El trovador de la niñez
Colección
de composiciones en verso para ejercitarse los niños
en la lectura de la poesía
Pilar Pascual de Sanjuán
[comp. ]
A MIS AMADOS SOBRINOS.
A vosotros, queridos de
mi alma, que empezáis la carrera de la vida; a vosotros,
inocentes y pequeñuelos todos, de los cuales unos
há poco que conocéis y otros no habéis
aprendido todavía ese arte difícil y misterioso
que se llama lectura, os dedica mi amor esta colección
de cantares sencillos y puros como vuestras almas. Repasad
con atención las páginas de ese libro; al paso
que os ejercitaréis en leer el lenguaje sublime de
las Musas, hallaréis en estos dulces versos sentimientos
religiosos y máximas de virtud que contribuirán
a formar vuestro corazón. Cuando ya no exista, leedlo
una vez más, y tributad un recuerdo y un suspiro a
la que tanto cariño consagró a la niñez
en general, y en particular a los inocentes hijos de sus
caros hermanos.
Pilar Pascual de Sanjuán.
Barcelona,
Diciembre de 1865.
Prólogo A nadie le ocurrirá poner en duda lo imprescindible
de la necesidad de que los niños, después que
se hayan ejercitado en la lectura en prosa, aprendan igualmente
a leer en verso. Esta necesidad se hace sentir en tales términos,
que hay personas que dan mucho sentido a la primera y flaquean
en la segunda, hasta el punto de estropear las más
hermosas estancias poéticas por la languidez y falta
de entonación con que las leen.
Muchos libros existen
destinados al objeto que en éste nos proponemos, pero
en algunos hemos echado de ver que no se ha atendido a la
parte educativa, cuando la lectura es uno de los medios que
el maestro posee para cultivar
—VIII→
la inteligencia y el corazón
de los discípulos; en otros, y son los más,
se han escogido muy buenos versos, sencillos y puestos al
alcance de nacientes inteligencias; pero no se ha cuidado
de poner todos los diferentes metros de la poesía
castellana, a fin de que los niños se ejerciten en
la lectura de ellos, pues sabido es que requieren diversa
entonación.
Nosotros hemos eliminado de las colecciones
de los mejores autores todo lo que no está al alcance
de los educandos, a fin de dar a nuestro libro ese carácter
infantil que encanta a los niños; hemos buscado, cual
la abeja entre las flores, una gota de miel en cada volumen,
y así es que no hemos reproducido una sola poesía
que no tenga un pensamiento moral, una idea religiosa, o
que no contenga alguna útil instrucción.
Encontrarán
los niños desde el ligero verso de cuatro sílabas
hasta el armonioso alejandrino; únicamente lo que
no hemos copiado han sido trozos de drama o de tragedia,
porque creemos que solamente pueden leerse esta clase de
obras con la debida energía por personas que se hallen
en edad de sentir las pasiones o afectos por ellas traducidos.
—IX→
Nuestro Trovador constará de tres secciones: en
la primera pondremos romances comunes, romances cortos y
también toda clase de versos octosílabos; en
la segunda, endecasílabos, desde el pareado hasta
el soneto, y además las silvas, y en la tercera, todas
las otras clases de metro, incluyendo algunas poesías
polimétricas para que los niños se acostumbren
al cambio de entonación.
Poco ha sido nuestro trabajo,
nuestro mérito ninguno, pero creemos que el pensamiento
será de alguna utilidad para el tierno plantel a quien
dedicamos nuestros continuos desvelos. Todas las composiciones
llevarán al pie el nombre de su autor, o, si casualmente
lo ignorásemos, el del libro que nos las ha suministrado;
solamente las que no tengan firma alguna serán de
nuestra pluma.
—11→
Primera serie
I. EspañaSu situación y dominios
Al Occidente de Europa se halla la fértil España, por altos montes
y mares en contorno resguardada.
Al Norte
los Pirineos
5 la dividen de la Francia; sirviendo sus
altas cumbres de límite y de muralla.
Dos mares, al Mediodía, sus costas en torno
bañan:
10
—12→
Y un estrecho las divide
de las costas africanas.
Galicia yace al Ocaso,
al Portugal apegada, y el Atlántico es el foso
15 que defiende aquellas playas.
En tanto
que por Oriente el Mediterráneo aguarda a las
naves que algún día fueron a Grecia y a
Italia.
