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- III -

Realización


Se le iban acercando los animales del trópico. Los loros, las cotorras, los tucanes, con sus picos retorcidos, parloteaban y picaban. El pulpo ni cuenta se daba. Después se fue molestando. Al principio parecían caricias, más tarde se convirtieron en cosquillas. Mucho más tarde vino el dolor. Había extendido el tentáculo ya hacía tiempo, cuando aún era mocetón y estaba creciendo. Era como un brazo de agua. Lo metió, comió, creció y separó dos continentes. Se convirtió en un brazo divisorio. De agua era. Las ventosas crecieron como balsas, como compuertas que formaban balsas, estanques. En ellas flotaban depósitos de oro, de petróleo, de sangre. Los pericos creían que era una lombriz, pero el tentáculo llegó a ser como boa, con ventosas como manchas de colores. Picaban, pero ya era tarde, ya estaba grande. Entre los barcos, depósitos de petróleo, de oro y de sangre metieron yerbas tropicales, en las que anidaban las culebras, las víboras. Se mezclaban con la sangre de los depósitos, de las venas. Chupaba y le subía por el brazo, por el tentáculo, hasta llegar al corazón, al estómago. Se contagió la sangre del pulpo. Hasta el cerebro le llegó. «Que no se salga el tentáculo», decían algunas células del cerebro. «No nos sintamos amenazadas por los picotazos de los pericos», resonaron otras células. Pero en cada picotazo iba un cargamento de yerbas tropicales. «Saquemos el brazo de agua antes de que se nos pudra el corazón», contraponían otros. «Retiremos el tentáculo antes de que se nos nuble del todo el cerebro», respondían los demás. Los pericos seguían picando y parloteando.

-Tenemos que juntar lo separado.

-El brazo nos dividió en dos.

-Se metió en casa durante la noche, durante la niñez, como un ladrón.

-Ahora se quiere quedar.

-Tiene que podrirse, tiene que morir.

-Se secará con la yerba, con la yerba se secará.

-Hay que tapar para dividir.

-Dividamos al pulpo para unirnos nosotros.

-Cuando esté seco lo sacaremos.

-Ahora que el corazón y el cerebro piden más yerba, démosle más.

-Para que se seque será.

Se movía el pulpo y se estremecían los continentes. Como en una balanza subían y bajaban los platillos. De mercader era la balanza. Y el pulpo estaba allí, de fiel de la balanza. Las ventosas embalsadas suspendían cargamentos. Pero el brazo se adormecía. Se iba adormeciendo el tentáculo con la yerba. Era la yerba que crecía por todas partes, como pelusa de ventosas. En la pelusa crecía. Andaban borrachas y se movían con la yerba, por la yerba. Como un terremoto, como varios terremotos se columpiaban las balsas, las ventosas, el tentáculo, los continentes. «No perdamos el control», se decían, se comunicaban, se endoctrinaban las células del cerebro. Como un chorro de humo marijuano entraba por la ventosa, por el tentáculo, por la vena. Las células se mareaban. Se creían poderosas, controladoras, orgullosas. Y trataban de convencerse, «No estamos mareadas, no nos dejemos marear por los picotazos de los lorillos tropicales. That's right. That's all». Pero el tentáculo ya no respondía bien, se adormecía, se secaba. Poco a poco se secaba. Una voz, sólo una se oyó: «Se secó». Y dejaron de existir los temblores y las ventosas.

Ya eran las cuatro. Xóchitl venía taconeando por el pasillo hacia la oficina general. Aunque un poco cansada, caminaba alegre y ligera, meneando su cuerpo juvenil. El doctor Samuel Housebroker la seguía a distancia, observando el vaivén de contrapunto que formaban el fleco del uniforme y las nalgas. La alcanzó antes de llegar a su destino.

-Young lady, would you accept an invitation for supper tonight.

-Yes, I would. But let me first call home.

-Ok.

...

-Settled. Should I drive or...

-I'll pick you up here, in the parking lot, at six o'clock.

-Ok.

Xóchitl se ausentó, y el doctor Housebroker se quedó con la nariz perruna recogiendo la estela aromática que la muchacha había dejado atrás. Al perderla de vista en la revuelta del corredor, hinchó los pulmones, expulsó el aliento, dejó caer los brazos y quedó momentáneamente relajado. Rubio y de tez blanca. Contra el blanco uniforme se destacaba sutilmente alguna peca en el cuello y en la cara. Tenía los ojos de pálido azul, transparentes y sin misterio.

A las seis menos cuarto ya estaba él allí, en su estacionamiento reservado. Echó el asiento hacia atrás y, apretando un botón, descapotó su El Dorado. Era a fines de primavera, y ya comenzaba a apretar el calor. Llevaba camisa sport, color rojo claro. Encendió un puro habano, se reclinó sobre el respaldo, y puso el pie derecho encima de la repisa del parabrisas. Un zapato negro acharolado remataba la valenciana de un pantalón azul oscuro. Piel blanca, camisa roja, pantalón azul oscuro. El humo del puro se alzaba en círculos concéntricos, como rosquillas indianas. De cada bocanada, un anillo. Muchos anillos, como tantos otros de muchachas incautas. Un silenciador agujereado lo sacó de su éxtasis fumiguero. Torció la cabeza, y apareció una carcancha. Segundos después se amortiguó y dejó de oírse el ruido del carro, del cual salió un vestido beige, ligero y escotado. El doctor Housebroker abrió su puerta, salió y fue a su encuentro. Rodeando a su El Dorado por las cachas, le abrió la puerta y le ofreció el asiento a la dama en beige.

-Thank you, Sir.

-The pleasure is mine, Madame.

Giró por la trompa del carro, abrió la puerta y se sentó. Encendió el motor, puso el estéreo, y el carro descapotado se metió por la calle central, vomitando música roquenrolera.

-What are we going to have for supper?

-Kentucky fried chicken. McDonnalds hamburgers. Who cares!

-Oh!

-Do you mind?

-No... I don't mind, no.

Hacia el Norte, por la calle central, los ojos de los escaparates parpadeaban maniquíes y muñecas modelando las últimas modas. Vientres de mujer iluminados, dando a luz criaturas amarillentas y muertas. Reminiscencias recientes le venían a la mente.

-And where are we going to dine?

-Right there, or in the park, or in my apartment.

-Oh!

-Where do you prefere?

-No preference... Wherever you think is safer.

-My apartment is the safest place.

-Oh!...

Los acordes roquenroleros se juntaban con el aroma de los zancos de la gallina coronelera en un baile obsceno y grotesco. Se entrelazaban y desaparecían bajo la cobija de una noche primaveral.

-Beautiful apartment.

-Beautiful, if I may say so.

-Indeed it is!

Una alfombra esponjosa se hundía bajo los tacones de los zapatos. Dos sofás en ángulo cerraban la esquina del fondo de la living-room. Una mesita en la esquina soportaba una lámpara que, para encenderla, había que apretarle el ombligo de una Venus de Milo en alabastro. En el centro colgaba, sobre una mesa ajedrezada, una araña de centenares de diamantes iluminados. En la pared de enfrente, un cuadro de un mar tempestuoso, con un faro en la esquina derecha y una ventana en la esquina izquierda superior, a la que se asomaba una muchacha contemplando extática la bravura grotesca del oleaje que azotaba las rocas.

-Do you like it?

-Yes.

-That's me. The ocean, that is.

-Oh!

-That's you. The woman, that is.

-Oh!

Había colocado dos vasos con las iniciales S. H. sobre la mesa de cuadros blancos y acafetados. Dos pedazos de hielo en roca nadaban sobre el líquido aromático y revitalizador. Los dos vasos en el centro, rodeados de un ejército de botellas. Espectadores de una batalla sanguínea y macabra (La dama de la ventana estaba absorta contemplando el mar. Había notado que entre dos rocas asomaba la cabeza de un pez, pez-espada). En el microonda colocó dos platos de porcelana. Las microondas penetraban la carne de pollo y de gallina. Por dentro lo hacían. Zancos y pechugas, en dos platos conjuntos, bailaban un ritmo ondulado (Sobre la repisa de la ventana se apoyaban dos pechos robustos, rematados por dos madroños maduros. Apuntaban hacia abajo, hacia las rocas, hacia el pez-espada, hacia las olas). Los dos sofás se juntaban en ángulo. Dos cojines guarecían la protuberancia formada por los descansabrazos de los sofás (Con el movimiento de las agallas, el pez vomitaba agua, mucha agua, de muchos años). Los zancos y las pechugas chicharroneaban, y los dos vasos sonaron un chasquido. Los dos cojines apretaron el antebrazo. Ondas, microondas, olas. Rocas, cojines, cubos de hielo. Rocas, olas, ventana, pechos, zancos, pechugas, hielo, licor, cojines, antebrazo, bailaban un ritmo marcial y sanguíneo (El mar de agua inundó la ventana. El pez inundó a la dama. Nadaban y nadaban en un mareo infinito).

-Shit. What am I going to do with this bloody sheet!

-With lemon juice will come out.

-Crazy. You people use primitive methods.

-But it works.

-I did not expect blood on my waterbed.

-What did you expect?

-A clean gal in my clean bed.

Con dificultad salió de los cul-de-sacs de la vecindad norteña. Se acordaba del cuadro de la dama anacarada y del pez-espada. Por la calle central todavía se veían los escaparates encendidos, observando a los transeúntes, con las piernas abiertas dando a luz criaturas doradas y demacradas. Solamente se veían algunos uniformes rematados en cachuchas. Se acordó de Miguel («¡Puercos!...»). De la madre de sus hijos («¿Cuáles?»). Mientras apretaba el acelerador, cerraba los muslos. Cuando apagó el motor, era medianoche. Su padre estaba de pie en la puerta de la casa.

-Xóchitl.

-Qué.

-Tú ya no eres la misma.

-¿Por qué dices eso, Miguel?

-Por tu manera de hablar y de actuar.

Durante un mes se venía anunciando el concurso. Las bellezas más destacadas del mundo concurrían a la localidad tropicana. Xóchitl andaba muy ansiosa de verlo, de verlas. Se lo había indicado varias veces a Miguel. Cincuenta y dos países estarían representados. Después de oírlo tantas veces, Miguel accedió.

-Lo veré, pero todo esto es política.

-Es belleza.

-La belleza de la movida chueca y del dinero.

-Pero belleza.

-La belleza controlada por el dinero.

-Una competencia de bellezas.

-Un mercado manipulado y mugroso.

Los dos estaban sentados en el único sofá, y doña Lupe en la silla lateral. Seis ojos clavados en la pantalla. Comenzó el programa proyectando lo que el ojo de la cámara había captado y seleccionado con anterioridad. Paisajes de la zona tropical. Selvas, colinas y praderas. Mares, ríos y canales. La gente cósmica por las calles luciendo sus melenas, sus teces y sus atavíos, secundando a los múltiples colores de los loros parleros. Por los poros sudaba vida tropical. Los dos mares se besaban en la lengua del istmo. Por el ojo de la cámara, momentos después, pasaban negras, rubias, mulatas, brunettes, mestizas. Desfilaban en procesión ante el altar de la reina caduca, de la diosa del año. Una por una, en slow motion, iban pasando y saludando a la cámara, al ojo, a los ojos de múltiples países, de todos los países, de todos los pueblos. Una gran cortina, con dibujos tropicales, servía de catafalco a la antigua diosa del año pretérito. De una melena dorada se levantaba una corona de diamantes del Transvaal. El manto real dibujaba filigranas arabescas de añoranzas mediterráneas. El cetro empuñado en la mano izquierda recordaba tiempos de El Potosí y de El Dorado. De pedestal servía una alfombra mágica de Persas y Turcos. Pasaban por delante de la reina, de la cámara, del vidente, una por una, y después todas las bellezas juntas. En trajes folklóricos, en trajes de gala, en trajes de baño. Bailaban, tocaban, cantaban, hablaban todas las lenguas, todos los cantos, todos los ritmos, todas las chiches, todas las nalgas. La cámara iba en fast motion, medium motion, slow motion. Unos bailables eran rápidos, otros eran lentos. El ojo de la cámara iba seleccionando y deleitándose en lo seleccionado. Como si tuviera vida. Ojo de Bell & Howell, ojo de IT&T, ojo de GE, ojo holliwoodiano. Técnico y cámara, cámara y técnico, como un centauro, se identificaban. El ojo de la cámara, del técnico, del juez iba viendo, seleccionando y gozando.

Recordado Tomás J.:

Calladito, calladito, en el huevo mataste el pollito. Es que no tuviste los huevos tan grandes y explícitos como los de tu nieto Adolf. ¿Que «todo hombre ha nacido igual»? Cuéntaselo a tu albina abuela. ¿Te olvidaste de lo que le dijiste sotto voce a uno de tus amigos? Quesque los chicanos somos «feeble people». ¿Cómo que todo hombre «ha nacido igual» si los chicanos somos «feeble»? ¡Tu madre!, que era abuela segunda de Adolf.

L.

