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ArribaAbajoAdvertencias sobre las notas

La estimación por el poeta, el amor al arte, la novedad del género, las vivas controversias que ha suscitado, y otros motivos, han sido causa de que nos decidiésemos a tomar la pluma para poner notas críticas a la presente colección; método, a nuestro juicio, tan útil y oportuno en este caso, como una disertación dogmático crítica, que no sería más que una de tantas, inferior, sin duda, en mérito a las publicadas hasta el día.

Las dificultades habidas en el desempeño fueron mayores de lo que en un principio pudimos figurarnos. Seducidos por el ejemplo del ilustre Quintana, no alcanzamos al pronto la diferencia que hay entre juzgar cincuenta y seis poetas de índole, estudios y tendencias tan diversas, eslabonados en el largo período de cuatro siglos, y anotar a éste, de carácter ceñido y concreto, en una sola de sus manifestaciones. De aquí lo laborioso del juicio, la monotonía y las repeticiones enfadosas a cada paso, que impiden toda variedad; razón por la cual, si hubiéramos de perfeccionar este trabajo, no acabaríamos ni quedáramos nunca satisfechos, y más tratándose de un escritor que tanto refleja su tiempo, pues en él están encarnados el realismo y el escepticismo de la época, el espiritualismo cristiano y el panteísmo moderno, la fe y la duda, el pesar y la alegría, la exaltación y el abatimiento.

Como la dolora, lleve o no tal nombre, si bien alguno ha de tener, y nadie más respetable que su autor para ponerle, es realmente un género nuevo, sin filiación bien notoria en nuestra literatura patria, parecionos oportuno, con las citadas notas, tratar de escudarle contra todo extravío en que pudieran dar los imitadores, exagerando los pecados veniales de que adolece, sin desarrollar sus bellezas, como ha sucedido con Góngora.

El lector no debe considerarlas como un trabajo completo hasta en sus detalles; no ha sido, ni debía ser, este tal propósito; porque, de serlo, pecaríamos de enfadosos y pesados, partiendo del supuesto de una ignorancia completa en el que leyere. Queda, por lo tanto, que estudiar bastante sobre el mérito de la rima, la variedad de la combinación de metros y de estrofas, la belleza de la versificación, el uso de tropos y figuras, la corrección del estilo; en general, la filiación de algunas doloras con otras en que a veces se sigue un pensamiento fijo, hasta agotarle bajo puntos de vista diversos en composiciones sucesivas.

Es Campoamor un poeta de mucha variedad, pero poco propenso por carácter a la morbidez y a la blandura; describe con exactitud y concisión, narra con naturalidad y dialoga con energía; pocas veces peca por el argumento cuando no se inclina a la paradoja; en la invención y composición es sobrio, y sus cuadros tienen una terminación feliz y bien graduada; el estilo es a menudo más nervioso que fluido, severo y cortado más que dulce y rítmico, y sus períodos concisos en demasía a veces, le quitan riqueza, abundancia y número; pero si los versos no alcanzan siempre todas estas cualidades, sobresalen, en cambio, por el brío y por la sentencia.

Confesamos, en fin, haber dicho poco sobre el arte de componer y presentar sus asuntos, porque es una de las cosas que más le caracterizan, puesto que tiene una manera propia, verdadera causa de dificultad para imitarle, y en que se correrá riesgo de seguirle, haciéndolo sin el estudio ni la meditación conveniente. Queda también otra cuestión, que hace de la lectura de las doloras: la de saber si el octosílabo es su mejor forma de expresión popular, y del género que el endecasílabo, como lo parece indicar la insistencia del poeta en el uso del metro corto.

Puntos son todos estos que, perteneciendo más a la belleza extrínseca o plástica que a la intrínseca o filosófica, puede el lector examinar por sí con poco esfuerzo; y el no consignarlos con minuciosidad descarga la crítica de una muchedumbre de observaciones que, a la altura que ha llegado hoy la educación, parecerían impertinentes y acaso pueriles.

En la elección de las doloras escogidas para ser anotadas no ha habido un rigor extremado; se han incluido algunas doloras más de lo que quizá se debiera, porque esto ofrece ventajas al estudio y a la comparación, pues señalados el mérito de las unas y las imperfecciones de las otras, se ve con más relieve el contraste, y la enseñanza puede ser eficaz y práctica.

Nada más tengo que decir de un trabajo delicado y espinoso, que estoy seguro no satisfará a los doctos. No fue éste mi ánimo, puesto que he tenido presente a la generación que viene y no a la generación que pasa, dándole en tan corto estudio el pequeño caudal de mis conocimientos; amargo fruto del árbol de la experiencia, adquirido con los sinsabores de la vida, los placeres del estudio y el triste privilegio de los años.

Madrid, 31 de mayo de 1864.

D. M. RAYÓN.



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ArribaNotas


Dolora I.- Cosas de la edad

Damos comienzo por esta dolora, una de las primeras que han salido de la pluma del autor. En ella están contenidas en embrión muchas de las calidades que, andando los años, desplegó el poeta. Su manera de componer, la forma dramática, la intención social y filosófica, la abundancia de refranes y sentencias como tesis y como conclusiones de sus poesías, la estructura y distribución ordenada por parte de sus cuadros, la pintura real de los caracteres, la abundancia, variedad y riqueza de situaciones que escoge para sus asuntos, como se irá viendo, todo está aquí de un modo latente.

En esta composición, un argumento sencillo y un pensamiento trascendental se unen a un desempeño fácil y de efecto seguro. El interés del diálogo nace del contraste de dos edades tan difíciles de comprenderse. Los raciocinios de la abuela son concluyentes sin embargo, la nieta no se enmienda; contesta, y al contestar es el intérprete de toda la posteridad, que será, como ha sido en este caso, incorregible; de aquí parte el poderoso resorte de la dolora, que da la clave de la historia de la vida. ¡Cómo habla la cabeza y como responde el corazón! El tema está bien planteado y queda sin resolver, porque no tiene solución posible en esta situación en que cada uno obedece al influjo de su edad, probando la abuela y la niña que la generación que pasa es y será siempre un problema para la generación que viene. El contraste que resulta de las edades respectivas y de las situaciones y profesiones de la vida es, como tendrá ocasión de ir notando el lector, uno de los buenos recursos del poeta para el artificio y éxito de sus composiciones.

Esta dolora, como otras muchas, permite que puedan ser representadas con feliz éxito, siempre que se hallen intérpretes que comprendan bien al autor, lo cual no sería uno de los entretenimientos menos agradables en las largas veladas del invierno. Podrá hallarse la niña maliciosa que quiera hacer su papel; pero ¿se encontrará con tanta facilidad la abuela desengañada que quiera encargarse del suyo?




