Pues, Enrique, mi amigo, escucha
ahora2 |
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por muerte del rey, mi padre, |
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Fadrique (que otra diadema |
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logra en paz), me dio Sicilia |
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la prevenida obediencia, |
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desvaneciendo la injusta |
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pretensión, con su
fineza, |
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de mi tío el rey
Roberto; |
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que de Nápoles inquieta |
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debió a tu valor mi
frente |
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el laurel que la venera. |
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Mas, prosiguiendo Roberto |
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sus malogradas empresas |
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(aunque nunca averiguadas), |
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presumidas diferencias |
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de vasallos poderosos |
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han sido las que conservan |
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esta llama escandalosa, |
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que apagada en mi defensa, |
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con oculto ardor renace |
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de las cenizas que quedan. |
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Ninguno de mis vasallos |
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da más causa a mi
sospecha |
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que Alejandro, por la antigua |
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pretensión que el reino
hereda. |
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Mas siendo así que esto
todo |
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es indicio, y que no pueda |
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nuestra atenta vigilancia |
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llegar a darle más
fuerza, |
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tu amistad, de mí
ayudada |
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con la industria, ha de ser
piedra |
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en que toque los quilates |
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della con nuestra sospecha. |
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Pedro soy yo, que a Sicilia |
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rijo en legítima
herencia, |
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cuando en Portugal, Castilla |
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y Aragón tres Pedros
reinan, |
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a cuya justicia, a cuya |
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rectitud, a cuya entereza |
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la firmeza de los polos |
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sin estruendo titubea. |
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Yo, que soy el cuarto en ellos |
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hasta ahora, haré que
sea |
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en el número mi fama, |
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por mi industria, la primera. |
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A ti te basta mi gracia; |
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y asentada en la firmeza |
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de mi favor esta basa, |
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puesto que Alejandro sea |
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de quien con más causa
temes |
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el daño que se recela, |
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por si acaso le ocasiona |
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de mis favores la fuerza, |
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le he de hacer tantos, que
pasen |
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de su deseo. Y si alienta |
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su enojo la envidia tuya, |
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siendo tus triunfos su ofensa, |
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con desaires aparentes |
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he de ultrajar tus finezas |
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de suerte, que satisfaga |
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su ambición y su
soberbia |
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(para ver si su
atención |
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las deslealtades enmienda |
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que presume nuestra duda), |
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sus agravios y sus medras. |
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Veamos si hace mi agasajo |
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de una injuria una fineza; |
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y mi favor, como suele |
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el diestro artífice,
sea |
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el pilar con que afianza |
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en la pared mal dispuesta |
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la amenazada ruina |
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del edificio que tiembla. |
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Y si acaso nuestra duda |
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fuere vana, y su fe cierta, |
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se ha de seguir deste intento |
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que tú, publicando
quejas, |
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ocasiones que te busquen |
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(como hombre de tantas
prendas, |
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y en la guerra tan capaz) |
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los que hacer mal te desean; |
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que aunque obren con más
recato, |
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cuando ofendido te crean, |
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así cual dos
instrumentos3 |
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templados a una cadencia, |
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al herir el uno, el otro |
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con el mismo acento suena, |
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si tú te muestras
templado |
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al tenor de sus cautelas, |
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cuando se toque tu labio, |
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aunque más recato
tengan, |
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será preciso que suene |
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al acento de su queja. |
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Demás desto, al mismo
tiempo, |
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con amistad más atenta, |
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yo, como interior amigo, |
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veré quién te
lisonjea, |
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quién te estima,
quién te engaña; |
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y si hacer tu amor intenta |
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buena elección en tu
esposa, |
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sabrás quién ama de
veras, |
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quién halaga tu fortuna |
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y quién te adula por
ella. |
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Y dándonos con secreto |
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lugar a estas conferencias, |
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los dos aseguraremos |
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nuestra parte, porque tenga |
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en los dos el mundo ejemplo |
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de los trofeos que espera |
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de la industria y la amistad, |
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la unión que el ingenio
intenta. |
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