanguas, entonces provincial de la provincia de los Reyes y más tarde de la de Quito, en el período de 1617 a 1620, ponía especial empeño en la terminación de la obra de la iglesia y ordenaba en una de sus disposiciones «que   —98→   la renta de claustros se ponga en un talego aparte y no se gaste en cosa ninguna de este convento, ni en el sustento del, aunque tenga mucha necesidad, sino que se gaste tan solamente en la obra de la iglesia, pues para ese objeto esta aplicado lo que pertenece a los claustros por orden de Nro. Rmo. P. Mro. General Fray Alonso de Monroy»84.

Con todo volvió de nuevo a paralizarse la obra, por el año de 1609. Esto nos lo demuestra claramente la Real Provisión de Felipe II, de 9 de noviembre de aquel año, que, entre otras cosas, dice: «A la dicha mi Real Audiencia constaba y era notorio no tenían (los frailes mercedarios) Iglesia y la que iban edificando no iba adelante por necesidad y falta de mitayos. Porque de quince ordinarios que se les señalo no se les había dado mas de diez y de doce de Otavalo para el Texar solos seis por lo cual padecían y pues la obra era tan necesaria y forzosa atento a que su convento era el mas antiguo en la dicha ciudad de Quito... lo acomodeis precisamente de indios mitayos conforme al apuntamiento que de ellos este hecho para la obra y el Texar de dicho convento»85.

Como consecuencia de esta Provisión Real vino la ayuda que prestó la Audiencia en los años de 1614, 1616 y 1620 con la nueva repartición de mitayos para los tejares y obras de los conventos de Quito, que transcribimos ya al hablar de la edificación de la casa mercedaria. Con esa ayuda y la continua amonestación de los visitadores provinciales, continuose la obra de la Iglesia hasta su conclusión en el año de 1627. Esta fecha la conocemos por el acta de señalamiento que hicieron los religiosos «de la Capilla Mayor y entierro del Marqués don fran.co Pizarro y sus Herederos», para cumplir religiosamente con las capitulaciones que celebraron con Gonzalo Pizarro y su sobrina Doña Francisca en 1546. He aquí el acta:

En la muy noble y muy leal ciu.d de s. ffran.co del quito Reynos y Provincias del piru a vey.te y quatro dias del mes de abril de mill y seicientos y vey.te y siete años los muy Reberendos padres, Maestros, fr. ffran.co muñoz de Vaena Provinc.l del orden de nra. S.ª De la m.d Redeny.on de capt.os desta provinc.ª de s. ffran.co del quito y fr. Marcos ant.º de alderete com.or desta casa y fr. fran.co de cuebas, fr. andres de Sola, fr. lucas martinez, fr. aug.n del castillo Vico del dho. conv.to fr. alonso de armijo, fr. martin de ayala, fr. fran.co   —99→   galindez, fr. Diego merino, fr. Diego de Alvarado predicador, fr. fran.co guillen lector de philosophia. fr. alonso mendez, fr. Joan aug.n Procurador del dho. con.to Religiossos Sacerdotes y los demas conventuales desde dho. conv.to aviendose juntado todos a campana tañida en su sala de capit.º como lo an de vso y costumbre Para tratar cossas tocantes a este conv.to comunidad y estando assi todos juntos e dho. p.e fr. alonso de armijo como procurador desta Provinca. propuso que a sus paternidades y rreverencias consta como en la pri.ª ffundaçion deste conv.to la yglesia del estava en parte distinta de la que aora esta por ser tan corta y no de la capacidad conveniente para celebrar los officios divinos, y muy poco capaz para el Pueblo se trato mudarla como se ha hecho a la parte y lugar donde al pres.te esta y en el edifficio della se an gastado muchos anos y muchos materiales en que se an consumido muchos millares de pesos todos a costas y espensas de las rrentas limosnas y ffructos de las haziendas deste dho. conv.to y toda su provinc.ª con lo qual la dha. yglessia nueba a quedado muy sumptuosa y capas y el altar y capilla mayor mucho más grande que antes estava Porque confforme a la pequeñez de la ygles.ª era muy corta y porque en la Primera ffundass.on de dha. yglessia que asi se mudo se señaló la capilla mayor della para entierro del marquez don ffran.co piçarro y sus herederos assi por las limosnas y Posessiones que dio a este dho. conv.to como por vna capellania que dejo en el fundada como parece de su ffundass.on a que se rremite y assi mis.º se señala la dha. capilla mayor para entierro de los Religiossos deste conv.to y hermanos de la horden y porque con la dha. mudanza de yglessia y capilla mayor conviene se señale hasta donde a de llegar el dho. entierro del marquez y sus herederos y de rreligiossos y hermanos de la horden y de dha. capilla mayor Para que en lo rrestante se puedan señalar otros asientos y sepolturas pidio el dho. p.e procurador g.l a todos los dhos. p.es Press.tes que sobre esto traten y conffieran y hagan señalamy.to de la dha. capilla mayor y entierro para que assi hecho en lo de adelante cessen differencias e ynconvinientes que podían resultar de no estar hecho el dho. señalamien.to... y aviendo todos los dhos. p.es visto la dha. Proposs.on y confferido sobre ella todos vnanimes y confformes dijeron ser cierto lo que assi propone el dho P.e Procurador g.l y para que en lo de adelante aya toda claridad y asierto en lo que se propone señalaron por capilla mayor y entierros de los dhos. marquez don ffran.co piçarro y sus herederos y subcezores y de rreligiosos y hermanos de la horden todo lo que dize el testero del   —100→   altar mayor y ancho de la capilla hasta el ffin y ultima grada del dho. altar mayor como oy estan que sson onse baras y tres cuantas de ancho y seis de largo desde la testera cono dicho es del dho. altar mayor hasta la ultima grada del altar y todo lo demas restante hasta el arco toral de ancho y largo lo señalaron por deste dho. conv.to para que los prelados que son y ffueren del lo puedan dar para assientos y sepolturas de las perss.as que quisieren y todos los dhos. padres por ssi y en nombre de los demas rreligiosos que son y por tiempo ffueren deste dho. conv.to y Prelados del quieren que este señalamy.to se guarde y cumpla ynviolable y Precisam.te así el día de oy como en todos los tiempos venideros y el dho. p.e Pl. mando se guarde y cumpla esta señalamy.to segun y como esta fecho por este conv.to y se cumpla asi en virtud de s.ta obediencia sin que en tiempo ningo se pueda rrevocar ni yr contra el por ningun Prelado ni subcesor suyo y vaya sellado con el sello mayor de su officio y para que conste lo ffirma y signa el press.te es.º de cavildo y Publico que se hallo press.te a todo lo que dho. es y lo ffirmaron los demas rreligiosos y dixeron que sin envargo queste señam.to es mucho mayor que el que antes avia en la primera yglesia que en agradecimy.to de las buenas obras y limosnas rescividas del dho. marquez quieren y tienen por bien que si sus herederos quisieren entender mas el dho. entierro se haga por los prelados y rreligiosos que ffueren deste dho. conv.to de manera que queden satisffechos y contentos de que este dho. conv.to en todas ocassiones a de mostrarsse agradecido a las buenas obras que del dho. marquez rescivieron. (Hay un sello). (f.) El M. Fr. fran.co muñoz provl. -El Mro. Fr. Marco Anton. -El Mro. Fr. fran.co de cuevas. -El M.º Fr. Andres de Sola. -El Mro. Fr. Lucas nuñez. -fr. Augustin de castilla vic.º. Fr. Al.º de armijo Prod.dor -fr. myn. de ayala. -fr. fran.co lopez galindez. -fr. Diego Merino. -fr. diego de alvarado. -fr. gaspar çamora. -fr. Antonio muñoz. -Fr. fran.co guillen lector de artes fr. Al.º Mendez. -Fr. Bar.me de arellano. -fr. Joan de Aldaz. -fr. Jhoan Augustin. -fr. garsia de obando. -fr. augustin de xaramillo. -fr. Thomas de manosalvas. Fr. ju.º carasco. -Fr. florençio de mendoça. -fr. Ju.º tellez.

