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Capítulo IX

Béjar

     Al fin después de tantas villas que vegetan y de ciudades que decaen, tropezamos con una población que prospera y se engrandece. A la soledad de los edificios y a la tristeza aunque imponente de las ruinas, sucede �espectáculo bien raro por no decir único, en las regiones de la vieja Castilla! el lucimiento de nuevas construcciones y la animación de afanada muchedumbre. La guerra vil llamada de los siete años, que devastó con más rigor otras rovincias extinguiendo sus focos de industria, favoreció el rápido desarrollo de la de Béjar y el prodigioso incremento de sus telares de paños establecidos en época temprana por sus duques. Hasta 1850 no subió a la categoría de ciudad, y ya en aquell fecha, su vecindario de diez mil almas superaba al de histórica capitales, y siguiendo su constante progresión prometía nivelarse en breve con el de la misma Salamanca.

     A un pueblo tan solícito de su porvenir no le pregunté por su pasado, ni exijáis testimonios antiguos a su improvisada grandeza. Sin embargo, los muros y el ducal palacio y los risco que les sirven de cimiento, dan de lejos a la plaza un carácter sarraceno o feudal, y la naturaleza nada ha omitido por otra parte para hacer pintoresca su situación. Plantada en un oblongo cerro que se extiende en declive de levante a poniente, campea sobre la espesura de castaños silvestres que viste las vertientes de la sierra meridional, cuyos soberbios picos asoma en anfiteatro, cubiertos de nieve casi perpetua, y la ciñe po aquel lado un arroyo fecundando apacible vega. Más caudaloso y útil, corre a la parte del norte el río titulado Cuerpo de hombre, cristalino, rumoroso, alma de las artes y de la agricultura de Béjar por su perenne curso y por sus repetidos saltos y cascadas; y las blancas y extensas fábricas levantadas en su verde margen, la espuma y el ruido de las presas, el puente de piedra, el caserío de la ciudad suspendido en la altura, con sus acumulados pisos y miradores, la loma de la opuesta orilla sembrada de alegres viñedos, componen un cuadro que a pesar de su moderna regularidad, no carece de atractivo.

     Las murallas han desaparecido en parte, con el ensanche del recinto, y no obstante hacia el este, por donde más ha crecido el arrabal, la puerta llamada de la Villa, conserva sus dos torreones almenados no anteriores al principio del siglo XVI. Al otro extremo subsiste más íntegra la cerca, terminando en la puerta del Pico, y en cambio de algunas tapiadas se han abierto por el sud y septentrión diversos portillos. Divídese Béjar en tres distritos o feligresías; al oriental que es el más alto preside San Juan, al del medio el Salvador colocado en la plaza, al de occidente en la bajada, Santa María la Mayor. Poco han variado desde su erección estas iglesias de liso ábside torneado y de portal labrado en ojivas decrecentes, cuyo techo de madera formando ora una, ora tres naves, sostienen arcos de medio punto: la última se distingue por la triple arquería de ladrillo, que borda por fuera su espalda y por las góticas ventanas de su cuadrada torre. Cuando la villa contaba apenas un tercio de habitantes, no contenía menos de diez parroquias; y entre las suprimidas permanecen la de San Gil con su vieja espadaña agregada en el barrio de oriente al hospital; la de Santiago o a Antigua más abajo de Santa Maria cuyo rudo y decrépito edificio corresponde bien a su epíteto; y en la vega de mediodía nuestra Señora de las Huertas, de donde procede la inscripción romana puesta hoy en la casa de ayuntamiento (344). Cayeron tiempo hace, San Miguel, Santo Domingo, San Nicolás y San Andrés, y no sabemos si habrán seguido su suerte desde nuestra visita, los conventos a la sazón cerrados de franciscanos, de dominicas y de terceras de Santa Isabel, cuya portada de bastante ornato y de buen efecto, pertenecía a la clásica arquitectura.

