- III -
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Realización
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Se
le iban acercando los animales del trópico. Los loros, las
cotorras, los tucanes, con sus picos retorcidos, parloteaban y
picaban. El pulpo ni cuenta se daba. Después se fue
molestando. Al principio parecían caricias, más tarde
se convirtieron en cosquillas. Mucho más tarde vino el
dolor. Había extendido el tentáculo ya hacía
tiempo, cuando aún era mocetón y estaba creciendo.
Era como un brazo de agua. Lo metió, comió,
creció y separó dos continentes. Se convirtió
en un brazo divisorio. De agua era. Las ventosas crecieron como
balsas, como compuertas que formaban balsas, estanques. En ellas
flotaban depósitos de oro, de petróleo, de sangre.
Los pericos creían que era una lombriz, pero el
tentáculo llegó a ser como boa, con ventosas como
manchas de colores. Picaban, pero ya era tarde, ya estaba grande.
Entre los barcos, depósitos de petróleo, de oro y de
sangre metieron yerbas tropicales, en las que anidaban las
culebras, las víboras. Se mezclaban con la sangre de los
depósitos, de las venas. Chupaba y le subía por el
brazo, por el tentáculo, hasta llegar al corazón, al
estómago. Se contagió la sangre del pulpo. Hasta el
cerebro le llegó. «Que no se salga el
tentáculo», decían algunas células del
cerebro. «No nos sintamos amenazadas por los picotazos de los
pericos», resonaron otras células. Pero en cada
picotazo iba un cargamento de yerbas tropicales. «Saquemos el
brazo de agua antes de que se nos pudra el corazón»,
contraponían otros. «Retiremos el tentáculo
antes de que se nos nuble del todo el cerebro»,
respondían los demás. Los pericos seguían
picando y parloteando.
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-Tenemos que juntar lo separado.
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-El
brazo nos dividió en dos.
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-Se
metió en casa durante la noche, durante la niñez,
como un ladrón.
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-Ahora se quiere quedar.
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-Tiene que podrirse, tiene que morir.
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-Se
secará con la yerba, con la yerba se secará.
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-Hay que tapar para dividir.
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-Dividamos al pulpo para unirnos nosotros.
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-Cuando esté seco lo sacaremos.
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-Ahora que el corazón y el cerebro piden más yerba,
démosle más.
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-Para que se seque será.
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Se
movía el pulpo y se estremecían los continentes. Como
en una balanza subían y bajaban los platillos. De mercader
era la balanza. Y el pulpo estaba allí, de fiel de la
balanza. Las ventosas embalsadas suspendían cargamentos.
Pero el brazo se adormecía. Se iba adormeciendo el
tentáculo con la yerba. Era la yerba que crecía por
todas partes, como pelusa de ventosas. En la pelusa crecía.
Andaban borrachas y se movían con la yerba, por la yerba.
Como un terremoto, como varios terremotos se columpiaban las
balsas, las ventosas, el tentáculo, los continentes.
«No perdamos el control», se decían, se
comunicaban, se endoctrinaban las células del cerebro. Como
un chorro de humo marijuano entraba por la ventosa, por el
tentáculo, por la vena. Las células se mareaban. Se
creían poderosas, controladoras, orgullosas. Y trataban de
convencerse, «No estamos mareadas, no nos dejemos marear por
los picotazos de los lorillos tropicales. That's right. That's all». Pero el
tentáculo ya no respondía bien, se adormecía,
se secaba. Poco a poco se secaba. Una voz, sólo una se
oyó: «Se secó». Y dejaron de existir los
temblores y las ventosas.
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Ya
eran las cuatro. Xóchitl venía taconeando por el
pasillo hacia la oficina general. Aunque un poco cansada, caminaba
alegre y ligera, meneando su cuerpo juvenil. El doctor Samuel
Housebroker la seguía a distancia, observando el
vaivén de contrapunto que formaban el fleco del uniforme y
las nalgas. La alcanzó antes de llegar a su destino.
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-Young lady, would you accept an
invitation for supper tonight.
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-Yes, I would. But let me first
call home.
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-Ok.
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...
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-Settled. Should I drive
or...
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-I'll pick you up here, in the
parking lot, at six o'clock.
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-Ok.
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Xóchitl se ausentó, y el doctor Housebroker se
quedó con la nariz perruna recogiendo la estela
aromática que la muchacha había dejado atrás.
Al perderla de vista en la revuelta del corredor, hinchó los
pulmones, expulsó el aliento, dejó caer los brazos y
quedó momentáneamente relajado. Rubio y de tez
blanca. Contra el blanco uniforme se destacaba sutilmente alguna
peca en el cuello y en la cara. Tenía los ojos de
pálido azul, transparentes y sin misterio.
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A
las seis menos cuarto ya estaba él allí, en su
estacionamiento reservado. Echó el asiento hacia
atrás y, apretando un botón, descapotó su El
Dorado. Era a fines de primavera, y ya comenzaba a apretar el
calor. Llevaba camisa sport, color rojo claro. Encendió un puro
habano, se reclinó sobre el respaldo, y puso el pie derecho
encima de la repisa del parabrisas. Un zapato negro acharolado
remataba la valenciana de un pantalón azul oscuro. Piel
blanca, camisa roja, pantalón azul oscuro. El humo del puro
se alzaba en círculos concéntricos, como rosquillas
indianas. De cada bocanada, un anillo. Muchos anillos, como tantos
otros de muchachas incautas. Un silenciador agujereado lo
sacó de su éxtasis fumiguero. Torció la
cabeza, y apareció una carcancha. Segundos después se
amortiguó y dejó de oírse el ruido del carro,
del cual salió un vestido beige, ligero y escotado. El doctor Housebroker
abrió su puerta, salió y fue a su encuentro. Rodeando
a su El Dorado por las cachas, le abrió la puerta y le
ofreció el asiento a la dama en beige.
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-Thank you, Sir.
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-The pleasure is mine,
Madame.
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Giró por la trompa del carro, abrió la puerta y se
sentó. Encendió el motor, puso el estéreo, y
el carro descapotado se metió por la calle central,
vomitando música roquenrolera.
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-What are we going to have for
supper?
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-Kentucky fried chicken.
McDonnalds hamburgers. Who cares!
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-Oh!
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-Do you mind?
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-No... I don't mind,
no.
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Hacia el Norte, por la calle central, los ojos de los escaparates
parpadeaban maniquíes y muñecas modelando las
últimas modas. Vientres de mujer iluminados, dando a luz
criaturas amarillentas y muertas. Reminiscencias recientes le
venían a la mente.
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-And where are we going to
dine?
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-Right there, or in the park, or
in my apartment.
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-Oh!
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-Where do you
prefere?
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-No preference... Wherever you
think is safer.
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-My apartment is the safest
place.
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-Oh!...
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Los
acordes roquenroleros se juntaban con el aroma de los zancos de la
gallina coronelera en un baile obsceno y grotesco. Se entrelazaban
y desaparecían bajo la cobija de una noche primaveral.
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-Beautiful
apartment.
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-Beautiful, if I may say
so.
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-Indeed it is!
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Una
alfombra esponjosa se hundía bajo los tacones de los
zapatos. Dos sofás en ángulo cerraban la esquina del
fondo de la living-room. Una mesita en la esquina soportaba
una lámpara que, para encenderla, había que apretarle
el ombligo de una Venus de Milo en alabastro. En el centro colgaba,
sobre una mesa ajedrezada, una araña de centenares de
diamantes iluminados. En la pared de enfrente, un cuadro de un mar
tempestuoso, con un faro en la esquina derecha y una ventana en la
esquina izquierda superior, a la que se asomaba una muchacha
contemplando extática la bravura grotesca del oleaje que
azotaba las rocas.
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-Do you like it?
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-Yes.
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-That's me. The ocean, that
is.
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-Oh!
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-That's you. The woman, that
is.
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-Oh!
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Había colocado dos vasos con las iniciales S. H. sobre la
mesa de cuadros blancos y acafetados. Dos pedazos de hielo en roca
nadaban sobre el líquido aromático y revitalizador.
Los dos vasos en el centro, rodeados de un ejército de
botellas. Espectadores de una batalla sanguínea y macabra
(La dama de la ventana estaba absorta contemplando el mar.
Había notado que entre dos rocas asomaba la cabeza de un
pez, pez-espada). En el microonda colocó dos platos de
porcelana. Las microondas penetraban la carne de pollo y de
gallina. Por dentro lo hacían. Zancos y pechugas, en dos
platos conjuntos, bailaban un ritmo ondulado (Sobre la repisa de la
ventana se apoyaban dos pechos robustos, rematados por dos
madroños maduros. Apuntaban hacia abajo, hacia las rocas,
hacia el pez-espada, hacia las olas). Los dos sofás se
juntaban en ángulo. Dos cojines guarecían la
protuberancia formada por los descansabrazos de los sofás
(Con el movimiento de las agallas, el pez vomitaba agua, mucha
agua, de muchos años). Los zancos y las pechugas
chicharroneaban, y los dos vasos sonaron un chasquido. Los dos
cojines apretaron el antebrazo. Ondas, microondas, olas. Rocas,
cojines, cubos de hielo. Rocas, olas, ventana, pechos, zancos,
pechugas, hielo, licor, cojines, antebrazo, bailaban un ritmo
marcial y sanguíneo (El mar de agua inundó la
ventana. El pez inundó a la dama. Nadaban y nadaban en un
mareo infinito).
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-Shit. What am I going to do with
this bloody sheet!
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-With lemon juice will come
out.
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-Crazy. You people use primitive
methods.
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-But it works.
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-I did not expect blood on my
waterbed.
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-What did you
expect?
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-A clean gal in my clean
bed.
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Con
dificultad salió de los cul-de-sacs de la vecindad norteña. Se
acordaba del cuadro de la dama anacarada y del pez-espada. Por la
calle central todavía se veían los escaparates
encendidos, observando a los transeúntes, con las piernas
abiertas dando a luz criaturas doradas y demacradas. Solamente se
veían algunos uniformes rematados en cachuchas. Se
acordó de Miguel («¡Puercos!...»). De la
madre de sus hijos («¿Cuáles?»). Mientras
apretaba el acelerador, cerraba los muslos. Cuando apagó el
motor, era medianoche. Su padre estaba de pie en la puerta de la
casa.
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-Xóchitl.
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-Qué.
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-Tú ya no eres la misma.
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-¿Por qué dices eso, Miguel?
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-Por tu manera de hablar y de actuar.
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Durante un mes se venía anunciando el concurso. Las bellezas
más destacadas del mundo concurrían a la localidad
tropicana. Xóchitl andaba muy ansiosa de verlo, de verlas.
Se lo había indicado varias veces a Miguel. Cincuenta y dos
países estarían representados. Después de
oírlo tantas veces, Miguel accedió.
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-Lo
veré, pero todo esto es política.
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-Es
belleza.
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-La
belleza de la movida chueca y del dinero.
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-Pero belleza.
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-La
belleza controlada por el dinero.
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-Una competencia de bellezas.
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-Un
mercado manipulado y mugroso.
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Los
dos estaban sentados en el único sofá, y doña
Lupe en la silla lateral. Seis ojos clavados en la pantalla.
Comenzó el programa proyectando lo que el ojo de la
cámara había captado y seleccionado con anterioridad.
Paisajes de la zona tropical. Selvas, colinas y praderas. Mares,
ríos y canales. La gente cósmica por las calles
luciendo sus melenas, sus teces y sus atavíos, secundando a
los múltiples colores de los loros parleros. Por los poros
sudaba vida tropical. Los dos mares se besaban en la lengua del
istmo. Por el ojo de la cámara, momentos después,
pasaban negras, rubias, mulatas, brunettes, mestizas. Desfilaban en
procesión ante el altar de la reina caduca, de la diosa del
año. Una por una, en slow
motion, iban pasando y saludando a la cámara, al
ojo, a los ojos de múltiples países, de todos los
países, de todos los pueblos. Una gran cortina, con dibujos
tropicales, servía de catafalco a la antigua diosa del
año pretérito. De una melena dorada se levantaba una
corona de diamantes del Transvaal. El manto real dibujaba
filigranas arabescas de añoranzas mediterráneas. El
cetro empuñado en la mano izquierda recordaba tiempos de El
Potosí y de El Dorado. De pedestal servía una
alfombra mágica de Persas y Turcos. Pasaban por delante de
la reina, de la cámara, del vidente, una por una, y
después todas las bellezas juntas. En trajes
folklóricos, en trajes de gala, en trajes de baño.
Bailaban, tocaban, cantaban, hablaban todas las lenguas, todos los
cantos, todos los ritmos, todas las chiches, todas las nalgas. La
cámara iba en fast motion,
medium motion, slow motion. Unos bailables eran
rápidos, otros eran lentos. El ojo de la cámara iba
seleccionando y deleitándose en lo seleccionado. Como si
tuviera vida. Ojo de Bell & Howell, ojo de IT&T, ojo de GE,
ojo holliwoodiano. Técnico y cámara, cámara y
técnico, como un centauro, se identificaban. El ojo de la
cámara, del técnico, del juez iba viendo,
seleccionando y gozando.
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Recordado Tomás J.:
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Calladito, calladito, en el huevo mataste el pollito. Es que no
tuviste los huevos tan grandes y explícitos como los de tu
nieto Adolf. ¿Que «todo hombre ha nacido igual»?
Cuéntaselo a tu albina abuela. ¿Te olvidaste de lo
que le dijiste sotto
voce a uno de tus amigos? Quesque los chicanos somos
«feeble
people». ¿Cómo que todo hombre
«ha nacido igual» si los chicanos somos «feeble»? ¡Tu
madre!, que era abuela segunda de Adolf.
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L.
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Pasaban en procesión. Diminutos cuerpos, medianos cuerpos,
imponentes cuerpos. Muchos cuerpos, pocos cuerpos, algún
cuerpo. En fast motion, medium
motion y slow
motion. Los diminutos-rápidos iban
desapareciendo. Los medianos-medianos se iban perdiendo. Y los
lentos-imponentes se iban acercando (Xóchitl se
inclinó hacia adelante, y acercó el ojo. Iba
siguiendo el slow
motion. Miguel frotaba los ojos para poder ver el
fast motion que iba
perdiéndose en el fondo del escenario). Seis cuerpos
adornando a unos bikinis se acercaban al ojo que las llamaba. Se
pararon. Primero en horizontal, de Este a Oeste. Después en
vertical, de Norte a Sur. En el Norte estaba la cámara.