Pasaban en procesión. Diminutos cuerpos, medianos cuerpos, imponentes cuerpos. Muchos cuerpos, pocos cuerpos, algún cuerpo. En fast motion, medium motion y slow motion. Los diminutos-rápidos iban desapareciendo. Los medianos-medianos se iban perdiendo. Y los lentos-imponentes se iban acercando (Xóchitl se inclinó hacia adelante, y acercó el ojo. Iba siguiendo el slow motion. Miguel frotaba los ojos para poder ver el fast motion que iba perdiéndose en el fondo del escenario). Seis cuerpos adornando a unos bikinis se acercaban al ojo que las llamaba. Se pararon. Primero en horizontal, de Este a Oeste. Después en vertical, de Norte a Sur. En el Norte estaba la cámara. Atrajo a las norteñas. Dos norteñas, dos tropicanas, dos sureñas. Los focos ardientes, como ojos encanicados, cayeron sobre la fila. En vertical cayeron. Del Norte venían. Los cuerpos, las caras, las melenas rubicundas recibían el impacto de la luz, del sol y de los ojos norteños. Proyectaban la sombra, la penumbra sobre las tropicanas, sobre las sureñas. Éstas se hacían más pequeñas, más oscuras, más rápidas. Rápidas, rápidamente desaparecieron en el fondo oscuro de la cámara, del ojo enjuiciador. La cámara se acercó (Miguel cerró los ojos y se quedó con la imagen nocturna del trópico sureño. Las siguió, las persiguió y se le escurrieron de la pupila, de la niña, las niñas). El ojo de la cámara paralizó la slow motion, y en la pantalla apareció un busto de retrato cuadrilátero e imponente, bajo el sol de la bujía de neón. Rubia la cabellera, de suaves ondulaciones farafoceteanas y de anacarados bustos tailorianos (La dama de la ventana. Cuadriculada en la ventana. Mirando al mar, a las rocas y al pez-espada. Sosteniendo los dos rosetones sobre la ventana). La voz del maestro de ceremonias (Xóchitl, Xóchitl) con el micrófono en mano (Pez-espada, ventana, Samuel), se oyó («Xóchitl, I love you, I love you») por todo el escenario (El mar, el waterbed), en todas las pantallas (mujer de la ventana, Xóchitl, Miss Universe), en todas las partes (waterbeds) de todo el mundo (el mar, el agua). (Allí, los ojos de Miguel, clavados en el cuadro que formaba Xóchitl. Con los brazos sobre los muslos. Apretados los muslos. La melena negra, de negro azabache, caída por los hombros. El rostro enfocado en la pantalla. El busto enjaulado en doble malla. Aureolada toda por la penumbra sin cámaras. En el fondo había quedado, desaparecido. Belleza tropical, sureña. De fauna y de flora era).

«Ladies and Gentlemen ('Xóchitl', 'Samuel') of the audience (mares, tierras, continentes, canales). The five judges ('Samuel', 'Miguel') representing the five continents (GE, IT&T, Bell & Howell, Coca-Cola, United Fruit) have unanimously (lana, lana, lana, mordida) selected (cámara, ojo, ojos de cámaras, de poderosos, de jueces) the beauty (dama de la ventana, pechos, pez-espada) to reign (ventana, waterbed) over the whole world (Potosí, El Dorado, Mediterráneo, Próximo Oriente, Istmo, Istmo, Istmo) for the next year. Her name ('Xóchitl', 'Xóchitl'), Ladies and Gentlemen (tropicanas, sureñas), is Miss US Tex. (Rinche, Ranch, King's Ranch) Ingabor O'Gormnan ('Xóchitl', 'Xóchitl'). Her measurements are...» (Diosa de la belleza, dama de la ventana, del pez-espada). En fast motion pasó la cámara, las cámaras, dejando una silueta múltiple y larga de cientos de rostros y de cuerpos del mismo rostro y del mismo cuerpo. Miguel se fijó, por última vez, que la diosa (dama de la ventana), que la Belleza-Diosa había adquirido formas gigantescas, enormes y protuberantes. Cientos, miles, millones de cuerpos femeniles en un rubio enorme, gigantesco y mundial.

-¿Te gustó, Miguel?

-Un insulto.

-¿A quién?

-Al mundo.

-¿Por qué?

-Discriminación racial e intereses monetarios.

-¿Discriminación racial? ¿Viste cuántas prietas había? ¿Y yo...?

-Sí, en el fondo las había. Como sirvientas de las otras. Y, en cuanto a ti, ya sé que te fascina lo güero.

-¿Que qué?

-Lo que oíste.

-... Take me home.

-Pues vamos.

Allí estaba la luz roja. Redonda, como un forjador repleto de fuego. Un corazón palpitando sangre. Respirando coraje estaba. A Miguel le salía llama por los ojos. Ni cuenta se dio de que dos ojos se acercaban velozmente por la izquierda. Ni tiempo tuvo para darse cuenta. Ni sintió el fuerte impacto.

Sabía que algo le pasaba. Su modo de pensar, de hablar, de actuar habían cambiado. ¿Otro amor? El amor ya lo tenía. ¿Dinero? Quizás. Pero si a ella nunca le había preocupado el dinero. ¿Prestigio? Quizás. Nunca había dado muestras de que quería subir, navegar en la sociedad. ¿Luego? ¿Entonces? Quizás eso fuera. Hijos rubios, puros. Que pudieran ir al Este, de donde viene casi todo, de donde dicen que viene todo. Rubios, hijos güeros, que no sufran lo que nosotros. Quizás ella misma. Quizás el roce con la piel güera saque la carroña de la piel prieta. Quizás. Por eso le clavaba el ojo a la norteña, a la diosa escogida, seleccionada por el dinero, por el racismo. Quizás. El telón cayó, los párpados se cerraron, y ya quedó coronada otra diosa, otra diosa en la cadena de diosas, de rubias, gigantesca rubia. Todo el mundo quedaría prendido de la nueva diosa, de la misma diosa. En los ojos del mundo se imponía la norma, la regla, el estándar de belleza. Las otras tendrían que oxigenarse, empolvarse, enmascararse.

La diosa volvió a casa, enseñando los dientes caballudos y el busto vacuno. Puso pie en la tierra, y fue recibida por políticos y negociantes. En la I-95 puso el pie. En el Golfo de México. En el apéndice de la I-95. Subió, acompañada de políticos y negociantes. Por la carretera iba la cabalgata de carros. Long-lives, vivas, flores, confetti. Camino hacia el Norte iba, iban. Long-lives, vivas. Más vivas que long-lives. Camino del Norte iba, camino del Nordeste. Embajadora de buena voluntad y de buen cuerpo. Representante del cerebro político y de los intereses económicos. Conquistaría países y mercados para el suyo. Exportación e importación. Cambio e intercambio. De productos, de intereses y de cuerpos. Putería política, putería económica, putería computadoresca. Venía en bikini. Políticos y negociantes se hincaban y se colgaban sedientos de los manantiales lácteos. Percibían, como cazadores perrunos, perfumes y aromas tropicales, de selvas tropicanas, de balsas tropicanas. Pero retornaba a casa después de la caza. Al mapa de casa. A la cama de casa. Al Este, al Medio Oeste, al Oeste. Estirada en el mapa, en la cama de tierra, de mina y de agua.

Lentamente se acostó. La cabellera se esparcía por el Este, por las oficinas senatoriales. Por los cabellos se transmitían sensaciones cerebrales, como una red infinita de posibilidades políticas. Pelos, hilos, cables transmisores de movidas chuecas, nacionales e internacionales. Los intereses, los préstamos, las inversiones circulaban por cables rubios de cabellera rubia. Las acciones, las alzas y las bajas se inscribían en pizarras, en pizarrones electrónicos, regidos y gobernados por la putesca computadora cerebral. Bajaban por el cuello, transformándose en venas de sangre y de agua. Por el Potomac del cuello se paseaban presidentes, senadores, detectives y diputados, por las venas de la multiputada. La I-495 demarcaba los límites de la masa cerebral, del cráneo. La Beltway, la de circunvalación, la periférica. El cráneo de la cabellera. La red, la malla nerviosa la componían los viaductos 95, 295, 695, todos en ligazón y vinculados a la I-495. Nervios sensoriales, políticos y económicos que unían las tres secciones cerebrales a los cuarteles generales de las zonas senatoriales y congresistas. Los de Alexandría, los de Arlington, los de Falls Church enviaban mensajes a los de Bethesa, Silver Spring y Takoma. Y éstos, a los de Forest Heights, District Heights y Capital Heights. Red complicada de nervios, nerviosa. Todos andaban nerviosos. Los nervios capilares llevaban los mensajes. Los nervios dorados, la cabellera dorada, la melena dorada. Los fines de semana se paseaban por otra vena, no la del Potomac. La de Anacostia era. Políticos y negociantes observaban orgías en sus yates. Por la vena arriba subían, hasta llegar al parque Anacostia. Allí se discutían, entre parties y orgías, las decisiones locales, nacionales e internacionales. Por la I-75, por la I-80 bajaban los GM, los Fords, Los Chryslers, los USS, los Bethelhem S. y se unían en el parque. Manejando, volando, navegando. Con el estómago lleno de alka-seltzers finsemaneros retornaban para el Sur, para el Norte, por la vena, por las arterias, hacia el cerebro, hacia la mano, hacia el dedo. Por el brazo era. Los cabellos dorados transmitían mensajes. Hacia las viejas patrias. Por el agua, sobre el agua, bajo el agua. Barcos, aviones. Concords, teléfonos, telégrafos, cabellos dorados para allá iban, llamando, llevando mensajes, trayendo sangre, vida, vidas. La red era complicada, enorme, poderosa. La nariz era grande, puntiaguda, como un pararrayos, desafiando al cielo. Cuando llegaban mensajes del cielo, los paraban, se derretían en la cúpula, en la nariz. Al llegar la época de las lluvias, de las nieves, se congestionaba. Al estornudar se oía en toda la ciudad, en todo el país, en todo el mundo, hasta Israel. Estornudos como truenos, como terremotos, con fuerzas centrífugas. En círculos concéntricos se iban por el globo anaranjado, meridionado, empelotado. En días de calma y de verano las alergias y las jaquecas las llevaban a las extremidades («Just allergies, Darling»). Por las arterias I-75 y por la I-95 se iban para el Norte y para el Sur, por tierra y por aire, al agua, a los lagos, al mar. Hurón, Superior, Okeechobee, Key West. De los brazos a las manos. Al Norte, la mano extendida hacía cosquillas a los yates. Al Sur, la mano cerrada dejaba que las aguas y el sol les tostara los tanates. Festines, orgías, bacanales. Los excrementos, cientos de excrementos, miles de excrementos, como gotas de sudor, flotaban sobre la piel, sobre los brazos, hasta los sobacos. Chicago, Tallahasee, México, Cuba. Sobacos, sobacos, sobacos.

Respiraba, resonaba. Los pulmones se inflaban, se desinflaban. Subían, bajaban. Unas montañas subían y otras bajaban. La montaña Smoky subía, los llanos indianescos bajaban. La tierra subía, la leche bajaba. Hasta los lagos bajaban. Chiche vacía, chiche ordeñada, leche poluta, leche de puta. El Smoky se tornaba blanco, como la nieve, como un cono de nieve, de helado. De vainilla con topping de strawberry, de fresa. Niños, jóvenes y adultos y hasta viejos subían al cono, por el cono. Fin-de-semana. Por la vainilla subían, por las lomas, con esquíes, con funiculares, hasta llegar a la strawberry, a la strawberry, a la strawberry. La lengüeteaban, la chupaban, la mordían. Era sustento, placer y orgía. Cosquillas sentía. Los capilares de la fresa, de la strawberry se enchinaban, se retorcían y se transmitían como esquíes veloces, al cerebro, por la chiche, por el busto, por el pecho, por el torso, por el dorso, por el brazo. Al cerebro retornaban el domingo y el lunes de la semana. El Mississippi, el Blue Ridge Lake, el Fontana Lake durante la semana pompeaban leche al Smoky, a la vainilla, a la fresa, para el otro fin-de-semana.

Notó Xóchitl que Miguel estaba preocupado y que sospechaba algo. Pensó. Le dio vueltas al asunto, y decidió sacudir la pesadilla. La substituyó. Simple. Comenzó a escarbar en la superficie del recuerdo. Se acordó del cuadro y de la dama en la ventana. Recorrió el apartamento y el colchón de agua. Como si estuviera en el oleaje del mar. Estirada, flotando, recibiendo las caricias de las olas, en los brazos, en la espalda, en los pechos, en las nalgas, en los pies, en los muslos, en el ombligo, en la entrepierna. Flotando al vaivén rítmico y caprichoso de las olas. En el Istmo, en el Canal, en el Trópico. Como una tropicana, una panameña, estirada a lo largo del Istmo, del canal, de los embalses, de las balsas. Bajo las caricias del sol dorado, con melena dorada y cara rubicunda. Al capricho de las olas. Se estiraba, abría los brazos y las piernas. Las olas jugueteaban, como niños traviesos, con ella. Subían y bajaban, entraban y salían. Los arenales, los peces espada. El pez-espada, pez dorado, con su cabeza parada, arrojaba vómitos de agua. Jugueteaba, se metía y se salía, como dios de cabeza rubia se metía en cabellera tostada. Daba vueltas en el colchón-agua. Se estiraba, se abría de piernas, en la cama, en la penumbra («Sí. Mejor en la penumbra, en donde no se ve, pero se siente. Se siente más. Eso es. Como los ciegos. Como los ciegos que no ven colores, colores oscuros. El tacto es más fuerte, más intenso, más extático. Cuanto menos luz más tacto, más placer. La luz distrae, el color distrae, los ojos distraen»). El cuerpo de la mujer, en la oscuridad.