     Hacia el medio de la ciudad, en la misma plaza que ocupa a un lado el Salvador y al otro las casas consistoriales con su pórtico, se eleva el alcázar de sus antiguos señores, trocado de fortaleza en palacio a mediados del siglo XVI, sin perder los resabios de lo que había sido y sin llegar a lo que aspiraba a ser. Su fachada que mira al este, flanqueada por dos torres o pabellones polígonos ceñidos con una franja de azulejos, no tiene cosa notable sino sobre la puerta exterior los blasones del duque Francisco de Sotomayor y Zúñiga y de su consorte Guiomar de Mendoza en cuyo tiempo se fabricó: pero la principal, al parecer, debía ser la de mediodía, adornada con dos órdenes de ventanas en cuadro, que seguramente morirá antes de verse concluida, cual sucedió años atrás con sus torrecillas laterales. El patio se hizo y persevera aún al estilo del renacimiento, con dos cuerpos de galería y escudos en las enjutas de los arcos, lo mismo que la fuente puesta en un ángulo, marcada con la fecha de 1569 y con las iniciales del duque Francisco, y lo mismo que la ancha escalera, al lado de la cual sube gradualmente una majestuosa columnata.

     Del origen de Béjar y de la etimología de su nombre nada se sabe, por más que ostente en sus armas cinco abejas. A su reconquista, sea cual fuere la edad en que se verificase, anda unido en boca del pueblo el ardid de que se valieron los cristianos para sorprenderla, bajando de la sierra cubiertos de musgo o de pieles de carnero y así llegando sin ser apercibidos a la puerta, degollaron a los centinelas y enarbolaron en las contiguas torres las banderas que traían prevenidas. Mejor nombre que el de la Traición merecía por este hecho la puerta, que es una de las tapiadas al mediodía. La duda está en si la población fue nunca reconquistada, es decir si existía ya bajo los sarracenos, o si en vez de restaurarla tuvo la gloria de fundarla por primera vez Alfonso VIII de Castilla, según afirman los anales compostelanos y según comprueba la concesión de su fuero (345); porque Béjar, comprendida entonces en la serranía de Ávila más bien que en territorio de Salamanca, era del dominio castellano y no del leonés. Su primitivo asiento fue en el valle del sur alrededor de Nuestra Señora de las Huertas, hasta que para hacerla más salubre o más fuerte o más vecina del castillo que señoreaba ya la loma, la mandó trasladarse a esta Alfonso el Sabio, a cuyo reinado hay que reducir de consiguiente sus más antiguas construcciones.

     A falta de restos bastante copiosos o importantes que observar en esta línea, durante los dos lluviosos días y prolijas noches que allí permanecimos, nos encerrábamos en el archivo municipal, y en presencia de uno de los fueros más completos e interesantes y desconocidos que hay en Castilla emprendíamos sondear el fondo y restablecer en cierto modo la armazón de aquella naciente sociedad tan apartada de la nuestra. Preceden al código para más autorizarlo magníficas alabanzas del rey Alfonso su dador, martillo de la gente alta y soberbia y escudo de la togada o civil, destructor de la morisma, vencedor de aragoneses y navarros, de leoneses y portugueses (346). Desde luego sus primeras bases revelan en el soberano la intención de constituir la puebla más libre de que hasta entonces cupiese idea: igualdad de condiciones y de cultos, exclusión del elemento aristocrático, posesión plenísima de los bienes y facultad omnímoda de disponer sin más restricción que la relativa a manos muertas, indulto total a los nuevos vecinos por lo pasado y severas penas contra los odios y delitos que retoñaran en daño de la paz pública, concesión de ferias por quince días con terribles castigos al que atentare a la seguridad de cosas y personas, tales son las disposiciones que lleva el fuero por delante (347).

     Sigue resolviendo las cuestiones sobre heredades, labranzas, mieses y ganados, ejidos y dehesas, servidumbres rústicas y urbanas, hornos, baños y molinos, y regulando en orden a herencias y sucesiones los derechos de la familia (348). La legislación penal adolece de la dureza de los tiempos, imponiendo atroces suplicios a aleves, homicidas, adúlteros, bígamos y hechiceros, y graduando por tarifa pecuniaria la gravedad de las injurias; pero a las mujeres abre el camino de sincerarse de toda sospecha por la prueba de hierro candente, y a los varones por desafío o lidia personal. Para asegurar el pago de las caloñas o composiciones en dinero, establece medidas harto rigurosas contra el obligado y sus fiadores: las multas cedían todas en provecho del ofendido, excepto la cuarta parte para la fábrica de los muros, y los bienes del reo de muerte pasaban a sus parientes, eximiéndose de la confiscación (349).

