Capítulo XII [XIV de 1594]
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Donde se prueba que la teórica de la
medicina, parte della pertenece a la memoria y parte al
entendimiento, y la práctica, a la imaginativa
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En el tiempo que
la medicina de los árabes floreció, hubo en ella un
médico grandemente afamado, así en leer como en
escrebir, argumentar, distinguir, responder y concluir: del cual se
tenía entendido (atento a su gran habilidad) que
había de resucitar los muertos y sanar cualquiera
enfermedad. Y acontecíale tan al revés, que no tomaba
enfermo en las manos que no lo echase a perder; de lo cual, corrido
y afrentado, se vino a meter fraile, quejándose de su mala
fortuna y no entendiendo la razón y causa de donde
podía nacer. Y porque los ejemplos más frescos hacen
mayor probación y convencen más el sentido, es
opinión de muchos médicos graves que Juan Argenterio,
médico moderno de nuestro tiempo, hizo gran ventaja a Galeno
en reducir a mejor método el arte de curar; y con todo eso
se cuenta de él que era tan desgraciado en la
práctica, que ningún enfermo de su comarca se osaba
curar con él, temiendo sus malos sucesos.
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De lo cual parece
que tiene el vulgo licencia de admirarse, viendo por experiencia
(no solamente en estos que hemos referido, pero aún en otros
muchos que traemos entre los ojos) que, en siendo el médico
muy gran letrado, por la mesma razón es inhábil para
curar. Del cual efecto procuró Aristóteles dar la
razón y causa, y no la pudo atinar. Él pensaba que no
acertar los médicos racionales de su tiempo a curar
nacía de tener conocimiento del hombre en común, e
ignorar la naturaleza del particular; al revés de los
empíricos, cuyo estudio y diligencia era saber las
propriedades individuales de los hombres y no darse nada por el
universal. Pero no tuvo razón, porque los unos y los otros
se ejercitan en curar los singulares y trabajan cuanto pueden en
averiguar esta naturaleza particular. Y, así, la dificultad
no está sino en saber por qué razón los
médicos muy letrados, aunque se ejerciten toda la vida en
curar, jamás salen con la práctica; y otros, idiotas,
con tres o cuatro reglas de medicina que aprendieron en las
escuelas, en muy menos tiempo saben mejor curar. La respuesta
verdadera desta duda no tiene poca dificultad, pues
Aristóteles no la alcanzó, aunque en alguna manera
dijo parte della. Pero restribando a los principios de nuestra
doctrina, la daremos enteramente.
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Y, así, es
de saber que en dos cosas consiste la perfección del
médico, tan necesarias para conseguir el fin de su arte,
cuanto son dos piernas para andar sin cosquear. La primera es en
saber por método los preceptos y reglas de curar al hombre
en común, sin descender en particular; la segunda es haberse
ejercitado mucho tiempo en curar y conocer por vista de ojos gran
número de enfermos. Porque los hombres, ni son tan
diferentes entre sí, que no convengan en muchas cosas, ni
tan unos que no haya entre ellos particularidades de tal
condición, que ni se pueden decir, ni escrebir, ni
enseñar, ni recogerlas de tal manera que se puedan reducir a
arte, sino que conocerlas, a solos aquellos les es dado que muchas
veces las vieron y trataron.
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Lo cual se deja
entender fácilmente considerando que, siendo el rostro del
hombre compuesto de tan poco número de partes como son dos
ojos, una nariz, dos mejillas, una boca y frente, hace Naturaleza
tantas composturas y combinaciones, que, si cien mil hombres se
juntan, cada uno tiene su rostro tan singular y proprio, que por
maravilla hallarán dos que totalmente se parezcan. Lo mesmo
pasa en cuatro elementos y cuatro calidades primeras, calor,
frialdad, humidad y sequedad, del armonía de las cuales se
compone la salud y vida del hombre. Y de tan poco número de
partes como éstas hace Naturaleza tantas proporciones, que
si cien mil hombre se engendran, cada uno sale con su sanidad tan
singular, y propria para sí, que si Dios milagrosamente de
improviso les trocase la proporción de estas calidades
primeras, todos quedarían enfermos, si no fuesen la mesma
consonancia y proporción. De lo cual se infieren
necesariamente dos conclusiones. La primera es que cada hombre que
enfermare se ha de curar conforme a su particular
proporción, de tal manera que si el médico no le
vuelve a la consonancia de los humores y calidades que él
antes tenía, no queda sano. La segunda es que, para hacer
esto como conviene, es necesario que el médico haya visto y
tratado al enfermo muchas veces en sanidad, tomándole el
pulso y viendo qué urina es la suya, y qué color de
rostro, y qué templanza; para que, cuando enfermare, pueda
juzgar cuánto dista de su sanidad, y, curándole, sepa
hasta dónde lo ha de restituir.
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Para lo primero
(que es saber y entender la teórica y compostura del arte)
dice Galeno que es necesario tener grande entendimiento y mucha
memoria. Porque parte de la medicina consiste en razón, y
parte en experiencia e historia; para lo primero es menester el
entendimiento, y para lo otro la memoria. Y como sea tan
dificultoso juntar estas dos potencias en grado intenso, por fuerza
ha de quedar el médico falto en la teórica; y,
así, vemos muchos médicos grandes latinos y griegos,
grandes anatomistas y herbolarios (que son obras de la memoria), y,
metidos en argumentos y disputas y en averiguar la razón y
causa de cualquiera efecto (lo cual pertenece al entendimiento), no
saben nada.
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Al revés
acontece en otros, que en la dialéctica y filosofía
del arte muestran grande ingenio y habilidad, y metidos en
latín y griego, en yerbas y anatomía, jamás
salen con ello por ser faltos de memoria. Por esta razón
dijo Galeno: mirum
non est, in tanta hominum multitudine qui in medica et philosophica
exercitatione studioque versantur, inveniri tan paucos qui. recte
in illis profecerint; como si dijera: «no me maravillo
que en tanta muchedumbre de hombres como se da a la medicina, tan
pocos salgan con ella». Y dando la razón, dice que
apenas se halla el ingenio que esta ciencia ha menester, ni maestro
que la enseñe con perfección, ni quien la estudie con
diligencia y cuidado. Pero con todas estas razones y causas anda
Galeno a tiento, por no saber puntualmente en qué consiste
no salir ningún hombre con la medicina. Pero en decir que
apenas se halla en los hombres el ingenio que esta ciencia ha
menester, dijo la verdad, aunque no tan específicamente como
ahora lo diremos: que por ser tan dificultoso de juntar grande
entendimiento con mucha memoria, ninguno sale perfectamente con la
teórica de la medicina; y por haber repugnancia entre el
entendimiento y la imaginativa (a quien ahora probaremos que
pertenece la práctica y el saber curar con certidumbre) por
maravilla se halla médico que sea gran teórico y
práctico ni, al revés, gran práctico y que
sepa mucha teórica.
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Y que la
imaginativa sea la potencia de que el médico se aprovecha en
el conocimiento y cura de los particulares, y no del entendimiento,
es cosa muy fácil de probar supuesta la doctrina de
Aristóteles. El cual dice que el entendimiento no puede
conocer los singulares, ni diferenciar uno de otro, ni conocer el
tiempo y lugar, ni otras particularidades que hacen diferir los
hombres entre sí y curarse cada uno de diferente manera. Y
es la razón (según dicen los filósofos
vulgares) ser el entendimiento potencia espiritual y no poderse
alterar de los singulares por estar llenos de materia; y por eso
dijo Aristóteles, que el sentido es de los singulares, y el
entendimiento de los universales. Luego, si las curas se han de
hacer en los singulares y no en los universales (que son
ingenerables e incorruptibles), impertinente potencia es el
entendimiento para curar.
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La dificultad es
ahora: ¿por qué los hombres de grande entendimiento
no pueden tener buenos sentidos exteriores para los singulares,
siendo potencias tan disparatas? Y está la razón muy
clara; y es que los sentidos exteriores no pueden obrar bien si no
asiste con ellos la buena imaginativa. Y esto hemos de probar de
opinión de Aristóteles; el cual, quiriendo declarar
qué cosa es la imaginativa, dice que es un movimiento
causado del sentido exterior: de la manera que el color (que se
multiplica de la cosa colorada) altera el ojo, así es que
este mesmo color, que está en el humor cristalino, pasa
más adentro a la imaginativa: y hace en ella la mesma figura
que estaba en el ojo. Y preguntando con cuál de estas dos
especies se hace el conocimiento del singular, todos los
filósofos dicen (y muy bien) que la segunda figura es la que
altera la imaginativa, y de ambas a dos se causa la noticia
conforme aquel dicho tan común: ab objecto de potentia paritur
notitia; pero de la primera, que está en el humor
cristalino, y de la potencia visiva, ningún conocimiento se
hace si no advierte la imaginativa. Lo cual prueban claramente los
médicos, diciendo que si a un enfermo le cortan la carne o
le queman, y con todo esto no le causa dolor, que es señal
de estar la imaginativa distraída en alguna profunda
contemplación. Y así lo vemos también por
experiencia en los sanos, que si están distraídos en
alguna imaginación ni ven las cosas que tienen delante, ni
oyen aunque los llamen, ni gustan del manjar sabroso o desabrido,
aunque lo comen.
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Por donde es
cierto que la imaginativa es la que hace el juicio y conocimiento
de las cosas particulares, y no el entendimiento ni los sentidos
exteriores; de donde se sigue muy bien que el médico que
supiere mucha teórica, o por tener grande entendimiento o
grande memoria, que será por fuerza ruin práctico por
la falta que ha de tener de imaginativa; y por lo contrario, el que
saliere gran práctico forzosamente ha de ser ruin
teórico, porque la mucha imaginativa no se puede juntar con
mucho entendimiento y memoria. Y ésta es la causa por donde
ninguno puede salir muy consumado en la medicina ni dejar de errar
en las curas; porque, para no cosquear en la obra, ha menester
saber el arte, y tener buena imaginativa para poderla ejecutar; y
estas dos cosas hemos probado que son incompatibles.
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Ninguna vez llega
el médico a conocer y curar cualquiera enfermedad, que
tácitamente, dentro de sí, no haga un silogismo en
Darii aunque sea empírico; y la primera de las
premisas pertenece su probación al entendimiento, y la
segunda a la imaginativa. Y, así, los grandes
teóricos yerran ordinariamente en la menor y grandes
prácticos en la mayor. Como si dijésemos desta
manera: «Toda calentura que depende de humores fríos y
húmidos se ha de curar con medicinas calientes y
secas» (tomando las indicaciones de la causa); «esta
calentura que padece este hombre depende de humores fríos y
húmidos»; «luego hase de curar con medicinas
calientes y secas». La verdad de la mayor bien la
probará el entendimiento (por ser universal), diciendo que
la frialdad y humidad piden para su templanza calor y sequedad,
porque cada calidad se remite con su contrario. Pero venidos a
probar la menor, ya no vale nada el entendimiento, por ser
particular y de ajena jurisdicción, cuyo conocimiento
pertenece a la imaginativa, tomando de los cinco sentidos
exteriores las señales proprias y particulares de la
enfermedad. Y si la indicación se ha de tomar de la
calentura o de su causa, no lo puede saber el entendimiento.
Sólo enseña que se ha de tomar la indicación
de aquello que promete más peligro. Pero cuál de las
indicaciones es la mayor, sola la imaginativa lo alcanza, cotejando
los daños que hace la calentura con los del síntoma y
la causa, y la poca fuerza o mucha de la virtud.
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Para alcanzar este
conocimiento tiene la imaginativa ciertas propriedades inefables
con las cuales atina a cosas que ni se pueden decir ni entender, ni
hay arte para ellas. Y, así, vemos entrar un médico a
visitar el enfermo; y por la vista, oído, olfato y tacto,
alcanza lo que parece cosa imposible. De tal manera, que si al
mesmo médico le preguntásemos cómo pudo atinar
a conocimiento tan delicado no sabría dar la razón,
porque es gracia que nace de una fecundidad de la imaginativa que
por otro nombre se llama solercia, la cual con
señales comunes, inciertas, conjeturales y de poca firmeza
en cerrar y abrir el ojo alcanzan mil diferencias de cosas en las
cuales consiste la fuerza del curar y pronosticar con
certidumbre.
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Deste
género de solercia carecen los hombres de grandes
entendimiento, por ser parte de imaginativa; y, así,
tiniendo las señales delante de los ojos, que los
están avisando de lo que hay en la enfermedad, no les hace
en sus sentidos ninguna alteración por ser faltos de
imaginativa. Preguntóme un médico muy en secreto
qué podía ser la causa que habiendo él
estudiado con gran curiosidad todas las reglas y consideraciones
del arte de pronosticar, y estando en ellas muy bien, jamás
acertaba en ningún pronóstico que echaba. Al cual me
acuerdo haber respondido que con una potencia se aprendía el
arte de medicina, y con otra se ponía en ejecución.
Este tenía un buen entendimiento y era falto de imaginativa.
Pero hay en esta doctrina una dificultad muy grande. Y es:
¿cómo pueden los médicos de grande imaginativa
aprender el arte de medicina siendo faltos de entendimiento? Y si
es verdad que curan mejor que los que la saben muy bien, ¿de
qué sirve irla a aprender en las Escuelas?
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A esto se responde
que es cosa muy importante saber primero el arte de medicina,
porque en dos o tres años aprende el hombre todo lo que
alcanzaron los antiguos en dos mil. Y si el hombre lo hubiera de
adquirir por experiencia, había menester vivir tres mil
años, y experimentando las medicinas matara primero (antes
que supiera sus calidades) infinitos hombres; todo lo cual se
excusará leyendo los libros de los médicos racionales
y experimentados, los cuales avisan por escrito de lo que ellos
hallaron en el discurso de su vida, para que de unas cosas usen los
médicos nuevos con seguridad, y de otras se guarden por ser
venenosas.