Pero él, el sol, el sol dorado, el sol de trigo, el sol de maíz. El sol, que tuesta, que tatema, que quema. Como un dios, como un rey, como un Mister Universo. En la pantalla tropical, sobre una sirena tropical, en la selva, en el mar tropical. En un Istmo, en un brazo de mar, en un mar de tierra, entre tierra, por tierra. Tierra oscura, tierra café, tierra prieta. Como una tropicana, como una aztlaniana («como yo»). En la oscuridad. Se echaba el sol sobre la tierra, sol dorado sobre tierra prieta. Calentito estaba el sol. Calentaba a la fría tierra. En la oscuridad de la noche. La cabellera rubia y rizada, como un David de Miguel Ángel. Las uñas, los dedos se metían, se enroscaban, se revestían de anillos, de muchos anillos de oro. Los ojos azules, como lagos, como mares salados. Puros y cristalinos, en donde nadaban peces, peces espada, peces dorados. Se veía el fondo de los lagos, con su sirena nadando, jugando, buscando a su pez-espada. Estaba oscura, se veía oscura, por su ropaje tostado, hija del sol, novia del sol, esposa del sol. En el fondo, en la trastienda, en la casa. En la casa del dios sol, en los espejos del dios sol, en los ojos del dios sol. Allí se reflejaba ella («Allí me reflejo yo»). Pupila oscura, niña oscura, sirena oscura, tatemada por el sol. Y los brazos anacarados, cubiertos de brillo, curveados de músculos. Largos y robustos. Como los pulpos del trópico, de los mares tropicanos, de los istmos tropicanos, de los canales tropicanos. Abrazaban, rodeaban, apretaban. Se sentía una segura, protegida, amada. Con las ventosas en la espalda, en los brazos y en los pechos. Chupando aire, chupando carne, chupando leche. Como un corderito blanco de su madre prieta. Pecho con pecho, pecho contra pecho, pecho entre pechos. Como culebras doradas se movían por los pechos. Vellos pecheros eran, los pelos. Se ensortijaban en los pechos, en los pezones. Cientos de anillos, de sortijas, de cosquillas. Como anillos de culebra, de culebras que subían y que bajaban por las colinas y las lomas de la carne y de la tierra. Tierra prieta, tierra oscura, por la oscuridad de la luz, por la quemazón del sol, del sol dorado. El sol dorado, la carne colorada, las nalgas coloradas. Colorado, colorado, colorado. Los Grand Tetons, de Colorado, de Wyoming eran. Las nalgas y los pechos eran. Nalgas ovaladas, ovuladas. Como montañas, con subidas y bajadas, con vertientes y precipicios. Bosques en la vertiente, en los precipicios. Redwood, palo colorado, palo parado. Las manos alpinistas subían y bajaban. Por las vertientes se metían, se ensortijaban en la espesura de la arboleda, en la arboleda. Se subían por el palo parado, palo colorado, redwood. Lago entre colinas, pez entre colinas, pez-espada, pez dorado, goldfish, palo colorado, redwood, entre colinas, entre vertientes, entre arboledas. Ventosa. Pez-espada, pez dorado, goldfish («Entre dos rocas sacando la cabeza, mirando a la ventana, a la dama de la ventana»). Vertiente con vertiente. Lago con lago. Arboleda con arboleda. Pez con hondanada. Tentáculo con ventosa. Pez-espada que corta, que abre, que se mete, que pica. Dos vertientes, dos lagos, dos arboledas. Dos en uno, dos en una. Uno en dos («¡Ay! »). Arado en surco. Piel en tierra. Dinamita en mina. Aguijón en vaca. Pez dorado en lago. Rayo en tierra, dorado rayo en prieta tierra. Tentáculo en ventosa. Explotador de tierra virgen («¡Ay!»), violador de carne virgen («¡Ay!»), represor de espíritu virgen («¡Ay!»). «Ay de mis hijos. ¡Mis hijos dorados!». «¡Ay de mis hijos! ¿Mis hijos tostados? ¡Ayyyy...!».

-¿Qué te pasó, Miguel? ¡Ambulancia! ¡Policía! ¡Ay, Diosito, se mató! ¡Ayyy!

De Francia venían los peinadores, los coiffeurs. Cargados de tintes, de decapiladores, de maquillajes. Grandes y delicados peines, champúes y brillantinas. Se colaban los dedos, como púas de peines. Las uñas semejaban arco iris de tintoreros. Rascaban, sonaban, espulgaban. Zarandeaban la cabellera como la mies al capricho del vendaval. Melena espumada, melena lacia, melena inglesa, melena alemana, melena irlandesa, melena sueca, melena noruega, melena polaca, melena dinamarquesa, melena rizada, melena poluta, melena de puta. Como las ondas del viento, como las olas del mar nórdico, como las hondas de un francotirador.

Estirada estaba sobre la cama. Después de un viaje real, tour de reina rubia, por el acueducto lorentino y el Ottawa River, se sentía rendida. Estirada se hallaba. Con los brazos robustos, delicados y rubicundos. Brazos de tierra con las manos y los dedos en el agua. Nervios (# 75) y arterias (# 95) en acorde con el cerebro y el corazón. La mano derecha, la mano norteña, metida en el agua, con el thumb (¿o era el cordial?) apuntaba al San Lorenzo, al mar, a Europa. Gesto indecente, pornográfico. Dedo histórico. Llevaba más de doscientos años apuntando hacia el agua, hacia el oriente, hacia la madre. El dedo cordial, el central, el del chingal. Mensajes del cerebro eran. De las células senatoriales y diputadas. Y con la uña del mismo dedo atraía, traía barcos repletos de carne, de queso, de leche, de pelo rubio, de chiches rubias, de fuchi rubio. Brazo izquierdo, mano sureña, estirados hacia el Sur, extendidos por el Sur. Con la mano en el agua, bajo el agua, con el dedo meñique retorcido como uña, como Key. Con el dedo gordo en San Juan, con el cordial en La Habana, con el índice en Maracaibo, y con el anular en México. Hacían cosquilllas, sobaban y arañaban. Sangre y sudor eran. Por la # 75 bajaba la orden y por la # 95 subía la sangre y el sudor. Y un ja-ja-ja histórico retumbaba por todo el cerebro. Y la tropicana le leía la palma de la mano. Raya con raya. Entrecruce de rayas. Dos grandes Emes dibujaban las rayas. «Muerte Mortal», le decía la Madre Aurora. «Shut up, you crazy witch», le respondía la Diosa.

Recordado Monroe:

«America for Americans». Espada de dos filos. ¿No sabías que el que las hace las paga? Todavía no hemos llegado a la última etapa evangélica de «dale la vuelta a la mejilla». Aún estamos en aquello de «diente por diente y... huevo por huevo».

L.

El ombligo. Missouri. Clase de historia. Mister Smith. («Missouri is the State of the Ozarks. You might say the Navel State»). Un ombligo triangular, Saint Louis, Springfield, Independence. El centro, Jefferson City. Jefferson, Jefferson, Jefferson. El Destino Manifiesto. «De Este a Oeste, de Norte a Sur». Al centro, The Ozarks. Ombligo acuático, ombligo arterial. Por la # 70, por la # 66 venían las órdenes. Por el Missouri, por el Mississippi, la vida. El Golfo, el Río, la vena, la cuerda umbilical le proveía de vida, de langosta, de camarón, de petróleo, de azúcar, de café. Atado al Golfo, al agua salada, al agua dulce, al Ozarks. Lago y laguna. Hombre y mujer. Sembraba el semen. Acuario, peces. Peces tropicales. Del Golfo subían, subían por el Mississippi, como salmones contra corriente. Destino Manifiesto era. A la inversa será. Destino será. Contra corriente, contra voluntad. Pre-Destino era. Destino será. Peces tatemados por el sol tropical. A las lagunas cristalinas y azules de los Ozarks. Por la vena subirían, para la sementera dejar. De placenta a placenta. De lago a laguna. Por la vena, por el ombligo será.

Como una hawaiana, como una bellydancer, como una tropicana, bailaba y bailaba, enseñando la panza, enseñando el ombligo. Gira, baila, gira. La panza blanca, la panza blanda, la panza de holanda. Al centro, el ombligo sumido, hundido, escondido. Gira que gira en el remolino del viento, y una gota de sudor de la garganta a la panza. Dos gotas de sudor. Dos mil gotas de sudor. Un lago de agua tropicana, con un mástil fálico en la panza.

Por la pierna derecha corrían extendidas las arterias # 90 y # 94. Se unían al nervio # 80 del cerebro («More planes, more Boeings, more SS. Like Boldeagles I (We) want them»). Salían como pájaros del nido. Cientos de águilas, miles de águilas, de plumas metálicas. Volaban por encima, unas bajas, otras altas, otras muy altas. Supervisaban los pies, las piernas, los brazos, las manos, la cabeza, la melena, el torso, el ombligo y los planos, las planicies, la cosecha, la pizca. Con sus muchas alas, tremendas alas, proyectaban la sombra, sombra contra cuerpo, cuerpo contra sombra. Entre sol y cuerpo, sombra. Cuerpo blanco, cuerpo lunero.

Los dedos del pie derecho eran redondos, largos y corpulentos. Como tubos, como pipas, como pipelines, como oleoductos. Apuntaban hacia el Norte, por el agua del Norte, por la tierra del Norte, por la tierra esquimal. Las uñas escarbaban en tierra polar. Rascaban, giraban, perforaban. Uñas de hierro, ennegrecidas de hierro y de petróleo. Arco iris de petróleo. Se metía por los dedos, por los tubos, por las pipas, pipas-dedos. Sangre oscura, dedo dorado. Negro contra rubio. Por las venas venía, para las águilas mecánicas, para las ratas mecánicas, por las pistas del aire, por las pistas de asfalto. Y allí estaban Juan de Fuca y Valdez, dándole manicuras, pedicuras a las uñas y a los pies. Le afilaban las uñas perforadoras, uñas mugrosas. Su sangre dejaban en el esmalte de las uñas, de las uñas de los dedos, de los dedos de los pies.

Hacía más de cien años que el cerebro le transmitió la orden («Go West, my son, my darling»). Bailando la polka, la orden polkiana («Traicionero y ladrón, hipócrita y sangrón, nariz de salchichón y puritito cabrón»). Y poco a poco se dejó caer la pierna izquierda. Larga y robusta, como tentáculo de pulpo, con ventosas. Amarillo, Santa Fe, Santa Rosa, Santa Bárbara, Santa Mónica. Tentáculo, ventosas, venas # 40, # 66, Río Grande, Río Colorado. Las uñas de los dedos, redondas como ventosas. Uva redonda, lechuga redonda, naranja redonda. Para caminar, para conquistar se ponía huaraches de Sears, inflados con viento de ventosa. Por la Baja California caminaba, corría, conquistaba. Como ventosa hambrienta estrujaba la uva, chupaba el jugo rojo de Fresno, de Modesto, de Coachela. Vino rojo, sangre roja, sudor rojo. Con las ventosas de Superior, de Globe, de Duval chupaba el cobre, el oro y la plata. Por las arterias # 25, # 35, # 45 corrían llantas de Sears con tomates, cacaguates y aguacates. Por las venas del Bravo y del Colorado nadaban, a contracorriente, brazos prietos, sangre prieta, sangre brava, sangre colorada. Sangre viva, sangre nuestra, sangre colorada, para cebarse el pie, la pierna, el ombligo, el torso, el cerebro, el cuerpo. Tomates, jitomates, jitanates, jijo-con-tanates. Se digería, se transformaba, se transubstanciaba, en la ventosa, por el tentáculo, por la arteria, en el ombligo, en el menudo, en la tripa, en la cloaca. Por Aztlán, por las Planicies, en el Ozarks, en el Salt Lake. Con el cuerpo tendido y las piernas abiertas, defecaba, megitaba cuacha dorada, agua dorada, agua salada en el Lago Salado, por los pelos dorados, por la melena dorada, por la mies dorada. Mies de maíz, mies de trigo, mies azteca, mies hispánica, mies mestiza, mies conquistada, mies meada. Por Tijuana iba, por San Luis, por Nogales, por Agua Prieta, por Ciudad Juárez, por Nuevo Laredo, por Matamoros. De turista iba, reluciendo la melena dorada, los pechos dorados, el ombligo dorado y los muslos dorados. Turista dorada, niña dorada, reina adorada («Jija 'e la...»). Bajo el sol dorado, bajo el dios dorado. La seguían sedientos los políticos tostados, los negociantes tostados, los machos tostados, los tanates tostados, los tanates tatemados, bajo el sol tiznado («Jijo 'e la tiznada»). Cientos de negociantes, miles de bananas, millones de tanates buscando la mies.

-¿De veras que te gusta venir shopping?

-Sí.

-Pero no compras nada.

-No le hace.

-¿A qué vienes, luego?

-A ver.

-¿Te gustan las tiendas?

-La gente.

-Para eso podías quedarte en Las Pencas. Allí hay mucha Raza.

En la Plaza de la Independencia estaba plantado un gringo de seis pies. Como un marshmallow flotando en una taza de chocolate. No despegaba sus ojos de aquella estatua. Los oídos presionaban las córneas y los acordes del mariachi se los llevaba el viento. Sin pestañear, lo clavaba de hito en hito. Melena dorada, niño dorado.

-Si te parece, vamos caminando, Xóchitl.

-¿Por qué?

-Porque no hay más cosas que ver.

-¿Crees tú?

-Sí.

CORO
Nosotros los oprimidos
en esta marcha obligada
dejaremos consignada
la historia de lo sufrido.
CHAPULINES
Volando por las montañas
cruzamos toda maleza
para volver a la tierra
de nuestras dulces entrañas.
TOPOS
No queda en la tierra vena
que no hayamos perforado
para que otros se hayan chupado
nuestra sangre a boca llena.
GUSANOS
Cuando el Gallo pa' cá vino
en el palenque peleamos
con las hojas nos quedamos
y se bebieron el vino.
RANAS
Parimos todos los mayos
en la cuna del Gran Río
cada una traía un crío
y los mataban ahogados.
SAPOS
En las riberas del agua
nos hicimos el amor
bajo la capa de horror
mataban nuestra crianza.

Fue la primavera de aquel año. La primavera que fue, que es y que será. El parte meteorológico lo decía. La parte Norte del país, el costado derecho, el lado derecho de la cama estaba cubierto de una sábana blanca, de nieve y de hielo. La parte central, el esternón, se derretía y se inundaba de agua. Salía de la invernación. La parte sureña, el costado izquierdo, el lado izquierdo de la cama estaba al descubierto, recibiendo los rayos encanicados y benéficos del sol. Ya las golondrinas se acercaban a Capistrano. También lo anunciaba el meteorólogo.

