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ArribaAbajoCapítulo sexto.- Monumentos de los Incas

Estado actual de los monumentos de los Incas en la provincia del Azuay. El Inga-pirca de Cañar. Inga-chungana. Inti-huayco. Los Tambos. Señales de la Vía real. Collúctor.



I

Para completar nuestro estudio sobre los Cañaris, vamos a hacer una ligera descripción del estado en que se encuentran actualmente los monumentos de los Incas en la provincia del Azuay113. Dominaron en aquella provincia   -162-   dos naciones diversas, los Cañaris y los Incas, estos últimos poco tiempo antes de la conquista; así es que existen allá ruinas de dos clases: unas pertenecen a los Cañaris, y otras a los Incas. Los edificios que levantaron los hijos del Sol tienen un carácter de uniformidad tan constante que, visto uno de ellos, ya puede el observador formar idea de los demás.

El más notable de los que se conservan en la provincia del Azuay es el palacio conocido con el nombre vago de Inga-pirca o pared del Inca, a legua y media de distancia al N. E. del pueblo de Cañar. Se halla construido en una llanura extensa, fría, en el espacio comprendido por tres ríos de pobre caudal, que se juntan en uno solo más abajo del edificio. El uno de estos ríos se llama Gulán y corre por delante del Inga-chungana: el otro desciende del Hato de la Virgen y, al juntarse con el de Gulán, forma una pequeña pero hermosa cascada; el tercero pasa por tras el Inga-pirca a poca distancia de la entrada y es el de más escaso caudal. El sitio escogido para construir este monumento parece buscado a propósito por las Incas, para hacer de él a la vez lugar de recreo y fortaleza militar. La extensa llanura se hunde poco a poco hasta formar un vallecito, encerrado entre dos pendientes agrias y bastante elevadas: la una está coronada por la famosa elipse de piedras sillares y la otra, al frente, por el Inca-chungana. Una vereda tortuosa pone en comunicación estos dos puntos. La elipse es lo mejor conservado del edificio, pues de las otras partes de él ahora ya no hay más que escombros; aquí está todavía la puerta de entrada; allá se conservan en pie algunos muros de piedra, medio derruidos y cubiertos por las yerbas que han crecido sobre ellos; en una parte se ven los cimientos de las antiguas habitaciones; en otra se conserva intacto un aposento, en cuyas paredes se hallan pequeñas alacenas, las cuales, a lo que parece, hacían veces de sillas con piedras o acaso también con esos grandes tablones de oro, de que habla Garcilaso, para apoyar sobre ellos los pies.

En las ruinas del edificio de los Incas han fabricado la casa de una hacienda y la avaricia insaciable ha venido   -163-   a sentar también aquí su mano demoledora, que para buscar oro, ha derribado ya hasta una parte de la elipse, cuyas grandes piedras sillares yacen tiradas por el suelo; el mejor monumento de la arquitectura de los incas camina, pues, precipitadamente a su ruina.

El Inca-chungana es un asiento labrado en la roca sobre la cumbre de la pendiente escabrosa, que forma uno de los extremos del vallecito, por cuyo fondo corre el río de Gulán, así es que viene a quedar entre este río y el Inga-pirca. Abajo, casi a las orillas del río, está la roca del Sol o el Inti-huayco. Pronto reproduciremos aquí la descripción que de entrambos objetos hace el barón de Humboldt, dándoles, según nuestro juicio, mayor importancia de la que en verdad merecen.




II

Algunos escritores antiguos designan al Inga-pirca de Cañar con el nombre de aposentos de Tomebamba. Estos aposentos famosos, que están situados en la provincia de los Cañaris, dice Cieza de León, eran de los soberbios y ricos que hubo en todo el Perú, y a donde había los mayores y más primos edificios. Y cierto ninguna cosa dicen de estos aposentos los Indios, que no vemos que fuesen más, por las reliquias que dellos han quedado.

«Los aposentos de Tomebamba están asentados a las juntas de dos pequeños ríos en un llano de campaña, que terná más de doce leguas de contorno. Es tierra fría y abastecida de mucha caza de venados, conejos, perdices, tórtolas y otras aves»114.



Ulloa nos ha dado en su Relación histórica del viaje a la América meridional, la siguiente descripción del lugar   -164-   en que está edificado el Inga-pirca. «Hacia la parte del N. E. del pueblo, de Hatun-Cañar, que significa Cañar grande, como a dos leguas distante de él, se conserva la fábrica de una fortaleza y palacio de los Reyes Ingas; y es ésta la más formal, capaz y bien distribuida que se encuentra en todo aquel reino. Por la parte donde tiene la entrada, hace frente a un pequeño río que pasa inmediato a sus paredes; y por la opuesta termina en la pendiente de un cerro no muy alto con una larga y levantada muralla»115.

Veamos la que hizo el célebre Barón de Humboldt.

«Al descender del páramo del Azuay hacia el Sur se descubre, entre las haciendas de Turche y Burgay, otro monumento de la antigua arquitectura peruana, conocido con el nombre de Inga-pirca, o fortaleza de Cañar. Esta fortaleza, si puede llamarse así una colina terminada por una plataforma, es mucho menos notable por su grandeza que por su perfecta conservación. Un muro construido de grandes piedras sillares se eleva a la altura de cinco a seis metros; forma un óvalo muy regular, cuyo eje mayor tiene casi treinta y ocho metros de longitud; el interior de este óvalo es un terraplén cubierto de hermosa vegetación, la cual aumenta el efecto pintoresco del paisaje. En el centro de este recinto hay una casa dividida en dos solos departamentos, de casi siete metros de altura... El corte de las piedras, la disposición de las puertas y de los nichos, la analogía perfecta que reina entre este edificio y los del Cuzco no dejan duda sobre el origen de este monumento militar, que servía de alojamiento a los Incas, cuando estos príncipes pasaban de tiempo en tiempo del Perú al reino de Quito. Los restos de un gran número de edificios, que se encuentran al rededor de la elipse, anuncian que hubo antes en Cañar lugar suficiente para alojamiento del pequeño cuerpo de tropa que generalmente seguía a los Incas en sus viajes.

  -165-  

»La ciudadela de Cañar y los edificios cuadrados que la rodean, no han sido construidos con ese mismo asperón cuarzoso que cubre el esquisto arcilloso y los pórfidos del Azuay y que está a la vista en el jardín del Inca, en la pendiente del vallecito de Gulán. Tampoco son de granito, como lo ha creído Mr. de La Condamine, las piedras que han servido para construir el edificio de Cañar, sino de pórfido trápeo, muy duro, mezclado con feldespato vítreo y anfíboles. Tal vez, este pórfido fue sacado de las grandes canteras que se encuentran a cuatro mil metros de altura, cerca del lago de Culebrillas, a distancia de más de tres leguas de Cañar.

»El pórfido empleado en los edificios de Cañar está tallado en paralelepípedos con una perfección tal, que las junturas de las piedras serían imperceptibles, como lo ha notado muy bien Mr. de La Condamine, si la superficie exterior de ellas fuera la plana; mas esta superficie exterior es un poco convexa y cortada en lados hacia los bordes, de manera que las junturas forman pequeñas canales que sirven de adorno, como las separaciones de las piedras en obras rústicas. Este corte de las piedras, que los arquitectos italianos llaman bugnato, se encuentra las ruinas de Callo cerca de Mulhaló y da a los muros de los edificios peruanos una grande semejanza con ciertas construcciones romanas, por ejemplo con el muro de Nerva en Roma»116.



Caldas visitó también este monumento y sus observaciones han rectificado las inexactitudes del plano y de la descripción hecha por Ulloa117.

A la descripción del Inga-pirca añadiremos la que del Inga-chungana y del Inti-huayco ha hecho el mismo Humboldt.

«El pequeño monumento, llamado juego del Inca, consiste en una sola masa de piedra. Los peruanos han empleado   -166-   para construirlo el mismo artificio que los egipcios para esculpir la Esfinge de Djyzhe, de la cual dice Plinio expresamente: e saxo naturali elaborata. El Inga-chungana, visto de lejos, tiene la apariencia de un canapé, cuyo espaldar estuviera adornado de una suerte de arabesco en forma de cadena.

»Bajando de la colina, coronada por la fortaleza de Cañar a un vallecito por cuyo fondo corre el río de Gulán, se encuentran veredas estrechas, practicadas en la roca, las cuales conducen a una quebrada, que en lengua quichua se llama Inti-huaycu o la quebrada del Sol. En ese lugar solitario, sombreado por una robusta y hermosa vegetación, se levanta una masa aislada de asperón de cuatro o cinco metros de altura. Una de las faces de esta pequeña roca, notable por su blancura, es tallada a pico, como si hubiera sido labrada por la mano del hombre; sobre su fondo blanco y compacto se distinguen círculos concéntricos, que representan la imagen del Sol tal como se la ve figurada al principio de la civilización en todos los pueblos de la tierra; los círculos son de un rojo negruzco; en el espacio formado por ellos se reconocen los rasgos medio borrados que indican dos ojos y una boca. El pie de la roca ha sido labrado en forma de gradas, por donde se sube a un asiento hecho en la misma piedra y colocado de modo que desde el fondo del hueco se puede contemplar la imagen del Sol.

»Cuentan los Indios que, cuando el Inca Túpac-Yupanqui se dirigía con su ejército a la conquista del reino de Quito, gobernado entonces por el Cochocando de Lican, los sacerdotes descubrieron sobre esta piedra la imagen de la divinidad, cuyo culto debía ser introducido en los pueblos conquistados. El príncipe y los soldados peruanos miraron el hallazgo de la roca de Inti-hauyco como anuncio feliz; y esto contribuyó, sin duda, a que los Incas construyeran una habitación en Cañar. Los rasgos que señalan los ojos y la boca han sido trazados evidentemente con un cuchillo de metal y podemos creer   -167-   que los hicieron los sacerdotes del Perú para engañar así mejor a los indios»118.



Algunos viajeros modernos, y Cieza de León entre los antiguos, han creído que el Inga-pirca era un templo del Sol; pero aquello es un engaño notable. Correal describe este edificio llamándolo templo del Sol en la provincia de Tomebamba y dice que encontró en las puertas algunas piedras labradas, en las cuales estaban esculpidas figuras de cuadrúpedos, de pájaros y de otros animales fantásticos. De estas piedras labradas y de las que vio La Condamine ya no hay ahora vestigio alguno. ¿Qué habrá sido de ellas?... ¡Nadie lo sabe! Correal visitó el Inga-pirca en 1692; La Condamine, en 1739; Humboldt, en 1803 y ya este sabio no encontró las piedras labradas de las puertas, pues no hace mención alguna de ellas.

Los autores antiguos ponderan la riqueza de los palacios de Tomebamba; los muros interiores estaban cubiertos de planchas de oro bruñido; las habitaciones del monarca tenían figuras primorosas de oro, que representaban aves, animales, yerbas, plantas, hombres, y la paja del páramo, como si hubiera nacido entre los ángulos de las paredes. Los Cañaris decían que, para fabricar este palacio, Huayna-Cápac hizo venir desde el Cuzco las piedras con que lo edificó, a fin de manifestar así el aprecio singular que profesaba a la tierra que le había visto nacer, pues era costumbre de los Incas, para honrar alguna provincia, hacerle participar de las cosas de su capital, el Cuzco, que miraban como tierra sagrada.

«Muy grandes cosas pasaron, dice Cieza de León, en el tiempo del reinado de los Ingas en estos reales aposentos de Tumebamba y muchos ejércitos se juntaron en ellos para cosas importantes. Cuando el Rey moría lo primero que hacía el sucesor, después de haber tomado la borla o corona del reino, era enviar gobernadores a Quito y a este Tumebamba, a que tomasen la posesión en su nombre, mandando que luego le hiciesen palacios dorados   -168-   y muy ricos como los habían hecho a sus antecesores y así cuentan los orejones del Cuzco (que son los más sabios y principales de este reino), que Ingayupangue, padre del gran Topainga, que fue el fundador del templo, se holgaba de estar más tiempo en estos aposentos que en otra parte; y lo mismo dicen de Topainga, su hijo. Y afirman que estando en ellos Guaynacapa, supo de la entrada de los españoles en su tierra, en tiempo que estaba don Francisco Pizarro en la costa con el navío en que venía él y sus trece compañeros, que fueron los primeros descubridores del Perú»119.

Antes de separarnos del Inga-pirca indicaremos la época en que fue edificado. Después de referir el P. Velasco la llegada de Huayna-Cápac, en Tomebamba, dice: «Fue pasando lo demás de la provincia no sólo sin oposición, sino como en triunfo y fiesta, aclamado de todas sus numerosas parcialidades, hasta las últimas del Gran Cañar, donde fabricó aquel magnífico palacio, que aún subsiste casi entero, y que ha sido la admiración de las naciones europeas»120.