Dolora II.- Glorias de la vida

Esta dolora es digna de un pincel. El cuadro es sobrio, la ejecución completo y acabado en todos sus detalles, esmerada, fácil y correcta. El poeta, triste y desesperado, arroja al fuego las cartas de sus novias, y aquellos dulces rasgos de amor vuelan en pavesas al impulso de la devoradora llama. Ocúrresele entonces que ¡humo las glorias de la vida son! El pensamiento es poético, de gran melancolía y de un carácter general, porque es la faz dominante de nuestra naturaleza en cierta época de la vida; por eso esta dolora vivirá siempre, y tendrá una aplicación diaria en las mutuas relaciones de ambos sexos. Una duda, sin embargo, se nos ocurre. ¿Tenía motivos razonables el poeta para quejarse con tanta amargura, siendo él tan fácil en querer a tantas? Creemos que no: por eso vemos aquí un proceso general del amor, más que un caso de desdicha particular, lo cual debilita el concepto y da a la obra un tono satírico contra el bello sexo. El poeta debe tener razón siempre en sus pasiones, y quien ha amado a muchas deja de tenerla.

Por esto aseguramos sería de un mérito superior esta poesía si, en vez de muchas, fuesen de una sola las cartas, deduciendo de un desengaño particular que son humo todas las glorias de amor. Hemos insistido en esto, por creerlo importante para la mayor perfección de una obra tan acabada y tan bella como lo es esta dolora.




Dolora III.- Ventajas de la inconstancia

Dolora del género de las festivas. Su forma, su composición y hasta la rima le dan fisonomía propia. Muchos moralistas de la literatura han vituperado esta y otras de igual índole. Tienen razón; pero el arte ¿es siempre un sermón? La pintura de la realidad de la vida, ¿no modera? ¿no corrige? Esta dolora, contra las falsas y coquetas, es de una gran enseñanza, pues predica muy alto que debe haber lealtad en los compromisos, porque, de lo contrario, ¡adiós amor! pasión la más bella y noble de nuestro ser. Aquí, como en otras composiciones del mismo género, el poeta parece escéptico, y no obstante, sería aventurado calificarle de tal, teniendo a la vista otros lugares del mismo; y aun cuando otra cosa fuera, ¿sería esto una verdadera contradicción? De ninguna manera; ¿y por qué? Porque el arte abraza todos o muchos particulares de la vida, de géneros y órdenes diversos, ya armónicos entre sí, ya contradictorios. Pintar el bien y el mal dentro de sus propias condiciones es una ley a que obedece el poeta, a quien en muchos casos no se le puede exigir entera responsabilidad, porque no sabemos si piensa lo que pinta, o pinta lo que siente. Aquí un tunante engaña a una joven, y viéndose a su vez burlado por ella, se consuela, en desquite, con que la ha faltado antes. Ambos salen castigados, cumpliendo el refrán: a un pícaro otro mayor. ¿No hay aquí enseñanza? Después de leída esta poesía, lo   —[301]→   primero que se ocurre es obrar con sinceridad y mucha cautela en un negocio de los más espinosos de la vida, y la dolora es una voz de alerta contra las falsías y la mala fe embozadas. Firma el poeta en su pueblo natal, con lo que nos da también a entender que fechorías de esa índole pasan lo mismo en la ciudad que en el campo, en lo cual anda acertado, pues la humanidad en este caso es igual en todas partes, a pesar de las santidades pastoriles tan celebradas por nuestros mayores.

Permítasenos decir dos palabras sobre el autor del epígrafe, asunto de la composición. Inteligencia clara, fina y cultivada, dedicó los cortos años de su juventud al estudio del derecho, hermanándole en sus ocios con el cultivo de las humanidades y de las bellas artes, en cuyos ramos dejó muestras de sus felices disposiciones, buen ingenio y exquisito gusto. Quizá algún día demos a luz sus poesías, como testimonio de tierno cariño por un hermano tan querido, arrebatado a la vida en 1855, a los treinta y cuatro años de edad. Campoamor le consagra aquí un recuerdo de la amistad que profesó siempre al que había sido desde la infancia su compañero querido por aquellos pueblecillos de Vega, Andés, Piñera, Anleo, Otur y márgenes del río Navia, testigos todos de las primeras e inefables impresiones de ambos, traducidas más tarde en hermosas poesías.




Dolora VI.- Las dos almas

Esta composición, tierna y delicada, es de las que pertenecen a los buenos tiempos del autor, en que la lectura, la instrucción y la filosofía no habían dado aún a sus versos una dirección más calculada y razonadora.




Dolora VIII.- No hay dicha en la tierra

Si no hay dicha de niño, de joven, ni de viejo, ¿dónde la habrá? En la muerte. Véase, pues, la dolora VII, de la cual ésta no es más que una premisa. La composición es agradable por la tristeza y la inquietud que reina en toda ella, por la poética expresión de las tres edades cardinales de la vida, y por los hermosos versos con que termina:


    Temo a la muerte, y la muerte
todos los males consuela.






Dolora XI.- Vanidad de la hermosura

Cuadro completo y conciso, con arte pensado y con habilidad y sentimiento desempeñado. El realismo de la belleza y del amor no es más que aire, sombras e ilusiones. Sin embargo, la interlocutora no comprende esta verdad, y se muestra incrédula, según se colige de sus maliciosas preguntas. ¡Cuán pronto la edad y los desengaños habrán puesto a la pobre Octavia en consonancia con las opiniones del poeta!




Dolora XV.- La compasión

Excusado nos parece decir nada sobre el mérito de la composición, que se recomienda por sí sola. El lector gozará con la lectura de esta leyenda, de un desempeño y carácter arromanzados, que la hacen muy agradable.




Dolora XVII.- El concierto de las campanas

Este instrumento de la cristiandad, que llama a los fieles a la oración en los templos, y habla siempre en todas las ceremonias alegres o tristes de la Iglesia, ha servido de tema constante a la inspiración de los poetas. Campoamor nos da aquí, en forma y ejecución sencillas, llenas de armonía imitativa, una muestra del efecto que produce en su ánimo el eco triste del melancólico tañido de las campanas en dos opuestas situaciones, y que le trae a la memoria el vano afán de las cosas de la vida.

Ésta y Músicas que pasan, son doloras de un mérito particular, a que no será ciertamente insensible el lector más frío.




Dolora XXII.- Vaguedad del placer

Bajo la hermosa y poética alegoría del arco iris perseguido por unos niños, se describe lo que es la felicidad y todo el cortejo de venturas que soñamos, las cuales, unas veces nos parece que han pasado, y otras que están por venir. Esta poesía es rica por su colorido poético, animada por la narración, dramática por el diálogo, pintoresca por las descripciones y feliz por la conclusión que la resume.




