Nota
preliminar: Edición digital a partir de Obras
dramáticas y líricas, París, Augusto
Bobée, 1825, t. I, pp. 225-369
Advertencia
En el año
de 1787 escribió el autor una zarzuela intitulada El
Barón, que se debía representar en casa de la
condesa viuda de Benavente, lo cual no llegó a verificarse;
pero la obra corrió manuscrita, con más aprecio del
que efectivamente merecía.
Una dilatada
ausencia del autor dio facilidad a algunos para que
apoderándose de ella la trataran como a cosa sin
dueño. Alteraron a su voluntad situaciones y versos,
añadieron personajes, aumentaron o suprimieron donde les
pareció varios trozos cantables, y la desfiguraron de un
modo lastimoso. Con estas enmiendas, supresiones y apostillas, la
tomó a su cargo D. Josef Lindón, organista de la
Capilla Real, y compuso la música según pudo y supo.
Entretanto cayó en poder de los que se llaman apasionados:
juventud ociosa y alegre, y poco difícil en materias de
gusto. Parecioles muy buena (como era de temer), la estudiaron a
porfía, la representaron sin música en varias casas
particulares y, por último, en el teatro público de
Cádiz apareció mutilada y deforme.
Restituido el
autor a su patria, vio la mala suerte que había tenido su
obra, y una de las mayores dificultades que tuvo que vencer fue la
de persuadir a su amigo D. Josef Lidón a que diera por
perdido el tiempo que había gastado en componer la
música, y a que desistiera del empeño que
tenía en que los cómicos se la cantaran. Logrado
esto, conoció la necesidad de corregirla, para lo cual
suprimió todo lo añadido por mano ajena, y todo lo
cantable: dio a la fábula mayor verosimilitud e
interés, a los caracteres más energía, y
alterando el primer acto, y haciendo de nuevo el segundo, de una
zarzuela defectuosa compuso una comedia regular.
Entretanto que la
estudiaban los mismos actores, que con tanto celo y acierto
habían desempeñado las dos primeras piezas del autor,
la compañía de los Caños del Peral se dio por
ofendida de aquella preferencia. Sus protectores (gente poderosa y
grande influjo en la corte) meditaron una venganza poco delicada,
para desahogo de su mal fundado resentimiento. Hallaron un buen
hombre que se prestó a sus miras, dilatando en tres actos la
zarzuela de El Barón, suprimida la música,
añadidos de propio caudal varios trozos y lo restante
copiado a la letra del original que estropeaba. Sin haberlo
sospechado jamás, se halló de repente poeta: puso por
título a sus mal zurcidos retales el de La
lugareña orgullosa; la llamó comedia original;
insultó en el prólogo al autor de El
Barón, y la pieza contrahecha se estudió, se
imprimió, y se representó en el teatro de los
Caños; antes que en el de la Cruz estuviera corriente la de
Moratín. Tanta fue la actividad con que se aceleró la
ejecución de aquella materia. El público no
quedó, sin embargo, muy satisfecho del mérito de la
obra; y siendo ya tan conocida la zarzuela de El
Barón; la rapiña del autor intruso, su mala fe,
sus cortos alcances y su ridícula presunción, le
desacreditación completamente.
La comedia de
Moratín se representó en el teatro de la Cruz el
día 28 de enero del año de 1803. Sabíase de
antemano que iba a ser silbada: el jefe que mandaba la
expedición era conocido y temible, la turba que tenía
a sus órdenes numerosa e intrépida. Durante la
representación intentaron los voceadores el ataque
más de una vez; pero el público logró
contenerlos; faltaban pocos versos para concluirla, y creyeron que
era ya urgente hacer el último esfuerzo, y cumplir el
empeño que habían contraído. Voces, gritos,
golpes, silbidos, barahúnda espantosa, todo se puso en
práctica, y aquella parte del auditorio a quien había
parecido bien la comedia, contribuyó con aplausos a crecer
el estrépito y la confusión. Unos pedían que
se anunciase otra función para el día siguiente y
otros gritaban que siguiese la misma.