Atrajo a las norteñas. Dos norteñas, dos tropicanas,
dos sureñas. Los focos ardientes, como ojos encanicados,
cayeron sobre la fila. En vertical cayeron. Del Norte
venían. Los cuerpos, las caras, las melenas rubicundas
recibían el impacto de la luz, del sol y de los ojos
norteños. Proyectaban la sombra, la penumbra sobre las
tropicanas, sobre las sureñas. Éstas se hacían
más pequeñas, más oscuras, más
rápidas. Rápidas, rápidamente desaparecieron
en el fondo oscuro de la cámara, del ojo enjuiciador. La
cámara se acercó (Miguel cerró los ojos y se
quedó con la imagen nocturna del trópico
sureño. Las siguió, las persiguió y se le
escurrieron de la pupila, de la niña, las niñas). El
ojo de la cámara paralizó la slow motion, y en la pantalla
apareció un busto de retrato cuadrilátero e
imponente, bajo el sol de la bujía de neón. Rubia la
cabellera, de suaves ondulaciones farafoceteanas y de anacarados
bustos tailorianos (La dama de la ventana. Cuadriculada en la
ventana. Mirando al mar, a las rocas y al pez-espada. Sosteniendo
los dos rosetones sobre la ventana). La voz del maestro de
ceremonias (Xóchitl, Xóchitl) con el micrófono
en mano (Pez-espada, ventana, Samuel), se oyó
(«Xóchitl, I love
you, I love you») por todo el escenario (El mar,
el waterbed), en
todas las pantallas (mujer de la ventana, Xóchitl,
Miss Universe), en
todas las partes (waterbeds) de todo el mundo (el mar, el agua).
(Allí, los ojos de Miguel, clavados en el cuadro que formaba
Xóchitl. Con los brazos sobre los muslos. Apretados los
muslos. La melena negra, de negro azabache, caída por los
hombros. El rostro enfocado en la pantalla. El busto enjaulado en
doble malla. Aureolada toda por la penumbra sin cámaras. En
el fondo había quedado, desaparecido. Belleza tropical,
sureña. De fauna y de flora era).
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«Ladies and
Gentlemen ('Xóchitl', 'Samuel') of the audience (mares, tierras,
continentes, canales). The five
judges ('Samuel', 'Miguel') representing the five continents (GE,
IT&T, Bell & Howell, Coca-Cola, United Fruit)
have unanimously
(lana, lana, lana, mordida) selected (cámara, ojo, ojos de
cámaras, de poderosos, de jueces) the beauty (dama de la ventana, pechos,
pez-espada) to reign
(ventana, waterbed)
over the whole world
(Potosí, El Dorado, Mediterráneo, Próximo
Oriente, Istmo, Istmo, Istmo) for
the next year. Her name ('Xóchitl',
'Xóchitl'), Ladies and
Gentlemen (tropicanas, sureñas), is Miss US Tex. (Rinche, Ranch, King's Ranch)
Ingabor O'Gormnan ('Xóchitl', 'Xóchitl').
Her measurements
are...» (Diosa de la belleza, dama de la ventana,
del pez-espada). En fast
motion pasó la cámara, las
cámaras, dejando una silueta múltiple y larga de
cientos de rostros y de cuerpos del mismo rostro y del mismo
cuerpo. Miguel se fijó, por última vez, que la diosa
(dama de la ventana), que la Belleza-Diosa había adquirido
formas gigantescas, enormes y protuberantes. Cientos, miles,
millones de cuerpos femeniles en un rubio enorme, gigantesco y
mundial.
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-¿Te gustó, Miguel?
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-Un
insulto.
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-¿A quién?
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-Al
mundo.
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-¿Por qué?
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-Discriminación racial e intereses monetarios.
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-¿Discriminación racial? ¿Viste cuántas
prietas había? ¿Y yo...?
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-Sí, en el fondo las había. Como sirvientas de las
otras. Y, en cuanto a ti, ya sé que te fascina lo
güero.
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-¿Que qué?
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-Lo
que oíste.
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-... Take me
home.
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-Pues vamos.
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Allí estaba la luz roja. Redonda, como un forjador repleto
de fuego. Un corazón palpitando sangre. Respirando coraje
estaba. A Miguel le salía llama por los ojos. Ni cuenta se
dio de que dos ojos se acercaban velozmente por la izquierda. Ni
tiempo tuvo para darse cuenta. Ni sintió el fuerte
impacto.
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Sabía que algo le pasaba. Su modo de pensar, de hablar, de
actuar habían cambiado. ¿Otro amor? El amor ya lo
tenía. ¿Dinero? Quizás. Pero si a ella nunca
le había preocupado el dinero. ¿Prestigio?
Quizás. Nunca había dado muestras de que
quería subir, navegar en la sociedad. ¿Luego?
¿Entonces? Quizás eso fuera. Hijos rubios, puros. Que
pudieran ir al Este, de donde viene casi todo, de donde dicen que
viene todo. Rubios, hijos güeros, que no sufran lo que
nosotros. Quizás ella misma. Quizás el roce con la
piel güera saque la carroña de la piel prieta.
Quizás. Por eso le clavaba el ojo a la norteña, a la
diosa escogida, seleccionada por el dinero, por el racismo.
Quizás. El telón cayó, los párpados se
cerraron, y ya quedó coronada otra diosa, otra diosa en la
cadena de diosas, de rubias, gigantesca rubia. Todo el mundo
quedaría prendido de la nueva diosa, de la misma diosa. En
los ojos del mundo se imponía la norma, la regla, el
estándar de belleza. Las otras tendrían que
oxigenarse, empolvarse, enmascararse.
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La
diosa volvió a casa, enseñando los dientes caballudos
y el busto vacuno. Puso pie en la tierra, y fue recibida por
políticos y negociantes. En la I-95 puso el pie. En el Golfo
de México. En el apéndice de la I-95. Subió,
acompañada de políticos y negociantes. Por la
carretera iba la cabalgata de carros. Long-lives, vivas, flores, confetti. Camino hacia el Norte iba,
iban. Long-lives,
vivas. Más vivas que long-lives. Camino del Norte iba, camino del
Nordeste. Embajadora de buena voluntad y de buen cuerpo.
Representante del cerebro político y de los intereses
económicos. Conquistaría países y mercados
para el suyo. Exportación e importación. Cambio e
intercambio. De productos, de intereses y de cuerpos.
Putería política, putería económica,
putería computadoresca. Venía en bikini. Políticos y negociantes se
hincaban y se colgaban sedientos de los manantiales lácteos.
Percibían, como cazadores perrunos, perfumes y aromas
tropicales, de selvas tropicanas, de balsas tropicanas. Pero
retornaba a casa después de la caza. Al mapa de casa. A la
cama de casa. Al Este, al Medio Oeste, al Oeste. Estirada en el
mapa, en la cama de tierra, de mina y de agua.
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Lentamente se acostó. La cabellera se esparcía por el
Este, por las oficinas senatoriales. Por los cabellos se
transmitían sensaciones cerebrales, como una red infinita de
posibilidades políticas. Pelos, hilos, cables transmisores
de movidas chuecas, nacionales e internacionales. Los intereses,
los préstamos, las inversiones circulaban por cables rubios
de cabellera rubia. Las acciones, las alzas y las bajas se
inscribían en pizarras, en pizarrones electrónicos,
regidos y gobernados por la putesca computadora cerebral. Bajaban
por el cuello, transformándose en venas de sangre y de agua.
Por el Potomac del cuello se paseaban presidentes, senadores,
detectives y diputados, por las venas de la multiputada. La I-495
demarcaba los límites de la masa cerebral, del
cráneo. La Beltway, la de circunvalación, la
periférica. El cráneo de la cabellera. La red, la
malla nerviosa la componían los viaductos 95, 295, 695,
todos en ligazón y vinculados a la I-495. Nervios
sensoriales, políticos y económicos que unían
las tres secciones cerebrales a los cuarteles generales de las
zonas senatoriales y congresistas. Los de Alexandría, los de
Arlington, los de Falls Church enviaban mensajes a los de Bethesa,
Silver Spring y Takoma. Y éstos, a los de Forest Heights,
District Heights y Capital Heights. Red complicada de nervios,
nerviosa. Todos andaban nerviosos. Los nervios capilares llevaban
los mensajes. Los nervios dorados, la cabellera dorada, la melena
dorada. Los fines de semana se paseaban por otra vena, no la del
Potomac. La de Anacostia era. Políticos y negociantes
observaban orgías en sus yates. Por la vena arriba
subían, hasta llegar al parque Anacostia. Allí se
discutían, entre parties y orgías, las decisiones locales,
nacionales e internacionales. Por la I-75, por la I-80 bajaban los
GM, los Fords, Los Chryslers, los USS, los Bethelhem S. y se
unían en el parque. Manejando, volando, navegando. Con el
estómago lleno de alka-seltzers finsemaneros retornaban para el Sur,
para el Norte, por la vena, por las arterias, hacia el cerebro,
hacia la mano, hacia el dedo. Por el brazo era. Los cabellos
dorados transmitían mensajes. Hacia las viejas patrias. Por
el agua, sobre el agua, bajo el agua. Barcos, aviones. Concords,
teléfonos, telégrafos, cabellos dorados para
allá iban, llamando, llevando mensajes, trayendo sangre,
vida, vidas. La red era complicada, enorme, poderosa. La nariz era
grande, puntiaguda, como un pararrayos, desafiando al cielo. Cuando
llegaban mensajes del cielo, los paraban, se derretían en la
cúpula, en la nariz. Al llegar la época de las
lluvias, de las nieves, se congestionaba. Al estornudar se
oía en toda la ciudad, en todo el país, en todo el
mundo, hasta Israel. Estornudos como truenos, como terremotos, con
fuerzas centrífugas. En círculos concéntricos
se iban por el globo anaranjado, meridionado, empelotado. En
días de calma y de verano las alergias y las jaquecas las
llevaban a las extremidades («Just allergies, Darling»). Por las
arterias I-75 y por la I-95 se iban para el Norte y para el Sur,
por tierra y por aire, al agua, a los lagos, al mar. Hurón,
Superior, Okeechobee, Key West. De los brazos a las manos. Al
Norte, la mano extendida hacía cosquillas a los yates. Al
Sur, la mano cerrada dejaba que las aguas y el sol les tostara los
tanates. Festines, orgías, bacanales. Los excrementos,
cientos de excrementos, miles de excrementos, como gotas de sudor,
flotaban sobre la piel, sobre los brazos, hasta los sobacos.
Chicago, Tallahasee, México, Cuba. Sobacos, sobacos,
sobacos.
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Respiraba, resonaba. Los pulmones se inflaban, se desinflaban.
Subían, bajaban. Unas montañas subían y otras
bajaban. La montaña Smoky subía, los llanos
indianescos bajaban. La tierra subía, la leche bajaba. Hasta
los lagos bajaban. Chiche vacía, chiche ordeñada,
leche poluta, leche de puta. El Smoky se tornaba blanco, como la
nieve, como un cono de nieve, de helado. De vainilla con
topping de
strawberry, de fresa.
Niños, jóvenes y adultos y hasta viejos subían
al cono, por el cono. Fin-de-semana. Por la vainilla subían,
por las lomas, con esquíes, con funiculares, hasta llegar a
la strawberry, a la
strawberry, a la
strawberry. La
lengüeteaban, la chupaban, la mordían. Era sustento,
placer y orgía. Cosquillas sentía. Los capilares de
la fresa, de la strawberry se enchinaban, se retorcían y se
transmitían como esquíes veloces, al cerebro, por la
chiche, por el busto, por el pecho, por el torso, por el dorso, por
el brazo. Al cerebro retornaban el domingo y el lunes de la semana.
El Mississippi, el Blue Ridge Lake, el Fontana Lake durante la
semana pompeaban leche al Smoky, a la vainilla, a la fresa, para el
otro fin-de-semana.
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Notó Xóchitl que Miguel estaba preocupado y que
sospechaba algo. Pensó. Le dio vueltas al asunto, y
decidió sacudir la pesadilla. La substituyó. Simple.
Comenzó a escarbar en la superficie del recuerdo. Se
acordó del cuadro y de la dama en la ventana.
Recorrió el apartamento y el colchón de agua. Como si
estuviera en el oleaje del mar. Estirada, flotando, recibiendo las
caricias de las olas, en los brazos, en la espalda, en los pechos,
en las nalgas, en los pies, en los muslos, en el ombligo, en la
entrepierna. Flotando al vaivén rítmico y caprichoso
de las olas. En el Istmo, en el Canal, en el Trópico. Como
una tropicana, una panameña, estirada a lo largo del Istmo,
del canal, de los embalses, de las balsas. Bajo las caricias del
sol dorado, con melena dorada y cara rubicunda. Al capricho de las
olas. Se estiraba, abría los brazos y las piernas. Las olas
jugueteaban, como niños traviesos, con ella. Subían y
bajaban, entraban y salían. Los arenales, los peces espada.
El pez-espada, pez dorado, con su cabeza parada, arrojaba
vómitos de agua. Jugueteaba, se metía y se
salía, como dios de cabeza rubia se metía en
cabellera tostada. Daba vueltas en el colchón-agua. Se
estiraba, se abría de piernas, en la cama, en la penumbra
(«Sí. Mejor en la penumbra, en donde no se ve, pero se
siente. Se siente más. Eso es. Como los ciegos. Como los
ciegos que no ven colores, colores oscuros. El tacto es más
fuerte, más intenso, más extático. Cuanto
menos luz más tacto, más placer. La luz distrae, el
color distrae, los ojos distraen»). El cuerpo de la mujer, en
la oscuridad.
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Pero él, el sol, el sol dorado, el sol de trigo, el sol de
maíz. El sol, que tuesta, que tatema, que quema. Como un
dios, como un rey, como un Mister Universo. En la pantalla tropical, sobre
una sirena tropical, en la selva, en el mar tropical. En un Istmo,
en un brazo de mar, en un mar de tierra, entre tierra, por tierra.
Tierra oscura, tierra café, tierra prieta. Como una
tropicana, como una aztlaniana («como yo»). En la
oscuridad. Se echaba el sol sobre la tierra, sol dorado sobre
tierra prieta. Calentito estaba el sol. Calentaba a la fría
tierra. En la oscuridad de la noche. La cabellera rubia y rizada,
como un David de Miguel Ángel. Las uñas, los dedos se
metían, se enroscaban, se revestían de anillos, de
muchos anillos de oro. Los ojos azules, como lagos, como mares
salados. Puros y cristalinos, en donde nadaban peces, peces espada,
peces dorados. Se veía el fondo de los lagos, con su sirena
nadando, jugando, buscando a su pez-espada. Estaba oscura, se
veía oscura, por su ropaje tostado, hija del sol, novia del
sol, esposa del sol. En el fondo, en la trastienda, en la casa. En
la casa del dios sol, en los espejos del dios sol, en los ojos del
dios sol. Allí se reflejaba ella («Allí me
reflejo yo»). Pupila oscura, niña oscura, sirena
oscura, tatemada por el sol. Y los brazos anacarados, cubiertos de
brillo, curveados de músculos. Largos y robustos. Como los
pulpos del trópico, de los mares tropicanos, de los istmos
tropicanos, de los canales tropicanos. Abrazaban, rodeaban,
apretaban. Se sentía una segura, protegida, amada. Con las
ventosas en la espalda, en los brazos y en los pechos. Chupando
aire, chupando carne, chupando leche. Como un corderito blanco de
su madre prieta. Pecho con pecho, pecho contra pecho, pecho entre
pechos. Como culebras doradas se movían por los pechos.