Dolora XXV.- Adiós para siempre

Hermosa composición. Modelo de sobriedad, de suavidad y de ternura. Es una de las doloras más perfectas por el conjunto, la ejecución y sencillez del plan. El poeta va a explicar los motivos que tiene para decir Adiós para siempre a Carolina, y lo hace con una concisión, verdad y naturalidad que encanta, envolviendo al mismo tiempo una delicada lisonja a Carolina en los dos primeros versos del segundo cuarteto.

Un adiós con más belleza poética expresado, de seguro que no lo habrá oído ninguna Carolina, ni llevado consigo a su partida una impresión más grata.




Dolora XXXI.- Porvenir de las almas

El consuelo que el poeta procura a su hermana por la muerte de su hija es natural, nace del fondo mismo de las creencias religiosas, se desenvuelve y termina con sencillez y sin artificios extraños y no adecuados. Morir es resucitar: he aquí la tesis cristiana; y como una niña resucita para la bienaventuranza eterna, he aquí su felicidad y el consuelo para la afligida madre. Nótense los razonamientos que emplea el poeta para convencer, y se verá con qué naturalidad están hechos. No quisiéramos, sin embargo, ver en la penúltima estrofa un pensamiento que debilita la base de la dolora, pues implica duda y hasta contradicción, toda vez que la poesía estriba en el fundamento de la fe.

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Si esta composición en su pensamiento y en el arreglo del plan es buena, no nos parece igual en la pureza del desempeño. Hay algunos versos duros, como el primero, y demasiadas asonancias y consonancias en eo y en ia, que siempre deben evitarse en cortas composiciones.




Dolora XXXV.- La dicha es la muerte

Pertenece esta dolora a uno de los móviles más pronunciados en el autor, muy dado a tratar y resolver estas tesis filosóficas, que han sido y serán el eje sobre que giren las ideas y los sentimientos de la humanidad y del individuo. El poeta afirma resuelto, que la dicha es la muerte ¿y por qué? Porque se ha dirigido a diversas clases y edades, y todas a la vez le responden con acento de dolor, que el sufrimiento es la condición ineludible de sus respectivos estados. De aquí deduce que no hay dicha en la vida, y que es preciso atravesar el triste pórtico de la tumba para alcanzar en otras mansiones de eterna bienandanza la ventura que se niega a los mortales en esta región de penas y desolaciones.

Esta composición, como se ve, es altamente espiritual y cristiana; afirma en la creencia de la inmortalidad del alma, y en que las penas y sufrimientos de este mundo servirán de expiación para alcanzar la dicha en la otra vida, que es lo que piadosamente debemos pensar de nuestros hermanos. Aparte de lo dicho y de la vigorosa dialéctica empleada por el poeta, tememos que predique en vano, pues dudamos que los magnates, los ancianos, las hermosas, ni nadie, crea que la dicha es la muerte. ¡Tan poderoso es el sentimiento de la vida! Y sin embargo, no por eso será menos cierto el tema.

Más bella por la idea y el arreglo de su plan que por la riqueza de su poesía, tiene, sin embargo, esta dolora una de las supremas condiciones del arte, la melancolía; por eso simpatizaremos todos siempre, a su lectura, con aquel judío errante de la felicidad, que va por todas partes presa de infernal batalla.




Dolora XXXVI.- La opinión

La concreción más posible de una idea, la reducción más completa de un pensamiento y el menor desarrollo alcanzado en el plan y dimensiones deja obra, son facultades en que campea y de que hace alarde este poeta, en un tiempo en que la poesía tiende y es con frecuencia exuberante y gárrula hasta el fastidio. En el arte todos los extremos son vituperables, si bien es preferible la extremada concisión a la dilución fatigante de la obra. El asunto de ésta es difícil y vago; tema de disertaciones y diatribas en pro y en contra, ha sido y es un palenque donde combaten plumas hábiles. ¿Qué es, sin embargo, la opinión en el hecho más natural de la vida? ¿Es la uniformidad del juicio? No; pues entonces no hay singular para esta palabra. Sabemos cómo el poeta piensa en este asunto, cuando nos ha afirmado resueltamente en una dolora que la dicha es la muerte. Ahora vamos a ver qué piensa la generalidad sobre la misma cuestión. Una niña se muere y la llevan a enterrar. A su paso por delante de las gentes, cada uno exclama de diverso modo, pero perfectamente adecuado. ¿Qué se deduce al fin? Que la opinión no puede ser una, sino la resultante de las variadísimas condiciones de la vida, de la edad, del sexo, de la educación, de las profesiones, etc. Conclusión veraz, y que nos conduce, como por la mano, de lo particular a lo general, para saber lo que es la opinión según los tiempos, las personas y las circunstancias.

¿Nos atreveríamos a indicar que, a pesar del mérito de esta composición, aun dado el género, se echa de menos la armonía rítmica, que tanto poder tiene siempre sobre nuestra organización?




Dolora XXXVII.- ¡Quién supiera escribir!

Composición bien sentida, diálogo animado con reticencias maliciosas y llenas de gracia. Aunque el protagonista es una mujer vulgar, que ni aun sabe escribir, nótese la conveniencia del lenguaje, que no se aparta de la naturalidad, aun en medio de una pasión ardiente al par que tierna. Nótese también cómo circula el fuego por toda ella, y cómo desde la estrofa octava, parte creciendo en ardor, en violencia y en colorido. Al leer esta y otras composiciones del autor, se advierte pronto un sagaz conocimiento del corazón y sus flaquezas, como también el arte muy meditado de saberlas exponer con verdad y sencillez. La elección del amanuense, sobre ser natural para una aldeana, está bien calculada, por cuanto suministra grandes medios de contraste y hace posible el desempeño del asunto; posible en lo que cabe, pues no acertando a ser el rápido ni exacto intérprete de aquel corazón apasionado, prorrumpe la hermosa aldeana en la preciosa arenga de lo que hubiera de poner si supiera escribir.




Dolora XXXVIII.- Amar al vuelo

¿Qué diremos del arte y desempeño de esta composición? ¡Qué armonía, qué versificación tan fácil, tan ligera y encadenada desde el principio al fin! Nos parece difícil hacer más en rima libre, sin sujeción a ley alguna, más que la del tacto y el buen gusto. El carácter de la dolora es adecuado al de la edad de la niña, y de aquí su recíproca consonancia y cadencia. Recomendamos el estudio de estas irregulares estrofas, que tan buen efecto producen en el oído, y que tienen la ventaja de no caer en el martilleo o monotonía a que propenden las regulares y compasadas.

Del fondo de esta composición no podemos decir otro tanto. Hay una gran amargura bajo apariencias dulces, y abundan las sentencias veraces y desoladoras, producto del desencanto que trae consigo la edad, y que viene a parar a esta terrible conclusión: el amor no existe. Verdad es que, penetrando un poco en el sentido íntimo, asoma la influencia de cierto panteísmo, que podremos llamar amoroso.