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Fuera desto, es de
saber que las cosas comunes y vulgares de todas las artes son muy
claras y fáciles de aprender, y las más importantes
en la obra; y por lo contrario, las muy curiosas y delicadas son
las más oscuras, y menos necesarias para curar. Y los
hombres de grande imaginativa no están totalmente privados
de entendimiento ni memoria; y, así, con la remisión
que tienen de estas dos potencias, pueden aprender lo más
necesario de la medicina por ser lo más claro, y, con la
buena imaginativa que tienen, conocer mejor la enfermedad y su
causa que los muy racionales. Aliende que la imaginativa es la que
alcanza la ocasión del remedio que se ha de aplicar, en la
cual gracia consiste la mayor parte de la práctica; y,
así, dijo Galeno que el proprio nombre del médico es
inventor
occasionis; y saber conocer el tiempo, el lugar y la
ocasión cierto es ser obra de la imaginativa, pues dice
figura y correspondencia.
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La dificultad es
ahora saber, de tantas diferencias como hay de imaginativa, a
cuál de ellas pertenece la práctica de la medicina,
porque cierto es que no todas convienen en una mesma razón
particular. La cual contemplación me ha dado más
trabajo y fatiga de espíritu que todas las demás; y
con todo eso aún no le he podido dar el nombre que ha de
tener, salvo que nace de un grado menos de calor que tiene aquella
diferencia de imaginativa con que se hacen versos y coplas.
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Y aun en esto no
me afirmo del todo. Porque la razón en que me fundo es que
los que yo he considerado buenos prácticos, todos pican un
poco en el arte de metrificar, y no suben mucho su
contemplación, ni espantan sus versos. Lo cual puede
acontescer también por pasar el calor del punto que pide la
poesía; y si es por esta razón, ha de ser tanto el
calor, que tueste un poco la sustancia del celebro y no resuelva
mucho el calor natural. Aunque si pasa adelante, no hace mala
diferencia de ingenio para la medicina (porque junta el
entendimiento con la imaginativa por el adustión), pero no
es tan buena la imaginativa para curar, como la que yo ando
buscando; la cual convida al hombre a ser hechicero, supersticioso,
mago, embaidor, quiromántico, judiciario y adivinador,
porque las enfermedades de los hombres son tan ocultas y hacen sus
movimientos con tantos secreto, que es menester andar siempre
adivinando lo que es.
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Esta diferencia de
imaginativa es mala de hallar en España, porque los
moradores desta región hemos probado atrás que
carecen de memoria y de imaginativa, y tienen buen entendimiento.
También en la imaginativa de los que habitan debajo el
Septentrión no vale nada para la medicina, porque es muy
tarda y remisa. Sólo es buena para hacer relojes, pinturas,
alfileres y otras bujerías impertinentes al servicio del
hombre. Sólo Egipto es la región que engendra en sus
moradores esta diferencia de imaginativa. Y, así, los
historiadores nunca acaban de contar cuán hechiceros son los
gitanos y cuán prestos en atinar a las cosas y hallar los
remedios para sus necesidades. Para encarecer Josefo la gran
sabiduría de Salomón dice de esta manera: tanta fuit sapientia et
prudentia quam Salomon divinitus acceperat, ut omnes priscos
superaret, atque etiam aegiptios, qui omnium sapientissimi
habentur. Los egipcios dice también Platón que
exceden a todos los hombres del mundo en saber ganar de comer, la
cual habilidad, pertenece a la imaginativa. Y que sea esto verdad,
parece claramente porque todas las ciencias que pertenecen a la
imaginativa, todas se inventaron en Egipto, como son
matemáticas, astrología, aritmética,
perspectiva, judiciaria y otras así.
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Pero el argumento
que a mí más me convence en este propósito es
que, estando Francisco de Valois, rey de Francia, molestado de una
prolija enfermedad, y viendo que los médicos de su casa y
Corte no le daban remedio, decía todas las veces que le
crecía la calentura que no era posible que los
médicos cristianos supiesen curar, ni de ellos esperaba
jamás remedio. Y, así, una vez, con despecho de verse
todavía con calentura, mandó despachar un correo a
España, pidiendo al Emperador, nuestro señor, le
enviase un médico judío, el mejor que hubiese en su
corte, del cual tenía entendido que le daría remedio
a su enfermedad si en el arte lo había. La cual demanda fue
harto reída en España, y todos concluyeron que era
antojo de hombre que estaba con calentura; pero con todo eso
mandó el Emperador nuestro señor que le buscasen un
médico tal, si le había, aunque fuesen por él
fuera del reino, Y no lo hallando, envió un médico
cristiano nuevo, pareciéndole que con esto cumpliría
con el antojo del rey. Pero puesto el médico en Francia y
delante el rey, pasó un coloquio entre ambos muy gracioso,
en el cual se descubrió que el médico era cristiano,
y, por tanto, no se quiso curar con él. El rey (con la
opinión que tenía del médico que era
judío) le preguntó, por vía de
entretenimiento, si estaba ya cansado de esperar el Mesías
prometido en la ley.
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MÉDICO.- Señor, yo no espero al
Mesías prometido en la ley judaica.
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REY.- Muy cuerdo sois en eso, porque las
señales que estaban notadas en la Escritura divina para
conocer su venida son ya cumplidas muchos días ha.
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MÉDICO.- Ese número de días
tenemos los cristianos bien contados, porque hace hoy mil y
quinientos cuarenta y dos años que vino, y estuvo en el
mundo treinta y tres, y en fin de ellos murió crucificado, y
al tercero día resucitó, y después
subió a los cielos donde ahora está.
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REY.- Luego, ¿vos sois cristiano?
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MÉDICO.- Señor, sí, por la
gracia de Dios.
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REY.- Pues volveos en hora buena a vuestra
tierra, porque médicos cristianos sobrados tengo en mi casa
y corte. ¡Por judío lo había yo, los cuales en
mi opinión son los que tienen habilidad natural para
curar!
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Y, así, lo
despidió, sin quererle dar el pulso ni que viese la urina ni
le hablase palabra tocante a su enfermedad. Y luego envió a
Constantinopla por un judío, y con sola leche de borricas le
curó.
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Esta
imaginación del rey Francisco, a lo que yo pienso, es muy
verdadera; y tengo entendido que es así, porque en las
grandes destemplanzas calientes del celebro he probado atrás
que alcanza la imaginativa lo que, estando el hombre en sanidad, no
puede hacer. Y porque no parezca haberlo dicho por vía de
gracia y sin tener fundamento natural para ello, es de saber que la
variedad de los hombres, así en la compostura del cuerpo
como en el ingenio y condiciones del ánima, nace de habitar
regiones de diferente temperatura, y de beber aguas contrarias, y
de no usar todos de unos mesmos alimentos; y, así dijo
Platón: alii
ob varios ventos et aestus, et moribus et specie diversi inter se
sunt; alii ob aquas; quidem propter alimentum ex terra prodiens;
quod non solum in corporibus melius ac deterius, sed in animis
quoque id genus omnia patere non minus potest; como si
dijera: «unos hombres difieren de otros, o por ventilarse con
aires contrarios, o por beber diferentes aguas, o por no usar todos
de unos mesmos alimentos; y esta diferencia, no solamente se halla
en el rostro y compostura del cuerpo, pero también en el
ingenio del ánima».
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Luego si yo
probare ahora que el pueblo de Israel estuvo de asiento muchos
años en Egipto y que, saliendo de él, comió y
bebió las aguas y manjares que son apropriados para hacer
esta diferencia de imaginativa, habremos hecho demostración
de la opinión del rey de Francia, y sabremos de camino
qué ingenios de hombres se han de escoger en España
para la medicina.
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Cuanto a lo
primero, es de saber que, pidiendo Abrahán señales
para entender que él o sus descendientes habían de
poseer la tierra que se le había prometido, dice el Texto
que, estando durmiendo, le respondió Dios diciendo:
scito praenoscens
quod peregrinum futurum sit semen tuum in terra non sua; et
subiicient eos servittti et affligent quadringentis annis;
veruntamen gentem cui servituri sunt ego iudicabo; et post haec
eggredientur cum magna substantia; como si le dijera:
«sábete, Abrahán, que tus descendientes han de
peregrinar por tierras ajenas, y los han de afligir con
servidumbres cuatrocientos años; pero ten por cierto que yo
castigaré la gente que los oprimiere y los libraré de
aquella servidumbre y les daré muchas riquezas».
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La cual
profecía se cumplió, aunque Dios, por ciertos
respectos, añadió treinta años más; y,
así, dice el texto divino: habitatio autem filiorum Israel, qua manserunt in
Aegipto, fuit quadrigentorum triginta annorum, quibus expletis
eadem die eggresus est omnis exercitus Domini de terra
Aegipti; como si dijera: «el tiempo que estuvo el
pueblo de Israel en Egipto fueron cuatrocientos treinta
años, los cuales cumplidos, luego en aquel día
salió de cautiverio todo el ejército del
Señor». Pero aunque esta letra dice manifiestamente
que estuvo el pueblo de Israel en Egipto cuatrocientos treinta
años, declara una glosa que se entiende haber sido estos
años todo el tiempo que Israel anduvo peregrinando hasta
tener tierra propria, pero que en Egipto no estuvo sino doscientos
y diez. La cual declaración no viene bien con lo que dijo
san Esteban protomártir en aquel razonamiento que tuvo con
los judíos; conviene a saber: que el pueblo de Israel es
tuvo cuatrocientos y treinta años en la servidumbre de
Egipto. Y aunque la habitación de doscientos y diez
años bastaba para que al pueblo de Israel se le pegasen las
calidades de Egipto, pero lo que estuvo fuera de él no fue
tiempo perdido para lo que toca al ingenio. Porque los que viven en
servidumbre, en tristeza, en aflicción y tierras ajenas,
engendran mucha cólera requemada por no tener libertad de
hablar ni vengarse de sus injurias; y este humor, estando tostado,
es el instrumento de la astucia, solercia y malicia. Y, así,
se ve por experiencia que no hay peores costumbres ni condiciones,
que las del señor esclavo, cuya imaginación
está siempre ocupada en cómo hará daño
a su señor y se librará de la servidumbre.
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Aliende desto, la
tierra por donde anduvo el pueblo de Israel no era muy
extraña ni apartada de las calidades de Egipto; porque,
atento a su miseria y esterilidad, prometió Dios a
Abrahán que le daría otra muy abundosa y
fértil. Y esto es cosa muy averiguada, así en buena
filosofía natural como en experiencia, que las regiones
estériles y flacas, no paniegas ni abundosas en fructificar,
crían hombres de ingenio muy agudo; y por lo contrario, las
tierras gruesas y fértiles engendran hombres membrudos,
animosos y de muchas fuerzas corporales, pero muy torpes de
ingenio. De Grecia nunca acaban de contar los historiadores
cuán apropriada región es para criar hombres de
grande habilidad; y, en particular, dice Galeno que en Atenas por
maravilla salía un hombre necio; y nota que era la tierra
más mísera y estéril de toda Grecia.
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Y, así, se
colige que por las calidades de Egipto y de las otras provincias
donde anduvo el pueblo de Israel, se hizo de ingenio muy agudo.
Pero es menester saber por qué razón la temperatura
de Egipto cría esta diferencia de imaginativa. Y es cosa muy
clara sabiendo que en esta región quema mucho el sol, y por
esta causa los que la habitan tienen el celebro tostado y la
cólera requemada, que es el instrumento de la astucia y
solercia. Por donde pregunta Aristóteles: cur blaesis pedibus sunt ethiopes et
aegiptii? Como si dijera: «¿qué es la
causa que los negros de Etiopía y los naturales de Egipto
son patituertos, hocicudos y las narices remachadas?». Al
cual problema responde que el mucho calor de la región
tuesta la sustancia de estos miembros y los hace retorcer, como se
encoge la correa junto al fuego; y por la mesma razón se les
encogen los cabellos, y así también son crespos y
motosos. Y que los que habitan tierras calientes sean más
sabios que los que nacen en tierras frías ya lo dejamos
probado de opinión de Aristóteles, el cual pregunta:
cur locis calidis
homines sapientiores sunt quam frigidis?; como si dijera:
«¿de dónde nace ser más sabios los
hombres en las tierras calientes, que en las frías?».
Pero ni sabe responder al problema, ni hace distinción de la
sabiduría. Porque ya dejamos probado atrás que hay
dos géneros de prudencia en los hombres. Una, de la cual
dijo Platón: scientia quae est remota a iusticia, calliditas potius quam
sapientia est appellanda; como si dijera: «la ciencia
que está apartada de la justicia, antes se ha de llamar
astucia que sabiduría». Otro hay con rectitud y
simplicidad, sin dobleces ni engaños; y ésta
propriamente se dice sabiduría por andar siempre asida de la
justicia y rectitud. Los que habitan en tierras muy calientes son
sabios en el primer género de sabiduría, y tales son
los de Egipto.
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Veamos ahora,
salido el pueblo de Israel de Egipto y puesto en el desierto,
qué manjares comió, y qué aguas bebió,
y qué templanza tenía el aire por donde anduvo, para
que entendamos si por esta razón mudaron el ingenio que
sacaron del cautiverio o el mesmo se les confirmó. Cuarenta
años dice el Texto que mantuvo Dios a este pueblo con
maná: manjar tan delicado y sabroso cual jamás
comieron los hombres en el mundo, en tanto, que, viendo
Moisés su delicadeza y bondad, mandó a su hermano
Arón que hinchiese un vaso de ello y lo pusiese en el arca
foederis, para que los descendientes de este pueblo,
estando en tierra de promisión, viesen el pan con que
mantuvo a sus padres andando por el desierto, y cuán mal
pago le dieron a trueque de tanto regalo. Y para que conozcamos los
que no vimos este alimento qué tal debía de ser, es
bien que pintemos el maná que hace Naturaleza; y,
añadiendo sobre él más delicadeza, podremos
imaginar enteramente su bondad.