Vellos pecheros eran, los pelos. Se ensortijaban en los pechos, en
los pezones. Cientos de anillos, de sortijas, de cosquillas. Como
anillos de culebra, de culebras que subían y que bajaban por
las colinas y las lomas de la carne y de la tierra. Tierra prieta,
tierra oscura, por la oscuridad de la luz, por la quemazón
del sol, del sol dorado. El sol dorado, la carne colorada, las
nalgas coloradas. Colorado, colorado, colorado. Los Grand Tetons,
de Colorado, de Wyoming eran. Las nalgas y los pechos eran. Nalgas
ovaladas, ovuladas. Como montañas, con subidas y bajadas,
con vertientes y precipicios. Bosques en la vertiente, en los
precipicios. Redwood,
palo colorado, palo parado. Las manos alpinistas subían y
bajaban. Por las vertientes se metían, se ensortijaban en la
espesura de la arboleda, en la arboleda. Se subían por el
palo parado, palo colorado, redwood. Lago entre colinas, pez entre colinas,
pez-espada, pez dorado, goldfish, palo colorado, redwood, entre colinas, entre vertientes,
entre arboledas. Ventosa. Pez-espada, pez dorado, goldfish («Entre dos rocas
sacando la cabeza, mirando a la ventana, a la dama de la
ventana»). Vertiente con vertiente. Lago con lago. Arboleda
con arboleda. Pez con hondanada. Tentáculo con ventosa.
Pez-espada que corta, que abre, que se mete, que pica. Dos
vertientes, dos lagos, dos arboledas. Dos en uno, dos en una. Uno
en dos («¡Ay! »). Arado en surco. Piel en tierra.
Dinamita en mina. Aguijón en vaca. Pez dorado en lago. Rayo
en tierra, dorado rayo en prieta tierra. Tentáculo en
ventosa. Explotador de tierra virgen («¡Ay!»),
violador de carne virgen («¡Ay!»), represor de
espíritu virgen («¡Ay!»). «Ay de mis
hijos. ¡Mis hijos dorados!». «¡Ay de mis
hijos! ¿Mis hijos tostados? ¡Ayyyy...!».
|
-¿Qué te pasó, Miguel? ¡Ambulancia!
¡Policía! ¡Ay, Diosito, se mató!
¡Ayyy!
|
De
Francia venían los peinadores, los coiffeurs. Cargados de tintes, de
decapiladores, de maquillajes. Grandes y delicados peines,
champúes y brillantinas. Se colaban los dedos, como
púas de peines. Las uñas semejaban arco iris de
tintoreros. Rascaban, sonaban, espulgaban. Zarandeaban la cabellera
como la mies al capricho del vendaval. Melena espumada, melena
lacia, melena inglesa, melena alemana, melena irlandesa, melena
sueca, melena noruega, melena polaca, melena dinamarquesa, melena
rizada, melena poluta, melena de puta. Como las ondas del viento,
como las olas del mar nórdico, como las hondas de un
francotirador.
|
Estirada estaba sobre la cama. Después de un viaje real,
tour de reina rubia,
por el acueducto lorentino y el Ottawa River, se sentía
rendida. Estirada se hallaba. Con los brazos robustos, delicados y
rubicundos. Brazos de tierra con las manos y los dedos en el agua.
Nervios (# 75) y arterias (# 95) en acorde con el cerebro y el
corazón. La mano derecha, la mano norteña, metida en
el agua, con el thumb
(¿o era el cordial?) apuntaba al San Lorenzo, al mar, a
Europa. Gesto indecente, pornográfico. Dedo
histórico. Llevaba más de doscientos años
apuntando hacia el agua, hacia el oriente, hacia la madre. El dedo
cordial, el central, el del chingal. Mensajes del cerebro eran. De
las células senatoriales y diputadas. Y con la uña
del mismo dedo atraía, traía barcos repletos de
carne, de queso, de leche, de pelo rubio, de chiches rubias, de
fuchi rubio. Brazo izquierdo, mano sureña, estirados hacia
el Sur, extendidos por el Sur. Con la mano en el agua, bajo el
agua, con el dedo meñique retorcido como uña, como
Key. Con el dedo
gordo en San Juan, con el cordial en La Habana, con el
índice en Maracaibo, y con el anular en México.
Hacían cosquilllas, sobaban y arañaban. Sangre y
sudor eran. Por la # 75 bajaba la orden y por la # 95 subía
la sangre y el sudor. Y un ja-ja-ja histórico retumbaba por
todo el cerebro. Y la tropicana le leía la palma de la mano.
Raya con raya. Entrecruce de rayas. Dos grandes Emes dibujaban las
rayas. «Muerte Mortal», le decía la Madre
Aurora. «Shut up, you crazy
witch», le respondía la Diosa.
|
Recordado Monroe:
|
«America for
Americans». Espada de dos filos. ¿No
sabías que el que las hace las paga? Todavía no hemos
llegado a la última etapa evangélica de «dale
la vuelta a la mejilla». Aún estamos en aquello de
«diente por diente y... huevo por huevo».
|
L.
|
El
ombligo. Missouri. Clase de historia. Mister Smith. («Missouri is the State of the Ozarks. You might say the
Navel State»). Un ombligo triangular, Saint
Louis, Springfield, Independence. El centro, Jefferson City.
Jefferson, Jefferson, Jefferson. El Destino Manifiesto. «De
Este a Oeste, de Norte a Sur». Al centro, The Ozarks. Ombligo
acuático, ombligo arterial. Por la # 70, por la # 66
venían las órdenes. Por el Missouri, por el
Mississippi, la vida. El Golfo, el Río, la vena, la cuerda
umbilical le proveía de vida, de langosta, de
camarón, de petróleo, de azúcar, de
café. Atado al Golfo, al agua salada, al agua dulce, al
Ozarks. Lago y laguna. Hombre y mujer. Sembraba el semen. Acuario,
peces. Peces tropicales. Del Golfo subían, subían por
el Mississippi, como salmones contra corriente. Destino Manifiesto
era. A la inversa será. Destino será. Contra
corriente, contra voluntad. Pre-Destino era. Destino será.
Peces tatemados por el sol tropical. A las lagunas cristalinas y
azules de los Ozarks. Por la vena subirían, para la
sementera dejar. De placenta a placenta. De lago a laguna. Por la
vena, por el ombligo será.
|
Como una hawaiana, como una bellydancer, como una tropicana, bailaba y
bailaba, enseñando la panza, enseñando el ombligo.
Gira, baila, gira. La panza blanca, la panza blanda, la panza de
holanda. Al centro, el ombligo sumido, hundido, escondido. Gira que
gira en el remolino del viento, y una gota de sudor de la garganta
a la panza. Dos gotas de sudor. Dos mil gotas de sudor. Un lago de
agua tropicana, con un mástil fálico en la panza.
|
Por
la pierna derecha corrían extendidas las arterias # 90 y #
94. Se unían al nervio # 80 del cerebro («More planes, more Boeings, more SS. Like
Boldeagles I (We) want them»). Salían como
pájaros del nido. Cientos de águilas, miles de
águilas, de plumas metálicas. Volaban por encima,
unas bajas, otras altas, otras muy altas. Supervisaban los pies,
las piernas, los brazos, las manos, la cabeza, la melena, el torso,
el ombligo y los planos, las planicies, la cosecha, la pizca. Con
sus muchas alas, tremendas alas, proyectaban la sombra, sombra
contra cuerpo, cuerpo contra sombra. Entre sol y cuerpo, sombra.
Cuerpo blanco, cuerpo lunero.
|
Los
dedos del pie derecho eran redondos, largos y corpulentos. Como
tubos, como pipas, como pipelines, como oleoductos. Apuntaban hacia
el Norte, por el agua del Norte, por la tierra del Norte, por la
tierra esquimal. Las uñas escarbaban en tierra polar.
Rascaban, giraban, perforaban. Uñas de hierro, ennegrecidas
de hierro y de petróleo. Arco iris de petróleo. Se
metía por los dedos, por los tubos, por las pipas,
pipas-dedos. Sangre oscura, dedo dorado. Negro contra rubio. Por
las venas venía, para las águilas mecánicas,
para las ratas mecánicas, por las pistas del aire, por las
pistas de asfalto. Y allí estaban Juan de Fuca y Valdez,
dándole manicuras, pedicuras a las uñas y a los pies.
Le afilaban las uñas perforadoras, uñas mugrosas. Su
sangre dejaban en el esmalte de las uñas, de las uñas
de los dedos, de los dedos de los pies.
|
Hacía más de cien años que el cerebro le
transmitió la orden («Go West, my son, my darling»).
Bailando la polka, la orden polkiana («Traicionero y
ladrón, hipócrita y sangrón, nariz de
salchichón y puritito cabrón»). Y poco a poco
se dejó caer la pierna izquierda. Larga y robusta, como
tentáculo de pulpo, con ventosas. Amarillo, Santa Fe, Santa
Rosa, Santa Bárbara, Santa Mónica. Tentáculo,
ventosas, venas # 40, # 66, Río Grande, Río Colorado.
Las uñas de los dedos, redondas como ventosas. Uva redonda,
lechuga redonda, naranja redonda. Para caminar, para conquistar se
ponía huaraches de Sears, inflados con viento de ventosa.
Por la Baja California caminaba, corría, conquistaba. Como
ventosa hambrienta estrujaba la uva, chupaba el jugo rojo de
Fresno, de Modesto, de Coachela. Vino rojo, sangre roja, sudor
rojo. Con las ventosas de Superior, de Globe, de Duval chupaba el
cobre, el oro y la plata. Por las arterias # 25, # 35, # 45
corrían llantas de Sears con tomates, cacaguates y
aguacates. Por las venas del Bravo y del Colorado nadaban, a
contracorriente, brazos prietos, sangre prieta, sangre brava,
sangre colorada. Sangre viva, sangre nuestra, sangre colorada, para
cebarse el pie, la pierna, el ombligo, el torso, el cerebro, el
cuerpo. Tomates, jitomates, jitanates, jijo-con-tanates. Se
digería, se transformaba, se transubstanciaba, en la
ventosa, por el tentáculo, por la arteria, en el ombligo, en
el menudo, en la tripa, en la cloaca. Por Aztlán, por las
Planicies, en el Ozarks, en el Salt Lake. Con el cuerpo tendido y
las piernas abiertas, defecaba, megitaba cuacha dorada, agua
dorada, agua salada en el Lago Salado, por los pelos dorados, por
la melena dorada, por la mies dorada. Mies de maíz, mies de
trigo, mies azteca, mies hispánica, mies mestiza, mies
conquistada, mies meada. Por Tijuana iba, por San Luis, por
Nogales, por Agua Prieta, por Ciudad Juárez, por Nuevo
Laredo, por Matamoros. De turista iba, reluciendo la melena dorada,
los pechos dorados, el ombligo dorado y los muslos dorados. Turista
dorada, niña dorada, reina adorada («Jija 'e
la...»). Bajo el sol dorado, bajo el dios dorado. La
seguían sedientos los políticos tostados, los
negociantes tostados, los machos tostados, los tanates tostados,
los tanates tatemados, bajo el sol tiznado («Jijo 'e la
tiznada»). Cientos de negociantes, miles de bananas, millones
de tanates buscando la mies.
|
-¿De veras que te gusta venir shopping?
|
-Sí.
|
-Pero no compras nada.
|
-No
le hace.
|
-¿A qué vienes, luego?
|
-A
ver.
|
-¿Te gustan las tiendas?
|
-La
gente.
|
-Para eso podías quedarte en Las Pencas. Allí hay
mucha Raza.
|
En
la Plaza de la Independencia estaba plantado un gringo de seis
pies. Como un marshmallow flotando en una taza de chocolate. No
despegaba sus ojos de aquella estatua. Los oídos presionaban
las córneas y los acordes del mariachi se los llevaba el
viento. Sin pestañear, lo clavaba de hito en hito. Melena
dorada, niño dorado.
|
-Si
te parece, vamos caminando, Xóchitl.
|
-¿Por qué?
|
-Porque no hay más cosas que ver.
|
-¿Crees tú?
|
-Sí.
|
CORO |
Nosotros los oprimidos |
|
en esta marcha obligada |
|
dejaremos consignada |
|
la historia de lo sufrido. |
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CHAPULINES |
Volando por las montañas |
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cruzamos toda maleza |
|
para volver a la tierra |
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de nuestras dulces entrañas. |
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TOPOS |
No queda en la tierra vena |
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que no hayamos perforado |
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para que otros se hayan chupado |
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nuestra sangre a boca llena. |
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GUSANOS |
Cuando el Gallo pa' cá vino |
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en el palenque peleamos |
|
con las hojas nos quedamos |
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y se bebieron el vino. |
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RANAS |
Parimos todos los mayos |
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en la cuna del Gran Río |
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cada una traía un crío |
|
y los mataban ahogados. |
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SAPOS |
En las riberas del agua |
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nos hicimos el amor |
|
bajo la capa de horror |
|
mataban nuestra crianza. |
|
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|
Fue
la primavera de aquel año. La primavera que fue, que es y
que será. El parte meteorológico lo decía. La
parte Norte del país, el costado derecho, el lado derecho de
la cama estaba cubierto de una sábana blanca, de nieve y de
hielo. La parte central, el esternón, se derretía y
se inundaba de agua. Salía de la invernación. La
parte sureña, el costado izquierdo, el lado izquierdo de la
cama estaba al descubierto, recibiendo los rayos encanicados y
benéficos del sol. Ya las golondrinas se acercaban a
Capistrano. También lo anunciaba el meteorólogo.
|
La
semilla vieja comenzaba a retorcerse bajo la sensación del
agua y bajo los templados rayos solares. Eran los campos de la
Planicie. Semilla del trópico, robada del trópico. La
habían sacado huérfana. De su propia casa la
habían sacado, robado. Una puta madrasta, vieja de
doscientos, de trescientos años que fueron, que
serán. Desraizaron la semilla, la desmadraron
(«¡Ay de mis hijos!»). Fue por el centenario, por
el bicentenario. Por el tricentenario será.
Será el es que fue. La madre que
fue estéril, sin fruto, encontrará simiente.
(«The Aztecs, the Indians
were people of great culture, agriculture of
corn»). Por el Valle Mexicano crecía la
planta, con hojas, mazorca y pelusa. Melena de indio entrenzada
colgaba de cada mazorca. Como pararrayos verdes recibían las
mazorcas los rayos solares. («The Spaniards brought wheat to the New
World»). Por México, por Aztlán,
por las misiones se esparcía la semilla, y crecía la
delicada paja bajo la suave onda del viento. Como cabellera de
mujer, como sementera de mujer, se movían los campos, los
trigales, bajo la caricia del sembrador. La espiga mestiza
amanecía, ovarios preñados de bien y de cría.