La semilla vieja comenzaba a retorcerse bajo la sensación del agua y bajo los templados rayos solares. Eran los campos de la Planicie. Semilla del trópico, robada del trópico. La habían sacado huérfana. De su propia casa la habían sacado, robado. Una puta madrasta, vieja de doscientos, de trescientos años que fueron, que serán. Desraizaron la semilla, la desmadraron («¡Ay de mis hijos!»). Fue por el centenario, por el bicentenario. Por el tricentenario será. Será el es que fue. La madre que fue estéril, sin fruto, encontrará simiente. («The Aztecs, the Indians were people of great culture, agriculture of corn»). Por el Valle Mexicano crecía la planta, con hojas, mazorca y pelusa. Melena de indio entrenzada colgaba de cada mazorca. Como pararrayos verdes recibían las mazorcas los rayos solares. («The Spaniards brought wheat to the New World»). Por México, por Aztlán, por las misiones se esparcía la semilla, y crecía la delicada paja bajo la suave onda del viento. Como cabellera de mujer, como sementera de mujer, se movían los campos, los trigales, bajo la caricia del sembrador. La espiga mestiza amanecía, ovarios preñados de bien y de cría. Cabezas de cría, de futura sementera. Una segadora, espada enemiga y carnívora, decapitó cabezas («¡Ay de mis hijos!»), sembró horror y esterilidad. Se robó la cría y la llevó a las Planicies, a casa ajena («¡Ayyy... que yo no he sido! ¡Ay que fue una cochina madrastra! ¡Ay de ti Kansas, Nebraska, Iowa! ¡Ay mi Quivira!»). La tierra quedó desolada, asolada, desierta. Año cero, año cien, año doscientos, año trescientos. Fue, es, no será. No fue, no es, será. Casa propia, casa ajena, casa propia. Destierro, entierro, desentierro. Como el vaivén del viento, de la gente y del tiempo.

BREAK POINT... It has been stated and proven that half a million people cross the border legally and otherwise each year. It means that one hundred years from now this Country will have fifty million people from South of the Border. To this will have to be added the grand-children of the now residing here which, in an average of four to six per couple, will mean an estimate one hundred and fifty million. The estimated grand total will be a two hundred million Americans of Mexican descent. If we don't do something about it now we will have an intolerable population explosion.



TELENOTICIA... Fuentes fidedignas han declarado que este país invierte diez millones de dólares anuales para esterilizar, no sólo a las muchachas, sino también a los muchachos que cruzan la frontera. Los laboratorios y los cargamentos de medicinas y de utensilios médicos, con su personal respectivo, están avanzando y se están internando cada vez más en tierras sureñas. «Combatir el mal en la raíz», es el lema.



Millones de diminutos chillidos, cientos de chillidos, un gigantesco chillido llenaba los llanos. Átomos voladores, empujados por el viento, llegaban al tímpano, a los tímpanos de los padres, de la Madre («¡Ayyy... de mis hijos. Yo no fui. Yo os vengaré. Como una guerrillera, como una soldadesca, como una Adelita llevaré en mi trenzada cartuchera balas de hombre, munición viril, sementera de padres. ¡Ay! ¡Yo os libraré, yo os conquistaré, yo os reconquistaré! ¡¡¡Ay!!!»).

NEWSBREAK... Our money is being wasted. The sterilization program, in itself successful, has been handicapped by the countries we are tryring to help. It is said that the males, the machos, are mad and that they will procreate one way or another. In any case, the artificial insemination is taken place in those places. Our country hopes that the Official American Church's efforts against this inmoral practice will be successful.



TELENOTICIERO... De las regiones subterráneas de su ser darwiniano la Iglesia oficial anglosajona ha vomitado el double standard. Tuertamente ha proclamado que había que corregir el bizco Génesis. Hay que controlar, purificar el semen genesíaco. La ciencia es ciencia sagrada. Luego, los genes hay que controlarlos, seleccionarlos, purificarlos. Cortar de tajo y en la raíz es el método más eficaz, más genesíaco, más moral. Ergo, es el llamado Divino y Manifiesto.



CORO
Doscientos años de opresión
sin lo anterior mencionar
nos dan derecho a buscar
nuestra justa liberación.
VÍBORA
Al desierto se venían
y me escondía en una roca
me picaron en la boca
la cola me protegía.
COYOTE
Me escapaba por las lomas
me acusaban de traición
que ésa era mi condición
la gente lo maliciaba.
ZOPILOTE
Porque apresé a una culebra
con mi esforzado picote
me llamaron zopilote
en lugar de águila brava.
TECOLOTE
Porque me duermo de día
y ésta es mi naturaleza
dicen que duermo la siesta
pero no ven lo que hacía.

Era una de aquellas primaveras entre el segundo y tercer centenio. El desierto y el trópico respondían al llamado de la naturaleza. La flora y la fauna andaban inquietas. Un capullo rojo quería reventar. Una flor de carne deseaba sangrar. El arenal estéril apetecía la lluvia, y el trópico fértil protuberaba verdura. Y la mar y la tierra respondían al llamado del viento. Cornucopias de polvo, cornucopias de agua, giraban preñadas en el remolino del viento. Del Mar de Cortés y del Golfo de México subían las aguas, cornucopias haciendo. Ciclones tropicales, ciclones del desierto, como tornillos giraban para enterrar el cuerno.

Sudaba la vegetación, sudaba el desierto. El calor, la calor hacía sementar la vida, brotar vidas. La tierra vomitaba al aire plantas, y los pájaros formaban nidos en los sobacos de las ramas. Las hembras se retorcían por el calor en brama, y los machos se aliviaban en el calor de la cama. Topos y ardillas, cucarachas y hormigas, como semen por la tierra se movían. Chapulines y zopilotes, murciélagos y tecolotes volaban por el cielo de noche y de día. La vida se retorcía, la vida necesitaba vida, se comía vida.

Recordado Adolf H.:

¡Serás animal! Si ya tu padre Karl te lo había dicho, pero no le hiciste caso. Preferiste escuchar a tu hermano bastardo, el diablo de Federico N., y a tu primo segundo el Charlie. ¿Te creíste que era un pleito entre zoos? ¡Qué bruto fuiste! ¿No te diste cuenta de que esta gente quiere el monopolio mundial en el asunto? ¿Es que no habías leído lo de estas reservaciones, lo de la frontera y lo de las plantaciones del Sur? La próxima vez ten más cuidado, porque después nosotros chingaremos más feo.

L.

La araña se levantó de su sueño invernal. Había dormido bajo una cobija norteña de nieve algodonal. Su ropaje era blanco, como el del Ku Klux Klan. Pero luego se tornaba obscura, como los Rinches de Aztlán. Parsimoniamente se despertó. Abrió un ojo, luego el otro. Por el túnel de su escondite percibió la blancura de la nieve y el reflejo del sol. Estiró una pata, después la otra, al rato la otra y la otra, y por fin las demás. Se desentumeció. Se puso de pie. Se bambaleaba un cuerpo fláccido sobre unas piernas famélicas. Ensayó unos pasos, y se acostó al sol. Era el mediodía de la primavera. Con los párpados semiabiertos notó el bullicio farrullero que la rodeaba. Sus antenas oyeron sonidos extraños. Extraños por pretéritos. Pretéritos, anteinvernales. Afinó las antenas y reconoció los sonidos. De par en par abrió las ventanas de los ojos, y vio animaluchos merodear como por cafetales. A su vista se le excitaron los movimientos peristálticos de su fláccido estómago. Ya era el atardecer. El hambre se agudizaba. Como una costurera, sacó hilachos de su bolsa. Con sus delgados ganchos comenzó a hilvanar la trampa. Ya tenía hecha la red del tamaño de un hombre, cuando un chapulín incauto cayó en la tela. Movió los brazos, movió las alas. Giró y pataleó. A cada movimiento quedaba más preso. Ya era medianoche y, con la luz de la luna cenital, se dejó chupar. La araña panzona se quedó dormida. El tecolote, con su ojo avizor y parrandero, les sopló al oído: «¡Al alba, Raza, que lo han jodido!». La araña pasó hambre las demás noches.

CORO
Nuestra tierra hemos perdido
contra nuestra voluntad
la hemos de reconquistar
pues por algo hemos sufrido.
LECHUGA
Padrecitos me trajeron
por el desierto en las manos
me plantaron mis hermanos
y ladrones me jodieron.
UVA
Soy símbolo de familia,
soy símbolo de unidad,
también de la cristiandad
y me traen de la jodida.
MELÓN
Por el desierto de Yuma
nazco y crezco a diario
y en la bolsa de un corsario
encuentro fría mi tumba.
TRAQUE
Sobre el lomo de la tierra
también mi lomo yo inclino
para tenderle un camino
al que del Este viniera.
MINA
Oro y metal me sacaron
de la matriz y la entraña
para adornar al canalla
y matar a mis hermanos.

Chapulines, cucarachas y hormigas pre-revolucionarias, revolucionarias, post-revolucionarias pasaban alrededor de la tela, de la malla, de la alambrada. La araña se vio burlada y, en su cuerpo sudoroso, el hambre se acrecentaba. Trabajaba y, cuanto más trabajaba, más frustrada. Afinó las antenas y envió el mensaje. Los cables, cabellos rubios de melena rubia, recogieron el mensaje. Los nervios del cerebro rubicundo dieron la orden: «More spiders». Una legión de arañas blancas encaperuzadas se dieron voluntarias. Con chuzos y con cruces ponían fuego a los hormigueros y a los cucarachales. Salía humo de los campos desérticos, como mieses de chicharrones prietos. La araña, las arañas y los araños se alegraban y engordaban. El telecote se alarmó. De árbol en árbol, con su ojo nocheriego, observaba a su ejército medio muerto. Avisó a las ranas y a los sapos con su canto lastimero.

Era de noche, cuando todos estaban en el primer sueño. Se acercaron a la orilla del Río. Comenzaron a croar un corrido naval («Parimos todos los mayos... En las riberas del agua...»). Saltaron al agua, y remaron a la otra orilla. El corrido fue tragado por la oscuridad del silencio («Los mataban ahogados...». «Bajo la capa de horror...»). Miles de sapos, miles de ranas encontraban nueva patria. Patria del Colorado, patria del Bravo. Los encapuchados afilaron la caperuza y, como antena, enviaron mensajes a los cables de la cabellera rubia. Por los nervios del cerebro, circularon telegramas. Subieron órdenes de caninos ladridos. Perros policías y castores uniformados ronroneaban las orillas. El tecolote se asustó. De árbol a árbol brincaba y mitoteaba. Despertó a los zopilotes y a los topos, a los chapulines y a las hormigas. Los entrenó como fuerza aérea y submarina, subterránea. Por encima del agua y por debajo del agua, por encima de la alambrada y por debajo de la alambrada. Volaban y minaban. Las dinamitas y los graznidos despertaron a las arañas, a los araños encapuchados, a los perros y a los castores. Por las arterias, por los nervios y por las venas subían mensajes a la cabellera de rubia red. La tensión de los nervios mensajeros presionaban la confusa sien. Ladridos y graznidos punzaban adoloridos tímpanos. Ya no quedaba retaguardia. El semen anciano y estéril no corría por los caños y cañones de los cuerpos. Había que sustituirlos por otros mecánicos y técnicos. Por los cañones nasales del cráneo salió un estornudo marcial y rubicundo. Águilas supersónicas y pajarracos con hélices en el culo volaban sobre ríos, alambradas, venas y telarañas. Sus ojos electrónicos perforaban la retina virginal de la noche enmarañada. El tecolote quedó pasmado. Ojo nocturno contra ojo nocturno («A vencer o a morir -ordenó el Tecolote-. Hay que entrarles a como dé lugar. Somos muchos, muchísimos machos. Sus madres los parieron a ustedes para que no fueran huevones y le entraran. ¿Me oyeron? ¡A entrarle, pues!»). Les habló de noche. A todos les habló. A los del aire, a los del agua, a los de sobre-la-tierra y a los de bajo-la-tierra.

Querido Federico H.:

Tu teoría dialéctica es muy, pero muy hermosa. La contradicción y la lucha inmanente de la historia y del espíritu humano. Que la antítesis, la negación, el enemigo, el oprimido algún día dominará, se impondrá a la tesis, al opresor, es muy esperanzador. Pero, ¿cómo explicas, Federico, que el chicano haya sido siempre antítesis en su historia? En otros términos, ¿por qué ha tenido el chicano tantas tesis dominadoras? ¿Por qué fuimos, somos y seremos siempre antitéticos, chicanos chingados? ¿Llegará el día en que nosotros nos convertiremos en tesis, en chingones chicanos?

L.

Las arañas habían demarcado su propiedad y reino con la telaraña que se extendía muy larga y muy alta. Los castores habían construido, con sus colmillos y colas, diques y fortalezas inmovibles. Y las águilas mecánicas supervisaban las obras y llevaban en los sobacos bolsas de pesticidas («Ellos son fuertes, pero pocos. Nosotros débiles, pero muchos. Ellos tienen máquinas de metal, pero nosotros tenemos lo mero prencipal»). («Bull shit!»).

Las cucarachas fueron las primeras («Nosotros tenemos caparazones. Nos protegerán como escudos contra las mandíbulas de perros famélicos y de arañas ponzoñosas. Y si no, pos nos ofreceremos en sacrificio, Señor General»). Diez, cien, mil se lanzaron a flor de tierra contra la red. La hicieron temblar, pero quedaron engarzadas. Los tentáculos arácnidos las atenazaron, y las fauces se clavaron en las aletas de chirrido crespo («¡Pendejas! ¡Cómo se dejaron!»). Ranas y sapos, con sus piernas y nalgas por el aire, maniobraron clavados obscenos sobre el agua. Con el croar del chapuceo pelaron el colmillo los castores y los perros. Tripas y sesos quedaron enterrados en el lodo del río («¡Mensos! ¿Y para qué les sirvió lo de la Quebrada, pues?»).

SPECIAL REPORT... From the South and from the West, from the Gulf and from the Baja two Huracanes, Zandunga and Malinche are expected to blow our Fence and our Border. Millions of insects will invade our home.