20
No lejos las Baleares recuerdan
su antigua fama, por los célebres honderos,
terribles en las batallas.
Mientras al extremo
opuesto
25 descúbrense las Canarias, como descanso
y refugio en navegaciones largas.
Por aquella
nueva senda fueron los hijos de España
30 a conquistar
otro mundo con una cruz y una espada.
Pasaron
aquellas glorias, con tanta sangre compradas, y sólo
quedan vestigios
35 de dominación tan vasta.
Puerto-Rico que a Colón llenó
el pecho de esperanza, y Cuba, fértil en frutos,
que a todos sacan ventaja.
40
—13→
También
en África hay restos de las glorias castellanas;
y Ceuta, que del Estrecho parece guardar la entrada,
en los climas más lejanos,
45 allá
en los mares del Asia, aun rige el cetro español
Filipinas y Marianas.
De modo que donde quiera
se ven las señales claras
50 de que el sol a
todas horas tierra española alumbraba.
RÍOS PRINCIPALES. Muchos y
abundantes ríos cruzan el hispano suelo,
55 llevándoles
jugo y vida, como las venas del cuerpo.
Los más ricos y afamados son el caudaloso EBRO,
que a la inmortal Zaragoza
60 riega sus campos amenos.
Los de Castilla fecunda con sus raudales
el DUERO; a Portugal atraviesa y al mar camina derecho.
65
Cual ancho foso otros ríos dividen
entrambos reinos: El MIÑO, que allá en Galicia
su curso ostenta soberbio;
—14→
Y el GUADIANA,
que en la Mancha
70 se esconde por largo trecho, y a
la ardiente Extremadura frescura y pastos da luego.
El TAJO los muros baña de la célebre
Toledo,
75 y en sus cristalinas ondas refleja el alcázar
regio:
Mientras el GUADALQUIVIR, padre de
claros ingenios, en Córdoba y en Sevilla
80 proclama
ufano su imperio.
CORDILLERAS Y MONTES. Desigual y montuoso es el terreno de
España, y sus mayores llanuras
85 las de Castilla
y la Mancha.
Crúzanla en distintos rumbos
cordilleras y montañas, que la abastecen de
bosques, de mármoles y de aguas.
90
Los
fragosos PIRINEOS la defiendan y resguardan desde
el mar de Cataluña hasta el golfo de Vizcaya.
En Aragón el MONCAYO
95 sobre todos se
levanta, y linde de ambas Castillas empínase
GUADARRAMA.
—15→
SIERRA MORENA famosa a la Bética
da entrada,
100 alegrando el corazón con su verdura
lozana.
Encierran ricos metales los montes
de la ALPUJARRA: Darro, Genil y otros ríos
105 nacen
de SIERRA NEVADA.
Allí cesó el
duro imperio de las lunas africanas, tremolándose
la cruz en las torres de la Alhambra.
110
Tras
ocho siglos de guerra, desde la primera hazaña,
cuando en los MONTES DE ASTURIAS sacó Pelayo
la espada.
FERACIDAD DE SU SUELO.
115 Con
franca y liberal mano ha tratado a España el cielo;
juntando en ella los dones que repartió en
otros reinos.
Clima templado y suave,
120 ni
muy rígido el invierno, ni tan ardiente el verano
que quite fuerzas y aliento.
Puro el aire,
el sol ardiente, el cielo claro y sereno,
125 las corrientes
cristalinas, fecundo y hermoso el suelo
—16→
Los frutos más estimados los da a la par su
terreno, sin tener que ir en su busca
130 de la tierra
a los extremos.
Mieses, plantas, hierbas, flores
cubren sus campos extensos; y mil preciosos metales
la tierra esconde en su seno.
135
Los montes
le dan abrigo, los ríos frescura y riego; y
a competencia dos mares llenan de naves sus puertos.
Crece el cáñamo en sus campos,
140 nace al par el lino tierno; da rica seda el gusano,
blando vellón el cordero.
El algodón
en los prados cual copos de nieve vemos;
145 mientras la
caña se mece, su dulce jugo ofreciendo;
y pues de bienes y dones a España ha colmado
el cielo, a tanta bondad de Dios
150 ingratos no nos mostremos.
MARTÍNEZ
DE LA ROSA.