¿Qué quiere decir sino:


    Aunque no importa realmente
que ames infinitamente,
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si amas infinitas cosas.
[...]
[...]
Ama mucho, mas de modo
que estés siempre enamorada
de un cierto todo que es nada,
de un cierto nada que es todo?



Si el amor no existe, o existe en esta forma, toda niña oirá, como quien oye llover, semejante desatino; y en fin, si la mariposa, como símil de amor, es uno de los temas constantes de los poetas, no es menos cierto que la pertinaz y oscura ostra le ha seguido de cerca para bien de los verdaderos amantes.




Dolora XXXIX.- El beso

Esta composición no es lo que aparece a primera vista, pues no se trata de un hecho particular, sino general. Aquí se canta el amor universal de ambos sexos, en una de sus manifestaciones más poéticas; en una palabra, la totalidad de la vida del amor, en cuyo caso la humanidad es la resultante de la armonía de un beso general en todos los tiempos, desde Adán hasta nuestros días, como indica el autor. Éste nos define con exactitud las diversas clases de besos que hay, y que no son otra cosa que la expresión de un idioma universal. La rima tiene novedad, es de difícil manejo, y su éxito pende del buen gusto del autor; pero la dolora se distingue más por el pensamiento que por la forma, pues siendo tan vasto aquél, se diluye algo ésta, y no impresiona con viveza el ánimo. Hay además en ella, aunque con deliberado modo, demasiadas consonancias y asonancias, que dan monotonía al conjunto. Las estrofas 3.ª, 4.ª y 7.ª sobre todo, son, sin duda, las mejores. También debemos notar que no faltan aquí pensamientos alambicados y conceptuosos, a que es dado a veces el escritor, y que son lunares con que empaña de cuando en cuando sus hermosos cuadros Esto, que nace del fondo filosófico, o subjetivo de su propia manera, tiene graves riesgos en los imitadores, pues volveríamos desgraciadamente a los tiempos de la poesía culta.




Dolora XLVI.- ¿Qué es amor?

No siempre el poeta subyuga ni fascina. Aliquando bonus dormitat Homerus. Si esto acaeció a tan grande ingenio, ¿cómo no ha de suceder a los demás? Una niña hermosa, con la ingenuidad propia de sus años, le pregunta qué es amor. El interlocutor no puede ser más bello, ni la pregunta más natural e inocente; ¡hermosa situación! y sin embargo, el poeta no ha atinado con la respuesta, que, sobre ser erudita, conceptuosa y no pertinente por su poco acierto, es débil y vaga, con ribetes de atea en sus conclusiones. Añádese a esto el empleo de una metrificación poco elástica y de enfadoso martilleo.

El amor, idealismo puro o puro realismo, es, por consiguiente, todo lo sublime y todo lo vulgar, todo lo grande y todo lo pequeño, todo lo hermoso y todo lo prosaico: esto lo sabemos muy bien; por tanto, esperábamos una respuesta más acabada de quien escribió Vivir es sufrir. Otro modo mejor de desempeño, ya que el poeta no quiso dar su opinión, sería, en nuestro sentir, la exposición de lo que han dicho los más levantados pensadores y artistas con que se honra la humanidad, lo cual valdría más que la mayor parte de los protagonistas citados. Entretanto, ¡sombras, adorables siempre, de Marcilla, de Inés de Castro y de Macías, perdonad a este poeta un momento de mal humor!




Dolora XLVII.- Las dos grandezas

Esta leyenda griega de la entrevista de Alejandro con Diógenes, trasmitida por Plutarco y otros escritores de la antigüedad, fue objeto siempre de comentarios, porque implica la pregunta de ¿quién de los dos es más grande? La humanidad, sin embargo, se ha ido con Alejandro, no por vanagloria, sino por razones poderosas, que no son de este lugar. Cualquiera que fuese el mérito de Diógenes, no podemos dudar que éste era un hombre excéntrico, si no extravagante, según las cortas noticias que han llegado hasta nosotros, y por tal tenido entre sus conciudadanos. Rousseau, que es su semejante en nuestros tiempos, le lleva gran ventaja, porque es el iniciador más poderoso de la libertad moderna y una de las protestas más fuertes del espiritualismo y del sentimiento contra el grosero materialismo de los enciclopedistas, como se ve en muchas de sus elocuentes páginas. Herida la imaginación del poeta, como lo ha sido la de otros muchos, por la singularidad del caso, le pinta dramáticamente en esta escena conforme a la tradición, procurando ser fiel a la verdad moral de ambos caracteres, y pareciendo quizá inclinar nuestro ánimo a que la gloria militar, como la científica, son dos grandes miserias, que nunca habrán de comprenderse ni hacerse mutua justicia.

Dos extremos tan fuertemente acentuados como Alejandro y Diógenes son imposibles de conciliar; y la humanidad sería muy desgraciada marchando exclusivamente por cualquiera de los dos caminos. No obstante que el poeta se mantiene neutral, al parecer, entre ambos y sólo como mero narrador, sin indicarnos siquiera cuál es su concepción de la vida, le vemos simpatizar con Diógenes, puesto que en su boca están las réplicas más acertadas y las sentencias más enérgicas y profundas, hasta el punto de parecernos débil y pequeña la figura de Alejandro.

En cuanto a la forma, observaremos que la elección del metro no ha sido la más oportuna, teniendo en cuenta el asunto y los protagonistas. La redondilla no da, según pensamos, nobleza suficiente, y hace mezquina la forma de ciertas composiciones serias; verdad es que el poeta ha sacado todo el partido posible, y mostrado en algunas un vigor, una concisión y energía notables, enseñando cuánto se puede hacer aun con las más humildes combinaciones de la rima castellana.




Dolora XLIX.- Sufrir es vivir

El tema de esta dolora no es una paradoja: está fundado en el verdadero conocimiento de la naturaleza humana. Si se necesitase una prueba fisiológica y razonada a la vez de que sufrir es vivir, esta composición bastaría por sí sola para convencernos: tal es el arte singular con que está concebida y ejecutada, debiendo considerársela como una apoteosis   —[304]→   de la fe y del amor, que triunfa de los sufrimientos que le acompañan en esta vida. El asunto ha sido tratado en todos tiempos, y sin embargo, ¡cuánta novedad se advierte aquí! Con los medios más sencillos y triviales, el poeta sabe remontarse a la más alta concepción de la vida: ¿qué es ésta sin el amor, su forma universal? Nada. Además, ¡qué moralidad! Un poeta vulgar hubiera pedido y consumado el suicidio, con escándalo de la razón y de las gentes de buen vivir; éste, al contrario, comprendiendo mejor las exquisitas fuentes de la vida y cuál es la naturaleza humana, termina, por el arranque magnífico de un corazón realmente apasionado:


    Decid al tiempo, Señor,
que no me arranque este amor,
que es arrancarme la vida.



Mucho más pudiéramos decir sobre esta preciosa dolora; pero lo indicado basta para que el lector, con sus propios conocimientos, pueda apreciar verso por verso todas sus bellezas de fondo y de forma.