La digestión fue larga, de muchas noches estivales. Los perros y castores se boquiarribaban para que el sol les alivianara la sangre espesa. Las arañas se bajaron de sus alambradas eléctricas para descansar sobre el culo su panza obesa. («What a life! That's what life is all about. Life!»). Seguía el letargo. Una bandada de chapulines y de chicharras hirió el tímpano de los perros y de los castores («Stupid spider! Build your web higher! Get off your ass and get up there!»). La araña se subió alto, pero la red se bambaleaba por la obesidad de la panza. Trabajó noche y día. Decidió quedarse allá arriba. Los chapulines y las chicharras, que no podían subir más alto el vuelo, se quedaban como barbacoa para la cena de la araña («¡Éntrenle ustedes ahora, hormigas y topos! ¡Éntrenle, con huevos y todo!»). Un sonido de polilla ronronera llegó por los cables de la red a las antenas de la araña («What's going on down there! Stupid Beaver, stupid Dog! Do something about it!»). Las garras y las fauces de hormigas y de topos abrían camino por las venas de la tierra («Stupid Eagle! Drop your pestecide. Now!»). Chicharras y ranas cayeron envenenadas («What a life! Food without work. That is progress for you»). Noches aletargadas de cenas envenenadas. Las arañas, los castores y los perros se retorcían por el suelo («¡Ya pasamos! ¡Ya cruzamos!»). Los encapuchados y enmascarados andaban por todas partes quemando cruces y metiendo chuzos de fuego en los agujeros. Cogieron a un topo viejo, y lo colgaron en cruz. Con una antorcha untada de pez le pusieron lumbre en los tanates («You ain't going to use them no more»).

Querido Nerón:

Ayer vi arder, no sé si en la realidad, si en la mente, o si en sueño, a un chivo blanco. Las llamas parecían sangre que le salían simultáneamente por los ojos, por los oídos, por las narices, por la boca y por el culo. ¡Qué hermosura grotesca! Sufrí un trance extático. Producía una música de chicharrón celestial. El incienso subía en forma de expiación. Se me enterneció el alma y me acordé de ti y de tu genio artístico, de tu poder absoluto y de tu equilibrio mental.

L.

Las llamas se extendían como lenguas de fuego por el Norte y por el Este. Fuertes vendavales soplaban del Sureste y del Suroeste. Los pulmones del Golfo y del Mar se hincharon como fuelles iracundos forjadores («Shit! And now this!»). Dos ciclones, la Zandunga y la Malinche, bailaban en el Golfo y en el Mar. Remolinos voraginosos dibujaban galaxias en el agua. Cornucopias espirales aspiraban agua y tierra, y expiraban vendavales y terror. Brownsville, Corpus Christi, Houston, Dallas, Tulsa..., Yuma, Phoenix, Albuquerque, Colorado Springs, Lincoln... Diques y alambradas volaban por doquiera. Perros y castores se ahogaban en el agua. Arañas y encapuchados quedaron aplastados. Hormigas y topos se escondieron bajo el suelo. Sapos y ranas nadaban bajo el agua. Chapulines y chicharras se los llevó la chingada. Eran la Malinche y la Zandunga, bailando la pachanga. Giraban y giraban. Del fleco salía un grito, y del tacón una carcajada («¡Chinga a tu madre, Diosa Babosa!»). La Reina de la Belleza se retorcía en su lecho y en su leche. Caían telarañas, telametálicas, telégrafos y telegramas. Los cables, los nervios y las arterias se entrecruzaban y los mensajes se confundían. La Rubia Robot se desvencijaba («Ay! Fucking people, fucking Raza motherfucker!»).

NEWSBRIEF... A yellow plague is expected within the next twenty five years. It is not yet known its origins, but the Agriculture Department fears it will come from the South.



TELENOTICIA... Se dice que millones de individuos y de grupos, como plaga de langostas, atravesarán las fronteras sureñas. El negocio, Agrobusiness, del gran terrateniente espera que deje altos réditos. Pero los puristas están a punto de padecer grandes trastornos nerviosos y mentales.



Salieron de los hoyos, de las cuevas y de las minas los topos y las hormigas. De las aguas sacaron sus cabezas los sapos y las ranas. Todo estaba sereno y tranquilo, como en el post-diluvio genesíaco. Naturaleza lavada y virginal («¡Creced y multiplicaos, que vuestra es la tierra!»). Los sapos, las ranas, los topos y las hormigas norteñas se juntaban con sus hermanos y hermanas de Aztlán. Cucarachas de Califaztlán, topos y hormigas de Ariztlán, chapulines y chicharras de Coloraztlán, zopilotes y tecolotes de Nuevaztlán, sapos y ranas de Texaztlán. Todos juntos en un campamento de Aztlán.

La atmósfera había quedado nítida y pura. El crimen había sido lavado, y el destino era claro. Había que rehacer la historia. Buscarle el año, el siglo perdido. Perdido por robado y transplantado. Había que rescatar el tiempo y el espacio, la cultura y la agricultura, la simiente y el sudor y el trabajo robado. Ése era el Destino. Manifiesto quedaba («¡No sean pendejos y no la rieguen!»). Se juntaron en asamblea general. Hermanos, padres, abuelitos, stepmothers, cuñados, inlaws, concuños, compadres, stepcompadres, primos, stepwives, step... Un crisol cósmico, de pura Raza mezclada. Güeros, mayates, in-between, half and half. Algunos más half y otros menos half. Hasta los había de tres y cuatro halves, porque contaban a cuentagotas las french halves, las russian halves y las german halves. Se le iba la mano en las matemáticas, en las halves, pues. En fin, pura raza mestiza y mezclada, Raza Cósmica. Comenzaron a hablar unos y después otros, después éstos con aquéllos, y más tarde éstos y aquéllos, y luego éstos contra aquéllos y, por fin, todos a todos contra todos y entre todos. Una totalidad cósmica («¡Les dije que no fueran pendejos y que no la regaran! ¿O es que no entienden Ingleesh?»). A falta de marrazo, el Tecolote dio un picotazo. «Yo no soy un parrot, and that's why entiendo lo que digo, y digo lo que entiendo. He dicho». Los hermanos, los primos y los steps aplaudieron, chillaron y croaron. «Order! Order!, I've said! No se hagan pendejos, que hay mucho al steak». Y todos se callaron. Unos por obedientes, otros por humildes y otros porque no entendieron. El Tecolote les arengó por varias horas, en la tranquilidad de la noche lunera. Ya era muy noche, y todos los hermanos y primos y steps se quedaron tendidos sobre la hierba, bajo el sopor del ensueño. El Tecolote, con un ojo pelón y el otro cerrado, descansaba sobre una pata en la rama de un nogal («Duerman -se dijo-, duerman bien y mucho, porque la marcha será larga y penosa»). Trataba de dormir, pero, por falta de costumbre, no pudo. «Tienen que acostumbrarse a dormir de día y a caminar de noche, como yo. No porque ésta es la ley de mi naturaleza, sino porque la ley de los otros, de los enemigos, es otra. Ellos viven de día y mueren de noche» («¡Hay que saber jugársela!»). Entre éstos y otros pensamientos se le filtró la noche. Para las doce del día ya los hermanos y hermanas, los primos y las primas y los steps se habían despertado. Tosieron, chillaron y le silbaron. «General, General, despierte que ya es tarde». Lentamente levantó las cortinas de sus pupilas, les clavó el ojo pelón y se limitó a decirles: «Duerman la siesta y no jodan. ¿O es que ya se olvidaron de sus tradiciones? ¡Vergüenza, shame on you!». Comenzaron a periquear, y alguien insistió: «Pos sí. Este General es muy abusao». Y se abrieron de patas sobre el suelo.

CORO
Con su sangre y sus sudores
la sangre y las defunciones
de niños y de mayores
los habremos de vengar.
COORS
Por tierras de Colorado
de sangre hacen la cerveza
veneno en el cuerpo lleva
el que la bebe a diario.
RÍO
Las nubes me ofrecen agua
las balas me otorgan sangre
de aquellos que tienen hambre
porque se encuentran sin nada.
ALAMBRE
Con ojos de alambre he visto
un hermano a otro llorar
y con el dedo cordial
a otro decir: te chingo.
TRIGO
De España a México he ido
y de Aztlán me han arrancado
para llevarme robado
a las Planicies del frío.
MAÍZ
Elote de grano dorado
sacado de Tenochtitlán
por caminos va de Aztlán
como semen desterrado.

Llegó la puesta del sol. Los rayos de la oscuridad reverberaban en las persianas del Tecolote. Las levantó y oyó: «Y ahora qué, General». Con la pata derecha se rascó el pico. «Pos ahora vamos a pensar en lo que hay que hacer». «No, pero si eso ya está pensado, mi General. ¡Tenemos hambre, y ya!». «Pos por ahí búsquenle, y arréglense como puedan. Que las cucarachas, nuestras adelitas, les preparen algo, que para eso están». Las cucarachas, al oír este pronunciamiento, levantaron el hocico y lo dirigieron hacia donde procedía la voz generalicia. «¡Qué atrasado estás, General! Ésos fueron tiempos de la Revolución. Ahora estamos liberated, ¿que no, sisters?». Todas afirmaron levantando y bajando los hociquitos, al tiempo que les salía un chirrido de protesta. «¡Quesque están liberated! ¿Desde cuándo? Eso es cosa de gabachas y no de nuestras sisters. ¡Vergüenza, shame!». Por largos minutos siguió una acalorada discusión, hasta que alguien elevó la voz diciendo: «La pura pelona verdá, mi General, es que tenemos mucha hambre, y ya». «Pos a ver y cómo se la arreglan. Por ahí hay ranchos, sembradíos y animales. Aprovéchense, y ya. Pero don't take too much time, porque tenemos que comenzar la marcha». Después de desperdigarse, volvieron todos y todas, quiénes traían legumbres, quiénes animales volátiles, quiénes animales cuadrúpedos, lanares y lecheros, y quiénes hasta mieles.

Así vivieron durante aquella larga marcha de las primaveras de aquellos años entrecentenarios. La naturaleza y el propio ingenio proveían a aquellas criaturas que iban hacia lo suyo, a lo suyo. Durante los inviernos invernaban. Descansaban de las largas caminatas primaverales, estivales y otoñales. El ciclo se repetía cuando los primerizos rayos solares acariciaban las planicies, los arroyuelos y las lomas.

Querido Charlie D.:

Tu retrato convence más que tus palabras y que tu teoría. Cuando vi tu cara por primera vez, me pareció reconocerte en el San Diego Zoo. ¡Qué fácil le fue a tu primo Federico N. inventar el pedo del Superhombre! La regaste, chango, la regaste. Lo peor es que tu padre-abuelo Tomás J. lo había intuido. Por eso los chicanos estamos como estamos.

L.

Mientras tanto, la Diosa se alimentaba, descansaba y envejecía. Un cosquilleo contradictorio invadía todo su ser. Comenzaba por el lado izquierdo, caminaba hacia el cerebro y se esparcía por todo el cuerpo, como un cáncer involuntariamente necesario. Transfusiones de sangre recibía por las venas subterráneas y por los capilares en superficie. Como pulpo la extraía, y como sanguijuela la perdía. Piernas y brazos ortopédicos estrujaban el bagazo jugoso. Ventosas en forma de sobacos afeitados, de valles legumbrosos y de platillos cobrizos aspiraban tenazmente el hilito sanguíneo de la víctima aletargada. Sanguijuelas diminutas se retorcían bajo los capilares de la ancha ventosa. Chupaban de lo chupado, para ser chupadas y volver a chupar. Ciclo vital entre gigantes y enanos, entre Diosa y renegados. Ciclo litúrgico.

Voces contradictorias se oían por todas partes («Come in, come on»). El cosquilleo proseguía, por las piernas y por los brazos («Keep in, Keep on»). Por los vellos y por los costados («More, more!»). Por los ombligos y por los pezones («Don't stop, don't stop now!»). Y la marcha continuaba («Stop it, stop them»). Chapulines y chicharras («Get them, stop them»). Topos y hormigas («I want them, we need them»). Gusanos y campamochas («I can't stoop, we can't stoop»). Sapos y ranas («I'm getting too old, I'm getting too fat»). Y la marcha proseguía («Not to the Plains»). Caminaba la romería («The Plains are our Temple...»), hambrienta de justicia («... is our secret refuge»), de cultura («... our corn, our wheat...») y de hambres («... our groin, our crutch, our pot»). Hacia allá se dirigía («Stop those sons-of-bitches»). Hacia allá se encaminaba («Help! Oh, Hell!»).

Pasaba un invierno y otro pasaba. La bicentenaria lentamente se arrugaba. La polución del cuerpo volvía al cuerpo. Salía el humo por los amortiguadores anales y era absorbido por las fosas nasales. («Doc, I don't feel good». «Don't worry, Darling, they are just allergies»).

Los Homo-Sapiens, de cabezas puntiagudas y encapuchadas, enviaron el mensaje. Los Homo-Volans, con sus alas de águila y carabina de castor, soltaban pesticidas de sus bolsas plásticas. Los animaluchos se escondían debajo de las matas. «Diez, cien, mil..., ¡chingao!». El Tecolote se lamentaba. Los ojos y las patas se retorcían y temblaban. «¡No se dejen! ¡Sean machos y... machas!». Sudaban y vomitaban. «¡Chingada águila! Si no fuera porque yo tengo que dormir de día ¡palabra! que un chingazo te metería». Se llevó la pata al pico y se rascó un estornudo («They are allergies, Darling»).

Aquella noche se detuvieron en el campo. Algunos dejaron de temblar, otros seguían temblando y otros difícilmente se levantaron («¡General, General, somos muertos!». «¡Qué muertos ni que jijo 'e la! Ustedes son machos, ¿que no?»). Mientras decía esto, al Tecolote se le cayó una lágrima de alegría y otra de tristeza («¡Mire, mi General! Ya no siento nada, ya puedo mover la cola, ya me puedo parar, ya puedo...»). Después de las temblorinas, de los ascos y de los vómitos, muchos se movían y correteaban. Se caían y se levantaban. El Tecolote alegremente saltaba de rama en rama («Así, muévanse así, como yo. Sean machos y no se dejen»). Todos los animalitos de todas las especies saltaban y daban vueltas. Sólo las cucarachas se sentían muy molestas («¿Qué te traes tú, viejo loco? Quesque 'sean machos'. Y nosotras, ¿qué semos, pues?». «Ya les dije adenantes..., ustedes son machas, ¿o es que no oyen?». «Sí oyimos, pero no queremos que nos llames machas». «¿Cómo queren que les llame, pues?». «Pues llámanos persons». «Quesque persons, ¡qué chistoso! ¡Quesque persons! Ustedes son machas, y si no queren, pos cállense el hocico. Yo soy el boss, y ya». «Quesque el boss y ya. Vas a ver, macho gacho, vas a ver»). Esa noche, y entre todos, enterraron en el campo a algunos brothers y sisters y steps e in-laws. Después acamparon.