—17→
II. El zagal y el nido ¿Dónde vas, zagal
cruel, »dónde vas con este nido »riendo
tú, mientras pían »estos tristes pajarillos?
»Su madre los dejó solos
5 »en este momento mismo,
»para buscarles sustento, »y dárselo con su
pico... »Mírala cuán azorada »echa menos
a sus hijos,
10 »salta de un árbol a otro, »va,
torna, vuela sin tino; »al cielo favor demanda »con
acento dolorido; »mientras ellos en tu mano,
15 »baten
el ala al oírlo... »Tú también tuviste
madre, »y la perdiste aún muy niño, »y
te encontraste en la tierra »sin amparo y sin abrigo...»
20 Las lágrimas se le saltan al cuitado pastorcillo;
y vergonzoso y confuso deja en el árbol el nido.
ID.
—18→
III. El topo y el gusano de luzFábula
Por
una estrecha hendidura sacó la cabeza un topo.
Con poca carne en los huesos y mucha piel en los ojos:
No sabe si es noche o día;
5 pero siente en el
contorno a un gusanillo de luz, y le dice de este modo:
-«Ufano puedes estar, »tamaño como un gorgojo,
10 »llevando en parte velada »la linterna por adorno:
»Ya la muestras, ya la ocultas »tan altivo y orgulloso
»como fanal que en la torre
15 »enseña el puerto
al piloto. -«No tal, (contestó el gusano), »que
mi pequeñez conozco; »pero a ninguno hago daño,
»y algún bien procuro a otros;
20 »doy luz oculto
en la hierba, »sobre las plantas me poso, »y los insectos
acuden »a guarecerse en su tronco; »ni destruyo las
raíces,
25 »ni las semillas me como,
—19→
»ni por
temor a los hombres »bajo la tierra me escondo». Esto
dijo el gusanillo: Y lo dijo con tal tono,
30 que el
dañino animalejo quedó aún más
ciego de enojo: Fue a replicar, y no pudo, sintió
encendérsele el rostro: Y murmurando entre dientes,
35 metiose dentro de un hoyo. Así en el mundo
sucede, que los más torpes y tontos al que brilla
poco o mucho le zahieren envidiosos.
40
ID.
IV. Júpiter y la ovejaFábula
Tantos
y tales trabajos hicieron pasar las fieras al más
inocente bruto, a la pacífica oveja, que a Júpiter
hubo al cabo
5 de pedir que discurriera cómo
buscaba camino para aliviar sus miserias. Júpiter
le dijo:-Veo, y harto de verlo me pesa,
10
—20→
mansa criatura
mía, que te he dejado indefensa. Para suplir
esta falta elige el medio que quieras: Las armas que
más te agraden
15 te dará mi omnipotencia.
¿Quieres que dientes agudos en tus mandíbulas
crezcan, o que tus pies se revistan de fuertes garras
que hieran?
20
-No quisiera yo, Señor
(respondió la pretendienta), cosa que me asemejara
a la raza carnicera.
-¿Será mejor
que introduzca
25 mortal veneno en tu lengua?
-No, que me aborrecerán lo mismo que las culebras.
¿Quieres que te arme de cuernos y a tu frente
dé más fuerza?
30
No, que entonces
como el chivo, no me hartaré de pendencias.
Pues, hija, yo sólo puedo salvarte de
una manera: Para que no te hagan daño
35 preciso
es que hacerlo puedas. ¿Preciso? (la oveja exclama, dando un suspiro de pena) Prefiero entonces a todo
—21→
mi flaca naturaleza.
40 La facultad de dañar
gana de dañar despierta, y por no hacer sinrazones,
vale más el padecerlas. Júpiter interviniendo
45 bendijo a la mansa bestia, y ella no volvió
jamás a pronunciar una queja.
HARTZENBUSCH.
V. La abeja y el zánganoFábula
-¿Qué
causa, infeliz, he dado para que me desterréis?
Triste un zángano decía a una abeja,
que al dintel se hallaba de la colmena.
5 ¿Quieres indicarme
a quién he causado el menor daño? -A
nadie, seguro es, respondió al punto la abeja.