Según estas palabras no hay mucha exactitud en la tradición de los indígenas acerca del Inca que hizo construir este edificio. Humboldt apoyado en esa tradición da por fundador del Inga-pirca a Túpac-Yupangui, padre de Huayna-Cápac, lo cual no está de acuerdo con lo que refiere Velasco, cuya narración en este punto nos parece más autorizada que la de Humboldt. Así pues la época de la construcción del Inga-pirca debe fijarse en los últimos años del siglo XV, cuando Colón andaba buscando cómo llevar a cabo su propósito de encontrar camino por Occidente a la India Oriental.

Diremos para concluir solamente una circunstancia que ha pasado desadvertida por todos los que han descrito   -169-   el Inga-pirca, a saber: que las paredes interiores de los aposentos estaban cubiertas, a manera de estuco, con una tierra medio roja, de la cual se conservan hasta ahora muchas señales. Por donde parece que el interior de este edificio estaba pintado como el palacio que habitaba Ata-Huallpa en Cajamarca, cuya descripción hace Jerez del modo siguiente: «El aposento donde Atabalipa estaba entre el día es un corredor sobre un huerto, y junto está una cámara, donde dormía, con una ventana sobre el patio y estanque, y el corredor asimismo sale sobre el patio; las paredes están enjalbegadas de un betumen bermejo, mejor que almagre, que luce mucho, y la manera que cae sobre la cobija de la casa está teñida de la misma color»121.

Alcedo cree que en frente del Inga-pirca fue donde se dio por Ata-Huallpa aquella reñidísima batalla contra el ejército de su hermano Huáscar, en la cual murieron como sesenta mil combatientes; pero parece nada verosímil esta opinión.




III

De la famosa Vía real de las cordilleras, que, atravesando por todo el ámbito del imperio de Norte a Sur, ponía en comunicación la ciudad de Quito con la del Cuzco, se conservan todavía algunos vestigios en la provincia del Azuay, en los puntos siguientes: en el nudo de este nombre; en las cercanías de Cuenca en la colina que se llama de Turi, y entre Nabón y Oña. En el Azuay se conocen con el nombre de Inga-ñan (camino del Inca); están en uno de los puntos más elevados de la cordillera y es necesario desviarse del camino real y buscarlos de propósito, para conocerlos; el Barón de Humboldt habla   -170-   de ellos y los describe de la manera siguiente, en sus Vistas de las cordilleras: «Me sorprendió contemplar allí (en el llano de Puyal) a una altura, que excede con mucho la de la cima del pico del Tenerife, los restos magníficos de un camino construido por los Incas del Perú. Es una calzada limitada por grandes piedras sillares; puede compararse, tal vez, con los más hermosos caminos de los Romanos que he visto en Italia, Francia y España; es perfectamente alineada y conserva la misma dirección por seis u ocho mil metros de longitud»122.

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Entre los pueblos de Nabón y Oña vuelve a encontrarse otro fragmento de la Vía real; pero allí no está formado de piedras sillares, como en el Azuay, sino de una mezcla durísima de barro y piedras menudas. El punto donde se encuentran estos vestigios se llama Charcay y a muy corta distancia se hallan también las ruinas de un tambo o casa de posada de los mismos Incas. Ruinas de esta clase de edificios hay en Achupallas, a este lado del Azuay; en Puma-llagta; en el mismo páramo del Puyal; más allá de Déleg y sobre el pueblo de Oña. En todas estas obras se han empleado para la fábrica de las paredes piedra tosca; en Achupallas se encuentra gran cantidad de piedra labrada; pero ya es imposible formar idea del plano del edificio, porque ha sido demolido para fabricar otras habitaciones. En los demás varía la forma, pero el sistema de construcción es el mismo, aunque estos tambos se hallan ya en tal estado de ruina que apenas existen señales para conocer que son obra de los Incas.

En el pueblo llamado Pucará hay una fortaleza de los Incas bastante bien conservada, y, acaso, el haber edificado el pueblo a las faldas de ella, ha sido causa de que sea llamado con el mismo nombre.

En nuestras excursiones por la provincia del Azuay hemos tenido ocasión de comprobar la exactitud de aquella brevísima observación de Prescott, quien, al hablar de la arquitectura peruana en tiempo de los Incas, después de indicar los caracteres que distinguen los monumentos que de ella quedan todavía, dice: «Pero aún subsisten bastantes monumentos de esta clase para dar estímulo a las investigaciones del anticuario. Hasta ahora no se han examinado, por decirlo así, más que los que están a la vista, y, según testimonio de los viajeros, existen muchos más en regiones del país mucho menos frecuentadas»123. En efecto, en un punto llamado Collúctor, entre el pueblo del Tambo y el Inga-pirca, casi al   -172-   frente de Cañar, existen los restos de un edificio de los Incas, ya muy destruido. Trabajados en la misma roca, a manera del Inga-chungana, hay canales, juegos de agua, baños y sofás, todo lo cual parece que ocupaba el centro de una casa construida en su mayor parte con piedras labradas. ¿Quién levantó este edificio? ¿Para qué objeto estaba destinado?... Garcilaso dice que los Cañaris, después de conquistados por los Incas, «hicieron muchos palacios para sus reyes».

El punto donde están estas ruinas se llama Collúctor, como lo hemos dicho antes, y toda aquella comarca es conocida con ese nombre de Huana Huari. Llamaban Huari los indios aquel sitio de cada pueblo donde decía la tradición que habían vivido los primeros pobladores, y estos lugares eran sagrados y objeto de adoración para ellos. Hanak significa arriba, alto, por donde Huanak Huari quiere decir el Huari alto, de arriba. «Adoran también, dice el P. Arriaga, las casas de los Huaris, que son los primeros pobladores de aquella tierra que ellos dicen fueron gigantes... Invocan a Huari, que dicen es el dios de las fuerzas, cuando han de hacer sus chácaras o casas, para que se les preste»124. Como acabamos de ver, el Huana Huari de Cañar debió ser un lugar sagrado para los indios y, por lo mismo, no es extraño que lo adornasen con labores en la misma peña, y que fabricasen allí edificios con piedras labradas, muchas de las cuales existen todavía.







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ArribaAbajoPrehistoria ecuatoriana

Ligeras reflexiones sobre las razas indígenas que poblaban antiguamente el territorio actual de la República del Ecuador


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ArribaAbajoAdvertencia

Como por vía de prólogo, vamos a decir pocas palabras. Uno de los estudios a que, llevados de nuestra inclinación natural, nos hemos dedicado con mayor constancia, ha sido el de la prehistoria ecuatoriana, sobre la cual hemos publicado ya algunos trabajos.

El estudio de las razas indígenas que poblaban antiguamente el territorio de las provincias que forman ahora la República del Ecuador es muy difícil, por la falta casi absoluta de medios para hacerlo con probabilidades de buen éxito. Las noticias que dan los escritores antiguos son no solamente escasas sino contradictorias. No estuvieron bien informados, sus datos son vagos, y una credulidad deplorable los ha inducido a aceptar muchas fábulas y tradiciones históricas destituidas de fundamento; por lo cual, el testimonio de los escritores antiguos debe ser examinado diligentemente y sometido al crisol de una crítica severa.

En los viajeros se encuentran algunas noticias, pero no siempre exactas; anduvieron de prisa, examinaron de ligero, y estaban preocupados con ideas preconcebidas de antemano. Las relaciones de los viajeros han de ser examinadas, por lo mismo, con un criterio ilustrado y recto.

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Tradiciones antiguas no existen; y el estudio de los objetos pertenecientes a los antiguos aborígenes se hace cada día más costoso y más difícil. No obstante, las dificultades no nos deben hacer desmayar; y los obstáculos, en vez de desalentarnos, nos han de infundir brío para perseverar, con constancia, en nuestras investigaciones.

La ciencia de la prehistoria ecuatoriana no existe todavía; nosotros, con nuestros trabajos, lo único que hemos hecho ha sido abrir el camino y señalar el rumbo; más tarde, nuevas investigaciones esclarecerán los puntos oscuros, resolverán los dudosos, rectificarán los errores en que hayamos incurrido, y, tal vez, confirmarán las conjeturas que hemos formado.

Puede ser que en este opúsculo repitamos algunas cosas, que ya en nuestros anteriores escritos hemos dicho; y pedimos que no se lleve a mal esa repetición, pues hay ocasiones en que la exigía la naturaleza misma del asunto. Las observaciones expuestas en este opúsculo son el resultado de largos estudios, en los cuales hemos perseverado hasta ahora.

Ya hemos manifestado, en nuestro Estudio sobre los aborígenes del Carchi y de Imbabura, nuestra opinión en punto a la historia de los llamados Scyris o Reyes de Quito, y ahora insistimos en ello; pues la tradición, en que esa narración histórica se apoya, nos parece destituida de fundamento sólido; lo que nuestro historiador Velasco nos cuenta acerca de la historia de los Scyris, opinamos que debe ser considerado como una fábula. Este punto de nuestra prehistoria ecuatoriana debiera ser estudiado con un criterio enteramente desapasionado, mediante el cual se desecharían leyendas que, hasta ahora, se han aceptado con un cierto cariño nacional, más candoroso que ilustrado. La historia es de suyo austera, y no acepta sino la verdad, y la verdad cuando está bien probada.

Ibarra, 1904.



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ArribaAbajoCapítulo primero.- Opiniones y conjeturas

Nuestro propósito. Reflexiones acerca del modo cómo se debe estudiar la prehistoria americana. La tradición oral. La autoridad de los historiadores antiguos. El testimonio de los viajeros. La prehistoria ecuatoriana. El uso del cobre y las épocas prehistóricas. Distinción necesaria. La civilización incásica. Observaciones acerca de ella. En el Ecuador hubo dos civilizaciones prehistóricas. Razas principales antiguas. Su distribución en el territorio ecuatoriano. Rectificaciones y aclaraciones necesarias. La antigüedad de la civilización indígena en el Nuevo Mundo.



I

Aunque por nuestras ordinarias ocupaciones no podamos actualmente consagrarnos a estudios arqueológicos   -178-   detenidos, con todo, siquiera de cuando en cuando, volvemos a ocuparnos en ellos, deseando esclarecer algunos puntos de la prehistoria ecuatoriana, que son demasiado oscuros e impenetrables.

Es de suma importancia en las investigaciones arqueológicas, para llegar a resultados satisfactorios, prescindir completamente de toda idea preconcebida y de todo sistema imaginado de antemano; las ideas preconcebidas y los sistemas imaginados de antemano son perjudiciales para descubrir la verdad, porque hacen ver en las cosas, no lo que las cosas son realmente, sino lo que uno se ha imaginado que han de ser; y así, en ellas unas veces se ve lo que no hay, y otras se pretende que hay más de lo que en verdad hay; de donde nacen engaños y errores, muy dañosos a la ciencia, digna de ese nombre y verdaderamente tal.

En América no se encuentran esas épocas progresivas, en que la prehistoria sistemática ha dividido caprichosamente la marcha de la civilización: el empleo de los metales y el uso de la piedra son simultáneos; una alfarería tosca y sin colores se encuentra junto con instrumentos de cobre muy diestramente templados; la época avanzada del hierro no ha existido en América y, en vez de la época del hierro, se observa la elaboración del cobre, conocido y explotado y utilizado por los aborígenes de América, con tanta destreza, que suplía la falta del hierro. En lo que ahora es República del Ecuador, éste es un hecho evidente.

No conviene nunca presentar las meras conjeturas como verdades históricas demostradas, ni confundir la simple probabilidad con la certidumbre; de no haber observado esta regla tan obvia de crítica histórica, han nacido no pocos errores, que, por desgracia, han llegado a ser punto menos que indesarraigables; ¡tan hondas son las raíces, que el error ha echado en el campo sagrado de la historia!

Cuando se presenta una conjetura, es necesario aducir con claridad las pruebas en que ella se apoya, pues   -179-   una conjetura será tanto más aceptable, cuanto fueren más sólidas las razones en que se apoyare. Las opiniones caprichosas, enteramente destituidas de fundamentos razonables, no deben aceptarse jamás en las investigaciones arqueológicas.

Tampoco se han de aceptar las tradiciones de los indígenas, porque siempre carecen de verdad histórica; hay ordinariamente en los indígenas una ignorancia absoluta acerca de los acontecimientos antiguos de las gentes de su propia raza; y, si algo saben, es poco, y eso poco, mezclado siempre con cuentos y con consejas inverosímiles; y en todas sus tradiciones tienden a lo maravilloso, por esa irresistible propensión de los indígenas a la superstición. La tradición oral en el Ecuador es testigo mudo, y para los estudios arqueológicos, no existe; en otras partes, como en México, acaso podrá servir de fuente histórica, empleándola con suma cautela.

La tradición oral debió ser consultada en el momento mismo de la conquista o inmediatamente después; al presente, podemos asegurar que esa fuente histórica es entre todas las fuentes históricas la menos segura, la más falta de autoridad. En cuanto al Ecuador, en la época de la conquista, esa fuente histórica no fue consultada; más tarde, Cabello Balboa y Montesinos la consultaron; pero, como ambos escritores eran apasionados, hicieron decir a la tradición lo que ellos deseaban que dijera; así es que ahora cuesta trabajo discernir en las obras de esos dos autores la verdad histórica, de la fábula tradicional.

