Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoLas leyes del juego

(Diálogo vario de la ciudad de Valencia)


 

BORJA, CENTELLAS y CABANILLAS.

 

BORJA. -  ¿De dónde vienes, dilecto Centellas?

CENTELLAS. -  De Lutecia.

BORJA. -  ¿De qué Lutecia?

CENTELLAS. -  ¿Y lo preguntas cual si hubiese más de una?

BORJA. -  Pues aunque sólo haya una, no sé cuál es.

CENTELLAS. -  Lutecia es París.

BORJA. -  Muchas veces oí nombrar a París, pero ninguna a Lutecia. Esta es, pues, la villa que nosotros llamamos París, y el haber estado tú en ella la causa de que en tanto tiempo no se te viese en Valencia y de que faltases del trinquete de la nobleza.

CENTELLAS. -  En París vi otros juegos de pelota, y también escuelas y estudios más útiles y más nobles que estos vuestros.

BORJA. -  ¿Qué estudios, dime?

CENTELLAS. -  Treinta cátedras, poco más o menos, en aquella Universidad, con maestros llenos de ciencia y erudición, y juventud muy aplicada al estudio y de muy buenas costumbres.

BORJA. -  O sea vulgo.

CENTELLAS. -  ¿A qué llamas vulgo?

BORJA. -  A las heces de la república, que son los hijos de zapateros, tejedores, barberos, sastres y otros menestrales y oficiales mecánicos.

CENTELLAS. -  Por lo que veo, en esta ciudad medís a todo el mundo por vuestro sentir, pensando que las costumbres de aquí son las de toda Europa. Y yo digo que allí hay muchísimos hijos de príncipes, grandes, nobles y hombres ricos, y no sólo de Francia, sino también de Alemania, Italia, Inglaterra, España y. los Países Bajos, muy aplicados a los estudios y obedientes a los maestros, en cuyas costumbres se instruyen con palabras y hasta con fuertes reprensiones y, cuando es menester, sufriendo castigos rigurosos, que reciben y sufren con paciencia y modestia.

CABANILLAS. -  Muchas veces oí eso mismo estando en la Embajada en Francia del rey D. Fernando. Pero deja esto ahora, o difiérelo. ¿No ves que estamos en el trinquete del Milagro junto al de las Carrozas? Hablemos del juego de pelota para recrearnos.

CENTELLAS. -  Y no nos sentemos, sino hablemos paseando. ¿Por dónde iremos? ¿Por San Esteban o por la puerta Real, y entonces visitaremos en su palacio a D. Fernando, duque de Calabria?

CABANILLAS. -  No, que turbaríamos los estudios de tan sabio varón.

BORJA. -  Mejor será que nos traigan mulas para hablar montados en ellas.

CABANILLAS. -  Nada de cabalgar ahora. Es apacible el tiempo, sopla un aire grato; mejor será pasear a pie.

BORJA. -  Pues vayamos por San Juan del Hospital a la calle del Mar.

CABANILLAS. -  Veremos de paso hermosos rostros.

BORJA. -  ¿A pie? No parece decoroso.

CENTELLAS. -  Menos decoroso, en mi opinión, es que los hombres teman las censuras de mozas necias e indiscretas.

CABANILLAS. -  ¿Quieres que vayamos derechos por la plaza de la Higuera y por Santa Tecla?

CENTELLAS. -  No; iremos por la calle de la Taberna del Gallo, que quiero ver la casa donde nació mi amigo Vives, la que, según tengo oído, está bajando la calle a lo último y a mano izquierda; así visitaré a sus hermanas.

BORJA. -  Deja ahora de visitar mujeres. Si quieres hablar con alguna señora vayamos a casa de Angela Zapata, con quien hablaremos de cosas de literatura.

CABANILLAS. -  Si esto deseáis, ojalá estuviese aquí, la marquesa de Zenete.

CENTELLAS. -  En verdad que oí en Francia hablar de ella. Mas la materia es harto considerable para ser tratada ligeramente por los que tienen otras ocupaciones.

BORJA. -  Subamos hacia San Martín y luego bajaremos por la calle de Valesio a la plaza de Villarrasa.

CABANILLAS. -  Bien, y luego al trinquete de Barcia o al de los Mascones.

BORJA. -  ¿Tenéis en Francia juegos públicos como, aquí?

CENTELLAS. -  No puedo darte razón sino de París, y allí no hay ni uno. Particulares hay muchos en los arrabales de Santiago, San Marcelo y San Germán.

CABANILLAS. -  Y en esa misma villa hay uno famosísimo que llaman Braccæ.

BORJA. -  ¿Juegan allí del mismo modo que aquí?

CENTELLAS. -  Sin ninguna diferencia. Allí el maestro de juego da gorras y zapatos para jugar.

BORJA. -  ¿Cómo son?

CENTELLAS. -  Los zapatos, de fieltro.

BORJA. -  Para aquí no serían buenos.

CABANILLAS. -  Por las muchas piedras del suelo; y en Francia y en Flandes juegan sobre un piso llano, e igual de ladrillos.

CENTELLAS. -  Las gorras de verano son ligeras, y las de invierno fuertes y grandes, con trabilla bajo la barba para que con el movimiento no caigan de la cabeza ni sobre los ojos.

BORJA. -  Aquí no usamos de trabillas sino cuando es fuerte el viento. Dime: ¿con qué pelotas juegan?

CENTELLAS. -  De viento casi con ninguna, como aquí. Aquéllas son más pequeñas, mucho más duras, de cuero blanco. La borra no es de lana, sino de pelos de perro; por esto raras veces juegan con la palma de la mano.

BORJA. -  ¿Cómo, entonces? ¿Con el puño, cual nosotros con las pelotas de viento?

CENTELLAS. -  No, sino con raquetas.

BORJA. -  ¿Hechas de hilo?

CENTELLAS. -  De cuerdas de tripa, gruesas, como las sextas de la vihuela. De un lado a otro tienden una cuerda, como aquí con los juegos de nuestras casas, y es falta echar la pelota por bajo de la cuerda. Las señales o metas, marcadas a ambos lados, son los números cuatro, quince, treinta y cuarenta y cinco. Es ventaja estar a dos, tres, etc. Se vence cuando se gana el juego y también cuando se gana raya. La pelota o se devuelve de voleo o del primer bote, porque de rebote el golpe no tiene fuerza, y se hace raya allí donde hirió.

BORJA. -  ¿Y no hay más juegos que los de pelota?

CENTELLAS. -  Hay tantos como aquí. Pero los maestros no permiten a los estudiantes otro juego que éste, aunque en secreto juegan a los naipes, a la taba los niños y a los dados los mozos. Nosotros teníamos un maestro llamado Anneo, que en Carnestolendas nos dejaba jugar a los naipes, aunque para éste y todos los juegos había puesto seis leyes, que estaban escritas en una tablilla.

BORJA. -  Dínoslas como nos relataste las demás cosas.