Dolora L.- Los dos espejos

La forma por sí constituye una gran parte de la belleza. En poesía, como en pintura y escultura, debe haber ciertas leyes de proporcionalidad si se aspira a conseguir en la obra un carácter grandioso. Ni la estatua de la Baviera de Rauch o el coloso de Rodas, ni las graciosas figuritas de Pradier son el verdadero arte escultural, como tampoco el Prometeo de Rivera, ni los diminutos cuadros o miniaturas son la expresión genuina de la pintura. Esto por regla general; mas las Parcas y las Niobes, la Venus de Milo y el Apolo de Belvedere, el Pasmo de Sicilia y la Toma de Breda serán siempre tipos de composición, basados sobre los mis perfectos modelos de nuestra propia naturaleza. Verdad es que la poesía lírica, aunque parecida a las anteriores, no tiene un punto de partida tan preciso y seguro para determinar la debida y armónica proporción de sus obras; sin embargo, cuando se estudia atentamente a Horacio, Fr. Luis de León y otros grandes maestros, que admiramos todos cada vez más, a pesar de los siglos transcurridos, vemos el tino con que procedieron dejándonos modelos acabados en la ponderación conveniente de las formas; pues parece que, como guiados por su exquisito gusto, acertaron con la ley o regla de proporcionalidad que deben tener en su desarrollo los géneros más selectos de la poesía lírica.

Estas sucintas observaciones son aplicables aquí al poeta. Él nos presenta buenos modelos de lo que debe ser una dolora, como puede verse en Glorias de la vida, Adiós para siempre, Porvenir de las almas, Vivir es sufrir, etc.; mas no así en La comedia del saber, Todo es uno y lo mismo, y otras, faltas de elegancia, a nuestro parecer, por su demasiada extensión, que atenta al equilibrado conjunto de la forma, asimilando la composición a otros géneros que tienen su categoría especial y formal, llámese elegía, sátira o epístola. Por otro extremo, y en contraposición a las citadas, hallamos: Cosas del tiempo, Todo está en el corazón, Amor y gloria, Muertos que viven, El mayor castigo, Los celos causan olvido, Los dos pecadores, Nunca olvida quien bien ama, que pueden considerarse más como apotegmas o epigramas que como doloras.




Dolora LIII.- Todo es uno y lo mismo

En esta composición, como en otras, habrá notado el lector el empeño en hacer pasar al dominio de la poesía ciertas conclusiones de la filosofía alemana de Hegel, y de Fichte sobre todo. No aplaudimos tal propósito, el cual, si hubiera de imitarse, daría malos resultados para el arte, encaminado por esta senda, más bien a probar tesis difíciles de metafísica, que a levantar nuestros más nobilísimos sentimientos y pasiones hacia un ideal puro de perfección y de grandeza. El arte prueba de diverso modo que la filosofía. Siendo el fin uno, los medios difieren mucho, o son, cuando menos, muy poco perceptibles sus analogías para la mayor parte de los lectores. En fin, con estos ensayos la filosofía no progresa y la poesía padece. Tal es nuestro modo de ver en la materia. Aparte de esto, se puede gustar aquí la gracia y chiste de la exposición, lo acertado y malicioso de las reflexiones y sentencias, y en general, la facilidad y tersura de la rima.




Dolora LIV.- Amor y gloria

No aceptamos el pensamiento. Esto será llevar el despecho o el escepticismo hasta sus últimas consecuencias. El amor y la gloria son los móviles más poderosos a que obedecemos, y por consiguiente, los generadores de cuanto grande hay en la vida, cuando estas dos pasiones van noblemente encaminadas. El arte, pues, debe tender siempre a fomentar y levantar las más bellas porciones de nuestro espíritu y de nuestros sentimientos. Éste es su rico venero; lo contrario sería matar la poesía. Aparte de esto, ¡qué décima tan épica, por decirlo así, y cómo trae a la memoria el estilo grandioso de Calderón!




Dolora LV.- Nunca olvida quien bien ama

Feliz conclusión: no es posible un pensamiento más apasionado, más triste, más desgarrador. Perdonar a todo el mundo menos a la que se ama, es una idea bella, expresada con una concisión y energía admirables. ¡Qué conocimiento del corazón humano y de nuestra naturaleza! Para un alma cristiana podrá ser esta confesión motivo de escándalo; y sin embargo, ¡cuántos, víctimas de una pasión en lo más florido de su edad, habrán hecho lo mismo! No se qué hay de singular en esta conclusión, que, a pesar de la amenaza, el cariño va a ser más profundo y porfiado en la otra vida.

A pesar de tanta belleza en el pensamiento, repetimos lo dicho en Los dos espejos.




Dolora LVI.- Músicas que pasan

Si fuera necesario fijar qué fondo, qué forma y qué desempeño debe tener toda composición lírica para agradar o ser perfecta, nunca nos entenderíamos ni consiguiéramos nuestro deseo. La retórica y la poética no resuelven la cuestión, y eso que somos los primeros en estimar su importancia y utilidad. Lo vago, lo indeterminado, un no sé qué singular, que se siente y no puede explicarse por las reglas más comunes de la crítica, constituyen o componen a veces una obra de arte. Tal acontece a esta dolora, que participa   —[305]→   de los modos secretos y misteriosas penumbras de la música. Puede asegurarse que no hay aquí, en rigor, pensamiento deliberado, ni plan, ni fin concreto; y sin embargo, ¡qué alegría, qué movimiento, qué tristeza! ¿y por qué? ¡Porque las músicas vienen y se van! «¡Qué tontería!» dirán algunos; «¡qué belleza!» dirán los más. Para mí es claro el sentido de esta dolora, pues representa el drama entero de la vida. Los años vienen, los años se van, las ilusiones se acercan... ¡cuán rápidas huyen! Un mundo de flores que avanza a nosotros, es yermo de abrojos que queda detrás. Toda, toda la vida es una música inefable de armonía cuando viene, y un triste concierto de melancólicas y discordantes notas cuando se va. Mi amigo Goñi, organización delicada y por demás impresionable, y triste, ¡cómo habrá sentido el efecto de esta composición, de una belleza vaga y de una melancolía inexplicable!




