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Cornelia y Agripina

Concepción Gimeno de Flaquer

- I -

¡Cornelia! ¡Agripina! ¡Cuán diferentes ideas despiertan estos dos nombres! Cornelia es la mujer digna, noble, austera, inspiradora de grandes virtudes, una de las mejores madres que brillaron en la antigüedad. Cornelia es la madre de los Gracos, y esto solo hace su apología.

Agripina es la mujer corrompida, incestuosa y vil, que desarrolló en su hijo Nerón los groseros instintos del más inmundo libertinaje.

Los Gracos tuvieron por maestros a su madre y a dos grandes filósofos estoicos, elegidos por ella. Tiberio y Cayo Graco, dignos hijos de Cornelia, fueron sabios y probos: ambos hermanos dieron excelentes ejemplos de virtud en la vida pública y privada, ambos hermanos han sido admirados hasta por sus enemigos políticos.

Hase acusado a Cornelia de ambición; pero la mayor parte de los historiadores refutan tan injusta acusación. No podía ser ambiciosa la mujer que jamás usaba joyas y que respondía a sus amigas cuando estas le preguntaban ¿por qué no se adornaba? Yo me adorno con la gloria de mis hijos. Sabido es que los Gracos fueron muy desinteresados y que murieron envueltos en la mayor pobreza.

Cicerón afirma que en la elocuencia de los Gracos encuentra algo de la elocuencia de Cornelia.

«La vida de los Gracos fue pura, su muerte heroica».

Bella y merecida frase estampada por uno de los biógrafos de estos.

Cornelia influyó mucho en todos los grandes actos de sus hijos. Sabido es que el valiente Tiberio Graco se distinguió por su valor en África, subiendo el primero a las murallas de una ciudad enemiga. Más tarde fue a España con el cónsul Mancino y obtuvo de los Numantinos un tratado que no querían conceder al cónsul. Cuando Tiberio Graco regresó a Roma encontró al pueblo sumido en la ociosidad, el abandono y la miseria y a millones de esclavos intentando romper sus cadenas. En vista de tal conflicto promulgó una ley agraria, por la cual se habían de repartir entre los pobres las tierras que pertenecían al Estado y que habían usurpado los poderosos. Cornelia fue quien más le incitó a que promulgase tal ley. Llegado el día de los comicios, Tiberio subió a la tribuna y dirigiéndose a los ricos les dijo con acento firme y esforzado:

«Ceded algo de vuestras riquezas, si no queréis que un día os las arrebaten todas. ¡Las fieras tienen sus guaridas, y los que derraman su sangre por la causa itálica no tienen más que el aire que respiran. Sin techo, sin morada fija, andan errantes con sus mujeres y sus hijos. Los generales les engañan cuando les exhortan a combatir por los templos de los Dioses y por las tumbas de sus padres. De tantos romanos ¿hay uno siquiera que tenga una tumba, un altar doméstico? Ellos no combaten, no mueren más que para alimentar el lujo y la opulencia de unos cuantos. Se les llama los Señores del mundo, y no tienen derecho a un pedazo de tierra!

La antigüedad conservó las cartas de Cornelia como modelo de elocuencia; el mismo Cicerón les dio gran importancia. En dichas cartas brilla el buen juicio de Cornelia, sus generosos sentimientos y la rectitud de sus apreciaciones, por la cual siempre se distinguió. Manifiesta a su hijo Cayo que no debe vengarse de los asesinos de su hermano, ni buscar la victoria en la injusticia, ni pasar la línea de sus deberes y sus derechos.

En una ocasión le dijo: «Sacrifica tu anhelo de venganza, prívate del placer de ensañarte contra los enemigos de tu hermano en obsequio de la tranquilidad de la República: la patria es antes que todo».

Cuando Cayo fue tribuno manifestó que desistía de la idea de vengar a su hermano, por la dulce influencia de su buena madre.

Esta madre desgraciada, que vio perecer a sus dos hijos en manos de asesinos, pudo calmar su amargura con los gloriosos aunque tardíos honores que les fueron tributados. Roma se arrepintió de su injusticia con ellos, y les alzó estatuas y altares expiatorios, tributándoles toda clase de homenajes.

Cornelia fue respetada siempre por su abnegación cívica y maternal. Con dolor sereno y tranquilo refería a cuantos querían escucharla los heroísmos de sus dos hijos, víctimas de una reforma política y social.

Cuando Cornelia vio los suntuosos monumentos alzados en los lugares donde sus hijos fueron asesinados, exclamo:

Tiberio y Cayo tienen la tumba que merecen.

- II -

De madres envilecidas nacen generalmente hombres abyectos: así acontece con Agripina, madre de Nerón. En el Imperio de Nerón vemos eclipsarse la grandeza del pueblo romano, el más sabio, el más político, el más guerrero de cuantos encierra la historia antigua. Todo el imperio romano, con muy raras excepciones, nos presenta la época más corrompida del género humano, la época de mayor descomposición social. Plutarco nos describe el pavoroso cuadro que presentaba el Imperio con estas palabras: «En casi todas las familias hay ejemplos de madres, de hijos, de esposas, vilmente asesinadas; son innumerables los fratricidios, y es axioma demostrado que un rey debe matar a su hermano en beneficio de su propia seguridad.»