Cabezas de cría, de futura sementera. Una segadora, espada
enemiga y carnívora, decapitó cabezas
(«¡Ay de mis hijos!»), sembró horror y
esterilidad. Se robó la cría y la llevó a las
Planicies, a casa ajena («¡Ayyy... que yo no he sido!
¡Ay que fue una cochina madrastra! ¡Ay de ti Kansas,
Nebraska, Iowa! ¡Ay mi Quivira!»). La tierra
quedó desolada, asolada, desierta. Año cero,
año cien, año doscientos, año trescientos.
Fue, es, no será. No fue, no es, será. Casa propia,
casa ajena, casa propia. Destierro, entierro, desentierro. Como el
vaivén del viento, de la gente y del tiempo.
|
BREAK POINT... It has been stated
and proven that half a million people cross the border legally and
otherwise each year. It means that one hundred years from now this
Country will have fifty million people from South of the Border. To
this will have to be added the grand-children of the now residing
here which, in an average of four to six per couple, will mean an
estimate one hundred and fifty million. The estimated grand total
will be a two hundred million Americans of Mexican descent. If we
don't do something about it now we will have an intolerable
population explosion.
|
|
TELENOTICIA... Fuentes fidedignas han declarado que este
país invierte diez millones de dólares anuales para
esterilizar, no sólo a las muchachas, sino también a
los muchachos que cruzan la frontera. Los laboratorios y los
cargamentos de medicinas y de utensilios médicos, con su
personal respectivo, están avanzando y se están
internando cada vez más en tierras sureñas.
«Combatir el mal en la raíz», es el lema.
|
|
Millones de diminutos chillidos, cientos de chillidos, un
gigantesco chillido llenaba los llanos. Átomos voladores,
empujados por el viento, llegaban al tímpano, a los
tímpanos de los padres, de la Madre («¡Ayyy...
de mis hijos. Yo no fui. Yo os vengaré. Como una
guerrillera, como una soldadesca, como una Adelita llevaré
en mi trenzada cartuchera balas de hombre, munición viril,
sementera de padres. ¡Ay! ¡Yo os libraré, yo os
conquistaré, yo os reconquistaré!
¡¡¡Ay!!!»).
|
NEWSBREAK... Our money is being
wasted. The sterilization program, in itself successful, has been
handicapped by the countries we are tryring to help. It is said
that the males, the machos, are mad and that they will procreate
one way or another. In any case, the artificial insemination is
taken place in those places. Our country hopes that the Official
American Church's efforts against this inmoral practice will be
successful.
|
|
TELENOTICIERO... De las regiones subterráneas de su ser
darwiniano la Iglesia oficial anglosajona ha vomitado el
double standard.
Tuertamente ha proclamado que había que corregir el bizco
Génesis. Hay que controlar, purificar el semen
genesíaco. La ciencia es ciencia sagrada. Luego, los genes
hay que controlarlos, seleccionarlos, purificarlos. Cortar de tajo
y en la raíz es el método más eficaz,
más genesíaco, más moral. Ergo, es el llamado Divino y
Manifiesto.
|
|
CORO |
Doscientos años de opresión |
|
sin lo anterior mencionar |
|
nos dan derecho a buscar |
|
nuestra justa liberación. |
|
|
|
VÍBORA |
Al desierto se venían |
|
y me escondía en una roca |
|
me picaron en la boca |
|
la cola me protegía. |
|
|
|
COYOTE |
Me escapaba por las lomas |
|
me acusaban de traición |
|
que ésa era mi condición |
|
la gente lo maliciaba. |
|
|
|
ZOPILOTE |
Porque apresé a una culebra |
|
con mi esforzado picote |
|
me llamaron zopilote |
|
en lugar de águila brava. |
|
|
|
TECOLOTE |
Porque me duermo de día |
|
y ésta es mi naturaleza |
|
dicen que duermo la siesta |
|
pero no ven lo que hacía. |
|
|
|
Era
una de aquellas primaveras entre el segundo y tercer centenio. El
desierto y el trópico respondían al llamado de la
naturaleza. La flora y la fauna andaban inquietas. Un capullo rojo
quería reventar. Una flor de carne deseaba sangrar. El
arenal estéril apetecía la lluvia, y el
trópico fértil protuberaba verdura. Y la mar y la
tierra respondían al llamado del viento. Cornucopias de
polvo, cornucopias de agua, giraban preñadas en el remolino
del viento. Del Mar de Cortés y del Golfo de México
subían las aguas, cornucopias haciendo. Ciclones tropicales,
ciclones del desierto, como tornillos giraban para enterrar el
cuerno.
|
Sudaba la vegetación, sudaba el desierto. El calor, la calor
hacía sementar la vida, brotar vidas. La tierra vomitaba al
aire plantas, y los pájaros formaban nidos en los sobacos de
las ramas. Las hembras se retorcían por el calor en brama, y
los machos se aliviaban en el calor de la cama. Topos y ardillas,
cucarachas y hormigas, como semen por la tierra se movían.
Chapulines y zopilotes, murciélagos y tecolotes volaban por
el cielo de noche y de día. La vida se retorcía, la
vida necesitaba vida, se comía vida.
|
Recordado Adolf H.:
|
¡Serás animal! Si ya tu padre Karl te lo había
dicho, pero no le hiciste caso. Preferiste escuchar a tu hermano
bastardo, el diablo de Federico N., y a tu primo segundo el
Charlie. ¿Te creíste que era un pleito entre zoos?
¡Qué bruto fuiste! ¿No te diste cuenta de que
esta gente quiere el monopolio mundial en el asunto? ¿Es que
no habías leído lo de estas reservaciones, lo de la
frontera y lo de las plantaciones del Sur? La próxima vez
ten más cuidado, porque después nosotros chingaremos
más feo.
|
L.
|
La
araña se levantó de su sueño invernal.
Había dormido bajo una cobija norteña de nieve
algodonal. Su ropaje era blanco, como el del Ku Klux Klan. Pero
luego se tornaba obscura, como los Rinches de Aztlán.
Parsimoniamente se despertó. Abrió un ojo, luego el
otro. Por el túnel de su escondite percibió la
blancura de la nieve y el reflejo del sol. Estiró una pata,
después la otra, al rato la otra y la otra, y por fin las
demás. Se desentumeció. Se puso de pie. Se bambaleaba
un cuerpo fláccido sobre unas piernas famélicas.
Ensayó unos pasos, y se acostó al sol. Era el
mediodía de la primavera. Con los párpados
semiabiertos notó el bullicio farrullero que la rodeaba. Sus
antenas oyeron sonidos extraños. Extraños por
pretéritos. Pretéritos, anteinvernales. Afinó
las antenas y reconoció los sonidos. De par en par
abrió las ventanas de los ojos, y vio animaluchos merodear
como por cafetales. A su vista se le excitaron los movimientos
peristálticos de su fláccido estómago. Ya era
el atardecer. El hambre se agudizaba. Como una costurera,
sacó hilachos de su bolsa. Con sus delgados ganchos
comenzó a hilvanar la trampa. Ya tenía hecha la red
del tamaño de un hombre, cuando un chapulín incauto
cayó en la tela. Movió los brazos, movió las
alas. Giró y pataleó. A cada movimiento quedaba
más preso. Ya era medianoche y, con la luz de la luna
cenital, se dejó chupar. La araña panzona se
quedó dormida. El tecolote, con su ojo avizor y parrandero,
les sopló al oído: «¡Al alba, Raza, que
lo han jodido!». La araña pasó hambre las
demás noches.
|
CORO |
Nuestra tierra hemos perdido |
|
contra nuestra voluntad |
|
la hemos de reconquistar |
|
pues por algo hemos sufrido. |
|
|
|
LECHUGA |
Padrecitos me trajeron |
|
por el desierto en las manos |
|
me plantaron mis hermanos |
|
y ladrones me jodieron. |
|
|
|
UVA |
Soy símbolo de familia, |
|
soy símbolo de unidad, |
|
también de la cristiandad |
|
y me traen de la jodida. |
|
|
|
MELÓN |
Por el desierto de Yuma |
|
nazco y crezco a diario |
|
y en la bolsa de un corsario |
|
encuentro fría mi tumba. |
|
|
|
TRAQUE |
Sobre el lomo de la tierra |
|
también mi lomo yo inclino |
|
para tenderle un camino |
|
al que del Este viniera. |
|
|
|
MINA |
Oro y metal me sacaron |
|
de la matriz y la entraña |
|
para adornar al canalla |
|
y matar a mis hermanos. |
|
|
|
Chapulines, cucarachas y hormigas pre-revolucionarias,
revolucionarias, post-revolucionarias pasaban alrededor de la tela,
de la malla, de la alambrada. La araña se vio burlada y, en
su cuerpo sudoroso, el hambre se acrecentaba. Trabajaba y, cuanto
más trabajaba, más frustrada. Afinó las
antenas y envió el mensaje. Los cables, cabellos rubios de
melena rubia, recogieron el mensaje. Los nervios del cerebro
rubicundo dieron la orden: «More spiders». Una legión de
arañas blancas encaperuzadas se dieron voluntarias. Con
chuzos y con cruces ponían fuego a los hormigueros y a los
cucarachales. Salía humo de los campos desérticos,
como mieses de chicharrones prietos. La araña, las
arañas y los araños se alegraban y engordaban. El
telecote se alarmó. De árbol en árbol, con su
ojo nocheriego, observaba a su ejército medio muerto.
Avisó a las ranas y a los sapos con su canto lastimero.
|
Era
de noche, cuando todos estaban en el primer sueño. Se
acercaron a la orilla del Río. Comenzaron a croar un corrido
naval («Parimos todos los mayos... En las riberas del
agua...»). Saltaron al agua, y remaron a la otra orilla. El
corrido fue tragado por la oscuridad del silencio («Los
mataban ahogados...». «Bajo la capa de
horror...»). Miles de sapos, miles de ranas encontraban nueva
patria. Patria del Colorado, patria del Bravo. Los encapuchados
afilaron la caperuza y, como antena, enviaron mensajes a los cables
de la cabellera rubia. Por los nervios del cerebro, circularon
telegramas. Subieron órdenes de caninos ladridos. Perros
policías y castores uniformados ronroneaban las orillas. El
tecolote se asustó. De árbol a árbol brincaba
y mitoteaba. Despertó a los zopilotes y a los topos, a los
chapulines y a las hormigas. Los entrenó como fuerza
aérea y submarina, subterránea. Por encima del agua y
por debajo del agua, por encima de la alambrada y por debajo de la
alambrada. Volaban y minaban. Las dinamitas y los graznidos
despertaron a las arañas, a los araños encapuchados,
a los perros y a los castores. Por las arterias, por los nervios y
por las venas subían mensajes a la cabellera de rubia red.
La tensión de los nervios mensajeros presionaban la confusa
sien. Ladridos y graznidos punzaban adoloridos tímpanos. Ya
no quedaba retaguardia. El semen anciano y estéril no
corría por los caños y cañones de los cuerpos.
Había que sustituirlos por otros mecánicos y
técnicos. Por los cañones nasales del cráneo
salió un estornudo marcial y rubicundo. Águilas
supersónicas y pajarracos con hélices en el culo
volaban sobre ríos, alambradas, venas y telarañas.
Sus ojos electrónicos perforaban la retina virginal de la
noche enmarañada. El tecolote quedó pasmado. Ojo
nocturno contra ojo nocturno («A vencer o a morir
-ordenó el Tecolote-. Hay que entrarles a como dé
lugar. Somos muchos, muchísimos machos. Sus madres los
parieron a ustedes para que no fueran huevones y le entraran.
¿Me oyeron? ¡A entrarle, pues!»). Les
habló de noche. A todos les habló. A los del aire, a
los del agua, a los de sobre-la-tierra y a los de
bajo-la-tierra.
|
Querido Federico H.:
|
Tu teoría dialéctica es muy, pero muy hermosa. La
contradicción y la lucha inmanente de la historia y del
espíritu humano. Que la antítesis, la
negación, el enemigo, el oprimido algún día
dominará, se impondrá a la tesis, al opresor, es muy
esperanzador. Pero, ¿cómo explicas, Federico, que el
chicano haya sido siempre antítesis en su historia? En otros
términos, ¿por qué ha tenido el chicano tantas
tesis dominadoras? ¿Por qué fuimos, somos y seremos
siempre antitéticos, chicanos chingados?
¿Llegará el día en que nosotros nos
convertiremos en tesis, en chingones chicanos?
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L.
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Las
arañas habían demarcado su propiedad y reino con la
telaraña que se extendía muy larga y muy alta. Los
castores habían construido, con sus colmillos y colas,
diques y fortalezas inmovibles. Y las águilas
mecánicas supervisaban las obras y llevaban en los sobacos
bolsas de pesticidas («Ellos son fuertes, pero pocos.
Nosotros débiles, pero muchos. Ellos tienen máquinas
de metal, pero nosotros tenemos lo mero prencipal»).
(«Bull
shit!»).
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Las
cucarachas fueron las primeras («Nosotros tenemos
caparazones. Nos protegerán como escudos contra las
mandíbulas de perros famélicos y de arañas
ponzoñosas. Y si no, pos nos ofreceremos en sacrificio,
Señor General»). Diez, cien, mil se lanzaron a flor de
tierra contra la red. La hicieron temblar, pero quedaron
engarzadas. Los tentáculos arácnidos las atenazaron,
y las fauces se clavaron en las aletas de chirrido crespo
(«¡Pendejas! ¡Cómo se dejaron!»).
Ranas y sapos, con sus piernas y nalgas por el aire, maniobraron
clavados obscenos sobre el agua. Con el croar del chapuceo pelaron
el colmillo los castores y los perros. Tripas y sesos quedaron
enterrados en el lodo del río («¡Mensos!
¿Y para qué les sirvió lo de la Quebrada,
pues?»).
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SPECIAL REPORT... From the South
and from the West, from the Gulf and from the Baja two Huracanes,
Zandunga and Malinche are expected to blow our Fence and our
Border. Millions of insects will invade our home.
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|
La
digestión fue larga, de muchas noches estivales. Los perros
y castores se boquiarribaban para que el sol les alivianara la
sangre espesa. Las arañas se bajaron de sus alambradas
eléctricas para descansar sobre el culo su panza obesa.
(«What a life! That's what
life is all about. Life!»). Seguía el
letargo. Una bandada de chapulines y de chicharras hirió el
tímpano de los perros y de los castores («Stupid spider! Build your web higher! Get off
your ass and get up there!»). La araña se
subió alto, pero la red se bambaleaba por la obesidad de la
panza. Trabajó noche y día. Decidió quedarse
allá arriba. Los chapulines y las chicharras, que no
podían subir más alto el vuelo, se quedaban como
barbacoa para la cena de la araña
(«¡Éntrenle ustedes ahora, hormigas y topos!
¡Éntrenle, con huevos y todo!»). Un sonido de
polilla ronronera llegó por los cables de la red a las
antenas de la araña («What's going on down there! Stupid Beaver, stupid Dog!