En medio de este
tumulto, que se dilataba con tesón de una y otra parte,
Antonio Pinto, amigo del autor, logró con dificultad que le
oyeran, y dijo: «Los cómicos han creído que la
comedia que se acaba de representar es una de aquellas pocas
composiciones que más ilustran el teatro español. Una
parte del público abunda en esta opinión y lo
manifiesta de un modo indubitable; otra parece que la desaprueba y
quiere que se anuncie para mañana pieza distinta. Deseando
los cómicos acertar, quisieran saber si la comedia de El
Barón ha de repetirse mañana, o no. Lo que
decida el público, eso harán ellos, su
obligación es complacerle». Esta alocución,
lejos de calmar el desorden y conciliar los ánimos,
sirvió solo de aumentarle y dividirlos, y hubiera durado
mucho tiempo aquella discordia, si los conjurados, dando ya por
seguro su triunfo, no hubieran salido atropelladamente a dar el
anuncio a los que esperaban afuera.
Corrió la
voz por las esquinas y callejuelas, tabernas, cafés y
tertulias, de que la comedia de Moratín había sido
silbada, noticia que llenó de regocijo a los que
lamentándose continuamente de que nada se hace bueno en
España, cuando alguna vez se hace, desestiman lo que echaban
de menos y atropellan el mérito que son incapaces de
competir. Algunos sabios y sabias se acostaron tarde aquella noche,
ocupados en escribir coplillas mordaces e insípidas en
celebridad de la gran victoria que habían logrado contra el
talento y la aplicación virtuosa, la parcialidad y la
ignorancia. Corrieron estos opúsculos al otro día de
mano en mano, y a pocas horas de existencia perecieron en desprecio
y olvido. En la segunda representación no hubo más
ruido que el de los aplausos; los conspiradores no asistieron, el
vino los había reunido, y el vino está caro en
Madrid. El público desapasionado vengó con su
aprobación los insultos anteriores; retuvo como frases
proverbiales muchas expresiones de la comedia, y desde entonces oye
siempre con aprecio esta fábula sencilla, verosímil,
cómica, instructiva, y en la cual se observan, como en todas
las otras del autor, los preceptos del arte y del buen gusto.
Antonio Ponce
desempeñó con mucha inteligencia el difícil
personaje de El Barón. Antonio Pinto, para quien era muy
acomodado el carácter de D. Pedro, satisfizo las esperanzas
del autor y del público. Mariano Querol, en el de Pascual,
acertó como siempre lo hacía cuando copiaba la
rústica y lerda sencillez de nuestros lugareños. El
papel de la Tía Mónica en boca de María Ribera
se admiró como lo más perfecto que puede presentar la
ficción dramática.
Noli adfectare quod tibi non est datum,
delusa ne spes ad querelam recidat.
Phedri, Fab. Lib. III.
PERSONAJES
DON PEDRO.
LA TÍA MÓNICA.
ISABEL.
LEONARDO.
EL BARÓN.
FERMINA.
PASCUAL.
La escena es en Illescas, en una sala de casa de
LA TÍA
MÓNICA.
El teatro representa una sala adornada al estilo del lugar.
Puerta a la derecha que da salida al portal, otra a la izquierda
para las habitaciones interiores, y otra en el foro, con escalera
por donde se sube al segundo piso.
La acción empieza a las cinco de la tarde y acaba a
las diez de la noche.
Acto I
Escena
I
LEONARDO,
FERMINA.
LEONARDO
Sí, Fermina, yo no
sé
que extraña mudanza es
esta;
ni apenas puedo creer
que en tres semanas de
ausencia
se haya trocado mi suerte
5
de favorable en adversa.
¿Qué misterios hay
aquí?
¿Por qué su vista me
niega
Isabel? ¿Por qué su
madre,
que me ha dado tales pruebas
10
de estimación, me
despide,
me injuria?... ¡Oh!
¡Cuánto recela
un infeliz!... Pero, dime,
ese Barón que se
hospeda
en esta casa...
FERMINA
¿El Barón?
15
LEONARDO
Sí, ¿qué
pretende? ¿Qué ideas
son las suyas?
FERMINA
No es posible
que un instante me detenga.
