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El lector modelo

Ema Wolf



La escritora analiza la manera como ella construye un escrito y a la vez un lector. Los lectores son siempre distintos, adecuados a la imagen que ella construye. Por eso sus historias tienen aceptación, porque piensa en el lector. En ese orden de ideas, y como una manera de respetar y formar a los lectores, la autora sugiere que el adulto actúe consecuentemente cuando le pide a un niño que lea: que él mismo sea un lector, con criterio y sin deseos de pedagogía. Sólo debe ser un mediador, un consejero que ayude a desarrollar en el niño su deseo de ser un lector autónomo y feliz.





E1 tema del lector modelo pertenece a toda la literatura, no sólo a la que es para los chicos. Todo autor construye con su texto un lector. Lo construye, aun sin proponérselo, para cada libro que escribe e indirectamente también para sí. Pero no porque tenga configurado de antemano un lector con rasgos precisos, contabilizables.

Mi impresión, cuando escribo, es que estoy haciendo un lector a mi imagen, que se me parece, que en el momento de sentarse a leer va a desear lo mismo que yo deseé mientras escribía. Ese lector será diferente en cada libro, porque son distintos tanto la idea que dio origen al libro como los resultados. La edad que tenga no es para mí un problema a priori, es un hecho que se desprende: ese texto será para quienes tengan la competencia de lectura necesaria para entenderlo y disfrutarlo. Lo único previo es la idea que se me ocurrió. Si es muy sencilla -El rey que no quería bañarse- su tratamiento también lo es, y ese texto incluirá a lectores pequeños. Si es más compleja -Perafán de Palos- los recursos de escritura son otros y sólo será accesible a lectores más entrenados. Entonces buscaré la colección adecuada para arrimar al mayor número posible de esos lectores. Pero nunca tengo sensación de pérdida al escribir, de tener que resignar palabras o recursos. La idea es como un embrión, y sólo trato de desarrollarla de la manera más armónica. Después se verá quién lee eso. Me refiero a que si uso la palabra «mar» y descarto «piélago», no es por miedo a que alguno de mis lectores no me entienda sino probablemente porque «piélago» va a caer en ese texto como un cascote.

Sé que mis libros les gustan a los chicos porque me lo corroboran años de contacto con ellos. Pero me pasa algo curioso: si me preguntan cuáles creo yo que son sus intereses específicos -descontando la escuela, para ellos inevitable-, por supuesto no sabría bien qué contestar. No digo que no existan o que no estén presentes en mis cuentos, sino que no atino a verlos como problemas exclusivos de los chicos. De hecho si un chico no quiere bañarse -supongamos que se identifique con el rey- es también un problema de la madre y de cualquiera que lo huela; además hay mucha gente a la que nunca le gustó bañarse. Los piratas, las plantas carnívoras y los gatos me fascinaban de chica y hoy me siguen fascinando, por eso cuento historias con esas cosas. Y me siento una adulta escribiendo, nunca me sentí una niña...

Tal vez yo sea un caso patológico de alguien que no maduró, pero no percibo que mis intereses y los de mis lectores sean sustancialmente diferentes. Si al escribir me pusiera en el papel de madre, psicóloga o maestra tal vez sería otra cosa. Pero yo no me propongo educarlos, ni tratar sus miedos ni enseñarles nada. Quiero inventar historias que me gusten a mí, a ellos o a cualquiera, y que la pasemos bien todos juntos.

Sospecho que todavía hay restos de una literatura infantil que confundió el lector modelo con el niño modelo que buscaba. Ahí sí veo un lector construido de antemano. Un lector que es un «otro», que circula en un gueto delimitado y distinto al del autor. Como el chico es un ser maleable, le administrará mensajes inequívocos. El autor pasa a ser autoridad, y el libro un vehículo de propósitos formadores, no un fin en sí. Esta literatura paternalista necesariamente también supone a un chico menos sensible e inteligente, por eso muchas veces abunda en especificaciones y redundancias; hasta pone signos de admiración en los pasajes donde el chico debe asombrarse -yo encontré algunas de estas cosas en viejos textos míos, cuando una empieza a construir.

Mi impresión, cuando escribo, es que estoy haciendo un lector a mi imagen, que se me parece, que en el momento de sentarse a leer va a desear lo mismo que yo deseé mientras escribía. Ese lector será diferente en cada libro, porque son distintos tanto la idea que dio origen al libro como los resultados siguiendo modelos prefigurados. De ahí sólo pueden salir lectores pasivos, sin nada que aportar a la lectura porque el autor lo hizo todo. Diría Eco: no necesitan coparticipar en la creación del texto rellenando agujeros de significación porque está todo dicho, bien claro frente a sus narices. (Algo parecido ocurre con el código televisivo: aburre porque no exige nada.) Me parece que en estos casos se avanza sobre la libertad del lector. Y eso ocurre porque antes el autor mismo se metió en una caja.

Si el autor escribe pensando en complacer a los papás, los maestros o los editores, está frito. Entre otras cosas porque le sería imposible abarcar una gama tan variada de buenas intenciones, incluso muchas veces antagónicas.

La oferta del mercado es hoy lo bastante amplia como para que quien oficie de mediador le proponga al chico lo que cree que es bueno. Bueno para sí, para él como lector adulto, no lo «adecuado». Siempre corre el riesgo de no acertar y que el chico le tire el libro por la cabeza, pero ese riesgo lo corre cualquiera que recomiende un libro a un amigo. El problema es que todos los adultos dicen «leé, nene» pero no son muchos los que leen. Y quien no lee, tampoco dispone de criterios de selección propios. Que serán rígidos o modificables, compartidos o rechazados, pero son criterios al fin. Sirven para orientar, confrontar, discutir, hacer que el lector se sienta acompañado y no perdido en la maraña.

Es llamativo lo poco que se discrimina en las escuelas con relación a la calidad. A veces el autor tiene la sensación de que podría escribir mucho peor y sería igualmente festejado. También me llama la atención que en algunas escuelas se alienten las maratones de lectura, como si lo importante fuera hacerle leer al chico una gran cantidad de libros ya, y no ayudarlo a desarrollar en paz su propio gusto para que sea un lector feliz en el futuro.