Dolora LVIII.- Las dos linternas

Según se deduce de varios pasajes, el carácter de Diógenes ha ejercido alguna influencia en el autor, lo cual no podemos explicarnos siendo ambos tan diferentes. Podríamos penetrar, no obstante, en esta cuestión fisiológica, y rastrear algo del cómo se dejan influir a veces las imaginaciones vivas sin darse cuenta razonada, pero no es de este lugar disertación semejante. La creencia en el poeta de que su linterna es blanca, no pasa de ser una ilusión suya, pues, aunque con distintos modos, tan negra es como la del otro. ¿No son en su mayor parte las doloras de un fondo triste, melancólico y hasta sombrío? ¿No ha buscado el amor, la ciencia, la felicidad, la gloria y la fortuna, y no las ha encontrado en ninguna parte? ¡Ah! ¡Cómo nos engañamos! ¡Y luego nos asegura que su linterna es blanca! Mi amigo, el ilustrado catedrático Laverde Ruiz, no debe estar muy convencido de la tesis aquí sostenida, por ser inexacta, ¿No hay sobre las gafas particulares el telescopio y el microscopio, que penetran y descubren los dos polos o regiones del mundo visible e invisible? ¿No está sobre lo particular lo general? ¡Ah! ¡Pobre humanidad, si todo fuera nada más que según el color propio del cristal de cada uno!




Dolora LIX.- Los dos pecadores

Insistimos en que la dolora no se debe llevar hasta una décima; forma estrecha, si no mezquina, para el desarrollo y justas proporciones de una obra de arte. Prescindiendo de esto, el pensamiento y la ejecución corren aquí parejas, sin subordinación ninguna entre ambos. Recomendamos el sutil ingenio con que está expuesto y desempeñado el asunto, algo paradójico a nuestro parecer, y la valentía de los dos versos finales.




Dolora LXIII.- La metempsícosis

El pensamiento de esta composición tiene, como es sabido, su raíz en la India, de donde lo importó a su manera Pitágoras en Grecia. Considérese como quiera tal sistema, no es más que un imperfecto embrión de la idea de inmortalidad. Estas metamorfosis tenían un término de purificación, el cual cumplido, se pasaba a gozar de un descanso o bien superior. El poeta es aquí más duro, pues nada nos dice del término de reposo y felicidad, y acepta, al parecer, una metempsícosis continua y eterna, en la cual, variar de destino, sólo es variar de dolor. ¡Terrible conclusión en el sentido moral, y no cierta considerada literalmente!

El Cosmos es una soberbia armonía en su conjunto, y en sus detalles un compuesto de placeres y de dolores, de dichas y de desesperaciones; así que la permanencia constante de la pena en la totalidad de la vida no es dable ni posible; ¿y por qué? Porque aquí es una idea absoluta, y como tal, no cabe en casos concretos y particulares. Cuando habla el hombre (humanidad acaso) en la penúltima y hermosa quintilla, ¿no ha llevado consigo la reminiscencia de ningún goce? No puede ser. Hay un tiempo en todos los infinitos particulares de la vida indefectiblemente señalado para la felicidad, como hay otro para las penas, y esto constituye la sucesión alternada del bien y del mal. El egoísmo nos hace soñar una felicidad perenne, sin reflexionar que pedimos su propia destrucción, porque ¿de dónde nos viene la idea de dicha, sino de la de su opuesto, desgracia? Si es verdad que en toda la escala transmigradora hay dolor, también hay placer; de consiguiente, falta aquí un término absoluto de felicidad superior al que referir el ideal existente en la conciencia como fin de la vida, pues lo contrario es proclamar sin esperanza una desesperación eterna. Por tales razones se colegirá que estos asuntos inmensos, abordados directamente, son un escollo insuperable para el buen éxito; así, pues, opinamos que no están de más estas breves observaciones, que puede muy bien ampliar el lector, cuando el poeta se remonta atrevidamente a las regiones más escabrosas de la filosofía y trata nada menos que de la predestinación universal.

Si no estamos conformes respecto del orden interno de la dolora, en cuanto a la forma no podemos sino alabar el estro, la energía y variedad de tonos, ya fuertes, ya dulces, empleados en las quintillas, y la dicción poética, que hace a algunas, cómo la 6ª y 8ª, tan levantadas y poéticas.




Dolora LXIV.- Las dos tumbas

Es verdad: la vida sin una idea, sin ilusión, sin amor, es un sepulcro. Cuando el corazón y la cabeza llegan a cierto estado, no contienen más que el vacío, y tanto monta ser como no ser. Huyendo del uno, se busca asilo en el otro, y como nada hay, se persigue fatigosamente una sombra; porque el hombre entonces no es realidad, sino sombra de realidad. Véase para el contraste la dolora de Sufrir es vivir.




Dolora LXVI.- La comedia del saber

Cuadro sencillo de los principales sistemas filosóficos de Grecia, en que, bajo la forma dramática, se expone el juego de ideas por las cuales viene luchando, con nuevas integrantes siempre, la humanidad sabia contra la multitud ignorante, para sacarla de la servidumbre y del error, y conducirla por la vía del progreso y del bien hacia mejores fines y felicidad posible, por más que se extravíe en ocasiones, prestándose a ciegas a bastardos intereses, hasta el extremo de pedir la cicuta para Sócrates y la cruz para el Nazareno.

Desde luego notamos que el título es peligroso, y que el   —[306]→   poeta se vale del divino arte de la poesía para ridiculizar, al parecer, las sectas filosóficas. El medio es ya antiguo. La pintura y la escultura le han empleado también. Sin embargo, la humanidad marcha a un destino más perfecto, sin curarse de estos humorismos particulares. Nada sentimos tanto como ver el arte y la ciencia al servicio de malas causas, pues sobre no adelantar nada, no se adquiere respetabilidad en la augusta asamblea de los genios que empujan la sociedad hacia fines más rectos. ¡La filosofía una mentira! Pues entonces, ¿por qué van triunfando, si bien lentamente, por esa vereda tortuosa de la vida las más nobles porciones del espíritu humano? La lucha existe, porque es inevitable, dada nuestra naturaleza, y he aquí el drama sobre que gira la historia. Desde el lapón y el esquimal hasta el francés y el español, ¿qué marcha viene siguiendo el hombre? Desde los pueblos autóctonos hasta nuestros días, ¿qué progresos se van realizando? Muchos. ¿Ha sido obstáculo la extravagancia o el error sincero de algunos filósofos? No. ¿Por qué? Porque la individualidad es la expresión formal de la totalidad, no la expresión esencial pues aspirando ésta a su mejoramiento indefinido y constante dentro de sus propias condiciones, en vano intentará torcer su curso la idiosincrasia de algunos escritores sometidos a un particularismo pequeño y mezquino, como lo es el individuo con relación al todo.

En cuanto a la cuestión de forma, ya hemos establecido en otra parte nuestra doctrina respecto de las doloras cortas como de las que pudiéramos llamar largas, y repetimos aquí de nuevo que toda obra, para ser perfecta, ha de tener indispensablemente cierta ponderación de formas internas y externas, de las cuales resulte la armonía y la unidad, uno de los grandes fines del arte, para que sea eficaz y obre como tal en nuestra limitada naturaleza. A pesar de estos defectos, se nos preguntará por qué hemos analizado la presente composición, careciendo de las dotes de una verdadera dolora. A lo cual responderemos sin titubear que por lo mismo; pues sólo de este modo pueden señalarse con claridad los peligros en que incurriría todo imitador que quiera seguir esta senda; porque debe tenerse entendido que la filosofía y la erudición per se no son el arte, ni cuadros tan extensos guardan las proporciones del género, y por más que se pulan y perfeccionen, las poesías de que se trata serán siempre de arduo empeño y poco fáciles a la memoria.