(Mirando adentro con inquietud.)
LEONARDO
Pero, dime...
FERMINA
Es que si viene
mi señora, y os
encuentra,
20
habrá desazón.
LEONARDO
Después
que yo de tu boca sepa
mi desventura, me iré.
Di...
FERMINA
Pues bien, la historia es
esta.
Ya sabéis que hace dos
meses
25
con muy corta diferencia,
que el barón de
Montepino
se nos presentó en
Illescas.
Tomó un cuarto en la
posada
de enfrente. Estando tan
cerca,
30
desde su ventana hablaba
con nosotras... bagatelas,
y chismes de vecindad.
Vino hasta media docena
de veces a casa, y luego
35
fue la amistad más
estrecha.
Hablaba de sus vasallos,
de su apellido y sus rentas,
de sus pleitos con el Rey,
de sus mulas, etcétera.
40
Mi señora le escuchaba
embebecida y suspensa,
y todo cuanto él
decía
era un chiste para ella.
Hizo el diantre que a este
tiempo
45
se os pusiese en la cabeza
ir a ver a vuestro primo
que, a la verdad, no pidierais
haber ido en ocasión
más mala.
LEONARDO
Estando tan cerca
50
de Toledo, estando enfermo
de tanto peligro,
¿hubiera
sido razón...?
FERMINA
Yo no sé...
Voy a acabar, no nos sientan.
Nuestro Barón
prosiguió
55
sus visitas con frecuencia:
siempre al lado de mis amas,
siempre haciéndolas la
rueda,
muy rendido con la moza,
muy atento con la vieja;
60
de suerte, que la
embromó.
La ha llenado la cabeza
de viento; está la
mujer
que no vive ni sosiega
sin su Barón; y él,
valido
65
de la estimación que
encuentra,
quejándose muchas veces
de que la posada es puerca,
de que no le asisten bien,
que los gallos no le dejan
70
dormir, que no hay en su
cuarto
ni una silla ni una mesa;
tanto ha sabido fingir,
y ha sido tan majadera
mi señora, que ha
enviado
75
por la trágica maleta
de El Barón, y ha dado en
casa
eficaces providencias
para que su
señoría
coma, cene, almuerce y duerma.
80
En efecto, ya es el amo:
se le han cedido las piezas
de arriba; viene a comer,
se sube a dormir la siesta,
vuelve a jugar un tresillo,
85
o sale a dar una vuelta
con las señoras;
después
vienen a casa, refresca,
cena, sin temor de Dios,
vuelve a subir y se acuesta.
90
Tal es su vida. El motivo
de haber venido a esta tierra,
ha sido, según él
dice...
¡Para el tonto que lo
crea!
No sé que lance de
honor,
95
de aquellos de las novelas:
persecuciones, envidias
de la corte, competencias
con no sé quien, que le
obligan
a andarse de zeca en meca...
100
En fin, mentiras, mentiras,
mal zurcidas todas ellas.
Esto es lo que pasa. Ahora
inferid lo que os parezca.
Isabel os quiere bien;
105
pero Patillas lo enreda
a veces y...
LEONARDO
Sí, su madre
es tal que podrá
vencerla;
y hará que me olvide,
hará
que a su pesar la obedezca...
110
¡A su pesar!... Pero,
¿quién
me asegura su firmeza?
¿Quién sabe si, ya
olvidada
del que la quiso de veras,
a un hombre desconocido
115
dará su mano
contenta?...
Adiós... Pero tú, que
sabes
cuanto mi amor interesa,
haz que yo la pueda hablar;
dila el afán que me
cuesta...
120
Dila, en fin, que no hay
amante,
por más infeliz que
sea,
que si no merece afectos,
desengaños no merezca.
(Hace que va y vuelve.
Vase.)
FERMINA
¡Pobrecillo! Mucho temo
125
que el tal Barón te la
juega.
Y al cabo de tantos
años
de ilusiones lisonjeras,
tantos suspiros perdidos,
tanto rondar a la puerta,
130
tus proyectos amorosos
en esperanzas se quedan.
¿Y esto es amar? Esto
es
vivir remando en galeras.