Do something about it!»). Las garras y las fauces
de hormigas y de topos abrían camino por las venas de la
tierra («Stupid Eagle! Drop
your pestecide. Now!»). Chicharras y ranas
cayeron envenenadas («What
a life! Food without work. That is progress for
you»). Noches aletargadas de cenas envenenadas.
Las arañas, los castores y los perros se retorcían
por el suelo («¡Ya pasamos! ¡Ya
cruzamos!»). Los encapuchados y enmascarados andaban por
todas partes quemando cruces y metiendo chuzos de fuego en los
agujeros. Cogieron a un topo viejo, y lo colgaron en cruz. Con una
antorcha untada de pez le pusieron lumbre en los tanates
(«You ain't going to use
them no more»).
|
Querido Nerón:
|
Ayer vi arder, no sé si en la realidad, si en la mente, o si
en sueño, a un chivo blanco. Las llamas parecían
sangre que le salían simultáneamente por los ojos,
por los oídos, por las narices, por la boca y por el culo.
¡Qué hermosura grotesca! Sufrí un trance
extático. Producía una música de
chicharrón celestial. El incienso subía en forma de
expiación. Se me enterneció el alma y me
acordé de ti y de tu genio artístico, de tu poder
absoluto y de tu equilibrio mental.
|
L.
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Las
llamas se extendían como lenguas de fuego por el Norte y por
el Este. Fuertes vendavales soplaban del Sureste y del Suroeste.
Los pulmones del Golfo y del Mar se hincharon como fuelles
iracundos forjadores («Shit! And now this!»). Dos ciclones,
la Zandunga y la Malinche, bailaban en el Golfo y en el Mar.
Remolinos voraginosos dibujaban galaxias en el agua. Cornucopias
espirales aspiraban agua y tierra, y expiraban vendavales y terror.
Brownsville, Corpus Christi, Houston, Dallas, Tulsa..., Yuma,
Phoenix, Albuquerque, Colorado Springs, Lincoln... Diques y
alambradas volaban por doquiera. Perros y castores se ahogaban en
el agua. Arañas y encapuchados quedaron aplastados. Hormigas
y topos se escondieron bajo el suelo. Sapos y ranas nadaban bajo el
agua. Chapulines y chicharras se los llevó la chingada. Eran
la Malinche y la Zandunga, bailando la pachanga. Giraban y giraban.
Del fleco salía un grito, y del tacón una carcajada
(«¡Chinga a tu madre, Diosa Babosa!»). La Reina
de la Belleza se retorcía en su lecho y en su leche.
Caían telarañas, telametálicas,
telégrafos y telegramas. Los cables, los nervios y las
arterias se entrecruzaban y los mensajes se confundían. La
Rubia Robot se desvencijaba («Ay! Fucking people, fucking Raza
motherfucker!»).
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NEWSBRIEF... A yellow plague is
expected within the next twenty five years. It is not yet known its
origins, but the Agriculture Department fears it will come from the
South.
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TELENOTICIA... Se dice que millones de individuos y de grupos, como
plaga de langostas, atravesarán las fronteras
sureñas. El negocio, Agrobusiness, del gran terrateniente espera que
deje altos réditos. Pero los puristas están a punto
de padecer grandes trastornos nerviosos y mentales.
|
|
Salieron de los hoyos, de las cuevas y de las minas los topos y las
hormigas. De las aguas sacaron sus cabezas los sapos y las ranas.
Todo estaba sereno y tranquilo, como en el post-diluvio
genesíaco. Naturaleza lavada y virginal
(«¡Creced y multiplicaos, que vuestra es la
tierra!»). Los sapos, las ranas, los topos y las hormigas
norteñas se juntaban con sus hermanos y hermanas de
Aztlán. Cucarachas de Califaztlán, topos y hormigas
de Ariztlán, chapulines y chicharras de Coloraztlán,
zopilotes y tecolotes de Nuevaztlán, sapos y ranas de
Texaztlán. Todos juntos en un campamento de
Aztlán.
|
La
atmósfera había quedado nítida y pura. El
crimen había sido lavado, y el destino era claro.
Había que rehacer la historia. Buscarle el año, el
siglo perdido. Perdido por robado y transplantado. Había que
rescatar el tiempo y el espacio, la cultura y la agricultura, la
simiente y el sudor y el trabajo robado. Ése era el Destino.
Manifiesto quedaba («¡No sean pendejos y no la
rieguen!»). Se juntaron en asamblea general. Hermanos,
padres, abuelitos, stepmothers, cuñados, inlaws, concuños, compadres,
stepcompadres,
primos, stepwives,
step... Un crisol cósmico, de pura Raza
mezclada. Güeros, mayates, in-between, half and half. Algunos más
half y otros menos
half. Hasta los
había de tres y cuatro halves, porque contaban a cuentagotas las
french halves, las
russian halves y las
german halves. Se le
iba la mano en las matemáticas, en las halves, pues. En fin, pura raza mestiza y
mezclada, Raza Cósmica. Comenzaron a hablar unos y
después otros, después éstos con
aquéllos, y más tarde éstos y aquéllos,
y luego éstos contra aquéllos y, por fin, todos a
todos contra todos y entre todos. Una totalidad cósmica
(«¡Les dije que no fueran pendejos y que no la regaran!
¿O es que no entienden Ingleesh?»). A falta
de marrazo, el Tecolote dio un picotazo. «Yo no soy un
parrot, and that's
why entiendo lo que digo, y digo lo que entiendo. He
dicho». Los hermanos, los primos y los steps aplaudieron, chillaron y croaron.
«Order! Order!, I've
said! No se hagan pendejos, que hay mucho al
steak». Y todos
se callaron. Unos por obedientes, otros por humildes y otros porque
no entendieron. El Tecolote les arengó por varias horas, en
la tranquilidad de la noche lunera. Ya era muy noche, y todos los
hermanos y primos y steps se quedaron tendidos sobre la hierba, bajo
el sopor del ensueño. El Tecolote, con un ojo pelón y
el otro cerrado, descansaba sobre una pata en la rama de un nogal
(«Duerman -se dijo-, duerman bien y mucho, porque la marcha
será larga y penosa»). Trataba de dormir, pero, por
falta de costumbre, no pudo. «Tienen que acostumbrarse a
dormir de día y a caminar de noche, como yo. No porque
ésta es la ley de mi naturaleza, sino porque la ley de los
otros, de los enemigos, es otra. Ellos viven de día y mueren
de noche» («¡Hay que saber
jugársela!»). Entre éstos y otros pensamientos
se le filtró la noche. Para las doce del día ya los
hermanos y hermanas, los primos y las primas y los steps se habían despertado.
Tosieron, chillaron y le silbaron. «General, General,
despierte que ya es tarde». Lentamente levantó las
cortinas de sus pupilas, les clavó el ojo pelón y se
limitó a decirles: «Duerman la siesta y no jodan.
¿O es que ya se olvidaron de sus tradiciones?
¡Vergüenza, shame on
you!». Comenzaron a periquear, y alguien
insistió: «Pos sí. Este General es muy
abusao». Y se abrieron de patas sobre el suelo.
|
CORO |
Con su sangre y sus sudores |
|
la sangre y las defunciones |
|
de niños y de mayores |
|
los habremos de vengar. |
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|
|
COORS |
Por tierras de Colorado |
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de sangre hacen la cerveza |
|
veneno en el cuerpo lleva |
|
el que la bebe a diario. |
|
|
|
RÍO |
Las nubes me ofrecen agua |
|
las balas me otorgan sangre |
|
de aquellos que tienen hambre |
|
porque se encuentran sin nada. |
|
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|
ALAMBRE |
Con ojos de alambre he visto |
|
un hermano a otro llorar |
|
y con el dedo cordial |
|
a otro decir: te chingo. |
|
|
|
TRIGO |
De España a México he ido |
|
y de Aztlán me han arrancado |
|
para llevarme robado |
|
a las Planicies del frío. |
|
|
|
MAÍZ |
Elote de grano dorado |
|
sacado de Tenochtitlán |
|
por caminos va de Aztlán |
|
como semen desterrado. |
|
|
|
Llegó la puesta del sol. Los rayos de la oscuridad
reverberaban en las persianas del Tecolote. Las levantó y
oyó: «Y ahora qué, General». Con la pata
derecha se rascó el pico. «Pos ahora vamos a pensar en
lo que hay que hacer». «No, pero si eso ya está
pensado, mi General. ¡Tenemos hambre, y ya!».
«Pos por ahí búsquenle, y arréglense
como puedan. Que las cucarachas, nuestras adelitas, les preparen
algo, que para eso están». Las cucarachas, al
oír este pronunciamiento, levantaron el hocico y lo
dirigieron hacia donde procedía la voz generalicia.
«¡Qué atrasado estás, General!
Ésos fueron tiempos de la Revolución. Ahora estamos
liberated,
¿que no, sisters?». Todas afirmaron levantando y
bajando los hociquitos, al tiempo que les salía un chirrido
de protesta. «¡Quesque están liberated! ¿Desde cuándo?
Eso es cosa de gabachas y no de nuestras sisters. ¡Vergüenza,
shame!». Por
largos minutos siguió una acalorada discusión, hasta
que alguien elevó la voz diciendo: «La pura pelona
verdá, mi General, es que tenemos mucha hambre, y ya».
«Pos a ver y cómo se la arreglan. Por ahí hay
ranchos, sembradíos y animales. Aprovéchense, y ya.
Pero don't take too much
time, porque tenemos que comenzar la marcha».
Después de desperdigarse, volvieron todos y todas,
quiénes traían legumbres, quiénes animales
volátiles, quiénes animales cuadrúpedos,
lanares y lecheros, y quiénes hasta mieles.
|
Así vivieron durante aquella larga marcha de las primaveras
de aquellos años entrecentenarios. La naturaleza y el propio
ingenio proveían a aquellas criaturas que iban hacia lo
suyo, a lo suyo. Durante los inviernos invernaban. Descansaban de
las largas caminatas primaverales, estivales y otoñales. El
ciclo se repetía cuando los primerizos rayos solares
acariciaban las planicies, los arroyuelos y las lomas.
|
Querido Charlie D.:
|
Tu retrato convence más que tus palabras y que tu
teoría. Cuando vi tu cara por primera vez, me pareció
reconocerte en el San Diego Zoo. ¡Qué fácil le
fue a tu primo Federico N. inventar el pedo del Superhombre! La
regaste, chango, la regaste. Lo peor es que tu padre-abuelo
Tomás J. lo había intuido. Por eso los chicanos
estamos como estamos.
|
L.
|
Mientras tanto, la Diosa se alimentaba, descansaba y
envejecía. Un cosquilleo contradictorio invadía todo
su ser. Comenzaba por el lado izquierdo, caminaba hacia el cerebro
y se esparcía por todo el cuerpo, como un cáncer
involuntariamente necesario. Transfusiones de sangre recibía
por las venas subterráneas y por los capilares en
superficie. Como pulpo la extraía, y como sanguijuela la
perdía. Piernas y brazos ortopédicos estrujaban el
bagazo jugoso. Ventosas en forma de sobacos afeitados, de valles
legumbrosos y de platillos cobrizos aspiraban tenazmente el hilito
sanguíneo de la víctima aletargada. Sanguijuelas
diminutas se retorcían bajo los capilares de la ancha
ventosa. Chupaban de lo chupado, para ser chupadas y volver a
chupar. Ciclo vital entre gigantes y enanos, entre Diosa y
renegados. Ciclo litúrgico.
|
Voces contradictorias se oían por todas partes
(«Come in, come
on»). El cosquilleo proseguía, por las
piernas y por los brazos («Keep in, Keep on»). Por los vellos y
por los costados («More,
more!»). Por los ombligos y por los pezones
(«Don't stop, don't stop
now!»). Y la marcha continuaba («Stop it, stop them»).
Chapulines y chicharras («Get them, stop them»). Topos y
hormigas («I want them, we
need them»). Gusanos y campamochas
(«I can't stoop, we can't
stoop»). Sapos y ranas («I'm getting too old, I'm getting too
fat»). Y la marcha proseguía
(«Not to the
Plains»). Caminaba la romería
(«The Plains are our
Temple...»), hambrienta de justicia
(«... is our secret
refuge»), de cultura («... our corn, our
wheat...») y de hambres («... our groin, our crutch, our
pot»). Hacia allá se dirigía
(«Stop those
sons-of-bitches»). Hacia allá se
encaminaba («Help! Oh,
Hell!»).
|
Pasaba un invierno y otro pasaba. La bicentenaria lentamente se
arrugaba. La polución del cuerpo volvía al cuerpo.
Salía el humo por los amortiguadores anales y era absorbido
por las fosas nasales. («Doc, I don't feel good». «Don't worry,
Darling, they are just allergies»).
|
Los
Homo-Sapiens, de
cabezas puntiagudas y encapuchadas, enviaron el mensaje. Los
Homo-Volans, con sus
alas de águila y carabina de castor, soltaban pesticidas de
sus bolsas plásticas. Los animaluchos se escondían
debajo de las matas. «Diez, cien, mil...,
¡chingao!». El Tecolote se lamentaba. Los ojos y las
patas se retorcían y temblaban. «¡No se dejen!
¡Sean machos y... machas!». Sudaban y vomitaban.
«¡Chingada águila! Si no fuera porque yo tengo
que dormir de día ¡palabra! que un chingazo te
metería». Se llevó la pata al pico y se
rascó un estornudo («They are allergies, Darling»).
|
Aquella noche se detuvieron en el campo. Algunos dejaron de
temblar, otros seguían temblando y otros difícilmente
se levantaron («¡General, General, somos
muertos!». «¡Qué muertos ni que jijo 'e
la! Ustedes son machos, ¿que no?»). Mientras
decía esto, al Tecolote se le cayó una lágrima
de alegría y otra de tristeza («¡Mire, mi
General! Ya no siento nada, ya puedo mover la cola, ya me puedo
parar, ya puedo...»). Después de las temblorinas, de
los ascos y de los vómitos, muchos se movían y
correteaban. Se caían y se levantaban. El Tecolote
alegremente saltaba de rama en rama («Así,
muévanse así, como yo. Sean machos y no se
dejen»). Todos los animalitos de todas las especies saltaban
y daban vueltas. Sólo las cucarachas se sentían muy
molestas («¿Qué te traes tú, viejo loco?
Quesque 'sean machos'. Y nosotras, ¿qué semos,
pues?». «Ya les dije adenantes..., ustedes son machas,
¿o es que no oyen?». «Sí oyimos, pero no
queremos que nos llames machas». «¿Cómo
queren que les llame, pues?». «Pues llámanos
persons».
«Quesque persons, ¡qué chistoso!