CENTELLAS. -  Os las diré paseando, que tengo grandes deseos de ver mi patria, que en tanto tiempo no vi.

BORJA. -  Montemos en mulas para pasear con mayor comodidad y decencia.

CENTELLAS. -  A mí se me da una higa de esta decencia.

BORJA. -  Y a mí, si se ha de decir verdad; mas pienso que eso es lo que mejor nos conviene.

CABANILLAS. -  Me parece bien, pero somos tres y por el gran concurso de gentes, en las calles estrechas habríamos de apartarnos los unos de los otros,. con lo que se cortaría la conversación o alguno no la oiría.

BORJA. -  Pues vayamos a pie, enhorabuena. Entremos por este callejón a la plaza de Peñarroches.

CENTELLAS. -  Y de allí, por las calles de Cerrajeros y de Confiteros, al Mercado.

BORJA. -  O sea la plaza de las Berzas.

CENTELLAS. -  Tanto da. Los que gusten de berzas llámenla bercería, y los que de frutas, frutería. ¡Qué mercado tan grande! ¡Qué buen orden y distribución de vendedores y mercaderías! ¡Qué olor el de estas frutas! ¡Qué variedad, cuánta hermosura y qué grande aseo! No hay huertos iguales a los que abastecen esta ciudad, ni diligencia que iguale a la del almotacén y sus ministros para que nadie engañe al comprador. ¿Es Honorato Juan aquel que va en la mula?

CABANILLAS. -  No, a mi parecer, porque ha poco dijo a uno de mis criados que se retiraba a su librería para estudiar. Si supiese que estábamos aquí, vendría a nuestra conversación alegre, dejando sus estudios serios.

BORJA. -  Dinos ya las leyes del juego.

CENTELLAS. -  Separémonos de esta multitud por la plaza de la Merced a la calle del Fumeral o de San Agustín, que son menos frecuentadas.

CABANILLAS. -  No nos alejemos tanto del centro de la ciudad. Más bien subamos al Tros-Alt por la calle de la Bolsería. Después iremos a la calle de los Caballeros y a la casa de vuestra familia, que aun me parece que lloran a aquel héroe que se llamó conde de la Oliva.

BORJA. -  O acaso dejaran el luto, alegrándose de que tal joven suceda a tan grande anciano.

CENTELLAS. -  ¡Cuánto me place ver la casa del Gobernador y de los Cuatro Tribunales, que parecen, Cabanillas, vinculados en vuestra familia! ¡El Civil, el Criminal, el de los Trescientos sueldos! ¡Qué edificios! ¡Qué bella ciudad!

BORJA. -  Ningún sitio mejor que esta plaza y esta Audiencia para hablar de leyes. Dinos ya las del juego, que más y mejores ocasiones tendremos para alabar o decir las maravillas de nuestra ciudad.

CENTELLAS. -  Ley primera: Cuándo se ha de jugar. - Fue criado el hombre para cosas serias, no para juegos y burlas. Mas los juegos se inventaron para recreo del ánimo fatigado de las cosas serias. Sólo, pues, se debe jugar cuando estuvieran cansado el ánimo o el cuerpo, tomando el juego no de otra suerte que la comida, la bebida, el sueño y las demás cosas que renuevan y reparan, porque tomado de otro modo sería vicio, como cuantas cosas se hacen fuera de tiempo.

Ley segunda: Con quién se ha de jugar. - Así como cuando emprendes un viaje o concurres a algún convite miras cuidadoso los compañeros que has de tener también en el juego has de procurar que sean conocidos tuyos estos compañeros, porque con los que no lo son de verdad reza lo que dijo Plauto: El hombre es lobo para el hombre a que no conoce. Sean graciosos, joviales y corteses, con los que no haya peligro de riñas ni disputas en que digas o hagas cosa torpe o indecente. No juren, ni blasfemen, ni den suelta a palabras sucias para que de tal pestilencia no se te pegue algún vicio o mala costumbre. Y, finalmente, ponganse a jugar como tú, esto es, para alivio y descanso del trabajo.

Ley tercera: A qué juego se ha de jugar. -Ante todo a juego que se entienda, porque si se ignora no hay recreo ni para el que juega, ni para los compañeros, ni para los que miran. Se ha de procurar, mientras lo permitan la salud y el tiempo, que el juego, al par que diversión, sea ejercicio del cuerpo. Y también que no sea el juego de tal calidad que dependa todo de la suerte, sino que la experiencia y el saber corrijan los malos azares de la fortuna.

Ley cuarta: Qué se ha de apostar. - Ni se ha de jugar sin arriesgar nada, que es majadería y aun enfado, ni se ha de apostar tanto que te inquiete el juego y te sepa mal perder, porque así no sería juego,sino tormento.

Ley quinta: De qué modo se ha de jugar. - Al sentarte pensaras que vas a recrearte en el juego, comprando con algún dinero el reparo de la fatiga; que el juego es suerte, o sea cosa varia, incierta, mudable, por lo que si pierdes no sufres injuria alguna, y así el perder lo llevarás con paciencia, sin ceño, sin mostrar tristeza, sin maldecir de ti, ni de los compañeros ni de los mirones; y si ganas no mostrarás, soberbia ni enojarás a nadie con chistes. Serás, pues, alegre, gracioso, cortés, sin truhanería ni desenfado, ni harás insinuación a nadie de tramposo, villano o avariento, ni porfiarás, ni en modo alguno, aunque tengas razón, jurarás, que el negocio no importa tanto que hayas de poner a Dios por testigo. Recuerda que los que miran son como los jueces del juego, y cede a su dictamen sin dar señales de que no te parece bien. De esta suerte el juego es recreo, y también grata y generosa educación de un mancebo hidalgo.

Ley sexta: Cuánto tiempo se ha de jugar. - Hasta que conozcas que te reparaste y renovaste para el trabajo, y te llamen los negocios serios. Quien lo contrario hiciere, hará mal. ¡Queredlo y hacedlo así, caballeros!

BORJA Y CABANILLAS. -  ¡Como lo pides!



ArribaAbajoEl cuerpo del hombre por defuera

 

DURERO (pintor), GRINEO y BELÍO.

 

DURERO. -  ¡Idos de aquí! Bien sé que no me compraréis nada, que me estorbaréis, y que me impediréis que se acerquen los compradores.

GRINEO. -  Sí, queremos comprar con tal de que nos dejes señalar el precio a nosotros, fijando tú el plazo, o que nosotros señalemos el plazo y tú el precio.

DURERO. -  ¡Lindo negocio! Yo no necesito de esos enredos.

GRINEO. -  ¿De quién es esta imagen y que precio tiene?

DURERO. -  De Escipión el Africano, y la vendo por seiscientos sextercios o poco menos.

GRINEO. -  Antes de que ajustemos la venta te ruego que nos permitas examinar el arte de la pintura. Este Belío es medio físico y peritísimo en el conocimiento del cuerpo humano.