Querido Federico N.:

No has muerto. Te veo y te palpo todos los días. Creo que nunca morirás, por lo menos en Aztlán. «La genealogía de las ideas morales justifica la teoría del dualismo social... Las diferencias primitivas entre buenos y malos no reconocen otro origen que la distinción entre clases dominadoras y muchedumbres sujetas a ellas». «Bueno es sinónimo de grande y poderoso, y Malo lo es de débil e impotente». «Las clases populares, los pobres, sirven exclusivamente para facilitar la formación de una aristocracia en el seno de la cual se verificará, en el porvenir, una selección que producirá una raza todavía superior, la del Superhombre». Me suena esto a Tarzán, a King Kong y compañía. ¡Qué hermoso es esto, sobre todo cuando se pertenece al otro bando. «El Superhombre será al hombre actual lo que éste es/será a los animales inferiores». ¡Qué animal eres! Por eso moriste en un manicomio. Te llevó la jodida, pues.

L.

Al día siguiente, un lobo que vestía de homo-sapiens andaba correteando y aullaba con una máscara en la cara. El coyote estiró una oreja y lo oyó. Abrió un ojo, y no vio. Estiró la otra oreja. Pasó el resto del día con sus antenas puntiagudas siguiendo el correteo de su contrincante el wolf-lobo. Caía el sol. Buscó el rastro, y lo siguió con el hocico. Se encontraron cara a cara. Se clavaron las pupilas, se enseñaron los colmillos y se insultaron.

-Coyote!

-Wolf!

-Coyote!

-Wolf!

-Coyote!

-Wolf!

Al wolf se le caían los ojos de sueño y de veneno. Alzó la pezuña, y no la pudo bajar. Sintió unos dientes clavados en el gaznate. El coyote se lamió el hocico y se encaminó hacia sus carnales. Después de aceptar las felicidades, el coyote se acostó para no levantarse más («Los pesticidas, mi General, los pesticidas»). Lo enterraron. Sobre la tierra pusieron una cruz («¿Por qué le ponen una cruz?». «Pos porque semos cristianos, ¿que no?». «Pos sí, pero... ¿y el cacto? ¿No debemos ponerle un cacto?». «¿Adónde está pues el cacto, mi General?». «El cacto viene detrás. Nuestros brothers y sisters de retaguardia lo trayen on their shoulders»).

Allá atrás habían quedado los de retaguardia. Marchaban despacio, a paso marcial («Uno, dos. Uno, dos. Derecha, izquierda. Derecha, izquierda»). Habían caminado durante muchas noches de muchos meses, de muchos años por la # 8, por la # 10, por la # 15 y por la # 20. Se habían encontrado, reunido y marchado por la # 25 («¡Hacia las Planicies! Uno, dos. Derecha, izquierda»). En el Norte de Aztlán, en las afueras de la # 25. En un campo, bajo el cielo limpio y estrellado, se habían congregado, juntado, meditado, opinado, rezado, hipnotizado, deliberado, declamado y declarado. Y cantado.

CORO
Nuestra religión, la Raza.
La Raza va a dominar.
Traemos para plantar
el cacto en la nueva casa.
CACTO
Soy dios de los desiertos,
soy el falo de la tierra
y a toda la que no quiera
la pico cuando yo quiero.

Los de adelante se pararon y esperaron a los de atrás. Millas atrás se habían quedado los de retaguardia. Venían bien formados. Marcaban el paso, con el cañón a cuestas. Era un cacto, de la familia de los sahuaros. Redondo, largo y bien dado. Verde, con estrías y espinas protegido. Estrías como venas, espinas como vellos. Al lomo venía de las cucarachas intrépidas. Lo habían desenterrado en el desierto fronterizo para llevarlo a cuestas a donde vivían el maíz y el trigo. Por la noche caminaban, y por el día se cobijaban bajo su sombra. Las hormigas trabajadoras y delicadas encontraban en él su nido. Un enjambre de abejas en sus entrañas hacían miel para comer y dar de comer en lo largo del trayecto. Fuente y manantial de vida y cría era.

A la caída del sol, los soldados y las soldadescas abrían los ojos y estiraban las patas. Se dirigían al cacto, se postraban en el suelo y sus cuitas expresaban. «¡Oh Cacto, dador y protector de vidas! ¡Te damos gracias contra el sol y los pesticidas!». Se levantaban, lamían el polvo de sus patas y sacudían las colas, las cabezas y las alas. Los topos, las chicharras, los sapos y las ranas ayudaban a subir el Cacto sobre el lomo de sus hermanas. Un ejército de cucarachas servía de ruedas al cañón de las batallas.

Entre oración y maldición, entre corrido y chillido dejaban atrás distancias. Tecolotes, coyotes y murciélagos atisbaban por los árboles, las lomas y los vientos.

-Oye, Teco, ahí va el troque del Mayate.

-Y los del barrio de Sanjo.

-Y los de San Anto.

-Y los de Los.

-Y los del Hoyo.

Los encapuchados andaban corriendo como frailes satánicos. Por las noches, sus hábitos fosforescentes brillaban cual lenguas ardientes en los brazos del viento. Almas en pena iban clavadas en las puntas de sus chuzos. Las cazaban en los ranchos, en los campos y en los hoyos. Bajo la tierra y bajo los naranjos, sobre el betabel y sobre los traques. Se las llevaban al Sur y en un campo abierto, que servía de cruz, las inmolaban y quemaban a su dios siniestro.

-Oye, Mi Gene Teco.

-Cuenta, mi Capi Zopi.

-Ayer vide una visión.

-¿Y cómo fue?

-Vide a Casimirón, al Chango, al Comunista y al Mayate arder en el fuego del infierno.

-¡Ay que mi Capi! ¡Pero si no hay infierno!

-¿Que no hay infierno?

-El infierno ya lo estamos sufriendo ahora, aquí.

-Pos eso. Yo los vide arder en un fil. Unos en forma de demonio los traiban...

-Los soldados enemigos, Capi, los soldados, que no los demonios.

-Pero si andaban vestidos de...

-Sí, sí. Luego seremos nosotros la ley, mi Capi Zopi.

-Y ¿cómo va eso, mi Gene Teco?

-Pos que nosotros seremos los diablos.

-Eso me da miedo, mi terco Teco.

-¡Qué poco sabes de la vida, mi zonzo Zopi!

-¡Usté dirá, mi General!

Pasó algún tiempo y, en las afueras de la Gran Quivira, los de retaguardia se juntaron a los de vanguardia. Aquéllos venían cansados, éstos recuperados. Los de retaguardia se sintieron mucho al ver la disparidad de la situación.

-Ése, carnales. Aquí ustedes estirando chancla y nosotros jodidos del lomo.

-Nel, carnales, nosotros aquí holding la fortress.

-Chale, ¡qué fortress ni qué jijo 'e la chingada! Bien panzones que se miran.

-¡Cálmense, cálmense y no se agüiten, que éstas son cosas de la guerra!

-¡Estás loco, Tecolote! ¡Quesque cosas de la guerra! ¿Qué guerra?

-Pos la guerra que vamos a peliar, pues. By the way, a mí me llaman «mi General», y no sean igualados.

-¡Chale, brothers! Aquí semos todos iguales. ¿O es que te crees un Pancho Villa, Teco? Esos tiempos ya se jueron.

-Ok, ok, no se me agüiten. Comprendo que vengan cansados. That's why ya he pensado que aquí, los carnales sapos, lleven la cruz a cuestas, como decía el otro. Y que ustedes descansen un día o dos.

-¿Un día o dos?... ¡Pos sí que estás ido de la mente! Además, for the record, lo que traibamos al lomo no es una cruz, que la cruz no sirve pa' cañón, ni pa' todo este relajo.

-Pos sí, tienen ustedes razón. A descansar, I've said. Y no me llamen Teco again, ansina nomás. ¿Me han oído?

-Yes, yes.

-Pos ansina es.

Se retiraron cada grupo por su lado. Representantes de cada especie y de cada banda se juntaron bajo un árbol. El árbol que le servía al Telecote de cama, de silla y de trono. Parloteó y masculló algunos sonidos el General, y los soldados asintieron con sus hocicos y cabezas. Horas después llamaron a la muchedumbre, y se acercaron arrastrando sus patas y sus panzas.

-Brothers y Sisters, carnales y carnalas. En una palabra, Camaradas. El War Committee o el March Committee, que con los dos nombres nos conocemos, ha decidido, después de motions y demotions, de callings y de questions y de chingadera y media que se leen en el Parlamentarian Rules de Roberts, que la marcha va a continuar mañana, a la caída del sol.

-¿Y nosotros qué? No nos has consultado, Teco meco.

-Just a minute! No me mientes eso de «meco», porque te saco el menudo, jijo 'e la...

-Sorry, mi General, no les haga caso, porque, como usted sabe, mi General, siempre hay en todas partes alguna gente malcriada, mi General.

-Malcriada tu madre, cabrón. Tú lo que eres es que eres un puto, un vendido y un lambeculos.

-Eso, eso. El brother ese, Teco..., sorry, mi General, el brother ese quiere hueso. Wáchalo, mi General.

-¡Cállense todos! ¡Aquí quien manda soy yo! Para algo soy su General, y para algo he mercado, leyido y aplicado las rules del libro de las Parlamentarian Rules del mentado Roberts.

-Ésa es cosa de gringos, general Teco. Nosotros semos chicanos. ¿O es que te has vendido?

-Vendida tu madre, cabrón. Los Generales nunca se venden. Mira si no a mi general Villa. Ese sí que era hombre, pa' que vean. Ése sí que era General.

-Sí, pero nunca andaba con ese mentado libro, de ese mentado Robertos.

-Roberts, Roberts, que no Robertos.

-Lo que seya. Pancho Villa tenía su Code of Conduct de sus Dorados, y eso era todo. No era vendido.

-Es que en su tiempo entoavía no había el libro de Roberts. Y... y, by the way, ¿qué libro es ése del Code of Conduct de los Dorados? ¡Yo nunca lo vide!

-Ni lo verás, pues nunca se puso on paper. Lo llevaba en su cabeza.

-Pos si no lo puso on paper, no existe. Antonces tenemos que usar el de mister Roberts, y ya.

-Eso es cosa de gringos. Nosotros los chicanos no hablamos como ellos. Nosotros tenemos nuestras ways para hablar.

-Pa' peliarnos, pa' darnos chingazos y pa' mentarnos la madre. Ansina estamos como estamos, camaradas. Ésta es la puritita verdá.

-Se nos hace que ya te has vuelto gringo, general Teco.

Shut up, malcriado, shut up! Y no te olvides de «mi». «Mi General». Yo no soy gringo. Pero hay que usar las armas del gringo cuando tenemos que peliar contra el gringo. Hay que estudiarle los ways del gringo cuando nos enfrentamos con el gringo. Hay que...

-Antonces, ¿por qué no le peliamos al gringo de día instead of peliándole por la nochi? Y ¿por qué no mercamos un cañón de los de a de veras, instead of trayendo este cacto pirujo en nuestro lomo?

-Shut up, I've said! Shut up! That's all. Ustedes no pueden platicar como los hombres civilizados. Está visto. Yo soy el que soy. Soy el mero mero y, de pilón, traigo aquí el libro de Roberts en mi bolsa. Mañana salimos a la caída del sol, y ya.

Muchos se habían quedado molestos por el resultado de la discusión. Todos los animalitos de todas las especies se juntaron en grupos para sopesar lo ocurrido. Unos andaban picados, otros confusos. Unos creían que ya no eran necesarios los generales, que en tiempos modernos la masa, la gente ya estaba educada y podía actuar por sí misma. Otros decían que no, que la plebe todavía no estaba bien disciplinada y unida. Que se necesitaba una cabeza que diera órdenes. Otros discutían el tema de la igualdad. La igualdad cívica, la igualdad social, la igualdad de los sexos, la igualdad en el trabajo, la igualdad en la comida, la igualdad en la política, hasta la igualdad militar. «La igualdad no existe», decían unos. «Pero debiera existir», argüían otros. «¿Entonces qué?», preguntaban los de más allá. «La mera verdad, ¡quién sabe!», respondían los de más acá.

Mientras los diferentes grupos estaban ventilando éstas y otras cuestiones, un grupo de ranas se juntó a otro de cucarachas. Unas se fueron caminando y las otras saltando. Se escondieron bajo un matorral, al abrigo de las miradas de los otros grupos. Las ranas se sentaron en sus patas traseras y trataron de abrir las delanteras y descansar sobre la panza. Las cucarachas se subieron sobre unas piedrecitas para poder estar a la altura de los ojos de sus hermanas. Se movían de un lado al otro de las piedrecitas para poder ver consecutivamente los ojos separados de las ranas. Escondidas bajo el matorral, y lejos del resto de sus hermanos y hermanas, comenzaron a susurrarse en las antenas.

-Hermanas cucarachas, venimos a platicar con ustedes, porque hay algo que tenemos atravesado entre las orejas.

-Hablen pues, carnalas ranas. Que nosotros hablaremos después.

-Pos queríamos comunicarles que nos parece extraño que nuestro General le haya decido a nuestros sapos que lleven el cacto al lomo, ¿no creen, carnalas?

-Y ¿qué tiene eso de extraño?

-Pos que ellos no pueden. ¿No ven que los de nuestra especie no caminamos?

-Antonces, ¿qué hacen, si no pueden caminar?