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La causa material
de que se engendra el maná es un vapor muy delicado que el
sol levanta de la tierra con la fuerza de su calor; el cual, puesto
en lo alto de la región se cuece y perficiona, y,
sobreviniendo el frío de la noche, se cuaja, y con el peso
torna a caer sobre los árboles y piedras, donde lo cogen y
guardan en ollas para comer. Llámanle mel roscidum et aereum, por la
semejanza que tiene con el rocío y por haberse hecho de
aire. Su color es blanco y de sabor dulce como la miel; la figura,
a manera de culantro. Las cuales señales pone también
la divina Escritura del maná que comió el pueblo de
Israel; por donde sospecho que ambos tenían la mesma
naturaleza. Y si el que Dios criaba tenía más
delicada sustancia, tanto mejor confirmaremos nuestra
opinión; pero yo siempre tengo entendido que Dios se acomoda
a los medios naturales cuando con ellos puede hacer lo que quiere,
y lo que falta a Naturaleza lo suple con su omnipotencia.
Dígolo, porque darles a comer maná en el desierto
(fuera de lo que con ello quería significar) parece que
estaba también fundado en la disposición de la
tierra, la cual hoy día engendra el mejor maná que
hay en el mundo. Y, así, dice Galeno que en el monte
Líbano (que no está lejos de allí) se
cría en gran cantidad y muy escogido; en tanto que los
labradores suelen cantar en sus pasatiempos que Júpiter
llueve miel en aquella tierra. Y aunque es verdad que Dios criaba
aquel maná milagrosamente, en tanta cantidad a tal hora y en
días determinados, pero pudo ser que tuviese la mesma
naturaleza del nuestro; como la tuvo el agua que sacó
Moisés de las piedras, y el fuego que hizo bajar del cielo
Elías con su palabra, que fueron naturales, aunque
milagrosamente sacadas.
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El maná que
pinta la divina Escritura dice que era como rocío:
quasi semen
coriandri, album, gustusque simile cum melle; como si
dijera: «el maná que Dios llovió en el desierto
tenía la figura como simiente de culantro, era blanco, y el
sabor como miel». Las cuales condiciones tiene también
el maná que produce Naturaleza.
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El temperamento de
este alimento dicen los médicos que es caliente y de partes
sutiles y muy delicadas. La cual compostura debía tener
también el maná que comieron los hebreos; y,
así, quejándose de su delicadeza, dijeron de esta
manera: anima nostra
iam nauseat super cibo isto levissimo; como si dijera:
«ya no puede sufrir nuestro estómago este alimento tan
liviano». Y la filosofía de esto era que ellos
tenían fuertes estómagos, hechos de ajos, cebollas y
puerros; y viniendo a comer un alimento de tan poca resistencia,
todo se les convertía en cólera. Y por esto manda
Galeno que los hombres que tuvieren mucho calor natural que no
coman miel ni otros alimentos livianos, porque se les
corromperán y en lugar de cocerse se tostarán como
hollín. Esto mesmo les aconteció a los hebreos con el
maná, que todo se les convertía en cólera
retostada; y, así, andaban todos secos y enjutos, por no
tener este alimento corpulencia para los engordar: anima nostra arida est: nihil aliud
respiciunt oculi nostri nisi manna; como si dijera:
«nuestra ánima está ya seca y consumida, y no
ven nuestros ojos otra cosa sino maná».
|
El agua que
bebían tras este manjar era tal cual ellos la pedían;
y si no la hallaban, mostraba Dios a Moisés un madero de tan
divina virtud, que, echándolo en las aguas gruesas y
salobres, las volvía delicadas y de buen sabor; y no
habiendo ninguna, tomaba Moisés la vara con que abrió
el mar Bermejo en doce carreras, y dando con ella en las piedras,
salían fuentes de agua tan delicadas y sabrosas como su
gusto las podía apetescer; en tanto que dijo san Pablo:
petra consequente
eos; como si dijera: «la agua de la piedra se andaba
tras su antojo», saliendo dulce, delicada y sabrosa.
|
Y ellos
tenían hecho el estómago a beber aguas gruesas y
salobres. Porque en Egipto cuenta Galeno que las cocían para
poderlas beber, por ser malas y corrompidas. Y bebiendo aguas tan
delicadas, no podían dejar de convertírseles en
cólera, por tener poca resistencia. Las mesmas calidades
dice Galeno que ha de tener el agua, para cocerse bien en el
estómago y no corromperse, que el alimento sólido que
comemos. Si el estomago es recio, hanle de dar alimentos recios que
le respondan en proporción; si es flaco y delicado, los
alimentos han de ser tales. Eso mesmo se ha de mirar en el agua; y
así lo vemos por experiencia, que si un hombre está
hecho a beber aguas gruesas, nunca mata la sed con las delicadas ni
las siente en el estómago, antes le dan más
sequía, porque el calor demasiado del estómago las
quema y resuelve luego en entrando, por no tener resistencia.
|
Del aire que
gozaban en el desierto, podremos decir que era también sutil
y delicado, porque andando por sierras y lugares sin
población, cada momento les ocurría fresco, limpio y
sin ninguna corrupción, por no haber asiento en
ningún lugar. Y teníanle siempre templado, porque de
día se ponía delante el sol una nube que no le dejaba
calentar demasiadamente, y a la noche una columna de fuego que lo
templaba. Y gozar de un aire de esta manera, dice
Aristóteles que hace avivar mucho el ingenio.
|
Consideremos,
pues, ahora, qué simiente tan delicada y tostada
harían los varones de este pueblo comiendo un alimento como
el maná y bebiendo las aguas que hemos dicho y respirando un
aire tan apurado y limpio, y qué sangre menstrua tan sutil y
delicada harían las hebreas. Y acordémonos de lo que
dijo Aristóteles, que, siendo la sangre menstrua sutil y
delicada, el muchacho que de ella se engendrare será
después hombre de muy agudo ingenio. Cuánto importe
comer los padres manjares delicados para engendrar hijos de mucha
habilidad, probarlo hemos muy por extenso en el capítulo
postrero de esta obra. Y porque todos los hebreos comieron un mesmo
manjar tan espiritual y delicado y bebieron una mesma agua, todos
sus hijos y descendientes salieron agudos y de grande ingenio para
las cosas de este siglo.
|
Puesto ya el
pueblo de Israel en tierra de promisión con tan agudo
ingenio como hemos dicho, viniéronle después tantos
trabajos, hambres, cercos de enemigos, sujeciones, servidumbres y
malos tratamientos, que aunque no hubieran sacado de Egipto y del
desierto aquel temperamento caliente y seco y retostado que hemos
dicho, lo hicieran en esta mala vida. Porque la continua tristeza y
vejación hace juntar los espíritus vitales y sangre
arterial en el celebro, en el hígado y corazón; y
estando allí unos sobre otros, se vienen a tostar y
requemar. Y, así, muchas veces levantan calenturas; y lo
ordinario es hacer melancolía por adustión (de la
cual casi todos participan hasta el día de hoy), atento a lo
que dice Hipócrates: metus et maestitia diu durans, melancholiam
significat.
|
Esta cólera
retostada dijimos atrás que era el instrumento de la
solercia, astucia, versucia y malicia; y ésta es acomodada a
las conjeturas de la medicina, y con ella se atina a la enfermedad,
a la causa, y al remedio que tiene. Por donde apuntó
maravillosamente el rey Francisco, y no fue delirio ni menos
invención del demonio lo que dijo, sino que con la mucha
calentura y de tantos días, y con la tristeza de verse
enfermo y sin remedio, se le tostó el celebro y
levantó de punto la imaginativa; de la cual hemos probado
atrás que si tiene el temperamento que ha de menester,
repentinamente dice el hombre lo que jamás
aprendió.
|
Pero contra todo
lo que hemos dicho se ofrece una dificultad muy grande. Y es que,
si los hijos o nietos de los que estuvieron en Egipto y gozaron del
maná y de las aguas y aires delicados del desierto, se
eligieran para médicos, parece que la opinión del rey
Francisco tenía alguna probabilidad por las razones que
hemos dicho. Pero que sus descendientes hayan conservado hasta el
día de hoy aquellas disposiciones del maná, del agua,
de los aires, de las aflicciones y trabajos que sus antepasados
padecieron en el cautiverio de Babilonia, es cosa que no se puede
entender. Porque si en cuatrocientos y treinta años que
estuvo el pueblo de Israel en Egipto, y cuarenta en el desierto,
pudo su simiente adquirir aquellas disposiciones de habilidad,
mejor se pudieron perder, y con mayor facilidad, en dos mil
años que a la salida del desierto; mayormente venidos a
España, región tan contraria de Egipto y donde han
comido manjares diferentes y bebido aguas de no tan buen
temperamento y sustancia como allí. Esto tiene la naturaleza
del hombre y de cualquier animal y planta: que luego toma las
costumbres de la tierra donde vive y pierde las que traía de
otra; y, en cualquiera cosa que la pongan, en pocos días la
hace sin contradicción.
|
De un linaje de
hombres cuenta Hipócrates que, para diferenciarse de la
gente plebeya, escogieron por insignia de su nobleza tener la
cabeza ahusada; y para hacer con arte esta figura, en naciendo el
niño tenían las comadres cuidado de apretarle la
cabeza con vendas y fajas hasta imprimirle tal señal. Y pudo
tanto este artificio, que se convirtió en naturaleza, porque
andando el tiempo todos los niños nobles que nacían
sacaban ya la cabeza ahusada. Por donde vino a cesar el arte y
diligencia de las comadres. Pero, como dejaron a Naturaleza libre y
suelta, sin oprimirla ya con arte, poco a poco se fue volviendo a
la figura que ella solía hacer de antes.
|
Desta mesma manera
pudo acontecer al pueblo de Israel: que, puesto caso que la
región de Egipto, el maná, las aguas delicadas y la
tristeza hicieron aquellas disposiciones de ingenio en su simiente,
pero cesando estas razones y causas, y sobreviniendo otras
contrarias, cierto es que se habían de ir perdiendo poco a
poco las calidades del maná y adquiriendo otras diferentes,
conforme a la región donde habitasen y los manjares que
comiesen y las aguas que bebiesen y los aires que respirasen.
|
Esta duda, en
filosofía natural, tiene poca dificultad. Porque hay
accidentes que se introducen en un momento y duran toda la vida en
el sujeto sin poderse corromper. Otros hay que gastan tanto tiempo
en deshacerse, cuanto fue menester para engendrarse; y algunas
veces más y otras menos, conforme a la actividad del agente
y la disposición del que padece. Por ejemplo de lo primero,
es de saber que de un grande espanto que hicieron a un hombre,
quedó tan disfigurado y perdido el color, que parecía
difunto; y no solamente le duró a él toda su vida,
pero los hijos que engendraba sacaban el mesmo color, sin hallar
remedio para quitarlo. Conforme a esta cuenta, bien pudo ser que en
cuatrocientos y treinta años que estuvo el pueblo de Israel
en Egipto, y cuarenta en el desierto y sesenta en el captiverio de
Babilonia, que fuesen menester más de tres mil años
para que la simiente de Abrahán acabase de perder las
disposiciones de ingenio que hizo el maná; pues para
corromper el mal color que en un momento hizo el espanto fueron
menester más de cien años.
|
Pero, para que de
raíz se entienda la verdad de esta doctrina, es menester
responder a dos dudas que hacen a este propósito y nunca se
acaban de soltar. La primera es: ¿de dónde nace que
cuanto los manjares son más delicados y sabrosos (como son
las gallinas y perdices), tanto más presto los viene el
estómago a aborrescer y tener hastío de ellos? Y por
el contrario, vemos comer un hombre carne de vaca todo el
año sin darle molestia ninguna; y comiendo tres o cuatro
días arreo gallinas, al quinto no las puede oler sin
revolvérsele el estómago. La segunda duda es:
¿qué es la razón que siendo el pan de trigo y
la carne del carnero, no de tan buena sustancia ni sabrosa como la
gallina o perdiz, jamás el estómago los viene a
aborrescer, aunque usamos de ellos toda la vida? Antes faltando el
pan, no podemos comer los demás alimentos ni nos saben bien.