DURERO. -  Desde luego entendí que me enredaríais; pero mientras no haya compradores, chanceaos cuanto queráis.

GRINEO. -  ¿Llamas chanzas al conocimiento e inteligencia de tu arte? ¿Qué dirías de los entendidos?

BELÍO. -  Primeramente pintaste la coronilla de la cabeza muy espesa de cabellos y éstos lisos, cuando la coronilla se llama en latín vertex, que viene de vortex, o sea remolino, porque revuelve y confunde los cabellos como en un río se arremolina el agua.

DURERO. -  ¿No consideras, necio, que está mal peinado cual se acostumbraba en aquellos tiempos?

BELÍO. -  La una parte de la mollera es distinta de la otra.

DURERO. -  Es que siendo soldado y guardando a su padre junto al río Trebia, le dieron una cuchillada.

GRINEO. -  ¿Dónde leíste esto?

DURERO. -  En las Décadas perdidas de Tito Livio.

BELÍO. -  Las sienes aparecen algo hinchadas.

DURERO. -  Si estuvieran hundidas ello sería señal de loco.

BELÍO. -  Quisiera ver el cogote.

DURERO. -  Vuelve la tabla.

GRINEO. -  ¿Por qué, entre otras sentencias, dijo Catón: «Antes que el cogote está la frente»?

DURERO. -  ¡Cuán necios sois! ¿Acaso no veis de todo hombre primero la frente que el cogote?

GRINEO. -  A algunos antes los veo por detrás que por delante.

DURERO. -  Y yo también veo así a muchos, y con gusto a los compradores como vosotros, y a los hombres de armas.

BELÍO. -  Quiso dar a entender Catón que «donde no está el dueño allí está su duelo». Mas, ¿por qué pintaste tan largos los cabellos que coronan la frente?

DURERO. -  ¿Hablas de eso del copete?

BELÍO. -  Sí.

DURERO. -  No encontró barbero en los muchos meses que estuvo en España.

BELÍO. -  ¿Por qué, contra la etimología, pintaste ese entrecejo tan velludo?

DURERO. -  Pues arráncale tú mismo los pelos.

BELÍO. -  Como eres tan astuto, de esos pelos que le salen de las narices le echarás la culpa al barbero.

DURERO. -  Necio, ¿no consideras que las costumbres de aquella edad hacían a los hombres adustos, melancólicos y como silvestres?

BELÍO. -  Ignorante, ¿no leíste que este Escipión fue el más pulido, aseado y cuidadoso de su persona entre los hombres de su tiempo?

DURERO. -  Le pinté como cuando estaba desterrado en Linterno.

GRINEO. -  El sobrecejo es mayor de lo que Conviene a un latino; los párpados son muy cóncavos y las mejillas están demasiado hundidas.

DURERO. -  De las fatigas y privaciones del campamento.

GRINEO. -  No sólo eres pintor, sino retórico, y muy experimentado en copiar las faltas.

DURERO. -  Y por lo que veo, vosotros sois diestros en verlas.

BELÍO. -  Tiene muy hinchados los carrillos y los labios.

DURERO. -  Tocaba la trompeta.

GRINEO. -  Y tú bebías del jarro cuando pintabas estas cosas.

BELÍO. -  O de un pellejo. En esta otra parte le pintaste pelado y no le pusiste pelos en los párpados.

DURERO. -  Los perdió en una enfermedad.

GRINE. -  ¿Cuál enfermedad?

DURERO. -  Pregúntaselo a su médico.

GRINEO. -  ¿Y no entiendes que por esta tan grande ignorancia tuya habrían de rebajarse cien sextercios en el precio del cuadro?

DURERO. -  Mas bien creo que se deberían añadir doscientos por vuestras burlas y cansadas e impertinentes preguntas.

BELÍO. -  Las niñas de los ojos son de color verdoso y yo oí decir que las tenía de color azul,

DURERO. -  Y yo tengo entendido que de color turquesado, como la Minerva guerrera.

BELÍO. -  Pintaste muy carnosos los lagrimales y arrasados en lágrimas los párpados de abajo.

DURERO. -  Lloraba acusado de Catón.

BELÍO. -  La quijada es larga y la barba espesa y abundante; se diría que los pelos son cerdas de puerco.

DURERO. -  Y vosotros sois harto habladores y uno fisgones y entrometidos. Idos pronto; ya no veréis más mi tabla.

BELÍO. -  Amado Durero, déjanos con nuestras burlas mientras no haya compradores.

DURERO. -  ¿Qué me daréis en cambio?

BELÍO. -  Pues cada uno escribirá un dístico para que vendas, mejor la tabla.

DURERO. -  No necesita mi arte de vuestras alabanzas, porque si los compradores son entendidos en pintura, no estimarán los versos, sino mi habilidad.

BELÍO. -  Tiene muy abiertas las narices.

DURERO. -  Sentía ira contra sus acusadores.

BELÍO. -  No se ve bien el labio inferior.

DURERO. -  Lo tapa la barba. Tampoco veréis el mentón ni la papada.

GRINEO. -  Pintando esta grande barba abreviaste muchas cosas.

BELÍO. -  A mí me placen este cuello derecho y musculoso y estas clavículas.

DURERO. -  ¡Ya era hora de que encontraras algo de tu gusto!

BELÍO. -  Mas aun en esto hallo alguna falta. No tiene las clavículas bastante cóncavas, lo que, según un fisionómico de Sócrates, era señal de ingenio tardo. Me hubiese gustado que los hombros y la espalda fuesen más derechos y más anchos.

DURERO. -  Era menos soldado aguerrido que capitán. ¿No lo oíste? Diciendo de él unos soldados que no era tan valiente soldado cuanto sabio capitán, él les respondió: «Mi madre me parió capitán y no soldado»... Mas idos presto si no habéis de comprar, que aquí vienen unos mercaderes.

BELÍO. -  Vamos a pasear y entre nosotros, sin Escipión ni tabla, hablaremos del cuerpo humano. Parece mal la nariz roma en un rostro noble.

GRINEO. -  ¿O la aplastada, cual la de los hunos?

BELÍO. -  No hablemos de tales monstruos.

GRINEO. -  Los de nariz roma son menos feos. Los persas estimaban a los de nariz aguileña, venerando por ello a Ciro, de quien dicen que tenía aguileña la nariz.

BELÍO. -  El codo y la sangría son en el brazo lo que en la pierna la corva y la rodilla; de ellos arrancan los morcillos, y por estos músculos se llaman morcillados los brazos y las piernas.

GRINEO. -  ¿No sirve el codo de medida?

BELÍO. -  Ciertamente, y ancon significa codo.

GRINEO. -  ¿De dónde se llamó Anco a un rey de los romanos?

BELÍO. -  Del codo, que le tenía encorvado.

GRINEO. -  Sigue la mano, el mejor de todos los instrumentos, dividida en los dedos pulgar, índice, medio y también infame, mediano y meñique.