Yo Diego suarez de figueroa s.º de Cab.º y pu.co fui Press.te y lo signo en testimonio de verdad. (f.) Diego suarez de figueroa s.º de Cab.º y pu.co86.



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Gobernaba la provincia el padre fray Francisco Muñoz de Baena, cuando se hizo la dedicación solemne de la segunda iglesia mercedaria, con aquel fausto con que solían hacer las fiestas en aquel tiempo los frailes de nuestros conventos: muchas luminarias, mucho incienso y gran bulla de órgano y orquesta de violines, arpas, bandurrias, trompetas, clarines, sacabuches y chirimías, amen de la pólvora en cohetes, camaretas y voladores. Ni para qué decir del arreglo de la iglesia, que se la cubrió de cortinajes, se la decoró con primorosos y ricos candeleros y mariolas de plata, y las imágenes sacaron a relucir los mejores vestidos que tenían y las joyas más brillantes. Los mercedarios, como los jesuitas, siempre pusieron gran empeño en el culto externo y, a pesar del hambre que muchas veces les aquejó, sobre todo en los primeros tiempos, no dejaron de adquirir para su iglesia cuanto de mejor hallaron para la buena presentación de las ceremonias religiosas. Precisamente por esos años, adquirieron unos hermosos doseles para adornar la iglesia, pagando por ellos a su propietario, al licenciado Serrano, 731 patacones, en misas aplicadas a su intención, porque no quiso este recibir de otra manera su importe87.

El padre Baena fue el mayor promotor del arreglo de la nueva iglesia. En los inventarios de la sacristía firmados el 2 de agosto de 1641, nos encontramos con una referencia a «nueve cuadros de vírgenes hechos por nro. padre M.º baena y un apostolado de catorce lienzos, y en 1650, seis cuadros de la Orden que están en la Capilla del Santo Cristo». ¿El padre Muñoz de Baena sería pintor?

A esta época pertenece el estupendo tinieblario que tiene la iglesia; pues fue hecho en los meses de marzo y abril de 1645 y sólo en pintarlo se gastó 15 pesos88.

En ese mismo año arregláronse también las campanas que se encontraban en mal estado y fue Juan Rodríguez Calero, el fundidor como si dijéramos oficial del Convento, el que se encargó de fundir la campana grande que se había rajado. Más tarde volvemos a encontrar a este mismo obrero, fundiendo en 1656 la campana grande llamada Santa María y la pequeña, San Juan de Letrán, y en 1660, otras dos campanas para el servicio de la iglesia89.

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En la sacristía, ya mejor arreglada, se guardaron los ornamentos de la iglesia, muchos muy ricos, la vajilla de oro y plata y otros utensilios. Las joyas se las conservaba en un precioso baulillo de plata con bolas de bronce. Allí se guardaba también la gran custodia de plata, para la cual, en 1650, se hizo un pedestal muy labrado a fin de lucirla más y mejor en las exposiciones del Santísimo Sacramento90.

Rodríguez Docampo en su Descripción y relación del Estado eclesiástico del Obispado de San Francisco de Quito, hecha en 1650, describe así la iglesia y convento mercedarios:

La iglesia es de cal y canto con artesones dorados, retablo grande con imágenes de pincel, al óleo, sagrario y relicario del Santísimo, estimable, y en medio la Santísima imagen de Nuestra Señora, de piedra, tan milagrosa como se ha referido. Tiene por colaterales, capilla de Santa Catalina mártir, y la que dejó dotada por el Dr. Don Antonio Rodríguez de San Isidro Manrique, Oidor que fue de esta Real Audiencia, muy adornada; y las demás capillas que se siguen por el Cuerpo de la Iglesia, son la del Santísimo Crucifijo, muy devoto, y de Nuestra Señora, Cofradía de españoles e indios, de donde se hace procesión los Viernes Santos, después de la Soledad, que sale del convento de Santo Domingo con las insignias de la pasión, adornada de muchas luces y penitentes. Síguense   —103→   otros altares de San Lorenzo mártir y de San Pedro Nolasco, San Ramón y demás Santos de la devoción de esta religión. El claustro primero, alto y bajo, es de arquería, pilares de piedra y todo de cal y canto, con imaginería traída de España de la vida de San Pedro Nolasco, curiosa pintura; y otro segundo claustro bajo donde se contiene más celdas, refectorio y demás oficinas y la sacristía, la cual está adornada de lucidos y ricos ornamentos y se sirve el culto divino con la reverencia debida91.



Rodríguez Docampo olvidó mencionar la Capilla de San José, que ya, en 1646, se la arreglaba convenientemente y en donde cuatro años más tarde, después del de su Relación, estaba el sagrario, pues se la destinó a Capilla del Comulgatorio92.

Por su parte Gil González Dávila, en su «Teatro Eclesiástico» dice de esta segunda iglesia: «El edificio de la iglesia y riqueza de su sacristía es una de las primeras del Perú; tiene cuatro capillas y tres altares»93.

En marzo de 1652 se aumentaba el mobiliario de la iglesia con unas sillas forradas de terciopelo, que aun existen94; en diciembre de 1655 el escultor Melchor ejecutaba las cabezas, manos y pies de las estatuas de San Pedro Nolasco y San Ramón95 y en febrero de 1665 se arreglaban las puertas de la iglesia, un poco deterioradas después de cuarenta años de uso.

Pero, a pesar de que Rodríguez Docampo da por terminada completamente la iglesia en 1650, debemos aclarar que el artesonado y la misma cubierta de ella no se hicieron sino en 1662. Tal vez el artesonado al que se refiere aquel cronista fue un tanto provisional; porque en el Libro de Gasto ordinario de 1661, folio 15 vuelta, con fecha «Sabado 18 de Março» de 1662, encontramos esta partida: «p.ª los indios oficiales de la obra de la iglesia que hasen   —104→   el arteson una arroba de pescado». Y la obra debió ser muy grande, porque hasta después de aquel año se acarreaba mucha madera fina del pueblo del Quinche96, habiéndose invertido en ella más de cuatro mil pesos. Además, dentro del templo se hicieron mejoras, de las cuales la más importante fue la sustitución del antiguo sagrario del retablo del presbiterio con otro nuevo que se concluyó de aderezarlo en agosto de 166397. Y como el coro de la iglesia no tenía tarimas para su cómodo servicio, el miércoles 2 de setiembre de 1665 se compraban los primeros diez y ocho cuartones que luego fueron seguidos por otros más que se compraron el sábado 9 de enero y el 20 de marzo de 1666. De estas últimas partidas se hicieron también candeleros y hacheros para el coro, dotándolos de los respectivos mecheros98.

Arreglado convenientemente el coro, faltaba sólo poner el órgano que, construido en Ibarra, fue traído en hombros de indios por la ría de Guaillabamba, llegando a Quito el domingo 27 de setiembre de 166599. Se lo empezó a armar y colocar en su sitio a fines de enero de 1666.

En 1668 se arregló el púlpito que se hallaba en mal estado el tornavoz, principalmente, estaba casi al caerse, y con sus molduras y guardamalletas completamente despegadas100. Este púlpito   —[Lámina XI]→     —105→   no es el que actualmente posee la iglesia, sino el primitivo que lo trasladaron de la antigua a la nueva y lo colocaron en el mismo sitio, más o menos en donde se encuentra el que hoy tiene la basílica, el lunes 3 de enero de 1654101. Desarmado en 1651, sufrió algunos desperfectos que fueron reparados en marzo de aquel año.