¡Terrible cuadro que explica la causa del desastroso fin que tuvo la soberbia Roma!

Los pueblos que no practican la virtud, los pueblos que desconocen la moral, caminan hacia su ruina: todo el poder de las armas sucumbe ante el poder de la Justicia Divina.

Si la historia, espejo fiel de las pasadas generaciones, no nos hubiese legado las grandezas de la República Romana, los horrores de la Roma Imperial nos hubieran hecho odiar al pueblo que un tiempo fue grande, y hubiese desaparecido para siempre de nuestra memoria, quedando sepultado en su propio fango. El pudor, base esencial de toda sociedad moral, faltó en la época del Imperio, y ¿cómo no había de faltar con aquellas desenfrenadas costumbres? Las matronas, los niños, los ancianos, los jóvenes y las doncellas se bañaban todos confundidos, la ciudad y las casas estaban adornadas con figuras impúdicas. Las madres conducían a sus hijas a los indecorosos bailes de las Lupercales, a las danzas de Flora, a los teatros donde se representaban a lo vivo escenas de embriaguez y de adulterio. A los puros goces del lazo matrimonial eran preferidos los groseros placeres del celibato licencioso. Espantoso fue el Imperio en Roma. Tácito muestra a las mujeres de su época descendiendo a la arena con los gladiadores, traficando con el amor o embrutecidas con los esclavos.

La época de Agripina ha sido una de las más escandalosas que recuerda la historia. Agripina sucedió en el trono imperial a la renombrada Mesalina, y pareció heredar todo el desenfreno de su predecesora.

Agripina era hermosa, hallábase dotada de belleza escultórea, era elegante, sagaz, astuta, enérgica y dominadora; solo le faltaba como a Poped, la virtud para ser perfecta. Agripina era ambiciosa, y con sus atrevidos y calculados ardides consiguió que Claudio postergara a su hijo Británico, con objeto de entronizar a Nerón. No le movía su amor maternal para usurpar el trono a Británico en beneficio de su hijo Nerón, la impulsaba su sed de mando, su carácter dominador. Tras mil intrigas bien tramadas, consiguió ver a su hijo en el solio, y respiró tranquila creyendo que podría gobernar el mundo anulando a Nerón.

Hastiado este de las exigencias e imposiciones de su madre, intentó alejarla de su lado; pero ella le amenazó, diciéndole que haría valer los derechos de Británico.

Irritado Nerón con tal amenaza, y no sintiendo ningún amor hacia su madre, pues esta no se lo supo inspirar, resolvió deshacerse de ella. Tres veces intentó envenenarla, sin poderlo conseguir. Viendo Agripina que no inspiraba a su hijo amor filial, quiso fascinarle con sus atractivos de mujer; no sabiendo hablarle al alma, quiso hablarle a los sentidos. Presentose en una orgía donde estaba su hijo, del modo más lascivo, intentó corromperle más de lo que estaba; pero llegó a tiempo Séneca y lo evitó.

Nerón firme en la idea de matar a su madre, la invitó a los juegos de Bahía a los que asistió en un bajel que debía sumergirse; pero Agripina se salvó a nado. No habiendo tenido éxito las diferentes maquinaciones empleadas contra la vida de su madre, decidió hacerla asesinar. Cuando uno de los asesinos se acercó a ella para matarla, Agripina le dijo ventrem firi. Es decir, hiere en el vientre que ha llevado a Nerón. Quizás pensó Agripina desarmar a su asesino con tal frase, quizás fue una exclamación de amarga y dolorosa ironía con la que se acusaba a sí misma por haber dado la vida a un monstruo: quizás sentía en aquellos momentos no haberlo estrangulado en vez de darle un trono.

- I -

Agripina trasmitió a su hijo todas sus malas pasiones. Una de las primeras y más horribles persecuciones que sufrieron los cristianos, provino de las calumnias de Nerón contra ellos. Agripina siempre los aborreció. El alma de Agripina fue un insondable abismo de crímenes, el alma de Cornelia un dechado de virtudes. De tales madres tales hijos.

El niño mimado al cual la casualidad dio el mundo por juguete, según frase de un ilustre escritor, fue tan malvado como la mujer que recibió de la naturaleza cual arma ofensiva tentadora belleza, manantial en ella de inmunda obscenidad.

La madre de los Gracos, esa mujer que rehusó la corona de Egipto desairando nada menos que a un Ptolomeo, por conservar su casta viudez y consagrarse a sus hijos, recibió el premio de su amor maternal con la gloria de estos, que ha iluminado su frente con una aureola de inmortalidad.

Todas las buenas madres bendecirán la memoria de Cornelia y execrarán el recuerdo de Agripina.

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