En las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo hasta ahora en el Ecuador, se ha trabajado sobre un terreno histórico muy defectuoso; pues, preocupados los historiadores con su admiración a los Incas, no han distinguido la civilización genuina de los aborígenes ecuatorianos, de la civilización incásica, traída a estas provincias por Túpac-Yupanqui y por su hijo Huayna-Cápac, los dos últimos monarcas del Cuzco, cuyos reinados precedieron inmediatamente a la época de la conquista española.

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Es, pues, por lo mismo, necesario que el arqueólogo, en el Ecuador, distinga cuidadosamente la una civilización de la otra, sin que confunda nunca los productos de la una con los productos de la otra. En la prehistoria ecuatoriana hay dos civilizaciones distintas: la incásica y la ecuatoriana indígena. La primera fue traída a estas provincias por los Incas, cuando conquistaron ellos estas comarcas; la segunda es la que habían alcanzado por sí mismos los aborígenes del Ecuador, antes de ser conquistados y dominados por los soberanos del Cuzco.




II

Hagamos algunas observaciones tanto acerca de la introducción de la civilización incásica en el Ecuador, como en punto a su influencia sobre las tribus de los aborígenes ecuatorianos.

Sea lo primero una reflexión, que pudiéramos llamar cronológica, por ser relativa al tiempo en que se introdujo en el Ecuador la civilización incásica. Advertiremos, ante todo, que nosotros designamos con el nombre de incásica la cultura propia de los Quichuas del Mediodía del Perú, que, bajo el gobierno de los Incas, llegaron a subyugar en la América Meridional un número muy considerable de tribus indígenas, con las cuales formaron aquel gran imperio, cuya capital fue la célebre ciudad del Cuzco. Esta civilización debe apellidarse propiamente incásica y no peruana, porque en lo que ahora constituye el territorio de la República del Perú había muchas nacionalidades indígenas, cada cual con su cultura particular, y el nombre de civilización peruana designaría rigurosamente el conjunto de todas esas culturas distintas. Aun en el mismo territorio actual del Perú, la civilización incásica era menos antigua, que algunas otras civilizaciones, muy dignas de estudio.

Considerada, pues, la civilización incásica desde un punto de vista cronológica, es en la prehistoria ecuatoriana   -181-   una civilización moderna, porque comenzó a introducirse en las provincias ecuatorianas sesenta años, poco más o menos, antes del descubrimiento y de la conquista de ellas por los españoles. El penúltimo de los Incas fue Túpac-Yupanqui, y éste fue quien invadió las provincias del Ecuador, y quien las fue sometiendo poco a poco a su imperio; la influencia de la civilización incásica sobre los aborígenes ecuatorianos fue, pues, de corta duración, y se prolongó apenas por más de medio siglo.

Comenzó en la provincia de Loja, y en tiempo de Túpac-Yupanqui avanzó hasta Quito, viniendo a ser del lado septentrional, respecto del Cuzco, la línea equinoccial el límite del imperio. Huayna-Cápac, hijo y sucesor de Túpac-Yupanqui, extendió el imperio hasta el río Angasmayo, al Norte de Pasto, en el territorio actual de la República de Colombia. Pero, considerada la influencia de la civilización incásica desde un punto de vista geográfico, su intensidad, dirémoslo así, fue muy desigual sobre las provincias ecuatorianas. En la región oriental no influyó nada, pues ni siquiera fue introducida ahí, y las tribus salvajes que vagaban en las selvas orientales trasandinas, no formaron nunca parte del imperio de las Incas; lengua, religión y costumbres, todo en el Oriente se conservó intacto, sin modificación ninguna proveniente de la civilización incásica.

En las provincias del litoral del Pacífico, la influencia de la civilización incásica sobre las tribus indígenas fue corta y muy desigual. En efecto, los Incas no llegaron a la provincia de Esmeraldas, cuyas parcialidades, ni fueron sometidas por las armas ni entraron a formar parte del imperio de los hijos del Sol, viviendo casi aisladas y del todo independientes.

En la provincia de Manabí tocaron los Incas; pero su dominación sobre las gentes de ella fue corta y sin influencia ninguna considerable.

Por la provincia de Guayaquil, más bien que conquistas fueron correrías las que hicieron los dos últimos Incas, sin lograr que las tribus belicosas de los Guancavilcas   -182-   se les sometieran del todo. En la Isla de la Puná dominaron con astucia y rigor, pero no tuvieron tiempo para ejercer ahí una influencia duradera y capaz de modificar las costumbres de los isleños. En el litoral, la influencia de la civilización incásica, lo repetimos, fue, pues, muy desigual y de muy corta duración; las gentes de las provincias del litoral del Pacífico en el Ecuador conservaron, por lo mismo, sin modificación ninguna notable, su fisonomía social propia. El arqueólogo no debe perder nunca de vista esta circunstancia: en la costa encontrará, de cuando en cuando, la civilización incásica al lado de la civilización indígena ecuatoriana, coma sucede en la Isla de la Plata, donde esas dos civilizaciones están yuxtapuestas, sin mezclarse ni confundirse.

Leyendo atentamente la descripción que de los pueblos de la costa del Pacífico hace el cronista Pedro Cieza de León, se viene en conocimiento de que, en el litoral del Ecuador, había dos clases de gentes: las que vivían en el litoral de la actual provincia de Esmeraldas y las que moraban en el territorio de Chone de la provincia de Manabí eran de una misma raza y usaban labrarse el rostro; desde la Bahía de Caráquez hacia el Sur era otra raza la que poblaba la costa; no se labraban la cara, pero los Guancavilcas tenían la costumbre de sacarse de propósito tres dientes de la mandíbula superior; y los curacas se taladraban los caninos y aun los incisivos, y los adornaban introduciendo en los agujerillos clavos de oro. La costumbre de sacarse dientes era propia también de las Huastecas, tribu indígena que habitaba en el territorio de México125.

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En la sierra, tampoco se confunden esas dos civilizaciones. Conocemos muy poco la provincia de Loja, y en su territorio no se han practicado todavía investigaciones arqueológicas; pero es indudable que se encontrarán ahí obras pertenecientes a la raza indígena, y a la quichua. De todas las provincias del Ecuador, la de Loja fue donde duró por más largo tiempo la influencia de la cultura incásica.

La provincia de Cuenca, desde el nudo de Saraguro al Sur hasta el Nudo del Azuay al Norte, presenta restos evidentes de entrambas civilizaciones; un arqueólogo ejercitado distinguirá fácilmente la una de la otra en los productos que de ellas se encuentran en toda aquella dilatada comarca. La dominación de los Incas no se estableció tranquilamente en aquellas provincias; los aborígenes lucharon por su independencia, y el triunfo de los Incas se debió a tratados y a avenimientos más bien que a la fortuna de las armas. Las dos civilizaciones no llegaron a confundirse, y permanecieron con sus caracteres propios, por los cuales se las puede distinguir sin dificultad.

En la provincia del Azuay encontramos la primera colonia de Mitimaes traída por los Incas al territorio del   -184-   Ecuador; la mandó venir el Inca Túpac-Yupanqui, y la estableció en el valle de Chuquipata, en el sitio denominado Cojitambo; pero no se sabe de qué punto del Perú fue traída.

Por lo que hace a las provincias del centro, en la altiplanicie interandina, ya hemos dicho que la dominación de los Incas se estableció por la fuerza y duró solamente sesenta años, poco más o menos, desde el triunfo de Túpac-Yupanqui sobre el régulo de Quito, hasta la llegada del conquistador Benalcázar. Así, también en las provincias del centro hay dos civilizaciones, que son la incásica y la de las aborígenes, y conviene distinguirlas con cuidado; solemos llamar ordinariamente obras de los Incas a todo lo que ha sido hecho por los antiguos indígenas, pero el arqueólogo no se ha de dejar engañar por esa manera de hablar, tan absoluta y tan general, y en los restos de la antigüedad que se le presentaren distinguirá siempre las obras incásicas de los restos de la cultura primitiva de los aborígenes de cada provincia.

Las provincias del Norte de la República recibieron tarde la influencia incásica, la cual no llegó nunca a transformar los usos, las costumbres y el modo de ser de sus primitivos pobladores; podemos, pues, asegurar, sin temor de equivocarnos, que en el Carchi y el Imbabura y en el valle de Cayambi, la cultura de los aborígenes se conservó intacta. La influencia incásica no fue duradera; los Incas subyugaron a los aborígenes, pero no modificaron la cultura de ellos.

Hemos examinado, provincia por provincia, todo el actual territorio de la República del Ecuador, haciendo notar en cada provincia la existencia simultánea de las dos civilizaciones, la incásica y la indígena ecuatoriana, y advirtiendo que no se las ha de confundir nunca. También es necesario tener en cuenta la presencia de los Mitimaes o colonos, para saber explicar algunos puntos así etnográficos como filológicos, que pudieran engendrar confusión en la prehistoria ecuatoriana. En la provincia de Riobamba y en la de Guaranda hubo numerosas   -185-   colonias de Mitimaes, traídos del sur del Perú; algunas de las antiguas poblaciones de los aborígenes fueron exterminadas casi completamente en esas dos provincias, y reemplazadas con Mitimaes.

Expuesto lo que nos ha parecido necesario respecto a la influencia de la civilización incásica en el Ecuador, vamos a presentar nuestra opinión relativamente a los aborígenes ecuatorianos. Ya, en varias ocasiones, hemos manifestado nuestra opinión en punto a los aborígenes ecuatorianos, y ahora vamos a repetir lo que ya hemos escrito.




III

Tres razas distintas encontramos en el Ecuador, estas tres razas son: la Caribe, la Quiché y la Maya. Según nuestro juicio, pertenecen a la caribe los Jíbaros de la región oriental trasandina, muchas de las tribus salvajes que vagaban en las selvas bañadas por los afluentes del Amazonas, y los pobladores de la provincia del Carchi.

Tienen también origen caribe los aborígenes de Imbabura, de Pichincha, de León, de Tungurahua, de Riobamba y de Guaranda en las comarcas serraniegas del Ecuador; gentes de raza caribe fueron, además, las que poblaron gran parte del litoral del Pacífico, en las provincias de Esmeraldas, de Guayaquil y de Machala; pobladoras de raza caribe hubo, por fin, en la provincia de Manabí.

Dos variedades o ramas de la raza caribe son las que vivieron en el Ecuador: la antillana y la Chaima; representantes de ésta son los aborígenes del Carchi; a la antillana pertenecen todos los demás, tanto en las provincias de la sierra, como en las de la costa.

Las parcialidades salvajes que pueblan la región oriental, no son todavía muy bien conocidas; muchas de   -186-   ellas, o acaso todas, pertenecen a la misma raza caribe, como los Omaguas y los Jíbaros.

En la comarca del Azuay, en esa gran extensión de territorio que está limitada al oriente por la cordillera de los Andes, al Norte por los cerros del Azuay, y al Sur por las breñas de Saranguro, vivían los Cañaris. ¿Quiénes eran éstos? ¿A qué raza pertenecían? Vamos a emitir nuestra opinión acerca de ellos.

Con el apelativo de Cañaris se designa en la prehistoria ecuatoriana una nacionalidad, y no una raza; los Cañaris constituían una nación, regida o agrupada, mejor dicho, por una alianza federativa; pero no eran todos oriundos de la misma raza, aunque, tal vez, existían entre ellos relaciones antiguas etnográficas. Entre las tribus que formaban la federación de los Cañaris, encontramos una que procedía de origen quiché y pertenecía a esa raza; era ésta una de las más antiguas en la provincia, había arribado por el Pacífico, y, al fin, estaba acantonada en los valles de Gualaceo, de Paute, de Azogues, de Challuabamba, de Quinjeo y en las planicies de Cuenca y de Tarqui.

Las parcialidades indígenas que poblaban la parte alta de la actual provincia de Cañar, no pertenecían a la misma raza; a lo menos así podemos conjeturarlo de ciertos datos etnográficos que manifiestan una procedencia distinta. No obstante, advertimos que esta nuestra conjetura se apoya en fundamentos no muy seguros.

En el valle de Yunguilla tenía su asiento otra parcialidad de los Cañaris, la cual había llegado a alcanzar un grado de muy notable progreso social; esta parcialidad tenía, indudablemente, relaciones de familia o de procedencia etnográfica con otras tribus establecidas en la provincia de Machala y en varios puntos de la costa del Perú, pertenecientes al departamento de Trujillo. Pero, volveremos a preguntar, todas las parcialidades que constituían la confederación de la nación de los Cañaris ¿pertenecían a la misma raza? Etnográficamente consideradas,   -187-   ¿tenían todas un mismo origen...? Éstas son cuestiones de solución casi imposible; a lo menos ahora, en el estado en que se encuentran nuestros conocimientos arqueológicos, una respuesta satisfactoria a esas cuestiones es imposible.