Ruinas de la galería inferior del segundo claustro

Ruinas de la galería inferior del segundo claustro

[Lámina XI]

A fines de 1668 se hacían dos nuevos confesonarios que costaron de hechura cuatro patacones y se colocaban en la iglesia dos cuadros donados por gente devota102. Y en la semana que terminó el sábado 4 de mayo de 1669 quedó terminado el arreglo del Cristo crucificado del coro, el mismo que hoy existe presidiendo el rezo de las horas canónicas por los frailes y que fue comprado por el padre fray Antonio Alban, en noviembre de 1643, para la portería, en un remate público de un vecino de la ciudad, Cristóbal de Herrera103. Sólo que entonces no se hallaba colocado como hoy, en el jube del coro y de espaldas al presbiterio, sino en hermoso dosel de seda o terciopelo, a la usanza española.

Recientemente dedicado la iglesia, pues apenas habían transcurrido tres años escasos, tocó a los religiosos festejar en ella la canonización de sus dos más grandes santos: San Pedro Nolasco y San Ramón Nonato. Es de imaginar cómo serían aquellas fiestas. Tres orquestas las alegraron: durante tres días una de ellas se componía sólo de negros que tocaban cajas y trompetas acompañando a un pífano y un clarinete; y otra de sólo indios con trompetas, chirimías, clarines y atabales; mientras en la iglesia, la orquesta «que convidaba» se componía de arpas y vihuelas. Una gran «casoleta de algalia, estoraque y benjuí» perfumaba el templo durante las ceremonias, y el agua de azahar, las pilas de agua bendita. Por las noches, fuegos artificiales preparados por un cohetero que, si hábil en su oficio, no debió ser muy devoto cuando «se llevó un cáliz de plata por sesenta patacones que no se le pagaron»; pero «28 años después entregó el cáliz, previo pago de 30 patacones   —106→   en dinero y 30 misas» para la salvación de su alma104. A los negros que tocaban las cajas se les pagó un patacón por tres días, dos reales al del pífano, cuatro a los de las trompetas, tres al del clarinete, y diez patacones a los de las arpas y vihuelas.

En esa misma iglesia hicieron los religiosos honras fúnebres suntuosísimas a distinguidos personajes: en diciembre de 1647 al príncipe Baltasar Carlos; en abril de 1649 al padre general e insigne cronista de la Orden mercedaria, fray Marcos Salmerón, en mayo de 1652 al licenciado Juan Arias de Valencia, suegro del presidente don Martín de Arriola y en noviembre de 1668 al venerable fray Alonso Gómez de Encinas, muerto el 13 de junio de 1624 en la isla Puná por los corsarios holandeses de la armada que mandó el príncipe Mauricio de Nassau al mando del almirante Jacobo L'Hermite, contra las colonias españolas105. De todas estas honras fúnebres, las más interesantes para nuestra historia son las del príncipe; pues para ellas un pintor, Bartolomé Marín, hizo la traza del túmulo y lo pintó106.

Pero, así como los primeros religiosos mercedarios, a pesar de la miseria en que se debatieron al comienzo de su vida en el Convento quiteño y, no obstante la pequeñez e insignificancia de su iglesia, consiguieron dotarla hasta con verdadero lujo, como ya lo apuntamos mas arriba; así también, edificada la segunda iglesia, que un momento la consideraron como la definitiva de su monasterio, quienes la levantaron sobre sólidas bases y con magnífico material, junto a una casa conventual cuyo primer patio era una verdadera maravilla, como ya lo veremos: los religiosos de aquella época que habían sustituido a sus fundadores, y entre los cuales se contaban hombres eminentes como fray Andrés de Sola, fray José Maldonado, fray Mateo Yanguas y fray Joan de Aldás, entre otros mas, glorias del Convento mercedario de Quito en la primera mitad del siglo XVII, se preocuparon igualmente de sostener el culto en su nueva iglesia, con todo aquel lujo que fue timbre de orgullo para las comunidades religiosas durante la época colonial.