-Pos damos brincos. Y con los brincos, o se cae el cacto, o no se puede dar brincos.

-Y ¿eso es todo?

-Pos sí, ¿no se les hace un problema grande?

-Pos no, no se nos hace un problema grande. Lo que sí se nos hace grave es que ustedes deberían estar celosas.

-¿Que qué? ¿Por qué?

-Celosas, porque a lo mejor y lo van a usar con otras.

-¿De qué platican ustedes?

-No se hagan, no se hagan. Pos con otras ranas, con otras cucarachas, con otras... diosas.

-¡Oh, oh! ¡Oh, boy! A nosotras ni se nos había pasado eso por la mente...

-Pos eso. Piénsenlo.

-Pero... y ¿cómo pensaron ustedes esas cosas, carnalas?

-Pos la experencia, carnalas, la experencia.

-Pero si... si nuestros sapos siempre nos hicieron el amor a nosotras, a las ranas. Allí merito junto al río. Bueno... algunas veces también en el mero río, pero... siempre a nosotras, a las ranas, de aquel lado del río y de este lado del río.

-No se hagan, no se hagan. A lo mejor y también dieron algún brinquito tierra adentro, y ustedes muy confiadas.

-Pos sí, ¿que no?

-Pos seguro que sí, ¿que no?

-Pos sabe...

-Pos... ¿qué hacer?

-Pos miren, carnalas ranas. Ahora hablamos nosotras. Les queremos decir que... no se fíen de sus ranos.

-Sapos, sisters, sapos, que no ranos.

-Pos sapos, pues. Como les venía diciendo y platicando..., pelen el ojo, porque tenemos entendido que los ranos, o sapos como queren ustedes, cuando se salen de sus aguas, cuando se meten a brincar por la tierra y por otros ambientes, crían otras mañas y se hacen muy mafiosos. Les gustan otras aguas.

-Pero, ¿que no decían cuando brincaban por la tierra?

-Pos sí, pero es un modo de decir. Nomás un modo de decir.

-Está bien. Pero... ¿y qué podemos hacer nosotras?

-Pos díganle a ese loco de Teco que le den el Cacto a otros carnales o carnalas que caminan y que no dan brincos.

-Gracias, carnalas, gracias.

Las cucarachas se apartaron encaminándose por entre la maleza, pero las ranas, muy pesarosas y meditabundas, se olvidaron de que iban saltando y pegando con la panza contra el suelo, produciendo un sonido fofo y sordo de vejiga preñada. Todos los animalitos se dieron la vuelta para otearlas. El Tecolote, con las pestañas y cejas levantadas, desde la rama de un arbusto, las observó cuidadosamente.

-¿De dónde vienen ustedes, si se puede saber?

-Pos venimos del excusado.

-¿Todas juntas?

-Todas juntas, ¿y qué?

-Pos que están mintiendo, porque yo, desde esta rama, no las vide con la pata parada.

-Es que nosotras no meamos con la pata parada, como diz que hacen los perros. Nosotras meamos, y ya.

-Pos yo las vide con el hocico parado, platicando con las cucarachas. ¿O es que también estaban ellas meando?

-Y ¿qué te importa a ti, meco Teco?

-¡¡¡Cabronas!!!

-¡Díganle, carnalas, díganle qué es lo que platicábamos, y ansina se le saque lo de metiche!

-Pos que... se nos hace que los sapos no deben llevar al lomo el Cacto.

-Y ¿por qué, si se puede saber?

-Pos que... porque dan brincos y se les puede caer.

-«Pos que... porque dan brincos y se les puede caer...». Y ¿por qué no se les cae cuando están encaramados en ustedes? Digan, ¿por qué no se les cae? A ver, digan.

-Pos porque... no nos pregunte, nuestro General, no nos pregunte, que nos da mucha güergüenza.

-Te lo vamos a decir nosotras a ti, y a todos los sapos y a todos los que se creyan muy machos.

-¡Cállense ustedes la boca, malcriadas!

-Pos nos vas a oír. Porque ustedes todos son una bola de cabrones. No se les puede ya tener confianza. Transponen fronteras, trasponen ríos, trasponen campos, traques y todo, y se encaraman a parejo en todas. No les importa quiénes seyan, nosotras, ellas, las de dos patas, cuatro patas, ocho patas... Todas parejo. Cactos chiquitos, cactos medianos, cactos grandes, todos los cactos, todos parejo. No se les puede tener confianza. Es una güergüenza. Por eso traibamos nosotras el cacto, no más que por eso.

-Para chupárselo ustedes, ¿que no?

-Sinvergüenza, malcriado, cabrón meco Teco.

-¡Cállense y tengan respeto, que pa' eso soy su General!

-¡Fuchi!

Esa noche sopló fuerte por todas partes. Oleadas de aire caliente se iban superponiendo, mezclando, entrelazando con otros más frescos y húmedos. La Zandunga y la Malinche venían desinflando sus pulmones por el Sureste y por el Suroeste. Venían los cornucopios arando la tierra, como cuerno de toro en muslo de dama. Truenos en las hondanadas y relámpagos en las montañas estremecían a la dama del alba.

-¡Cabrones, hijos míos, que...!

-¡... que se los lleva la chingada!

-¡Tengo miedo, mano, tengo miedo!

-¡Coyón eres, maricas!

-Pos... ¿por qué te escondes tú, pues?

-¡Porque tengo frío!

-¡Es la muerte!

-¡A lo mejor y es una señal!

-¡Será la Llorona!

-¡Que n'hombre, que no es esa cabrona!

-¡Que no llamen cabrona a la Llorona!

-¡Que nos va a coger!

-¡Coger... a tu madre!

Shut up, coyones! ¿O es que nunca oyeron tronar?

Un relámpago cayó sobre un árbol contiguo y le decapitó la copa. El Tecolote palmoteó las alas y, con las plumas espeluznadas, revoloteaba entre las ramas cacareando cluecadas y periqueando insolencias. Después de un buen rato regresó, asentó una pata sobre una rama y luego la otra. Desconfiado o atemorizado, o ambas cosas a la vez, permaneció con las alas un tanto al aire y sin replegar. En las extremidades del cuello palenquero aparecían dos ojos embrujados y sanguinolentos. Del pico entreabierto se le escapó:

-¡Seas quien seas, eres lo que eres!

-¡A mí no me espantas, sólo a las mujeres!

La otra cornucopia lanzó otro relámpago, clavándolo en la cresta del árbol a su izquierda. Al Tecolote se le quedó congelada otra estrofa en la garganta. Sonidos ininteligibles revolotearon sobre los soldados desperdigados por todas partes. Una cucaracha asomó la cabeza por debajo de una mojada tabla.

-¡Quesque «mi General»!

-¡Lo que es es que eres un bruto animal!

Una pluma, larga y aterrorizada, bajaba zigzagueando y al aire sorteando. Las cabecitas iban apareciendo unas detrás de otras, con sus ojitos aureolados por grandes ojeras. Una rana, de patas arriba, recibió en su frío vientre la liviana y verdosa cobija.

-¡Qué picture tan chula!

-¡Con la panza tan llena!

-¡Si será alguna seña!

-¡Si será alguna burla!

Al amanecer, se les fueron los sustos y los temores. Una cucaracha divisó un bulto sobre una rama quebrada. Le susurró a otra, luego a otra, después a otra, más tarde a otra. Al poco tiempo estaban todas y todos dándose con los picos de las boquitas contra el suelo a carcajada batiente.

-¡Quesque «mi General»!

-¡Si es purito coyón!

-Ya se lo decía yo, simón.

-No hacía más que cacarear.

Un malestar en el oído le hizo sacar la cabeza que tenía cobijada bajo el ala. Se la miró de improviso. Abrió más los párpados. No se lo podía creer. Se los frotó contra el ala, después contra la rama, y más tarde con las uñas de la pata izquierda.

-¡Qué es lo que miro! -se preguntó.

-No puedes mirar lo que no tienes -alguien contestó.

-¿Qué me ha pasao?

-Te han desmadrao.

-Pero ¿qué me ha pasao?

-Una pluma del fundío te han sacao.

-La de la vergüenza.

-Para que no se crea.

-¡Chingada Malinche! ¡Chingada Zandunga! ¡Chingadas hermanas!

Palabras crueles y miradas compasivas se cruzaron y mezclaron. Iban dejando estelas de cola maloliente y destellos de humanidad. Se fueron adormeciendo los ánimos con los últimos fulgores de la noche y el turbio brillo de la estrella matutina. Tenían que dormir, porque partirían al atardecer de ese día. Las persianas de los ojos del Tecolote comenzaban a ceder bajo la pesadez del sueño, del cansancio y del rasgar de una guitarra. Los grupos de los subalternos, bajo la gasa del alba, el cansancio de los cuerpos, la neblina licorina y el arrullo de la melodía, lo imitaban. El Tecolote, desde la rama del árbol, y con los ojos vidriosos, los observaba. Pesadamente dejó caer la mirada sobre el grupo que estaba de guardia. En forma de círculo se habían colocado. Un fuego en el centro habían prendido. Y el Cacto a un lado. Al cariño de la brisa, se mecían las lenguas de fuego. En las caras de los guardias, proyectaban su reflejo. Picos, antenas y hocicos se deformaban al impulso del movimiento del viento. En el vaivén del calor de las lenguas de las llamas, el claroscuro de las estrías del Cacto se estremecían. Erecto, como dios de desiertos y planicies, se mantenía.

Y la persiana del Tecolote seguía cediendo. Clavó la mirada vaga en la esbeltez del sueño. Y la uña rasgando la guitarra.


Cacto
radiante
de espinas y de estrías.
Lengua ardiente
de fuego
lamía.

La gasa, que a la pupila cubría, lo mecía. Se estiraba y se encogía, despertaba y se dormía. El párpado cayó, y la impresión se gravó.


Flecha
de gigantesco
arquero
que buscas el centro
del círculo del blanco.
Meta blanca
blanca meta.
Mete dentro
el centro
en el centro de la meta.
Meta redonda
de círculos concéntricos.
Circo
de círculos machihembros.
Gigante Cacto
en el campo clavado.

Por delante de la pupila dilatada pasaban campos y planicies de trigales y maizales en sazón. Alfombra aterciopelada y dorada de princesa y de diosa en busca de calor. Jungla profunda y fecunda de mieses para el segador.


Boca de volcán ansiosa de estallar.
Capullo cerrado pidiendo reventar.
Retina virginal sedienta de preñar.
Hiedra de primavera cansada de orear.
Dama ensangrentada aburrida de esperar.
Flecha de arquero que va buscando el cero.
Bala de cañón disparando su munición.
Cornucopia de huracán dejando va su afán.
Boa venenosa metiéndose en la ventosa.
Cacto de palo machacando va el falo.

Levantó las persianas de los ojos y, con movimiento bizco, vio pasar por delante una flecha de fuego que rompía la serenidad del aire matinal. Confuso y estremecido levantó la cola y, del pico medio abierto, se le escapó un suspiro:


¡Ay!...
¡Tecolotita de mi alma!
¡Qué cosas van a pasar!
No te vayas a escandalizar
pero esta gente busca una cama
para trabajar
y descansar.
¡Ay!,
que lo que tenía que pasar tiene que pasar.
¡Ay!...

Había luna llena. Cara y cejas maquilladas por Avon. Boca de entrepierna y concha de abulón. Vestida de negro estaba la dama de la noche. Una gasa de luto cubría su cuerpo, como red en el fondo del mar. Un túnel preñado de topos, una telaraña encima de la greña. Como dos líneas férreas, las rayas dibujando culebras dispuestas a picar. Luna llena de cara pálida y cirugía plástica. Vientre oscuro y membrana elástica. Albergue de topos y de hormigas casa. Paraguas oscuro, invertido meadero de cacto y de mango. Varillas de venas y de sangre, conductos de semen y de rayos. Telaraña rubicunda disfrazada por el sudario de la noche. Y el Tecolote soñaba y soñaba con la cabeza bajo el ala.

NEWSBREAK... Once again, the Federal Government has sent more money to the South-of-the-border Governments to carry out, in a more orderly fashion, a large quantity of contraceptives to curtail the population explosion those poor countries are experiencing.



TELENOTICIERO... En el periódico El trópico ha aparecido un editorial que dice «El gobierno de nuestro país ha construido varios almacenes clínicos con grandes frigoríficos en donde se podrán conservar, por un período indefinido, el semen varonil que corre peligro, y que muchos han donado voluntariamente». Parece ser que ese gobierno está tomando precauciones necesarias.



Allí estaba. El águila, con sus alas abiertas y encanecidas, flotaba cual emperatriz del cielo y de los aires. Sus alas multicolores ocultaban el sol y las estrellas. Plumas estriadas disfrazando caprichosas franjas y barras. Sus ojos diminutos irradiando la luz de múltiples estrellas azuladas. Y sobre la mies y la majada, su sombra oscura y caduca proyectaba.

Allí estaban. Era por el alba. Los ojos de las estrellas los activaban. Inmensa planicie ante sus ojos se desparramaba. La contemplaron durante días y semanas. Centenares, millares de ojitos pardos se extasiaron. Divina magia. Generaciones y centenarios desfilaban ante sus recuerdos y mentes aprisionadas. Espiga de trigo y mazorcas de maíz como pies de oropéndolas y de tucanes dialogando su esplendoroso llanto de largo destierro forzado. Con sus picos imploraban, pero sus pies atados estaban.

Allí estaban. Después de una larga y penosa marcha. Por colinas, por túneles, por caminos de hierro, por valles y por fábricas. Por ríos y canales, por carreteras y por alambradas. Ante la mies se encontraban. Planicies y aguas. Agua fertilizante, tierra fertilizada. La Gran Quivira y la Planicie Iowa. North Platter River, Solomon Riber y Sioux River. Moon Lake, Webster Lake y Spirit Lake. Nombres gringos, nombres judíos y también nombres indios. Y el trigo y el maíz allí estaban. Inmensa satisfacción.