Hemos dicho que la más antigua de esas parcialidades era la que moraba en el valle de Gualaceo, la que tenía en el famoso sitio de Chordeleg el lugar de enterramiento para los diversos régulos de la comarca. Esta parcialidad era oriunda de la raza quiché, a la cual pertenecían los pobladores de Guatemala en Centro América; ésta es nuestra opinión.

Conjeturamos que esta parcialidad vivió en lucha con las hordas de los Jíbaros de Gualaquiza; ¿estaríamos equivocados, si juzgáramos que los Cañaris fueron quienes construyeron esos como baluartes o fortalezas, cuyos restos se conservan todavía en la cordillera oriental, en el punto intermedio entre el Sigsig y Gualaquiza? Investigaciones prolijas, acaso, aclararán más tarde este punto.

En la época de la conquista, parece que los Jíbaros estaban en amistad con los Cañaris, y aun que habían formado parte de la confederación de la nación Cañari.

Los Cañaris profesaban suma veneración a las lagunas, las cuales para ellos eran lugares sagrados y objeto de superstición y de culto religioso. Dos eran las más celebradas lagunas para los Cañaris: la una es un lago solitario y melancólico, en los yermos desiertos de la cordillera oriental, en el punto que está sobre el pueblo del Sigsig; en esta laguna se había sumergido voluntariamente el progenitor de los Cañaris, el padre de su raza y el fundador de su nación; convirtiose éste en una enorme culebra, y se precipitó en aquella laguna, y no volvió a aparecer jamás. A esa laguna le ofrendaban figurillas de oro, subiendo en peregrinación al páramo como a un santuario.

La laguna, que ahora llamamos de Culebrillas, en uno de los más elevados valles o quiebras del nudo del Azuay,   -188-   era asimismo otro lugar sagrado, otro adoratorio para los Cañaris, que vivían en la parte septentrional de la provincia. Considerando esta costumbre que de venerar los lagos tenían los Cañaris, se nos ha ocurrido la sospecha siguiente: los Cañaris, ¿tendrían, tal vez, relaciones etnográficas, relaciones de origen o de raza con los Chibchas, moradores de la planicie de Bogotá en Colombia...? Si la nación de los Cañaris nos fuera mejor conocida, acaso encontraríamos algunos otros rasgos más de semejanza entre los Chibchas y los Cañaris126.

  -189-  

En el territorio de la provincia de Loja vivía una tribu indígena, entre cuyo idioma y el de los Chibchas se encuentra una cierta analogía; esa tribu ¿tenía parentesco con la de los Cañaris...? Por desgracia, los estudios de la prehistoria ecuatoriana se hallan todavía tan a los principios, que lo único que podemos enunciar ahora son meras sospechas, porque ni siquiera para emitir conjeturas hay fundamento todavía.

Haremos aquí una rectificación. Tanto en nuestro Estudio histórico sobre los Cañaris, como en nuestra Historia general de la República del Ecuador, referimos en punto al origen de los Cañaris la leyenda por la cual se atribuía el origen de ellos al ayuntamiento de un varón con una hembra misteriosa, la cual tenía rostro de mujer y cuerpo de Guacamaya. Esta tradición la refiere Molina, escritor muy antiguo, y que de boca de los Cañaris que moraban en el Cuzco, pudo haber oído las leyendas tradicionales acerca del origen de ellos; pero juzgamos que Molina se equivocó, y que atribuyó a los Cañaris la leyenda que éstos le refirieron acerca del origen de los Jíbaros. Molina era párroco en el Cuzco, donde a la sazón vivían todavía algunos indios Cañaris, llevados allá en tiempo de los Incas; trasladó al Cuzco muchas familias de Cañaris el Inca Túpac-Yupanqui, y llevó también después otras su hijo Huayna-Cápac.

La leyenda relativa al origen de los Jíbaros debe distinguirse, según nuestro juicio, de la leyenda acerca del origen de los Cañaris; éstos eran descendientes de la serpiente; aquéllos, de la guacamaya. Y esta leyenda de la guacama ya era propia también de las tribus de los Maynas, y de otros que vivían en la región oriental127.



  -190-  
IV

En la provincia de Manabí encontramos a los Mayas. Ésta fue, acaso, la gente que arribó a las playas ecuatorianas unos trescientos, o cuando más, cuatrocientos años antes de la conquista de esa provincia por los españoles; fue también la última inmigración llegada al Ecuador; y los Mayas fueron los que abrieron en Santa Elena los pozos o cisternas que todavía se admiran en esa localidad; los que fabricaron las curiosas sillas de piedra, los que labraron estatuas y se hicieron célebres en las tradiciones indígenas, en las que se los calificaba de gigantes.

Los que labraban y pulían la piedra eran los Mayas, quienes, según la tradición, arribaron a Manta, navegando en grandes balsas o almadías de madera; y no se han de confundir estos advenedizos o recién llegados, con los primitivos aborígenes del litoral, de los cuales son procedentes los indios llamados Colorados, que subsisten todavía en estado salvaje en las montañas, que cubren la base de la cordillera occidental de las provincias de Pichincha y de León.

Sin duda, los Mayas, a su llegada, repelieron a los primitivos pobladores de la costa de Manabí, y los hicieron retroceder hacia la base de la cordillera occidental. Las indios Colorados, son, pues, restos de razas primitivas y muy antiguas en el territorio ecuatoriano.

A la misma raza de los Mayas pertenecían los aguerridos aborígenes de la Isla de Puná, en el golfo de Guayaquil. Los Mayas de Manabí tenían su adoratorio en la Isla de la Plata; los de la Puná lo habían establecido en el islote de Santa Clara o en el Amortajado.

Hubo una época en la cual el Gran Chimú extendía su dominio hasta las costas de Manabí en el litoral del Pacífico, formando de todas las naciones que habitaban desde Trujillo hasta Portoviejo un solo imperio. Esta raza del litoral era, pues, distinta de la raza quichua, y su civilización era también diversa.

  -191-  

Creemos que investigaciones arqueológicas más afortunadas que las nuestras, harán, con el tiempo, conocer mejor a los Mayas de Manabí, de Santa Elena y de la Puná; y nos atrevemos a asegurar que, cuando sean más prolijamente estudiadas las naciones indígenas antiguas de Centro América, y cuando se hayan investigado los territorios por ellas habitados, y descubierto mayor número de restos arqueológicos, entonces se pondrán de manifiesto las relaciones etnográficas, que ahora conjeturamos, que existen entre los pobladores de Centro América y las parcialidades ecuatorianas, a quienes las hemos apellidado Mayas porque opinamos que procedían de aquella raza128.

  -192-  

Los aborígenes que poblaban las costas de la provincia de Esmeraldas, eran idénticos a los que habitaban el Istmo de Panamá; y, sin duda, pertenecían a la misma raza.

Según nuestra opinión, no hay diferencia ninguna entre los Quitos y los Scyris; y Quitos y Scyris son unos mismos, y pertenecen a la raza caribe, y a la familia antillana; la gente de raza caribe es, pues, la más antigua entre las que poblaron las costas y las provincias interandinas del centro de la República, a un lado y otro de la línea equinoccial. Cuando la conquista de los Incas, entonces, en Quito, se pusieron frente a frente las dos razas, la caribe y la quichua, lucharon, y ésta, la quichua, triunfó sobre aquélla, la caribe. ¿En qué grado de civilización se encontraba ésta? ¿Cuáles eran sus leyes, sus usos, sus costumbres? ¡Nada cierto se encuentra en la historia...! Una crítica histórica desapasionada nos obliga a ser sinceros, y a declarar llanamente que todo cuanto se ha escrito acerca de los Scyris carece de fundamento; hubo Scyris, y éstos fueron vencidos por los Incas, he ahí todo cuanto se puede tener como cierta acerca de ellos.

Conjeturamos que los Scyris fueron raza caribe, y opinamos que eran los más antiguos pobladores del centro de la República; antes que ellos, ya hubo otras gentes, a quienes los caribes vencieron y subyugaron, nos parece también cierto. En cuanto a las tolas o montículos fúnebres, ¿pertenecen a los Scyris? Nosotros opinamos que las tolas no son monumentos sepulcrales de los Scyris, sino de otras gentes desconocidas, mucho más antiguas que los Scyris en el territorio ecuatoriano; aunque no deja de parecernos muy probable que los Scyris   -193-   aprendieron de aquella antigua raza esa manera de enterramiento, y la pusieron en práctica para honrar así a sus régulos o jefes.

La gente caribe parece haber entrado al Ecuador por la costa del Pacífico y por la cordillera oriental de los Andes, subiendo aguas arriba por los grandes afluentes del Amazonas, y transmontando después la gran cordillera. Según nuestra opinión, la familia antillana pobló primera el Ecuador antes que las Antillas; la emigración caribe siguió del Sur hacia el Norte, del continente a las islas, en las Antillas; en el Ecuador la familia antillana ¿arribó a las costas del Pacífico? ¿Trasmontó, tal vez, la cordillera oriental? No nos atrevemos a asegurar nada cierto acerca del rumbo seguido por la inmigración.

No obstante, reconocemos que hay un hecho evidente, y es que la raza caribe está dividida en muchas familias, y que esa división en familias es tan antigua, que su principio se pierde en la oscuridad de lo pasado. De estas familias caribes encontramos en el Ecuador algunas: las principales son la Chaima, la Antillana y la Jíbara; ¿cuál de éstas es la más antigua en el Ecuador? Indudablemente, es la Jíbara: entró por el Atlántico; era poco numerosa, y andando el tiempo, nuevas avenidas de colonias caribes la fueron rechazando hacia la base de la cordillera oriental de los Andes. ¿Trasmontaron los Jíbaros esta cordillera por alguna parte? Opinamos que la trasmontaron muy al Sur, y que salieron al valle de Paute en la provincia de Cuenca, de donde, más tarde, los Cañaris los obligaron a retroceder.

En cuanto a la familia Chaima, nos parece que es la menos antigua, y que entró al Ecuador por el Oriente. En nuestras Investigaciones arqueológicas sobre los aborígenes del Carchi y de Imbabura, hemos examinado estos puntos y así juzgamos innecesario volver a discutirlos y a tratarlos de nuevo aquí; sobre los Jíbaros volveremos a hablar después, en otro lugar.

Que haya habido en el territorio ecuatoriano, tanto en el litoral como en la planicie interandina, gentes de   -194-   razas desconocidas y distintas de la caribe, parece muy probable; pero no nos faltan fundamentos para asegurar que la familia caribe antillana fue la más antigua. Los nombres propios de los ríos, montes y lugares son nombres caribes, y así manifiestan que era ya mucha la antigüedad de la raza que había poblado estos lugares; pues, o habían caído ya del todo en olvido los nombres geográficos primitivos, o la raza caribe había sido la que desde muy antiguo habitó en estos lugares.




V

Sea ésta una ocasión oportuna para hacer una observación muy importante. Manifiesta equivocación han padecido algunos autores muy respetables, así nacionales como extranjeros, cuando se han empeñado en interpretar por medio de la lengua quichua los nombres propios de nuestros más famosos volcanes y cerros nevados, pues esos nombres no son quichuas, ni pueden interpretarse mediante voces quichuas; son dicciones de otro idioma distinto del quichua, y muchas (si nosotros no estamos también equivocados), pertenecen al idioma caribe, y en el dialecto antillano pueden ser interpretadas, sin violencia ninguna.

La lengua quichua fue introducida en el Ecuador por los Incas, y fue hablada sólo como unos sesenta años antes de la conquista; y hasta muy entrado el siglo décimo séptimo, todavía se hablaba el cañari en la provincia de Cuenca; el puruhay, en algunos pueblos de la provincia de Riobamba, y el quillasinga en el Carchi. En los primeros tiempos que siguieron a la conquista había más de veinte lenguajes distintos en el territorio ecuatoriano, subyugado por los españoles, sin que en ese número se cuenten los idiomas de los salvajes de la región oriental.

  -195-  

¿Qué pensamos nosotros sobre la antigüedad de la raza indígena en el Nuevo Mundo? La solución de ese problema histórico es difícil: los aborígenes americanos no tenían conocimiento ni de los cereales, ni del hierro, ni de los animales domésticos; en el Nuevo Mundo no se encontró ni la avena, ni la cebada, ni el trigo; no existían ni el caballo, ni el asno, ni el buey, ni la oveja; y de instrumentos de hierro no se ha descubierto hasta ahora huella ninguna.

El maíz era el único cereal conocido y cultivado por todos los pueblos americanos; los quichuas habían domesticado el llama, rumiante indígena de las cordilleras peruanas... Todo contribuye, pues, a probar una antigüedad muy considerable para la raza americana. Para resolver, por lo mismo, el problema relativo al origen de la población del Nuevo Mundo, le faltan todavía datos a la ciencia, los que actualmente posee no son suficientes. Raza por raza, nación por nación , es indispensable que se vaya considerando separadamente, y que se investigue el origen de cada una, pues no todas eran igualmente antiguas en el continente americano; cuando Cortés conquistó México, ya en México había ruinas de ciudades antiguas; cuando Pizarro se apoderó del Perú, en el Perú se encontraron ciudades arruinadas; y tan antiguas eran esas ruinas que hasta la memoria de sus constructores se había perdido. Los Incas no sabían dar razón, cuando se les preguntaba quién había construido los edificios arruinados de Tiahuanaco.