El que supiere responder a estas dos dudas entenderá
fácilmente la causa por donde los descendientes del pueblo
de Israel aún no han perdido las disposiciones y accidentes
que el maná introdujo en la simiente, ni se les
acabará tan presto el agudeza de ingenio y solercia que les
vino por esta razón.
|
Dos principios hay
en filosofía natural, ciertos y muy verdaderos, de los
cuales depende la respuesta y solución de estas dudas. El
primero es que todas cuantas potencias gobiernan al hombre
están desnudas y privadas de las condiciones y calidades que
tienen su objeto, para que puedan conocer y juzgar de todas sus
diferencias. Esto tienen los ojos, que, habiendo de recebir en
sí todas las figuras y colores, fue menester privarlos
totalmente de ellas; porque si fueran amarillos (como en los que
padecen itericia) todas las cosas que mirasen les parecieran tener
el mesmo color. También la lengua, que es el instrumento del
gusto, ha de estar privada de todos los sabores; y si está
dulce o amarga, ya sabemos por experiencia que todo cuanto comemos
y bebemos tiene el mesmo sabor. Lo mesmo pasa en el oído,
olfato y tacto. El segundo principio es que todas cuantas cosas
están criadas apetecen naturalmente su conservación,
y procuran durar para siempre jamás y que no se acabe el ser
que Dios y Naturaleza les dio, aunque después hayan de tener
otra mejor naturaleza. Por este principio, todas las cosas
naturales que tienen conocimiento y sentido aborrescen aquello que
altera y corrompe su composición natural y huyen de
ello.
|
El estómago
está desnudo y privado de la sustancia y calidades de todos
los manjares del mundo, como lo está el ojo de los colores y
figuras; y cuando alguno de ellos comemos, puesto caso que el
estómago lo vence, pero el mesmo alimento rehace contra el
estómago (por ser al principio contrario) y le altera y
corrompe su temperamento y sustancia; porque ningún agente
hay tan fuerte que, haciendo, no repadezca. Los alimentos muy
delicados y sabrosos alteran grandemente al estómago: lo uno
porque los cuece y abraza con mucho apetito y sabor; lo otro, por
ser tan sutiles y sin excrementos, embébense en la sustancia
del estómago, de donde no pueden salir. Sintiendo, pues, el
estómago que este alimento le altera su naturaleza y le
quita la proporción que tiene con los demás
alimentos, lo viene a aborrescer, y si lo ha de venir a comer, es
menester hacerle muchas salsas y apetitos para
engañarlo.
|
Todo esto tuvo el
maná desde el principio: que aunque era manjar tan delicado
y sabroso, al final fastidió al pueblo de Israel; y,
así, dijeron: anima nostra iam nauseat super cibo isto levissimo;
queja indigna de pueblo tan favorecido de Dios, que les
había proveído del remedio, que fue hacer que el
maná tuviese los sabores y apetitos que a ellos se les
antojase, para que lo pudiesen pasar: panem de caelo praestitisti eis, omne
delectamentum in se habentem. Por donde lo vinieron a comer
muchos de ellos con muy buen gusto, porque tenían los
huesos, nervios y carne tan empapados en maná y de sus
calidades, que por la semejanza no apetecían ya otra cosas.
Lo mesmo acontesce en el pan de trigo que ahora comemos, y en la
carne del carnero. Los manjares gruesos y no de buena sustancia
(como es la vaca) son muy excrementosos, y no los recibe el
estómago con tanta codicia como los delicados y sabrosos, y
así tarda más en alterarse de ellos.
|
De donde se sigue
que para corromper el alteración que el maná
hacía en un día, era menester comer un mes entero
otros manjares contrarios; y según esta cuenta, para
deshacer las calidades que el maná introdujo en la simiente
en cuarenta años, son menester cuatro mil y más. Y si
no, finjamos que como Dios sacó de Egipto las doce tribus de
Israel, sacara doce negros y doce negras de Etiopía, y los
trujera a nuestra región. ¿En cuántos
años fuera bueno que estos negros y sus descendientes
vinieran a perder el color, no mezclándose con los blancos?
A mí me parece que eran menester muchos años, porque
con haber más de doscientos que vinieron de Egipto a
España los primeros gitanos, no han podido perder sus
descendientes la delicadeza de ingenio y solercia que sacaron sus
padres de Egipto, ni el color tostado. Tanta es la fuerza de la
simiente humana cuando recibe en sí alguna calidad bien
arraigada. Y de la manera que los negros comunican en España
el color a sus descendientes (por la simiente, sin estar en
Etiopía) así el pueblo de Israel, viniendo
también a ella, puede comunicar a sus descendientes el
agudeza de ingenio sin estar en Egipto ni comer del maná;
porque ser necio o sabio también es accidente del hombre,
como ser blanco y negro.
|
Ello verdad es que
no son ahora tan agudos y solertes como mil años
atrás; porque dende que dejaron de comer del maná lo
han venido perdiendo sus descendientes poco a poco hasta ahora, por
usar de contrarios manjares, y estar en región diferente de
Egipto, y no beber aguas tan delicadas como en el desierto; y por
haberse mezclado con los que descienden de la gentilidad, los
cuales carecen de esta diligencia de ingenio. Pero lo que no se les
puede negar es que aún no lo han acabado de perder.
|
Capítulo XIII [XV de 1594]
|
Donde se declara a qué diferencia de
habilidad pertenece el arte militar, y con qué
señales se ha de conocer el hombre que alcanzare esta manera
de ingenio
|
¿Qué
es la causa (pregunta Aristóteles) que, no siendo la
valentía la mayor virtud de todas, antes la justicia y
prudencia son las mayores, con todo esto la república y casi
todos los hombres, de común consentimiento, estiman en
más a un valiente y le hacen más honra dentro en su
pecho, que a los justos y prudentes, aunque estén
constituidos en grandes dignidades y oficios? A este problema
responde Aristóteles diciendo que no hay rey en el mundo que
no haga guerra a otro o la reciba; y como los valientes le dan
gloria, imperio, lo vengan de sus enemigos y le conservan su
estado, hacen más honra, no a la virtud suprema, que es la
justicia, sino a aquella de quien reciben más provecho y
utilidad. Porque, si no tratasen así a los valientes
¿cómo era posible hallar los reyes capitanes y
soldados que de buena gana arriscasen su vida por defenderles su
hacienda y estado?
|
De los asianos, se
cuenta que era una gente que se preciaba de muy animosa; y
preguntándoles la causa por qué no querían
tener rey ni leyes, respondieron que las leyes los hacían
cobardes, y que también les parecía necedad ponerse
en los peligros de la guerra por ensanchar a otro su estado; que
más querían pelear por sí y llevarse ellos el
provecho de la victoria. Pero ésta es respuesta de hombres
bárbaros y no de gente racional, la cual tiene entendido que
sin rey ni república ni leyes es imposible conservarse los
hombres en paz.
|
Lo que dijo
Aristóteles está muy bien apuntado, aunque hay otra
respuesta mejor. Y es que cuando Roma honraba sus capitanes con
aquellos triunfos y pasatiempos, no premiaba solamente la
valentía del que triunfaba, sino también la justicia
con que sustentó el ejército en paz y concordia, y la
prudencia con que hizo los hechos, y la temperancia de que
usó quitándose el vino, las mujeres y el mucho comer,
lo cual hace perturbar el juicio y errar los consejos. Antes la
prudencia se ha de buscar más en el capitán general,
y premiarla, que el ánimo y valentía; porque, como
dijo Vegecio, pocos capitanes muy valientes aciertan a hacer buenos
hechos; y es la causa que la prudencia es más necesaria en
la guerra, que la osadía en acometer. Pero qué
prudencia sea ésta nunca Vegecio la pudo atinar, ni supo
señalar qué diferencia de ingenio había de
tener el que ha de gobernar la milicia. Y no me espanto por no
haberse hallado esta manera de filosofar de la cual
dependía. Verdad es que averiguar esto no responde al
intento que llevamos, que es eligir los ingenios que piden las
letras. Pero es la guerra tan peligrosa y de tan alto consejo, y
tan necesario al Rey saber quién ha de confiar su potencia y
estado, que no haremos menos servicio a la república en
señalar esta diferencia de ingenio y sus señales que
en las demás que hemos pintado.
|
Y, así, es
de saber que la malicia y la milicia casi convienen en el mesmo
nombre y tienen también la mesma difinición. Porque
trocando la a por i de malicia, se hace
milicia, y de milicia malicia, con facilidad.
Cuáles sean las propriedades y naturaleza de la malicia,
tráelas Cicerón diciendo: malitia est versutia et fallax nocendi
ratio; como si dijera: «la malicia no es otra cosa
más que una razón doblada, astuta y mañosa de
hacer mal». Y, así, en la guerra no se trata de otra
cosa más de cómo ofenderán al enemigo y se
ampararán de sus asechanzas. Por donde la mejor propriedad
que puede tener un capitán general es ser malicioso con el
enemigo, y no echar ningún movimiento suyo a buen fin, sino
al peor que pudiere, y proveerse para ello. Non credas inimico tuo in aeternum... In
labiis suis indulcat, et in corde suo insidiatur ut subvertat te in
foveam; in oculis suis lacrymatur, et si invenerit tempus non
satiabitur sanguine; como si dijera: «jamás
creas a tu enemigo; porque te dirá palabras dulces y
sabrosas, y en su corazón está poniendo asechanzas
para matarte; llora con los ojos, y si halla ocasión
conveniente para aprovecharse de ti, no se hartará de tu
sangre».
|
Desto tenemos
manifiesto ejemplo en la divina Escritura. Porque, estando el
pueblo de Israel cercado en Betulia y fatigado de sed y de hambre,
salió aquella famosa mujer Judit con ánimo de matar a
Holofernes; y caminando para el ejército de los asirios, fue
presa de las centinelas y guardas. Y preguntándole
dónde iba, respondió con ánimo doblado:
«Yo soy hija de los hebreos que vosotros tenéis
cercados, y vengo huyendo por tener entendido que han de venir a
vuestras manos y que los habéis de maltratar por no se haber
querido dar a vuestra misericordia; por tanto determiné de
irme a Holofernes y descubrirle los secretos de esta gente
obstinada, y mostrarle por dónde les pueda entrar sin que le
cueste un soldado». Puesta ya Judit delante de Holofernes, se
postró por el suelo, y, juntas las manos, le comenzó
a adorar y decir las palabras más engañosas que a
hombre se han dicho en el mundo en tanto que creyó
Holofernes, y todos los de su Consejo, que les decía la
verdad. Y no olvidaba ella de lo que traía en el
corazón, buscó una conveniente ocasión y
cortóle la cabeza.
|
La contraria
condición tiene el amigo y, por tanto ha de ser siempre
creído. Y, así, le estuviera mejor a Holofernes dar
crédito a Achior; pues era su amigo, y con celo de que no
saliera deshonrado de aquel cerco le dijo: «Señor,
sabé primero si este pueblo ha pecado contra su Dios, porque
si es así, él mismo os lo entregará sin que lo
conquistéis; pero si está en su gracia, tené
entendido que él los defenderá y no podremos
vencerles». Del cual aviso se enojó Holofernes, como
hombre confiado, dado a mujeres y que bebía vino, las cuales
tres cosas desbaratan el consejo que es necesario en el arte
militar. Y así, dijo Platón que le había
contentado aquella ley que tenían los cartagineses, por la
cual mandaban que el capitán general, estando en el
ejército, no bebiese vino; porque este licor, como dice
Aristóteles, hace a los hombres de ingenio turbulento y les
da ánimo demasiado, como se mostró Holofernes en
aquellas palabras tan furiosas que dijo a Achior.
|
El ingenio, pues,
que es menester para los embustes y engaños, así para
hacerlos como para entenderlos y hallar el remedio que tienen,
apuntólo Cicerón trayendo la descendencia de este
nombre, versutia, el cual dice que viene de este verbo,
versor, -aris;
porque los que son mañosos, astutos, doblados y cavilosos,
en un momento atinan al engaño, y menean la mente con
facilidad. Y así lo ejemplificó el mesmo
Cicerón diciendo: Chrisippus, homo sine dubio versutus et callidus: versutus
appello quorum celeriter mens versatur.
|
Esta propriedad de
atinar presto al medio es solercia y pertenece a la imaginativa.
Porque las potencias que consisten en calor hacen de presto la
obra; y por eso los hombres de grande entendimiento no valen nada
para la guerra, porque esta potencia es muy tarda en su obra, y
amiga de rectitud, de llaneza, de simplicidad y misericordia, todo
lo cual suele hacer mucho daño en la guerra. Y fuera de
esto, no saben astucias ni ardides, ni entienden cómo se
pueden hacer; y, así les hacen muchos engaños porque
de todos se fían. Estos son buenos para tratar con amigos,
entre los cuales no es menester la prudencia de la imaginativa,
sino la rectitud y simplicidad del entendimiento; el cual no admite
dobleces ni hacer mal a nadie. Pero para con el enemigo no valen
nada, porque éste trata siempre de ofender con
engaños, y es menester tener el mesmo ingenio para poderse
amparar. Y así avisó Cristo nuestro redentor a sus
discípulos diciendo: ecce mitto vos sicut oves in medio luporum: estote
ergo prudentes sicut serpentes, et simplices sicut columbae;
como si les dijera: «mirá que os envío como
ovejas en medio de los lobos: sed prudentes como las serpientes y
simples como palomas». De la prudencia se ha de usar con el
enemigo, y de la llaneza y simplicidad con el amigo.
|
Luego si el
capitán no ha de creer a su enemigo y ha de pensar siempre
que le quiere engañar, es necesario que tenga una diferencia
de imaginativa adivinadora, solerte y que sepa conocer los
engaños que vienen debajo de alguna cubierta; porque la
mesma potencia que los halla, ésa sola puede inventar los
remedios que tienen.
|
Otra diferencia de
imaginativa parece que es la que finge los ingenios y
maquinamientos con que se ganan las fuerzas inexpugnables, la que
ordena el campo y pone cada escuadrón en su lugar, y la que
conoce la ocasión de acometer y retirarse, la que hace los
tratos, conciertos y capitulaciones con el enemigo. Para todo lo
cual es tan impertinente el entendimiento como los oídos
para ver. Y, así, yo no dudo sino que el arte militar
pertenece a la imaginativa, porque todo lo que el buen
capitán ha de hacer, dice consonancia, figura y
correspondencia.
|
La dificultad
está ahora en señalar con qué diferencia de
imaginativa en particular se ha de ejercitar la guerra. Y en esto
no me sabría determinar con certidumbre, por ser
conocimiento tan delicado; pero yo sospecho que pide un grado
más de calor, que la práctica de la medicina, y que
allega la cólera a quemarse del todo. Vese esto claramente
porque los capitanes muy mañosos y astutos no son muy
animosos ni amigos de romper ni dar la batalla, antes con embustes
y engaños hacen a su salvo los hechos. La cual propriedad
contentó más a Vegecio que otra ninguna: boni enim duces, non aperto
praelio in quo est commune periculum, sed ex occulto semper
attentant ut, integris suis, quantum possunt hostes interimant,
certe aut terreant; como si dijera: «los buenos
capitanes no son aquellos que pelean a cureña rasa y ordenan
una batalla campal y rompen a su enemigo, sino los que con ardides
y mañas le destruyen sin que les cueste un
soldado».
|
El provecho desta
manera de ingenio tenía bien entendido el Senado romano.