Escena
II
LA TÍA
MÓNICA, FERMINA.
TÍA MÓNICA
Fermina, ¿diste el
recado
135
de que mi hermano viniera
al instante?
FERMINA
Sí, señora.
TÍA MÓNICA
Mucho tarda.
FERMINA
Si es un pelma.
TÍA MÓNICA
Y es para una cosa urgente.
FERMINA
¿Para qué?
TÍA MÓNICA
¡Cierto que es buena
140
la curiosidad!
FERMINA
¡Señora!
¿Pues a qué santo es
la fiesta?
¡No es cosa! ¡La
paletina,
la saya rica, las vueltas
de corales!...
TÍA MÓNICA
Calla, loca.
145
FERMINA
¡Válgame Dios! Si lo
viera
el difunto.
TÍA MÓNICA
¿Qué difunto?
FERMINA
El que está comiendo
tierra.
TÍA MÓNICA
¿Quién?
FERMINA
Mi señor, que en su
vida
pudo lograr que os pusierais
150
una cinta, y os llamaba
desastrada, floja y puerca,
andrajosa, y...
TÍA MÓNICA
Si no callas
he de romperte las piernas,
habladora.
FERMINA
Yo...
TÍA MÓNICA
Bribona.
155
FERMINA
Si...
TÍA MÓNICA
¿Qué palabras son
esas?...
FERMINA
Señora, si él lo
decía,
y los vecinos se acuerdan...
¡Válgame Dios, que yo
no
lo saco de mi cabeza!
160
Por cierto que muchas veces
daba unas voces tremendas,
que alborotaba la casa;
y os llamaba majadera...
TÍA MÓNICA
Calla.
FERMINA
Y...
TÍA MÓNICA
Calla.
FERMINA
Bien está.
165
Escena
III
DON PEDRO,
LA TÍA
MÓNICA, FERMINA.
DON PEDRO
Hola, ¿quién
riñe?
TÍA MÓNICA
Es con esta
picudilla.
FERMINA
Mi señora
me pone de vuelta y media
porque digo la verdad,
y porque...
TÍA MÓNICA
Vete allá fuera.
170
FERMINA
Porque digo que mi amo...
TÍA MÓNICA
Vete.
FERMINA
Ya me voy.
TÍA MÓNICA
No vuelvas
sin que te llame; y cuidado,
no te plantes a la reja.
Escena
IV
DON PEDRO,
LA TÍA
MÓNICA.
DON PEDRO
Con que, mi señora
hermana,
175
asunto de consecuencia
debe de ser el que ocurre.
Yo, como sé tus
vivezas,
no me he dado mucha prisa
(Sentándose.)
a venir; pero se enmienda
180
todo con haber venido.
Vaya pues.
TÍA MÓNICA
Sólo quisiera
(Se sienta junto a DON PEDRO.)
que me dieras unos cuartos.
DON PEDRO
¿Para qué?
TÍA MÓNICA
Para una urgencia.
DON PEDRO
¿Urgencias tú?...
Bien está.
185
¿Cómo,
cuánto?
TÍA MÓNICA
Si tuvieras
cien doblones.
DON PEDRO
Sí los tengo;
pero ajusta bien la cuenta,
que se acabará el
dinero
a pocas libranzas de esas.
190
Doce mil reales me diste,
si la mitad se cercena
quedan seis mil, nada
más.
TÍA MÓNICA
Ya lo sé.
DON PEDRO
Pues bien, receta;
ello es tuyo, si lo quieres
195
todo, allá te las
avengas.
TÍA MÓNICA
No, todo no, cien doblones
me darás.
DON PEDRO
¿Con que hay
urgencias?
TÍA MÓNICA
Sí señor, lo
necesito,
y no quiero darte cuentas
200
de cómo, y cuándo, y
por qué.
DON PEDRO
Pues yo tengo mis sospechas
de que tú quieres
decirlo.
TÍA MÓNICA
¿Decirlo yo? No lo
creas.
DON PEDRO
¿No? Pues bien, no hablemos
ya
205
del asunto.