En el pueblo denominado San Agustín, en Colombia, hay ruinas de antiguos edificios y de estatuas fabricadas en piedra; ¿qué gentes habitaron allí? ¿A qué raza pertenecían esos desconocidos que, subiendo aguas arriba por el Magdalena, llegaron a la meseta de San Agustín, y luego desaparecieron, sin que la historia pueda decir cómo ni cuándo...?129

  -196-  

En la vida de la especie humana sobre la tierra, hubo, sin duda, una época (de la cual no ha podido guardar recuerdo la historia) cuando, a consecuencia de causas físicas desconocidas, los hombres sufrieron modificaciones naturales, tan fuertes, tan hondas, tan trascendentales, que de ellas se originaron razas distintas; la historia del hombre está ligada íntimamente con la historia física del globo; y, cuando ésta se conozca bien, entonces, acaso, se podrá explicar satisfactoriamente aquélla. La historia encuentra ya las razas constituidas; pero no sabe decir cuándo se originaron.





  -197-  

ArribaAbajoCapítulo segundo.- Notas arqueológicas

Una advertencia. Monumentos de los Incas. El Palacio de Callo. Nuestra opinión respecto de este edificio. El Inga-pirca. El Inga-chungana. Destino probable de este segundo edificio. Observaciones. Edificios de los Incas y edificios de los Cañaris. Indicaciones sobre los objetos de cerámica y la manera de estudiarlos.



I

Ahora para concluir nuestras observaciones sobre la prehistoria ecuatoriana, vamos a decir unas pocas palabras acerca de los monumentos incásicos que se conservan todavía en el territorio ecuatoriano.

  -198-  

Dos son los monumentos principales y más dignos de llamar la atención del historiador y del arqueólogo: el Palacio de Pachuzala en la llanura de Callo cerca de la ciudad de Latacunga, y el Inga-pirca en el territorio del Cañar, en la antigua provincia del Azuay.

No es nuestro propósito describir esos edificios, pues varias veces han sido descritos por viajeros ilustres; lo único que pretendemos es emitir una conjetura sobre el objeto, con que esos edificios fueron construidos. Hablemos primero del palacio de Callo.

Éste es un monumento religioso; lo levantaron los Incas en el mismo punto en que, sin duda, había antes un adoratorio, erigido ahí por los aborígenes de la comarca de Quito y de Latacunga. ¿Qué divinidad era la que se adoraba en ese santuario? Nosotros opinamos que era el Cotopaxi; los aborígenes de todas las provincias ecuatorianas, desde el Cayambi hasta el Azuay, adoraban a los grandes cerros nevados de la cordillera, y les tributaban culto como a seres vivientes. ¿No adorarían al Cotopaxi? ¿No le tributarían culto? Es evidente que lo adoraban, el más hermoso de los cerros nevados, ¿no habría sido adorado? El más formidable de los volcanes ecuatorianos, ¿no habría sido considerado como una divinidad terrible por los supersticiosos indígenas? En la impresionable imaginación de éstos, ¿no había de causarles terror el aspecto del volcán, cuando presenciaban sus horribles erupciones? ¿Cuando lo veían encendido arrojando llamas? ¿Cuando oían sus bramidos, roncos y prolongados?... Los Incas veneraban a los cerros ¿no venerarían al Cotopaxi...? Los Incas no atravesaban la cordillera sin aplacar al numen de cada cerro; pasarían por el pie del Cotopaxi ¿y no lo aplacarían...? Aún, hasta ahora, se ven en los sitios más elevados de la cordillera montecitos de piedrezuelas, formados de las que arrojaban los transeúntes en homenaje a la divinidad del cerro, para tenerlo propicio.

La llanura de Callo era llanura sagrada para los indígenas y, acaso, no estaríamos muy equivocados, si conjeturáramos   -199-   que el Panecillo fue labrado y redondeado artificialmente, para que sirviera como imagen del Cotopaxi; el montecillo será natural, pero la forma tan regular que ahora presenta, es artificial. Esa forma es demasiado regular para ser natural130.

Una objeción pudiera hacérsenos aquí. El Cotopaxi no estaba en actividad en tiempo de los aborígenes, podría decírsenos; y su primera erupción aconteció el año misma de la conquista.

Ésa es una de las fábulas que ha divulgado el padre Velasco en su Historia del Reino de Quito; basta notar que las lavas arrojadas por el volcán son más antiguas que la conquista, pues con piedras de lava del Cotopaxi están construidos los muros del Palacio o edificio de los Incas. Aquella otra aseveración de que el cerro parecía coronado, y que la copa de él es la que se ve al lado del volcán, es tan candorosa, que de puro sencilla raya en ridícula, y con sólo reflexionar un momento se la rechaza como absurda.

Las tribus indígenas de la provincia de Tungurahua solían tener sus cantares nacionales, por cuyo medio conservaban la memoria de los sucesos pasados y la trasmitían a la posteridad; en sus fiestas bailaban y cantaban   -200-   aquellos cantares históricos; y en esas tradiciones se encontraba consignado el recuerdo de una erupción del Tungurahua, que coincidió con el aparecimiento de los conquistadores españoles en la tierra ecuatoriana. Ésta fue, sin duda, la erupción que sorprendió a Alvarado, mientras iba subiendo de la costa a la sierra. Cuando entraron en Quito los conquistadores, el Cotopaxi estaba en reposo; y así en calma se mantuvo hasta el 15 de junio de 1792, día que de repente comenzó a arder de nuevo131.



  -201-  
II

En un mismo sitio, y muy próximo uno a otro, están el Inga-pirca y el Inga-chungana, pues apenas los separa una hondonada, que forma un vallecito pequeño y estrecho. ¿Qué era el Inga-pirca? ¿Con qué objeto fue construido ahí, en esa soledad? He aquí nuestra opinión a este respecto.

  -202-  

El Inga-pirca era un palacio, grande y muy espacioso, y también un lugar sagrado. En efecto, en la misma roca en que está labrado el Inga-chungana, se encuentra el Inti-guaico, de modo que el Inti-guaico y el Inga-chungana no forman más que un solo todo, en la misma peña: el Inti-guaico abajo, en la parte inferior; y el Inga-chungana, arriba, en la parte superior.

Inti-guaico quiere decir: Barranco o quebrada del Sol. ¿De dónde viene ese nombre? ¿Qué es el Inti-guaico? La roca es blanca, cuarzosa; en el cuarzo están patentes, visibles, unas cuantas líneas rojas circulares y concéntricas, formando un óvalo perfecto; en ese círculo se ven, hechas al parecer con un instrumento cortante, algunas rayas, con las cuales se ha dado al círculo el aspecto de una cara humana, groseramente trazada. Esta como imagen del Sol, que da su nombre a la roca, se halla en un hueco o cueva muy poco profunda, dentro de la cual, parado uno, alzando algo la cabeza, contempla cómodamente la figura.

El hallazgo de estas líneas se tuvo, sin duda, como un agüero muy feliz; los Incas eran hijos del sol, y el sol favorecía con su presencia la conquista de los Cañaris. Bien sabido es que los Incas ponían en juego la astucia, y explotaban la superstición de los pueblos para llevar a cabo sus conquistas.

¿Qué viene a ser, pues, el Inga-chungana? Entre las prácticas religiosas con que los Incas daban culto al sol, hay una, la cual, creemos, explica el objeto del Inga-chungana.

Cuando un sitio, un lugar cualquiera, presentaba una señal que la superstición de los indios juzgaba sobrenatural, entonces el sitio se consideraba como sagrado; si la señal podía tomarse como una figura del sol, el sitio estaba consagrado al sol, y el sol lo había escogido para detenerse ahí; se construía un asiento, para que el astro descansara, y se labraba una cadena para significar que en aquel asiento sagrado quedaba el sol como detenido, preso y aherrojado. En el Inga-chungana tenemos el asiento,   -203-   el espaldar y la cadena; era, pues, aquel un lugar amado del sol, y el astro del día reposaba ahí132.

El nombre propio del lugar no debió ser Inga-chungana, sino Inti-huatana.

Lo que en el Inga-pirca se ha llamada la fortaleza, opinamos nosotros que era un adoratorio; el eje mayor de la elipse se dirige de Oriente a Occidente, y el menor de Norte a Sur. En la dirección del diámetro menor está un aposento rectangular, dividido por una pared en dos departamentos, que no se comunican entre sí; el un departamento mira al oriente, y el otro al occidente. En ambos ¿no pudo estar la imagen del sol? Si estuvo, entonces el astro iluminaría su imagen por la mañana, al asomar en el oriente; y por la tarde, al descender al occidente.

  -204-  

El plano de la elipse actualmente es terrizo; pero, sin duda ninguna, en tiempo de los Incas ha de haber sido pavimentado con piedras sillares pulimentadas, y tal vez no sería muy aventurado suponer que tendría alguna columna, levantada de industria para calcular la época de los equinoccios y de los solsticios. Esos gnomones eran muy del gusto de los Incas.

Ulloa, La Condamine y el mismo Humboldt pensaron que el óvalo con su terraplén era una fortaleza militar; y Ulloa explicaba todas las partes del edificio, asignando a cada una un fin especial, según la táctica española de aquella época. La casa asegura que era garita, para que los centinelas atalayaran por los tragaluces de las paredes; empero, nosotros conjeturamos que la elipse, con el aposento doble levantado sobre ella, tenían un destino religioso, y no un objeto militar.

El edificio unas veces ha estado abandonado, y así se ha ido arruinando rápidamente; otras, ha sido demolido de propósito, para emplear en otras construcciones las piedras labradas que de él se extraían.

Si admitimos el fin religioso de la elipse, podríamos aceptar la tradición, que refiere que las piedras fueron traídas desde el Cuzco; lo cierto es que, hasta ahora, no se ha podido señalar con seguridad la cantera de donde fueron cortadas; si fueron sacadas de alguna cantera del Azuay, es necesario que la composición mineralógica de las piedras sea idéntica a la de la roca de la cantera.

Lo que hemos dicho de la elipse del Inga-pirca de Cañar, nos atrevemos a conjeturarlo también del edificio conocido con el nombre de Paredones. Este edificio ¿fue construido por los Incas? Nos parece que no: las piedras no son labradas, sino toscas.

Paredones pudo haber sido un antiguo adoratorio de los Cañaris, reformado y ensanchado por los Incas; recordemos que Paredones está casi a la margen del lago de Culebrillas, y que ese lago era adorado como un lugar sagrado por los Cañaris. Conviene distinguir unos   -205-   edificios de otros, pues no todos los que se tienen por tambos de los Incas en la provincia del Azuay lo eran realmente; hay algunos que son obra de los Cañaris, y no de los Incas.

Las construcciones de Túpac-Yupanqui y de Huayna-Cápac tienen piedras pulimentadas con arte en la cara exterior, al paso que los edificios de los Cañaris son todos de piedras toscas, ordinariamente piedras de río. El plano se distingue por los aposentos pequeños, cuadrados y adheridos siempre a los lados, de uno como salón, largo y angosto; las paredes gruesas, fabricadas con piedras y una mezcla abundante de arcilla, bien amasada con arena.

En Inga-pirca estaba el alojamiento del Sur; en Achupallas el del Norte; Paredones no podía ser un tambo. En la provincia del Cañar y en la del Azuay no se ha de confundir la civilización incásica con la de los Cañaris; ya lo hemos advertido repetidas veces.

El Inga-pirca es un monumento netamente incásico, o lo que se ha calificado de fortaleza no es fortaleza, sino adoratorio religioso; la elipse es propiamente una Sayana, es decir un terraplén, construido, de propósito, con un fin religioso; la casa era el adoratorio, y, tal vez, la sombra que hacía la casa, según la marcha del sol en los sucesivos meses del año, en la tarde y en la mañana, servía para determinar los equinoccios y los solsticios. Ni la altura de la elipse, ni sus dimensiones, ni su forma, ni la orientación perfecta de ella, ni el punto que en la plataforma ocupa el adoratorio, nada indica un destino militar; antes, por el contrario, todo manifiesta un fin religioso. El adoratorio no se levanta sobre el diámetro menor de la elipse, sino un poco hacia atrás, del lado del Occidente133.



  -206-  
III

En la penúltima lámina de nuestro Atlas arqueológico ecuatoriano se halla representado el plano de un antiguo edificio, cuyas ruinas existían hasta hace poco en el valle de Yunguilla, a la margen derecha del Jubones, en el punto en que este río recibe al río de Minas. Sobre ese edificio vamos a emitir, aunque con mucho recelo, una conjetura, que es aventurada.