Porque, puesto caso que algunos famosos capitanes que tuvo
vencían muchas batallas, pero, venidos a Roma a recebir el
triunfo y gloria de sus hazañas, eran tantos los llantos que
hacían los padres por sus hijos, y los hijos por los padres,
y las mujeres por los maridos, y los hermanos por sus hermanos, que
no se gozaba de los juegos y pasatiempos con la lástima de
los que en la batalla quedaban muertos. Por donde determinó
el Senado de no buscar capitanes tan valientes ni que fuesen amigos
de romper, sino hombres algo temerosos y muy mañosos, como
Quinto Fabio. Del cual, se escribe que por maravilla arriscaba el
ejército romano en ninguna batalla campal, mayormente
estando desviado de Roma, donde en el mal suceso no podía
ser de presto socorrido: todo era dar largas al enemigo y buscar
ardides y mañas, con los cuales hacía grandes hechos
y conseguía muchas victorias sin pérdida de un
soldado. Éste era recebido en Roma con grande alegría
de todos, porque si cien mil soldados sacaba, esos mesmos
volvía, salvo aquellos que de enfermedad se morían.
La grita que las gentes le daban era la que dijo Ennio: unus homo nobis cunctando
restituit rem; como si dijera: «uno, dando largas al
enemigo, nos hace señores del mundo y nos vuelve nuestros
soldados». Al cual, después, han procurado imitar
algunos capitanes; y por no tener su ingenio y maña dejaron
muchas veces pasar la ocasión del pelear, de donde nacieron
mayores daños e inconvenientes que si de presto
rompieran.
|
También
podemos traer por ejemplo aquel famoso capitán de los
cartagineses de quien escribe Plutarco estas palabras:
«Aníbal, cuando hubo conseguido aquesta tan grande
victoria, mandó que liberalmente, sin rescate, se dejasen
muchos presos del nombre itálico, porque la fama de su
humanidad y perdón se divulgase por los pueblos, aunque su
ingenio era muy ajeno de estas virtudes. Él, de su natural,
fue fiero e inhumano; e de tal manera fue disciplinado desde su
primera puericia, que él no había aprendido leyes ni
civiles costumbres, mas guerras, muertes y enemigables traiciones.
Así que vino a ser muy cruel capitán, e muy malicioso
en engañar a los hombres, y siempre puesto en cuidado de
cómo podría engañar a su enemigo. E cuando ya
no pudiese por manifiesta pelea vencer, buscaba engaños,
según de ligero pareció en la presente batalla, y de
lo que antes acometió contra Sempronio cerca del río
Trebia».
|
Las señales
con que se ha de conocer el hombre que tuviere esta manera de
ingenio son muy extrañas y dignas de contemplar. Y,
así, dice Platón que el hombre que fuere muy sabio en
este género de habilidad que vamos tratando no puede ser
valiente ni bien acondicionado. Porque la prudencia dice
Aristóteles que consiste en frialdad, y el ánimo y
valentía en calor; y así como estas dos calidades son
repugnantes y contrarias, es imposible ser un hombre muy animoso y
prudente. Por donde, es necesario que se queme la cólera, y
se haga atrabilis, para ser el hombre prudente. Pero donde hay este
género de melancolía (por ser fría) luego nace
temor y cobardía. De manera que la astucia y maña
pide calor, por ser obra de la imaginativa; pero no en tanto grado
como la valentía. Y, así, se contradicen en la
intensión. Pero en esto hay una cosa digna de notar: que de
las cuatro virtudes morales (justicia, prudencia, fortaleza y
temperancia), las dos primeras han menester ingenio y buen
temperamento para poderlas ejercitar. Porque si un juez no tiene
entendimiento para alcanzar el punto de la justicia, poco aprovecha
la voluntad de dar la hacienda a cuya es: con buena
intención puede errar y quitarla a su dueño. Lo mesmo
se entiende de la prudencia; porque si la voluntad bastase para
hacer las cosas bien ordenadas, ninguna obra buena ni mala
errarían los hombres. Ningún ladrón hay que no
trate de hurtar de manera que no sea visto; ni hay capitán
que no desea tener prudencia para vencer a su enemigo. Pero el
ladrón que no tiene ingenio para hurtar, con maña
luego es descubierto, y el capitán que carece de imaginativa
presto es vencido.
|
La fortaleza y
temperancia son dos virtudes que el hombre tiene en la mano, aunque
le falte la disposición natural. Porque si quiere estimar en
poco su vida y ser valiente, bien lo puede hacer; pero si es
valiente por disposición natural, muy bien dicen
Aristóteles y Platón que es imposible ser prudente
aunque quiera. De manera que, según esto, no es repugnancia
juntarse la prudencia con el ánimo y valentía; porque
el prudente y sabio tiene entendido que por el ánima ha de
poner la honra, y por la honra la vida, y por la vida la hacienda;
y así lo secuta. De aquí nace que los nobles, por ser
tan honrados, son tan valientes, y no hay quien más trabajos
padezca en la guerra (con estar criados en muchos regalos) a
trueque que no les digan cobardes. Por esto se dijo: «Dios os
libre de hidalgo de día y fraile de noche»; que el uno
por ser visto y el otro porque no le conozcan, pelean con
ánimo doblado.
|
En esta mesma
razón está fundada la religión de Malta: que
sabiendo cuánto importa la nobleza para ser un hombre
valiente, manda por constitución que los de su hábito
todos sean hijosdalgos de padre y de madre, pareciéndole que
por esta causa pelearían cada uno por dos abolorios. Pero si
a un hidalgo le dijesen que asentase un campo y que le diese el
orden con que se había de romper al enemigo, si no
tenía ingenio para ello haría y diría mil
disparates, porque la prudencia no está en mano de los
hombres; pero si le mandasen que guardase un portillo, bien se
podían descuidar con él aunque naturalmente fuese
cobarde.
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La sentencia de
Platón se ha de entender cuando el hombre prudente sigue su
inclinación natural y no la rige con la razón. Y,
así, es verdad que el hombre muy sabio no puede ser valiente
por disposición natural; porque la cólera adusta que
le hace prudente, ésa dice Hipócrates que le hace
temeroso y cobarde.
|
La segunda
propriedad que no puede tener el hombre que alcanzare esta
diferencia de ingenio es ser blando y de buena condición.
Porque alcanza muchas tretas con la imaginativa, y sabe que por
cualquier error y descuido se viene a perder un ejército,
hace el caso de ello que es menester. Pero la gente de poco saber
llama desasosiego al cuidado; al castigo, crueldad; a la
remisión, misericordia, y al sufrir y disimular las cosas
mal hechas, buena condición; y esto realmente nace de ser
los hombres necios, que no alcanzan el valor de las cosas ni por
donde se han de guiar; pero los prudentes y sabios no tienen
paciencia ni pueden sufrir las cosas que van mal guiadas, aunque no
sean suyas: por donde viven muy poco y con muchos dolores de
espíritu. Y, así, decía Salomón:
dedi quoque cor meum
ut scirem prudentiam atque doctrinam, erroresque et stultitiam, et
agnovi quod in his quoque esset labor et afflictio spiritus, eo
quod tu multa sapientia multa sit indignatio, et qui addit ad
scintiam addit ad dolorem; como si dijera: «yo fui
nescio y sabio, y hallé que en todo hay trabajo; pero el que
a su entendimiento le da mucha sabiduría luego adquiere mala
condición y dolores». En las cuales palabras parece
dar a entender Salomón que vivía más a su
contento siendo nescio, que cuando le dieron sabiduría.
|
Y así es
ello realmente, que los nescios viven más destacados, porque
ninguna cosa les da pena ni enojo, ni piensan que en saber nadie
les hace ventaja; a los cuales llama el vulgo ángeles
del cielo, viendo que ninguna cosa les ofende, ni se enojan,
ni riñen las cosas mal hechas, y pasan por todo. Y si
considerasen la sabiduría y condición de los
ángeles, verían que es palabra mal sonante y aun caso
de Inquisición; porque dende que tenemos uso de razón
hasta que morimos no hacen otra cosa sino reñirnos las cosas
mal hechas y avisarnos de lo que nos conviene hacer. Y si como nos
hablan en su lenguaje espiritual (moviendo la imaginativa) nos
dijesen con palabras materiales su parecer, los terníamos
por importunos y mal acondicionados; y si no, miremos qué
tal pareció aquel ángel, que refiere san Mateo, a
Herodes y a la mujer de su hermano Filipo, pues por no oírle
su reprensión le cortaron la cabeza.
|
Más
acertado sería, a estos hombres que el vulgo neciamente
llama ángeles del cielo, decir que son asnos de la
tierra. Porque, entre los brutos animales, dice Galeno que no hay
otro más tonto ni de menos ingenio que el asno, aunque en
memoria los vence a todos: ninguna carga rehúsa, por donde
lo llevan va sin ninguna contradicción, no tira coces ni
muerde, no es fugitivo ni malicioso, si le dan de palos no se
enoja, todo es hecho al contento y gusto del que lo ha menester.
Estas mesmas propriedades tienen los hombres a quien el vulgo llama
ángeles del cielo; la cual blandura les nace de ser necios y
faltos de imaginativa y tener remisa la facultad irascible. Y
ésta es muy grande falta en el hombre y arguye estar mal
compuesto. Ningún ángel ni hombre ha habido en el
mundo de mejor condición que Cristo nuestro redentor; y
entrando un día en el templo dio muy buenos azotes a los que
halló vendiendo mercadurías. Y es la causa que la
irascible es el verdugo y espada de la razón. Y el hombre
que no riñe las cosas mal hechas, o lo hace de necio o por
ser falto de irascible.
|
De manera que el
hombre sabio por maravilla es blando ni de la condición que
querrían los malos. Y, así, los que escriben la
historia de Julio César están espantados de ver
cómo los soldados podían sufrir un hombre tan
áspero y desabrido; y nacíale de tener el ingenio que
pide la guerra.
|
La tercera
propriedad que tienen los que alcanzan esta diferencia de ingenio
es ser descuidados de ornamento de su persona. Son casi todos
desaliñados, sucios, las calzas caídas, llenas de
rugas, la capa mal puesta, amigos del sayo viejo y de nunca mudar
el vestido.
|
Esta propriedad
cuenta Lucio Floro que tenía aquel famoso capitán
Viriato, de nación portugués, del cual dice y afirma
(encareciendo su grande humildad) que menospreciaba tanto los
aderezos de su persona, que no había soldado particular en
todo su ejército que anduviese peor vestido. Y realmente no
era virtud, ni lo hacía con arte, sino que es efecto natural
de los que tienen esta diferencia de imaginativa que vamos
buscando.
|
El desaliño
de Julio César engañó grandemente a
Cicerón. Porque preguntándole, después de la
batalla, la razón que le había movido a seguir las
partes de Pompeyo, cuenta Macrobio que respondió:
praecinctura me
fefellit; como si dijera: «engañóme ver
que Julio César era un hombre desaliñado y que nunca
traía pretina», a quien los soldados, por
baldón, le llamaban ropa suelta. Y esto le había de
mover para entender que tenía el ingenio que pedía el
consejo de la guerra; como lo atinó Sila (cuenta Tranquilo),
que viendo el desaliño que tenía Julio César
siendo niño, avisó a los romanos diciendo:
cavete puerum male
praecinctum; como si les dijera: «guardaos, romanos,
de aquel muchacho mal ceñido».
|
De Aníbal
nunca acaban de contar los historiadores el descuido que
tenía en el vestir y calzar, y cuán poco se daba por
andar pulido y aseado. El ofenderse (notablemente) con los pelillos
de la capa, y tener mucho cuidado de que anden tiradas las calzas y
que el sayo asiente bien sin que haga rugas, pertenece a una
diferencia de imaginativa de muy bajos quilates, y que contradice
al entendimiento y a esta diferencia de imaginativa que pide la
guerra.
|
La cuarta
señal es tener la cabeza calva. Y está la
razón muy clara. Porque esta diferencia de imaginativa
reside en la parte delantera de la cabeza, como todas las
demás, y el demasiado calor quema el cuero de la cabeza y
cierra los caminos por donde han de pasar los cabellos; aliende que
la materia de que se engendraron, dicen los médicos, que son
los excrementos que hace el celebro al tiempo de su
nutrición, y con el gran fuego que allí hay todos se
gastan y consumen, y así falta materia de que poderse
engendrar.
|
La cual
filosofía si alcanzara julio César, no se corriera
tanto de tener la cabeza calva; el cual, por cubrirla, hacía
volver con maña a la frente parte de los cabellos que
habían de caer al colodrillo. Y de ninguna cosa dice
Tranquilo que gustara tanto, como si el Senado mandara que trujera
siempre la corona de laurel en la cabeza, no más de por
cubrir la calva. Otro género de calva nace de ser el celebro
duro y terrestre y de gruesa composición, pero es
señal de ser el hombre falto de entendimiento, de
imaginativa y memoria.
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La quinta
señal en que se conocen los que alcanzan esta diferencia de
imaginativa es que los tales tienen pocas palabras y muchas
sentencias. Y es la razón que, siendo el celebro duro y
seco, por fuerza han de ser faltos de memoria, a quien pertenece la
copia de los vocablos. El hallar mucho que decir nace de una junta
que hace la memoria con la imaginativa en el primer grado de calor.