Pero ¿cuándo hiciste bien?,
10 ¿basta ser inofensivo
para que comas la miel que cogemos de las flores?,
¿te gusta holgar? Marcha, pues, a donde por no hacer
nada
15
—22→
casa y comida te den; que aquí tan sólo
el trabajo con fruto consigue prez.- Sabia y concisa
la abeja, hizo al zángano entender
20 que no
basta no hacer mal, es necesario hacer bien.
BAEZA.
VI. La luna y los vapores En una noche de estío
de la luna la luz clara iluminaba la tierra, mientras
tanto suaves auras mecen el rubio cabello,
5 flotante
en la hermosa espalda de vírgenes que de mirto
y de rosas coronadas, aromas de pebeteros llevan
de su diosa al ara.
10 Envidiosos los vapores que de
una grande cloaca nacieran, y pretendían aspirar
a gloria tanta; viendo que subir no pueden
15 a la altura
en que se halla, ni lucir, exasperados, llenos de furor
y rabia,
—23→
entre la luna se ponen y la tierra iluminada:
20 De los benéficos rayos la priva su impía
saña, a fin de que ya por ellos no mas le tribute
gracias el hombre reconocido.
25 La candidez de su alma
mostrando, dice la luna: -¿Podré conocer la
causa por qué tan mal me queréis que
me priváis que un bien haga?-
30 Contestaron los
vapores: -Brillas en región más alta. ¡A qué extremo de la envidia conduce la negra
saña!
ID.
VII. La luciérnaga La luciérnaga
una noche, de su misma luz prendada, estas palabras
decía desde el seno de una dalia: -«El cielo
vistió mi cuerpo
5 »de zafiro y de esmeraldas,
»y en esplendor y en grandeza »nadie en el mundo me
iguala.
—24→
»Estos insectos volubles »que disfrazados
con alas
10 »y ufanos por lo ligeros »quieren afrentar
las auras; »esas flacas mariposas, »que una débil
lumbre mata: »Esa económica hormiga,
15 »que
todo el día trabaja; »esa abeja diligente, »que
tenaz en su constancia »con el néctar de las flores
»fabrica miel regalada;
20 »y en fin, ese gusanillo,
»que tan rica seda labra »y se cambia en palomilla
»dentro de su mismo alcázar: »Todo ese enjambre
de bichos
25 »que vuelan o que se arrastran, »¿Qué
son, qué pueden, qué valen »si conmigo se
comparan? »¿Hay otro ser en la tierra »que cual yo
despida llamas?
30 »¿No hay algo en mí de celeste,
»algo divino en mi raza? »Esas fúlgidas estrellas,
»que el azul del cielo esmaltan, »son esferas luminosas
35 »como yo, son mis hermanas. »Dios me ha lanzado a
la tierra »para que en ella brillara »cuando durante
la noche »la clara luz del sol falta.
40
—25→
»Yo soy aquí
el astro puro »que las densas sombras rasga, »yo soy
la estrella de Venus, »Soy el lucero del alba». Callose,
y un pajarillo
45 que oyó tan fiera arrogancia,
saltó de un árbol vecino, y posándose
en la dalia se comió con su piquito aquel lucero
del alba.
50 Que no os ofusque el orgullo
ni os ciegue una pompa vana, porque el peor de los
males es una necia arrogancia.
F. J. SALA.
VIII. El niño y la golondrina En una casa de campo
vive el pequeño Pepito, como las flores hermoso,
como las aves sencillo. Ve sucederse los días
5 entre sus juegos festivos, y en brazos de su Custodio
pasa las noches tranquilo. Sus buenos padres sonríen
velando el sueño del niño,
10
—26→
y él
sueña pájaros, flores, el cielo, el bosque
y el río. Feliz le encuentra la aurora y el
lucero vespertino, un Padre-nuestro murmura
15 al mostrarse
el sol benigno, y frases de otra plegaria en sus labios
purpurinos espiran, cuando Morfeo cierra sus párpados
lindos.