BELÍO. -  ¿Por qué se llama infame al de en medio? ¿Qué maldad se le imputa?

GRINEO. -  El maestro dijo que él sabía la causa, pero que no quería tratarla ni decirla porque era indecente. No quieras tú conocerla, porque no conviene a los mancebos de buena índole saber cosas torpes y deshonestas.

BELIO. -  Mas los griegos llaman dactylicon, o digase anular, al dedo inmediato al pequeño o meñique.

GRINEO. -  Es verdad; pero ello se refiere a la mano izquierda y no a la derecha, porque en lo antiguo se acostumbraba llevar en aquélla y en aquel dedo los anillos o sortijas.

BELÍO. -  ¿Por cuál razón?

GRINEO. -  Dicen que hay una vena que va desde el corazón a ese dedo, así que cuando se le ciñe y adorna con un anillo es como si se coronase el corazón. Las junturas de los artejos de los dedos se llaman cóndilos y nudillos, que, unidos y doblados, son el puño. A las falanges o artejos los llaman los latinos artus y articuli. Cuentan que Tiberio César los tuvo tan fuertes que con el dedo atravesaba una manzana verde.

BELÍO. -  ¿Sabes Quiromancia?

GRINEO. -  Ni aun oí tal nombre.¿Por, qué lo preguntas?

BELÍO. -  Porque nos hubieses adivinado algo por las rayas de las manos.

GRINEO. -  Contesté que no sabía lo que es Quiromancia, y así es la verdad. Mas si ahora te dijese que tengo nociones de ella, y mirase atento tu mano, de cierto que me escucharías con gusto y hasta creerías las imposturas de un hombre ignorante.

BELÍO. -  ¿Y por qué?

GRINEO. -  Porque así es el ingenio del hombre: oír con agrado a los que anuncian cosas ocultas o por acaecer.

BELÍO. -  ¿De dónde viene el nombre de Scévola?

GRINEO. -  Es, como si dijésemos, scævas, del nombre scæva, que quiere decir «mano izquierda» o «siniestra». Aseguran que entree las mujeres hay más zurdas que entre los hombres.

BELÍO. -  ¿Qué quiere decir vola?

GRINEO. -  La concavidad o palma de la mano, en que están las rayas.

BELÍO. -  ¿Y qué involare?

GRINEO. -  Lo que tú harías de buena gana: tomar lo ajeno, hurtar. Es como si dijéramos cerrar la palma de la mano escondiendo algo en ella, y también significa sacar los ojos con las uñas, como hizo con una criada suya aquella rabiosísima Lucrecia. Fuera de la cabeza, lo que queda del cuerpo es el tronco, y del tronco el pecho. La cavidad del pecho, hasta el ventrículo y las costillas, es, en verdad, cavidad interior, porque la exterior, entre los brazos, se llama seno. Bajo el ventrículo está el vientre, y bajo lo último del vientre el pecten y las partes pudendas o vergonzosas.

BELÍO. -  ¿Acaso no es más vergonzosa la parte posterior?

GRINEO. -  Las dos son vergonzosas: la posterior, por su fealdad; la anterior, por su deshonestidad. Femur, que en lo antiguo llamaban femen, es el muslo, que se usa más en plural, los muslos. Después de la rodilla está la pierna, cuyo hueso se llama tibia y también canilla. La parte carnosa y gruesa de detrás es la pantorrilla. Y viene, finalmente, el pie, semejante a la mano en que también tiene dedos y palma, que se llama planta y que es el suelo del pie.

BELÍO. -  ¿Cómo? ¿Acaso no es huella o señal lo que deja en el suelo la pisada del pie?.

GRINEO. -  Es eso y también la planta del pie.

BELÍO. -  ¿Sabes en cuáles partes del cuerpo tienen asiento las virtudes?

GRINEO. -  ¿En cuáles?

BELÍO. -  La vergüenza, en la frente; la verdad y la confianza, en la mano derecha; la misericordia, en las rodillas.

GRINEO. -  La planta del pie ¿no es el suelo del pie?

BELÍO. -  Pues muchos juzgan que no lo es.

GRINEO. -  Y Plinio escribe que hay gentes que al medio día hacen sombra con la planta del pie; tan desmesurados y grandes los tienen. ¿Cómo puede ser esto?

BELÍO. -  En verdad que desde el hueso en que se mueve el pie hasta los dedos todo es planta.



ArribaAbajoLa educación

 

FLEXÍBULO, GRINFERANTES y GORGOPAS.

 

FLEXÍBULO. -  ¿Para cuál fin te envió a mí tu padre?

GRINFERANTES. -  Dijo de ti que eras hombre bien criado y educado en la sabiduría, por lo cual eras bienquisto de los ciudadanos, y desea que yo, siguiendo tu ejemplo, llegue también a ser acepto del pueblo.

FLEXÍBULO. -  ¿Cómo piensas lograrlo?

GRINFERANTES. -  Con la buena educación, que todos reconocen en ti. Más dijo mi padre, y es que esa buena educación mejor me conviene a mí que a otro cualquiera.

FLEXÍBULO. -  Hijo mío, dime cómo pudo tu padre instruirte de todo esto.

GRINFERANTES. -  Más que mi padre me instruyó un tío mío, hombre anciano, experto y muy hecho a la corte de los reyes.

FLEXÍBULO. -  ¿Y por que no te enseñan ellos, hijo y amigo mío?

GORGOPAS. -  Cuidado, varón prudentísimo, no sea que por ignorancia digas o hagas el indiscreto y rústico, con lo que pierdas la opinión de bien educado.

FLEXÍBULO. -  ¿Es que por un leve descuido se pierde entre vosotros la buena opinión?

GORGOPAS. -  Por una palabra, no más; por el doblar la rodilla, hasta por una inclinación de cabeza.

FLEXÍBULO. -  ¡Delicada y frágil cosa es entre vosotros la buena opinión! Entre nosotros es muy robusta y firme.

GORGOPAS. -  Son nuestros juicios cual nuestros cuerpos, que no sufren descuido.

FLEXÍBULO. -  Mejor dirías que no sufren los entendimientos el descuido de los cuerpos.

GORGOPAS. -  De cierto no conoces quién es éste; por eso le llamas hijo y amigo.

FLEXÍBULO. -  ¿Acaso no son los dos nombres honestos y benévolos?

GORGOPAS. -  Sí que son benévolos, lo que nosotros en verdad estimamos en poco; pero no son de cortesía y agasajo, cosas tras de las cuales vamos ansiosos. Entre nosotros se dice «señor» y no «amigo». ¿Acaso no reparaste que antes se pone el señor que el apellido y que los criados visten de distintos colores? ¿No recuerdas cuántos cirios ardían en las exequias del abuelo de éste, ni cuántos escudos de armas había allí, ni cuántos hombres enlutados?