¡Quesque persons! Ustedes son machas, y si no queren, pos
cállense el hocico. Yo soy el boss, y ya». «Quesque el
boss y ya. Vas a ver,
macho gacho, vas a ver»). Esa noche, y entre todos,
enterraron en el campo a algunos brothers y sisters y steps e in-laws. Después acamparon.
|
Querido Federico N.:
|
No has muerto. Te veo y te palpo todos los días. Creo que
nunca morirás, por lo menos en Aztlán. «La
genealogía de las ideas morales justifica la teoría
del dualismo social... Las diferencias primitivas entre buenos y
malos no reconocen otro origen que la distinción entre
clases dominadoras y muchedumbres sujetas a ellas».
«Bueno es sinónimo de grande y poderoso, y Malo lo es
de débil e impotente». «Las clases populares,
los pobres, sirven exclusivamente para facilitar la
formación de una aristocracia en el seno de la cual se
verificará, en el porvenir, una selección que
producirá una raza todavía superior, la del
Superhombre». Me suena esto a Tarzán, a King Kong y
compañía. ¡Qué hermoso es esto, sobre
todo cuando se pertenece al otro bando. «El Superhombre
será al hombre actual lo que éste es/será a
los animales inferiores». ¡Qué animal eres! Por
eso moriste en un manicomio. Te llevó la jodida, pues.
|
L.
|
Al
día siguiente, un lobo que vestía de homo-sapiens andaba correteando y
aullaba con una máscara en la cara. El coyote estiró
una oreja y lo oyó. Abrió un ojo, y no vio.
Estiró la otra oreja. Pasó el resto del día
con sus antenas puntiagudas siguiendo el correteo de su
contrincante el wolf-lobo. Caía el sol. Buscó el
rastro, y lo siguió con el hocico. Se encontraron cara a
cara. Se clavaron las pupilas, se enseñaron los colmillos y
se insultaron.
|
-Coyote!
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-Wolf!
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-Coyote!
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-Wolf!
|
-Coyote!
|
-Wolf!
|
Al
wolf se le
caían los ojos de sueño y de veneno. Alzó la
pezuña, y no la pudo bajar. Sintió unos dientes
clavados en el gaznate. El coyote se lamió el hocico y se
encaminó hacia sus carnales. Después de aceptar las
felicidades, el coyote se acostó para no levantarse
más («Los pesticidas, mi General, los
pesticidas»). Lo enterraron. Sobre la tierra pusieron una
cruz («¿Por qué le ponen una cruz?».
«Pos porque semos cristianos, ¿que no?».
«Pos sí, pero... ¿y el cacto? ¿No
debemos ponerle un cacto?». «¿Adónde
está pues el cacto, mi General?». «El cacto
viene detrás. Nuestros brothers y sisters de retaguardia lo trayen on their shoulders»).
|
Allá atrás habían quedado los de retaguardia.
Marchaban despacio, a paso marcial («Uno, dos. Uno, dos.
Derecha, izquierda. Derecha, izquierda»). Habían
caminado durante muchas noches de muchos meses, de muchos
años por la # 8, por la # 10, por la # 15 y por la # 20. Se
habían encontrado, reunido y marchado por la # 25
(«¡Hacia las Planicies! Uno, dos. Derecha,
izquierda»). En el Norte de Aztlán, en las afueras de
la # 25. En un campo, bajo el cielo limpio y estrellado, se
habían congregado, juntado, meditado, opinado, rezado,
hipnotizado, deliberado, declamado y declarado. Y cantado.
|
CORO |
Nuestra religión, la Raza. |
|
La Raza va a dominar. |
|
Traemos para plantar |
|
el cacto en la nueva casa. |
|
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CACTO |
Soy dios de los desiertos, |
|
soy el falo de la tierra |
|
y a toda la que no quiera |
|
la pico cuando yo quiero. |
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|
|
Los
de adelante se pararon y esperaron a los de atrás. Millas
atrás se habían quedado los de retaguardia.
Venían bien formados. Marcaban el paso, con el
cañón a cuestas. Era un cacto, de la familia de los
sahuaros. Redondo, largo y bien dado. Verde, con estrías y
espinas protegido. Estrías como venas, espinas como vellos.
Al lomo venía de las cucarachas intrépidas. Lo
habían desenterrado en el desierto fronterizo para llevarlo
a cuestas a donde vivían el maíz y el trigo. Por la
noche caminaban, y por el día se cobijaban bajo su sombra.
Las hormigas trabajadoras y delicadas encontraban en él su
nido. Un enjambre de abejas en sus entrañas hacían
miel para comer y dar de comer en lo largo del trayecto. Fuente y
manantial de vida y cría era.
|
A
la caída del sol, los soldados y las soldadescas
abrían los ojos y estiraban las patas. Se dirigían al
cacto, se postraban en el suelo y sus cuitas expresaban.
«¡Oh Cacto, dador y protector de vidas! ¡Te damos
gracias contra el sol y los pesticidas!». Se levantaban,
lamían el polvo de sus patas y sacudían las colas,
las cabezas y las alas. Los topos, las chicharras, los sapos y las
ranas ayudaban a subir el Cacto sobre el lomo de sus hermanas. Un
ejército de cucarachas servía de ruedas al
cañón de las batallas.
|
Entre oración y maldición, entre corrido y chillido
dejaban atrás distancias. Tecolotes, coyotes y
murciélagos atisbaban por los árboles, las lomas y
los vientos.
|
-Oye, Teco, ahí va el troque del Mayate.
|
-Y
los del barrio de Sanjo.
|
-Y
los de San Anto.
|
-Y
los de Los.
|
-Y
los del Hoyo.
|
Los
encapuchados andaban corriendo como frailes satánicos. Por
las noches, sus hábitos fosforescentes brillaban cual
lenguas ardientes en los brazos del viento. Almas en pena iban
clavadas en las puntas de sus chuzos. Las cazaban en los ranchos,
en los campos y en los hoyos. Bajo la tierra y bajo los naranjos,
sobre el betabel y sobre los traques. Se las llevaban al Sur y en
un campo abierto, que servía de cruz, las inmolaban y
quemaban a su dios siniestro.
|
-Oye, Mi Gene Teco.
|
-Cuenta, mi Capi Zopi.
|
-Ayer vide una visión.
|
-¿Y cómo fue?
|
-Vide a Casimirón, al Chango, al Comunista y al Mayate arder
en el fuego del infierno.
|
-¡Ay que mi Capi! ¡Pero si no hay infierno!
|
-¿Que no hay infierno?
|
-El
infierno ya lo estamos sufriendo ahora, aquí.
|
-Pos eso. Yo los vide arder en un fil. Unos en forma de demonio los
traiban...
|
-Los soldados enemigos, Capi, los soldados, que no los
demonios.
|
-Pero si andaban vestidos de...
|
-Sí, sí. Luego seremos nosotros la ley, mi Capi
Zopi.
|
-Y
¿cómo va eso, mi Gene Teco?
|
-Pos que nosotros seremos los diablos.
|
-Eso me da miedo, mi terco Teco.
|
-¡Qué poco sabes de la vida, mi zonzo Zopi!
|
-¡Usté dirá, mi General!
|
Pasó algún tiempo y, en las afueras de la Gran
Quivira, los de retaguardia se juntaron a los de vanguardia.
Aquéllos venían cansados, éstos recuperados.
Los de retaguardia se sintieron mucho al ver la disparidad de la
situación.
|
-Ése, carnales. Aquí ustedes estirando chancla y
nosotros jodidos del lomo.
|
-Nel, carnales, nosotros aquí holding la fortress.
|
-Chale, ¡qué fortress ni qué jijo 'e la chingada! Bien
panzones que se miran.
|
-¡Cálmense, cálmense y no se agüiten, que
éstas son cosas de la guerra!
|
-¡Estás loco, Tecolote! ¡Quesque cosas de la
guerra! ¿Qué guerra?
|
-Pos la guerra que vamos a peliar, pues. By the way, a mí me llaman
«mi General», y no sean igualados.
|
-¡Chale, brothers! Aquí semos todos iguales.
¿O es que te crees un Pancho Villa, Teco? Esos tiempos ya se
jueron.
|
-Ok, ok, no se me
agüiten. Comprendo que vengan cansados. That's why ya he pensado que aquí,
los carnales sapos, lleven la cruz a cuestas, como decía el
otro. Y que ustedes descansen un día o dos.
|
-¿Un día o dos?... ¡Pos sí que
estás ido de la mente! Además, for the record, lo que traibamos al lomo
no es una cruz, que la cruz no sirve pa' cañón, ni
pa' todo este relajo.
|
-Pos sí, tienen ustedes razón. A descansar,
I've said. Y no me
llamen Teco again,
ansina nomás. ¿Me han oído?
|
-Yes, yes.
|
-Pos ansina es.
|
Se
retiraron cada grupo por su lado. Representantes de cada especie y
de cada banda se juntaron bajo un árbol. El árbol que
le servía al Telecote de cama, de silla y de trono.
Parloteó y masculló algunos sonidos el General, y los
soldados asintieron con sus hocicos y cabezas. Horas después
llamaron a la muchedumbre, y se acercaron arrastrando sus patas y
sus panzas.
|
-Brothers y
Sisters, carnales y
carnalas. En una palabra, Camaradas. El War Committee o el March Committee, que con los dos nombres
nos conocemos, ha decidido, después de motions y demotions, de callings y de questions y de chingadera y media que se leen en
el Parlamentarian
Rules de Roberts, que la marcha va a continuar
mañana, a la caída del sol.
|
-¿Y nosotros qué? No nos has consultado, Teco
meco.
|
-Just a minute! No me
mientes eso de «meco», porque te saco el menudo, jijo
'e la...
|
-Sorry, mi General,
no les haga caso, porque, como usted sabe, mi General, siempre hay
en todas partes alguna gente malcriada, mi General.
|
-Malcriada tu madre, cabrón. Tú lo que eres es que
eres un puto, un vendido y un lambeculos.
|
-Eso, eso. El brother
ese, Teco..., sorry,
mi General, el brother ese quiere hueso. Wáchalo, mi
General.
|
-¡Cállense todos! ¡Aquí quien manda soy
yo! Para algo soy su General, y para algo he mercado, leyido y
aplicado las rules
del libro de las Parlamentarian
Rules del mentado Roberts.
|
-Ésa es cosa de gringos, general Teco. Nosotros semos
chicanos. ¿O es que te has vendido?
|
-Vendida tu madre, cabrón. Los Generales nunca se venden.
Mira si no a mi general Villa. Ese sí que era hombre, pa'
que vean. Ése sí que era General.
|
-Sí, pero nunca andaba con ese mentado libro, de ese mentado
Robertos.
|
-Roberts, Roberts, que no Robertos.
|
-Lo
que seya. Pancho Villa tenía su Code of Conduct de sus Dorados, y eso era
todo. No era vendido.
|
-Es
que en su tiempo entoavía no había el libro de
Roberts. Y... y, by the
way, ¿qué libro es ése del
Code of Conduct de
los Dorados? ¡Yo nunca lo vide!
|
-Ni
lo verás, pues nunca se puso on paper. Lo llevaba en su cabeza.
|
-Pos si no lo puso on
paper, no existe. Antonces tenemos que usar el de
mister Roberts, y
ya.
|
-Eso es cosa de gringos. Nosotros los chicanos no hablamos como
ellos. Nosotros tenemos nuestras ways para hablar.
|
-Pa' peliarnos, pa' darnos chingazos y pa' mentarnos la madre.
Ansina estamos como estamos, camaradas. Ésta es la puritita
verdá.
|
-Se
nos hace que ya te has vuelto gringo, general Teco.
|
-¡Shut up,
malcriado, shut up! Y
no te olvides de «mi». «Mi General». Yo no
soy gringo. Pero hay que usar las armas del gringo cuando tenemos
que peliar contra el gringo. Hay que estudiarle los ways del gringo cuando nos
enfrentamos con el gringo. Hay que...
|
-Antonces, ¿por qué no le peliamos al gringo de
día instead of
peliándole por la nochi? Y ¿por qué no
mercamos un cañón de los de a de veras,
instead of trayendo
este cacto pirujo en nuestro lomo?
|
-Shut up, I've said! Shut up!
That's all. Ustedes no pueden platicar como los hombres
civilizados. Está visto. Yo soy el que soy. Soy el mero mero
y, de pilón, traigo aquí el libro de Roberts en mi
bolsa. Mañana salimos a la caída del sol, y ya.
|
Muchos se habían quedado molestos por el resultado de la
discusión. Todos los animalitos de todas las especies se
juntaron en grupos para sopesar lo ocurrido. Unos andaban picados,
otros confusos. Unos creían que ya no eran necesarios los
generales, que en tiempos modernos la masa, la gente ya estaba
educada y podía actuar por sí misma. Otros
decían que no, que la plebe todavía no estaba bien
disciplinada y unida. Que se necesitaba una cabeza que diera
órdenes. Otros discutían el tema de la igualdad. La
igualdad cívica, la igualdad social, la igualdad de los
sexos, la igualdad en el trabajo, la igualdad en la comida, la
igualdad en la política, hasta la igualdad militar.
«La igualdad no existe», decían unos.
«Pero debiera existir», argüían otros.
«¿Entonces qué?», preguntaban los de
más allá. «La mera verdad, ¡quién
sabe!», respondían los de más acá.
|
Mientras los diferentes grupos estaban ventilando éstas y
otras cuestiones, un grupo de ranas se juntó a otro de
cucarachas. Unas se fueron caminando y las otras saltando. Se
escondieron bajo un matorral, al abrigo de las miradas de los otros
grupos. Las ranas se sentaron en sus patas traseras y trataron de
abrir las delanteras y descansar sobre la panza. Las cucarachas se
subieron sobre unas piedrecitas para poder estar a la altura de los
ojos de sus hermanas. Se movían de un lado al otro de las
piedrecitas para poder ver consecutivamente los ojos separados de
las ranas. Escondidas bajo el matorral, y lejos del resto de sus
hermanos y hermanas, comenzaron a susurrarse en las antenas.
|
-Hermanas cucarachas, venimos a platicar con ustedes, porque hay
algo que tenemos atravesado entre las orejas.
|
-Hablen pues, carnalas ranas. Que nosotros hablaremos
después.
|
-Pos queríamos comunicarles que nos parece extraño
que nuestro General le haya decido a nuestros sapos que lleven el
cacto al lomo, ¿no creen, carnalas?
|
-Y
¿qué tiene eso de extraño?
|
-Pos que ellos no pueden. ¿No ven que los de nuestra especie
no caminamos?
|
-Antonces, ¿qué hacen, si no pueden caminar?
|
-Pos damos brincos. Y con los brincos, o se cae el cacto, o no se
puede dar brincos.
|
-Y
¿eso es todo?
|
-Pos sí, ¿no se les hace un problema grande?
|
-Pos no, no se nos hace un problema grande. Lo que sí se nos
hace grave es que ustedes deberían estar celosas.
|
-¿Que qué? ¿Por qué?
|
-Celosas, porque a lo mejor y lo van a usar con otras.
|
-¿De qué platican ustedes?
|
-No
se hagan, no se hagan. Pos con otras ranas, con otras cucarachas,
con otras... diosas.
|
-¡Oh, oh! ¡Oh, boy! A nosotras ni se nos había pasado eso
por la mente...
|
-Pos eso. Piénsenlo.
|
-Pero... y ¿cómo pensaron ustedes esas cosas,
carnalas?
|
-Pos la experencia, carnalas, la experencia.
|
-Pero si... si nuestros sapos siempre nos hicieron el amor a
nosotras, a las ranas. Allí merito junto al río.