Los que alcanzan esta junta de ambas potencias son ordinariamente
muy mentirosos, y jamás les falta qué decir y contar
aunque los estén escuchando toda la vida.
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La sexta
propriedad que tienen los que alcanzan esta diferencia de
imaginativa es ser honestos y ofenderse notablemente con las
palabras sucias y torpes. Y, así, dice Cicerón que
los hombres muy racionales imitan la honestidad de Naturaleza, la
cual puso en oculto las partes feas y vergonzosas que hizo para
proveer las necesidades del hombre y no para hermosearle, y en
éstas ni consiente poner los ojos ni que los oídos
sufran sus nombres. Esto bien se puede atribuir a la imaginativa, y
decir que se ofende con la mala figura de aquellas partes. Pero en
el capítulo postrero damos razón de este efecto y lo
reducimos al entendimiento; y juzgamos por faltos de entendimiento
a los que no les ofende la deshonestidad. Y porque con la
diferencia de imaginativa que pide el arte militar casi se junta el
entendimiento, por eso los buenos capitanes son
honestísimos. Y, así, en la historia de Julio
César se hallará un acto de honestidad, el mayor que
ha hecho hombre en el mundo. Y es que, estándole matando a
puñaladas en el Senado, viendo que no podía huir la
muerte, se dejó caer en el suelo, y con la vestidura
imperial se compuso de tal manera, que después de muerto le
hallaron tendido con grande honestidad, cubiertas las piernas y las
demás partes que podrían ofender la vista.
|
La séptima
propriedad, y más importante de todas, es que el
capitán general sea bien afortunado y dichoso; en la cual
señal entenderemos claramente que tiene el ingenio y
habilidad que el arte militar ha menester. Porque, en realidad de
verdad, ninguna cosa hay que ordinariamente haga a los hombres
desastrados, y no sucederles siempre las cosas como desean es ser
faltos de prudencia y no poner los medios convenientes que los
hechos requieren. Por tener Julio César tanta prudencia en
lo que ordenaba era el más bien afortunado de cuantos
capitanes ha habido en el mundo, en tanto que en los grandes
peligros animaba a sus soldados diciendo: «no temáis,
que con vosotros va la buena fortuna de César».
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Los
filósofos estoicos tuvieron entendido que, así como
había una causa primera, eterna, omnipotente y de infinita
sabiduría, conocida por el orden y concierto de sus obras
admirables, así hay otra imprudente y desatinada cuyas obras
son sin orden ni razón y faltas de sabiduría, porque
con una irracional afición da y quita a los hombres las
riquezas, dignidades y honra. Llamáronla con este nombre:
Fortuna, viendo que era amiga de los hombres que
hacían sus cosas forte, que quiere decir acaso, sin pensar, sin
prudencia ni guiarse por cuenta y razón. Pintábanla,
para dar a entender sus costumbres y mañas, en forma de
mujer, con un cetro real en la mano, vendados los ojos, puesta de
pies sobre una bola redonda, acompañada de hombres necios,
todos sin arte ni manera de vivir. Por la forma de mujer, notaban
su gran liviandad y poco saber; por el cetro real, la confesaban
por señora de las riquezas y honra; el tener vendados los
ojos daba a entender el mal tiento que tiene en repartir estos
dones; estar de pies sobre la bola redonda significa la poca
firmeza que tiene en los favores que hace: con la mesma facilidad
que los da los torna a quitar, sin tener en nada estabilidad.
|
Pero lo peor que
en ella hallaron es que favorece a los malos y persigue a los
buenos, ama a los necios y aborrece los sabios, los nobles abaja y
a los viles ensalza, lo feo le agrada y lo hermoso le espanta. En
la cual propriedad confiados muchos hombres que conocen su buena
fortuna se atreven a hacer hechos locos y temerarios, y les suceden
muy bien y otros hombres muy cuerdos y sabios, aun las cosas que
van guiadas con mucha prudencia, no se atreven a ponerlas por obra,
sabiendo ya por experiencia que estas tales tienen peores
sucesos.
|
Cuán amiga
sea la fortuna de gente ruin, pruébalo Aristóteles
preguntando: cur
divitiae, magna ex parte, ab hominibus pravis potius quam bonis
habeantur?; como si dijera: «¿qué es la
razón que, por la mayor parte, las riquezas están en
poder de los malos y la pobreza en los buenos?». Al cual
problema responde: an
quia fortuna caeca est; discernere sibi atque seligere quod melius
non potest; como si respondiera: «que la fortuna es
ciega y no tiene discreción para elegir lo mejor».
Pero ésta es respuesta indigna de tan gran filósofo.
Porque ni hay Fortuna que dé las riquezas a los hombres; y,
puesto caso que la hubiera, no da la razón por qué
favorece siempre a los malos y desecha los buenos. La verdadera
solución de esta pregunta es que los malos son muy
ingeniosos, y tienen fuerte imaginativa para engañar
comprando y vendiendo, y saben granjear la hacienda y por
dónde se ha de adquirir; y los buenos carecen de
imaginativa, muchos de los cuales han querido imitar a los malos y,
tratando con el dinero, en pocos días perdieron el
caudal.
|
Esto notó
Cristo nuestro redentor viendo el habilidad de aquel mayordomo a
quien su señor tomó cuenta, que, quedándose
con buena parte de su hacienda, le dio finiquitos de la
administración. La cual prudencia (aunque fue para mal)
alabó Dios y dijo: quia filii hujus saeculi prudentiores filiis lucis in
generatione sua sunt; como si dijera: «más
prudentes son los hijos de este siglo en sus invenciones Y
mañas, que los que son del bando de Dios». Porque
éstos ordinariamente son de buen entendimiento, con la cual
potencia se aficionan a su ley, y carecen de imaginativa, a la cual
potencia pertenece el saber vivir en el mundo. Y, así,
muchos son buenos moralmente porque no tienen habilidad para ser
malos. Esta manera de responder es más llana y palpable. Por
no atinar los filósofos naturales a ella, fingieron una
causa tan estulta y desatinada como es la Fortuna, a quien
atribuyesen los malos y buenos sucesos, y no a la imprudencia o
mucho saber de los hombres.
|
Cuatro diferencias
de gentes se hallan en cada república (si alguno las
quisiere buscar): unos hombres hay que son sabios y no lo parecen,
otros lo parecen y no lo son, otros ni lo son ni lo parecen. Hay
unos hombres callados, tardos en hablar, pesados en responder, no
polidos ni con ornamento de palabras, y dentro de sí tienen
ocultada una potencia natural tocante a la imaginativa, con la cual
conocen el tiempo, la ocasión de lo que han de hacer, el
camino por donde lo han de guiar, sin comunicarlo con nadie ni
darlo a entender. A éstos llama el vulgo dichosos y bien
afortunados, pareciéndole que con poco saber y prudencia se
les viene todo a la mano. En contrario, hay otros hombres de grande
elocuencia en hablar y decir, grandes trazadores, hombres que
tratan de gobernar todo el mundo, y que fingen que con poco dinero
se podría ganar de comer, que al parecer de la gente vulgar
no hay más que saber; y, venidos a la obra, todo se les
deshace en las manos. Estos se quejan de la Fortuna y la llaman
ciega, loca y bruta, porque las cosas que hacen y ordenan con mucha
prudencia hace que no tengan buen fin. Y si hubiera Fortuna que
pudiera responder por sí, les dijera: «Vosotros sois
los nescios, locos y desatinados, que, siendo imprudentes, os
tenéis por sabios y, poniendo malos medios, queréis
buenos sucesos». Este linaje de hombres tiene una diferencia
de imaginativa que pone ornamento y afeite en las palabras y
razones, y les hace parecer lo que no son.
|
Por donde concluyo
que el capitán general que tuviere el ingenio que pide el
arte militar y mirare primero muy bien lo que quiere hacer
será muy afortunado y dichoso; y si no, por demás es
pensar que saldrá con ninguna victoria. Si no es que Dios
pelea por él, como lo hacía con los ejércitos
de Israel; y, con todo eso, se eligían los más sabios
y prudentes capitanes que había, porque ni conviene dejarlo
todo a Dios ni fiarse el hombre de su ingenio y habilidad: mejor es
juntarlo todo, porque no hay otra fortuna sino Dios y la buena
diligencia del hombre.
|
El que
inventó el juego del ajedrez hizo un modelo del arte
militar, representado en él todos los pasos y
contemplaciones de la guerra, sin faltar ninguno. Y de la manera
que en este juego no hay fortuna, ni se puede llamar dichoso el
jugador que vence a su contrario, ni el vencido desdichado,
así el capitán que venciere se ha de llamar sabio y
el vencido ignorante, y no dichoso ni mal afortunado.
|
Lo primero que
ordenó en este juego fue que, en dando mate al rey, quedase
el contrario victorioso, para dar a entender que todas las fuerzas
de un ejército están puestas en la buena cabeza del
que lo rige y gobierna. Y para hacer de ello demostración,
dio tantas piezas a uno como a otro, por que cualquiera que
perdiese tuviese entendido que le faltó el saber y no la
fortuna. De lo cual se hace mayor evidencia considerando que un
gran jugador a otro de menos cabeza le da la mitad de las piezas, y
con todo eso le gana el juego. Y así lo notó Vegecio
diciendo: pauciores
numero et inferioribus viribus, superventus et insidias facientes
sub bonis ducibus, reportarunt saepe victoriam; como si
dijera: «muchas veces acontece que pocos soldados y flacos
vencen a los muchos y fuertes, si son gobernados por un
capitán que sabe hacer muchos embustes y
engaños».
|
Puso
también que los peones no pudiesen volver atrás para
avisar al capitán general que cuente bien las tretas antes
que envíe los soldados al hecho; porque, si salen erradas,
antes conviene que mueran en el puesto que volver las espaldas.
Porque no ha de saber el soldado que hay tiempo de huir ni acometer
en la guerra si no es por orden del que los gobierna; y,
así, en tanto que le durase la vida, ha de guardar su
portillo so pena de infame. Junto con esto puso otra ley: que el
peón que corriere siete casas sin que le prendan, reciba
nuevo ser de dama y pueda andar por donde quisiere y asentarse
junto al rey, como pieza libertada y noble. En lo cual se da a
entender que importa mucho en la guerra, para hacer los soldados
valientes, pregonar intereses, campos francos y honras a los que
hicieren hechos señalados. Especialmente si la honra y
provecho ha de pasar a sus descendientes, entonces lo hacen con
mayor ánimo y valentía. Y, así, dice
Aristóteles que en más estima el hombre el ser
universal de su linaje, que su vida en particular.
|
Esto
entendió bien Saúl cuando echó un bando en su
ejército que decía: virum qui percusserit eum, ditabit rex divitiis
magnis, et filiam suam dabit ei, et domum patris eius fatiet absque
tributo in Israel; como si dijera: «cualquier soldado
que matare a Golías le dará el rey muchas riquezas y
le casará con su hija, y la casa de su padre quedará
libre de pechos y servicios». Conforme a este bando,
había un fuero en España que disponía que
cualquier soldado que por sus buenos hechos mereciese devengar
quinientos sueldos de paga (que era la más subida ventaja
que se daba en la guerra) quedase, él y todos sus
descendientes, para siempre jamás libres de pechos y
servicios.
|
Los moros (como
son grandes jugadores de ajedrez) tienen ordenados siete escalones
en la paga, a imitación de las siete casas que ha de andar
el peón para que sea dama. Y, así, los van subiendo
de una paga a dos, y de dos a tres, hasta llegar a siete conforme a
los hechos que hiciere el soldado; y si es tan valeroso que
mereciere tirar tan subida ventaja como siete, se la dan, y por
esta causa los llaman septenarios o matasiete; los cuales
tienen grandes libertades y esenciones, como en España los
hidalgos.
|
La razón de
esto es muy clara en filosofía natural. Porque ninguna
facultad hay, de cuantas gobiernan al hombre, que quisiera obrar de
buena gana si no hay interés delante que la mueva. Lo cual
prueba Aristóteles de la potencia generativa; y en las
demás corre la mesma razón. El objeto de la facultad
irascible ya hemos dicho atrás que es la honra y provecho; y
si esto falta, luego cesa el ánimo y valentía.
|
De todo esto se
entenderá la gran significación que tiene el hacerse
dama el peón que (sin prenderle) corre siete casas. Porque
todas cuantas buenas noblezas ha habido en el mundo y habrá
han nacido, y nacerán, de peones y hombres particulares, los
cuales con el valor de su persona hicieron tales hazañas,
que merecieron para sí y para sus descendientes
título de hijosdalgo, caballeros, nobles, condes, marqueses,
duques y reyes. Verdad es que hay algunos tan ignorantes y faltos
de consideración, que no admiten que su nobleza tuvo
principio, sino que es eterna, y convertida en sangre, no por
merced del rey particular, sino por creación sobrenatural y
divina.
|
A propósito
de este punto (aunque se va algo apartando de la materia) no puedo
dejar de referir aquí un coloquio muy avisado que
pasó entre el príncipe don Carlos, nuestro
señor, y el doctor Suárez de Toledo, siendo su
alcalde de corte en Alcalá de Henares.
|
PRÍNCIPE.- Doctor, ¿qué os
parece de este pueblo?
|
DOCTOR.- Señor, muy bien, porque tiene el
mejor cielo y suelo que lugar tiene en España.
|
PRÍNCIPE.- Por tal lo han escogido los
médicos para mi salud. ¿Habéis visto la
Universidad?
|
DOCTOR.- No, señor.
|
PRÍNCIPE.- Velda, que es cosa muy
principal y donde me dicen se leen muy bien las ciencias.
|
DOCTOR.- Por cierto que para ser un Colegio y
Estudio particular, que tiene mucha fama; y, así, debe ser
en la obra como vuestra alteza dice.
|
PRÍNCIPE.- ¿Dónde
estudiastes vos?
|
DOCTOR.- Señor, en Salamanca.
|
PRÍNCIPE.- ¿Y sois doctor por
Salamanca?
|
DOCTOR.- No, señor.
|
PRÍNCIPE.- Eso me parece muy mal,
estudiar en una Universidad y graduarse en otra.
|
DOCTOR.- Sepa vuestra alteza que el gasto de
Salamanca en los grados es excesivo, y por eso los pobres huimos de
él y nos vamos a lo barato, entendiendo que el habilidad y
las letras no las recibimos del grado, sino del estudio y trabajo.