FLEXÍBULO. -  ¿Entonces tú quieres ser señor de todos y amigo de ninguno?

GRINFERANTES. -  Eso me enseñaron mis parientes.

FLEXÍBULO. -  Señor, tu excelencia me mostrará los documentos de sus preclaros parientes.

GORGOPAS. -  Paréceme que te burlas sin razón de este mancebo, y no haces bien.

GRINFERANTES. -  Primeramente yo vengo de progenie tan buena que no reconoce superior en toda la provincia, por lo que he de procurar con todas mis fuerzas no desdecir del valor que mis mayores adquirieron con tanta honra, no cediendo a nadie, en dignidad, ni en autoridad, ni en lo que se debe a mi apellido. Yo vengo obligado a hacer lo mismo. Si alguno pretende menguar en algo estas dignidades, al punto he de sacar contra él mi espada. Cuanto al dinero; he de ser liberal; cuanto a la honra, tacaño. Y también cortés y atento, por lo que conviene que yo y los de mi calidad saludemos a los demás, les hagamos en la calle lugar por donde pasen, los acompañemos al entrar en casa y al salir, nos quitemos el sombrero haciendo reverencia, y no porque merezca nadie que yo me conduzca así, sino porque tal es el modo de ganar el afecto y favor de los hombres, y él aplauso del pueblo, y de acrecentar la honra que tenemos en los labios y en el corazón. En esta crianza estriba la diferencia que hay entre el noble y el villano. El noble está acostumbrado a hacer todo esto con destreza, y el villano, como rústico que es, no sabe hacerlo.

FLEXÍBULO. -  ¿Y qué opina tu excelencia de semejante educación?

GRINFERANTES. -  ¿Qué he de opinar? Que es óptima y digna de mi linaje.

FLEXÍBULO. -  ¿Tienes más que preguntarme?

GRINFERANTES. -  Nada más que recuerde. Ni te hubiese preguntado antes, a no ser la voluntad de mi padre, que me encargó, o mejor dicho me mandó con todo rigor, que viniese a verte para que si conocieras alguna cosa oculta, o, como si dijéramos, algún misterio sagrado de esta educación con que se pueda lograr más honores, al punto me lo comuniques para que nuestra familia, ya honrada y nobilísima, suba a grado más alto, porque hay ahora muchos hombres que, fiados en su opulencia, sin dignidades, ni honores, por esas riquezas suyas, se levantan, y miran como a iguales a los linajes nuestros de antigua nobleza.

FLEXÍBULO. -  ¡Cosa nefanda!

GRINFERANTES. -  ¿Verdad que sí?

FLEXÍBULO. -  Aun un ciego lo vería.

GRINFERANTES. -  Y estos hombres de que hablo pasean siempre con copioso séquito de pajes y lacayos, lucen vestidos ricos de seda o de velludo, todos bordados, así que junto a ellos nosotros parecemos tanto como nada, y que si vestimos paño frisado es para encubrir nuestra pobreza. El premio al trabajo que mi padre te pide será recibirte en nuestra familia, gozar de la gracia de ella y de la mía, que con el tiempo te hagamos algún beneficio y que siempre seas como cliente nuestro y disfrutes de nuestra protección.

FLEXÍBULO. -  ¡Qué más se puede pedir, ni qué más puedo desear! Y ahora, dime: si te quitas el sombrero, dejas lugar en la calle, saludas con reverencia, ¿cuál será el motivo por que agrades a aquellos con los que conversas?

GRINFERANTES. -  Pues por haber hecho aquellas cosas.

FLEXÍBULO. -  Todas esas cosas no son sino señales exteriores por las que se colige que dentro de ti hay algo que te hace amable; pero ninguno estima aquellas cosas por sí mismas.

GRINFERANTES. -  ¿Y por qué no han de amarlas cuantos son de buen trato y conversación, y más los nobles e hidalgos?

FLEXÍBULO. -  Estás muy atrasado, te lo digo hablando entre nosotros, y, sin embargo, tú crees haber llegado al final.

GRINFERANTES. -  No necesito aprender letras ni erudición. Mis mayores me dejarán con qué vivir, y si ello me faltara, no lo he de buscar en el ejercicio de esas artes tan viles, sino con las armas.

FLEXÍBULO. -  Con arrogancia y altivez hablaste, casi como si por ser noble dejaras de ser hombre.

GRINFERANTES. -  ¡Mira lo que dices!

FLEXÍBULO. -  ¿En qué eres tú hombre?

GRINFERANTES. -  En todo yo.

FLEXÍBULO. -  Sí lo eres por el cuerpo no más, ¿te diferencias algo de las bestias?

GRINFERANTE. -  No, en verdad.

FLEXÍBULO. -  Luego no lo eres todo tú, porque tienes razón y entendimiento.

GRINFERANTES. -  ¿Cómo?

FLEXÍBULO. -  Porque si dejas el entendimiento inculto y silvestre, cuidando no más que del aliño y compostura del cuerpo, de hombre te conviertes en bruto. Pero tornemos a lo nuestro, que de ello nos apartaríamos mucho, con esta digresión, si accediera a mi deseo. Cuando tú dejas lugar en la calle y te quitas el sombrero, ¿qué concepto piensas que forman de ti los demás?

GRINFERANTES. -  Pues que soy noble, cortés y que estoy bien educado.

FLEXÍBULO. -  Duro eres de entendimiento. ¿Por ventura no oíste hablar en tu casa de alma, de probidad, de modestia y de moderación?

GRINFERANTES. -  Eso lo oí, pero en la iglesia a los predicadores.

FLEXÍBULO. -  Cuando los que encuentras te ven hacer tales cosas juzgan que tú eres un mancebo bueno, que todo lo haces por el buen concepto que de ellos tienes y porque te consideras a ti mismo con modestia, y de esta opinión nace el favor y la buena voluntad de ellos para contigo.

GRINFERANTES. -  Explícame eso con más claridad.

FLEXÍBULO. -  A eso voy. Si los hombres pensasen que la soberbia te llevaba a considerarlos por debajo de ti, y que, con todo, te quitabas el sombrero y les hacías reverencia - no por honra que les era debida, sino por conveniencia tuya -, ¿crees que habría entre ellos alguno que te lo agradeciera y que estimara tu falsa y simulada cortesía?

GRINFERANTES. -  ¿Y por qué no?

FLEXÍBULO. -  Porque lo que haces no es por ellos, sino por ensalzarte tú Y por ti mismo, y ¿quién se considerará obligado por aquello que hiciste por ti y no por él? ¿Acaso podría yo admitir como honra hecha a mí lo que hicieras, no por lo que yo merezca, sino para honrarte tú mismo?

GRINFERANTES. -  Eso creo,

FLEXÍBULO. -  Luego la buena voluntad de los demás se aquista por la honra que a ellos se les hace y no porque se los honre para que a ti te tengan por más noble y cortés. Y esto no ocurriría si ellos pensasen que no te consideras inferior a ellos y que tu cortesía es la debida.