Según parece, ese edificio no tenía cubierta ninguna; y se componía de un grupo de paredes de altura desigual. ¿Cuál sería su objeto? Puede ser que haya servido de adoratorio, dedicada al culto de la Luna, que era la divinidad   -207-   principal de los Cañaris; el número de las paredes, la altura y la disposición de ellas harían las veces de uno como calendario de invención original.

Tan destruidas estaban ya aquellas ruinas, que, con mucha paciencia y con grande trabajo, pudimos levantar el plano de ellas, aunque no quedamos enteramente seguros de haber acertado completamente.

¿Las paredes longitudinales serían los meses? ¿Las transversales la división de los meses en semanas? En el lado izquierdo están dos series de cuadrados pequeños, en el derecho hay veinte y cuatro, en el izquierdo sólo veinte. El mes lunar tenía veinte días; estos veinte días se distribuían en cuatro series de a cinco días, y los meses eran diez y ocho, número, acaso, expresado por la suma de todas las líneas, así longitudinales como transversales. Ésta es una mera conjetura, que a nuestro propio juicio carece de fundamento sólido, y la emitimos sin pretensión ninguna de sostenerla con empeño.

Hemos indicado antes, y ahora tornamos a repetirlo, que no se deben confundir las ruinas de los edificios construidos por los Cañaris, con los escombros de los edificios que levantaron los Incas: los edificios de los Incas fueron hechos con piedras labradas, y los de los Cañaris con piedras toscas; los Incas pulimentaban la piedra y sus paralelepípedos artísticos se conocen a primera vista; los Cañaris no solían pulir ni labrar las piedras con que levantaban sus edificios. Hasta hace pocos años, todavía quedaban en el valle de Yunguilla algunas ruinas curiosas de edificios de los Cañaris; hoy no sabemos si existen134.

En la cerámica, en las obras de alfarería, es necesario advertir bien y parar mientes en la antigüedad del objeto   -208-   que se examinare, pues hay objetos que son evidentemente posteriores a la conquista de los españoles; de ahí esos adornos de cruces, con que aparecen algunas figuras; de ahí esos tipos raros de caras netamente latinas; de ahí hasta esos remedos de las facciones de los conquistadores y de los misioneros, que se ven en ollas y en cántaros extraídos de los sepulcros de los indígenas. Los indios en América conservaron sus usos, sus costumbres, sus prácticas supersticiosas y hasta su idolatría misma, durante largos años; circunstancia que se ha de tener muy en cuenta en las investigaciones arqueológicas. La influencia de las artes castellanas es visible en muchos objetos, que se creen muy antiguos, y, en realidad, son posteriores a la conquista.





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ArribaAbajoCapítulo tercero.- Advertencias necesarias

Coexistencia de las dos civilizaciones, la incásica y la indígena ecuatoriana. Necesidad de distinguirlas bien. Los indios llamados Colorados y las sillas de piedra encontradas en Manabí. Advertencias. El idioma de los Colorados y el de los Cayapas. Indicaciones acerca de los Jíbaros. Opinión del señor Brinton sobre el idioma de los Jíbaros. Una rectificación necesaria.



I

En el primer capítulo de este opúsculo, advertimos que el arqueólogo debía distinguir bien las obras de la civilización incásica, de los objetos pertenecientes a la cultura indígena de los aborígenes ecuatorianos; y ahora   -210-   añadimos, que en los restos que aún quedan de esa cultura se han de investigar aquellos caracteres exteriores, mediante los cuales se disciernen los productos de una tribu de los productos de otras tribus en la misma región ecuatoriana.

En las obras de cerámica, por ejemplo, aun en la misma comarca del Carchi, hay diferencia notable en punto a la condición del barro, entre los utensilios elaborados por la tribu de Guaca, y los objetos trabajados por las tribus del Ángel y de Pialalquer.

Por no haber tenido presente esta circunstancia, han caído en error y se han equivocado en sus investigaciones arqueólogos antropologistas, respetables por su ciencia y por su erudición; esto ha sucedido en el Ecuador principalmente con los aborígenes de la provincia de Manabí; pues, a los Colorados se les han atribuido las obras de piedra que en tanta abundancia se encuentran en ciertos puntos de esa comarca.

Los pozos abiertos en la punta de Santa Elena y en varios lugares de la provincia de Manabí, y las obras de piedra que se hallan en tanta abundancia, y, sobre todo, las sillas semicirculares, sin espaldar, y con soportes que representan animales o figuras humanas, no son, como se ha creído, obras trabajadas por los antiguos progenitores de la tribu indígena, que actualmente se designa con el nombre de los Colorados; son restos de las obras fabricadas por las gentes que en las tradiciones indígenas de los pobladores de la costa se calificaban de gigantes. ¿Qué gentes eran aquéllas? ¿De dónde provenían?

La tradición refería acerca de esas gentes dos cosas: que eran extranjeras, llegadas por mar, navegando en grandes balsas de madera; y que en estatura eran gigantes. Una crítica histórica ilustrada aceptará el primero de estos datos tradicionales como razonable y muy posible; pero, al segundo, lo desechará como fabuloso, explicándolo por una asociación de ideas, muy frecuente en pueblos incipientes; en esas localidades hay huesos fósiles de mastodonte, los cuales tienen bastante semejanza   -211-   con los huesos humanos; y de ahí nació, sin duda, la creencia de que aquellos huesos eran los restos mortales de los antiguos moradores de esos lugares, y de que aquéllos habían sido gigantes.

Los indios Colorados pertenecen, pues, a una raza distinta de la de los fabricantes de las sillas de piedra, y son descendientes de los primitivos y más antiguos pobladores del litoral ecuatoriano. Nosotros hemos opinado que los constructores de las sillas de Manabí procedían de la raza de los Mayas, tan célebres en el antiguo México; y conjeturamos que entre los aborígenes de Centroamérica y los Mayas ecuatorianos es imposible que no haya relaciones etnográficas135.

  -212-  

Los Mayas de Manabí no han sido estudiados todavía con toda aquella prolijidad y diligencia que tan necesarias son en las investigaciones arqueológicas para obtener resultados satisfactorios; los restos arqueológicos recogidos hasta ahora son muy pocos, y andan desparramados, sin que se haya hecho una comparación concienzuda de ellos con los monumentos de Centroamérica; la ciencia carece, por lo mismo, de datos suficientes para formar conjeturas fundadas.

En Picoazá se conservaba, hasta hace poco, una campana de los aborígenes de aquella localidad; era una laja de pizarra negra, de un metro poco más o menos de longitud, y de unos cuantos centímetros de anchura; suspendida esta piedra por uno de sus extremos, y golpeada, con otra piedra o con la mano, producía un sonido apacible y metálico, que vibraba como el de una campana.

Ya hemos advertido que se deben tener muy en cuenta las colonias de Mitimaes, para no perderse en vanas conjeturas antropológicas, al estudiar las diversas tribus de los aborígenes ecuatorianos. En algunos puntos de la provincia de Cuenca se encuentran momias peruanas, verdaderas momias Aimaraes, las cuales pertenecen indudablemente no a los Cañaris, sino a las gentes que los Incas trajeron en sus ejércitos cuando conquistaron esa provincia, y cuando peruanos y quiteños lucharon ahí en tiempo de las guerras de Huáscar con Atahuallpa. El arqueólogo ha de introducirse en el laberinto oscuro de la prehistoria ecuatoriana, llevando siempre encendida en su diestra la antorcha de la crítica histórica.

La campana lapídea de Picoazá sugiere al arqueólogo las siguientes cuestiones: ¿A qué gente perteneció ese objeto? ¿Cuál era el uso a que estaba destinado? ¿De dónde provenía? La cantera de la cual fue cortada esa piedra ¿se encuentra en la misma provincia de Manabí? ¿No se encuentra ahí roca ninguna semejante...? La petrografía ¿cómo rastreará el origen o procedencia de esa pizarra, auxiliándose de la Geología...? Acaso, algún día, esa piedra caiga en manos de la ciencia...



  -213-  
II

La tribu de los indios Colorados tiene su idioma propio, distinto enteramente del quichua, y pertenece, sin duda, al tronco etnográfico lingüístico del caribe, del cual es un resto, demasiado pobre y estropeado. Los Colorados fueron conocidos desde la época de la conquista española, y hubo un tiempo en el cual los jesuitas de Quito sostuvieron misiones en varios pueblos pertenecientes a esa tribu.

El señor Seler, eminente americanista alemán, ha descubierto que el idioma de los Colorados de la provincia de Manabí tiene mucha semejanza, casi identidad, con el idioma de los Cayapas, que pueblan una parte del territorio de la provincia de Esmeraldas; este dato viene en apoyo de nuestra conjetura relativamente al origen caribe de los aborígenes que poblaron una gran parte del litoral ecuatoriano136.

Mas ¿de dónde vinieron al Ecuador las gentes de esa raza...? Los Caribes pobladores del valle de Patate recordaban en sus cantares que sus progenitores eran autóctonos del sitio de Baños, al pie del Tungurahua; y sostenían que desde ahí se habían ido propagando por todo el callejón interandino. ¿Estaríamos nosotros muy errados si, apoyándonos en esa tradición, conjeturáramos que los Caribes vinieron de hacia el Oriente, y, subiendo aguas   -214-   arriba por el Pastaza, salieron a la alta región interandina, en el centro de la meseta ecuatoriana...? ¿Ésa no sería, tal vez, una de las inmigraciones de las gentes de raza caribe a estas comarcas...? La prehistoria ecuatoriana, por desgracia, está todavía muy a oscuras, y acaso nunca dará solución satisfactoria al intrincado problema antropológico de estas regiones.

En este lugar conviene que hagamos también una advertencia relativa a los Jíbaros del Oriente. En los primeros tiempos que siguieron a la conquista de estas provincias por los españoles, la palabra jíbaro era sinónima del apelativo yumbo, y con ambas voces se designaba a toda tribu indígena que se conservaba todavía independiente y no había sido aún ni enseñoreada por los castellanos, ni catequizada por los misioneros. En una descripción muy antigua del gobierno de Guayaquil, que comprendía a la sazón toda la costa occidental ecuatoriana, se habla de los Jíbaros, es decir, de los indios bárbaros o semi-salvajes que había en algunas partes de esa provincia.

Andando el tiempo, el apellido Jíbaro se apropió solamente a una tribu o raza de salvajes, que, entre todos los demás de la región oriental ecuatoriana, se distinguían por su carácter indómito y por sus instintos sanguinarios y feroces. Esta raza estaba acampada al Sur, en el valle cortado por el río Zamora y por el río Santiago; y en el centro vivía o mejor dicho vagaba en la gran extensión de terreno limitado por el Pastaza y el Morona, y nunca fue sometida por los blancos ni convertida al cristianismo por los misioneros.

En el territorio poblado por los Jíbaros se fundaron, al principio de la dominación española, las ciudades de Zamora y de Logroño; la primera de las cuales decayó en breve, y la segunda desapareció a consecuencia de las sublevaciones de los Jíbaros.

El señor Brinton, célebre americanista anglo-americano, identifica a los Jeberos con los Jíbaros, y ha creído que eran unos y los mismos éstos y aquéllos, en lo cual,   -215-   sin duda, ha padecido equivocación. Los Jíbaros y los Jeberos podrán ser oriundos de un mismo tronco etnográfico, y pertenecerán a la misma raza, de la cual, acaso, constituirán dos familias o parcialidades distintas; pero, con todo eso, en la historia antropológica de los aborígenes americanos, y, sobre todo, ecuatorianos, no se confunden nunca: ni hablan el mismo idioma ni viven en regiones limítrofes. Los Jeberos residían muy al centro de la región oriental, en la cuenca que separa al río Apena del Cahuapanas y sale a las orillas del Marañón137.

En el idioma de los Jíbaros se encuentran no pocas palabras en castellano, lo cual se debe al contacto y comunicación que aquellos indios tuvieron por largo tiempo con los españoles o gente blanca de las ciudades de Logroño y de Zamora; circunstancia que no debe pasar desadvertida para las investigaciones filológicas relativas a la raza de los Jíbaros.

Téngase presente, además, que en territorio habitado por parcialidades de la tribu de los Jíbaros se fundó también la ciudad llamada Sevilla del oro; y que la antigua y extensísima provincia de Macas comprendía toda la parte oriental, que desde la base del Tungurahua se dilata hasta los bosques del Santiago y del Bomboiza. Los Jíbaros no pueden menos de ser los pobladores más antiguos del centro del continente meridional americano.

Concluiremos este opúsculo, haciendo una pregunta, o, mejor dicho, proponiendo una cuestión que, sin duda, es muy interesante para la prehistoria ecuatoriana. Antes   -216-   de la llegada de los Jíbaros a la planicie o región trasandina oriental ¿hubo ya otras gentes en esos lugares? ¿Qué gentes serían ésas?