Aunque no eran mis padres tan pobres, que, si quisieran, no me
graduaran por Salamanca; pero ya sabe vuestra alteza que los
doctores de esta Universidad tienen las mesmas franquezas que los
hijosdalgo de España, y a los que lo somos por naturaleza
nos hace daño esta esención, a lo menos a nuestros
descendientes.
|
PRÍNCIPE.- ¿Qué rey de mis
antepasados hizo a vuestro linaje hidalgo?
|
DOCTOR.- Ninguno, porque sepa vuestra alteza que
hay dos géneros de hijosdalgo en España: unos son de
sangre y otros de privilegio. Los que son de sangre, como yo, no
recibieron su nobleza de manos del rey, y los de privilegio,
sí.
|
PRÍNCIPE.- Eso es para mí muy
dificultoso de entender, y holgaría que me lo
pusiésedes en términos claros; porque si mi sangre
real (contando desde mí, y luego a mi padre, y tras
él a mi abuelo, y así los demás por su orden)
se viene a acabar en Pelayo, a quien por muerte del rey Don Rodrigo
lo eligieron por rey, no lo siendo. Si así contásemos
vuestro linaje, ¿no verníamos a parar en uno que no
fuese hidalgo?
|
DOCTOR.- Ese discurso no se puede negar, porque
todas las cosas tuvieron principio.
|
PRÍNCIPE.- Pues pregunto yo ahora:
¿de dónde hubo la hidalguía aquel primero que
dio principio a vuestra nobleza? Él no pudo libertarse a
sí ni eximirse de los pechos y servicios que hasta
allí habían pagado al rey sus antepasados, porque
esto era hurto y alzarse por fuerza con el patrimonio real, y no es
razón que los hidalgos de sangre tengan tan ruin principio
como éste. Luego claro está que el rey le
libertó y le hizo merced de aquella hidalguía. O
dadme vos de dónde la hubo.
|
DOCTOR.- Muy bien concluye vuestra alteza; y
así es verdad que no hay hidalguía verdadera que no
sea hechura del rey. Pero llamamos hidalgos de sangre aquellos que
no hay memoria de su principio, ni se sabe por escritura en
qué tiempo comenzó ni qué rey hizo la merced;
la cual oscuridad tiene la república recebida por más
honrosa, que saber distintamente lo contrario. (Etc.).
|
La
república hace también hidalgos; porque, en saliendo
un hombre valeroso, de grande virtud y rico, no le osa empadronar,
pareciéndole que es desacato y que merece por su persona
vivir en libertad y no igualarle con la gente plebeya. Esta
estimación, pasando a los hijos y nietos, se va haciendo
nobleza; y van adquiriendo derecho contra el rey. Éstos no
son hidalgos de quinientos sueldos; pero como no se puede probar,
pasan por tales.
|
El español
que inventó este nombre, hijodalgo, dio bien a
entender la doctrina que hemos traído. Porque, según
su opinión, tienen los hombres dos géneros de
nacimiento: el uno es natural, en el cual todos son iguales, y el
otro, espiritual. Cuando el hombre hace algún hecho heroico
o alguna extraña virtud y hazaña, entonces nace de
nuevo, y cobra otros mejores padres, y pierde el ser que antes
tenía: ayer se llamaba hijo de Pedro y nieto de Sancho;
ahora se llama hijo de sus obras (de donde tuvo origen el
refrán castellano que dice cada uno es hijo de sus
obras). Y porque las buenas y virtuosas llama la divina
Escritura algo, y a los vicios y pecados nada,
compuso este nombre, hijosdalgo; que querrá decir
ahora: «Descendiente del que hizo alguna extraña
virtud por donde mereció ser premiado del rey o de la
república, él y todos sus descendientes para siempre
jamás». La ley de la Partida dice que hijodalgo quiere
decir hijo de bienes. Y si entiende de bienes temporales, no tiene
razón; porque hay infinitos hijosdalgo pobres, e infinitos
ricos que no son hijosdalgo. Pero si quiere decir hijo de bienes
que llamamos virtudes, tiene la mesma significación que
dijimos. Del segundo nacimiento que han de tener los hombres fuera
del natural, hay manifiesto ejemplo en la divina Escritura, donde
Cristo nuestro redentor reprende a Nicodemus, porque, siendo doctor
de la ley, no sabía que era necesario tornar el hombre a
nacer de nuevo para tener otro mejor ser y otros padres más
honrados que los naturales. Y, así, todo el tiempo que el
hombre no hace algún hecho heroico se llama, en esta
significación, hijo de nada, aunque por sus
antepasados tenga nombre de hijodalgo.
|
A propósito
de esta doctrina quiero contar aquí un coloquio que
pasó entre un capitán muy honrado y un caballero que
se preciaba mucho de su linaje; en el cual se verá en
qué consiste la honra, y cómo ya todos saben de este
nacimiento segundo. Estando, pues, este capitán en un
corrillo de caballeros, tratando de la anchura y libertad que
tienen los soldados en Italia, en cierta pregunta que uno de ellos
le hizo le llamó vos, atento que era natural de
aquella tierra y hijo de unos padres de baja fortuna y nacido en
una aldea de pocos vecinos. El capitán, sentido de la
palabra, respondió diciendo: «Señor, sepa
vuestra señoría que los soldados que han gozado de la
libertad de Italia no se pueden hallar bien en España por
las muchas leyes que hay contra los que echan mano a la
espada». Los otros caballeros, viendo que le llamaba
señoría, no pudieron sufrir la risa; de lo cual
corrido el caballero, les dijo de esta manera: «Sepan
vuestras mercedes que la señoría de Italia es en
España merced, y como el señor capitán viene
hecho al uso y costumbre de aquella tierra, llama
señoría a quien ha de decir merced». A esto
respondió el capitán diciendo: «No me tenga
vuestra señoría por hombre tan nescio que no me
sabré acomodar al lenguaje de Italia estando en Italia, y al
de España estando en España. Pero quien a mí
me ha de llamar vos en España, por lo menos ha de ser
señoría de España, y se me hará muy de
mal». El caballero, medio atajado, le replicó
diciendo: «Pues cómo, señor capitán,
¿no sois natural de tal parte? ¿Y hijo de Fulano? Y,
con esto, ¿no sabéis quién soy yo e mis
antepasados?». «Señor, dijo el capitán,
bien sé que vuestra señoría es muy buen
caballero y que sus padres lo fueron también; pero yo y mi
brazo derecho, a quien ahora reconozco por padre, somos mejores que
vos y todo vuestro linaje».
|
Este
capitán aludió al segundo nacimiento que tienen los
hombres, en cuanto dijo yo y mi brazo derecho, a quien ahora
reconozco por padre. Y tales obras podía haber hecho
con su buena cabeza y espada, que igualase el valor de su persona
con la nobleza de caballero.
|
Por la mayor parte
(dice Platón) son contrarias la ley y Naturaleza; porque
sale un hombre de sus manos con un ánimo
prudentísimo, ilustre, generoso, libre, y con ingenio para
mandar a todo el mundo, y por nacer en casa de Amicla (que
era un villano muy bajo) quedó por la ley privado del honor
y libertad en que Naturaleza le puso; por lo contrario, vemos otros
cuyo ingenio y costumbres fueron ordenadas para ser esclavos y
siervos, y por nacer en casas ilustres quedan por ley hechos
señores. Pero una cosa no se ha notado mil siglos
atrás, y es digna de considerar: que por maravilla salen
hombres muy hazañosos, o de grande ingenio para las ciencias
y armas, que no nazcan en aldeas o lugares pajizos, y no en
ciudades muy grandes. Y es el vulgo tan ignorante, que toma por
argumento en contrario nacer en lugares pequeños; de lo cual
tenemos manifiesto ejemplo en la divina Escritura: que espantado el
pueblo de Israel de las grandezas de Cristo nuestro redentor, dijo:
a Nazareth potest
quidquam boni exire? Como si dijera: «¿es
posible que de Nazareth pudo salir cosa buena?».
|
Pero volviendo al
ingenio de este capitán que hemos dicho, él
debía juntar mucho entendimiento con la diferencia de
imaginativa que pide el arte militar; y, así, apuntó
en este coloquio mucha doctrina, de la cual podremos coligir en
qué consiste el valor de los hombres para ser estimados en
la república.
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Seis cosas me
parece que ha de tener el hombre para que enteramente se pueda
llamar honrado; y cualquiera de ellas que le falte, quedará
su ser menoscabado. Pero no están todas constituidas en un
mesmo grado ni tienen el mesmo valor ni quilates.
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La primera y
más principal es el valor de la propria persona, en
prudencia, en justicia, en ánimo y valentía.
Éste hace las riquezas y mayorazgos, de éste nacen
los apellidos ilustres; deste principio tienen origen todas las
noblezas del mundo. Y si no, vamos a las casas grandes de
España, y hallaremos que casi todas tienen origen de hombres
particulares, los cuales, con el valor de sus personas, ganaron lo
que ahora tienen sus descendientes.
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La segunda cosa
que honra al hombre, después del valor de la persona, es la
hacienda; sin la cual ninguno vemos ser estimado en la
república.
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La tercera es la
nobleza y antigüedad de sus antepasados. Ser bien nacido y de
claro linaje es una joya muy estimada, pero tiene una falta muy
grande: que sola por sí es de muy poco provecho, así
para el noble como para los demás que tienen necesidad.
Porque ni es buena para comer, ni beber, ni vestir, ni calzar, ni
para dar, ni fiar; antes hace vivir al hombre muriendo,
privándose de los remedios que hay para cumplir sus
necesidades. Pero, junta con la riqueza, no hay punta de honra que
se le iguale. Algunos suelen comparar la nobleza al cero de la
cuenta guarisma, el cual solo por sí no vale nada; pero,
junto con otro número, le hace subir.
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Lo cuarto que hace
al hombre ser estimado es tener alguna dignidad o oficio honroso. Y
por el contrario, ninguna cosa abaja tanto al hombre como ganar de
comer en oficio mecánico.
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La quinta cosa que
honra al hombre es tener buen apellido y gracioso nombre que haga
buena consonancia en los oídos de todos, y no llamarse
Majagranzas o Majadero como yo los conozco.
Léese en la General Historia de España que, viniendo
dos embajadores de Francia a pedir al rey Don Alonso el nono una de
sus hijas para casarla con el rey Filipo su señor, que la
una de ellas era muy hermosa y se llamaba Urraca, y la
otra no era tan graciosa pero tenía por nombre
Blanca. Puestas ambas delante los embajadores, todos
tuvieron entendido que echaran mano de la Doña Urraca por
ser la mayor y más hermosa y estar más bien
aderezada; pero, preguntando los embajadores por el nombre de cada
una, les ofendió el apellido de Urraca, y escogieron a la
Doña Blanca diciendo «que este nombre sería
mejor recebido en Francia que el otro».
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Lo sexto que honra
al hombre es buen atavío de su persona, andar bien vestido y
acompañado de muchos criados.
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La buena
descendencia de los hijosdalgo de España es de aquellos que,
por el valor de su persona y las muchas hazañas que
emprendieron, devengaban en la guerra quinientos sueldos de paga;
el cual origen no han podido averiguar los escritores modernos,
porque si no son las cosas que hallan escritas y dichas por otros,
ninguno tiene propria invención. La diferencia que pone
Aristóteles entre la memoria y reminiscencia es que, si la
memoria ha perdido algo de lo que antes sabía, no tiene
poder para tornarse a acordar si no lo aprende de nuevo; pero la
reminiscencia tiene una gracia particular, que si algo se le ha
olvidado, con muy poco que le quede, discurriendo sobre ello, torna
a hallar lo que tenía perdido. Cuál sea el fuero que
habla en favor de los buenos soldados está ya perdido,
así en los libros como en la memoria de los hombres. Pero
han quedado estas palabras: «Hijodalgo de devengar quinientos
sueldos según fuero de España y de solar
conocido»; sobre las cuales discurriendo y raciocinando,
fácilmente se hallarán las compañeras.
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Dando Antonio de
Librija la significación de este verbo, vendico, -as, dice que
significa «devengar para sí»; como si dijera:
«tirar para sí aquello que se le debe por paga o
derecho»; como ahora decimos en nueva manera de hablar:
«tirar gajes del rey, o ventajas». Y es tan usado en
Castilla la Vieja el decir «Fulano bien ha devengado su
trabajo» cuando está bien pagado, que no hay entre la
gente muy polida otra manera de hablar más a la mano. De
esta significación tuvo origen el llamar
«vengar» cuando alguno se paga de la injuria que otro
le ha hecho; porque la injuria, metafóricamente, se llama
deuda. Según esto, querrá decir ahora «Fulano
es hijodalgo de devengar quinientos sueldos» que es
descendiente de un soldado tan valeroso que, por sus
hazañas, mereció tirar una paga tan subida como son
quinientos sueldos; el cual por fuero de España era
libertado, él y todas sus descendientes, de no pagar pechos
ni servicios al rey. El solar conocido no tiene más misterio
de que cuando entraba un soldado en el número de los que
devengaban quinientos sueldos asentaban en los libros del rey el
nombre del soldado, el lugar de donde era vecino y natural,
quién eran sus padres y parientes, para la certidumbre de
aquel a quien se le hacía tanta merced; como parece hoy
día en el libro del Becerro que está en Simancas,
donde se hallarán escritos los principios de casi toda la
nobleza de España. La mesma diligencia hizo Saúl
cuando David mató a Golías: que luego mandó a
su capitán Abner que supiese de qua stirpe descendit hic adolescens; como
si le dijera: «sábeme, Abner, de qué padres y
parientes desciende este mancebo, o de qué casa en
Israel». Antiguamente llamaban solar a la casa,
así del villano como del hidalgo.