GORGOPAS. -  En verdad que no es eso.

FLEXÍBULO. -  Aun cuando fuese mentira habría que engañar a los demás, pues de otro modo no lograrías lo que deseas.

GRINFERANTES. -  ¿Qué modo hay de lograrlo?

FLEXÍBULO. -  Un modo fácil, si atiendes.

GRINFERANTES. -  Dile, que para ello vine a ti, y siempre estarás bajo nuestra tutela.

FLEXÍBULO. -  ¡Poco madura, está esa fruta!

GRINFERANTES. -  ¿Qué refunfuñas?

FLEXÍBULO. -  Digo que sólo hay un modo: que seas cual quieras ser tenido de los demás.

GRINFERANTES. -  ¿Cómo?

FLEXÍBULO. -  Si quieres calentar algo, ¿lo lograrás con fuego pintado?

GRINFERANTES. -  No; pero sí con el verdadero.

FLEXÍBULO. -  Si quieres cortar, ¿lo harás con un cuchillo pintado en un lienzo?

GRINFERANTES. -  No; pero sí con un cuchillo de hierro.

FLEXÍBULO. -  Así que las cosas verdaderas son distintas de las cosas fingidas.

GRINFERANTES. -  Eso parece.

FLEXÍBULO. -  Luego no es lo mismo fingir modestia que sentirla. Lo fingido alguna vez se descubre o manifiesta; lo verdadero permanece siempre. Fingiendo modestia, alguna vez en público o en privado harás o dirás inadvertidamente -que no siempre serás dueño de ti mismo - algo conque declares el fingimiento, y cuantos lo conozcan te aborrecerán tanto y aun más cuanto antes te amaran.

GRINFERANTES. -  ¿De cuál modo podré yo practicar la modestia que me mandas?

FLEXÍBULO. -  Si estás siempre persuadido, lo que es verdad, de que los demás son mejores que tú.

GORGOPAS. -  ¿Mejores? ¿Dónde? Creo que en el cielo, porque en la tierra pocos hay que igualen a éste; ninguno que sea mejor.

GRINFERANTES. -  Eso oí decir a mi padre y a mi tío.

FLEXÍBULO. -  ¡Cuán lejos de la verdad lleva la ignorancia del valor de los vocablos! ¿A qué llamas bueno? Así sabremos si hay alguno mejor que tú.

GRINFERANTES. -  No lo sé; bueno es haber nacido de buenos padres.

FLEXÍBULO. -  ¿No sabes cuál cosa es buena y ya entiendes lo que es mejor? ¿Llegas a los comparativos sin saber los positivos? ¿Y cómo sabes que tus padres y antepasados son buenos? ¿En cuál señal lo conoces?

GRINFERANTES. -  ¿Cómo, niegas que sean buenos?

FLEXÍBULO. -  Si no los conocí, ¿cómo puedo decir nada en favor ni en contra de su bondad? Te vuelvo a preguntar: ¿cómo conjeturas tú que son buenos?

GRINFERANTES. -  Porque todos lo dicen. Pero te ruego me manifiestes a qué fin van encaminadas tus preguntas impertinentes.

FLEXÍBULO. -  No son impertinentes, sino necesarias para que puedas entender lo que solicitas de mí.

GRINFERANTES. -  Te pido que seas breve.

FLEXÍBULO. -  Muchas palabras serían necesarias para explicarte lo que ignoras; mas como estás enojado, lo diré con mayor brevedad de lo que requiere cosa tan importante. Escucha y mírame atento. ¿A quién se ha de llamar sabio? ¿Acaso al que tiene ciencia? ¿Y a quién rico, sino al que posee riquezas?

GRINFERANTES. -  Claro está.

FLEXÍBULO. -  ¿Y a quién se ha de llamar bueno, sino al dotado de buenas cualidades?

GRINFERANTES. -  No se puede negar.

FLEXÍBULO. -  Dejemos ahora las riquezas, que no son bienes verdaderos, pues de serlo hallarías a muchos mejores que tu padre, y los mercaderes y usureros serían mejores que los hombres buenos y sabios.

GRINFERANTES. -  Lo veo como tú lo, dices.

FLEXÍBULO. -  Medita con atención y cuidado cada una de los cosas que te voy a decir: ¿No es bueno el ingenio agudo y perspicaz; el juicio sano, maduro y cabal; la erudición varia de las cosas útiles y grandes; la prudencia y el ejercicio en los asuntos de importancia; el consejo, la destreza en los negocios? ¿Qué dices de todo esto?

GRINFERANTES. -  En verdad que aun los nombres solos me parecen hermosos y magníficos, cuanto más lo que significan.

FLEXÍBULO. -  Sigamos. ¿Qué diremos de la sabiduría, de la piedad, del amor a Dios, a la patria, a los padres y a los amigos, de la justicia, de la templanza, de la magnanimidad, de la fortaleza en las desgracias, del valor en las adversidades? ¿Qué son, en verdad, todas estas cosas?

GRINFERANTES. -  Excelentes en extremo.

FLEXÍBULO. -  Pues sólo éstos son bienes del hombre, porque las demás cosas que pudiésemos referir lo mismo pueden ser bienes que males, por donde no son bienes. Pon atención y guarda esto en la memoria.

GRINFERANTES. -  Lo haré.

FLEXÍBULO. -  Mucho lo deseo, porque no tienes mal ingenio, aunque sin pulir. Recapacita en tu ánimo si tú posees todos esos bienes, y si algunos tuvieres, cuán pocos serán y cuán flojos; y cuando discreta y agudamente lo hubieres examinado, entenderás al cabo que no estás ornado ni instruido de grandes ni de muchos bienes, y que no hay entre la plebe quien tenga menos que tú. En la multitud hay ancianos que vieron y oyeron muchas cosas, con lo que tienen grande experiencia de ellas; hay hombres aficionados al estudio, con lo que realzan y pulen su ingenio, hay otros que gobiernan la república; otros diligentes en el manejo de los autores y muy versados en su lectura; otros que son vigilantes y cuidadosos padres de familia; otros que profesan las artes y son óptimos en el ejercicio de ellas. Aun los mismos labradores, ¿cuantas cosas no logran de los arcanos de la Naturaleza? ¿Y los marineros, que han de saber el curso de los días y las noches, la naturaleza de los vientos, la situación de tierras y de mares? Y en la plebe hay varones santos, que honran y veneran a Dios piadosamente; los hay, asimismo, que supieron gobernarse con moderación en la prosperidad y sufrir con valor las desgracias y estrecheces. ¿Qué sabes tú de todo esto? ¿En cuál de estas cualidades te ejercitas? ¿Cuál practicas? En verdad en nada, salvo aquello de nadie es mejor que yo porque soy hijo de buenos padres. ¿Y tú, que aun no eres bueno, puedes ser mejor? Ni tus padres, ni tus abuelos, ni tus bisabuelos han sido buenos como no hayan tenido las cosas que te dije, y averiguar si las tuvieron o no -aunque yo lo dudo - es negocio tuyo. Y aunque las hayan tenido, tú no serás bueno si no los imitas.