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Aumentadas enormemente las entradas del Convento, gracias a la atinada y sabia administración del padre Sola, los mercedarios tuvieron dinero mas que suficiente para gastarlo en beneficio, no sólo de su monasterio, sino de toda su Orden. Para no citar sino un ejemplo, la preciosa iglesia gótica que hoy poseen los jesuitas en su Convento de Burgos, y que antes lo fue de la Orden mercedaria, se levantó con dineros del convento de Quito.

El damasco de Italia, el raso blanco de flores anteadas, el espolín negro, se compraba por cantidades para hacer ornamentos que, forrados en tafetán, bramante, cotense o bocasí, deslumbraban la vista del público devoto, que ya tenía bastante con las mariolas, lámparas y frontales de plata, o los frontales de tabiaflores que con su cenefa de melinje, lucían sus flecaduras, orlas y cordones ejecutados por nuestros hábiles botoneros y el primoroso bordado de oro y plata de nuestros bordadores. ¡Lo que se compraba y consumía de sevillaneta de oro y plata, de galón de oro, de seda, de hilo de oro y de esterlín, no es para contado! Y no se reparaba en el precio. Nada importaba que el esterlín costase ocho patacones la pieza; el bocasí, diez y seis; el raso blanco de flores anteadas, tres patacones la vara; el tabiaflores y el espolín negro, cuatro; el damasco, cinco; la sevillaneta de oro, diez y ocho patacones la onza; el hilo de oro, tres: todo eso era comprado por mayor, porque aparte del espíritu religioso que distinguió a los mercedarios de Quito, en aquella época, una noble emulación obraba en el ánimo de los superiores para enriquecer la iglesia con obras de arte de veras sorprendentes y lucidas y ayudar mejor a la pompa del culto externo católico.

De esta manera se explica que sólo en el año de 1650 se hubieren inventariado quince ornamentos riquísimos completos compuestos de una casulla, dos dalmáticas, una capa pluvial, un paño de atril, cuatro estolas, dos manípulos y cuatro collares; treinta y cinco casullas sueltas; cinco capas de coro y varias otras piezas como paños de púlpito, almaizales y paños de atril. La ropa blanca de lino, las albas y roquetes de punto y encaje, eran incontables. En mayo de 1647 encontramos, como una muestra de lo que se gastaba en ornamentos, la siguiente partida: «compraronse diez varas de lama blanca a flores costo la bara a diez patacones con unas diez baras de tafetan carmesi a nuebe Rs. y catorze baras de sevillaneta ancha de dos ojuelas q. peso dos onigas y nuebe adarmes a 14 Rs. onça y media onça de seda que costo tres Rs. y una caña de hilo de oro para puntas que peso quatro onças a trese r.s onça   —108→   y tres baras de liston carmesí que costo seis Rs. y dose Rs. en plata pa. pagar la hechura del manto que todo monta siento veynte y quatro patacones y siete Rs. el costo de cartax.ª que Remitio hernando de carabajal»107.

Solamente el padre fray Juan de Aldás, Comendador en 1651 y 1652, mandó hacer de una vez diez casullas blancas y gastó en tafetán para cortinajes de la iglesia 396 patacones, 4 reales y medio108. Y, algunos años después, en 1660, entregábanse a Antonio López, mercader, vecino de Quito, por mandato del padre provincial fray Luis Thaón, excelente religioso, y con parecer favorable de toda la Comunidad, dado en Capítulo Pleno, y a riesgo del Convento, la cantidad de tres mil patacones, para que los llevase a la ciudad de Cartagena de Indias y los trajese empleados en telas de brocado, damascos, tafetán, sevillanetas e hilo de oro para ornamentos de la sacristía del monasterio109.