No simpatizamos con ciertos metros para el estilo elevado; pero notará el lector cuán aficionado es Campoamor a la redondilla, y es preciso convenir en que en este, como en otros pasajes suyos, algunas son bellas, rotundas y hasta grandiosas. Ningún asunto, por severo que sea, le arredra para usarlas, y en general están bien construidas y llenas de nobleza, y exentas del carácter vulgar y coplero que suelen tener.




Dolora LXX.- Los relojes del rey Carlos

Es el rey Carlos Primero de España, Quinto emperador a la vez del mismo nombre en Alemania, uno de los hombres más simpáticos de la época del Renacimiento. Cumplido caballero, esforzado e invicto capitán, basta él solo para dar gloria a la vez a un gran pueblo y a un gran siglo. Como persona y como monarca, fuéronle sin duda inferiores cuantos figuraron en su tiempo en aquel vasto teatro de acontecimientos europeos. A sus sentimientos religiosos, encarnados en el pueblo español, que acababa de sostener, con sin par constancia una lucha de siete siglos en defensa de la fe, se debe el sostén de la gran causa católica, que era entonces el empeño de honor nacional contra poderosos enemigos, que supo Carlos tener siempre a raya, sacando incólume, sobre toda clase de intereses egoístas y comerciales, dos grandes principios, tan culminantes siempre: la autoridad y la unidad.

En este concepto, pues, y otros muchos, ajenos de este lugar, parécenos que el pensamiento fundamental de esta composición falsea algo el carácter de este grande hombre; pues en él, más que en otro alguno, se encuentra la verdadera ponderación entre su cabeza y sus sentimientos, o entre su corazón y su conciencia: antinomia que sólo es dado resolver a las organizaciones privilegiadas, a los grandes genios de la guerra y de la política, en el arte dificilísimo de gobernar la sociedad. Otros grandes genios han sido más atormentados que Carlos por el dualismo del carácter, funesto siempre para los pueblos.

En cierto modo son también aplicables a la dolora anterior estas observaciones; pero con una diferencia notable. En aquélla se echa de ver un concepto general, de modo que Carlos no es más que el medium elegido para exponer el pensamiento de que los grandes hombres tienen flaquezas hasta ridículas a veces. Esta opinión la confirma el título, perfectamente elegido. No están fuera de lugar estas observaciones, porque es ley de perfección que a la belleza externa corresponda la verdad interna, que asimila y vigoriza el mágico poder de la forma. -En esta, ambas son ricas de ingenio y dicción poética, sobre todo la anterior, Los grandes hombres, solemne y grave en su exposición y marcha hasta su hermoso final. El móvil escogido para contraste está astutamente elegido, por más que a la primera lectura se quede el lector extrañamente desconcertado.




Dolora LXXI.- Lo que hace el tiempo

Lindas son estas coplas, dedicadas a Blanca Rosa, hermoso nombre, que convida a unas variaciones sobre el inagotable tema del amor. El poeta aquí, sin plan preconcebido, arrebatado ante la contemplación de la vida y el amor en sus mutuas relaciones, se entrega a la espontaneidad poética del sentimiento, y por todas partes fluye la inspiración, la belleza, la dulzura y la suavidad. Sin embargo, no se crea que autorizamos con esto algunos conceptos, que pecan de oscuros o alambicados, y estrofas que, comparadas con otras de esta hermosa poesía, carecen de dicción poética y corrección suficiente. No sabemos, por último, si Blanca Rosa habrá quedado satisfecha con la lectura de esta dolora, que deja en el alma un sabor triste y amargo.




Dolora LXXIV.- La historia de Augusto

Ni el título ni el asunto están bien escogidos. Si se tratara de una falta particular del hombre, pase; pero pretender que esta dolora determine el carácter general de este personaje, no puede ser. No vemos, pues, aquí más que una sátira política, sangrienta, contra quien gobernó sabiamente, con especial juicio y cordura, casi medio siglo, ciento cuarenta millones de súbditos; que fundó el poder civil en Roma sobre el insoportable militarismo de su siglo, y   —[307]→   echó las bases de una administración inteligente; que moderó harto las rapiñas de los procónsules y gobernadores de la ya corrompida república; que puso término a las sangrientas matanzas, comenzadas en tiempo de Mario y Sila. Hombre débil, enfermizo, apocado y hasta tímido, mal podía ser un tirano salteador de la libertad romana, él, que no alcanzó el poder precedido de la gloria militar. Y mal podía ser un tirano, en el rigor de la palabra, quien no tenía más recursos que los del carácter y la inteligencia para mantener a devoción suya generales, literatos, artistas y poetas insignes, como Virgilio y Horacio, por quienes la lengua latina no perecerá jamás. Por sus cualidades en el gobierno y artes de la paz dio nombre a su siglo, y la apoteosis de su persona, hecha, según aquí se da a entender, por los aduladores de su tiempo, fue ampliamente confirmada por toda la posteridad hasta nuestros días. Ciegas y vengativas pasiones políticas, ponen en duda, por razones de hoy, el mérito de entonces. El poeta es aquí intérprete de una escuela histórica que peca siempre de parcial e injusta. Si Augusto ha sido astuto, sagaz y ladino, que bien lo había menester en su época, eso mismo prueba que su dominación no estaba fundada sobre la fuerza bruta de los ejércitos, a los cuales temía, sino sobre los recursos de su propia inteligencia, dotes de carácter y amor de los pueblos, que le protegían contra las decisiones de aquel senado egoísta y duro. Sin ir más allá, la inscripción de Ancyra basta para colocar a Augusto entre los bienhechores de la humanidad. -Como el arte sirve a la historia y ésta al arte, creemos de toda oportunidad estas reflexiones, puesto que una poesía lanzada por un gran poeta es muchas veces más mortífera que un libro, y es deber del crítico procurar que una cosa tan bella como es la poesía no destruya o rebaje lo grande, lo noble y lo digno. -Ovidio será siempre simpático a la posteridad, porque se ignora la verdadera causa de su infortunio; pero ya sea un castigo político o civil por una falta privada cometida en el seno de la familia de Augusto, cierto es que por un hecho particular del hombre no se puede condenar toda su razón de Estado. Y poderosa debió ser una u otra, pues ni Tiberio, sucesor de Augusto, le alzó el destierro, impetrado por los amigos del poeta.