Si las noticias, que algunos viajeros han dado acerca de ruinas antiguas, existentes en los valles y en las mesetas de la región trasandina oriental, son verdaderas, podremos asegurar que hubo gentes desconocidas en todas esas comarcas, por donde andan ahora vagando las tribus indómitas de los Jíbaros, y éstos serían indudablemente los que exterminaron a aquellas gentes138.

El origen de la civilización de la América Meridional se ha creído que debía buscarse, siguiendo las huellas de las inmigraciones prehistóricas de Oriente hacia el Occidente, comenzando a investigarlas en la meseta interandina, para descender a la costa, y hacer llegar a los antiguos pobladores del Pacífico; este sistema de investigación hasta ahora no ha dado luz alguna sobre el origen de los monumentos de la antigua civilización peruana; y nosotros opinamos que se debe rastrear ese origen inquiriendo de Occidente a Oriente los restos de esas como etapas, que los inmigrantes no pudieron menos de hacer, para subir del Atlántico a las heladas planicies de Tiahuanaco. Los constructores ignorados de esas enigmáticas ruinas, sospechamos nosotros que arribaron al continente americano por el Atlántico, y no por el Pacífico.

  -217-  

La última etapa de esa inmigración está en Tiahuanaco; la primera debería buscarse a orilla del Plata; las intermedias aparecerán en las mesetas, que se van escalonando desde la región de los llanos hasta las márgenes del lago de Chucuito. Tal es nuestra sospecha.







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ArribaAbajoLos aborígenes de Imbabura y del Carchi

Investigaciones arqueológicas sobre los antiguos pobladores de las provincias del Carchi y de Imbabura en la República del Ecuador


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ArribaAbajoIntroducción

Desde hace muchos años nos hemos ocupado en estudiar lo relativo a las antiguas razas indígenas, que poblaban el territorio de la República del Ecuador, y, como fruto de nuestro estudio, hemos dado a luz dos obras; una sobre los Cañaris y otra sobre todas las tribus indígenas en general. Esta segunda hace parte de nuestra Historia general de la República del Ecuador, y constituye el Tomo primero de ella, compuesto del volumen de la narración y del Atlas arqueológico.

La primera obra se titula Ensayo histórico sobre los Cañaris, antiguos pobladores de la provincia del Azuay en la República del Ecuador. En esta obra, como su mismo título lo indica, consideramos nuestro asunto más bien desde un punto de vista exclusivamente histórico, que bajo el aspecto arqueológico; por esto, no nos ocupamos en ella   -222-   en asunto alguno relativo a la lengua ni al origen de los Cañaris, y apoyamos cuanto acerca de ellos dijimos basados en la autoridad de los antiguos cronistas de América, principalmente de los del Perú, porque la historia del Ecuador, en los tiempos antiguos, está íntimamente ligada con la de los Incas del Perú139.

En la Historia general del Ecuador adoptamos un sistema esencialmente narrativo, refiriendo los sucesos que, a nuestro juicio, podían considerarse como verdaderos, atendida la autoridad de los escritores en cuyo testimonio nos apoyábamos.

En el Atlas arqueológico tratamos, de un modo breve y sumario, todas aquellas cuestiones oscuras y discutibles, acerca de las cuales las ciencias auxiliares de la historia muy poco o casi nada han dicho hasta ahora respecto de las antiguas tribus indígenas del Ecuador.

En nuestro Tomo primero de la Historia general del Ecuador, y, principalmente, en nuestro Atlas arqueológico, como lo habrá notado toda persona ilustrada, guardamos la más escrupulosa discreción en punto a opiniones e hipótesis científicas, limitándonos por nuestra parte a emitir con reserva ciertas conjeturas, que no carecen de buenos fundamentos, sin empeñarnos   -223-   en sostener porfiadamente ninguna; nada de juicios aventurados, nada de sistemas abrazados de antemano. Buscamos la verdad; para dar con ella, es necesario abrir penosamente el camino, y eso es lo único que nosotros hemos pretendido hacer con nuestros libros: abrir el camino para llegar a la verdad, y nada más.

La historia de las antiguas tribus indígenas que poblaban el territorio ecuatoriano antes de la conquista llevada a cabo por los españoles en el siglo décimo sexto, está todavía por escribirse; y una historia, verdaderamente tal y digna de este nombre, es imposible que se escriba, porque faltan los elementos indispensables para ella. Lo único que puede hacerse es dar a conocer el estado de civilización en que se encontraban dichas tribus, cuando fueron conquistadas por la raza blanca y sometidas a su dominación.

No solamente la historia de las antiguas tribus indígenas ecuatorianas, sino la historia de los Incas, aun hasta la de los Aztecas y mexicanos, debe rehacerse de nuevo; deben ser sometidas otra vez al crisol de una crítica severa e ilustrada las narraciones admitidas como verdaderas, para depurarlas de todo engaño y sacar limpia la verdad. Tal debe ser la empresa a cuya realización conviene que consagren sus fuerzas los ingenios americanos. Por lo que respecta al Ecuador, eso es lo que nosotros pretendemos hacer en este libro.

Con la publicación de nuestro Tomo primero de la Historia general del Ecuador no quedamos satisfechos, y, después de dar a luz nuestro Atlas arqueológico, continuamos estudiando todavía. Emprendimos nuevos viajes a distintas provincias del Ecuador, volvimos a visitar algunas comarcas y nos consagramos a nuevas investigaciones; la exaltación inmerecida, a pesar nuestro, a la dignidad episcopal vino a poner término bruscamente a los estudios arqueológicos en que estábamos ocupados; dejamos a un lado la azada del arqueólogo, para empuñar el báculo del Obispo. ¡Ésa habrá sido la voluntad divina!

  -224-  

Sin embargo, los mismos viajes que, en cumplimiento de nuestro sagrado ministerio pastoral nos hemos visto obligados a realizar en estas dos provincias del Carchi y de Imbabura, que componen la Diócesis de Ibarra, nos han proporcionado ocasión oportuna para volver a reanudar el hilo de nuestros trabajos arqueológicos, que creíamos roto para siempre. Hemos, pues, estudiado de nuevo toda la región septentrional de nuestra República, y en este volumen ofrecemos al público el fruto de nuestros estudios e investigaciones.

Privados de la posibilidad de poner por obra nuestro propósito de recorrer de nuevo todas las provincias de la República, hemos desistido de continuar nuestros estudios arqueológicos, y damos a luz únicamente lo relativo a las dos provincias del Carchi y de Imbabura, que son las que hemos podido visitar más detenidamente.

Según nuestro juicio (y creemos que no estamos equivocados), no es posible formar conjeturas fundadas en arqueología, sino mediante un estudio comparativo de objetos pertenecientes a naciones distintas y civilizaciones variadas; y este estudio no puede suplirlo ni la inspección atenta de los mejores grabados, ni la contemplación de las láminas de colores, por bien ejecutadas que estuvieren; la presencia de los objetos es el más provechoso de los recursos para estudiar la arqueología. A la observación de los objetos debe acompañar el conocimiento de los lugares, sin lo cual el arqueólogo se verá privado de uno de los más oportunos medios de ilustración; estas que parecen cosas insignificantes, son en la práctica de una trascendencia científica indisputable.

Para que el estudio acerca de las tribus indígenas que poblaban antiguamente el territorio septentrional de la República del Ecuador sea menos incompleto, hacemos primero algunas observaciones críticas respecto de todas las primitivas gentes que habitaban estas comarcas antes de la llegada de los españoles. Como lo hemos dicho antes y lo repetimos ahora, nuestros estudios arqueológicos no pueden menos de ser imperfectos; son un ensayo, sin   -225-   pretensiones ningunas de ciencia. Queremos abrir el camino; tras nosotros esperamos que vendrán, algún día, ingenios más sagaces, que tomarán en cuenta nuestros trabajos y continuarán avanzando por la senda que nosotros hemos abierto; ellos llenarán nuestros vacíos y corregirán nuestros errores.

Mucho hay todavía que estudiar en el territorio ecuatoriano, comarcas enteras están todavía inexploradas, y son terreno intacto, donde la arqueología no ha puesto hasta ahora la mano. La provincia de Loja es casi desconocida, y merece una atención especial y un estudio particular; mucha mayor atención reclama toda la zona del litoral, donde es muy poco lo que se ha estudiado hasta hoy día, y donde, a no dudarlo, espera el arqueólogo una mies rica y abundante. Desde el punto de vista arqueológico, el Ecuador entero es completamente desconocido.

Nuestros estudios, acaso, servirán para despertar a otros ingenios, y estimular a nuestros compatriotas.

Federico González Suárez,
Obispo de Ibarra.

Ibarra, 1902.



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ArribaAbajoCapítulo primero.- Consideraciones generales

Es imposible escribir la historia de las tribus indígenas ecuatorianas. Descripción topográfica del territorio ecuatoriano. Cuadro etnográfico de las antiguas razas indígenas ecuatorianas. Una conjetura acerca de los montículos llamados tolas. Derrotero de las inmigraciones indígenas al territorio ecuatoriano.



I

La historia de los aborígenes del Ecuador no existe rigurosamente, y lo único que se puede hacer, mediante prolijas y concienzudas investigaciones de todo género, es rastrear el origen y describir el estado relativo de civilización   -228-   de las diversas tribus indígenas, que habitaban, al tiempo de la conquista, en las comarcas que forman actualmente el territorio de la República ecuatoriana. Para comenzar con acierto esas investigaciones, lo primero que debemos hacer es prescindir, de propósito, por un momento, de las noticias, que en punto a la historia de las primitivas tribus indígenas nos ha dejado el historiador Velasco en su Historia antigua del Reino de Quito, porque estas noticias, en vez de servirnos de norte en nuestros estudios, nos extraviarían del camino que conduce a la verdad.

Demos una ojeada a la carta geográfica de nuestra República, fijémonos en su división actual en provincias y consideremos su configuración topográfica natural, por la cual el territorio ecuatoriano está distribuido en tres regiones, bien marcadas y distintas: la región baja occidental, limitada por el Océano Pacífico; la meseta interandina, que se extiende de Norte a Sur, entre los dos ramales de la cordillera de los Andes; y la región oriental, que en unas partes va descendiendo poco a poco, y en otras se despeña bruscamente. Cada una de estas tres regiones tiene rasgos característicos, mediante los cuales se diferencia de las otras: el litoral es húmedo, pantanoso, cubierto de bosque casi en su totalidad; su clima es cálido, enfermizo y enervante; la sierra goza de clima templado en unas partes, y muy frío en otras; su terreno es desigual, con valles hondos, quebradas profundas, colinas enhiestas; aquí un manto de verdura apacible recrea la vista, allá lomas escuetas se levantan unas al lado de otras; en una extensión considerable, arenales movedizos transforman la tierra en un desierto; pendientes, casi perpendiculares al horizonte, desnudas de toda vegetación, hacen triste contraste con pajonales solitarios; el cauce de los ríos es profundísimo; cordilleras transversales se atraviesan a trechos, dividiendo en compartimientos desiguales la meseta, y el aspecto de ella varía casi por instantes.

En la región oriental predomina el calor; la humedad del suelo es constante; el bosque, tupido y enmarañado,   -229-   se dilata y prolonga legua tras legua; los ríos caudalosos tejen una como red de agua con los pequeños que en ellos desembocan; la neblina que arroja la selva, aumenta el bochorno del ambiente; el Amazonas, abriéndose camino y dilatándose por entre selvas seculares, forma, según la gráfica expresión de Humboldt, un verdadero mar mediterráneo de agua dulce en medio del continente meridional americano. Estas tres zonas tienen muy distinta elevación sobre el nivel del mar, y son tan variadas en sus producciones naturales, como en su temperatura y aspecto físico.

Cuando los españoles, a mediados del siglo décimo sexto, descubrieron estas regiones, las encontraron ya habitadas; pero las gentes que las poblaban no eran igualmente numerosas en todas ellas: la sierra era la más poblada; en la costa había grupos considerables de población; las tribus salvajes estaban como perdidas en la vastísima región de la montaña. También había diferencia notable en cuanto al grado de civilización relativa en que se encontraban los pobladores de esas tres distintas regiones: los de la montaña eran, por lo general, salvajes o bárbaros en sus costumbres y manera de vivir; en la costa había gentes que podían llamarse adelantadas en cultura y civilización relativa; las parcialidades de la sierra daban muestras de no poco adelanto en unas partes, al paso que en otras parece que no habían logrado salir todavía de la barbarie. Tal era el estado en que se hallaban las gentes pobladoras de las comarcas que constituyen lo que es ahora territorio de la República del Ecuador.

¿Será posible determinar a qué raza pertenecían estos pobladores? ¿Habrá entre ellos y los habitantes de otros puntos del continente americano algunos rasgos de semejanza, por los cuales se pudiera deducir que tanto los unos como los otros pertenecían a la misma familia o nacionalidad?... Estudiadas las gentes indígenas que poblaban el territorio ecuatoriano al tiempo del descubrimiento y la conquista de los españoles, nos parece que, sin mucho peligro de equivocarnos, podemos hacer de ellas la clasificación etnográfica siguiente.