GRINFERANTES. -  Me dejas confuso y avergonzado: nada tengo que decir en contrario.

GORGOPAS. -  Pues yo no entendí nada; todo lo que dijiste me ofuscó.

FLEXÍBULO. -  Porque llegaste aquí rudo, inculto para estas nociones, e inficionado y esclavo de opiniones muy distintas de éstas. Y tú, mancebo, ¿cómo quieres que te llamemos ahora: señor, o esclavo?

GRINFERANTES. -  Esclavo, porque si todo es como dijiste - y pienso que no hay nada más cierto -, muchos siervos son mejores y valen más que yo.

FLEXÍBULO. -  Para que cuanto te dije se grabe bien en tu ánimo, retírate a tu casa y piensa a solas, repasándolo y meditando bien, que cuanto más lo repasares más cierto entenderás que es.

GRINFERANTES. -  Ruégote que me digas algo más, porque con sólo esta hora conozco que soy tan otro, que me parece no ser lo que era antes.

FLEXÍBULO. -  ¡Ojalá aconteciera contigo lo que con Polemón el filósofo!

GRINFERANTES. -  ¿Qué aconteció?

FLEXÍBULO. -  Pues que con sólo oír a Jenócrates una oración, de perverso y perdido que era, aficionose al estudio y a la práctica de las virtudes, y tan sabio y virtuoso llegó a ser, que sucedió a Jenócrates en la Academia. Y tú, hijo mío, luego que conocieres lo que te falta para ser bueno - lo que a muchos les sobra -, de todas veras considerarás que los demás te aventajan y honrarás en ellos la bondad de que los ves adornados y que a ti te falta. Entonces el conocimiento de ti mismo hará que te consideres con disgusto y te tengas en poco, de modo que no encontrarás a nadie tan abatido a quien tú conciencia no lo anteponga a ti mismo. Y no podrás persuadirte de que hay otro peor que tú, aunque se muestren su malicia y falsedad, porque entonces pensarás que tú ocultas cauteloso la tuya.

GRINFERANTES. -  ¿Y qué se seguirá de ahí?

FLEXÍBULO. -  Si hicieres lo que te digo, lograrás la educación, la urbanidad verdaderas y firmes, y aun lo que ahora llamamos cortesanía. Entonces serás bienquisto de todos y grato, aunque tú no cuides de conseguirlo, porque siempre - y éste ha de ser tu mayor cuidado - habrás de ser grato a Dios eterno.



ArribaAbajoLos preceptos de la educación

 

BUDEO y GRINFERANTES.

 

BUDEO. -  ¿A qué se debe esta tan grande y súbita mudanza? Podríamos ponerla en las Metamorfosis de Ovidio.

GRINFERANTES. -  ¿Para mal, o para bien?

BUDEO. -  Para bien, en mi opinión, como puede estimarse y colegirse de tu aspecto pulido, de tu semblante. de tus palabras, de tus acciones y de tu buena mente.

GRINFERANTES. -  Bien puedes darme la enhorabuena, caro mío.

BUDEO. -  En verdad que no sólo te doy el parabién, sino que asimismo te pido que prosigas en tan buen camino, y hasta ruego a Dios y a los santos que cada día acrecienten este tan buen vivir tuyo. Mas te suplico no ocultes a este amigo que tanto te quiere el arte noble y excelente que en tan breve tiempo tanto bien derrama en el corazón del hombre.

GRINFERANTES. -  El arte, la fuente de que nace arroyo tan abundoso, es Flexíbulo, a quien acaso conozcas.

BUDEO. -  ¿Quién habrá que no conozca a hombre de tan grande prudencia y experiencia de las cosas, tan notable en la ciudad, tan querido y venerable, según oí decir a mi padre y a los mayores? ¡Oh, dichoso tú que le oíste de cerca y le trataste familiarmente, de donde sacaste tanto fruto para la recta compostura de tus costumbres!

GRINFERANTES. -  ¡Más dichoso eres tú porque, según dicen, tu casa es madre de estos bienes y puedes oír a tu padre - y esto cada día y cuando quisieras y no cual yo alguna que otra vez -, que trata las cosas más grandes y útiles con discreción y sabiduría!

BUDEO. -  Dejemos esto; hablemos de ti y de Flexíbulo.

GRINFERANTES. -  Callemos lo relativo a tu padre, ya que así lo quieres, y volvamos a Flexíbulo. Nada hay tan dulce como las palabras de este hombre; nada tan cuerdo como sus consejos; nada tan grave, tan prudente y tan santo como sus preceptos. Así el gusto de oírle aumentó y encendió en mi la sed de beber en fuente tan dulcísima y pura de sabiduría. Cuentan los que describen el Orbe que hay en él fuentes de tan admirable calidad y tal naturaleza, que unas embriagan, otras quitan la embriaguez, otras producen estupor, otras ocasionan sueño. Esta fuente en que yo bebí tiene la virtud de convertir al bruto en hombre; hacer bueno al malo y perdido; hacer del hombre ángel.

BUDEO. -  ¿Y no podría yo acercar mis labios a tal fuente?

GRINFERANTES. -  ¿No has de poder? Yo te mostraré la casa en que habita Flexíbulo.

BUDEO. -  Será en otra ocasión. Ahora paseando, o sentado si quieres, dime algunos de sus preceptos; los que a tu juicio sean mejores.

GRINFERANTES. -  De bonísima gana, no ya para darte gusto y para tu provecho, mas también para recordarlos. Lo primero que me enseñó es que cada uno debe sentir de sí no con soberbia, sino con modestia, y, aún mejor, con humildad; que éste es el fundamento firme y propio de la buena educación y de la educación verdadera. Que para ello se ha de cultivar y adornar el alma con el conocimiento de las cosas, con el saber y con el ejercicio de las virtudes, y que de otro modo el hombre no es hombre, sino bestia. Que a las cosas sagradas se ha de asistir con grande atención y reverencia, pensando que cuanto allí vieres y oyeres es admirable, divino y sagrado y que excede a tu capacidad. Que debes encomendarte con frecuencia a Jesucristo, poniendo en Él tu esperanza y confianza. Que has de ser obediente a tus padres, sirviéndolos, asistiéndolos y haciéndoles cuanto bien puedas, siéndoles de provecho y ayudándolos, y que también has de amar y respetar a los maestros como a padres, ya que no del cuerpo, del alma, que es más. Que se debe reverencia a los sacerdotes y obediencia a su doctrina, como representantes que son de los apóstoles y aun del mismo Cristo. Que se debe cortesía a los ancianos, quitándoles el sombrero, y escucharles con atención porque en el largo uso de las cosas adquirieron prudencia. Que se debe honrar a los magistrados y obedecerlos en lo que mandaran, porque Dios les encomendó el cuidado de nosotros. Que se escuche, admire y respete a los hombres de ingenio, erudición y bondad, deseando su bien y apeteciendo su amistad y familiaridad, de la que se sigue mucho provecho para llegar a ser cual ellos. Finalmente, se debe acatamiento a cuantos tienen alguna dignidad, y por esto, y de bonísimo talante, se ha de ser cortés con ellos. ¿Qué dices de todos estos preceptos?