Si Campoamor toma aquí la acalorada defensa de un compañero, abogando por la independencia del escritor, en su concepto inocente, contra una disposición tiránica del poder, no es causa bastante para rebajar a Augusto a la clase de mero histrión, y perseguirle hasta el borde de la tumba, suponiendo aquella cínica pregunta a sus cortesanos al tiempo de morir.




Dolora LXXV.- Antinomias del genio

Esta dolora, como la de Los relojes del rey Carlos y Los grandes hombres, pertenece a un género que el poeta explota con feliz éxito. No es de este lugar discutir si hay exactitud en los personajes retratados; la posibilidad es suficiente, y si no son estas las manías o los caprichos, pueden serlo otros quizá más ridículos, porque la tesis se evidencia por sí misma de que los grandes hombres adolecen, como los demás, de debilidades y extravagancias a veces. Este género, de bastante novedad por cierto en la manera de exponerle el poeta, tiene mucho atractivo sin duda; pero, como toda sátira, es ocasionado a riesgos, pues que intenta rebajar por medio del ridículo las grandes figuras de la historia al nivel del vulgo; atentado que cometen, en su ceguedad, las pasiones políticas, y a veces el arte, con gran pesar nuestro; porque hacemos de él un culto, puesto que, después de la religión, es lo que más consuelo nos presta en las tristezas de la vida real. La exposición y narración están ejecutadas con sencillez, gracia y nervio. Se rivaliza aquí en fáciles redondillas con los buenos romances. Hay expresiones felices, como la de aquel sombrero y gabán ceniciento que todos conocemos.




Dolora LXXVI.- Las doloras

Bajo este epígrafe el poeta trata de explicar a una dama distinguida su vida y su conducta en las composiciones llamadas Doloras. Los desengaños de amor y el hastío de la vida son objeto de esta composición, y es singular que el poeta se haya olvidado de que en esta forma de poesía ha tratado muchas veces con feliz éxito levantados asuntos de filosofía, de religión, de historia, etc.; asuntos que no pesan menos que las composiciones eróticas en la balanza del mérito. Discreta reserva quizá, no hablar a una señora sino de los negocios de su casa, el corazón, que tan bien comprenden las mujeres. En ésta, como en la otra dedicada a Blanca Rosa, ha hecho revivir Campoamor con feliz éxito las antiguas coplas del arte de Castilla, medio olvidadas desde los tiempos de Jorge Manrique, en las celebradas y de todos conocidas a la muerte de su padre el Condestable, que tanto caracterizan el verdadero arte nacional, y tan superiores son en vigor y otras calidades a sus rivales, las lemosinas, tan ponderadas y de moda hoy entre los vates catalanes.




Dolora LXXVII.- La gran Babel

Esta composición es digna de un estudio muy meditado bajo cualquier aspecto que se la considere. Su ideal fundamental es sorprendente, y parece como desgajada del gran libro del Apocalipsis, no remontándose a menor altura con medios más sencillos de forma y de exposición. Cuanto puede alcanzarse sin esfuerzo, sin tortura, sin violencia de algún género, está conseguido aquí con una sencillez encantadora. -Dos sonidos indeterminados expresan el aniquilamiento total en el tiempo de toda gloria humana, y cómo ante el ir y venir de los siglos irán pereciendo los hombres, las civilizaciones, las razas, las lenguas y todo el vasto concierto de las civilizaciones ante Dios, autor y creador de todas las cosas. Con el gracioso episodio de dos pájaros, se expone idea tan grande con toda la singularidad, gracia y novedad que sabe imprimir este poeta a la mayoría de sus cuadros. -¡Qué valiente es la parte IV, en la cual dice a Rafael que perecerá la lengua en que expresa sus inspiraciones, y que Dios comienza donde todo acaba! -Persona ilustrada, apasionado por la literatura, D. Rafael Cabezas, subsecretario del ministerio de Hacienda, y que sabe descansar de las rudas tareas de su cargo con los solaces de la poesía y de los estudios amenos, puede apreciar el mérito y las bellezas que tanto abundan en La gran Babel; bellezas que durarán larga fecha, pues nos parece muy remoto aún el tiempo en que la rica habla de Castilla


    dé por fin en tarará,
o remate en tururú.





  —[308]→  
Dolora LXXIX.- Los dos cetros

Fray Luis de León, en su inmortal Profecía del Tajo, dejó al último Rey de la monarquía goda vencido en Guadalete y bajo el peso de una acusación terrible. -Campoamor, con gran nobleza de sentimientos, no menciona la falta particular del Monarca: se remonta a mayor altura, y considerando la naturaleza humana, prorrumpe:


    Y a los que amengüen su gloria
les ruego que hagan memoria,
que hay manchas hasta en el sol.



Las causas que condujeron a la nación goda a su ruina no están aún muy claras; pero, ya fuesen de larga fecha unas, ya particulares del Rey otras, lo cierto es que la defensa del esforzado cuanto infortunado Rodrigo en aquella memorable catástrofe, que nos costó siete siglos de sangre, no se ha hecho hasta hoy con mayor elevación de juicio y de sentimiento. -Fr. Luis de León pintó un gran castigo; Campoamor un gran remordimiento.

Composición es ésta muy agradable. Pertenece al género legendario, en el cual es tan rica nuestra lengua en el romance, su genuina forma; y sin embargo, estando esta dolora escrita en quintillas, no es inferior a ninguna en narración, sencillez, naturalidad y precisión. El asunto o invención de esta poesía es peregrino, la exposición seductora, y el artificio lleno de ingenio y muy simpático. La dedicatoria al Príncipe de Asturias, dignísima, solemne y llena de filosofía cristiana. ¡Qué contraste entre el Rey de cetro de oro y el Rey de cetro de caña! ¡Qué disyuntiva tan terrible para quien ha de llevar una corona! ¡Qué problema sobre la felicidad humana! -Mucho diríamos si hubiéramos de extendernos sobre esta hermosa dedicatoria, cuyas magistrales advertencias no puede comprender hoy, en su hermosa edad, nuestro querido Príncipe, a cuyos regios oídos no llegarán quizás nunca más nobles y levantados acentos.

Terminado queda este trabajo. Por él habrá visto el lector nuestra imparcialidad y formado su juicio sobre el mérito del poeta, uno de los primeros en la brillante pléyade de nuestros contemporáneos, y el que más popularidad ha conseguido quizá en todas las clases sociales: prueba inequívoca de sus facultales, y de que supo agradar, por la instrucción y el buen gusto a las clases cultas y elevadas, por el sentimiento a los que sufren, por el ingenio y la gracia a las damas y gentes de buen humor, por los refranes, sentencias y estribillos al pueblo, y por sus condiciones poéticas a todos. Si estas notas han servido de alguna utilidad, nos damos por muy satisfechos, como superior recompensa a su corto mérito; de lo contrario, morirán, si esto fuera posible, acompañando a un libro a quien aguardan largas edades, como sinceramente, creemos, y por afecto y amistad personal hacia su autor deseamos.

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