Bueno... algunas veces también en el mero río,
pero... siempre a nosotras, a las ranas, de aquel lado del
río y de este lado del río.
|
-No
se hagan, no se hagan. A lo mejor y también dieron
algún brinquito tierra adentro, y ustedes muy confiadas.
|
-Pos sí, ¿que no?
|
-Pos seguro que sí, ¿que no?
|
-Pos sabe...
|
-Pos... ¿qué hacer?
|
-Pos miren, carnalas ranas. Ahora hablamos nosotras. Les queremos
decir que... no se fíen de sus ranos.
|
-Sapos, sisters,
sapos, que no ranos.
|
-Pos sapos, pues. Como les venía diciendo y platicando...,
pelen el ojo, porque tenemos entendido que los ranos, o sapos como
queren ustedes, cuando se salen de sus aguas, cuando se meten a
brincar por la tierra y por otros ambientes, crían otras
mañas y se hacen muy mafiosos. Les gustan otras aguas.
|
-Pero, ¿que no decían cuando brincaban por la
tierra?
|
-Pos sí, pero es un modo de decir. Nomás un modo de
decir.
|
-Está bien. Pero... ¿y qué podemos hacer
nosotras?
|
-Pos díganle a ese loco de Teco que le den el Cacto a otros
carnales o carnalas que caminan y que no dan brincos.
|
-Gracias, carnalas, gracias.
|
Las
cucarachas se apartaron encaminándose por entre la maleza,
pero las ranas, muy pesarosas y meditabundas, se olvidaron de que
iban saltando y pegando con la panza contra el suelo, produciendo
un sonido fofo y sordo de vejiga preñada. Todos los
animalitos se dieron la vuelta para otearlas. El Tecolote, con las
pestañas y cejas levantadas, desde la rama de un arbusto,
las observó cuidadosamente.
|
-¿De dónde vienen ustedes, si se puede saber?
|
-Pos venimos del excusado.
|
-¿Todas juntas?
|
-Todas juntas, ¿y qué?
|
-Pos que están mintiendo, porque yo, desde esta rama, no las
vide con la pata parada.
|
-Es
que nosotras no meamos con la pata parada, como diz que hacen los
perros. Nosotras meamos, y ya.
|
-Pos yo las vide con el hocico parado, platicando con las
cucarachas. ¿O es que también estaban ellas
meando?
|
-Y
¿qué te importa a ti, meco Teco?
|
-¡¡¡Cabronas!!!
|
-¡Díganle, carnalas, díganle qué es lo
que platicábamos, y ansina se le saque lo de metiche!
|
-Pos que... se nos hace que los sapos no deben llevar al lomo el
Cacto.
|
-Y
¿por qué, si se puede saber?
|
-Pos que... porque dan brincos y se les puede caer.
|
-«Pos que... porque dan brincos y se les puede
caer...». Y ¿por qué no se les cae cuando
están encaramados en ustedes? Digan, ¿por qué
no se les cae? A ver, digan.
|
-Pos porque... no nos pregunte, nuestro General, no nos pregunte,
que nos da mucha güergüenza.
|
-Te
lo vamos a decir nosotras a ti, y a todos los sapos y a todos los
que se creyan muy machos.
|
-¡Cállense ustedes la boca, malcriadas!
|
-Pos nos vas a oír. Porque ustedes todos son una bola de
cabrones. No se les puede ya tener confianza. Transponen fronteras,
trasponen ríos, trasponen campos, traques y todo, y se
encaraman a parejo en todas. No les importa quiénes seyan,
nosotras, ellas, las de dos patas, cuatro patas, ocho patas...
Todas parejo. Cactos chiquitos, cactos medianos, cactos grandes,
todos los cactos, todos parejo. No se les puede tener confianza. Es
una güergüenza. Por eso traibamos nosotras el cacto, no
más que por eso.
|
-Para chupárselo ustedes, ¿que no?
|
-Sinvergüenza, malcriado, cabrón meco Teco.
|
-¡Cállense y tengan respeto, que pa' eso soy su
General!
|
-¡Fuchi!
|
Esa
noche sopló fuerte por todas partes. Oleadas de aire
caliente se iban superponiendo, mezclando, entrelazando con otros
más frescos y húmedos. La Zandunga y la Malinche
venían desinflando sus pulmones por el Sureste y por el
Suroeste. Venían los cornucopios arando la tierra, como
cuerno de toro en muslo de dama. Truenos en las hondanadas y
relámpagos en las montañas estremecían a la
dama del alba.
|
-¡Cabrones, hijos míos, que...!
|
-¡... que se los lleva la chingada!
|
-¡Tengo miedo, mano, tengo miedo!
|
-¡Coyón eres, maricas!
|
-Pos... ¿por qué te escondes tú, pues?
|
-¡Porque tengo frío!
|
-¡Es la muerte!
|
-¡A lo mejor y es una señal!
|
-¡Será la Llorona!
|
-¡Que n'hombre, que no es esa cabrona!
|
-¡Que no llamen cabrona a la Llorona!
|
-¡Que nos va a coger!
|
-¡Coger... a tu madre!
|
-¡Shut up,
coyones! ¿O es que nunca oyeron tronar?
|
Un
relámpago cayó sobre un árbol contiguo y le
decapitó la copa. El Tecolote palmoteó las alas y,
con las plumas espeluznadas, revoloteaba entre las ramas cacareando
cluecadas y periqueando insolencias. Después de un buen rato
regresó, asentó una pata sobre una rama y luego la
otra. Desconfiado o atemorizado, o ambas cosas a la vez,
permaneció con las alas un tanto al aire y sin replegar. En
las extremidades del cuello palenquero aparecían dos ojos
embrujados y sanguinolentos. Del pico entreabierto se le
escapó:
|
-¡Seas quien seas, eres lo que eres!
|
-¡A mí no me espantas, sólo a las mujeres!
|
La
otra cornucopia lanzó otro relámpago,
clavándolo en la cresta del árbol a su izquierda. Al
Tecolote se le quedó congelada otra estrofa en la garganta.
Sonidos ininteligibles revolotearon sobre los soldados
desperdigados por todas partes. Una cucaracha asomó la
cabeza por debajo de una mojada tabla.
|
-¡Quesque «mi General»!
|
-¡Lo que es es que eres un bruto animal!
|
Una
pluma, larga y aterrorizada, bajaba zigzagueando y al aire
sorteando. Las cabecitas iban apareciendo unas detrás de
otras, con sus ojitos aureolados por grandes ojeras. Una rana, de
patas arriba, recibió en su frío vientre la liviana y
verdosa cobija.
|
-¡Qué picture tan chula!
|
-¡Con la panza tan llena!
|
-¡Si será alguna seña!
|
-¡Si será alguna burla!
|
Al
amanecer, se les fueron los sustos y los temores. Una cucaracha
divisó un bulto sobre una rama quebrada. Le susurró a
otra, luego a otra, después a otra, más tarde a otra.
Al poco tiempo estaban todas y todos dándose con los picos
de las boquitas contra el suelo a carcajada batiente.
|
-¡Quesque «mi General»!
|
-¡Si es purito coyón!
|
-Ya
se lo decía yo, simón.
|
-No
hacía más que cacarear.
|
Un
malestar en el oído le hizo sacar la cabeza que tenía
cobijada bajo el ala. Se la miró de improviso. Abrió
más los párpados. No se lo podía creer. Se los
frotó contra el ala, después contra la rama, y
más tarde con las uñas de la pata izquierda.
|
-¡Qué es lo que miro! -se preguntó.
|
-No
puedes mirar lo que no tienes -alguien contestó.
|
-¿Qué me ha pasao?
|
-Te
han desmadrao.
|
-Pero ¿qué me ha pasao?
|
-Una pluma del fundío te han sacao.
|
-La
de la vergüenza.
|
-Para que no se crea.
|
-¡Chingada Malinche! ¡Chingada Zandunga!
¡Chingadas hermanas!
|
Palabras crueles y miradas compasivas se cruzaron y mezclaron. Iban
dejando estelas de cola maloliente y destellos de humanidad. Se
fueron adormeciendo los ánimos con los últimos
fulgores de la noche y el turbio brillo de la estrella matutina.
Tenían que dormir, porque partirían al atardecer de
ese día. Las persianas de los ojos del Tecolote comenzaban a
ceder bajo la pesadez del sueño, del cansancio y del rasgar
de una guitarra. Los grupos de los subalternos, bajo la gasa del
alba, el cansancio de los cuerpos, la neblina licorina y el arrullo
de la melodía, lo imitaban. El Tecolote, desde la rama del
árbol, y con los ojos vidriosos, los observaba. Pesadamente
dejó caer la mirada sobre el grupo que estaba de guardia. En
forma de círculo se habían colocado. Un fuego en el
centro habían prendido. Y el Cacto a un lado. Al
cariño de la brisa, se mecían las lenguas de fuego.
En las caras de los guardias, proyectaban su reflejo. Picos,
antenas y hocicos se deformaban al impulso del movimiento del
viento. En el vaivén del calor de las lenguas de las llamas,
el claroscuro de las estrías del Cacto se
estremecían. Erecto, como dios de desiertos y planicies, se
mantenía.
|
Y
la persiana del Tecolote seguía cediendo. Clavó la
mirada vaga en la esbeltez del sueño. Y la uña
rasgando la guitarra.
|
|
Cacto |
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|
|
radiante |
|
|
|
de espinas y de estrías. |
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|
Lengua ardiente |
|
|
|
de fuego |
|
|
|
lamía. |
|
|
|
La
gasa, que a la pupila cubría, lo mecía. Se estiraba y
se encogía, despertaba y se dormía. El párpado
cayó, y la impresión se gravó.
|
|
Flecha |
|
|
|
de gigantesco |
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|
|
arquero |
|
|
|
que buscas el centro |
|
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del círculo del blanco. |
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|
Meta blanca |
|
|
|
blanca meta. |
|
|
|
Mete dentro |
|
|
|
el centro |
|
|
|
en el centro de la meta. |
|
|
|
Meta redonda |
|
|
|
de círculos concéntricos. |
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|
|
Circo |
|
|
|
de círculos machihembros. |
|
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|
Gigante Cacto |
|
|
|
en el campo clavado. |
|
|
|
Por
delante de la pupila dilatada pasaban campos y planicies de
trigales y maizales en sazón. Alfombra aterciopelada y
dorada de princesa y de diosa en busca de calor. Jungla profunda y
fecunda de mieses para el segador.
|
|
Boca de volcán ansiosa de estallar. |
|
|
|
Capullo cerrado pidiendo reventar. |
|
|
|
Retina virginal sedienta de preñar. |
|
|
|
Hiedra de primavera cansada de orear. |
|
|
|
Dama ensangrentada aburrida de esperar. |
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|
|
Flecha de arquero que va buscando el cero. |
|
|
|
Bala de cañón disparando su
munición. |
|
|
|
Cornucopia de huracán dejando va su
afán. |
|
|
|
Boa venenosa metiéndose en la ventosa. |
|
|
|
Cacto de palo machacando va el falo. |
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|
|
Levantó las persianas de los ojos y, con movimiento bizco,
vio pasar por delante una flecha de fuego que rompía la
serenidad del aire matinal. Confuso y estremecido levantó la
cola y, del pico medio abierto, se le escapó un suspiro:
|
|
¡Ay!... |
|
|
|
¡Tecolotita de mi alma! |
|
|
|
¡Qué cosas van a pasar! |
|
|
|
No te vayas a escandalizar |
|
|
|
pero esta gente busca una cama |
|
|
|
para trabajar |
|
|
|
y descansar. |
|
|
|
¡Ay!, |
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|
|
que lo que tenía que pasar tiene que
pasar. |
|
|
|
¡Ay!... |
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|
|
Había luna llena. Cara y cejas maquilladas por
Avon. Boca de entrepierna y concha de abulón.
Vestida de negro estaba la dama de la noche. Una gasa de luto
cubría su cuerpo, como red en el fondo del mar. Un
túnel preñado de topos, una telaraña encima de
la greña. Como dos líneas férreas, las rayas
dibujando culebras dispuestas a picar. Luna llena de cara
pálida y cirugía plástica. Vientre oscuro y
membrana elástica. Albergue de topos y de hormigas casa.
Paraguas oscuro, invertido meadero de cacto y de mango. Varillas de
venas y de sangre, conductos de semen y de rayos. Telaraña
rubicunda disfrazada por el sudario de la noche. Y el Tecolote
soñaba y soñaba con la cabeza bajo el ala.
|
NEWSBREAK... Once again, the
Federal Government has sent more money to the South-of-the-border
Governments to carry out, in a more orderly fashion, a large
quantity of contraceptives to curtail the population explosion
those poor countries are experiencing.
|
|
TELENOTICIERO... En el periódico El trópico
ha aparecido un editorial que dice «El gobierno de nuestro
país ha construido varios almacenes clínicos con
grandes frigoríficos en donde se podrán conservar,
por un período indefinido, el semen varonil que corre
peligro, y que muchos han donado voluntariamente». Parece ser
que ese gobierno está tomando precauciones necesarias.
|
|
Allí estaba. El águila, con sus alas abiertas y
encanecidas, flotaba cual emperatriz del cielo y de los aires. Sus
alas multicolores ocultaban el sol y las estrellas. Plumas
estriadas disfrazando caprichosas franjas y barras. Sus ojos
diminutos irradiando la luz de múltiples estrellas azuladas.
Y sobre la mies y la majada, su sombra oscura y caduca
proyectaba.
|
Allí estaban. Era por el alba. Los ojos de las estrellas los
activaban. Inmensa planicie ante sus ojos se desparramaba. La
contemplaron durante días y semanas. Centenares, millares de
ojitos pardos se extasiaron. Divina magia. Generaciones y
centenarios desfilaban ante sus recuerdos y mentes aprisionadas.
Espiga de trigo y mazorcas de maíz como pies de
oropéndolas y de tucanes dialogando su esplendoroso llanto
de largo destierro forzado. Con sus picos imploraban, pero sus pies
atados estaban.
|
Allí estaban. Después de una larga y penosa marcha.
Por colinas, por túneles, por caminos de hierro, por valles
y por fábricas. Por ríos y canales, por carreteras y
por alambradas. Ante la mies se encontraban. Planicies y aguas.
Agua fertilizante, tierra fertilizada. La Gran Quivira y la
Planicie Iowa. North Platter River, Solomon Riber y Sioux River.
Moon Lake, Webster Lake y Spirit Lake. Nombres gringos, nombres
judíos y también nombres indios. Y el trigo y el
maíz allí estaban. Inmensa satisfacción.
|
Inmensa consternación. Los badajos al águila
llamaban. La campana resonaba, por toda la tierra era. Era la era.