BUDEO. -  Que tales sentencias fueron sacadas de algún divino prontuario de la prudencia. Pero, dime: ¿no hay entre los constituídos en dignidad muchos hombres indignos, como son sacerdotes no merecedores de tan grande nombre, magistrados depravados, y ancianos necios y locos? ¿Qué decía de esto Flexíbulo? ¿Acaso que se los debía honrar como a los mejores?

GRINFERANTES. -  No ignoraba Flexíbulo que no son pocos los tales; mas no permitía que a nuestra edad estableciésemos nosotros diferencias, porque aún carecemos de la prudencia y del saber necesarios para juzgar. Tal juicio ha de dejarse a los hombres sabios y también a los encargados del gobierno de las dignidades.

BUDEO. -  Veo que esto es cierto.

GRINFERANTES. -  Añadía que el mancebo no debe ser tardo en quitarse el sombrero, en hacer reverencia, en honrar a cada cual como merezca, hablándole con modestia. Ni se debe ser locuaz con los mayores y superiores, porque ello es contrario al respeto que se les debe, antes se les ha de escuchar en silencio, aprendiendo de ellos la prudencia, el conocimiento de las cosas varias y el modo de hablar clara, rectamente y con expedición. Breve es el camino de la ciencia para el diligente en escuchar. Al prudente y al de ingenio agudo toca juzgar las cosas, y a cada uno de aquellos que conozca bien, y por esto decía que no se debe sufrir sino que el mancebo sea ligero en hablar y definir, sino que debe ir despacio o con recelo en resolver y juzgar de las cosas por livianas que fueren, como quien conoce su ignorancia. Y si así ha de ser en lo pequeño y sin importancia, ¿qué no será cuando se trate de letras, ciencias, leyes de la patria, usos, costumbres e instituciones de los mayores? De éstas no permitía Flexíbulo al mancebo que juzgara; pero ni aun que opinase y discutiese, ni siquiera que cavilara en ellas, sino que obedeciese en silencio y con modestia, confirmando el precepto con la autoridad de Platón, varón de grande sabiduría.

BUDEO. -  ¿Y cuando las leyes y las costumbres privadas son malas, inicuas y tiránicas?

GRINFERANTES. -  De esto opinaba Flexíbulo lo que de los ancianos. «No ignoro, en verdad - decía -, que en la ciudad se introdujeron ordenanzas y costumbres nada buenas; que si hay leyes santas las hay injustas; mas, ¿cómo podrás tú discernirlo si aun ignoras las cosas de la vida? Ni por tu inteligencia ni por el uso de las cosas llegaste a tal estado que puedas juzgar; acaso la ignorancia o la vehemencia te llevase a reputar de injustas leyes que son justas y que fueron puestas con mucho consejo, y, al revés, que son buenas leyes que sería justo abolir. Deja que inquieran, disputen y definan los que pueden, que tú no puedes.»

BUDEO. -  Es verdad; sigue.

GRINFERANTES. -  Que no hay ornamento más decente y gracioso para el adolescente que la vergüenza, ni nada tan aborrecible y feo como la impudicia. Que la ira es grande peligro en nuestra edad porque nos lleva a cometer acciones torpes de que a poco hemos de arrepentirnos, así que debemos de luchar contra ella fuertemente hasta que la derribemos, porque si no ella nos derribará. Que el hombre ocioso es como una piedra bruto el mal ocupado y hombre sólo el bien. Que los hombres ociosos aprenden a hacer el mal. Que la comida y la bebida se han de medir por el hambre y la sed, no por la glotonería y el ansia de saciar el cuerpo; ¿ni qué cosa hay más fea que comiendo o bebiendo meta el hombre en su cuerpo aquellas cosas que le despojan de la naturaleza humana, convirtiéndole en bestia o en leño? Que la compostura del rostro muestra la disposición interior, y añadía que en lo exterior no hay espejo tan claro de lo interior como los ojos, por lo cual la mirada ha de ser apacible y quieta, no altiva, ni baja, ni inconstante, ni se ha de mirar de hito en hito, ni el semblante debe mostrar ceño, ni ha de ser torvo, sino que debe aparecer alegre y afable. Que se ha de ser limpio y puro en el vestido, en la comida y en el hablar; nuestras palabras no deben ser ni arrogantes ni tímidas, ni bajas, ni afeminadas, sino sencillas, y nunca engañosas ni que puedan ser interpretadas en mal sentido, porque cuando esto sucede no hay palabra de qué fiarse, y hablando de cosas necias y ociosas se pierde el modo da hablar noble y generoso. Cuando hablemos no hemos de mover las manos, ni la cabeza, ni ladear el cuerpo, ni arrugar la cara, ni volverla hacia otro lado, ni menear los pies. Decía que nada hay tan feo y abominable como la mentira; la destemplanza nos hace brutos; la mentira, demonios, y la verdad, casi dioses; porque Dios es el padre la verdad, y el demonio lo es de la mentira, y no hay cosa tan dañosa cual ésta para el común vivir. Que aun es mayor justicia desterrar de la compañía de los hombres al mentiroso que al ladrón, a quien hiere a otro o a quien fabrica moneda falsa. ¿Qué concordia en las cosas y qué conformidad en las palabras puede haber con el que dice una cosa y siente otra? Con todo linaje de vicios puede haber alguna concordia; con este, ninguna. Muchas cosas decía, asimismo y con todo cuidado, acerca de las compañías y amistades de los mancebos, lo que importa mucho para la bondad o para los vicios de nuestra edad, porque las costumbres de los amigos se pegan como pestilencia, y de ordinario somos tales cuales somos tales cuales son aquellos con los que tratamos; que, por tanto, en esto se ha de poner gran cuidado. Ni nos permitía que nosotros mismos eligiésemos nuestros amigos, sino que recibiéramos y respetáramos los que nos eligieran o cuyo trato nos toleraran nuestros padres o maestros, que, al elegir, a ellos los guía la razón, pero a nosotros nos arrastra el deleite o alguna mala pasión; que si por algún caso encontrásemos amigos inútiles y habiéndonos avisado de ello las personas de superior autoridad, al punto debíamos dejarlos. Decía, en verdad, otras muchas cosas no sólo grandes, sino admirables, y aun las anteriores con mayor prolijidad y exactitud. Pero lo que queda dicho era corno suma y compendio de la recta educación de la juventud.


 
 
LAUS DEO
OPTIMO MAXIMO