     Cada colación o parroquia nombraba su respectivo alcalde, y una por turno al juez que les presidía; y caso de no avenirse los electores, sorteábase entre cinco personas designadas por los funcionarios salientes. Castigábase con exclusión perpetua cargo publico la ambición de introducirse en ellos por parcialidad o por influencia y apoyo superior, y con fuertes multas e indemnizaciones las faltas en la administración de justicia, en la cual los alcaldes se fiscalizaban mutuamente y residenciaban al mismo juez. En los oficios subalternos, que eran también anuales y de elección del concejo, la falsedad no costaba menos que sangrientas mutilaciones. Todos los viernes había tribunal, y en estos días estaba prohibido al señor de la villa entrar en el corral de los alcaldes y a ellos el juzgar jamás en su presencia, para que el peso de su poder no torciera el fiel de la balanza. Acerca de los procedimientos de los juicios, embargos, fianzas, demandas de deudas, apelaciones al rey y contiendas cristianos con judíos, se extienden minuciosamente los capítulos posteriores (350).

     Mas curiosos son, como peculiares de la época, los que se refieren a cosas de guerra, a precauciones defensivas del pueblo, a algaras, correrías y expediciones. Antes de salir a hueste el consejo, poníanse velas y guardas en cada colación, y dos alcaldes con el juez registraban la villa, sacando de ella a los sujetos no conocidos; y si alguno de noche era aprendido sin luz por las calles, moría luego despeñado como sospechoso de traición. Al declararse un incendio, primero que acudir a apagarlo se cerraban las puertas del muro, por si acaso fuese ardid para abrir la entrada al enemigo; y durante la recolección de las mieses, cuando más esparcido andaba el vecindario, era mayor que nunca la vigilancia. En las campañas, cada cual tenía designado su puesto, las armas con que había de presentarse, las raciones que debía percibir al tenor de aquellas, el alojamiento, la parte de botín, la indemnización por el caballo que se inutilizara; a todos los jefes de familia en persona comprendía el llamamiento, y en caso de vejez tenía que suplirles un hijo o sobrino sin sueldo alguno. Guiadores de la hueste se titulaban el señor de la villa, el juez y los alcaldes, y quien a ellos osara herir, perdía por delito de insubordinación la mano derecha (351).

     De Béjar no constan grandes sucesos en los anales, pero sí grandes servicios a los reyes, según los privilegios con que los recompensaron. En 1248 san Fernando, terminando querellas que remontaban a la época de su abuelo, concedió a dichos vecinos y a los de Plasencia, recíproca franquicia en sus respectivos montes y pastos. En el referido fuero aunque tan cumplido, encontró todavía Alfonso el Sabio vacíos que llenar, ya tocante a las usuras permitidas a moros y judíos y vedadas a cristianos, ya respecto a la inmunidad de los excusados como poseedores de armas y caballo; bien que multiplicados éstos en la villa con tal merced, y emigrando a otros lugares los pecheros, hubo de rebajar en breve la reina Violante el cupo de la martiniega (352). Hallábase en Béjar el infante don Sancho a 16 de febrero de 1282, cuando ponderados hipócritamente los agravios que sufrían los vecinos en el reinado de su padre, juraba remediarlos por Dios y Santa María y por Castilla y León; y cumplió sobre el trono la palabra, deslindando y marcando bien en 1291, sus términos jurisdiccionales (353).