La ERA. La primera Presidenta. Por los nervios, por los capilares y
por los cabellos corría el mensaje enviado a todas partes.
Por el Este y por el Oeste, por el Norte y por el Sur. Cables y
mensajes enlutados eran. La Presidenta era. Un infarto, una
trombosis o un parto. Las caras enlutadas de los encapuchados
marchaban cabizbajas. Distraídas, caminaban bajo el llanto
de la campana rajada. Campana de la Independencia, campana de la
jodienda. Badajo de campana, cacto de membrana. A ambos lados
llamaba. Llamada era, destino era.
|
-Si
parecen zonzos. Ahí nomás con los picos y con las
bocas abiertas. Déjense ya de contemplar y pónganse a
trabajar. ¡O es que se creyen que le van a cayer tortillas
calientitas del cielo? ¿Ansina nomás?
|
-¡Cállate tú la boca, que nomás sabes
periquear!
|
-¡Respeto, que soy su General!
|
-Tú ya no eres nuestro General. Decidimos que no
necesitábamos General, ni bosses ni nada.
|
-¿Desde cuándo, si se puede saber?
|
-Desde que nos juntamos en Asamblea General.
|
-I see. Pero,
¿cuándo y qué decidieron, pues?
|
-Antier decidimos que ya no te necesitábamos.
|
-Y
¿siguieron las Parlarnentarian Rules de Roberts?
|
-No. Nomás chicano Talk. Platicamos..., ¿tú sabes?
|
-¿Y?
|
-Pos decidimos que cada uno hiciera lo que el instinto le
dijera.
|
-Como siempre. No saben proceder como gente civilizada. Con orden,
como pide Roberts, y el Law and
Order mentado.
|
-Tú estás tapado, Teco. ¿Cuándo te
informarás de que eso no va con nosotros? Nosotros semos
diferentes. Tenemos un Law and
Order nuestro, y de más ninguién. El
instinto, pues. Las cucarachas tenemos el nuestro, las ranas el
suyo, los topos el de ellos y ansina todos.
|
-¡Carajo! Pos es un mess.
|
-Mess o no
mess. Ansina es.
|
Después de una larga contemplación extática,
decidieron separarse para encaminarse cada especie por su sendero.
De la # 25, unos se fueron por la # 10 y otros por la # 80, hasta
llegar a la # 35. Centenares y millares se fueron desparramando y
encercando. Unos se quedaron en el origen y otros se encaminaron
hasta el fin, quedándose la mayor parte esparcidos
razonablemente a equidistancias. Rodearon el terreno ovalado antes
de comenzar el trabajo. Como una campana, como una ventosa, como un
estadio olímpico, como una boca de volcán, como una
corona y cona dibujaron. Se adentraron. En perpendicular bajaban,
en vertical subían. En horizontal marchaban, en paralelas
desfilaban. Y en circular y oval cercaban.
|
Bajo sus capuchas y uniformes desfilaban por la # 495, la
Beltway. Hacia la
Rotonda iban. Al paso marcial del Tannhaüser. Serios como
Kaisers. Caras
afiladas y afeitadas temblaban con la resonancia de las botas
enlodadas. Seguían a la tétrica comitiva cascos,
fusiles y cañones de acero. Multitudes de carros, de muletas
y de sillas-de-ruedas formaban el cortejo. Estridencias de
Mendelssohn se alternaban con las de Beethoven en armónico
desacuerdo. Allí estaba Sousa. Y un carro de caballos al
descubierto portaba una bandera y un féretro. Cuerpo de
emperatriz y de diosa yacente en un caduco entierro.
|
Y
en una fragua, un hermano herrero, derritía, para una
herradura, un hierro. Hierro duro, hierro redondo, hierro color
hierro. Con una mano lo metía y lo sacaba, lo sacaba y lo
metía. Un chivo gemía y un caballo pateaba. Un
martillo lo exprimía y un yunque tamboreaba.
|
Querido Karl M.:
|
A ver si te pones de acuerdo con tu hermano Federico, no tu maestro
Hegel, sino con el otro, Nietzsche. ¿En qué quedamos,
pues? ¿En que hay superiores-inferiores (diferentes) o en
que todos somos iguales (idénticos)? Cuéntaselo a tus
hijos-sobrinos sajones GMC y compañía., a ver si te
creen. Mejor no, no se lo digas, porque te llamarían,
además de comunista, bastardo. ¡Si vieras qué
rechonchos se han puesto los Growers con la plusvalía
chicana! Pero no te preocupes, se están muriendo del
corazón. ¿Será cierto que después
chingaremos nosotros? Tanto es el contento que tengo que no muero
porque me muero.
|
L.
|
Por
la explanada se metieron en vertical y en horizontal. Por entre los
surcos, por entre la mies, por entre los rizos de
cañaverales y de pajales. Bajo la brisa del día
ondeaban las cabecitas de la melena. Subían y se
entrecruzaban como brazos de enredadera. Espigas de trigo y
mazorcas de maíz. Comieron y se saciaron de centenarios de
años de espera.
|
Los
chapulines volaron como chicharras sobre la ancha explanada. Un sol
estival frotaba las alas extrayendo una música
ensordecedora. Se esparcieron y cayeron como plaga. Las ranas y los
sapos se encaminaron hacia el agua. Agua de pantanos, de
regadío y de lago Spirit Lake, Moon Lake. Bajo el calor de
la luna se hicieron el amor. En el agua y en el lago. Los gusanos y
las culebras abrían surcos y veredas para preparar la
sementera. Los topos y las hormigas perforaban y se metían
en la tierra. Y el tecolote con el zopilote se cimbreaban en una
rama de un árbol solitario.
|
-Mire, mi General. ¡Qué vista tan chula! Son sus
soldados. ¡Cómo le entran!
|
-Sí, mi Capitán. Pero los soldados ya no necesitan
General.
|
-No
se haga, no se haga, que usté es el mero prencipal.
|
-Yo
lo fui en mis años jóvenes, pero ahora ya voy para
viejo.
|
-Si
la gente todavía habla y platica, ¿cómo
entiende usté eso?
|
-La
gente es mitotera, pero la verdá es que no las puedo.
|
-Pero la cucaracha miss Sinforianita me platicó que luego
luego...
|
-¡Pos, luego! ¿Te crees que nomás soy un loro
parlero?
|
-¡Ay que mi General! Usté no tiene remedio.
|
Centenares, millares de sillas-de-ruedas daban vueltas por la
Beltway y la Rotonda.
En el centro, en una estrella de cinco (o eran seis) picos,
reposaban los restos. Arabia e Israel, Panamá y Watergate,
el KKK y la CIA. Cinco o seis narigudos que apuntaban a cinco o
seis continentes. Cirugías plásticas con intestinos
de Gerbers en sillas-de-ruedas circundaban la cobija policromada
rodeada de estrellas. Tiovivos y carruseles de fetos sexagenarios
giraban aturdidos por la droga y los desmayos. Cincuenta y tantas
estatuas representando otros tantos estados contemplaban la escena
trágica con marmóreo pasmo. Quirófano
político. Desde la galería, los doctores estudiaban
el malestar de la yacente dama. Técnicos y doctores
examinaban la red complicada de nervios, de células y de
cabellos de la masa grisácea. «Computadora
disecada» («Just
allergies, Darling, just allergies»).
|
Por
los surcos de la Planicie, por los canales de los ríos, por
los túneles de las lomas corrían animalitos
procreando críos. Se habían concentrado en gran
gentío.
|
-¡Algo falta!
|
-¡Falta algo!
|
Correteaban como si fuera por su casa. Hermanos y hermanas, primos
y carnales, buscaban lo que les faltaba.
|
-¡Quesque no necesitan General! ¿Eh?
|
El
Tecolote saltaba de rama en rama. Quisiera meterse en la manada,
pero se sentía abatido.
|
-¡No necesitamos General! ¡Es otra cosa más
prencipal!
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El
General se rascó el pico con la uña. Espeluznó
el plumaje y palmoteó las plumas de coraje. Estiró el
cuello, abrió los ojos y carraspeó el gaznate.
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-¡No sean mensos! Ustedes se olvidaron de algo y no saben de
qué. Admítanlo, no saben. Yo lo sé. Yo soy el
wisdom. Por algo soy
el que soy, lo que soy. Por algo soy General. Por algo soy
Tecolote. No se hagan. Yo sé lo que les falta.
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-Pos a ver. ¡Habla!
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-Pos el Cacto, zonzos, el Cacto.
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-Pos tienes razón. El Cacto.
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En
algún lugar de la Planicie habían dejado el Cacto
tendido en una hondonada. Las hormigas y las abejas habían
trabajado sin descanso, almacenando comida y fabricando dulce miel.
Las abejas habían confeccionado un gran panal en la
protuberancia del tronco y de la raíz. Cabeza y boca
cubiertas de miel. A lo largo del rotundo cuerpo, las hormigas
mineras habían rellenado de comida las venas. Canales y
túneles cargados de vida y de sementera.
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Un
volcán centenario había vomitado uno como molcajete
en el que una cucaracha molía comino, chile y más
especies. Vuelta y vuelta, muele que te muele, con el palote en la
mano a mete y mete. Los cucarachos venían, se movían
y saltaban. Se lamían los hocicos, se estiraban los palos y
se los cogían con las manos.
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NEWSBREAK... Again, for the
second time, from the South and from the West, from the Gulf and
from Baja two huracanes, Zandunga and Malinche, are expected to hit
the Planes. Our wheat and our corn are in peril!
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El
choque de temperaturas y las corrientes de los vientos estivales se
cirnieron por Quivira. Un gigantesco toro se lanzó con su
dos preñados cuernos. Por la lejanía venían
echando fuego. Se juntaron, y el estampido se produjo en el
firmamento. Un remolino cornucópico, empujado por un rayo,
hirió fieramente el suelo. Y el dragón escupió
pedruscos del tamaño de huevos.
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-¡Cabronas hermanas, que nos vienen jodiendo!
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-¡Que nos vienen a ayudar!
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-¡Que nos vienen a chingar!
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-¡Mira nomás! ¡Qué hoyo tan chulo han
hecho!
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Habían atravesado surcos, canales, túneles y lagos de
la selva, por la selva de la mies. Llegaron al gran hoyo. Desde la
sima se asomaban piquitos, hociquitos y ojitos. Una gran boca de
labios rosados en una fronda de cabello dorado. Millares de
hormigas y de cucarachas prestaron el lomo y las patas. Se iban
metiendo bajo el Cacto. El cosquilleo era intenso y el tronco
apretado. La boca volcánica estaba sedienta. Oro estival
cubría la Planicie de maíz y de trigal. La siega y la
trilla se habían llevado a cabo. Era hora de la
molienda.
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A
las cucarachas y a las hormigas ayudaron todos los grupos de todas
las especies de todos los animales. Unos levantando, otros
empujando y otros jalando. Lo pusieron en la vertiente del
precipicio. Como un columpio movido por fuerzas opuestas, se
balanceaba sobre el fiel. Una fuerza centrífuga lo
empujó y otra fuerza centrípeta lo jaló. Boca
y pezón, campana y badajo, palote y molcajete, ventosa y
cornucopia, planicie y cacto. Un estallido se oyó y la
Planicie se estremeció. «¡Ayyy...!».
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En
Arlington Cemetery se enterró. Carrozas mortuorias y
sillas-de-ruedas rodaban por el pálido zacate cortado a
rape. El catafalco descendió y la comitiva se marchó.
Melenas peinadas, en desfile encanecido, se perdieron.
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NEWSFINAL... Although at this
very moment we still don't know in which precise State, it is said
that in the East one lady, at the age of fifty five, has given
birth to a bab... to a ma... to a human that has the looks of a
grown man, even though he is a baby.
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TELENOTICIERO... Se dice que en uno de los estados del
Atlántico las mujeres están dando a luz a
niños que son más hombres que bebés. La
medicina ha inventado una hormona para que las mujeres
cincuentonas, que no han querido tener niños de
jóvenes, puedan tenerlos de viejas. Pero se rumoriza que el
gobierno anda preocupado. Teme que la Raza perezca.
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ABAJO metían las palas, para roturar el
campo.
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Campo cubierto de trigo, de maíz bien
sazonado.
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Las hoces segaban la paja, doblándose
sobre sí misma.
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Para ABAJO caía la espiga, para ARRIBA
subía el tallo.
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Andaban los segadores, afanados cual
hormigas,
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corriendo de Sur a Norte, buscando dejar
vida.
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El rastrojo bien aplanado, se hallaba todo
esparcido
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por el ancho campo dorado, cual melena que
espera cría.
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ABAJO cae otra vez, la pala buscando
entraña,
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el badajo de la campana, tocando está a
campaña.
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El badajo tocó a misa
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y la campana boca ARRIBA.
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Los fieles se reunieron
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para asistir al acto.
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ABAJO se dirije el badajo y la campana boca
ARRIBA.
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ABAJO va el Cacto, la vida sube ARRIBA.
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ABAJO vida
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Cacto ARRIBA
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ABAJO badajo
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Cacto ARRIBA
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¡Ay... de mis hijos! ABAJO-ARRIBA
«¡Ay... de mis hijos!»
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BAJO-RIA
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BAJARE
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¡Que yo no he sido! BAJARIA ¡La que
los crucificó!
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¡AY BARRIGA!
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¡AY VERIJA!
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¡Que fue esa HIJA la piruja!
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«All my
sons. All»
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¡OUCH!
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Se
quedó sola, sola se quedó. Bajo el frío
epitafio se desintegró. El ciclo se cerró y
reverdeció el camposanto. Cuadrúpedos y aves se
abrazaban, y en la paz del espíritu se besaron. Y criaban. Y
el cerebro se acabó.
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Borbotones de semen y de sangre corrían y se mezclaban en la
Planicie. Fuertes golpes llamaban a la puerta dorada. La dama
abrió la puerta y se quedaron en casa. Puerta dorada,
sanguínea aldaba. Por los pasillos y corredores
corría un hormiguero de semen. Llegó a la antesala y,
después, a la sala. Huevos dorados de gallina
mitológica. El gallo picó y la cáscara se
abrió.
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Huevo gigantesco despidiendo yema y clara. Arco iris
volcánico de multicolora lava. Estremecimiento de diosa
sacudió todo el templo. Y la tierra se resquebrajó
pariendo nueva raza. Se oyó por toda la Planicie un gran
estruendo, y una boca de cornucopia arrojó millares de
frutos por el firmamento.
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Por
el aire se asomó Vulcano, el fraguador, derritiendo
elementos en su crisol.
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-Mamá, ¡qué me pasó!
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-... ¿Ya te sientes mejor?
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-Tengo mucho dolor.
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-¡Fue una gran contusión, dijo el doctor!
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-Y
a Xóchitl, ¿qué le pasó?
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-Nada, mijo. Está en un pedegree show.
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