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Pero ya que hemos
hecho esta digresión, es menester volver al intento que
llevamos, y saber de dónde proviene que en el juego del
ajedrez (pues decimos que es el retrato de la milicia) se corre
más el hombre de perder que a otro ninguno, sin que vaya
interés ni se juegue de precio; y de dónde pueda
nacer que los que están mirando vean más tretas que
los que juegan, aunque sepan menos. Y lo que hace mayor dificultad
es que hay jugadores que en ayunas alcanzan más tretas que
habiendo comido, y otros después de comer juegan mejor.
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La primera duda
tiene poca dificultad. Porque ya hemos dicho que en la guerra, ni
en el juego del ajedrez, no hay fortuna, ni se permite decir
«quién tal pensara»: todo es ignorancia y
descuido del que pierde y prudencia y cuidado del que gana. Y ser
el hombre vencido en cosas de ingenio y habilidad, sin poder dar
otra excusa ni achaque más que su ignorancia, no puede dejar
de correrse; porque es racional y amigo de honra, y no puede sufrir
que en las obras de esta potencia otro le haga ventaja.
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Y, así,
pregunta Aristóteles qué es la causa que los antiguos
no consintieron que hubiese premios señalados para los que
venciesen a otros en las ciencias, y los pusieron para el mayor
saltador, corredor, tirador de barra y luchador. A esto responde
que en las luchas y contiendas corporales súfrese poner
jueces para juzgar el exceso que el uno hace al otro; porque
podrán dar con justicia el premio al que venciere, porque es
muy fácil conocer por la vista cuál salta más
tierra y corre con mayor velocidad. Pero, en la ciencia, es muy
dificultoso el tantear con el entendimiento cuál excede a
cuál, por ser cosa tan espiritual y delicada; y si el juez
quiere dar el premio con malicia, no todos lo podrán
entender, por ser un juicio tan oculto al sentido de los que lo
miran. Fuera de esta respuesta, da Aristóteles otra mejor,
diciendo que los hombres no se dan mucho que otros les hagan
ventaja en tirar, luchar, correr y saltar, por ser gracias en que
nos sobrepujan los brutos animales; pero lo que no pueden sufrir
con paciencia es que otro sea juzgado por más prudente y
sabio; y, así, toman odio con los jueces y se procuran de
ellos vengar, pensando que de malicia los quisieron afrentar. Y,
para evitar estos daños, no consintieron que en las obras
tocantes a la parte racional hubiese jueces ni premios. De donde se
infiere que hacen mal las Universidades que señalan jueces y
premios de primero, segundo y tercero, en licencias, a los que
mejor examen hicieren. Porque aliende que acontecen cada día
los inconvenientes que ha dicho Aristóteles, es contra la
doctrina evangélica poner a los hombres en competencia de
quién ha de ser el primero. Y que esto sea verdad parece
claramente; porque, viniendo un día de camino los
discípulos de Cristo nuestro redentor, trataron entre
sí cuál de ellos había de ser el mayor; y
estando ya en la posada, les preguntó su Maestro sobre
qué habían hablado en el camino; pero ellos, aunque
rudos, bien entendieron que no era lícita la
cuestión, y así dice el Texto que no lo osaron decir.
Pero como a Dios no se le esconde nada, les dijo desta manera:
si quis vult primus
esse, erit omnium novissimus et omnium minister; como si les
dijera: «el que quisiere ser el primero ha de ser el postrero
y siervo de todos». Los fariseos eran aborrecidos de Cristo
nuestro redentor porque amant autem primos accubitus in caenis et primas cathedras in
Sinagogis.
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La razón
principal en que se fundan los que reparten los grados desta manera
es que, entendiendo los estudiantes que a cada uno han de premiar
conforme a la muestra que diere, no dormirán ni
comerán por no dejar el estudio, lo cual cesaría no
habiendo premio para el que trabajare ni castigo para el que
holgare y se echare a dormir. Pero es muy liviana y aparente, y
presupone un falso muy grande, y es: que la ciencia se adquiere por
trabajar siempre en los libros y oírla de buenos maestros y
nunca perder lección. Y no advierten que si el estudiante no
tiene el ingenio y habilidad que piden las letras que estudia, es
por demás quebrarse de noche y de día la cabeza en
los libros. Y es el error, desta manera, que entran en competencia
dos diferencias de ingenio tan extrañas como esto: que el
uno, por ser muy delicado, sin estudiar ni ver un libro adquiere la
ciencia en un momento; y el otro, por ser rudo y torpe, trabajando
toda la vida jamás sabe nada. Y vienen los jueces (los
hombres) a dar primero a quien Naturaleza hizo hábil y no
trabajó, y postrero al que nació sin ingenio y nunca
dejó el estudio, como si el uno hubiera ganado las letras
hojeando los libros, y el otro perdídolas por echarse a
dormir. Es como si pusiesen premio a dos corredores, y el uno
tuviese buenos pies y ligeros, y al otro le faltase una pierna. Si
las Universidades no admitiesen a las ciencias sino aquellos que
tienen ingenio para ellas, y todos fuesen iguales, muy bien era que
hubiese premio y castigo, porque el que supiese más era
claro que había trabajado más, y el que menos se
había dado a holgar.
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A la segunda duda
se responde que, de la manera que los ojos han menester luz y
claridad para ver las figuras y colores, así la imaginativa
tiene necesidad de luz allá dentro en el celebro para ver
los fantasmas que están en la memoria. Esta claridad no la
da el sol ni el candil ni la vela, sino los espíritus
vitales que nacen en el corazón y se distribuyen por todo el
cuerpo. Con esto, es menester saber que el miedo recoge todos los
espíritus vitales al corazón y deja a oscuras el
celebro y frías todas las demás partes del cuerpo; y,
así, pregunta Aristóteles: cur voce et manibus et labio inferiori
tremant qui metuunt? Como si dijera:
«¿qué es la causa que los que tienen miedo les
tiembla la voz, las manos y el labio inferior?». A lo cual
responde que con el miedo se recoge el calor natural al
corazón y deja frías todas las partes del cuerpo, y
de la frialdad hemos dicho atrás (de opinión de
Galeno) que entorpece todas las facultades y potencias del
ánima y no las deja obrar. Con esto está ya clara la
respuesta de la segunda duda; y es que los que están jugando
al ajedrez tienen miedo de perder, por ser juego de pundonor y
afrenta y no haber en él fortuna como hemos dicho; y
recogiéndose los espíritus vitales al corazón,
queda la imaginativa torpe por la frialdad, y los fantasmas a
escuras, por las cuales dos razones no puede obrar bien el que
juega. Pero los que están mirando, como no les va nada ni
tienen miedo de perder, con menos saber alcanzan más tretas,
por tener su imaginativa más calor y estar alumbradas las
figuras con la luz de los espíritus vitales.
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Verdad es que la
mucha luz deslumbra también la imaginativa. Y acontece
cuando el que juega está corrido y afrentado de ver que le
ganan, entonces con el enojo crece el calor natural y alumbra
más de lo que es menester. De todo lo cual está
reservado el que mira. De aquí nace un efecto harto usado en
el mundo: que el día que el hombre quiere hacer mayor
muestra de sí y dar a entender sus letras y habilidad, aquel
día lo hace peor. Otros hombres hay al revés, que,
puestos en aprieto, hacen grande ostentación, y salidos de
allí no saben nada. De todo lo cual está la
razón muy clara. Porque el que tiene mucho calor natural en
la cabeza, señalándose en veinte y cuatro horas una
lición de oposición, húyele al corazón
parte del calor natural que tiene demasiado, y así queda el
celebro templado; y en esta disposición probaremos en el
capítulo que se sigue que se le ofrece al hombre mucho que
decir. Pero el que es muy sabio y tiene grande entendimiento,
puesto en aprieto, no le queda calor natural en la cabeza con el
miedo, y así por falta de luz no halla en su memoria
qué decir.
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Si esto
considerasen los que ponen lengua en los capitanes generales
condenando sus tretas y el orden que dan en el campo, verían
cuánta diferencia hay de estar mirando la guerra desde su
casa, o jugar lances en ella con miedo de perder un ejército
que el rey le ha puesto en sus manos.
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No menos
daño hace el miedo al médico para curar. Porque su
práctica hemos probado atrás pertenece a la
imaginativa, la cual se ofende más con la frialdad que otra
potencia ninguna, porque su obra consiste en calor. Y, así,
se ve por experiencia que los médicos curan mejor a la gente
vulgar que a los príncipes y señores.
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Un letrado me
preguntó un día (sabiendo que yo trataba de esta
invención) qué era la causa que en el negocio que le
pagaban bien se le ofrecían muchas leyes y apuntamientos en
el Derecho, y en los que no tenían cuenta con su trabajo
parece que le huía todo cuanto sabía. A lo cual le
respondí que el interés pertenece a la facultad
irascible, la cual reside en el corazón, y si no está
contenta, no da de buena gana los espíritus vitales con la
luz de los cuales se han de ver las figuras que hay en la memoria;
pero, estando satisfecha, da con alegría el calor natural, y
así tiene el ánima racional claridad bastante para
ver todo lo que está escrito en la cabeza.
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Esta falta tienen
los hombres de grande entendimiento: ser escasos y muy interesales.
Y en éstos se echa más de ver la propriedad de aquel
letrado; pero bien mirado, ello parece acto de justicia: querer ser
pagado el que trabaja en la viña ajena. La mesma
razón corre por los médicos; a los cuales, estando
bien pagados, se les ofrecen muchos remedios, y si no,
también les huye el arte, como al letrado. Pero una cosa se
ha de notar aquí muy importante; y es que la buena
imaginativa del médico en un momento atina a lo que conviene
hacer, y si se pone despacio a mirarlo, luego le acuden mil
inconvenientes que le dejan suspenso, y entretanto se pasa la
ocasión del remedio. Y, así, nunca conviene al buen
médico encomendarle que mire bien lo que ha de hacer, sino
que ejecute aquello que primero le pareció; porque
atrás hemos probado que la mucha especulación sube de
punto el calor natural, y tanto puede crecer, que desbarate la
imaginativa. Pero al médico que la tiene remisa no le
hará daño estar mucho contemplando; porque, subiendo
el calor al celebro, verná a alcanzar el punto que esta
potencia ha menester.
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La tercera duda
tiene, por lo dicho, la respuesta muy clara. Porque la diferencia
de imaginativa con que se juega al ajedrez pide cierto punto de
calor para alcanzar las tretas; y el que juega bien en ayunas tiene
entonces la intensión de calor que ha menester; pero con el
calor de la comida sube del punto que es necesario, y así
juega menos. Al revés acontesce a los que juegan bien
después de comer: que, subiendo el calor con los alimentos y
el vino, alcanza el punto que le faltaba en ayunas.
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Y, así,
conviene enmendar un lugar de Platón que dice haber desviado
Naturaleza con prudencia el hígado del celebro, porque los
alimentos, con sus vapores, no perturbasen la contemplación
del ánima racional. Y si entiende en las obras que
pertenecen al entendimiento, dice muy bien; pero no ha lugar en
algunas diferencias de imaginativa. Lo cual se ve por experiencia
claramente en los convites y banquetes: que, yendo la comida de
miedo abajo, comienzan los convidados a decir gracias, donaires y
apodos; y al principio ninguno hallaba qué decir. Pero ya al
fin de la comida apenas aciertan a hablar, por haber subido de
punto el calor que pide la imaginativa. Los que han menester comer
y beber un poco para que se les levante la imaginativa son los
melancólicos por adustión; porque éstos tienen
el celebro como cal viva, la cual, tomada en la mano, está
fría y seca al toque, pero, si la rocían con
algún licor, no se puede sufrir el calor que levanta.
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También se
ha de corregir aquella ley que trae Platón de los
cartagineses, por la cual prohibían que los capitanes no
bebiesen vino estando en la guerra, ni los gobernadores durante el
año de su magistrado. Y aunque Platón la tiene por
muy justa y nunca la acaba de loar, es menester hacer
distinción. La obra del juzgar, ya hemos dicho atrás,
pertenece al entendimiento, y que esta potencia aborrece el calor;
y para esto hace muy gran daño el vino. Pero gobernar una
república, que es distinta cosa de tomar un proceso y
sentenciarle, pertenece a la imaginativa, y ésta pide calor;
y no llegando al punto que es necesario, bien puede el gobernador
beber un poco de vino para hacerle llegar. Lo mesmo se entiende del
capitán general, cuyo consejo se ha de hacer también
con la imaginativa. Y si con alguna cosa caliente se ha de subir el
calor natural, ninguna lo hace tan bien como el vino; pero ha de
ser moderadamente bebido, porque no hay alimento que tanto ingenio
dé al hombre, o se lo quite, como este licor. Y, así,
conviene que el capitán general tenga conocida la manera de
su imaginativa: si es de las que han menester comer y beber para
suplir el calor que le falta, o estar en ayunas. Porque en
sólo esto está alcanzar una treta o perderla.
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