TÍA MÓNICA
¡Bueno fuera
que siendo el dinero
mío
cada vez que se me ofrezca
gastar algo, te pidiese
el dinero y la licencia!
210
DON PEDRO
No dices mal.
TÍA MÓNICA
Pues, tú quieres
tenernos como en tutela.
¡Buena aprensión!
DON PEDRO
Sí, por cierto;
y a fe que es mala incumbencia
querer mandar a una viuda,
215
tan verde y tan peritiesa,
con paletina y brial.
TÍA MÓNICA
¿No podré, cuando yo
quiera,
ponerme mi ropa?
DON PEDRO
Sí;
pero me admiro de verla
220
salir a lucirlo, al cabo
de medio siglo que lleva
de cofre.
TÍA MÓNICA
Ya que lo tengo,
quiero gastarlo.
DON PEDRO
Es muy cuerda
resolución; tanto
más
225
que convienen la decencia
y el adorno a una
señora
en cuya casa se hospeda
todo un Barón.
TÍA MÓNICA
Es verdad,
ya entiendo tus indirectas.
230
Sí señor, le tengo en
casa,
ni un solo ochavo le cuesta
comer y dormir aquí.
Le regalo, y le quisiera
regalar con tal primor,
235
que en vez de sufrir
molestias,
no echara menos su casa,
su fausto y sus opulencias.
DON PEDRO
¡Sus opulencias!... ¡El
pobre
Barón!... Y
¿qué mala estrella
240
redujo a su
señoría
a ser vecino de Illescas?
¿De qué enfermedad
murieron
sus lacayos? ¿En qué
cuesta
se rompió el coche, y
cayeron
245
la Chispa y la Vandolera?
¿Qué gitanos le
murciaron
el bagaje? ¿Qué
miserias
son las suyas, que se vino
sin sombrero y sin calcetas?
250
¿No podrás
satisfacerme
a estas dudas?
TÍA MÓNICA
No tuviera
la menor dificultad.
DON PEDRO
Pero, en efecto, ¿me
dejas
en la misma confusión?
255
TÍA MÓNICA
Sí; piensa de él lo
que quieras,
nada importa.
DON PEDRO
Y, en efecto,
hermana, hablando de veras,
¿es un caballero
ilustre?
TÍA MÓNICA
De la primera nobleza
260
de España, muy estimado
en las cortes extranjeras,
primo de todos los duques.
DON PEDRO
¡Oiga!
TÍA MÓNICA
Y es, por línea recta,
nieto de no sé que rey.
265
DON PEDRO
¡No es cosa la
parentela!
TÍA MÓNICA
Si le trataras, verías
qué conversación tan
bella
tiene, qué cortés,
qué afable,
qué expresivo con
cualquiera,
270
y qué desinteresado.
DON PEDRO
Eso la sangre lo lleva.
TÍA MÓNICA
Pero el pobre caballero,
¡válgame Dios!, cuando
cuenta
sus desgracias...
DON PEDRO
¿Qué
desgracias?
275
TÍA MÓNICA
Hará llorar a las
piedras.
Ha sido gobernador,
yo no sé si de
Ginebra...
Ello es en Indias; y un conde,
hermano de una duquesa,
280
cuñada de un primo
suyo,
el picarón, mala
lengua,
le ha puesto en mal con el
rey.
DON PEDRO
¡Haya bribón!
TÍA MÓNICA
Y por esta
calumnia se ve obligado
285
a disfrazar su grandeza
y andar de aquí para
allí;
pero, Dios querrá, que
venga
a saberse la verdad,
y entonces... ¡Pero, si
vieras
290
cuanto favor le merezco
al buen señor! Él me
enseña
todas sus cartas y algunas
que vienen en otras lenguas,
de Francia y de más
allá
295
de Francia, para que sepa
lo que dicen, las explica
en español todas ellas.
¡Pero, qué cosas le
escriben!
DON PEDRO
¿Qué cosas?
TÍA MÓNICA
Cosas muy buenas.
300
DON PEDRO
Ya.
TÍA MÓNICA
Le dicen que se vaya
a Londres, o a Inglaterra,
que el rey de allí le
dará
mucho dinero y haciendas...