20 Mas una tarde de otoño
Pepito está pensativo, y por sus blancas mejillas
las lágrimas han corrido. Tan desusada tristeza
25 tiene sin duda motivo: La observa el padre, y le
quiere cuidadoso e intranquilo. Habrá
seis meses apenas, cuando calmaron los fríos,
30 cuando moradas violetas, del césped blando al
abrigo, embalsamaban el aire con su perfume exquisito,
cuando manzanos y almendros,
35 cual ramilletes floridos,
se mostraban, preparando las riquezas del estío,
pasaba una golondrina por la casa de Pepito,
40 detuvo
su raudo vuelo sobre el pacífico asilo,
—27→
y por
fin en el tejado construyó su blando nido. Él
la vio todos los días,
45 y en su trabajo prolijo
la siguió cuando llegaba con una paja en el
pico; la vio con su compañero, y observó
su regocijo
50 cuando sus tiernos hijuelos lanzaban
dulces quejidos; vio que si el uno salía, quedando
el otro en el nido, iba sin duda a buscar
55 el sustento
de sus hijos que sus alitas batían con gratitud
y cariño; les vio después, ya mayores,
en la orillita del nido
60 y por fin abandonándole
lanzarse al aire atrevidos. Ayer los padres también
dejaron el dulce asilo; siguioles él con la
vista
65 mientras pudo distinguirlos, y observó
varias bandadas de los mismos pajarillos, cruzando
el éter azul dirigirse al mar tranquilo.
70 Esta
es la historia sencilla que el rapaz cuenta afligido.
Y llora cual si tratase de la ausencia de un amigo:
—28→
Su tierno padre sonríe,
75 besándole
con cariño, enjuga el copioso llanto y dícele
conmovido: -No llores, hijo del alma, antes alegre
y tranquilo
80 espera el cierto regreso de tu amado
pajarito: Esa ausencia durará lo que el invierno
aterido, lo que la alfombra de nieve
85 que cubre el
campo marchito; y cuando el aura de Abril difunda un
soplo benigno, cuando el sol primaveral convierta el
manto de armiño
90 en una alfombra de flores
salpicada de rocío, volverán las golondrinas
a visitar estos sitios, y aquí tu amiga también
95 labrará su dulce nido. ¿A dónde marcha,
y por qué? Pregunta admirado el niño. ¿Quién se acordará en Abril de ese pobre
pajarillo
100 en la inmensidad del mar o en los desiertos
perdido, para servirle de guía y conducirle
a un asilo? -Ese Dios, responde el padre,
105 al que
adoramos sumisos,
—29→
el que llenó de ternura el
corazón de los niños, con su sabia providencia
dio a las aves el instinto:
110 Las golondrinas emigran
para librarse del frío, y atravesando los mares
llegan al suelo nativo. Mas si la playa africana
115 hoy les ofrece un abrigo, su calor las atormenta
en el rigor del estío. Por eso vuelven más
tarde a nuestro suelo florido,
120 a disfrutar la frescura
de nuestros bosques umbríos, a morar en nuestras
chozas y a bañarse en nuestros ríos.
Y ¿sabéis quién las conduce
125 a lugares
tan distintos? La providencia de Dios que rige nuestro
destino, la que cuidará de ti si yo faltare,
hijo mío.
130 Son las sendas de
la vida intrincado laberinto, mas una luz celestial
alumbra nuestro camino; desde su trono de gloria
135 nos mira Dios compasivo; y su amor no desampara a
las aves ni a los niños.
—30→
IX. A la Natividad del Señor ¡Señor del universo!
Gran Dios, que en tu presencia el universo mundo ni un átomo es siquiera. Hasta aquí conocía
5 tu excelsa omnipotencia, porque sólo en quererlo
vio el orbe su existencia: También de tu gobierno
formé una imagen bella
10 mirando cual le rige
tu sabia Providencia. Tu justicia valiente, esta
justicia recta que acabó en un diluvio
15 con
la manchada tierra, y vibrando los rayos con su invencible
diestra a cenizas reduce ciudades deshonestas,
20 me dio de sus furores terribles una idea: Pero aun
no conocía bastante tu clemencia hasta que vi...
¿te embargas
25
—31→
para decirlo, oh lengua? Hasta que vi
a tu Verbo morar sobre la tierra. ¿Sobre la tierra
dije? ¡Quién elocuente fuera
30 para hablar de
un pesebre, de un establo de bestias, de pajas, de
pañales, de lágrimas, de penas! ¿En qué,
¡oh gran Dios!, ocultas,
35 ¡ay!, toda tu grandeza?
¡Ahora sí que conoce mi alma tu clemencia! ¡Y
en su piélago inmenso ora sí que se anega!