Inmensa consternación. Los badajos al águila llamaban. La campana resonaba, por toda la tierra era. Era la era. La ERA. La primera Presidenta. Por los nervios, por los capilares y por los cabellos corría el mensaje enviado a todas partes. Por el Este y por el Oeste, por el Norte y por el Sur. Cables y mensajes enlutados eran. La Presidenta era. Un infarto, una trombosis o un parto. Las caras enlutadas de los encapuchados marchaban cabizbajas. Distraídas, caminaban bajo el llanto de la campana rajada. Campana de la Independencia, campana de la jodienda. Badajo de campana, cacto de membrana. A ambos lados llamaba. Llamada era, destino era.

-Si parecen zonzos. Ahí nomás con los picos y con las bocas abiertas. Déjense ya de contemplar y pónganse a trabajar. ¡O es que se creyen que le van a cayer tortillas calientitas del cielo? ¿Ansina nomás?

-¡Cállate tú la boca, que nomás sabes periquear!

-¡Respeto, que soy su General!

-Tú ya no eres nuestro General. Decidimos que no necesitábamos General, ni bosses ni nada.

-¿Desde cuándo, si se puede saber?

-Desde que nos juntamos en Asamblea General.

-I see. Pero, ¿cuándo y qué decidieron, pues?

-Antier decidimos que ya no te necesitábamos.

-Y ¿siguieron las Parlarnentarian Rules de Roberts?

-No. Nomás chicano Talk. Platicamos..., ¿tú sabes?

-¿Y?

-Pos decidimos que cada uno hiciera lo que el instinto le dijera.

-Como siempre. No saben proceder como gente civilizada. Con orden, como pide Roberts, y el Law and Order mentado.

-Tú estás tapado, Teco. ¿Cuándo te informarás de que eso no va con nosotros? Nosotros semos diferentes. Tenemos un Law and Order nuestro, y de más ninguién. El instinto, pues. Las cucarachas tenemos el nuestro, las ranas el suyo, los topos el de ellos y ansina todos.

-¡Carajo! Pos es un mess.

-Mess o no mess. Ansina es.

Después de una larga contemplación extática, decidieron separarse para encaminarse cada especie por su sendero. De la # 25, unos se fueron por la # 10 y otros por la # 80, hasta llegar a la # 35. Centenares y millares se fueron desparramando y encercando. Unos se quedaron en el origen y otros se encaminaron hasta el fin, quedándose la mayor parte esparcidos razonablemente a equidistancias. Rodearon el terreno ovalado antes de comenzar el trabajo. Como una campana, como una ventosa, como un estadio olímpico, como una boca de volcán, como una corona y cona dibujaron. Se adentraron. En perpendicular bajaban, en vertical subían. En horizontal marchaban, en paralelas desfilaban. Y en circular y oval cercaban.

Bajo sus capuchas y uniformes desfilaban por la # 495, la Beltway. Hacia la Rotonda iban. Al paso marcial del Tannhaüser. Serios como Kaisers. Caras afiladas y afeitadas temblaban con la resonancia de las botas enlodadas. Seguían a la tétrica comitiva cascos, fusiles y cañones de acero. Multitudes de carros, de muletas y de sillas-de-ruedas formaban el cortejo. Estridencias de Mendelssohn se alternaban con las de Beethoven en armónico desacuerdo. Allí estaba Sousa. Y un carro de caballos al descubierto portaba una bandera y un féretro. Cuerpo de emperatriz y de diosa yacente en un caduco entierro.

Y en una fragua, un hermano herrero, derritía, para una herradura, un hierro. Hierro duro, hierro redondo, hierro color hierro. Con una mano lo metía y lo sacaba, lo sacaba y lo metía. Un chivo gemía y un caballo pateaba. Un martillo lo exprimía y un yunque tamboreaba.

Querido Karl M.:

A ver si te pones de acuerdo con tu hermano Federico, no tu maestro Hegel, sino con el otro, Nietzsche. ¿En qué quedamos, pues? ¿En que hay superiores-inferiores (diferentes) o en que todos somos iguales (idénticos)? Cuéntaselo a tus hijos-sobrinos sajones GMC y compañía., a ver si te creen. Mejor no, no se lo digas, porque te llamarían, además de comunista, bastardo. ¡Si vieras qué rechonchos se han puesto los Growers con la plusvalía chicana! Pero no te preocupes, se están muriendo del corazón. ¿Será cierto que después chingaremos nosotros? Tanto es el contento que tengo que no muero porque me muero.

L.

Por la explanada se metieron en vertical y en horizontal. Por entre los surcos, por entre la mies, por entre los rizos de cañaverales y de pajales. Bajo la brisa del día ondeaban las cabecitas de la melena. Subían y se entrecruzaban como brazos de enredadera. Espigas de trigo y mazorcas de maíz. Comieron y se saciaron de centenarios de años de espera.

Los chapulines volaron como chicharras sobre la ancha explanada. Un sol estival frotaba las alas extrayendo una música ensordecedora. Se esparcieron y cayeron como plaga. Las ranas y los sapos se encaminaron hacia el agua. Agua de pantanos, de regadío y de lago Spirit Lake, Moon Lake. Bajo el calor de la luna se hicieron el amor. En el agua y en el lago. Los gusanos y las culebras abrían surcos y veredas para preparar la sementera. Los topos y las hormigas perforaban y se metían en la tierra. Y el tecolote con el zopilote se cimbreaban en una rama de un árbol solitario.

-Mire, mi General. ¡Qué vista tan chula! Son sus soldados. ¡Cómo le entran!

-Sí, mi Capitán. Pero los soldados ya no necesitan General.

-No se haga, no se haga, que usté es el mero prencipal.

-Yo lo fui en mis años jóvenes, pero ahora ya voy para viejo.

-Si la gente todavía habla y platica, ¿cómo entiende usté eso?

-La gente es mitotera, pero la verdá es que no las puedo.

-Pero la cucaracha miss Sinforianita me platicó que luego luego...

-¡Pos, luego! ¿Te crees que nomás soy un loro parlero?

-¡Ay que mi General! Usté no tiene remedio.

Centenares, millares de sillas-de-ruedas daban vueltas por la Beltway y la Rotonda. En el centro, en una estrella de cinco (o eran seis) picos, reposaban los restos. Arabia e Israel, Panamá y Watergate, el KKK y la CIA. Cinco o seis narigudos que apuntaban a cinco o seis continentes. Cirugías plásticas con intestinos de Gerbers en sillas-de-ruedas circundaban la cobija policromada rodeada de estrellas. Tiovivos y carruseles de fetos sexagenarios giraban aturdidos por la droga y los desmayos. Cincuenta y tantas estatuas representando otros tantos estados contemplaban la escena trágica con marmóreo pasmo. Quirófano político. Desde la galería, los doctores estudiaban el malestar de la yacente dama. Técnicos y doctores examinaban la red complicada de nervios, de células y de cabellos de la masa grisácea. «Computadora disecada» («Just allergies, Darling, just allergies»).

Por los surcos de la Planicie, por los canales de los ríos, por los túneles de las lomas corrían animalitos procreando críos. Se habían concentrado en gran gentío.

-¡Algo falta!

-¡Falta algo!

Correteaban como si fuera por su casa. Hermanos y hermanas, primos y carnales, buscaban lo que les faltaba.

-¡Quesque no necesitan General! ¿Eh?

El Tecolote saltaba de rama en rama. Quisiera meterse en la manada, pero se sentía abatido.

-¡No necesitamos General! ¡Es otra cosa más prencipal!

El General se rascó el pico con la uña. Espeluznó el plumaje y palmoteó las plumas de coraje. Estiró el cuello, abrió los ojos y carraspeó el gaznate.

-¡No sean mensos! Ustedes se olvidaron de algo y no saben de qué. Admítanlo, no saben. Yo lo sé. Yo soy el wisdom. Por algo soy el que soy, lo que soy. Por algo soy General. Por algo soy Tecolote. No se hagan. Yo sé lo que les falta.

-Pos a ver. ¡Habla!

-Pos el Cacto, zonzos, el Cacto.

-Pos tienes razón. El Cacto.

En algún lugar de la Planicie habían dejado el Cacto tendido en una hondonada. Las hormigas y las abejas habían trabajado sin descanso, almacenando comida y fabricando dulce miel. Las abejas habían confeccionado un gran panal en la protuberancia del tronco y de la raíz. Cabeza y boca cubiertas de miel. A lo largo del rotundo cuerpo, las hormigas mineras habían rellenado de comida las venas. Canales y túneles cargados de vida y de sementera.

Un volcán centenario había vomitado uno como molcajete en el que una cucaracha molía comino, chile y más especies. Vuelta y vuelta, muele que te muele, con el palote en la mano a mete y mete. Los cucarachos venían, se movían y saltaban. Se lamían los hocicos, se estiraban los palos y se los cogían con las manos.

NEWSBREAK... Again, for the second time, from the South and from the West, from the Gulf and from Baja two huracanes, Zandunga and Malinche, are expected to hit the Planes. Our wheat and our corn are in peril!



El choque de temperaturas y las corrientes de los vientos estivales se cirnieron por Quivira. Un gigantesco toro se lanzó con su dos preñados cuernos. Por la lejanía venían echando fuego. Se juntaron, y el estampido se produjo en el firmamento. Un remolino cornucópico, empujado por un rayo, hirió fieramente el suelo. Y el dragón escupió pedruscos del tamaño de huevos.

-¡Cabronas hermanas, que nos vienen jodiendo!

-¡Que nos vienen a ayudar!

-¡Que nos vienen a chingar!

-¡Mira nomás! ¡Qué hoyo tan chulo han hecho!

Habían atravesado surcos, canales, túneles y lagos de la selva, por la selva de la mies. Llegaron al gran hoyo. Desde la sima se asomaban piquitos, hociquitos y ojitos. Una gran boca de labios rosados en una fronda de cabello dorado. Millares de hormigas y de cucarachas prestaron el lomo y las patas. Se iban metiendo bajo el Cacto. El cosquilleo era intenso y el tronco apretado. La boca volcánica estaba sedienta. Oro estival cubría la Planicie de maíz y de trigal. La siega y la trilla se habían llevado a cabo. Era hora de la molienda.

A las cucarachas y a las hormigas ayudaron todos los grupos de todas las especies de todos los animales. Unos levantando, otros empujando y otros jalando. Lo pusieron en la vertiente del precipicio. Como un columpio movido por fuerzas opuestas, se balanceaba sobre el fiel. Una fuerza centrífuga lo empujó y otra fuerza centrípeta lo jaló. Boca y pezón, campana y badajo, palote y molcajete, ventosa y cornucopia, planicie y cacto. Un estallido se oyó y la Planicie se estremeció. «¡Ayyy...!».

En Arlington Cemetery se enterró. Carrozas mortuorias y sillas-de-ruedas rodaban por el pálido zacate cortado a rape. El catafalco descendió y la comitiva se marchó. Melenas peinadas, en desfile encanecido, se perdieron.

NEWSFINAL... Although at this very moment we still don't know in which precise State, it is said that in the East one lady, at the age of fifty five, has given birth to a bab... to a ma... to a human that has the looks of a grown man, even though he is a baby.



TELENOTICIERO... Se dice que en uno de los estados del Atlántico las mujeres están dando a luz a niños que son más hombres que bebés. La medicina ha inventado una hormona para que las mujeres cincuentonas, que no han querido tener niños de jóvenes, puedan tenerlos de viejas. Pero se rumoriza que el gobierno anda preocupado. Teme que la Raza perezca.




ABAJO metían las palas, para roturar el campo.
Campo cubierto de trigo, de maíz bien sazonado.
Las hoces segaban la paja, doblándose sobre sí misma.
Para ABAJO caía la espiga, para ARRIBA subía el tallo.
Andaban los segadores, afanados cual hormigas,
corriendo de Sur a Norte, buscando dejar vida.
El rastrojo bien aplanado, se hallaba todo esparcido
por el ancho campo dorado, cual melena que espera cría.
ABAJO cae otra vez, la pala buscando entraña,
el badajo de la campana, tocando está a campaña.
El badajo tocó a misa
y la campana boca ARRIBA.
Los fieles se reunieron
para asistir al acto.
ABAJO se dirije el badajo y la campana boca ARRIBA.
ABAJO va el Cacto, la vida sube ARRIBA.
ABAJO vida
Cacto ARRIBA
ABAJO badajo
Cacto ARRIBA
¡Ay... de mis hijos! ABAJO-ARRIBA «¡Ay... de mis hijos!»
BAJO-RIA
BAJARE
¡Que yo no he sido! BAJARIA ¡La que los crucificó!
¡AY BARRIGA!
¡AY VERIJA!
¡Que fue esa HIJA la piruja!
«All my sons. All»
¡OUCH!

Se quedó sola, sola se quedó. Bajo el frío epitafio se desintegró. El ciclo se cerró y reverdeció el camposanto. Cuadrúpedos y aves se abrazaban, y en la paz del espíritu se besaron. Y criaban. Y el cerebro se acabó.

Borbotones de semen y de sangre corrían y se mezclaban en la Planicie. Fuertes golpes llamaban a la puerta dorada. La dama abrió la puerta y se quedaron en casa. Puerta dorada, sanguínea aldaba. Por los pasillos y corredores corría un hormiguero de semen. Llegó a la antesala y, después, a la sala. Huevos dorados de gallina mitológica. El gallo picó y la cáscara se abrió.

Huevo gigantesco despidiendo yema y clara. Arco iris volcánico de multicolora lava. Estremecimiento de diosa sacudió todo el templo. Y la tierra se resquebrajó pariendo nueva raza. Se oyó por toda la Planicie un gran estruendo, y una boca de cornucopia arrojó millares de frutos por el firmamento.

Por el aire se asomó Vulcano, el fraguador, derritiendo elementos en su crisol.

-Mamá, ¡qué me pasó!

-... ¿Ya te sientes mejor?

-Tengo mucho dolor.

-¡Fue una gran contusión, dijo el doctor!

-Y a Xóchitl, ¿qué le pasó?

-Nada, mijo. Está en un pedegree show.







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