Corría parejas con este derroche de lujo en el vestido ceremonial de la iglesia, la plata labrada. No contentos con la enorme cantidad de candeleros, lámparas, vinajeras, cálices, copones, incensarios, ciriales, cruces altas, cañas de palio y de guiones, etc., que ya enumeran los inventarios de 1640, cuatro años después, en enero de 1644, se compraba un cáliz de plata en cien patacones, y en febrero se mandaba hacer dos candeleros «para cinco belas cada uno con sus mecheros de plata labrada para alumbrar la imaxen q. esta clabada en lo alto pezara veynte y siete marcos y costo todo 210 patacones, fuera de ocho marcos de plata de dos candeleros y dos barretoncillos que se dieron o sea 64 ps. a razon de 8 ps. el marco»110.

En 1650, los religiosos, viendo que el antiguo frontal de plata estaba bastante deteriorado, lo hicieron restaurar, probablemente con el platero Joseph Velásquez, que desde 1651, durante más de diez años, lo encontramos ejecutando obras de arte para el convento, unido a veces con Joseph Velos111. Este frontal que lo llamaban   —109→   el viejo, debió ser muy precioso a juzgar por los términos en que se halla consignada la partida gastada en sus reparaciones, que dice así: «De adereçar el frontal de plata nobenta y nuebe q.e en esta forma de seis marcos de plata para la fajuela de todo el frontal y muchos clavos y tornillos q. faltavan quarenta y ocho pesos = mas para dorar los Engastes de las piedras y todo lo q. ay que dorar ocho pesos de oro q. a veinte reales el peso montan veinte ps. = compraronse por manos de nro. P. Proval. veinte y ocho piedras que faltavan costaron catorse patacones = mas para esmaltar los ocho sobrepuestos grandes y dos chicos dos onças de esmalte azul que a tres ps. onça m.tan seis ps. = mas De engastar las piedras al platero de oro a patacon cada vno = mas para color morado seis ps. = De asogue y carbon quatro ps.»112. Son muy interesantes los datos que acabamos de transcribir, no por las señas escasas que nos dan de una obra importante de la orfebrería quiteña, sino porque ellos nos aseguran de su adelanto en aquellos tiempos. De los esmaltes ejecutados por nuestros plateros de oro y de plata, muy pocos se conservan, y aun esos muy destruidos. Algo permanece de tan delicado arte, en la custodia de la Capilla de Cantuña, cuya reproducción dimos en el volumen I de estas Contribuciones a la historia del arte en el Ecuador, en el que tratamos del arte en nuestras fundaciones franciscanas. De resto, en los inventarios no hemos encontrado descripción completa del frontal, que sólo figura en los siguientes términos: «Un frontal de plata dorado con setenta y siete piedras de diferentes colores y nueve láminas».

El padre Aldás no se contentó con que la iglesia tuviere este solo y único frontal. Aprovechando de la habilidad de Velásquez, a quien le había entregado 708 patacones para que hiciera seis varas de palio, dos palotes de ciriales, una asta de cruz alta y otra para un guión, le encargó la hechura de vn nuevo frontal sobre fondo de terciopelo. Costó su hechura al rededor de 700 patacones, de los cuales sólo 200 fueron a los bolsillos del platero, por su trabajo. El frontal lo principió a hacer en el mes de agosto de   —110→   1651 y estuvo terminado en el mes siguiente de diciembre. Sobre un rico terciopelo carmesí, encuadrado en una rica moldura de plata con cenefa y caídas de lo mismo, destacábase un gran sello de la Orden mercedaria rodeado de estrellas y flores de plata113.

Probablemente el frontal antiguo era más precioso como obra de orfebrería y hasta más rico; pero no podríamos decir cuál de los dos era más artístico, aunque aparezca como más estimado en su época el mandado a trabajar por el padre Aldás. El peso del frontal de terciopelo carmesí no era sino de 50 marcos de plata, mientras el viejo pesaba más de 150, que es ya demasiado, si se tiene en cuenta que los dos frontales que aun existen en la iglesia de San Francisco pesan, unidos, muy cerca de doscientos marcos frontales posteriores en casi un siglo y medio al que para la Merced hizo trabajar el padre Aldás, tan celoso en el culto externo de su iglesia.