     Con Alba de Tormes, Piedrahíta y algún otro pueblo, fue señalada Béjar en 1304 al infante don Alfonso de la Cerda por sentencia arbitral de los reyes de Aragón y Portugal a trueque de la renuncia de sus derechos al cetro de Castilla; y aunque de pronto el pretendiente no se conformó con tan desigual arreglo, alejándose indignado de la conferencia, acabó por solicitar ansiosamente la indemnización que al principio desdeñaba. Mandó entregársela Fernando IV (354), pero fue allá a despojarle en 1312 poco antes de morir, culpándole de no cumplir los conciertos; y durante la menor edad de Alfonso XI todavía vemos al triste desheredado reclamar inútilmente la restitución de dichos lugares. Unida siempre a la corona padeció nuestra villa en los disturbios de la regencia, graves daños de parte de don Juan Manuel, que prevalecía en Extremadura, y a quien intentó hacer frente formando con sus vecinos una poderosa hermandad (355). Hasta 1333 no la desmembró el rey de su señorío, a. favor de su hijo natural Sancho el mudo que confirmó el fuero municipal, y de uno en otro fue transmitida a los demás hijos de la Guzmán, juntamente con el estado de Ledesma. Sólo que Enrique II no la dio con éste al conde de Alburquerque su hermano, sino que la separó para remunerar con ella los servicios de Diego López Pacheco, emigrado portugués e infatigable agente de su partido desde antes que reinara (356).

     Por merced de Enrique III, sin constar precisamente cómo ni cuándo, pasó Béjar a su camarero y mayordomo, Diego López de Zúñiga, encargado por su testamento de la crianza de Juan II, a cuya influencia sin duda debió el pueblo en 1407 la concesión de una feria franca durante la primera quincena de agosto. Creció rápidamente aquella familia en poder y esplendor, pero entre sus numerosas posesiones no fue ésta la más olvidada: escogióla por retiro Pedro de Zúñiga, aunque conde y señor de Plasencia, mientras lo tuvo alejado de la corte la enemistad de don Álvaro de Luna, y desde allí por aviso de la reina que minaba la privanza del condestable, salió con escasa comitiva el primogénito del conde, encargado de dar el golpe prendiéndole en Burgos. Álvaro de Zúñiga sucesor de su padre, se engrandeció con el título ducal de Arévalo y Béjar, combatiendo la débil autoridad de Enrique IV y luego declarándose por su supuesta hija doña Juana, y hasta supo pactar con los victoriosos reyes Católicos vendiéndoles caro su homenaje; pero fallecido en 1488, las discordias suscitadas sobre la herencia entre su nieto Álvaro representante del difunto hijo mayor y Diego su hijo segundo, les hicieron perder a Plasencia, y sólo quedó el ducado de Béjar al primero (357). En él acabó hacia 1532, la linea varonil de los Zúñigas, continuando el titulo y el linaje, por casamiento de su sobrina Teresa, en los Sotomayores condes de Belalcázar que les dieron justa primacía sobre los propios, hasta que en el siglo XVIII recayeron unos y otros en la casa de Benavente y de ésta en la de Osuna.

     Como cabeza de estado, gozaba Béjar de amplia jurisdicción sobre la comarca, tanto que en la solemnidad del Corpus debían agregarse a su procesión, las parroquias de los lugares con sus mangas y pendones, y asistir todos los vecinos de ellas no llegados a los sesenta años con los alcaldes al frente, pasando revista de armas ante el alférez mayor. Si algún pueblo del distrito tenía vida propia y exención completa, era antiguamente Montemayor, mencionado aparte de Béjar en los documentos del siglo XIII y XIV, aunque participe por lo común de sus mudanzas y destinos, y reducido ahora a un centenar de humildes casas al pie de las ruinas de un castillo. A ninguno tampoco alcanzan al presente, los adelantos de la recién creada ciudad y el movimiento de su industria, sino es a Candelario que por la corta distancia puede ser considerado como arrabal suyo, donde el ruido de las máquinas y de las corrientes que las impulsan, se mezcla con las voces de innumerables ganados. Los demás no pasan de aldeas casi todos, pero �cuánto contrastan con el salvaje aspecto de las vecinas Hurdes, sus quebrados montes cubiertos hasta la cima de encinas y castaños y sus valles convertidos en jardines por la laboriosidad de los moradores!

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