  -230-  

Cuatro razas principales eran las que habitaban en el territorio ecuatoriano, a saber: los Quichuas, los Caribes, los Quichés y los Mayas. ¿Habría gentes de otra procedencia? ¿Puede haberlas habido? Eso no es ni imposible ni difícil; antes es muy probable que las haya habido.

Señalaremos el lugar en que habitaban esas cuatro razas al tiempo de la conquista; comencemos por la familia o raza caribe.

Poblaban las gentes de raza caribe: en el litoral, toda la provincia de Esmeraldas y gran parte de la de Guayaquil; en la sierra, principiando nuestra enumeración por el Norte, la provincia del Carchi, la de Imbabura, la de Pichincha, la de León, la de Ambato, la de Riobamba, la de Guaranda y, acaso, también una parte de la de Loja.

En la región oriental, si nosotros no nos equivocamos, no habitaban sino variedades de la familia caribe.

Los Quichés son los que en la historia de la conquista del reino de Quito se llaman Cañaris, y éstos poblaban la comarca que se designa ahora con los nombres de provincia de Cañar y provincia del Azuay; los límites de esta región en lo antiguo eran: el gran nudo del Azuay al Norte, el nudo de Saraguro al Sur, la cordillera de los Andes al Oriente, las playas y bosques de la costa al Occidente.

En cuanto a los Mayas, éstos no poblaban más que una parte de la provincia de Manabí, es decir: los cantones de Manta, Portoviejo, Santa Ana y Jipijapa; la isla de Puná y el cantón de Santa Elena, en la provincia de Guayaquil.

Por lo que hace a los Quichuas, éstos eran modernos y advenedizos en el territorio ecuatoriano, en el cual entraron en una época no ya solamente tradicional sino histórica, a saber: cuando los Incas llevaron a cabo la conquista de las provincias, que después los castellanos llamaron Reino de Quito. Según el sistema de dominación adoptado por los Incas, hubo algunas provincias del territorio   -231-   ecuatoriano pobladas de Mitimaes o colonias de indígenas traídos de fuera; en la provincia de Riobamba consta que pusieron una colonia numerosa de gentes traídas de la parte más meridional del Perú, limítrofe con Bolivia. Otra colonia hubo al Norte de Quito, en los arenales llamados de Zámbiza140.

Tenemos como falsa la aseveración de que los denominados Scyris de Quito hablaban un dialecto de la lengua quichua; los Scyris no eran oriundos de la familia quichua, sino descendientes de la raza caribe. Los Quitos no eran distintos de los Scyris, pues, a no dudarlo, Quitos y Scyris eran unos y los mismos, todos oriundos de la raza caribe. Si en la provincia de Pichincha hubo otras gentes, que hayan llegado antes que los Caribes y hayan sido quienes poblaron esa parte antes que ellos, eso no es posible determinarlo ahora; cuando los Caribes llegaron a la provincia de Pichincha, ésta pudo estar ya habitada por otras gentes; mas ahora no es fácil decir (si así sucedió), qué gentes fueron aquéllas. Tal es el cuadro etnográfico, que demuestra la distribución de las diversas familias indígenas que poblaban el territorio ecuatoriano, cuando éste fue descubierto y conquistado por los españoles, en el siglo décimo sexto.

  -232-  

Que hubo inmigraciones de razas distintas en el territorio ecuatoriano, y que de esas inmigraciones o llegadas de gentes extranjeras se conservaba vivo el recuerdo entre los indios, al tiempo de la conquista, es indudable. Para nosotros, los gigantes de Manta y de la Punta de Santa Elena son Mayas; arribaron al Ecuador navegando en balsas, y echaron de la costa hacia el interior a los Caribes, que la estaban poblando. He ahí una de las inmigraciones, cuyo recuerdo se conservaba por tradición; los Mayas fueron, pues, indudablemente los últimos inmigrantes que arribaron al territorio ecuatoriano, en cuyas costas se establecieron, y de donde no pasaron al interior.

Otra inmigración debió haber habido, la de los Quichés; pero ésta fue probablemente muy anterior a la de los Mayas. Los Cañaris habían localizado ya en algunos sitios del Azuay las tradiciones relativas a su origen, lo cual es indicio evidente de una muy remota antigüedad.

Como nosotros sostenemos la unidad de la especie humana, y como contra las enseñanzas religiosas de la Iglesia católica romana en punto al origen del hombre, no hay cosa ninguna sólida que puedan oponer las modernas ciencias experimentales y de observación, no podemos menos de buscar fuera de América el origen de los americanos; los primeros pobladores del continente americano vinieron de fuera, y no hay dificultad ninguna para atribuir una considerable antigüedad a esa primera llegada de inmigrantes a las playas americanas. El problema relativo al origen de los pobladores del Nuevo Mundo es muy complicado y de solución casi imposible, a lo menos por lo pronto.

Es necesario conocer cómo eran en lo antiguo las islas y los continentes, así en el un hemisferio como en el otro del globo terráqueo; cuál era su forma y cómo se hallaban distribuidos; lo que exige dilatados y prolijos estudios de ciencias nada fáciles y que todavía no han avanzado mucho, a pesar de haber sido cultivadas por grandes sabios; ¡tan vasto es el campo de observación!

  -233-  

Deberíamos tener claro y exacto conocimiento, además, de las naciones, que en las edades antiguas poblaban el Asia y el África y las islas de la Oceanía; del estado de cultura de ellas, de sus usos y costumbres, de sus creencias religiosas y de sus vicisitudes históricas; este conocimiento, al presente, es muy deficiente y muy imperfecto, y, por eso, no es ahora cuando se puede resolver el problema relativo al origen y a las varias inmigraciones de los pueblos americanos.

¿Cómo eran antiguamente los continentes? ¿Cómo estaban distribuidas las islas en la vasta extensión de los mares? El continente africano y el continente americano ¿tendrían en todo tiempo la misma forma y la misma extensión que ahora tienen?

He ahí algunas cuestiones, que es necesario resolver primero, antes de tratar del origen de los americanos.

Sin aceptar esos miles de miles de años, que suponen algunos paleontólogos, nosotros no vacilamos en dar a la existencia del linaje humano sobre la tierra una duración mucho más antigua, que la que, ordinariamente, le suelen dar algunos autores ortodoxos, empeñados en no reconocer que los cálculos de los diversos períodos históricos del Génesis pueden ser interpretados con un criterio más amplio, puesto que en punto a la cronología bíblica nada ha resuelto doctrinalmente la Iglesia católica. Sin embargo, todavía es imposible conjeturar cuánta sea la antigüedad de las primeras poblaciones del continente americano, y lo único que conviene es admitir que esa antigüedad es muy remota. En la serie de los siglos del período ante-histórico hubo, sin duda alguna, varias inmigraciones de gentes que vinieron del antiguo al nuevo continente; y en entrambos continentes americanos, en el septentrional y en el meridional, acontecieron cambios y mudanzas, guerras y trastornos, que obligaron a unos pueblos a trasladar de una parte a otra el lugar de su residencia. Hay arcanos tenebrosos en la historia de las naciones indígenas americanas, y falta luz para disipar esas tinieblas. Concretándonos ahora solamente   -234-   a los pueblos ecuatorianos, principiaremos nuestro estudio o investigación histórica por los de raza caribe.




II

La raza caribe parece haber tenido su primer asiento en la parte Sur de la América Meridional, en el Brasil; y, acaso, desde un principio en las orillas del Atlántico y en las islas del gran río de las Amazonas; esa raza debió haber sido numerosa, y es evidente que se dividió en parcialidades o familias, de las cuales encontramos en el Ecuador la Chaima, la Antillana y la Omagua.

La rama antillana pobló las comarcas de Imbabura, de Pichincha, de Latacunga, de Ambato, de Riobamba, de Guaranda, de Guayaquil y de Esmeraldas; la chaima, toda la provincia del Carchi; la omagua se encuentra en el mismo Carchi y en la región del Napo y del Marañón.

Otra rama de la misma familia caribe son los Jíbaros, y éstos residieron en la provincia del Azuay, tras la cordillera oriental; venían de hacia el Atlántico, fueron subiendo de Occidente a Oriente, y vivieron unas veces en paz y otras en guerra con los Quichés. Jíbaros y Quichés se toparon en la gran cordillera oriental; éstos ascendieron de las playas del Pacífico; aquéllos habían subido de los bosques orientales. En la cordillera oriental, en la comarca limítrofe con Gualaquiza, se encuentran restos de edificios antiguos, los cuales se ha creído que eran ruinas de la famosa ciudad de Logroño; pero, mejor examinado este asunto, nosotros nos inclinamos a creer que aquéllos son restos no de edificios españoles, sino de construcciones de los aborígenes. ¿Fueron éstos los Quichés, en su lucha con los Jíbaros? ¿Serían,   -235-   acaso, otras gentes, de quienes no haya ni un recuerdo siquiera ni en la historia ni en la tradición?... Esos restos merecen ser bien estudiados141.

  -236-  

Los montículos llamados tolas no se encuentran sino en una circunscripción de terreno bien determinada: el río Mira o Chota es el límite de esa región por el Norte; el Guaillabamba forma su otro límite, viniendo del lado del Sur, haciendo una curva y dirigiéndose luego hacia el Occidente. La región de las tolas está comprendida en el territorio limitado por esos dos ríos.

¿Quién construyó esos montículos? ¿Fueron ésos los sepulcros de los Scyris de Carán, como lo dice nuestro historiador Velasco? Emitiremos nuestra opinión acerca de este punto.

Las tolas no fueron sepulcros de los Scyris, fueron monumentos sepulcrales de gente de otra raza, anterior a la caribe antillana; esas gentes no residieron sino en la zona marcada por los límites arriba indicados, y, probablemente, fueron vencidas y subyugadas por las tribus de la familia caribe antillana, cuando ésta ascendió a la meseta interandina.

La nación constructora de tolas vino del lado del Pacífico, llegó a las costas de Esmeraldas, se detuvo en los valles de Intag, salió a las llanuras de Imbabura, se extendió por Cayambe y, acaso, entró en la provincia de Pichincha. ¿Qué nación fue ésa? No es posible responder a esa pregunta. Los levantadores de montículos no son desconocidas en América; un pueblo entero de ellos vivió en el continente septentrional; y, en el territorio ecuatoriano, esa raza sería, acaso, una de las más antiguas. Hay montículos muy elevados y de extensión considerable en Atuntaqui, en esta provincia de Imbabura142.

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Los Caribes fueron subiendo, aguas arriba, por el Marañón y por el Napo; llegaron a la base de la cordillera oriental, transmontaron ésta y subieron a la meseta interandina; una colonia de ellos se estableció en Pimampiro, y, por ventura, fue la última; pues, cuando Guayna-Cápac, conquistada la provincia de Imbabura, resolvió penetrar en la región oriental, vino a Pimampiro, y de Pimampiro, por Chapi, entró en la tierra desconocida del Oriente, y de la expedición del Inca al Oriente se conservaba vivo el recuerdo, medio siglo después143.

Pobladas por los conquistadores y sus descendientes las provincias interandinas, cesó el trato y comunicación de las tribus indígenas de la meseta interior con las de   -238-   las comarcas orientales; empero, antes de la conquista no era así, pues todas las parcialidades indígenas de un lado y de otro de la gran cordillera vivían en trato y comunicación continua, y el jefe de los Jíbaros formaba parte de la confederación de los Cañaris.

Pudiéramos, por lo mismo, aventurar acerca del itinerario de la inmigración caribe una conjetura, no destituida enteramente de fundamento. El hogar primitivo de la raza caribe estuvo, como ya lo dijimos, en la parte media de la América meridional; allí, en las tierras del Brasil, regadas por el Amazonas y sus caudalosos afluentes, se establecieron, se multiplicaron y, multiplicándose, comenzaron a emigrar, dirigiéndose en su rumbo aguas arriba, de Oriente hacia Occidente; así que salieron a la planicie interandina, fueron extendiéndose poco a poco, descendieron a las costas del Pacífico y se hicieron ahí numerosos. De este modo, al cabo de un número crecido de siglos, sucedió que salieron al Océano del Sur los que habían arribado por el Atlántico, atravesando para eso todo el continente meridional. Si hubo gentes de otra raza, las vencieron y las sometieron indudablemente los Caribes144.

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La raza caribe procede, pues, del Brasil, y se esparce y derrama por la América meridional dirigiéndose del Sur al Norte, y del Oriente al Occidente; a las Antillas sabemos que pasó del continente. Los Mayas vendrían por el Pacífico; los Quichés llegarían por un rumbo semejante; el territorio ecuatoriano se pobló con dos corrientes de inmigración, una que subía de Oriente, y otra que llegaba por el Occidente. Trazado ya el cuadro de las razas principales que poblaban el territorio ecuatoriano al tiempo de la conquista, necesario es que rectifiquemos algunas equivocaciones históricas que, por desgracia, han llegado a ser populares hasta en nuestra naciente literatura.





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