Este comendador no se contentó con sólo hacer lo que dejamos narrado, sino que hizo renovar una cruz alta, hacer dos campanillas y, con la plata que le sobró, unas chapas para colocar en los misales. Se diría que le gustaba la riqueza en su templo114. Por todo esto, cuando el 2 de junio de 1652, visitó el libro de inventarios de la sacristía y, conforme a lo en él consignado, contó los diversos objetos que la iglesia poseía, fray Gaspar de Zamora, visitador y presidente del capítulo de la provincia de Quito, por mandato del padre maestro fray Pedro de Álvarez, padre de la provincia de Andalucía y vicario general de todas las del Perú, tuvo razón de felicitar y dar las gracias al comendador y provincial por los aumentos de los bienes de la sacristía, añadiendo: «Y porque estando como está la sacristía tan bien probeyda de todo lo necesario no se menoscabe el lucim.to que tiene dijo y mandaba y mando en virtud del Spiritu Santo y santa obediencia q. ninguno de aquí adelante sea arrojado a prestar ninguna cosa de la dha. sacristía».

Un lujo especial de los conventos eran los cantorales. No podían, pues, los religiosos mercedarios de Quito dejar sin esos libros el coro de su iglesia. De ahí que, de vez en cuando, se los mandara hacer con individuos, religiosos o no religiosos, cantores o   —111→   maestros de capilla con intervención siempre de algún pintor que se ocupaban en esta clase de trabajos. Porque la obra era costosa, ardua y en la que se solía demorar no pocos meses. Así, por ejemplo, el Himnario que comenzó a hacer el padre fray Francisco León, vicario provincial entonces, a fines del año 1669, no lo concluyó sino dos años más tarde, como lo demuestran las siguientes partidas del Libro de Gastos: el sábado 8 de febrero de 1670: «Dieronsele al P. Vicario fr. fran.co leon sinquenta p.ns por un hymnario que esta haziendo»; el miércoles 19 del mismo mes y año: «Compraronse tres p.ns de pergaminos para el hymnario que se ba haziendo», y el sábado 25 de abril de 1671: «compraronse por mano del P.e P.l frai fran.co Leon quarenta pergaminos para que el dho. prosiga escriviendo el hymnario para el coro a real cada uno»115.

Más tarde, en 1717, los religiosos, en su deseo de tener un juego completo de libros de coro o cantorales, aderezaron una celda especial a manera de taller, para el efecto y recurrieron a los servicios de un hábil artista que en unión de fray Pedro, el cantor, debía ejecutar el trabajo, para lo cual aquel vino a vivir y permanecer en el Convento hasta el término de su compromiso.

Pero, además de hacerse en el propio Convento los libros cantorales, alguna vez se los compraba ya hechos; pues los maestros organistas o los cantores solían tener este negocio en unión de algún artista que decoraba los libros con orlas, viñetas y letras capitales de vistosa apariencia. Como prueba de lo aseverado, transcribimos un dato, entre algunos que hemos encontrado en los papeles del Archivo mercedario, tomándolo del Libro de Gasto Ordinario de 1661: «Lunes 9 de febrero de 1665: Comprose un libro para el coro de la solemnidad de las pasquas Nabidad y epifania asta quaresma en sien patacones».

Los libros de coro se los hacía en pergamino, cuyas grandes hojas de 0,50 x 0,60, compradas a un real cada una, se colocaban sobre una tabla forrada de jerga y gamuza, asegurada con tachuelas. Un compás y unas plumas trabajadas por un herrero, una pauta por un platero, y unas tantas ollas de barro para elaborar los colores con agallas de pescado, copal, goma arábiga y vino blanco, eran los utensilios indispensables para el artista, amén de los colores en polvo y del vitriol que, sin duda alguna, se lo empleaba para preparar el pergamino, desengrasándoselo, de modo que recibiera sin repugnancia la tinta y los colores.