40 Pues, Dios niño, si eres clemente por esencia
y das desde el pesebre la más patente muestra,
para que en vida y muerte
45 feliz tu Pascua sea, de tus benignos brillos derrama la influencia; derrámala,
y que arda en su luciente hoguera
50 el corazón
que todo para Ti se reserva.
Lecciones
Escogidas .
—32→
X. Mi vida en la aldea Cuando a mi pobre aldea
feliz escapar puedo, las penas y el bullicio de
la ciudad huyendo; alegre me parece
5 que soy un hombre nuevo; y entonces sólo vivo
y entonces sólo pienso. Las
horas que insufribles allí me vuelve el tedio,
10 aquí sobre mí vagan con perezoso vuelo.
Las noches que allá ocupan la ociosidad y el juego, acá los dulces libros
15 y el descuidado sueño. Despierto
con el alba, trocando el muelle lecho por su vital
ambiente, que me dilata el seno.
20 Me
agrada de arreboles tocado ver el cielo, cuando a ostentar
empieza su clara lumbre Febo. Me
agradan cuando brillan
25
—33→
sobre el zenit sus fuegos, perderme entre las sombras del bosque más espeso.
Si lánguido se esconde, sus
últimos reflejos
30 ir del monte en la cima solícito
siguiendo. O si la noche tiende su
manto de luceros, medir sus direcciones
35 con ojos
más atentos: Volviéndome
a mis libros, do atónito contemplo la ley que
portentosa gobierna el Universo.
40 Desde
ellos y la cumbre de tantos pensamientos desciendo
de mis gentes al rústico comercio; y
con ellos tomando
45 en sus chanzas y empeños la parte que me dejan, gozoso devaneo. El
uno de las mieses, el otro del viñedo
50 me informan,
y me cuentan las fábulas del pueblo. Pondero
sus consejas, recojo sus proverbios, sus dudas y disputas
55 cual árbitro sentencio. Mis
votos se celebran;
—34→
todos hablan a un tiempo; la igualdad
inocente ríe en todos sus pechos.
60 Llega
luego el criado con el cántaro lleno, y la alegre
muchacha con castañas y queso. Y
todo lo coronan
65 en fraternal contento las tazas que
se cruzan del vino más añejo. Así
mis faustos días, de paz y dicha llenos,
70 al
justo que los mide semejan un momento.
MELÉNDEZ.
XI. Santa Teresa Una mujer sublime
tuvo España, que gloria le dio en el Universo
con pluma encantadora. Entre mil y mil sabios,
5
que fueron su corona, una mujer España tuvo
más que ellos docta. Entre sus hijos santos,
—35→
que en los altares honra,
10 tuvo Iberia una santa,
madre de muchas otras. Entre las celebradas ilustres
españolas, admira el mundo a una
15 más
ilustre que todas. Y entre las heroínas insignes
en la historia, Iberia logró una que las ofusca
sola.
20 Según estas señales, ¿quién
es la vencedora? ¿No me diréis quién era?
¿No lo adivinas, Rosa? Pues era un alma pura,
25
de Jesucristo esposa; un serafín humano... Teresa
la Doctora.
EL
MARQUÉS DE CASAJARA.
XII. El arroyo Vagaba por los montes
un arroyuelo humilde jamás acostumbrado a
salir de su linde. Viniéronle deseos
5
—36→
de ver
el mar horrible, movido de las cosas que de él
la fama dice; y con ocultos pasos entre espadaña
y mimbres,
10 hizo que por el valle sus aguas se deslicen.
Ya que llegó a la orilla que las ondas embisten,
los peligros le asustan,
15 los golfos y las sirtes:
Y cuando ver creía palacios de viriles, y
en trono de corales Neptuno y Anfitrite,
20 halló
las bramadoras tempestades terribles, cadáveres
y tablas de naves infelices. Atrás volver el
paso
25 quiso; pero lo impiden erizados peñascos,
montes inaccesibles: Sin amparo en la tierra, el
de los cielos pide;
30 ¿Hubo marinos dioses que él
no invocase humilde? Pero a su ruego sordos la súplica
no admiten; que haber suele ocasiones
35 en que el llanto
no sirve. Así sucede al hombre
—37→
que su quietud
despide, y a los vicios se entrega que halagüeños
le brindan,
40 que al verse aprisionado entre pasiones
viles, salir intenta cuando salir es ya imposible.
MORATÍN.
