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Precisamente Picardía se traba en un sintagma que contiene otra esdrújula, «Artículos de la Fe», que convierte en algo más tangible al transformarlo en «Artículos de Santa Fe». Alcina Franch y Blecua destacan en los recuentos realizados por T. Navarro Tomás la escasez de aparición del tipo léxico esdrújulo (los más frecuentes son los trisílabos, con el 0,95 %) y consideran a esta una de las causas del prestigio de las esdrújulas (1983, 451). En el MF, además de las tres palabras esdrújulas ya mencionadas (tabernáculo, tubérculo y artículos) aparecen veintitrés más: águila, álamo, ánima, árboles, bárbaros, camándulas, cáscara, décimo, espetáculo, fantástico, güérfano, lágrimas, límites, máquina, méritos, nápoles, número, órgano, pájaro, pértigo, pícaro, última y víbora. En su gran mayoría son sustantivos concretos, aunque hay algunos adjetivos. En general las esdrújulas abundan en un vocabulario más culto y en léxicos más especializados. Por otra parte, ya destacamos que una característica general del poema es el desplazamiento a una acentuación aguda de los compuestos con pronombres enclíticos (creameló, entiendanmé, etc.), lo que redunda asimismo en cierto rechazo a la acentuación esdrújula.

 

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En el inicio de La vuelta, los vv. 45-46 dicen: «cante todo el que le cuadre/ como lo hacemos los dos». El numeral de este verso, por otra parte el más reiterado dentro del poema, ha merecido distintas interpretaciones. Como recuerda Becco en su edición, para Santiago Lugones el autor incurrió en un lapsus mentis, en tanto que para Tiscornia se finge la presencia de un segundo cantor. Elbio Bernárdez Jacques considera que el autor con «los dos» se adelanta a la idea que tenía en mente de puntualizar a continuación dos tipos de cantores, los poetas ciudadanos y los bardos rurales. Amaro Villanueva apunta que «el dos» engloba al auditorio, que para él es su semejante, su afín; reemplazaría al nosotros inclusivo del oyente. Azeves lo justifica como una «intencionada reminiscencia» justificada luego por la presencia del Moreno en la payada. A su vez, Ludmer desarrolla el valor del dos dentro del código numérico y deja de lado otros numerales tratados por Villanueva, como el 13 y el 33, pero no hace referencia a este verso. En el plano de las interpretaciones, también podríamos suponer un desdoblamiento entre Fierro, un personaje que se ha independizado, que ha cobrado vida propia, y el autor, José Hernández. Sin embargo, la variación entre el singular y el plural de la audiencia podría reforzar la coherencia de este «los dos»: ¿cantor que ya ha cantado previamente y que se destaca entre el auditorio?, ¿el que ofrece la fiesta, también cantor? La ausencia de un contexto situacional explícito multiplica las posibles lecturas.

 

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Hernández Alonso considera este presente histórico como el zoom de una cámara cinematográfica que acerca la realidad pasada al momento de representarla a través de la palabra (Porto Dapena, 1989, 50).

 

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En este ejemplo no es fácil determinar si se trata de un discurso referido directo o indirecto. La puntuación y el encomillado apuntan a un discurso referido directo, pero la organización sintáctica en tercera persona y con sujeto en lugar de vocativo nos lleva a interpretarlo como un discurso indirecto.

 

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Esta imagen, por otra parte, aparece de modo similar en El borracho, de Joaquín Castellanos, que compara la yerra con el bautismo. Puede estar latente en Castellanos el recuerdo del MF y reelaborarlo dentro de las pautas de la cultura pampeana.

 

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Sobre este punto se ha interesado especialmente Leumann (1945, 153 y ss.), a partir de la correcciones y reelaboraciones de los refranes que aparecen en los pretextos. En ese capítulo y en el dedicado a los consejos de Vizcacha señala cómo adapta Hernández la voz popular o el proverbio preexistentes a su propio octosílabo.

 

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Martínez Estrada, al hablar de la composición estrófica, ha destacado esta característica: «Por lo común, el primer par de versos plantea el problema en forma concreta; el segundo consiste en alguna divagación o referencia que sirve para subrayarlo; el último lo cierra con el hecho concluso o, como es frecuente, con un dicho. [...] Los dos versos finales son de tal densidad y estrictez, que no pocas veces se convienen en un refrán o un dicho. Cuando no, en una sentencia epigramática. Siempre cierran la frase y la idea herméticamente. De manera que se puede suspender la lectura en un final de estrofa como en un final de canto. [...] Y a veces apela al recurso de cerrar la estrofa con un refrán o un dicho de buena ley. El mérito mayor del poema está en la síntesis de lo filosófico y lo ingenioso, lo poético y lo vernáculo. Hasta puede señalarse el canto III de la Vuelta como un alarde, y en general esa facultad es tan radicalmente castiza como el verdadero don natural del autor» (Martínez Estrada, 1983, 1, 118-121).

 

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Para esta última grafía, véase Riquer (1975, 1, 45 y ss.). La tradición poética panrománica de juglares y trovadores tiene otros puntos en común con el poema más allá de los refranes. Así, en lo formal todas aquellas composiciones de debate o de diálogo entre trovadores (la tensó, el joc partit, la justa, la cobla, etc.), donde los coloquios reales o figurados se pueden relacionar con el canto de contrapunto y con la payada del MF, y en lo temático arrastran toda una tradición política.

 

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En el Refranero español de Canellada y Pallares las posibilidades parecen más amplias. Las taxonomías se cruzan. En la p. 17 se hace una catalogación en verdad, consejo, advertencia, norma de vida. En la p. 27 la catalogación se modifica en: refrán, frase, verdad, consejo, norma. Pero luego se añaden nuevas clasificaciones: cualidad, carácter, concepto, consecuencia, injusticia, humor, etc., además de las temáticas: cosechas, meses, climas, animales, el matrimonio, la medicina, los médicos, los oficios, Dios, el diablo, las mujeres, etc.

 

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Canellada y Pallares clasifican a veces como refrán y otras como frase. No hay definición de lo que entienden por frase, pero pareciera que lo que aquí distingo como dicho (siguiendo la nomenclatura de Hernández) se acerca a lo que las autoras reconocen como frase, por lo menos designan como tal a «ser astillas de un mismo madero», que en Hernández incorporamos a los dichos.