Pero él no quiere salir
305
de España.
DON PEDRO
Pues no lo acierta.
¿Por qué no se va al
instante
a tomar esas monedas?
¿Qué puede esperar?
¿Que un día,
ahí en una callejuela,
310
le conozcan, se le lleven,
y le corten la cabeza
por una equivocación?
TÍA MÓNICA
No, que según las
postreras
noticias, van sus asuntos
315
de mejor semblante, y piensa,
dentro de poco, poner
tan en claro su inocencia,
que al que levantó el
embuste
quizás le echarán a
Ceuta.
320
DON PEDRO
Eso es natural... Y, dime,
hablando de otra materia
que nos interesa más,
y conviene tratar de ella.
¿Qué tenemos de tu
hija?
325
TÍA MÓNICA
Nada.
DON PEDRO
¿Nada? ¿Estás
dispuesta
a casarla con Leonardo?
Lo supongo.
TÍA MÓNICA
No, no es esa
mi intención.
DON PEDRO
¡Calle! Y ¿por
qué,
se ha mudado la veleta?
330
TÍA MÓNICA
Porque sí.
DON PEDRO
Ya, ¿con que quieres
hacerla morir doncella?
TÍA MÓNICA
¿Qué prisa corre el
casarla?
DON PEDRO
¡Oiga! ¡No es mala la
idea!
¿Qué prisa corre?
¡Ahí es nada!
335
Tú, hermana, ya no te
acuerdas
de cuando tuviste quince.
¡Qué prisa corre! Es
muy buena
la especie, por vida
mía.
TÍA MÓNICA
Digo bien.
DON PEDRO
Vamos, ya empiezas
340
a delirar, y estas cosas
piden discurso y prudencia.
Es menester que se case.
TÍA MÓNICA
Pues yo no quiero que sea
con un pelgar, infeliz.
345
DON PEDRO
Muy bien, pero considera
que casándose a mi
gusto
es suyo cuanto yo tenga.
Que Leonardo es un muchacho
de talento y buenas prendas;
350
que en Madrid le dio su
tío
una educación perfecta,
y cuando llegó a
faltarle,
(renunciando a las ideas
de ambición,
considerando
355
que el producto de su hacienda
bien cuidada, y sobre todo
su moderación, pudieran
hacerle vivir feliz)
vino, reclamó la oferta
360
que le hiciste de casarle
con Isabel... Lo desean
entrambos; todo el lugar
su esperada unión
celebra,
tú lo has prometido,
y...
TÍA MÓNICA
Sí;
365
pero las cosas se piensan
mejor, y... vamos... Yo
sé
lo que he de hacer, no me
vengas
a predicar.
DON PEDRO
Eso no.
Tú harás lo que te
parezca;
370
pero, mira que es tu hija.
No la oprimas, no la tuerzas
la voluntad, ni presumas
que con gritos y violencia
has de extinguir en un
día
375
una inclinación
honesta,
que el trato y el tiempo
hicieron
inalterable.
TÍA MÓNICA
No temas
nada... Yo me entiendo.
DON PEDRO
Adiós.
(Se levantan los dos.)
TÍA MÓNICA
Anda con Dios.
DON PEDRO
(Aparte.)
¡Qué cabeza!
380
Voy a contar los seis mil
y haré que el muchacho
venga
conmigo para traerlos.
A más ver.
TÍA MÓNICA
¡Qué mosca
lleva!
Escena
V
LA TÍA
MÓNICA, EL
BARÓN.
BARÓN
Señora, muy buenas
tardes.
385
TÍA MÓNICA
Estoy a vuestra obediencia,
señor Barón.
BARÓN
Hoy ha sido
mucho más larga la
siesta.
TÍA MÓNICA
¡Qué! No
señor... A las tres
ya estaba haciendo calceta.
390
Mi alcoba es un chicharrero...
Y la calor la desvela
a una, de modo que...
BARÓN
Cierto.
Aquí faltan unas piezas
de verano... Ya se ve,
395
¡Estas casas tan mal
hechas!
¿Estuvisteis mucho
tiempo
en Madrid?