XIII. Plegaria al Señor Escucha, oh Dios del cielo
en donde eterno moras, de mis ardientes labios la
voz deprecatoria. Tú la delicia eres
5 en que
mi amor se goza, y en ti, Señor, he puesto mis
esperanzas todas. Los amigos me faltan, los hombres
me abandonan:
10 Tú solo, Padre mío, la
espalda no me tornas. Por eso, sumergido del mar entre
las olas, cual tabla de refugio,
15 te así junto
a las rocas: Tabla, mi Dios, que nunca
—38→
he de soltar
dichosa; que en ella no me espantan tormenta ni zozobras.
20 Mas ¡ay!, que el pecho a veces cobarde se acongoja
al silbo de los vientos que el ímpetu redoblan.
No permitas, Dios mío,
25 que en lid tan espantosa
los fieros vendavales declaren mi derrota. Dame
valor y brío si el corazón se apoca;
30 que yo, mi Dios, soy uno, y tres los que me acosan.
Dame romper del mundo las redes, que traidoras,
mi planta entretejiendo,
35 a ti su paso estorban. Dame
vencer los lazos que tentador me forja el león
que rugiente me acecha a todas horas;
40 dame afligir
mi carne con mano poderosa, como tu mano santa al
mar sujeta y doma; dame humildad, Dios mío;
45 en mi soberbia loca, paciencia en mis trabajos, aliento
en mis congojas. Dale a mi mente un rayo
—39→
de luz, que
bienhechora
50 la lobreguez disipe de mis funestas sombras.
Sea tu fe divina mi celestial antorcha, mi aliento
tu esperanza,
55 tu caridad mi norma. Norma que fiel
presida a mis acciones todas; que son las obras muertas
si en caridad no brotan.
60 Dame, Señor, por
ella que fiel te corresponda, pagándote en ternura
lo que en amor me otorgas. Hazme mirar al hombre
65 como mi sangre propia; que sangre, oh Dios, es mía
el que mi hermano nombras. Hazme querer, Dios santo,
al mismo que me odia,
70 volviéndome en virtudes
el mal que me ocasiona. Hazme mirar los lazos que
a mi país me asocian, como mirarlos debe
75 quien
tiene patria y honra; hazme en fin, Dios eterno, en
mis menores obras modelo, si es posible, de las virtudes
todas,
80 y así del alma echando
—40→
los vicios
que la ahogan, y dando así principio por las
que más agobian, consiga yo, Dios mío,
85 del justo la corona; feliz aquí en la tierra,
feliz allá en la gloria.
PRÍNCIPE.
XIV. El padre de familia y sus dos hijosFábula
Por el ameno
campo paseaba cierto día de fiesta con dos
hijos un padre de familia. Ambos eran dotados
5 de
comprensión muy viva, mas sus inclinaciones
en nada parecidas. El uno era estudioso y dócil;
prefería
10 el otro hermano el juego a Vives
y a Nebrija. Común entre estudiantes suele ser
tal desidia, pero en grado el más alto
15 el
nuestro la tenía.
—41→
Bien sus distintos genios el padre conocía, y para el perezoso buscaba
medicina.
20 Como esto le ocupaba, en la hermosa campiña
vio volar dos insectos de prendas muy distintas: La infatigable abeja
25 y la mariposilla liviana; el
padre atento a su prole querida, el caso aprovechando
esta lección les dicta,
30 señalando a
los bichos que por el aire discurrían: ¿Veis
estos dos insectos que entre las flores giran? Pues
son de vuestros genios
35 imágenes cumplidas: Tú que con tal cuidado al estudio te aplicas,
en la prudente abeja tu fiel retrato mira,
40 como
a ella su trabajo da mieles exquisitas, así
honor, ciencia y bienes te darán tus fatigas;
mas, hijo, tú que ocioso
45 (vuelto al otro seguía)
el estudio abandonas y a jugar te dedicas,
—42→
en esta
mariposa ligera y aturdida
50 hallas bien retratada
tu inquietud y desidia. De flor en flor volando
corre la pradería sin que del vano juego
55 fruto
alguno consiga: Y después de mil vueltas inútiles
y listas, al fin sin hacer nada viene a acabar su vida.
60 ¿Y esperas otra suerte si como ella deliras? Lo
mismo digo a todos los niños que la imitan.
DE
El Amigo de los Niños .
XV. La abubilla y el armiñoFábula
Al
armiño decía la abubilla indiscreta,
viéndole decidido y abandonar su cueva por
no pisar el lodo
5 que cercaba la puerta: -¿Sólo
por no mancharte, necio, tu casa dejas,
—43→
perdiendo
así el trabajo que empleaste en hacerla?
10 Tu
singular manía cambia por mi sistema. Para formar
el nido acopio las materias con que puedo más
pronto
15 procurar mi vivienda. No me precio de pulcra,
pues sé por experiencia, que ni el lodo ni el
fango le quitan la belleza
20 a mi hermoso plumaje.
Por él todos me aprecian, sin tener el cuidado
continuo que te aqueja. Respondiole el armiño:
25 -Echas muy mal tus cuentas. De entrambos en la suerte
hay grande diferencia. A quien te ve de lejos atraes;
si se acerca,
30 la fetidez que exhala el cieno y la
impureza en que vives, al punto le hiere, y te desprecia;
y el que ama mi blancura,
35 cuanto más de mí
cerca se pone, más admira y estima mi pureza.
¡Qué lección del armiño envuelve
la respuesta!
40
BAEZA.
—44→
XVI. El pájaro herido de una flechaFábula
Un
pájaro inocente herido de una flecha guarnecida
de acero y de plumas ligeras, decía en su lenguaje
5 con amargas querellas: «¡Oh crueles humanos, más
crueles que fieras! Con nuestras propias alas que la
naturaleza
10 nos dio, sin otras armas para propia defensa,
forjáis el instrumento de la desdicha nuestra,
haciendo que inocentes
15 prestemos la materia! Pero
no, no es extraño que así bárbaros
sean aquellos que en su ruina trabajan y no cesan;
20 los unos y otros fraguan armas para la guerra, y es dar contra sus vidas plumas para las flechas».
SAMANIEGO.
—45→
XVII. La pava y la hormiga Fábula
Al
salir con las yuntas los criados de Pedro, el corral
se dejaron de par en par abierto. Todos los pavipollos
5 con su madre se fueron aquí y allí picando
hasta el cercano otero. Muy contenta la pava decía
a sus polluelos:
10 «Mirad, hijos, el rastro de un copioso
hormiguero. Ea, comed hormigas, y no tengáis
recelo, que yo también las como:
15 Es un sabroso
cebo. Picad, queridos míos, ¡Oh qué días
los nuestros si no hubiese en el mundo malditos cocineros!
20 Los hombres nos devoran y todos nuestros cuerpos
humean en las mesas de nobles y plebeyos. A cualquier
fiestecilla
25
—46→
ha de haber pavos muertos. ¡Qué
pocas navidades contaron mis abuelos! ¡Oh glotones
humanos, crueles carniceros!»
30 Mientras tanto una
hormiga se puso en salvamento sobre un árbol
vecino, y gritó con denuedo: «¡Hola, conque
los hombres
35 son crueles, perversos! ¿Pues qué
seréis los pavos? ¡Ay de mí!, ¡ya lo veo!
A mis tristes parientes, ¿qué digo?, a todo
el pueblo
40 sólo por desayuno os lo vais engullendo».
No respondió la pava por no saber un cuento
que era entonces del caso,
45 y ahora viene a pelo.
Un gusano roía un grano de centeno: Viéronle
las hormigas: ¡Qué gritos!, ¡qué aspavientos!
50 Aquí fue Troya (dicen): Muere, pícaro
perro. Y ellas, ¿qué hacían?, nada: Robar
todo el granero. Hombres, pavos y hormigas:
55 Según
estos ejemplos, cada cual en su libro
—47→
esta moral tenemos.
La falta leve en otro es un pecado horrendo,
60 pero
el delito propio no es más que pasatiempo.
SAMANIEGO.
XVIII. El muchacho y la FortunaFábula
A
la orilla de un pozo sobre la fresca yerba, un
incauto mancebo dormía a pierna suelta. Gritole
la Fortuna:
5 «Insensato, despierta, ¿no ves que ahogarte
puedes a poco que te muevas? Por ti y otros canallas
a veces me motejan,
10 los unos de inconstante, y
los otros de adversa; reveses de Fortuna llamáis
a las miserias: ¿Por qué, si son reveses
15 de
la conducta necia?
SAMANIEGO.