TÍA MÓNICA
Muy poco; apenas
estuve un mes.
BARÓN
De ese modo
(Paseándose.)
es casualidad que vierais
400
mi casa.
TÍA MÓNICA
¿En qué calle
está?
BARÓN
Es un caserón de piedra
disforme.
TÍA MÓNICA
¿En qué calle?
BARÓN
Y tengo
pensado, luego que vuelva,
echarle al suelo.
TÍA MÓNICA
¿Por qué?
405
BARÓN
Para hacerle a la moderna.
TÍA MÓNICA
Será lástima.
BARÓN
No tal;
además que se
aprovechan
todos los jaspes, y al cabo
por mucho, mucho, que pueda
410
gastarse, vendrá a
costar
tres millones... y aún no
llega.
TÍA MÓNICA
¿Y hacia adonde
está?
BARÓN
He pensado
reducirle cuanto sea
posible; y según los
planos
415
que me vinieron de Antuerpia,
queda más chico y
mejor.
Una columna abierta,
circular, y en el ingreso
esfinges, grupos y verjas.
420
Gran fachada, escalinata
magnífica, cinco
puertas,
peristilo egipcio... Y dentro
su jardín con
arboledas,
invernáculos,
estanques,
425
cascada, gruta de fieras,
saltadores, laberinto,
aras, cenotafios, bellas
estatuas, templos, ruinas...
En fin, cuatro frioleras
430
de gusto... Y sobre la altura
del monte que señorea
el jardín, un belveder
de mármoles de
Florencia,
con bóvedas de cristal,
435
en medio de una plazuela
de naranjos del Perú.
TÍA MÓNICA
¡Válgame Dios,
qué grandeza!
BARÓN
Todo es vuestro; allí
estaréis
servida como una reina.
440
Mi palacio, mis sorbetes;
mis papagayos, mi mesa,
mis carrozas de marfil
con muelles a la chinesca,
todo es para vos.
TÍA MÓNICA
Señor,
445
tanto favor me
avergüenza.
BARÓN
Más merecéis,
más os debo,
que habéis sido en mi
deshecha
fortuna el iris de paz,
y es justo que a tanta deuda
450
corresponda... Mas, decidme,
(que entre los dos la reserva
y el misterio no están
bien)
un joven que nos pasea
la calle, y atentamente
455
nuestras ventanas observa.
¿Quién puede ser?
Él es nuevo
en el lugar.
TÍA MÓNICA
De manera,
señor Barón,
que...
BARÓN
Esta noche...
No sé si estabais
despierta...
460
Ello era tarde, sonó
una cítara, y con ella
un romance de Gazul,
cierto moro que se queja
de que su mora, por otro
465
nuevo galán le
desdeña.
¿No me
diréis...?
TÍA MÓNICA
Sí señor...
¡Válgame Dios! Yo
estoy muerta.
Por más que procuro...
(Aparte.)
BARÓN
En fin,
¿podré yo saber
quién sea?
470
TÍA MÓNICA
Sí señor,
sí... Ya se ve,
como él es de
aquí.
BARÓN
¿De Illescas?
TÍA MÓNICA
Sí señor, y ha vuelto
ahora
de Toledo... Pero ella...
No señor... nunca...
BARÓN
Ya estoy.
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TÍA MÓNICA
Él es un tonto, y se
empeña
en que... ¡Vaya! Lo
primero
que la diré, cuando
vuelva,
cuidado, no ha de ponerme
los pies en casa.
BARÓN
¡Discreta
480
prevención! Si
Isabelita
no le quiere, que no venga.
TÍA MÓNICA
¡Qué ha de querer! No
señor,
nada de eso. ¿Pues no
fuera
un disparate?... No digo
485
que la muchacha merezca
un marqués...
BARÓN
¡Merece tanto,
Doña Mónica!... Es
muy bella,
muy amable... Ved que es
mucho,
mucho, lo que me interesa
490
su felicidad... Adiós,
que aún no es tiempo de que
os deba
decir más. Llegará el
día
de mi fortuna y la vuestra.
(Asiéndola de la mano y
apretándosela con expresión de cariño.)